Obviamente no tengo los derechos de autor de este mundo, todo pertenece a Martin, escepto mi personaje principal.
Hace muchísimo tiempo que no escribo, y espero les sea de su agrado.
Estoy atento a todos sus comentarios, inquietudes y sugerencias al respecto.
Quisiera poder decir que es una triste historia de alguien que nunca se mereció su destino, o que los inaccesibles dioses desde su imperturbable lejanía tuvieron algo que ver en mi destino, más no creo que algún día obtenga una respuesta, sólo sé que ahora estoy aquí en este lugar, sin saber qué hacer con mi vida, pero con la certeza de que nada nunca más será igual.
Han pasado ya algunos meses y empiezo a acostumbrarme a este mundo medieval, las personas con las que he interactuado son amables, llevan un vida sencilla, piensan solo en el día a día y en el próximo invierno, y qué sorpresa fue descubrir que las estaciones no van y vienen regularmente, que hay veranos que duran años enteros, y que la amenaza de inviernos igual de largos es lo que hace que mi familia vivía día a día pensando en cómo sobrevivir.
Quiero pensar que mis padres se dieron cuenta el día que reemplacé a su hijo menor, pero con tan solo 5 años, y con tres hermanos mayores, yo no era su prioridad. Su prioridad seguían siendo las vacas para ordeñar, cultivo para cosechar y los arcos para cazar.
Quizás mi madre notó algo, pero el cansancio de la cotidianidad le hizo pensar que su hijo menor, ahora era un miembro productivo del hogar. Porque si, en eso me convertí, no podía imaginarme volver a tomar agua sin estar hervida; nunca fui el más estudioso pero de solo imaginar el caldo de bacterias y gérmenes que mi familia esperaba que tomara, me hacía querer vomitar. Así que sin más me hice cargo de la cocina, tampoco fui un chef, pero como el adulto responsable que alguna vez fui, no se me hizo difícil cocinar todos los días, y si me miraban raro por desperdiciar leña hirviendo agua, no dijeron nada pues yo era el que la recogía.
Theo, mi hermano mayor, fue el primero en comentar que mi ropa siempre estaba limpia, y que por lo general, yo no olía a sudor y mugre todo el día, él lo dijo en modo de broma, como si me estuviera comportando como un niño de una familia noble, que no hace nada en el día, pero mi madre, que siempre estaba en casa, fue la primera en corregirlo y en mirarme pensativamente.
Éramos humildes campesinos, vivíamos a las afueras de un pequeño pueblo, un simple mercado y varias casas, en las que podíamos conseguir lo que no produciríamos, y detrás de nuestra casa un denso bosque que se extendía hasta el horizonte, escondía un pequeño riachuelo en el que todos los días me bañaba y lavaba la ropa de mi familia.
Dos años después, me sentí feliz de descubrir que los pequeños cambios que estaba implementando en mi familia, estaban dando resultados, al escuchar cómo después de una pequeña epidemia de gripa en el pueblo, ninguno en nuestro hogar se había contagiado. y cuando en la cena, mi familia entera discutió el asunto, notaron como ninguno de ellos había vuelto a presentar dolores de estómago, diarreas, o las comunes infecciones de la piel, que tanto fastidian y desfiguran la piel.
Fue así como reconocieron cómo mi insistencia en hervir el agua para beber, en bañarse diariamente y usar siempre ropa limpia, eran los causantes de estos cambios y agradecieron a los dioses por haberme puesto en su hogar.
En lo personal, ahora que podía darme el lujo de vivir, sin preocuparme por morir de una infección, gripa o bacterias en mi estómago, me dediqué a tratar de entender en qué lugar me encontraba. Sabía que estaba en una aldea alejada de toda tecnología, y me reusaba a pensar que en el mundo globalizado que había dejado atrás en mi primera vida, aún existieran lugares así. Por tanto, siempre que podía me dedicaba a escuchar las historias de los viejos, de los comerciantes y aventureros, que habían viajado o escuchado sobre lo que estaba afuera.
Inicialmente no encontré nada que me fuera muy útil; de los comerciantes aprendí que estaba en el norte, y que los grandes asentamientos más cercanos eran Invernalia, casa de los Stark y Castillo Cerwyn de la familia Cerwyn. De aquellos que alguna vez fueron soldados, aprendí que debía odiar a los krakens, pues eran piratas de las islas de hierro, y que lo único que querían era a nuestras mujeres y nuestras cosechas. De las ancianas, que se pasan todo el día recordando el pasado, escuché las antiguas leyendas, leyendas de magia, de personas que ven el futuro en sueños, que ven a través de los ojos de animales, o que se comunican directamente con los dioses por medio de sus árboles sagrados, y lo más sorprendente de todo, que alguna vez los dragones fueron reales y conquistaron este continente, que existieron gigantes que montaban mamuts y que en lo profundo de los bosques pequeños seres con piel marrón y grandes ojos verdes, eran los protectores de los bosques y eran conocidos como los niños del bosque.
Fue ahí que descubrí mi próximo objetivo: aprender la magia de este lugar, pues yo soy prueba de que existe, al haberme transportado a este extraño lugar con mis memorias intactas, además, ¿qué niño nunca soñó con tener magia a su disposición? Sin embargo, primero era momento de empezar a encontrar mi lugar en la familia, sabía que nunca sería feliz en el huerto, junto a mi padre y hermanos, así que a mi me correspondería proveer algo que ellos no pudieran.
Con 7 años era momento de aprender a cazar. Mi familia valoraba las costumbres que había inculcado en ellos, pero eran tareas de mujer, y si todo salía como mis padres querían, el actual embarazo de mi madre, nos daría una hija, que acompañaría a nuestra madre en las labores del hogar. Es así que con un arco en mano, y un pequeño cuchillo me adentré en el bosque dispuesto a descubrir sus secretos y conquistar sus desafíos.
No es como cuentan en las historias, como lo imaginé en mi mente, el hijo pródigo llegando al hogar con ciervos y jabalíes listos para ser cocinados. Aprender a tener paciencia es indispensable para acechar un animal, y con 7 años me era casi imposible quedarme quieto.
Aprender a usar el arco tampoco fue fácil, a cambio de unos cuantos días de ayuda en el hogar, un viejo soldado me enseñó todo lo que sabía al respecto, no era mucho, pero si lo suficiente para dejarme los dedos sangrando cada día, mientras me acostumbraba a la tensión del arco, mientras sufría con mi pésima puntería y escuchaba como mis hermanos se burlaban de mi.
Con el tiempo mis dedos se volvieron duros, mi mirada se volvió aguda y mi puntería inigualable. Descubrí los lugares más recónditos del bosque cercano y lentamente mis presas fueron mejorando, liebres, ciervos y jabalíes que se volvieron mis presas regulares. Mi madre estaba especialmente agradecida con las múltiples pieles con las que podía arropar a mi nueva hermanita, una bebé rosada y saludable que se ganó el corazón de todos en el hogar.
El nacimiento de mi pequeña hermana marcó otro de los momentos importantes en mi vida. Me rehusaba a perder a mi madre por culpa de una infección en el parto, y me encargué personalmente de tener un ambiente limpio y en la medida de lo posible esteril para tan ansiado momento.
Aún me sorprendo del enfrentamiento que tuve a gritos con la partera, cuando le impedí entrar al cuarto de mi madre, sin antes haberse lavado y colocado la bata que le tenía preparada. El resto de la familia estaba tan asombrada que nadie intervino. Al final del día todo salió bien y después de unas semanas, la partera misma confirmó que mis cuidados habían ayudado a evitar las infecciones y fiebres usuales después del parto.
Fue así, como lentamente en el pueblo, con ayuda de la partera, y de las múltiples personas a las que les vendía animales cazados, la población empezó a notar los beneficios de un estilo de vida más limpio, lavando sus manos después de ir al baño, bañándose regularmente y en general, siendo más aseados.
Aquellos que aún eran escépticos o me consideraban exagerado, notaron la diferencia cuando a mis 10 años, en el año 230 después de la conquista, llegó el invierno, y con él la fiebre, o precisamente la ausencia de fiebre en los hogares que habían adaptado mis hábitos.
Uno de los inviernos más fuertes registrados en la historia del norte, y que sin embargo no cobró ninguna vida, por enfermedad en nuestra publicación, y sería la primera de las cosas que cambiaría mi vida para siempre.
