Ni la historia ni los personajes me pertenecen.
Sinopsis
En Konoha, Colorado, enterré a mi padre junto con su Equipo de Hotshots.
Diez años más tarde, he seguido sus pasos; batallando incendios en las montañas de Alaska con mi hermano.
Entre las llamas, nada me excita como Ino Yamanaka. Ella es testaruda, fuerte, extremadamente sexy, y mi mejor amiga. Tampoco tiene idea de que estoy enamorado de ella.
Pero Colorado me pide que regrese a casa, necesitan a cada bombero nacido en Konoha para reconstruir con éxito el equipo de nuestros padres.
Una noche lo cambiará todo entre nosotros, pero ella está atada a Alaska y mi futuro se encuentra en Colorado.
Ahora estoy dividido entre lo que me demanda el honor, y lo que mi corazón necesita para vivir.
1
Kiba.
A la mierda mi vida, me sentía exhausto. Entrecerrando los ojos al sol, salí de la casa del Equipo Hotshot Sol de Medianoche a las once menos cuarto de la noche. Nunca había conocido un nombre más apropiado para un equipo hotshot en mi vida. Habíamos vivido aquí los últimos siete años —tan pronto como me aceptaron en la Universidad de Alaska—, pero la situación de la luz solar a finales de julio todavía me sorprendía de vez en cuando.
Supongo que mi cerebro siempre se desviaba hacia Colorado.
—Maldición, eso fue largo, Kib —dijo Neji, balanceando un brazo sobre mi hombro y apretando.
Hacía lo mismo después de cada incendio en el que estábamos juntos. Sabía que él odiaba que lo siguiera en esta vida. ¿Qué mierda creía que iba a hacer? ¿Dejar que mi hermano mayor siguiera los pasos de nuestro padre y no acompañarlo? Demonios, no. Tan pronto como fui lo suficientemente mayor, apliqué, me esforcé al máximo en la universidad para obtener mi título en el sector forestal, y ahora aquí nos encontrábamos.
—Me alegro de que haya terminado. Por un momento se ponía peligroso allí.
Abrí las puertas de mi F250 mientras él me alborotaba el cabello como si fuéramos niños de nuevo. Mechones de pelo oscuro y grueso se quedaron atrapados en mi barba mientras se acomodaba alrededor de mi rostro. Hasta la barbilla era lo más lejos que podía soportar mi cabello, no tenía ni idea de cómo Neji lograba mantenerlo en su espalda.
Nuestra madre es Cheyenne, decía siempre a modo de explicación.
—Se fue a la mierda —admitió—. Siempre podrías hacer un trabajo cómodo con el servicio forestal. Sin fuegos, a horas seguras, un buen paisaje… —dijo antes de también desbloquear las puertas de su camión.
—Como si eso fuera a suceder —dije mientras lanzaba mi bolso cubierto de tierra en la parte trasera del camión.
—Sí, bueno, me gustaría que lo hicieras —murmuró.
—¿Gimnasio mañana? —le pregunté, ignorando su pulla.
Para ser solo tres años mayor que yo, se tomaba en serio su papel de hermano mayor.
—Igual que siempre —respondió, subiendo a su camioneta.
Hice lo mismo, deslizándome detrás del volante y cerrando la puerta. Arranqué el motor y fui por el camino saliendo de Fairbanks, dirigiéndome hacia mi casa en Ester. Neji era un hombre loco cuando se trataba del gimnasio.
"Será mejor que seas más rápido que el fuego", me decía siempre.
Así que me exigía como si las llamas estuvieran constantemente cerca de mis talones. No es que me importara el cuerpo que me daba: demonios, atraía más que mi parte justa de la atención femenina. Y aunque había probado el buffet de mujeres aquí, mis hazañas no eran nada comparadas con las de Neji. Sin embargo, ambos éramos iguales en una cosa: nunca habíamos estado con una mujer más de seis meses o algo parecido. Neji tendía a dejarlas en ese momento, y en cuanto a mí... bueno, las chicas siempre se daban cuenta de que no eran mi máxima prioridad, lo que les molestaba con razón.
Cuando salí de la ruta tres hacia Ester, el sol empezó a ponerse. Por el amor de Dios, eran las once de la noche. Extrañaba las cálidas noches de verano bajo las estrellas en Colorado. No es que las auroras boreales no fueran increíbles... simplemente no eran lo mismo.
No te quejes por luz del sol. Pronto estará oscuro todo el día.
El lote frente al Bar Golden Eagle tenía un lugar de estacionamiento vacío, y lo tomé, saltando del camión una vez que apagué el motor. Olía a humo y a diez días de una dura lucha contra incendios, pero sabía que se molestaría si no me pasaba por allí.
Además, deseaba verla.
La música estaba alta cuando entré en el salón de madera antigua. Había una buena multitud para un sábado por la noche.
—¡Kiba! —gritó Jessie Ruggles desde el bar, su falda un infierno mucho más corto de lo que le pedían sus largas piernas. No es que me quejara—. ¿Todo el mundo llegó bien a casa?
—Sí, estamos intactos —respondí—. ¿Has visto…?
—¡Kiba!
Me giré hacia su voz y me encontré inmediatamente con unos cuarenta y cinco kilos de perfección. Me juraba que era más. Nunca le creí.
Ino saltó, y la atrapé fácilmente. Enrolló los brazos alrededor de mi cuello, uno de ellos acunando la parte de atrás de mi cabeza de esa manera suya que siempre me derretía.
—Estás bien —susurró en mi cuello.
Incluso en el bar, olía fantástico, a manzanas y canela.
—Estoy bien, Ino —le prometí, con las manos extendidas sobre su espalda—. Todo el mundo lo está.
Asintió, pero no dijo nada, solo me apretó un poco más.
Había vuelto a casa de innumerables incendios en los años en que había sido mi mejor amiga, y siempre era así como me daba la bienvenida. No existía nada mejor en el planeta.
Me quedé allí en medio del bar, dejándola sostenerme todo el tiempo que necesitara. Sobre todo porque nunca podría tenerla lo suficiente en mis brazos. Ino Yamanaka había sido mi mejor amiga desde que tenía dieciocho. Y también había estado silenciosamente enamorado de ella por el mismo tiempo… Tal vez un día estaría lista para escucharlo, pero sabía que hoy no era ese día. Demonios, el año siguiente tampoco parecía prometedor.
Respirando profundo, Ino se deslizó de mis brazos, retrocediendo un par de metros una vez que sus dedos golpearon el piso de madera del bar. Luego me miró, inspeccionando cualquier cosa que pudiera parecerse a una herida. Se metió el largo cabello rubio detrás de las orejas y asintió, apaciguada. Ino era luz en todas las partes donde yo era oscuridad, su piel era pálida donde la mía se hallaba profundamente curtida por el sol y por la herencia de mi madre Cheyenne. Era diminuta donde yo era ancho, tenía curvas donde yo era recto, y los pantalones cortos que llevaba no disimulaban mucho sus piernas tonificadas.
—Mira, estoy bien —dije con una pequeña sonrisa.
—¿Lo prometes? —preguntó, estrechando esos hermosos ojos azules.
—Huelo a humo y estoy jodidamente agotado, pero aparte de eso, estoy en una sola pieza. De hecho, me dirijo a casa, pero pensé que esta noche trabajabas...
—Y que te patearía el culo si no me decías que regresaste a casa.
—Siempre te podría escribir.
—No es lo mismo. —Su sonrisa creció hasta que pudo haber iluminado el mundo con lo brillante que era—. Me alegra que estés en casa.
—A mí igual. ¿Akamaru me ha extrañado?
—Tu husky es el perro más necesitado y peludo que he conocido, pero sí, está contento y lleno de golosinas en tu casa.
—Es un bebé grande —admití.
—Al igual que su dueño —bromeó.
—Ino, ¿pensabas volver a trabajar? —preguntó Hitomi, detrás de la barra, en su tono áspero por su paquete de cigarros diario. Era eterna, congelada en alguna parte en sus cincuenta. La mujer no había cambiado desde que llegué aquí hace siete años.
—Sí —gritó Ino—. Lo siento, tengo que irme.
—Lo sé. No te preocupes. Te veré mañana…
—¡Kib!
Natsu vino corriendo hacia mí, un enredo de cabello y rodillas huesudas. La cogí con facilidad y la apreté con fuerza.
—¡Hola, Nat! ¿Qué estás haciendo aquí?
Se apartó y miró a Ino.
—Se suponía que debía quedarme con Stella, pero tuvo que salir de la ciudad con sus padres.
Asentí y miré a Ino, que se mordía el labio. Sabía que odiaba tener que traer a Nat, solo tenía trece años, pero odiaba más dejarla sola con su padre.
—¿Por qué no vienes a pasar la noche en mi habitación de invitados? —pregunté.
Sus ojos se abrieron de emoción.
—¿Puedo ver Juego de Tronos?
—No —contesté—. Pero creo que tengo todos los episodios de Arrow.
—De acuerdo, puedo estar bien con eso. Stephen Amell es ardiente.
—Si tú lo dices —le dije, sonriéndole.
Nat nunca dejaba de traerme una sonrisa a la cara.
—¿Estás segura de que no te importa? —preguntó Ino, retorciéndose las manos.
Quería acariciar su rostro, acariciarle las mejillas con los pulgares y darle un suave beso en los labios. En cambio, le apreté la mano.
—No hay problema. ¿Por qué no vienes cuando termines? Duermes con Natsu, y nos vamos a desayunar por la mañana.
Asintió con una sonrisa.
—Sí. Cierro a las dos y luego me voy.
Habría dicho cualquier cosa para ver la sonrisa de Ino así: feliz y despreocupada. Siempre fue hermosa, pero esa sonrisa la llevaba directamente a preciosa, y nunca la veía lo suficiente.
—Tienes una llave, así que simplemente entra. Nat, ¿estás lista?
—¡Sí!
Me reí de su emoción.
—De acuerdo, pero no te emociones demasiado. Akamaru podría querer compartir tu cama, y es un cochino.
—Es cierto, pero es agradable y cálido.
—Eso es él —admití antes de volverme a su hermana mayor—. ¿Te veo en la mañana?
Asintió y se puso de puntitas para abrazarme. Era la única manera de estabilizar la diferencia entre mi cuerpo de un metro noventa y cinco, y el suyo de uno sesenta y siete. —Gracias por llevártela —dijo, abrazándome fuerte—. Sencillamente no podía dejarla allí por sí sola. Él se torna demasiado rudo por la noche.
Cuando ha estado bebiendo.
—No hay problema.
La abracé y la dejé deslizarse fuera de mis brazos. Entonces llevé a Natsu a casa.
—Me encanta tu casa —dijo mientras subíamos los escalones del porche.
—No es tan grande como la tuya —respondí, deslizando la llave en la cerradura.
Había construido la casa por mí mismo… con Neji y trabajadores contratados, por supuesto; y me gustaba su diseño tradicional de cabaña de troncos, pero sabía que no era mucho.
—Se siente más como un hogar —dijo, cuando abrí la puerta.
—¡Uf! —El aire escapó de mis pulmones cuando Akamaru salió disparado por la puerta, derribándome hacia el suelo. Sus cincuenta y cinco kilos yacían en mi pecho, lamiéndome la cara mientras gemía—. Sí, yo también te extrañé, amigo —dije, acariciando su piel gruesa.
Sus ojos oscuros me dieron una mirada desaprobatoria, como si hubiese tenido algún control sobre cuánto había durado el incendio, para luego dejarme ir. Masajeé su cabeza unas veces más, y comenzó a perdonarme.
—Regresa cuando hayas terminado —le dije, y él salió corriendo y se metió entre los árboles. Había algo que decir sobre tener diez acres para mí.
Llevé dos de mis dedos a mi boca y luego los presioné contra la imagen enmarcada de mi papá que colgaba justo encima de la entrada. Algunos rituales tenían que perdurar, y éste era definitivamente uno de ellos.
—He llegado a casa, papá —dije.
—¿Por qué hiciste eso? —preguntó Nat.
—Porque siempre le avisaba cuando llegaba a casa luego de un incendio —le dije, recogiendo mi mochila.
—¿Porque él no lo hizo? —preguntó.
La pregunta inocente me cogió con la guardia baja.
—Así es. Él murió junto a todo su equipo Hotshot, cuando un incendio ardió en nuestra ciudad natal.
Ella levantó la mirada hacia la foto de mi papá con su equipo y luego de regreso hacia mí.
—¿Hace cuánto tiempo sucedió eso?
—Diez años.
Diez años en un par de semanas.
—Eso es triste. Lo lamento.
—Gracias. Es duro perder a un padre, ¿verdad?
Asintió.
—Yo realmente no recuerdo a mi mamá, sin embargo, así que… —Se encogió de hombros.
—No creo que eso lo haga algo más fácil. Una pérdida es una pérdida.
Asintió, examinando la foto de mi padre.
—Era guapo.
—Seguramente mi mamá pensó eso. —Se habían amado el uno al otro de una manera que me decía que nunca me conformaría con menos que eso en mi propia vida—. Tus cosas siguen en la cómoda de allí —le dije a Nat mientras ella se dirigía a la sala.
No era la primera vez que se quedaba a dormir mientras Ino estaba trabajando, y sabía que no sería la última vez.
—¡Gracias! —dijo, saltando a la habitación para invitados y la televisión de setenta pulgadas que compré mayormente para ella.
Por mucho que amara a Ino, tenía debilidad por Natsu.
Akamaru comenzó a llorar en la puerta, así que lo dejé entrar. Luego llevé mi mochila a la lavadora. Como de costumbre, toda mi ropa olía a humo. Nunca me molestaba, hasta que llegaba a casa. Una vez que ingresaba a casa, no podía esperar a sacar el olor del humo de mi ropa, mi cabello, mi piel. Lancé todo dentro de la máquina, eché detergente y comencé la carga. Esperaba que el olor se quitara en la primera lavada.
Tomé una larga ducha para hacer lo mismo con mi cuerpo.
Una vez limpio, cogí una cerveza, encendí la televisión para ver las noticias y ponerme al día con lo que sucedía en el mundo, y puse mi portátil en mi regazo, revisando mis redes sociales. Akamaru se acurrucó a mi lado, por lo que lo acaricié distraídamente mientras me desplazaba por la página web.
Drama. Drama.
Un lindo bebé. Drama.
Rayos, ¿cuándo se casó? Había estado fuera de Colorado tanto tiempo que había perdido el contacto completamente.
Después de unos minutos, cerré la computadora, dejando atrás a mis amigos, ambos de la universidad y de casa en Colorado, mientras cambiaba el canal y me desconectaba del mundo por un momento. Había llegado a casa después de otro incendio. Miré la foto de mi papá e incliné la cerveza en su dirección a modo de saludo. Luego tomé un largo trago y apoyé mi cabeza en el sofá.
—¿Kiba?
Parpadeé hacia la suave voz y levanté mi cabeza mientras dejaba la cerveza a un lado. —¿Ino? —pregunté, con mi voz ronca por haber estado durmiendo.
—Sí —dijo, pasando sus dedos por mi cabello—. Debes haberte quedado dormido.
—Ajá. —Me incliné hacia su toque—. ¿Qué hora es?
—Dos y cuarto.
Me senté y sacudí el sueño de mis ojos.
—¿Es en serio?
—Debes estar agotado —dijo, acurrucándose a mi costado.
Envolví mi brazo a su alrededor y con el otro coloqué una manta sobre ella.
—Lo estoy —admití—. Apuesto que tú también.
—Ajá —dijo, cuando su cabeza encontró ese lugar perfecto en mi pecho al mismo tiempo que soltaba un bostezo que podría quebrar su mandíbula.
Hazlo ahora.
Cada vez que estaba en un incendio, juraba que volvería a casa y le diría cómo me sentía. Sabía que ella no quería estar en una relación con nadie, que pensaba que solo tenía tiempo para cuidar de su padre postrado en una cama. Que sus dos trabajos y básicamente criar a Natsu por su propia cuenta eran sus únicas prioridades… Pero yo quería que sepa que ella era mi única prioridad. Entonces, ¿qué si se complicaba? ¿O se volvía un desastre? No iba a ir a ningún lado, y tampoco ella. Encontramos una forma de resolver lo que sea que se pusiera en el camino, e incluso si tomaba años, sabía que ella sería la única que querría.
Todas las otras relaciones fallidas, ya me habían enseñado que no había un reemplazo para Ino Yamanaka.
Respiré profundo e intenté encontrar mis bolas proverbiales.
—Oye, ¿Ino?
No contestó.
Me moví solo lo suficiente para verla con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, su respiración uniforme y profunda. Estaba dormida.
Debí haberla acomodado. En vez de eso, apoyé mi cabeza sobre el sofá otra vez y saboreé la sensación de quedarme dormido con ella en mis brazos.
Habían pasado solo cinco minutos cuando hubo un golpe en mi puerta. Me incorporé con un sobresalto, apenas logrando atrapar a Ino antes de que caiga al suelo.
—¿Quién demonios? —murmuré, mirando por la ventana.
El sol ya había salido, pero eso no decía mucho.
—Guau, son las ocho —dijo Ino, estirándose junto a mí.
No miré la forma en que sus pechos se presionaban contra el delgado material de su camiseta.
No aprecié su bostezo soñoliento, donde su lengua se curvaba como un pequeño gatito.
No imaginé de inmediato colocar su cuerpo caliente debajo del mío y despertarla completamente con un orgasmo que dejaría esa voz rasposa gritando mi nombre.
Para nada.
…Mierda.
Los golpes continuaron, así que me levanté y me dirigí a la puerta, donde Akamaru ya estaba meneando la cola. Abrí la puerta y él salió volando, más allá de donde Neji estaba parado con los labios apretados. Esa cara nunca era una buena señal.
—Todo un perro guardián el que tienes allí —remarcó mientras entraba.
—Akamaru sabía que eras tú —dije—. Además, tengo veinticinco años. No me jodas. Eres solo tres años mayor.
—Sí —dijo, mirando la foto de papá antes de entrar en la sala. Si él no me había seguido el juego, pasaba algo drásticamente malo— Hola, Ino —la saludó en mi cocina, donde ella preparaba café.
—Neji —respondió con una sonrisa—. ¿Café?
—Eso sería genial —dijo antes de volverse hacia mí— ¿Estás despierto?
—Abrí la puerta, ¿no? —Crucé los brazos sobre mi pecho—. No se supone que nos encontremos hasta dentro de otras dos horas, así que ¿por qué estás aquí?
Su mandíbula se flexionó.
—Recibí una llamada telefónica temprano en la mañana.
—¿De quién?
A menos que fuera nuestro padre llamando desde la tumba, no podía pensar en una razón lo suficientemente buena para sacarme de los brazos de Ino.
—Sasuke Uchiha.
—¿Sasuke? Mierda, no es posible. —Sacudí mi cabeza; seguramente había escuchado mal— ¿Sucedió algo malo en casa?
¿Por qué rayos llamaría Sasuke? Él estaba en el equipo Hotshot en California. Demonios, dejó Konoha al mismo tiempo que yo.
Neji tragó y flexionó las manos.
—Están reconstruyendo al equipo.
Mi mandíbula golpeó el maldito piso.
—Lo siento. Vas a tener que decirlo otra vez.
Asintió.
—Sí, hice que me lo dijera como seis veces. Honestamente no le creí hasta que Sakura Haruno tomó el teléfono.
—¿Saku está en esto también?
Ambos, Saku y Sasuke, habían perdido a sus papás junto con el nuestro, enterrándolos uno al lado del otro en la Montaña Konoha.
—Nunca pensé que fuera posible, pero ellos consiguieron que el consejo municipal estuviera de acuerdo, con una condición.
—¿Cuál?
Toda emoción posible me asaltó, dejándome en carne viva con incredulidad, esperanza, orgullo y un toque de cautela. ¿Reconstruir un equipo que había sido aniquilado era la mejor opción? ¿Esto les haría justicia? ¿Estaría este equipo condenado a sufrir el mismo destino? Habíamos sepultado a dieciocho de los diecinueve que eran ellos. Era todo por lo que habíamos luchado durante los primeros años después del incendio, pero con el paso del tiempo, y se nos había negado una y otra vez… bueno, se convirtió en algo imposible.
—Tiene que estar compuesto principalmente de Legados. Sangre del equipo original.
Me quedé parado allí, mirando a mi hermano mientras asimilaba las palabras. Él asintió lentamente, como si entendiera el tiempo que me tomaba procesar las noticias de lo imposible. Mis ojos se dirigieron hacia donde Ino sacaba una taza humeante de café de debajo de la Keurig.
—Dilo —casi gruñí, sabiendo que sus próximas palabras estaban a punto de hacer trizas mis planes.
—No pueden hacerlo sin nosotros. Si queremos que el Equipo Hotshot de Konoha renazca…
A. La. Mierda. Mi. Vida.
—Tenemos que ir a casa
