¿Qué hay peor que la secundaria?

Los de tercero que te sacan como tres cabezas de altura, la prefecta siguiendo a todo el mundo por todos lados (no es que él tuviera problemas con ella, pero le ponía de nervios que lo fuera a regresar a su casa por algún detalle olvidado en su uniforme), los compañeros más interesados en leer sus grotescas revistas con mujeres en poca ropa que en las clases, el olor repugnante que inundaba el salón después de cada receso.

Era inaguantable. Había podido tolerar el primer año a duras penas, manteniéndose lo más invisible que pudo, pero ahora, en segundo se sentía a dos segundos de explotar. Sabía que no era lo mejor, que su familia probablemente pondría el grito en el cielo si se enteraban de lo que pasaba por su mente, pero deseaba que algún bravucón se le acercara e intentara incomodarlo, ya vería en qué se metía.

Pero probablemente nadie lo haría, Levi Ackerman se había formado una reputación la última semana del año pasado cuando un tipo del taller de mecánica o de forja (daba igual, todos eran simios de todas formas) intentó arrebatarle su mochila.

Esas mochilas arrebatadas iban sin falta a la explanada de la escuela o a alguna jardinera en un vuelo directo desde la ventana más cercana al bravucón, en el caso del incidente, una en el tercer piso. El pobre propietario debía bajar a buscarla a toda velocidad rezando por que nada de lo de adentro se hubiera roto (especialmente si como Levi eras de electrónica y cargabas ahí tu proto y los chunches que el maestro pedía pero nunca dejaba usar) o que algún listo no hubiera aprovechado para repartir sus cosas entre los imbéciles de abajo en lo que bajabas corriendo.

La cosa es que al tener Levi el tamaño de un chaparrito de primero a los catorce años podía ser considerado un blanco fácil. Era un logro que no lo hubieran golpeado hasta entonces, probablemente el gesto de huele-cacas del que siempre se burlaba su tío Kenny tuviera que ver, pero en fin, un tipo se creyó lo suficientemente fuerte como para intentar quitarle la mochila de la espalda en vez de tomarla cuando Levi estuviera despistado. El resultado fue un hombro dislocado y una suspensión de tres días para el agresor y un citatorio y una suspensión de un día para Levi. Su madre estaba mortificada, pero Kenny no podía estar más orgulloso de su sobrino.

Era por ese motivo que era complicado meterse en un pleito si no lo iniciaba él, y esto estaba completamente prohibido por su bisabuelo, que era quien le había enseñado todo lo que sabía de artes marciales.

Así iba pensando de camino a casa cuando se encontró a un grupo de chicos en la esquina de una pichonera de pie, ocultando a una persona tirada en el suelo, ¿era quizás su oportunidad? Se quedó obsevándolos. Conocía a los chicos, andaban siempre con el imbécil de Erwin Smith, ese güerito bonachón que se juntaba hasta con las peores lacras de la escuela, incluso había intentado hacerse amigo de Levi también, pero era demasiado efusivo y amistoso para caerle bien.

Estos chicos en cuestión eran parte de la lacra, o más bien, esos tipos con los que ni la lacra quiere tener contacto. Perfectos para recibir una paliza y hacerse el héroe de una vez.

Uno a uno los tres matones dirigieron la mirada a Levi.

—¿Se divierten? —preguntó. Diablos, había sonado mejor en su cabeza, ahora parecía que quería unirse a patear al tonto del suelo.

—¿Se te perdió algo, enano? —Dijo uno de ellos, largirucho y pecoso.

—Ese al que patean es amigo mío, deberían dejarlo en paz —respondió Levi.

—Te dije idiota, la gente no sabe si eres hombre o mujer —dijo el segundo de ellos, un gordo de cabello rizado. Le dio una patada de nuevo a la víctima, quien soltó un quejido y encogió las piernas.

—Pero aún así tienen que salvate como a una mujercita, qué asco.

—Deberíamos irnos, es el tipo que mandó a Dan al hospital —este fue el tercero, uno de ojos más claros que su piel.

—Eres un cobarde, Tom, ¿qué nos va a hacer esta pulga? Dan es un pendejo, por eso se dejó lastimar.

Levi apretó los puños y esperó a que el pelos chinos, el último que habló, se le acercara amenazadoramente para ponerse en guardia. Si le llegaban a quedar marcas y su madre venía a preguntar a los vecinos qué había pasado no quería que supieran que él había comenzado el conflicto. De hecho mucho mejor si se enteraba de que había usado las técnicas de lucha del bisabuelo para defender al ñoño tirado en el suelo.

Al ver el cambio de posición los otros dos matones se acercaron también, dispuestos a atacar a Levi al mismo tiempo para defender el honor de su amigo o algo así.

—Eso, vénganse de tres en tres para que esté parejo —los provocó Levi con una media sonrisa.

El primero en atacar fue Pecas, quien le tiró un golpe al oído. No fue muy difícil de esquivar. Tampoco el golpe que le dirigió el pelos chinos al estómago. Al pobre Tom terminó dándole un cabezaso en la nariz al moverse para esquivar los otros dos. Sangró inmediatamente y se fue, corriendo despavorido. Bueno, ese era uno menos.

—¡Eso! ¡Golpéalos! —dijo una voz a la derecha de Levi, hacia donde estaban los idiotas en primer lugar.

Levi volteó instintivamente al escuchar a la persona, por lo que recibió un puñetazo en la boca. Por fortuna no le dolieron los dientes, pero sí sintió el sabor a hierro de la sangre. Bueno, ahora era seguro que su familia se enterara de que se agarró a golpes con alguien, mejor salir bien parado. Esquivó el segundo puñetazo de parte del pelos chinos, maldiciendo al darse cuenta de que Kenny se burlaría de él hasta el cansancio por dejarse distraer.

Cuando pecas se tambaleó y bajó el rostro casi al nivel de Levi, éste último vio su oportunidad y le atestó un golpe en las orejas con ambas palmas. Trató de hacerlo sin mucha fuerza, para no ocasionarle un daño grave, pero el tipo de todas formas se tambaleó y cayó en el suelo de rodillas, entre arcadas.

Quedaba el último. Pelos chinos vaciló, pero terminó por atacar finalmente. Levi le respondió con una patada en la barriga, tampoco demasiado fuerte, pero suficiente para dejarlo sin aire. Lamentablemente el cobarde se alejó del patín, vacilando con miedo al ver lo que había sido de sus amigos. Esto no evitó que el gordo tosiera y escupiera un par de veces, boqueando por aire mientras cojeaba para encontrarse con su alto amigo y ayudarlo a escapar lejos del pequeño defensor de los débiles.

A Levi le hizo gracia. Por lo menos podía estar seguro de que no eran lo suficientemente miserables para abandonar a los lacras de sus amigos, nada de esperarse en basuras humanas de ese tipo.

Se limpió el labio sangrante con el dorso de la mano distraídamente, dispuesto a, ahora sí, dirigirse a su casa, cuando una extraña voz lo sobresaltó:

—¡Muchas gracias! Creí que no la contaba.

Levi se dio la vuelta. Era cierto, con su sed de golpear a alguien a como diera lugar, o de justiciero (dependiendo de cómo lo quisiera ver uno), había olvidado a la persona a la que justamente estaba defendiendo. Fue entonces que la miró por primera vez:

Era una niña fea. Lo primero que resaltaba en esa boca que abarcaba la mitad de su cara eran los dientes enormes y torcidos, unidos tensamente por el alambre de unos brackets. Llevaba lentes de vidrios gruesos y se alcanzaban a distinguir unas gruesas cejas (de esas que el bisabuelo hubiera llamado "presidenciales" sin ningún remordimiento). El pelo, castaño, grueso y mal agarrado en un montón de trenzas chuecas, se veía mantecoso y se juntaba en mechones grandes, era muchísimo. La voz era más gruesa de lo que era usualmente en las chicas de su edad y la falda abajo de la rodilla volvía más extraño su andar de zancas largas hacia Levi.

—¡Eres algo así como alguien de una película! Eres increíble —dijo la muchacha al acercarse.

Levi se quedó sin habla. Ella era unos diez centímetros más alta. No era fuera de lo común, al fin y al cabo a Levi todavía no le llegaba el estirón, pero usualmente no tenía a las chicas altas tan cerca de él. Mucho menos chicas como esta, que recordaban a Abby Patosa.

—No me creo que te hayas deshecho de todos ellos, y menos siendo tan pequeño.

Esto último fue lo que sacó a Levi de su pasmo.

—¿Eres idiota? ¿Cómo se te ocurrió meterte con esos tipos?

—Cielos, no es para tanto —bufó la muchacha, sacudiéndose la tierra del uniforme e inspeccionándose los brazos en busca de heridas. La única marca visible que tenía era una mancha roja bajo el pómulo que no tardaba en volverse morada, pero Levi había visto que la patearon en el estómago—. No es la primera vez que me meto en problemas así, pero sí es un poco difícil cuando se juntan tres, deberían ser más conscientes con la fuerza de orangután que tienen... ¿Cómo te llamas, niño?

—Levi —dijo el joven en una exhalación. No apreciaba que le dijeran niño cuando ya tenía catorce años, pero era algo con lo que tendría que vivir hasta que no creciera unos centímetros más. Comenzó a caminar rápidamente y la muchacha lo siguió de cerca a pasos torpes.

—Yo soy Hange, oye, ¿y en qué taller estás? ¿Hay taller de karate o algo así? —Acompañó su estúpido comentario con un "jejeje". Ni siquiera una risa, lo dijo como si hubiera leído un chat. Sabía que no era lo correcto, pero a Levi no le costaba imaginar por qué la habrían golpeado aquellos malvivientes. Era muy irritante—. ¿Vas a tomar un camión? —Levi negó con la cabeza—. Si no vives lejos, ¿crees que pueda acompañarte y usar tu baño?

—¿Necesitas cagar?

Hange lo pensó un par de segundos, sin darse cuenta de que se burlaban de ella.

—No, ahora no. Es solo que quiero lavarme algo de la tierra antes de ir a mi casa, me van a ver raro en el camión si me subo toda arrastrada.

Levi suspiró y siguió caminando, dejando que la niña lo siguiera. Por lo menos serviría de explicación a por qué llegaba con el labio partido. Pero ojalá Kenny y el bisabuelo estuvieran fuera esa tarde, no lo dejarían olvidar nunca el haber salvado al patito feo.


Cuando llegaron los de tercero a anunciar las actividades del día de San Valentín, Levi no pensó nada al respecto. Había ocurrido el año pasado y probablemente le tocaría a él salir el próximo a mendigar dinero para la graduación.

Venderían durante estas dos semanas y hasta el 14 del mes globos, dulces y flores. Incluso había una actividad interesante en la que los dejaron usar los buzones del año del caldo que había fuera detrás de casi cada edifici. Terminaban siendo suficientes para todos los alumnos de primero y segundo.

La dinámica con estos buzones consistía en hacerles un perímetro con cinta y cobrar dos pesos por meter un sobre en ellos. Dos encargados de la actividad cargaban las llaves y por un costo extra las prestaban para dejar paquetes. Levi no participaba, claro, sentía que tomar parte de esas actividades sosas le quitaban lo genial que podían verlo los otros, pero para los demás estudiantes no era impensable despedirse de unos diez pesos para asegurarse de que sus amigos tuvieran algo que abrir el día que les entregaran su correspondencia.

Y de verdad a Levi le parecía todo tonto y sin importancia hasta que vio a los tres matones de la semana pasada a los buzones del edificio en donde estaba el taller de computación. Tal vez debió dejarlos por la paz y meterse en sus propios asuntos, bien podían estar dejando cartas de amor, pero de veredad le causaban mala espina. Prefirió cerciorarse y meter un poco la nariz en lo que no le importaba.

—¿Hay una Hange en tu lista? —le preguntó al encargado de las llaves de esa sección.

—Sí, Zöe Hange, buzón número 53 —Respondió el muchacho sin revisar la lista, lo que indicaba que hacía no mucho dio la dirección—. ¿Me permites ver tus cartas?

—No tengo ninguna carta, solo quiero saber si el gordo que vino hacer rato le dejó algo.

—La actividad no trata de eso, niño, solo puedes dejar cosas, no tengo por qué decirte si tu crush tiene más pretendientes.

—¡No me gusta Hange!

—Cielos tigre, baja la voz, no te vaya a escuchar el otro novio.

—Creo que alguien le está jugando una broma pesada y quiero asegurarme de que esté bien solamente.

—No es mi problema si se juegan bromas, trae tu carta o vete al diablo.

Levi se puso colorado y se le acercó al fulano amenazadoramente. A pesar de sacarle unos veinte centímetros el tipo se hizo para atrás.

—Dame las llaves.

—N-no te las puedo dar si no vienes a dejar nada.

—¿Quieres dinero? ¿Cuánto cuesta la puta llave? Te estoy diciendo que me la des.

—Yo...

—Hola chicos, ¿qué hacen?

Erwin Smith, el güero castroso había llegado y se cruzó de brazos frente a Levi, que tenía en el puño el cuello de la camisa del pobre chico de tercero.

—Ah, Erwin —suspiró el muchacho mayor, safándose del agarre de Levi—. Este niño no entiende que no puede revisar la correspondencia de los demás. ¿Sabías que en Estados Unidos es delito federal?

Claro, el tipo estaba haciéndose el chistosito ahora que el héroe Erwin estaba para protegerlo, típico de estos idiotas.

—No estamos en Estados Unidos, Jonatan. De hecho hoy cuando llegué me pareció ver un letrero que decía algo como Escuela Secundaria Técnica Número 104 —respondió Erwin.

—Pero...

—¿Qué es lo que ibas a hacer, Levi?

Levi intentó esconder la molestia de que Erwin lo llamara así sin ser su amigo. Realmente no sabía cuál era la forma en la que debían llamarlo, en realidad no tenía muchos amigos, pero los maestros siempre lo llamaban Ackerman.

—Creo que unos tipos metieron cosas feas en el casillero de mi... amiga. Quiero revisarlo para asegurarme de que todo esté bien. No tolero sus bromas pesadas.

—Vas a dejar en su lugar todo lo que no sea parte de una broma, ¿verdad? —preguntó Erwin, a lo que Levi asintió—. ¿Lo ves, Jon? Préstame las llaves y lo acompaño a revisar eso, me aseguraré de que no saque ninguna carta de amor.

Odiaba que Erwin tuviera que interceder por él, pero no le discutió nada cuando lo acompañó al buzón 53. Cómo detestaba a la gente del final de la lista, ellos alcanzaban a hacer la tarea mientras los profesores lo martirizaban a él y a los otros idiotas del principio.

—Si hubieras dicho que era para la sosa de Zöe Jona no se hubiera puesto tan a la defensiva, ¿vas... a revisar todo? —vaciló Erwin al ver el casillero con varias bolsas de papel en su interior.

—Todo, te juro que no voy a dejar nada que no le vaya a hacer daño —le aseguró.

Lo primero era un sándwich de huevo cocido. Levi lo dejó en el suelo.

—¿Qué tiene eso de malo? Solo es...

—Falta más de una semana para que vacíen estas cosas, genio, ¿cómo crees que vaya a terminar?—Levi volteó los ojos, cómo se notaba que este tipo nunca había sido víctima de bullying—. Se va, ni siquiera podemos estar seguros de que no tenga purga, tal vez no muchos dudarían que la rara sea capaz de comer huevo añejo.

Había también una bolsa con un ratón muerto, una más que no revisaron porque el olor se desprendió en cuanto Levi la levantó y cinco cartas. Estas últimas Levi se las echó a la mochila.

—Oye...

—Creí que no estábamos en el gabacho. Solo las voy a revisar rápidamente, si no tienen burlas o insultos yo mismo voy a pagar para regresarlas.

—Va, pero las vamos a revisar juntos —suspiró Erwin.

Las llaves las devovieron al inútil de Jonatan y se dirigieron a una banca alejada del bullicio del patio de recreo, más del lado de las canchas para abrir su botín. Más valía terminar con la compañía de Erwin de una vez por todas.

Los sobres eran de colores, pero el destinatario estaba escrito con máquina de escribir. Se trataba bien de un enamorado anónimo (cosa difícil de creer por la cantidad de cartas y el aspecto de la susodicha) o de un maloso tratando de cubrir su identidad.

Como Levi sospechó, era la segunda opción. Las cartas estaban llenas de burlas o insultos: por su apariencia, por su entusiasmo al contestar las preguntas de los maestros, por no parecer niño ni niña, por ser la única chica que no lloró al diseccionar cucarachas en la clase de biología. En fin, simplemente por ser diferente. El joven sintió culpa a leer las palabras hirientes, algunas de las cuales le habían pasado por la cabeza a él mismo, pero tuvo la descencia de no hacer del conocimiento de la cuatro ojos. Al ver a Erwin, parecía por la expresión de su rostro que sentía un remordimiento similar.

Tiraron todas las cartas a la basura en pedacitos, claro. Incluso tacharon el nombre de Hange y repartieron los trozos de papel por diferentes botes de basura de la escuela, eliminando así la posibilidad de que ningún chistoso tratara de armarlas de nuevo.

Lo único que Levi guardó fueron los sobres. Eran más coloridos y bonitos de lo que estaba dispuesto a pagar.


A Hange Zöe le dieron la opción de abrir un casillero. Al parecer recibió correspondencia por lo de la atividad del día se San Valentín.

No esperaba recibir nada y, considerando el acoso que sufría a diario, abrió el buzón con muchísimo cuidado. No había nada desagradable fuera de un líquido extraño en el piso que procuró no tocar. Tomó sus cartas (unas quince) y las guardó en su mochila. Si era algo feo no le iba a dar a nadie de ver su rostro al leerlas.

Pero no había nada de qué preocuparse, aparentemente. Fuera del exterior de los cinco sobres coloridos que recibió, todo lo demás estaba escrito por el puño y letra de dos personas con mejor caligrafía que la de ella (nada complicado). En los coloridos venían calcomanías y dibujos de El extraño mundo de Jack, Sankarea y de Harry Potter. Un par de bolsas de té de manzanilla empaquetadas en una página del reglamento de la secundaria, que indicaba las sanciones a las faltas de conducta, a forma de sobre y la letra bonita en los sobres blancos con poemas y canciones.

No se sentía romántico, en realidad solo se sintió aliviada por no haber recibido las burlas y amenazas que esperaba. A pesar de que lo negaron el detalle lo atribuyó al chico con cara de culo que la defendió de unos matones semanas antes y ahora se sentaba como no queriendo la cosa cerca de ella; y a Erwin, el bonachón popular que se sentaba cerca de Levi, ignorando sus malos gestos.