¡Hola a todos! 😊
Madre mía, estoy muy nerviosa, no puedo creer que, al fin, esta historia vaya a ver la luz. Empecé a escribirla en 2011 (¡hace casi nueve años!), y ha sufrido mil variaciones y cambios a lo largo de los años, pero la esencia de cuando la empecé a escribir se ha mantenido en mi mente. Por fin la he terminado, y es ahora cuando he decidido empezar a publicarla, una vez que tenía todo el argumento atado y bien atado. Coged algo de picar, porque va a ser una historia laaaarga 😂
Mi intención era escribir una historia dramione real, lo más real que pudiera. De la vieja escuela, como si dijéramos. Quería explotar al máximo sus sentimientos, encontrar una forma lo más realista posible de crear una historia de amor prohibido entre ellos. Que fuese creíble. No tengo ni idea de si lo he logrado, vosotros me contaréis ja, ja, ja.
Siempre ha sido mi pareja favorita del universo de Harry Potter, y espero haberle hecho justicia. Pero no solo va a haber amor en esta historia. También tratará sobre la amistad, y la guerra. Habrá aventuras, criaturas mágicas y misterio, y, espero, muchas cosas que os sorprendan.
Añado un par de aclaraciones concretas sobre la historia, antes de que empecéis a leer:
―La historia se sitúa en un hipotético séptimo curso en Hogwarts.
―Los acontecimientos de los dos últimos libros (sexto y séptimo) no han tenido lugar nunca. Tampoco, por lo tanto, tiene nada que ver con "Harry Potter y el legado maldito". Un único detalle perteneciente al sexto libro y que aparece en mi historia es que Slughorn es el profesor de Pociones y Snape el de Defensa Contra las Artes Oscuras. Básicamente, porque necesitaba un profesor de DCLAO 😂.
―Los siete Horrocruxes no existen; el único Horrocrux era el diario, y Harry ya lo destruyó en su 2º curso. De modo que Voldemort es perfectamente mortal.
Haré algunas aclaraciones más al terminar la historia, para evitar cualquier posible spoiler 😊 En qué me he inspirado para ciertas escenas, y cosas por el estilo.
Disclaimer: casi todos los personajes, y casi todos los lugares, pertenecen a J. K. Rowling, no son de mi invención.
Y, sin más dilación, bienvenidos a la historia…
CAPÍTULO 1
La profesora Bathsheba Babbling
El mes de Octubre se había presentado inusualmente frío ese año. La caída de la hoja estaba más que acelerada, y la helada ventisca hacía temblar los cristales de las ventanas del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Se podía escuchar el ulular del viento desde los pasillos, absolutamente silenciosos; pero era más difícil en las aulas, repletas de ruidosos alumnos en medio de sus clases. Aunque, en la clase de Runas Antiguas, en el Aula 6B del sexto piso del castillo, no se hubiera escuchado nada del exterior ni aunque el Sauce Boxeador hubiera dado un gancho de derecha a la ventana.
—¡Pásala! ¡Aquí, aquí! ¡PASA!
—¡A mí! ¡A mí!
—¡No, a él!
—¡Que se cae, que se cae…!
Hermione Granger cerró los ojos y se aferró con ambas manos al libro que tenía abierto sobre su pupitre. Estaba utilizando toda su fuerza de voluntad para tratar de ignorar el hecho de que una gran burbuja negra llevaba una hora volando de un lado a otro del aula, pasando peligrosamente cerca de su cabeza de cuando en cuando. Una burbuja de tinta, para más información. Sus compañeros de séptimo de la clase de Runas Antiguas habían creado por medio de un hechizo dicha burbuja, y se divertían escandalosamente pasándosela entre ellos por los aires con ayuda de sus varitas, al tiempo que correteaban por la clase.
La joven contó hasta cinco mentalmente, para tratar de dominarse y no dejarse llevar por la furia que estaba consumiéndola. Iba a terminar estallando de la presión que estaba conteniendo. Sentía el corazón latir pesadamente en su pecho. Y notaba su ojo derecho a punto de sufrir un tic. Su pierna ya era un caso perdido.
Decidió volver a leer, por cuarta vez, el párrafo del libro que llevaba tratando de asimilar toda la bendita clase. O, mejor dicho, la línea.
«El Fwooper posee la capacidad de variar de color…»
—¡Aquí! ¡Aquí! —seguían gritando sus compañeros.
—¡Cuidado!
—¡Dale, dale…!
«Sus variantes de colores hacen que su imagen… El Fwooper posee la capacidad de variar de color… »
—¡Pásala, pásala!
—¡Que la cojo, pásala…!
«El Fwooper posee la capacidad de…»
—¡Qué buena! ¡Ahora a mí!
—¡AQUÍ!
Hermione se tragó como pudo el rugido rabioso que necesitaba emitir y alzó la mirada, incapaz de creer que de verdad estuviesen jugando a ese estúpido juego. Evidenció lo evidente al ver que la burbuja de tinta pasaba por encima de su cabeza, afortunadamente sin tocarla, e iba a parar a la varita de uno de sus compañeros, que inmediatamente se la pasó con ayuda de la magia a otro. Hermione de nuevo cerró los ojos un instante, respirando hondo, y devolvió la mirada al libro, aunque esta vez no intentó seguir leyendo. Sentía que estaba perdiendo el tiempo.
«Es desquiciante», pensó Hermione, desolada, soltando el libro y sosteniéndose la cabeza con ambas manos. «¿Cuánto tiempo va a seguir esto así? Y todo por su culpa… Toda la culpa es suya…», giró la cabeza, mirando por encima de su hombro, y centró la mirada en cierta persona que estaba sentada al fondo de la clase, «Malfoy».
Efectivamente, Draco Malfoy tenía que estar detrás de la tortura de la chica.
Todo había comenzado una semana antes, cuando se colocó un aviso en el tablón de anuncios de cada Casa notificando que la anciana profesora de Runas Antiguas, Bathsheba Babbling, había cogido un permiso indefinido para poder recuperarse de un supuesto accidente relacionado con unas cuantas vainas de Snargaluff y algún que otro miembro casi amputado. En el anuncio también se decía que el profesor Binns sería el encargado de cuidar a los alumnos de dicha clase en ausencia de Babbling, mientras ellos se dedicaban a los numerosos deberes que la mutilada profesora les había dejado para hacer y, así, no retrasarse con la materia. Pero había resultado ser un desastre.
Binns no hacía absolutamente nada.
Hermione, con un suspiro, devolvió la mirada al frente y la posó en la mesa del profesor, en la cual su maestro fantasma de Historia de la Magia trabajaba en sus propias tareas, exámenes y trabajos para corregir, sin prestar la menor atención a los alumnos que, se suponía, tenía que vigilar. Parecía ajeno al hecho de que sus alumnos estaban más cerca de comportarse como monos que como seres humanos. Hermione más de una vez se había planteado seriamente la posibilidad de que su profesor fuese sordo, o ciego, o las dos cosas. Era imposible que no escuchase los gritos, saltos y hechizos. Parecían encontrarse en medio de un partido de Quidditch, y no en un aula.
Al ver que Binns no les prestaba más atención que a las ventanas o a las sillas, Malfoy, astuto como un zorro, no había dudado en revolucionar a la clase y convencerlos a todos para que hiciesen lo que les diese la gana. Jugaban juegos improvisados como el de la burbuja de tinta, a los naipes explosivos, a los Gobstones… Solo Hermione, y unas pocas chicas y chicos que se habían congregado en un rincón, y que se podían contar con los dedos de una mano, se habían mantenido al margen de esa especie de juerga. De hecho, Hermione era la única alumna que estaba sentada en su correspondiente pupitre, con su libro abierto, intentando asimilar lo que se suponía que deberían estar dando en el temario si Babbling estuviese ahí.
Y, lo más sorprendente de todo, era que ningún otro profesor, ni siquiera el director, tenía conocimiento de lo que estaba sucediendo en esa aula.
Hermione, la primera vez que decidieron montar dicha juerga, se había revelado al instante. Había intentado utilizar toda la potestad que le confería su papel de Prefecta para imponer el orden, pero no había servido de nada. Malfoy también era Prefecto, y, por supuesto, se había posicionado en su contra. Si Hermione le decía que estaba castigado, Draco le decía que ella también. Si Hermione le gritaba un castigo peor, Draco ideaba otro más terrible. Ambos llegaron a un punto muerto al comprender que no podían castigarse sin que resultase ridículo que el otro le castigase también, y, por norma, no podían quitarle puntos de la casa a otro Prefecto. Hermione se vio con las manos atadas; los que estaban de parte de Malfoy y de montar una juerga eran mayoría, y tenían a un Prefecto sin escrúpulos de su parte, por lo que, si Hermione lo contaba, todos lo negarían. Sería su palabra contra otro Prefecto y un profesor, dado que Binns no parecía estar especialmente en contra. Deseaba fervientemente contarle a la profesora McGonagall, o a alguien con autoridad, lo sucedido, pero ardía de vergüenza solo con pensarlo. En su enajenada imaginación, podía oír la voz de la profesora en su cabeza e imaginar lo que le diría: que no era adecuada para el puesto de Prefecta, y que, si no podía imponer su autoridad, quizá debería dejar de serlo. Y Hermione entraba en pánico solo con imaginarlo. La profesora de su imaginación tenía razón: debería ser capaz de utilizar su jerarquía para detenerlo. No podía estar dejándose manejar por Malfoy. Era verdaderamente frustrante.
«Maldito estúpido. No puedo detenerle, tiene la misma autoridad que yo, y lo sabe. Odio estas cosas. Binns es quien debería pararles los pies, no yo. Yo no debería cargar con esta responsabilidad», rezongó Hermione dentro de su mente, girando el rostro de nuevo y mirando a Malfoy. El rubio seguía charlando en voz muy alta con sus colegas, sentado encima de su mesa con los pies sobre la silla. «Maldito sea, podría hechizar a ese demonio y convertirlo en un Micropuff en menos de tres segundos…» frunció los labios mientras Malfoy hacía una extraña imitación y sus compañeros se desternillaban de risa. «Lo que está pasando aquí atañe a los profesores, yo no puedo obligarles a que se estén quietos si Binns no lo hace… Sí, soy Prefecta, pero por Merlín que les importa un bledo ¿O qué voy a hacer, castigarlos a todos?» reflexionó, práctica, pinzándose la nariz con los dedos.
Resopló e intentó continuar con su lectura, tratando de contener su frustración. Pero los gritos habían alcanzado cotas tales que ni siquiera era capaz de oír sus propios pensamientos. Se planteó muy seriamente aplicarse a sí misma un Hechizo de Sordera. Pero, antes de que lo pusiera en práctica, sintió que la empujaban hacia adelante, contra su libro, arrancándole un grito de sorpresa. Uno de los chicos de la clase había chocado contra ella en su intento de atrapar la burbuja de tinta. Hermione sintió que la llama de la bomba que había en su interior alcanzaba la pólvora.
Se puso en pie de un salto, golpeando con las manos su pupitre.
—¡MALDITOS IDIOTAS, PARAD DE UNA VEZ! —exclamó, fuera de sí.
Se hizo el silencio en el aula. El juego se detuvo. Todas las miradas se clavaron en ella. Malfoy había dejado de gesticular y ahora la miraba en total silencio, con sus ojos claros entrecerrados con antipatía. Los otros jóvenes que estaban de su lado la miraban con patente asco, burla o indiferencia, excepto un muchacho que, si Hermione no se equivocaba, se llamaba Theodore Nott. Él se limitó a mirarla. Simplemente a mirarla. Con cautela. Ella les devolvió a todos una mirada furibunda, decidida, jadeando sonoramente de pura rabia.
Un sonido estridente rompió el silencio. Por fin había sonado la campana. Por fin, pensó Hermione, podría librarse, por ese día, de aquella estresante clase.
—¡CUIDADO! —gritó entonces una voz dentro del aula.
Hermione escuchó dicho grito, seguido de una ruidosa salpicadura, y, al instante, lo vio todo negro.
—… la redacción de Slughorn sobre el Veritaserum, el trabajo sobre la Tármica para Sprout, dos pergaminos para Snape sobre los vampiros, practicar el hechizo Geminio para Flitwick… ¡ah! Y leer los capítulos tres y cuatro del libro Transformaciones avanzadas para McGonagall…
—Oye, Ron, ¿y si en vez de enumerar una y otra vez todos los deberes que tienes empiezas a hacerlos de una vez? ¡Solo has escrito dos líneas! —protestó Harry, sentado enfrente, y hablando todo lo alto que Madame Pince, la severa bibliotecaria, les permitía. Dejó su propia pluma sobre su redacción terminada y cogió el pergamino de Ron—. ¡Y encima lo tienes mal! "Veritaserum" es con V, no con B…
—¿En serio? —Se extrañó Ron, rascándose la barbilla con la pluma—. Pues yo siempre lo he escrito con B…
—Eso explica por qué obtuviste una "D" en tu último trabajo para Slughorn —bromeó Harry, sacudiendo la cabeza.
—Aun así son demasiados deberes —se quejó Ron con angustia—. ¡Solo llevamos dos meses y medio de curso!
—Bueno, pero ya estamos en séptimo, y al final del curso tenemos que examinarnos para los ÉXTASIS, ¿no? —recordó su amigo, mientras releía por encima su redacción terminada—. Seguramente querrán prepararnos bien y por eso nos mandan tantos trabajos.
—Que yo sepa, todavía quedan casi siete meses —protestó Ron abatido—. Y por la cantidad de deberes que nos mandan parece que quieren que todos hagamos la carrera de ministros de magia…
Harry le dedicó una media sonrisa para darle ánimos, acompañada de un encogimiento de hombros, y después se dispuso a recoger sus pertenencias de Pociones para sacar las de Herbología. Tapó el tintero, para evitar derramarlo sin querer, enrolló la redacción y se agachó para guardarla en la mochila que tenía a sus pies, apoyada contra las patas de la mesa.
—Harry Potter —susurró de pronto una voz ronca, estentórea, y cercana.
Harry se enderezó con brusquedad, con tan mala suerte que no calculó bien y su cabeza chocó contra el borde de la mesa, haciéndole ver lucecitas. Ahogó un gemido y se presionó la zona golpeada con ambas manos. Alzó la mirada, algo aguada por el dolor, y vio que Ron lo observaba fijamente.
—¿Por qué me has llamado así? —quiso saber Harry, mirándolo con expectación. El lugar del golpe le palpitaba dolorosamente.
Ron parpadeó dos veces.
—¿Qué? —repuso, confuso.
—¿Cómo que qué?
—Como que qué.
—¿Qué?
A Ron se le escapó una risotada. Giró el rostro para mirar a sus espaldas y después devolvió la atención a su amigo. Aún sonriendo.
—Harry, ¿me hablas a mí?
—¿A quién sino? —exclamó éste en un susurro. Y la sonrisa de Ron se borró al ver que su amigo lucía molesto—. ¿Qué quieres?
—¿Qué quiero de qué? —insistió Ron con confusión.
—Si no quieres nada, ¿por qué me llamas? —replicó Harry, comenzando a irritarse en serio ante el comportamiento de su amigo.
—Yo no te he llamado —farfulló Ron, excepcionalmente desconcertado. Frunció el ceño—. Nadie te ha llamado. ¿Te sientes bien?
Harry parpadeó, ahora perplejo, y miró alrededor. La biblioteca estaba bastante concurrida, especialmente por alumnos de quinto y séptimo curso. La mayoría parecían bastante agobiados; algunos tenían las narices pegadas a gruesos y maltrechos ejemplares y otros rasgueaban febrilmente con las plumas. Neville destacaba entre ellos por la desesperación que emanaba su redondo y preocupado rostro. Todos ellos parecían muy concentrados en sus propios asuntos, y nadie les prestaba la más mínima atención. Ni siquiera los miraban de reojo.
Sintió un cosquilleo nervioso en la nuca. La piel de los brazos se le puso de gallina. Si Ron no había sido, ¿quién entonces?
—¿Tú no has oído nada? —le preguntó a su amigo, sintiendo una terrible sospecha—. ¿No has oído mi nombre?
—No —negó el pelirrojo, también empezando a lucir inquieto—. Nada de nada. ¿No te lo habrás imaginado?
—No… No, alguien ha dicho mi nombre hace un momento. Lo he oído claramente —replicó con firmeza, sintiendo un pequeño retortijón. Se llevó un dedo al oído, por inercia, haciendo ademán de frotárselo. El corazón le latía desacompasado—. Mi nombre completo. Y era una voz… rara. Como… ronca.
—No he oído nada así, te lo aseguro —murmuró ahora Ron, cada vez más preocupado. Harry bajó la mirada.
—Ya no estoy seguro, pero quizá lo he oído dentro de... mi cabeza.
Los ojos azules de Ron se abrieron desmesuradamente de forma instantánea.
—Harry, ¿no pensarás que… —bajó aún más la voz, y su amigo casi tuvo que leerle los labios— Quien-Tú-Ya-Sabes se ha metido en tu mente otra vez, no? ¿Era su voz?
—No —desmintió Harry, con tanta seguridad que él mismo se sorprendió—. No. Su voz es distinta. Y, además, no me molesta para nada la cicatriz —se la frotó distraídamente—. Definitivamente no ha sido Voldemort —ignoró el estremecimiento de Ron y volvió a mirar alrededor, aún intranquilo.
—Mira, cálmate, quizá te lo hayas imaginado —repitió Ron, forzando una sonrisa amigable—. A mí a veces me pasa, es algo normal. Creo que ya tenemos paranoias. Demasiadas cosas tenebrosas vividas.
Harry trató de devolverle la sonrisa, pero sentía su corazón rebotar dentro de su caja torácica.
—Ya, eso es verdad. Tienes razón, qué tontería. Será eso —convino, cerrando sus libros solo para poder dejar de mirarlo a los ojos.
—Y, oye, no le digas nada a Hermione —aconsejó Ron, con gravedad, arqueando una ceja—. Ya sabes cómo es con estas cosas. Te mandará al despacho de Dumbledore de una patada.
—Lo sé. Tranquilo, no le diré nada —aseguró Harry, sonriendo con cara de circunstancias.
Ron lo miró con algo de inquietud todavía unos segundos más, pero después sus ojos se abrieron como platos al ver algo inusual por encima del hombro de su amigo.
—¿Y a esa qué le pasa? —exclamó en un susurro alto.
Harry se giró para mirar en la misma dirección que el joven pelirrojo y, al igual que él, también se asombró al ver que Hermione recorría uno de los pasillos de la biblioteca en dirección a ellos, con el rostro contorsionado de ira, pisando con fuerza, y con los ojos y el espeso cabello chisporroteantes. Cuando llegó a su lado, dejó caer la mochila al suelo, provocando un golpe que hizo sacudirse a los dos chicos, y después se arrojó sobre el asiento que había libre junto a Harry. Parecía estar a punto de arder en llamas.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó Harry con delicadeza, intuyendo que su amiga estaba especialmente susceptible. Efectivamente, aunque su pregunta fue suave, Hermione le dirigió una mirada capaz de cortar el acero.
—¿Que qué me ha pasado? ¡Oh, nada de nada! Simplemente que estoy rodeada de energúmenos. ¡No, de monos! ¡De chimpancés! ¡Porque esos seres no pueden calificarse como personas! —farfulló a toda prisa con sarcasmo, poniéndose aún más colorada, y haciendo un visible esfuerzo por no gritar. Le palpitaba una vena en la frente—. ¡Hacen lo que él les ordena! ¿Qué maldito placer pueden encontrar en montar esas estúpidas juergas y en hacer lo que les da la gana? ¿Cómo pueden ser tan infantiles? —finalizó, resollando, muerta de rabia. Ron alzó la mano débilmente, como si pidiese permiso para hablar en clase.
—No tengo ni idea de lo que hablas, pero… tienes una mancha de tinta en la cara. Negra. ¿Lo sabías? —apuntó con cautela, señalándosela. Hermione bufó y se llevó la mano a la cara, frotándosela con furia.
—Lo sé perfectamente, y, si no tuviese varita, te aseguro que estaría toda manchada de tinta. Porque eso es lo único para lo que valen esos estúpidos inmaduros: para divertirse y que luego otros paguen las consecuencias… Y todo por culpa de Malfoy; ese cerdo, estúpido, pedazo de…
—¿Malfoy? —saltó Ron, súbitamente indignado. Habló demasiado alto, y alguien de una mesa cercana lo mandó callar con un siseo—. ¿Es que te ha hecho algo? ¿Qué ha sido? ¿Dónde está?
—Espera —interrumpió Harry, dando un respingo como si hubiese visto la luz—. Ya sé de qué habla Hermione… Vienes de clase de Runas Antiguas, ¿no? —adivinó dirigiéndose a la chica.
Hermione suspiró hondo, y asintió con la cabeza, abatida. Ron abrió la boca, recordando de pronto.
—¡Ah! Ya lo sé —corroboró el pelirrojo, golpeándose la palma de una mano con el puño de la otra, orgulloso de sí mismo—. Ese asunto de que tu profe de Runas no está, Binns os cuida y los de tu clase lo han revolucionado todo porque, claro, es Binns —finalizó, como si fuese evidente.
—Y Malfoy está detrás de todo, ¿no? —añadió Harry, receloso e intrigado.
—Él es quien les dice lo que tienen que hacer y todos le obedecen. Son idiotas —masculló Hermione, crispando las manos. Suspiró de nuevo, casi un gruñido desquiciado—. Me encantaría plantarle cara. Detenerlo de alguna manera. Pero él también es Prefecto, no puedo utilizar mi cargo para amilanarlo. Lo he intentado, pero no me escucha. Ni él ni los demás. No puedo prohibirles que se diviertan si Binns no lo hace. Y no me quiero meter en más problemas, bastante nos amarga ya la vida —se cruzó de brazos, intentando respirar más pausadamente. Casi hablaba para sí misma—. Si se lo digo a los profesores todo será peor. Los amigotes de Malfoy lo negarán todo y quedaré de mentirosa. Además se supone que Binns nos cuida. ¡Es mi palabra contra la de un profesor!
—¿Quieres que te ayudemos? —ofreció Harry inmediatamente—. Entre los tres algo se nos ocurrirá.
—Podemos matar a Malfoy —sugirió Ron con alegría—. O torturarle —corrigió, al ver la mirada que le dedicaron los otros dos—. Da lo mismo, la cuestión es hacerle sufrir.
Hermione suspiró, agotada, y meneó la cabeza, haciendo oscilar su espeso cabello castaño.
—No os preocupéis, chicos, está bien. Ya se solucionará. No es tan grave, aparte de hacer lo que les da la gana, y tirarme por accidente una burbuja de tinta encima, no han hecho nada más. Tampoco hacen daño a nadie —tamborileó con los dedos sobre la mesa—. Es solo que es muy molesto. Esperemos que se solucione en pocos días. Que la profesora Babbling vuelva pronto.
—Si Malfoy está de por medio, el asunto tenía que ser molesto —opinó Harry con pesadez.
Ron asintió fervientemente y añadió:
—Ese tío es como un Billywig en el culo.
Los pasillos del castillo estaban agradablemente iluminados por los rayos del sol otoñal. Fuera, el frío era intenso, pero dentro del colegio la temperatura era bastante agradable. La mayoría de los alumnos habían optado por pasar la media hora de recreo deambulando por los pasillos o en la biblioteca adelantando con los trabajos.
—¿Entonces no entra la Quema de Brujas del siglo XIV en el examen? —insistió Ron, rebuscando entre las decenas de pergaminos que llevaba en las manos, mientras enfilaban un pasillo del primer piso, rumbo al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, que estaba en el tercero.
—¿Y tampoco los nuevos hechizos de la primera mitad del siglo XV? —preguntó a su vez Harry, también visiblemente estresado.
—Que no —negó Hermione pacientemente—. Pero sí que entran las Rebeliones de los Goblins en la Inglaterra del siglo XVII, y tú lo tienes tachado —le advirtió a Ron, señalándole otro de los pergaminos que llevaba—. Eso es importantísimo.
—¿Me estás diciendo que me he levantado esta mañana a las cinco para estudiar algo que no entra y ni me he mirado lo más importante? —se desesperó el joven Weasley, mirando sus apuntes como esperando poder reducir la cantidad con la mirada.
Los tres amigos subieron unas escaleras para atajar camino, aunque no hiciese ninguna falta pues iban con tiempo de sobra.
—En resumidas cuentas, sí —corroboró Hermione, ahora perdiendo la paciencia y exclamando—: ¿Acaso no te has mirado el programa que os dejé? Ahí decía todo lo que entraba…
—¿Acaso me ves capaz de encontrar algo entre tanto papel? —respondió Ron con otra pregunta, imitando su tono, y agitando ante sus narices los pergaminos que llevaba.
—Supongo que nos tocará pasarnos la hora de la comida estudiando Transformaciones —resolvió Harry, encogiéndose de hombros con pesadez.
—Qué remedio —suspiró Ron, mirando el vacío con tristeza—. No voy a poder disfrutar del rosbif como se merece… ¿Por qué McGonagall nos ha metido tanta historia este año? ¿Y tantos exámenes parciales? Hasta ahora siempre había que estudiar hechizos, hechizos y más hechizos… ¿A qué viene ahora tanta historia? ¡Que saqué un Desastroso en mi TIMO de Historia de la Magia, caray! ¡No quiero más historia!
Harry se echó a reír y le dio unas palmadas en la espalda a su amigo, mientras Hermione sacudía la cabeza con exasperación. De pronto, los interrumpieron:
—¡Eh, Harry, Ron! —exclamó una voz a sus espaldas.
Los tres se giraron y se encontraron con Demelza Robins que llegaba a su lado, jadeando.
—Os estaba buscando —dijo la rolliza chica—. No adivinaríais lo que ha pasado… Resulta que los del equipo de Quidditch de Slytherin nos han quitado la reserva al campo que habíamos hecho para este sábado.
—¿Qué? —exclamó Harry, sobresaltándose.
—¡No tienen ningún derecho! —saltó Ron, enfureciéndose, y volviendo a agitar con frustración sus ya bastante arrugados apuntes.
—Tienen una autorización firmada por Snape —se quejó la chica, compungida—. Por eso han podido.
Harry y Ron soltaron una serie de improperios contra su poco imparcial profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, y se pusieron a dialogar con Demelza sobre las opciones que tenían para recuperar la reserva que les correspondía. Hermione escuchaba a medias la conversación. No porque lo sucedido le pareciese justo, ni mucho menos, sino porque ella no vivía el Quidditch tan intensamente como sus amigos. Y, además, no era la primera vez que pasaba; los Slytherins siempre se las ingeniaban para quitarles la reserva del campo, aun cuando tuviesen días libres de sobra. Encontrarían la forma de solucionarlo, siempre lo hacían.
Gracias a no estar metida tan de lleno en la discusión, fue capaz de captar los extraños sonidos, como de pasos rápidos y voces alarmadas, que provenían de un pasillo contiguo. Dio media vuelta y alcanzó a ver que varias personas corrían hacia el supuesto origen de los sonidos, con aspecto asustado y nervioso. Hermione, preocupada, se giró para mirar a sus amigos, pero, al ver que seguían muy entretenidos, supuso que no la echarían en falta unos minutos y fue por su cuenta a examinar el origen de aquel alboroto.
Dobló la esquina del pasillo y vio que había una pequeña multitud aglutinada en las ventanas del pasillo, hablando entre ellos y mirando algo que parecía alarmarlos y confundirlos.
—¿Hacemos algo? —decía una joven de Ravenclaw, luciendo preocupada.
—¿Estás loca? —le reprochó un joven que estaba a su lado, y que parecía ser amigo suyo—. Malfoy está de por medio. No pienso meterme ahí…
La chica, extrañada, se acercó también a una de las ventanas. Los jardines estaban casi desiertos a excepción de algún que otro alumno aislado, y un reducido grupo de personas que había en uno de los extremos del lago. Dichas personas llevaban túnicas negras y verdes, y una de las cabezas era rubia y totalmente inconfundible.
Draco Malfoy estaba algo apartado y contemplaba cómo sus compañeros rodeaban a otra persona, vestida con túnica negra y roja, que estaba volando en la orilla del lago. Volando literalmente, sin escoba. Se encontraba a varios metros del suelo y giraba como si fuese una peonza, al ritmo de las varitas de los que lo rodeaban.
Hermione sintió que se le caía el alma a los pies. Antes de poder hacer otra cosa que abrir la boca con estupefacción, sintió que unos dedos largos se cernían en torno a su brazo. Giró el rostro, sobresaltada, sintiendo que el corazón le daba un vuelco, y se encontró cara a cara con un jadeante Theodore Nott.
—Draco y los demás han cogido a Neville Longbottom —le espetó sin más, mirándola con seriedad. Resoplaba, como si hubiera estado corriendo, pero su tono era perfectamente sereno. No había desprecio o desdén en su voz—. Tenéis que ayudarle.
Hermione abrió y cerró un par de veces la boca, perpleja ante lo inaudito de la situación. Era la primera vez que aquel chico, de su mismo curso de Slytherin, le dirigía la palabra.
—Pero, ¿de qué lado estás tú? —le soltó, mirándolo con el ceño fruncido, profundamente desconfiada. No sabía con seguridad si esa era la primera pregunta que debería hacerle, pero fue lo que abandonó su boca—. ¿A qué viene esto? Eres amigo de Malfoy, te he visto muchas veces con él…
—Draco es mi amigo, pero no estoy de acuerdo con lo que está haciendo —respondió Nott, con la misma serenidad. Soltó el brazo de la chica, sin dejar de mirarla fijamente—. Y a mí no me escucha. Creo que tú eres la única que puede detenerlo.
—¡So… socorro! —intentó gritar Neville, atragantándose a mitad de la palabra, gracias a que, con una sacudida de varita, Goyle lo colgó cabeza abajo. La túnica del joven resbaló por su cuerpo debido a la gravedad y se enrolló en su cara, impidiéndole ver nada. Crabbe rio con fuerza.
—¡Deja de quejarte, Longbottom! ¡Eres un llorón!
—Mirad esto, va a ser buenísimo —exclamó Warrington. Agitó la varita, y la ropa de Neville empezó a agitarse como si estuviese llena de ratones por dentro. El chico gritó, viendo cómo su túnica se enrollaba a su alrededor, como si se encontrase en medio de un terrible tornado.
Los Slytherins que lo rodeaban se desternillaron de risa.
—¡Mételo al lago! —animó Zabini, divertido.
Goyle obedeció y, con un movimiento de varita, el joven Gryffindor se precipitó de golpe al agua todavía enrollado en su túnica, que se movía a su alrededor como si estuviese viva. Neville boqueó en el agua, luchando por mantenerse a flote mientras Crabbe creaba una barrera con su varita, torpe, pero lo suficientemente eficaz para impedirle salir del agua. Malfoy contemplaba la escena un par de pasos más atrás, con los brazos cruzados y la mirada resplandeciente de satisfacción. Era obvio que él era el cabecilla de todo el asunto.
Con otra sacudida de varita, sacaron al chico del agua, el cual volvió a quedar flotando en el aire, cual montón de ropa inerte, ahora chorreando agua. Tosía desesperadamente, y sus lágrimas se mezclaban con el agua que caía de su oscuro pelo.
—¡Dejad en paz a Neville! —gritó de pronto Harry, apareciendo en la lejanía, corriendo a toda velocidad, blandiendo su varita. Ron y Hermione venían tras él, también con sus varitas en las manos.
Crabbe, Goyle, Zabini y Warrington se dieron la vuelta, y se apresuraron a apuntarles con sus varitas. Neville cayó al suelo a plomo, envuelto en su empapada túnica. Los tres Gryffindors no dudaron en defenderse y, tras una breve batalla de diversos encantamientos, desarmarles con varios habilidosos Expelliarmus. Draco solo contempló la escena, sin intervenir en la repentina batalla. De hecho, ni siquiera se inmutó. Las serpientes miraron amenazantes a los leones y les dedicaron un gran repertorio de insultos, pero, al estar desarmados, no pudieron defenderse. Mientras Harry y Ron les apuntaban con sus varitas, Hermione se apresuró a acercarse a Neville.
—¡Neville! —jadeó Hermione, arrodillándose a su lado y rodeándole la espalda con un brazo—. Neville, ¿estás bien?
El joven no contestó. Se había quedado arrodillado en el suelo, muerto de miedo, temblando de frío y escupiendo agua sin dejar de sollozar. Hermione lo contempló con angustia durante unos segundos pero después se puso en pie, blanca como la cera, temblando bruscamente y mirando con fijeza a la persona responsable de todo.
—Malfoy... —balbuceó Hermione casi sin voz.
Draco le devolvió una mirada tranquila, casi irónica. Seguía con los brazos cruzados y no parecía tener intenciones de defenderse ni de luchar contra ellos. De hecho, parecía realmente relajado.
—¿Qué te pasa, Granger? ¿Te encuentras mal? —inquirió el rubio con sorna, sin dejar de mirarla a los ojos—. Estás temblando…
Se oyeron unos pasos apresurados y cercanos por la hierba y Theodore Nott hizo acto de presencia. Pocos se percataron de que había llegado, pues Draco y Hermione eran el centro de atención de todos los presentes.
—Estoy temblando de rabia —respondió Hermione, todavía lívida—. Poca gente ha conseguido hacerme temblar de rabia.
—¿En serio? —fingió sorprenderse Draco, con abierta burla, esbozando una sonrisa despectiva—. Vaya, no me creía tan importante para ti. Me sonrojaría, Granger, si no me dieras tanto asco.
—Draco… —masculló Nott colocándose a su lado, advirtiéndole en vano que no la provocase de esa manera.
Algo estalló dentro de Hermione. Sintió como si la rabia que borboteaba en su interior de pronto alcanzase el punto de ebullición y saliera a la superficie. No iba a tolerárselo. No iba a tolerarle ni una sola burla más, y menos después de lo que acababa de hacer. Avanzó hacia él con el rostro crispado, alzó una mano y la descargó con todas sus fuerzas contra el rostro del Slytherin.
La cara de Draco se volteó bruscamente al sentir la mano de Hermione proyectarse contra ella. Todos los presentes ahogaron un grito de estupor. La joven, con la respiración agitada y la dolorida mano con la cual lo había abofeteado todavía extendida, permaneció mirando a un inmóvil Malfoy mientras él reaccionaba. Ya era la segunda vez que golpeaba a ese chico en su vida. La primera vez, fue por escucharle burlarse con crueldad del hipogrifo Buckbeak, y también de Hagrid. Después de haberlo golpeado, un anonadado Draco se había alejado a toda velocidad, sin llegar a contraatacar. Pero ya no tenían trece años como aquella vez. Y Hermione lo sabía. Y Draco también.
El chico devolvió el rostro al frente con lentitud, dirigiendo una mirada ahora encendida de ira hacia ella. Brillante de rencor. Ya no sonreía. De hecho, se pasó la lengua por la comisura del labio, donde probablemente le dolía. La chica no retrocedió ni un milímetro. Ambos se desafiaron con la mirada, se retaron a dar el siguiente paso. El aire escapó con fuerza por la nariz de Draco, de un rabioso resoplido, y entonces se precipitó sobre ella de un impulsivo gesto.
Y, aunque ella no se movió, no llegó a alcanzarla.
—¡Draco, no! —exclamó Nott, reaccionando y sujetándolo de un brazo justo a tiempo. Tirando de él hacia atrás con todas sus fuerzas—. ¿Te has vuelto loco?
Harry, a su vez, también se había colocado de un salto frente a Hermione, con los brazos extendidos al ver las intenciones de Malfoy.
—¡No le pongas un solo dedo encima, cucaracha apestosa! —rugió Ron unos metros más lejos, sujetando a Neville del brazo, el cual amenazaba con desplomarse en cualquier momento, y apuntando al mismo tiempo a los Slytherins con su varita.
—Vámonos de aquí, Hermione —articuló Harry con dificultad. Hervía de la furia, pero intentó ser coherente. Sujetó a Hermione por la manga de la túnica y tiró de ella, al mismo tiempo que seguía dirigiendo al rubio una mirada asesina—. Vámonos antes de que lo mate. Tenemos que llevarnos a Neville.
Pero la chica no se movió de su sitio ni apartó la mirada del Slytherin. Seguía contemplando a Malfoy, quien todavía estaba siendo firmemente sujetado por Nott, con odio y un claro aire desafiante. Como retándolo a que le pusiese una mano encima. Draco tampoco apartaba sus ojos de ella. Parecía querer hacerla arder en llamas solo con el poder de la mirada. Su pómulo se estaba enrojeciendo.
—No os quepa duda de que informaré al director inmediatamente de esto —sentenció Hermione con firmeza, a pesar de que la voz le temblaba de ira, sin hacer caso de Harry.
Los Slytherins, a excepción de Malfoy y Nott, hicieron ademán de adelantarse, furiosos, pero Harry les apuntó con su varita.
—Hermione, vamos —insistió el moreno, temiendo que todo se les escapase de las manos. Tiró de la chica con más fuerza y ésta, tras dirigirle al rubio una última mirada de desprecio, lo siguió de regreso al castillo, pisando fuerte.
Los Slytherins los contemplaron irse, sin moverse, pero con muecas de rencor muy similares en sus rostros.
—¡Menuda leche te ha metido! —Warrington fue el primero en hablar, acercándose a Malfoy mientras los demás recogían sus varitas del suelo, todavía indignados—. ¿Pero por qué les has dejado marchar? Aún no habíamos terminado con ese Longbottom…
—Porque son unos malditos chivatos y, si nos hubiéramos resistido, se lo habrían dicho al director —explicó Malfoy con impaciencia, soltándose bruscamente del agarre de Nott sin mirarlo.
—Pero si la sangre sucia ha dicho que va a contárselo ahora mismo —replicó Warrington, algo confundido, señalando con el pulgar por encima de su hombro la dirección en la que la chica se había ido.
—Sé lo que ha dicho. Pero también sé que no se atreverá; o, mejor dicho, que el cobarde de Longbottom no se lo permitirá. Tendrá miedo de las represalias…
—Pero Granger no le tiene miedo a eso —replicó su colega, escéptico.
—No, ella no —admitió Malfoy, con ojos llameantes—. Granger tiene complejo de salvadora… —se frotó la mejilla dolorida con una furiosa mano. Ya era la segunda vez que esa sangre sucia le golpeaba—. No pienso perdonarle esto tan fácilmente. Si vuelve a interponerse en nuestros asuntos, no se irá de rositas. Haremos que se arrepienta.
Los demás recuperaron las sonrisas e intercambiaron miradas malévolas. Nott se limitó a bajar la mirada y a resoplar con disimulada resignación.
Primer capítulo finiquitado. ¿Qué os ha parecido? Es un capítulo introductorio, para que comprobéis mi forma de escribir, valoréis si os gusta o no, y, por supuesto, vayáis poniéndoos en situación con la trama 😊.
Estaré encantada de leer vuestra opinión 😍
¡Mil gracias por leer! Un abrazo 😊
