IMPORTANTE: Esta es la segunda parte de En Las Fauces De La Serpiente. Si no la has leído, te recomiendo que lo hagas antes de seguir o habrá muchas cosas que no vas a entender.

Dicho esto, bienvenidos a El Nido De La Serpiente.
Saltamos un año en el futuro para ver cómo les va a nuestra parejita y lo que les espera en su nueva vida fuera de Hogwarts. Será una historia más madura y más oscura que la primera parte, con problemas más complicados de solucionar.

Como siempre, los personajes y el universo de Harry Potter pertenecen a J. K. Rowling pero la historia es completamente mía.

*Advertencia: Esta historia es para adultos. Hay contenido sexual y violencia*


Capítulo Uno

Casa de los Granger


Draco estaba sentado en un sofá blanco, con una pierna cruzada sobre su rodilla y un libro abierto en su regazo. Llevaba puesto un jersey gris con el escudo de Slytherin y leía tranquilamente mientras con una de sus manos acariciaba la barriga de Crookshanks, que estaba tumbado a su lado y ronroneaba con los ojos cerrados.

Por las ventanas entraban los últimos rayos del atardecer y de vez en cuando se escuchaban los crujidos de la madera que estaba ardiendo dentro de la chimenea de piedra.

Miró de reojo el reloj que había colgado en la pared, confirmando que faltaba un minuto para las seis de la tarde. Volvió a concentrarse en su libro y suspiró.

De repente las llamas de la chimenea aumentaron y cambiaron de color, volviéndose verde esmeralda. Al levantar la vista vio surgir entre ellas la figura de Hermione Granger, que dio un par de pasos hasta una alfombra roja y sacudió el polvo de su túnica.

Draco alzó una ceja y la miró fijamente, con los ojos entrecerrados.

—¿Dónde está?

Ella se mordió el labio inferior, intentando no sonreír.

—No sé de lo que estás hablando.

Él puso los ojos en blanco y resopló, negando con la cabeza mientras cruzaba una mirada con Crookshanks.

—A tu dueña le gusta mucho hacerse la tonta, aunque tú y yo sabemos que no lo es —comentó en voz baja, tocando las orejas del gato.

Hermione se rio en voz baja y se acercó al sofá, inclinándose y agarrando a Draco del cuello de su jersey.

Él no se resistió y sus labios se unieron. Sin separarse, volvió a hablar.

—¿Dónde está mi varita, Granger?

La risa de ella revolvió su flequillo rubio, y Hermione volvió a incorporarse, ignorando su pregunta.

—¿Has preparado la cena?

—Necesito mi varita para eso y lo sabes. Odio que la escondas, llevo todo el día buscándola —murmuró Draco, frunciendo el ceño.

Ella dio dos pasos atrás.

—Deberías haber aprovechado tu día libre para aprender a cocinar sin magia, Draco. Inténtalo al menos una vez, a lo mejor descubres que te gusta.

Él dejó el libro sobre el sofá y se puso de pie, con sus ojos grises fijos en ella. Un gruñido profundo resonó en su pecho y sus puños se cerraron.

—Mi varita, Granger.

—¿Ahora soy Granger otra vez? —preguntó Hermione, caminando hacia atrás y notando como su corazón se aceleraba al ver la mirada tan peligrosa que le estaba dedicando Draco.

—Tú también me llamas Malfoy cuando te cabreas conmigo —fue su respuesta.

Dio pasos lentos hacia ella, sin pestañear y con la mirada siempre fija en su rostro, como si fuera un cazador acechando a su presa. Hermione dio otro paso atrás y jadeó al chocar contra el borde de piedra de la chimenea.

Los ojos de Draco centellearon y se abalanzó sobre ella, acorralándola.

—Dime dónde la has escondido —susurró, con su aliento acariciando la piel de su cuello.

Ella se estremeció y no pudo evitar suspirar.

—¿Nunca vas a probar a hacer las cosas como un muggle? ¿No sientes curiosidad? —respondió, subiendo una de las manos por su pecho hasta llegar a su rostro y acariciando su mejilla.

Draco cerró los ojos, inclinando la cabeza sobre su mano.

—Es una idiotez. ¿Para qué me voy a complicar la vida si tengo la magia que lo hace todo más sencillo? —preguntó, volviendo a abrirlos.

Hermione puso los ojos en blanco, resoplando por la nariz.

—No vas a morirte por intentarlo una vez.

Él se acercó más y agarró la melena rizada de Hermione con una mano, empujando su cabeza hacia atrás. Atacó sus labios con furia, devorándola lenta y dolorosamente.

Ella suspiró y rodeó su cuello con los brazos, torciendo un poco la cabeza y profundizando el beso.

Los dientes de Draco torturaron su labio inferior y después dejó una pequeña caricia con su lengua para calmarlo. Hermione sintió su otro brazo alrededor de su cintura, apretándola más contra él hasta que sus cuerpos estuvieron completamente pegados.

—Dímelo —susurró Draco sobre sus labios.

Ella se rindió. Con esos besos su cerebro no era capaz de seguir peleando.

—Está en la cama de Crookshanks.

Él abrió los ojos y observó el rostro de su novia. Estaba ruborizada y tenía la respiración alterada.

—Si la vuelves a esconder... te tomaré aquí mismo, contra la chimenea —le advirtió, dedicándole una sonrisa torcida.

Hermione dejó salir una risita y volvió a besarlo, atrapando su labio inferior entre los dientes.

—Eso no suena a amenaza, la verdad —comentó, separándose un poco y levantando las cejas.

—Ya me lo dirás cuando acabes cubierta de hollín.

Le guiñó un ojo y se alejó, subiendo las escaleras que había tras el sofá. Ella suspiró y se dejó caer en uno de los sillones.

El salón de casa de sus padres seguía prácticamente igual que cuando ellos vivían allí. El día que Draco se mudó con ella decidieron cambiar el color de algunos muebles y renovar las lámparas, pero eso fue todo.

No había quitado ninguna de las fotografías de sus padres, aunque se le encogía el corazón al verlas. Le gustaba poder recordarlos, algunas tardes las contemplaba mientras se tomaba una taza de té esperando a que Draco llegara del Ministerio. Él solía salir una hora más tarde que ella y eso le daba tiempo para sumirse en sus pensamientos y derramar alguna que otra lágrima pensando en ellos y en lo que los echaba de menos.

Más de una vez él había llegado antes de lo previsto y la había pillado con los ojos enrojecidos, pero nunca le decía nada. Sabía bien lo que le pasaba y por mucho que hablaran del tema no iba a conseguir que se sintiera mejor.

Draco volvió a bajar las escaleras con su varita en la mano. Entró en la cocina y ella se levantó, siguiéndolo. Lo vio levitando una olla y encendiendo el fuego mientras un cuchillo troceaba verduras en la encimera.

—Eres un inutil. No sabes hacer nada sin tu varita —dijo ella, apoyándose sobre el marco de la puerta para observarlo.

Draco levantó una ceja en su dirección y le dedicó una de esas sonrisas traviesas que tanto le gustaban.

—Y a ti te encantan mis dos varitas —murmuró con una mueca burlona.

Hermione puso los ojos en blanco, sacudiendo la cabeza y cruzándose de brazos mientras él aguantaba la risa.

—Sabía que ibas a decir algo así.

Él se acercó a Hermione sin dejar de sonreír mientras los objetos encantados seguían preparando la cena.

—Como la magia se está encargando de la comida, ahora puedo hacer esto —murmuró, atrapándola entre sus brazos.

La levantó hasta sentarla sobre la mesa de la cocina y sus manos subieron lentamente por sus piernas, poniéndole la piel de gallina. Hermione se lanzó a por sus labios y se fundieron en un beso muy intenso. Antes de que se diera cuenta, él se había deshecho de su ropa interior y estaba desabrochando su rebeca. Hermione rodeó su cintura con las piernas y jadeó al sentirlo contra ella.

Draco se deshizo de su propio jersey con un solo movimiento y lanzó su rebeca roja sobre una de las sillas mientras ella le desabrochaba su camisa azul.

La cocina no tardó en llenarse de gemidos y susurros. Hermione repetía su nombre como un mantra y él llenaba su cuello de besos. Una de sus manos se había perdido bajo su falda, torturándola con sus caricias a la vez que se movía dentro de ella.

Las patas de la mesa crujieron y los dos se rieron en voz baja pero no se detuvieron. Cuando sintió a Hermione retorciéndose entre sus brazos, Draco mordió su labio inferior con fuerza y se dejó ir con ella, jadeando.

Juntó sus frentes y se concentró en ralentizar su respiración, con sus cuerpos todavía enredados.

—¿Crees que nos queda algún lugar sin estrenar? —preguntó, abriendo los ojos y buscando su mirada.

Ella se rio en voz baja y sacudió la cabeza, bajando las manos por su espalda.

—Me parece que esta mesa es el último sitio que quedaba, así que ya hemos profanado toda la casa —murmuró, sonriendo.

Draco correspondió a su sonrisa y se apartó un poco, sujetando su barbilla.

—Tus padres nos odiarían si supieran lo que estamos haciendo con su casa.

Todo el cuerpo de Hermione se tensó y él maldijo entre dientes. Había hablado sin pensar.

—Lo siento, no quería...

—No pasa nada. No te preocupes —dijo ella, agarrando su mano y apretándola con cariño.

Tenía que acostumbrarse a hablar de ellos, aunque fuera doloroso.

Draco suspiró y cogió su camisa, dándosela a Hermione. Ella se la puso mientras él se subía los pantalones y la observaba abrochar los botones con ojos divertidos.

—Me encanta como te queda mi ropa. Mucho mejor que a mí.

Ella resopló y caminó hasta la encimera, donde la comida ya estaba preparada. Levantó los dos platos y los colocó en la mesa una vez que Draco había limpiado con un movimiento de su varita.

Tras sentarse, sostuvo el cuello de la camisa entre sus dedos y se lo acercó a la nariz, cerrando los ojos mientras inspiraba.

—¿Todavía sigues sintiendo lo mismo con mi olor?

Hermione pestañeó al escuchar la pregunta y se encontró con la mirada burlona de Draco. Asintió sin decir nada y sujetó el tenedor.

—A mí también me sigue pasando —murmuró él, mordiéndose el labio inferior y haciéndola reír.

—Pues después de un año viviendo juntos ya deberías haberte acostumbrado.

—Eso nunca, Hermione. Siempre me vas a volver loco, tú y tu aroma.

Ella sonrió y alargó una mano que Draco no tardó en sujetar.

—Mi madre quiere que mañana vayamos a cenar con ellos.

Hermione hizo una mueca pero siguió comiendo.

—No pongas esa cara. Cada vez son más amables contigo y ella te está cogiendo cariño —añadió él, intentando contener la risa.

—Siempre me da la impresión de que tu padre está esperando a que algo nos separe. No me gusta cómo nos mira.

El rostro de Draco se endureció.

—Ignóralo, me importa una mierda lo que él piense. Y si algún día se atreve a decirte algo...

—Tranquilo, Draco. No me va a decir nada —murmuró ella, apretando su mano de nuevo.

Draco asintió y se bebió de un trago lo que le quedaba de agua, agitando la varita. Los platos y vasos levitaron hasta el fregadero y empezaron a lavarse solos.

Hermione arrugó la nariz y él sonrió.

Tras levantarse, volvieron al salón y se sentaron en el sofá donde todavía seguía Crookshanks. Ella encendió la televisión y Draco se tumbó, colocando la cabeza sobre sus piernas. Esa caja de imágenes muggles seguía sin hacerle gracia, aunque le gustaba porque Hermione siempre le acariciaba el pelo mientras veía alguna película.

—Sabes... hoy me he cruzado con Harry. Me ha invitado a que vayamos este fin de semana a su casa.

Draco torció los labios.

—Ese Potter... —murmuró, resoplando.

—Tus amigos vienen aquí todas las semanas y yo no me quejo —añadió Hermione, mirándolo de reojo.

Draco gruñó entre dientes y cerró los ojos, deslizando una mano hasta sus rodillas. Crookshanks acababa de acurrucarse entre ellas.

—Está bien —aceptó, hundiendo los dedos en el pelaje naranja del gato.

—Y pensar que al principio le llamabas bestia —comentó Hermione, sonriendo al ver como acariciaba a su mascota.

—Sigue siendo una bestia, pero nos toleramos mutuamente.

Ella sacudió la cabeza, entre risas. Por mucho que lo negara, a Draco le encantaba pasar tiempo con Crookshanks. El gato siempre le seguía a todas partes y él le daba golosinas a escondidas cuando creía que ella no estaba mirando.

Hermione siguió acariciando sus mechones rubios, trazando formas abstractas con los dedos hasta que escuchó su respiración. Se había quedado dormido.

Pasó el dedo índice sobre una de sus cejas de forma ausente. Le gustaba que fueran mucho más oscuras que su pelo.

Lo contempló durante un minuto, meditando si era o no una buena idea. Al final decidió que merecía la pena intentarlo y se levantó, teniendo cuidado de no despertarlo. Colocó un cojín bajo su cabeza y se quitó los zapatos para no hacer ruido.

Subió las escaleras en silencio, dirigiéndose al antiguo despacho de su padre. Draco y ella habían transfigurado todos los muebles, convirtiéndolo en un estudio que los dos compartían. Cada uno tenía su propia mesa y las utilizaban cuando llevaban trabajo pendiente a casa. Había varias estanterías llenas de libros y archivadores y en una esquina estaba la jaula de Dark. El búho estaba dentro, dormida.

Hermione abrió la puerta lentamente, dejándola entreabierta tras cruzar el umbral y acercándose al escritorio de Draco. Aunque él le había dicho que no podía contarle nada, a ella le podía la curiosidad. Sospechaba que estaba ocurriendo algo en el departamento de Misterios.

Se sentó en la silla y respiró profundamente, dudando otra vez. Draco le había pedido muchas veces que no mirara, explicando que todo lo relativo a su trabajo era algo que solo podían saber los Inefables y que por mucho que quisiera no podía contarle nada. Pero Hermione tenía un mal presentimiento y quería saber lo que estaba pasando.

Ella trabajaba en el Departamento del Ministro de Magia como la secretaria personal de Arthur Weasley y estaba al tanto de todo lo que ocurría en la sociedad mágica. Y algo le daba mala espina, aunque no sabía por qué. Cuando le preguntó a Draco si había ocurrido algo importante en el departamento de Misterios y él simplemente arrugó el entrecejo, sus sospechas aumentaron.

Suspiró una última vez e intentó abrir el segundo cajón pero, tal como esperaba, estaba protegido con magia.

—Alohomora.

Al volver a intentarlo, el cajón seguía sin abrirse. Hermione apretó los dientes y cerró los ojos, intentando adivinar el hechizo que le impedía abrirlo.

—Sabía que ibas a estar aquí.

No pudo evitar sobresaltarse al escuchar la voz de Draco y se llevó una mano al pecho. Él estaba en el umbral de la puerta, observándola con mala cara.

—No te enfades. Solo quiero saber lo que pasa, quiero ayudarte.

Draco puso los ojos en blanco y caminó hasta ella, poniendo las dos manos sobre la mesa.

—Ya sabes que no puedo contarte nada.

—Pero yo estuve allí dentro, conozco lo que hay... y creo que sé lo que está pasando.

Él apretó los labios, entrecerrando los ojos.

—Juramento inquebrantable, Hermione. Nos obligan a todos a hacerlo el primer día y tú lo sabes —gruñó con voz grave.

—No tienes que decirme nada. Yo podría adivinarlo.

Draco levantó una ceja y se sentó sobre el filo de la mesa, cruzándose de brazos. Ella se reclinó en la silla, mordiendo el interior de su mejilla mientras pensaba.

—Dudo que tenga algo que ver con esos cerebros asquerosos... aunque me encantaría saber lo que haceis con ellos. Nunca lo he entendido.

Los labios de Draco se curvaron en una pequeña sonrisa pero no dijo una palabra.

—No, sospecho que tú estás en la sala de las profecías, y que ha aparecido una nueva que os ha puesto nerviosos.

La sonrisa de Draco desapareció y los ojos de Hermione se iluminaron.

—¿Es eso, verdad? Es una profecía.

Draco se limitó a observarla mientras ella rodeaba la mesa y llegaba a su lado.

—Sé que no puedes decirme nada... pero creo que he acertado —susurró ella, acariciando su brazo.

Él suspiró y la miró a los ojos.

—Es tarde. Deberíamos ir a dormir.

Ella asintió y salió de la habitación.

Draco se giró antes de cerrar la puerta y lanzó otro hechizo sobre su escritorio, por si acaso. Sabía de sobra que nada podía detener a Hermione cuando quería saber algo, pero al menos ella no conocía todos los conjuros que él había aprendido como Inefable y por eso era prácticamente imposible que consiguiera abrir los cajones de su mesa.

Pero con la bruja más brillante de su generación, toda precaución era poca.


En 7 días otro capítulo!