UN AMOR VERDADERO
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Chicago, 1917.
-Señorita Candy… señorita Candy!
-María, no la encontró?
-No, otra vez se nos escapó, su padre va a molestarse con nosotros.
-Esta niña, ya tiene 15 años y sigue comportándose como una criatura de 5; corriendo y escabulléndose por todos lados.
-Oh… ojalá no se le haya ocurrido volver a trepar árboles, la última vez el patrón nos amenazó cuando la encontró en la copa de aquel roble. – dijo preocupada la empleada.
-Entonces, llama a Smith para que nos ayudé a buscarla.
-Señorita Pony! – una joven empleada se acercó corriendo a la mujer.
-Sara, la encontraron?
-No, pero encontramos su vestido en el establo, estaba escondido detrás de un fardo de paja.
-Ay Dios! – se llevó una mano a la frente – esta niña va a matarme. Manda a Smith y a John al pueblo, estoy segura que está allá; pero no hagan alboroto, lo último que queremos es un escándalo.
-En seguida - la empleada se giró para hacer lo que le ordenaron, pero enseguida se detuvo – ah! me enteré que llegó un circo al pueblo, tal vez…
-No tal vez, estoy segura que está allí.
-Si gusta yo también puedo ir para ayudar.
-Sí ve, será mejor que los ayudes.
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Edimburgo, Escocia.
-Terry, ya llegaste hijo.
El joven se giró para ver a su madre, le sonrió con cariño mientras se secaba la cara con la pequeña toalla. Su madre correspondió a su sonrisa, quiso llorar al ver el cansancio en el atractivo rostro de su hijo, pues sí, Terry era realmente atractivo, tenía el cabello castaño y los ojos tan azules como los zafiros, alto, con un cuerpo atlético y rasgos definidos, sabía que muchas jóvenes estaban enamoradas de él. Pero le angustiaba que con tan solo 17 años, su hijo tuviera tantas responsabilidades que la hacían sentir culpable.
-Hola mamá. – la saludó con un beso en la mejilla.
-Tienes hambre?
-Sí, un poco. – su madre lo miró con una leve sonrisa, sabía que le estaba mintiendo, solo para no preocuparla. – y esto?
-Tu comida. – el plato estaba lleno.
-Tú comiste?
-Sí, ya lo hice hijo, no te preocupes.
-Pues es mucho para mí, así que come un poco más. – tomó otro plato y dividió la comida entregándole a su madre para que comiese.
-Terry…
-No mamá, últimamente te veo más delgada, sé que estás disminuyendo tu ración sólo para que yo coma más.
-Tienes que alimentarte, tu trabajo es duro, y ahora que no son muchos hombres en la fábrica, ustedes trabajan el doble.
La guerra había causado que muchos hombres dejen sus hogares y trabajos para ir a la guerra. Así pues, los jóvenes fueron los que se encargaban de llevar dinero a sus hogares, en algunos casos, si no había muchachos, las mujeres debían trabajar para alimentar a sus familias.
-El duque…
-No me hable de ese hombre.
-Es tu padre.
-Claro que no lo es! - se enfadó – mi padre murió en batalla, lo recuerda?
-Hijo… el duque me negó a mí, no a ti…
-Ya basta mamá! Si sigues con ese tema es mejor que me vaya.
-Terry! – la mujer sólo vio a su hijo dejar la humilde casa hecho una furia.
El joven decidió caminar un poco, no quería ver a nadie, pues estaba seguro que se desquitaría con el primero que se le cruzara en su paso; escuchar hablar o siquiera mencionaran al duque lo enfurecía, si bien ese hombre lo había engendrado, no lo consideraba su padre; ese había muerto un año atrás mientras luchaba contra los alemanes en aquella guerra sin sentido.
Terry conocía sus orígenes, cuando tenía 8 años escuchó hablar a sus padres sobre el duque de Granchester, éste pedía que se fuera a vivir a Londres con él, que lo instruiría como era debido, la única condición era que nunca más volvería a ver a sus padres. Al oír esto el niño entró gritando que no lo permitieran, que se portaría bien, pero que no lo alejaran de su lado.
-"Nunca te alejaría de mi lado hijo" – había dicho el hombre – "Terry, aunque no lleves mi sangre, tú eres mi hijo" – por eso lo había amado. A sus ojos, Thomas Graham, era un hombre excepcional, lo crió y amó como si fuera su verdadero hijo.
Desde que Terry se enteró de quien era su verdadero padre, muchas inseguridades se habían apoderado de él, pero fue Thomas quien siempre las disipaba – "qué importa lo que diga la gente, si te pareces a mí o no físicamente, es irrelevante, Terry, te pareces mucho a mí, aquí- señaló su sien". " de verdad?" – contestó mientras se limpiaba las lágrimas – "claro que sí, soy yo quien te está criando y enseñando como debe ser un hombre" – a partir de ese día Terry imitaba a su padre, la manera como caminaba y hablaba, hasta llegó a desear las mismas cosas que él.
-Terry? – una voz le regresó a la actualidad, se giró al escuchar su nombre.
-Ana. – sonrió levemente – qué haces aquí a estas horas.
-Regreso a casa, salí un poco tarde de mi trabajo.
-Vamos, te acompaño. – comenzaron a caminar rumbo al hogar de la joven.
Anabel, era una joven de 17 años, era linda de cabello negro y ojos azules, estaba enamorada de Terry, y a él no le era indiferente la joven; aunque ninguno de los dos se animaba a confesar sus sentimientos.
-Mi mamá está preocupada por todo esto.
-Esto?
-Ya sabes, la guerra, la falta de trabajo y de dinero…
-Ah… eso. Creo que somos de los afortunados, al menos tenemos trabajo.
-Sí… - contesto desanimada.
-Qué pasa?
-Dicen que en los campos están contratando mujeres y ganan mejor, y no son tantas horas. – Terry la miró tratando de comprender que quería decirle – mamá dice que allí estaremos mejor.
-Te irás?
-No quiero hacerlo, Terry – lo miró fijamente - no quiero irme; pero aquí el dinero no nos alcanza para comer.
-Entiendo… - por un momento pensó en pedirle que no se marchara, que permaneciera a su lado como su esposa; pero no podía pedirle aquello, apenas y podía mantenerse a él y a su madre; no podría con tres bocas más, pues Anabel era el sustento de su familia, su madre no trabajaba y su hermana apenas y tenía 8 años.
-Yo… regresaré… cuando esto termine, regresaré.
-Estaré aquí para cuando lo hagas. – sonrió levemente.
Ninguno de los dos se hizo una promesa directa, pero sus miradas lo hicieron. No se comprometieron, no se declararon su amor; pero eso no significaba que no se preocuparan el uno por el otro o se quisieran mucho.
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La función había sido magnifica, la ovación del público lo confirmó; entre este, una rubia de cabellera rizada, aunque escondida bajo un gorro, aplaudía y silbaba a los actores, sí silbaba, estaba segura que con ese traje de muchacho, nadie la reconocería, y así habría sido, si una joven mucama no hubiera reconocido aquel silbido.
-Señorita – murmuraron cerca su oreja.
-Sara! – dijo sorprendida al ver a la joven cerca de ella y con el ceño fruncido.
-Shhh! Señorita, es mejor que nos vayamos antes que la reconozcan.
-Pero… aún falta la segunda parte de la función.
-Por favor señorita, si su padre se entera que escapó y vestida de esa manera – la miró de arriba hacia abajo – nos despedirá, recuerde que ya nos amenazó.
-Lo dijo solo para asustarlos, y creo que funcionó – pensó lo último – él no sería capaz de tal cosa.
-Por favor señorita, no queremos tentar a la suerte, necesitamos el trabajo.
-De acuerdo, vamos – cedió al ver la preocupación de la joven, ella quería mucho a sus empleados, en realidad no los veía como tal, para ella eran sus amigos, maestros y familia.
-Candice. – la voz dura acompañada por la mirada seria, le indicaron que esta vez no sería fácil librarse del regaño.
-Nana…
-Prometiste que esta vez te comportarías.
-Lo sé, pero tenía tantas ganas de ir. – dijo animada.
-Pues la hubiera acompañado.
-Por eso me escapé – masculló.
-Qué dijo?
-Nada, es sólo que no quería que me reconocieran… mire – se acercó a la mujer para enseñarle todos los dulces que había en su bolsillo.
-No es saludable comer tantos caramelos.
-Exacto – la nana la miró sin comprender – no me hubiera permitido comer una manzana acaramelada, algodón de azúcar y todos estos dulces, porque no es correcto que una señorita de buena posición coma tantos dulces, ellas comen saludablemente y con propiedad. – dijo la rubia.
-No te prohíbo tantas cosas. – sintió pena por la joven, pues desde niña mostró ser diferente a todas las niñas de familias pudientes, a ella no le importaba cuidar sus vestidos o ir al pueblo sólo para comprar algunos listones; a ella siempre le gustó correr por el campo, cabalgar e incluso trepar a los árboles. – si su padre se entera que vistió ropa de muchacho y asistió a la función del circo sola nos…
-Qué dijo?
-Señora Elroy!
-Tía abuela! – dijeron al mismo tiempo.
-Estoy esperando Pony. – la mayor miró con rudeza a la empleada – así que Candice asistió a ese tipo de funciones… y sin compañía?
-Se-señora…
-Conteste! Si escuché bien dijo que… - entonces miró a su sobrina vestida como hombre – Candice! Qué es esa ropa? – dirigió su mirada a la nana - Usted, se supone que mi sobrino le paga para instruir y cuidar a su hija.
-Fue mi culpa tía – habló la rubia, pues por el tono de su tía intuía que las cosas no saldrían bien para su querida nana.
-Ya basta Candice! – miró a Pony - está usted despedida.
-Tía! Fue mi culpa, yo me escapé…
-Ellos deben estar al pendiente de ti todo el tiempo.
-No soy niña a quien deben cuidar!
-Entonces compórtate como una señorita. – una leve sonrisa se dibujó en rostro de Elroy – déjenos solas Pony. – ordenó - y esperé en su habitación. – la mujer salió cabizbaja.
-Tía…
-Así que fue tu culpa – la rubia asintió sin decir nada – muy bien, te irás conmigo a Nueva York, ahí te formaré como se debe, ya basta de criarte como pueblerina.
-Tía no quiero irme, este es mi hogar.
-Ya no confío en la servidumbre, estoy segura que ellos no cuidan de ti como se debe, no quiero ni pensar que un día decidas casarte con algún granjero.
-Tía, no pienso casarme.
-Lo ves? Este pensamiento es porque Pony no te instruyó correctamente, esa mujer es una incompetente, hago bien en echarla y estoy segura que nadie va a contratarla, quien desea que sus hijas se vistan de hombres y tengan comportamientos fuera de lugar.
-No puede echarla. – dijo preocupada.
-Puedo y lo haré, a menos que… - la miró triunfante – te vengas conmigo a Nueva York y dejes que te convierta en una dama. – la rubia no dijo nada, por su mente pasó toda la libertad que perdería – bueno, ya que no te decides, creo que cambiaré a todo el personal incompetente y…
-Me iré con usted tía. – dijo resignada, tenía los hombros caídos y la mirada cristalina. No quería abandonar su hogar; pero no permitiría que despidieran a nadie por su culpa.
Y así como lo dijo se fue con su tía a Nueva York, su padre aceptó gustoso, pues le preocupaba que Candy se quedará sola en la casa de campo, aunque estaba con los empleados, ella debía convivir con gente de su clase y señoritas de su edad.
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Volví con una nueva historia, la cual espero les guste. Ya está muy avanzada, pero debo revisarla antes de publicarla, así evito cometer muchos errores.
Bueno, espero publicar dos capítulos por semana… si no tengo contratiempos, haré lo posible.
Próxima publicación el viernes!
