TRAS LAS MONTAÑAS (PARTE 1)

I

Mirabel mira a su alrededor, viendo como la magia ha desaparecido para siempre y casita se había derrumbado, no sin antes salvarla.

Ve la tristeza de su familia, el cómo ha querido protegerlos y lo que ha provocado es la ruptura de la misma, cumpliendo con la visión de su tío Bruno.

-¿Pero qué has hecho, Mirabel? ¡Todo es tu culpa! –Esas palabras resuenan en su cabeza una y otra vez.

Mirabel pestañea una sola vez con lentitud, sintiendo como todo a su alrededor se ralentiza por momentos.

-Los he defraudado… -Susurra para sí misma.

Se levanta de su lugar, y sin que nadie se diera cuenta, se marcha del lugar como si fuera un fantasma.

-Mirabel, come est- ¿Mirabel? –Julieta mira a su alrededor, buscando a su hija- ¡Mirabel! –Grita asustada, llamando la atención de su familia.

-¿Qué pasa, mi vida? –Le pregunta un preocupado Agustín.

-Mirabel no está… ¿Dónde se ha ido? ¡Mirabel! –Entra en pánico, buscando entre los escombros, pensando de primeras que se había escondido y que sigue ahí.

-Julieta, deja que tenga su espacio, ella… -La intenta calmar su hermana Pepa.

-¡Es mi hija! ¿Entienden? –Espeta, enfadada.

-¡Wow! Cálmate –Le responde una sorprendida Pepa, notando como no aparece ninguna nube sobre ella- Mi don…

La abuela ve a su familia, sentada y con una gran tristeza, viendo la angustia de Julieta al no encontrar a Mirabel.

Baja la vista, viniéndole a la mente las palabras de Mirabel antes de que casita se derrumbara y perdieran su hogar.

-Ella arriesgó hasta su vida… -Susurra para sí misma.

-Abuela, ¿se encuentra bien? –Le pregunta la tan atenta Luisa, siempre en busca de su bienestar y aprobación.

-Sí… -Se pone en pie con ayuda de su nieta- Escúchenme, familia –Habla para tener la atención de todos- Separémonos y busquemos a Mirabel, ¿de acuerdo? Yo iré a pedir ayuda a los del pueblo

-¡De acuerdo! –Obedecen la orden de la matriarca de la familia.

II

Todos buscan sin cesar en toda la noche, y ni rastro de Mirabel.

En todo el pueblo solo se escucha el nombre de Mirabel, y la familia Madrigal intentan usar sus dones sin éxito, no llegando a procesar que sus dones habían desaparecido para siempre.

Alma se sienta a descansar, viendo el estado del pueblo, el como el milagro ha afectado tanto a casita como al pueblo. Es inevitable que no mire a las montañas, aquellas que se levantaron mágicamente tras el sacrificio de su querido Pedro.

-Las montañas… -Susurra, y levantándose se dirige a la montaña que ha abierto camino a otras civilizaciones.

¿Cuántas veces habrá explicado cómo nació el milagro? ¿Cuántas veces habrá explicado cómo se sacrificó Pedro? Tantas que perdió la cuenta.

Cuando llega al río donde perdió a su marido, es cuando ve a Mirabel. Estaba sentada en el césped, mirando al río con un aura de tristeza que solo le hacía sentir como si le dieran una bofetada.

-Mirabel… -La nombra con cierto temor pero lo suficientemente alto para que la recién nombrada la mirase.

Se levanta de un salto y mete torpemente un pie en el río.

-¿Qué haces aquí, abuela? ¿A volver a recordarme que todo es mí culpa por no tener un don? –Le reprocha con los ojos vidriosos, y esta vez mete el otro pie en el agua por ella misma, sin accidentes.

-Vi cómo te sacrificaste por salvar el milagro… Ahí me di cuenta lo equivocada que estaba, Mirabel, yo-

-No quiero oír nada más de ti, abuela –Le corta mirándola con seriedad y apretando los puños- Siento ser una molestia, ya no lo seré más –Concluye, girándose y adentrándose más al río para cruzar en él.

-¡Mirabel, no, espera! ¡Espera, por favor! –Pide con desesperación.

Mirabel decide no escucharla, cruzando el río hasta llegar al otro lado. Se gira y le dedica la última mirada de culpabilidad hacia su abuela, con las lágrimas asomándose por sus ojos.

-Adiós, familia –Se despide en un hilo de voz, perdiéndose entre los árboles.

-Mirabel, no… -Abuela se deja caer sobre sus rodillas como si hubiera perdido la fuerza de golpe, tapándose la boca con ambas manos mientras rompe a llorar- Lo siento… -Se disculpa a pesar de que su nieta ya no la escuchaba.

III

-No sé a dónde voy a ir… -Se dice a sí misma, algo asustada ya que por primera vez estaba fuera de los muros de casita.

No conoce el mundo exterior, ¿cómo son en otras civilizaciones? ¿Cómo se va a cuidar de ella misma si ni tan siquiera tiene dinero?

-Ha sido una mala idea… Pero no puedo volver… -Se reprocha, de nuevo, a sí misma- Ya que… -Mirabel no es una chica que se rindiera fácilmente, por lo que mira a su alrededor para buscar algún camino más claro para poder orientarse mejor, pero solo ve árboles.

-¡MIRABEEEL! –Escucha su nombre entre la vegetación, asustándola de primeras al mirar a su alrededor y no ver a nadie.

-¡¿Qué ha sido eso?! –Exclama asustada, tomando posición de defensa con mucha torpeza- ¡S-Sé pelear, aviso! –Miente de pena.

-¡Mirabel!

-¡AAAAH! –Grita a todo pulmón y automáticamente le pega una buena bofetada a quien ha osado acercarse a ella y asustarla, y lo hace con los ojos cerrados, eso sí.

-¡AY! ¡Eso dolió! –Se queja con razón la otra persona.

-Esa voz… -Abre por fin los ojos y ve a su tío Bruno, acariciándose la mejilla- ¡LO SIENTO! –Se disculpa una y mil veces por haberle pegado.

-Está bien, está bien… Siento haberte asustado, no era mi intención –Se disculpa- Vine a buscarte

-Si es para que vuelva, lo siento tío Bruno, yo ya no tengo un lugar en esa familia… -Responde con mucha tristeza.

-No digas eso… Pero a la vez entiendo lo que quieres decir –Se acaricia su brazo izquierdo con timidez- Yo me he sentido así por muchos años… -Confiesa para mirar a su sobrina- Y por eso… ¡Tachán! –Le señala el caballo con el que ha venido y con una bolsa que parecía ser un equipaje muy pequeño.

-Creo que no entendí

-Nos vamos de aquí, tu y yo, ¡tío y sobrina! –Anuncia con entusiasmo, poniendo los brazos en forma de jarra al apoyarse sobre sus caderas- Ahora que podemos salir de este pueblo, ¿no es una señal de que nos merecemos una segunda oportunidad? –Al decir la palabra "señal" le hace tener un tic en el ojo izquierdo, como conteniendo lo que iba a hacer- ¡Toc, toc, toc, toc, toc, toc! ¡Madera! –Termina cayendo a esa acción supersticiosa que nació hace años, entre otras tantas, por haber vivido en soledad dentro de los muros de casita.

Mirabel se encoge de hombros mientras sonríe con incomodidad al ver el estado de su tío.

-Me parece… Una idea genial, tío Bruno –Se atreve a acercarse a él y apoyar sus manos sobre sus hombros en modo de apoyo- Todo estará bien, ¿sí? Te ayudaré a salir de tus propios muros –Le promete con mucha calma y con una cierta madurez que no se suele tener con su edad.

-Gracias… -Agradece avergonzado por sus acciones supersticiosas, pero ha vivido durante tantos años con ellas, que no es algo que pueda eliminar del día a la mañana.

-¿Nos vamos? –Invita Mirabel al subir al caballo de un salto, ofreciendo su mano a su tío.

Bruno le sonríe y toma su mano para ayudarse a subir al caballo, tambaleándose un poco pero llegando a estabilizarse a tiempo.

-¿Sabes que camino tenemos que coger? –Le pregunta Mirabel mirándolo de soslayo.

-Podemos dejárselo en manos de nuestro amigo ¡Eduardo!

-¿Quién es ese? –Le mira como si le estuviera tomando el pelo.

-El caballo, ¡arre Eduardo! –Anima al animal dándole una suave patada en el trasero, indicándole que ya podía echar a caminar, o más bien correr.

-¡Tío Brunoooo! –Se queja la menor al no esperarse la repentina carrera.

IV

La abuela vuelve cabizbaja hasta los escombros de lo que una vez fue su hogar. Mira a su alrededor, como todo el mundo participa en la búsqueda de Mirabel, dándose cuenta lo especial que realmente es su nieta y lo querida que es.

Tal vez no tuviera un don mágico, pero su don era ganarse el cariño de las personas que la rodean.

-¡Abuela! –Escucha la voz de Luisa- Siéntese aquí, nosotros nos ocupamos de buscarla –Dice de manera servicial mientras la ayuda a sentarse en una roca.

-Gracias… -Agradece con cierta vergüenza- Luisa, ¿me harías un favor?

-Lo que haga falta, abuela

-Reúneme a la familia, tengo una mala noticia que dar… -Pide con gran pesar.

-¡Voy, abuela! –Obedece y sale corriendo para buscar a los Madrigal.

Alma suspira y saca el guardapelo de debajo de su ropa, viendo una vez más la foto de su difunto marido.

-Pedro… ¿Cómo me he podido equivocar tanto? –Cierra el guardapelo y lo cubre entre sus manos, acercándolo a su mentón mientras cierra los ojos.

Al abrirlos, ve como Luisa había conseguido reunirlos a todos.

-Bien, es hora –Se anima a sí misma, guardando de nuevo el guardapelo mientras se pone en pie para recibirlos.

-¿Qué tienes que decirnos, madre? –Pregunta una preocupada Julieta. Agustín rodea sus hombros en modo de apoyo.

-He conseguido encontrar a Mirabel –Empieza a explicar con ese porte tan serio y autoritario que tiene.

-¿En serio? ¡Mirabel! ¡Mirabel! –Se emociona Julieta.

-Pero –Prosigue, cerrando los ojos con dolor y dirigiendo la mirada hacia otro lado, no siendo capaz de ver a su familia.

-Pero, ¿qué, abuela? –Anima Isabela a que siguiera hablando.

-Pero… Era tarde, cruzó el río –Se atreve a abrir los ojos y mirar a su familia, viendo sus expresiones de dolor y decepción- Mirabel ya no volverá

-Se fue como Bruno… -Se atreve a susurrar una afectada Dolores- Al menos, no vivirá entre los muros de casita –Dice con un tono más alto para que todos la oigan.

-¿De qué estás hablando? –Le cuestiona su hermano Camilo.

-Bruno nunca se fue, vivía detrás de los muros –Explica Antonio, mirando con tristeza a su abuela- Lo vi con Mirabel, ambos intentaban ayudar a la familia y al milagro

Alma aprieta los labios sintiéndose cada vez más culpable por todo lo sucedido, especialmente por Bruno y Mirabel.

-Siempre fuiste dura con todos, mamá… -Habla Julieta- Pero sobre todo con mi Mirabel –Una lágrima consigue escaparse de sus ojos y mira por última vez a su madre.

Quiere reprocharle la ida de su hija, pero no se atreve. Respira hondo y cerrando los ojos, gira sobre sus pies y se marcha de entre los escombros con Agustín siguiéndola.

-Julieta… -Nombra a su hija mientras alza la mano, queriendo detenerla.

-La culpa… -Empieza a hablar Isabela- …es de todos –Concluye para irse corriendo del lugar.

Y así, uno por uno se van marchando para estar solos con sus pensamientos, no sin antes mirar a la matriarca de la familia.

Alma va bajando la mano poco a poco, viendo como la única que se queda es, como no, la gran leal Luisa. La mira con gran pesar, cerrando los ojos y dándole la espalda.

-Abuela, todo saldrá bien –La intenta animar- Solo… Necesitan tiempo para asimilar todo lo ocurrido

-Gracias, Luisa –Le agradece, sin atreverse a mirarla aún- También deberías emplear tiempo para ti misma, vamos, ve… Yo estaré bien

-Pero, abuela, yo…

-No rechistes, Luisa, necesito estar a solas también –Le dice con autoridad pero no con dureza, sino con suavidad, algo que descoloca a Luisa.

Iba a rechistar pero decide obedecer como siempre hace. Aprieta los puños y cierra los ojos, marchándose cabizbaja del lugar.

Alma se gira para comprobar que se hubiera ido de verdad, y cuando fue así, se sienta de nuevo sobre la roca, rompiendo a llorar.

V

Bruno no podía evitar mirar hacia atrás cada dos por tres, sintiendo ansiedad.

-Todo va a salir bien, tío Bruno –Le intenta animar su sobrina, provocando que el mayor la mire sorprendido, haciéndola reír al ver la expresión de su tío- Es un paso muy grande el que estamos dando, yo también estoy… Inquieta –Concluye después de un par de segundos de silencio, buscando la palabra correcta.

-Mirabel… No ayuda que nos hayamos perdido

-Pfff ¿Qué? ¿Perdidos? ¡Para nada! –Se defiende torpemente, provocando que su tío la mire con una ceja arqueada.

-Entonces, ¿dónde estamos? –Le señala con el dedo un árbol- Ese árbol lo he visto ya como tres veces

-¡Estamos rodeados de árboles, tío Bruno! –Se queja haciendo aspavientos con los brazos.

-Pero es el mismo

-¡Que no nos hemos perdido! –Se cruza de brazos infantilmente, no queriendo admitir que se habían perdido de verdad.

Bruno se aguanta las ganas de reír por las expresiones infantiles de su sobrina. Mira a su alrededor, buscando alguna salida, ¡qué bien le irían sus amigas las ratas en estos momentos! Pero al perder el don y la casita, las ratas salieron huyendo, ¿le estarían esperando entre los escombros? Quién sabe.

-Mirabel –La nombra para llamar su atención- Mira, ahí –Le señala con el dedo una dirección a lo lejos, que parece estar bastante despejado- ¿Será un camino?

-¡Vamos a descubrirlo! ¡Arrrrre!

-¡Mirabeeeeel! –Se queja mientras se agarra dónde puede para no caer.

Llegan a ese espacio que había señalado el adulto, viendo el camino brillar al por fin salir del frondoso bosque.

-¡Por fin, un camino visible! –Exclama emocionada Mirabel.

-¡Vamos allá, Eduardo! –Anima Bruno a coger el camino entre risas de emoción con su sobrina.

VI

-Se hace tan raro no tener a Mirabel… -Le dice a sus amigos el niño del café, teniendo como respuesta afirmativas de ellos.

-Su don era… Ser Mirabel –Concluye la niña del grupo, sumando el suspiro de los tres, ella incluida.

Isabela pasa por delante de ellos, escuchando con disimulo; baja la vista hasta el suelo, entristeciendo la mirada mientras dirige la palma de la mano hacia el suelo, volviendo a intentar hacer florecer flores en el camino, pero no consigue brotar nada.

Chasquea la lengua y resopla ofuscada, haciendo rodar sus ojos hasta que gira una esquina y por estar tan metida en sus pensamientos, que se tropieza con otra persona.

-¡Wow! ¡Cuidado! –La otra persona la sostiene de los brazos para evitar la posible caída de la Madrigal- ¿Estás bien?

-Sí… Gracias –Agradece con un deje de vergüenza, carraspeando y mirando con quien se había chocado- ¡Maia! –Exclama con alegría escondido, y creyendo que ella podría notarlo, enseguida se avergüenza y con la ayuda de su mano derecha, pasa su cabello por detrás de la oreja- Quiero decir… Lo siento, estaba pensando en otras cosas -Se disculpa con torpeza.

-¡No pasa nada! –Dice con cierta dejadez mientras hace un ademán con la mano- No nos hemos caído, ¿verdad? Pues está todo bien –Se encoge de hombros y, sin poder evitarlo, mira el estado del pueblo y a lo lejos, los escombros de la casa Madrigal- Tampoco puedo culparte por estar despistada –La mira- Siento lo que os ha ocurrido –Se disculpa, cabizbaja mientras Isabela la mira, y luego a los escombros de casita.

-Mira el pueblo, no somos los únicos que hemos sufrido daños –Dice, siguiendo esa apariencia de perfección que no deja soltar.

-Ninguno hemos perdido nuestra casa, pero vosotros sí, y Mirabel… -Se muerde el labio inferior- ¿Tampoco se va a poder hablar de ella?

-Eso lo decidirá la abuela –Se cruza de brazos, incómoda y mirando hacia otro lado- Yo… Debo irme –Pasa por su lado, inconscientemente pasando muy cerca de ella, casi rozándola.

-¡Isabela, espe-! –Iba a detenerla, pero la Madrigal parecía que se había ido de ahí corriendo- ¡Oh, vamos! ¡Maia, como eres así! –Se riñe a sí misma, dando un pisotón al suelo- ¡Ya sé! Tengo una idea –Exclama, sonriendo victoriosa y corriendo a trompicones.

Isabela sigue medio abrazándose a sí misma y con los ojos cerrados con fuerza, estando escondida tras una de las casas para que Maia creyera que se había ido.

-No lo ha dicho con mala intención, ella es… Es simplemente, Maia… -Murmura, suspirando y relajando los hombros, sabiendo que Maia podía ser igual de torpe y despistada que su hermana Mirabel.

-¡Quéeee! –Camilo asusta a su prima, apareciendo sin más mientras se apoya con el codo en el muro, con su mejilla pegada a la palma de su mano- ¡Qué sor-pre-sa verte por aquí! –Sonríe de oreja a oreja traviesamente.

-¡Camilo! No me des esos sustos –Se queja, calmándose y volviendo a su postura de perfección- Solo estaba mirando el estado del pueblo, no quería estar en las ruinas de casita, ni tampoco en la casa-refugio donde estamos ahora –Dice sincera.

-Entiendo, estamos todos igual –Apoya su espalda en el muro y mira al cielo; tuerce sus labios a un lado y luego al otro, hasta que sonríe con picardía y mira a su prima- Se te veía muy nerviosa con Maia, señorita perfección –Se burla de ella, haciéndola sonrojar hasta la raíz del pelo- Y yo que pensaba que el amor de tu vida era… ¡Mariano! –Se pone en frente de ella, simulando la posición muscular que siempre tomaba cuando se transformaba en Mariano– Oh, vaya, se me olvidaba… -Baja los brazos y se mira las manos, notando la leve frustración.

-¿Ya has terminado de molestarme? –Resopla, mirando hacia otro lado- Solo lo hacía por la familia… -Repite las mismas palabras que le dijo a su hermana, entristeciendo la mirada.

Camilo la mira sorprendida y con una seriedad sorprendente. Tuerce los labios y mira una de las grietas del pueblo.

-Supongo que esto fue… ¿Necesario? –Dice al aire, más para sí que para su prima. Isabela le mira con la ceja arqueada- Quiero decir, ¿qué vamos a hacer ahora? Sin poderes, ¿quiénes somos? –Empieza a cuestionarse.

-Camilo, eso… -Intenta darle una respuesta, pero ni ella sabía que decir, la que siempre tenía una respuesta para todo- No lo sé… Supongo que es hora de conocernos a nosotros mismos y… -Pasa el pelo tras su oreja, mordiéndose el labio inferior- …Ser libres… -Susurra con una tenue sonrisa.

VII

Dolores está en su lugar favorito. No es nada del otro mundo, solo en las montañas y alejada de todo, donde puede ver el pueblo al completo y con su don, escuchar todo lo que pasaba.

Bueno, escuchaba con su don.

Seguía intentando percibir algún sonido que no fuera la de su alrededor, pero nada, sin éxito.

Suspira con pesadez, abrazando sus piernas y apoyando su barbilla entre sus rodillas, mirando el estado del pueblo, viendo grietas por todos lados y, lo más sorprendente es que nadie intentaba hacer nada, ¿dónde están los albañiles para reparar los daños?

Estarían culpando a la familia Madrigal, esperando que ellos se responsabilizaran de dicho accidente e hicieran algo al respecto.

El ruido de su cabeza se hace cada vez más fuerte y como acto reflejo, cierra con fuerza los ojos y se tapa los oídos, en busca de acallar esas inseguridades que la golpean con fuerza.

-¿Dolores? –La chica parece no reaccionar, no dándose cuenta de su alrededor- Dolores, ¿estás bien? –Insiste una vez más, pero esta vez tocando su brazo para que le hiciera caso.

Dolores abre los ojos y se destapa levemente los oídos para mirar quien era, hasta que se sorprende al ver a Mariano en frente suyo.

-¡¿Mariano?! ¿Qué haces tú aquí? –Se pone nerviosa, buscando arreglar su peinado y no saber dónde mirar, pues no se esperaba verlo tan lejos del pueblo.

-Busco algo bonito para… Ya sabes, tu hermana –Responde con torpeza mientras se acaricia el cuello, mirándola con cierta vergüenza.

-Oh, entiendo… -Sonríe forzosamente, escondiendo el dolor que le ha provocado ese pinchazo en su corazón- Pero, ¿qué quieres encontrar? Aquí solo hay vegetación –Pregunta interesada.

-Algo que no sean flores, quiero regalarle algo distinto, ya sabes, ella tiene el don de hacer crecer flores, y si le regalos flores, ¿qué tiene eso de especial? –Habla con carrerilla, incluso encogiendo los hombros al mover sus manos, juntas, de un lado hacia otro con una cara bastante expresiva que sorprende a Dolores.

Mariano la mira y ríe con nerviosismo, pensando que la ha incomodado por tanta palabrería.

-Lo siento, yoo… Por un momento me he sentido… Cómodo -Sonríe con alivio, sin saber porque se ha sentido así con una Madrigal con la que realmente, casi ni ha hablado.

Dolores se ruboriza y mira de reojo hacia otro lado, sabiendo que el chico no lo dijo con segundas intenciones.

-Puedo saber… ¿Por qué quieres regalarle algo especial? Estáis comprometidos, después de todo

-Pero con todo lo sucedido apenas he podido cruzar palabra con ella, tampoco pude pedirle matrimonio –Hace un puchero- ¿Y si ya no le intereso? ¿Y si rompe el compromiso? –Vuelve a mostrar su preocupación a Dolores.

Dolores, de nuevo, vuelve a fingir con una falsa sonrisa para esconder esos dichosos pinchazos en su corazón, además de la tristeza que siente por él. Después de todo, no puede decirle que Isabela nunca lo quiso y nunca lo querrá, ¿y cómo lo sabe? Los beneficios de poder escuchar a cualquier distancia, es decir, si fue capaz de escuchar el tic del ojo de Luisa, ¿cómo no escuchar las repetidas quejas de Isabela cuando estaba en su habitación? Ese único lugar donde podía dejar de ser perfecta.

Y no más importante, aunque su prima no quisiera admitirlo, Isabela ya tenía ojos para otra persona del pueblo desde hace tiempo.

Dolores mira a Mariano, viendo ese esfuerzo por conquistar a Isabela cada vez que la ve.

-"Ojalá fuera yo…" –Piensa para sí, poniéndose en pie y dando una palmada, llamando la atención del chico- No quieres flores, rosas ni nada que derive a su don, veamos… -Mira de soslayo a otro lado y pone su dedo índice bajo su barbilla, pensando en cómo ayudarle- Creo que aquí no encontrarás nada interesante, solo árboles, piedras… ¡Piedras preciosas! –Exclama sin más, emocionada- ¿Intentamos buscar alguna? Todas tienen algún significado

-¿De verdad? ¿Cuáles? –Pregunta ingenuo.

-Eso… Pues… Mirabel le gusta leer, así que seguro tiene algún libro sobre ello –Responde, y mirando a lo lejos, a esa montaña partida, se lleva las dos manos a su pecho mientras se entristece, girándose y viendo a lo lejos el pueblo, donde su casa está en ruinas.

Mariano sigue la dirección de su última mirada, hacia el pueblo. Tuerce los labios y la mira.

-Oye… Habrá solución, ya lo verás –Le intenta animar.

-Gracias -Agradece con un hilo de voz- ¿Vamos? –Le invita a seguirla en lo que se da la vuelta y le da la espalda.

-Claro –Sonríe embobado, mirando la espalda de la chica- "Dolores… Te veo" –Piensa para sí, siguiéndola.

VIII

Mirabel y Bruno, yendo sobre el caballo, se atreven a entrar al pueblo que acababan de descubrir después de tres días sin parar.

Están agotados y ya con escasas provisiones que había traído Bruno al ir a buscarla al bosque.

El caballo entra con calma al pueblo en lo que los Madrigal alzan la vista y se quedan boquiabiertos. Es un pueblo claramente más grande que el suyo, con casas más grandes, y a sus ojos, con hermosas vistas.

-Wow… -Halaga embobado el mayor, hasta que cierra la boca y mira a su alrededor, viendo como los habitantes los miran fijamente y van murmurando entre ellos- Mirabel, creo que estamos llamando mucho la atención –Le susurra con inseguridad.

-No recibirán muchas visitas… -Responde igual de insegura, intentando no mirarlos exageradamente- ¿Qué debemos hacer? Seguir hasta el próximo pueblo; parar y preguntar dónde, no sé… ¡¿Comer?!

-¿Comer? ¡No tenemos dinero, Mirabel!

-¡¿No tenemos dinero?!

-¿Qué te pensabas? ¿Qué iba a robarle a la familia? ¡Solo volví para las provisiones necesarias que tenía en mí escondite!

-¡El dinero es necesario en estos casos! –Da un largo suspiro mientras se masajea las sienes- Da igual, ¿qué hacemos ahora?

-Buscar… ¿Trabajo?

-¡Soy menor de edad!

-¡Oh, vamos! Sale don –Señala con las dos manos a un lado- Trabajáis para el pueblo –Cambia de lado con las manos.

-¡Qué yo no tengo don!

-¡Pero algo te harían hacer!

-Aj, ya… -Termina por rendirse, haciendo rodar sus ojos, exasperada.

Lo que no sabían es que con su discusión, hacían que llamasen más la atención y los habitantes hablasen aún más entre ellos.

A diferencia de su pueblo, que no lo necesitan, es que hay varios soldados patrullando las calles para controlar el orden del pueblo.

En un bar habían dos comiendo y bebiendo cerveza hasta que uno de ellos termina por mirar a los recién llegados, a lo lejos, tras escuchar las constantes rumores del pueblo.

-¡Hey! Mira –Le da una patada a su compañero para que dejase de tragar la comida y mirase donde señala con el dedo- Extranjeros

-Ya lo veo –Le devuelve la patada con más fuerza.

-¡Oye! –Se queja mientras se acaricia la tibia- ¿De dónde vendrán?

-Posiblemente de detrás de esas montañas –Mira a lo lejos, esa montaña que se partió en dos hacia tres días- Así que había un pueblo escondido… -Susurra, acariciándose la barbilla.

-Vamos, hemos investigado incesantemente los alrededores y no había manera de acceder entre las montañas –Se queja su compañero.

-¿Te tengo que recordar que esa montaña, sin más, se partió en dos? Pedazo de mendrugo –Se limpia los restos de comida con la mano- Tal vez sea ese pueblo perdido de hace 50 años, que "mágicamente" aparecieron esas dichosas montañas –Sonríe como si una mala idea se le hubiera pasado por la cabeza- Hablan de magia

-¿Te crees esos cuentos de hadas? ¡Pff! ¡Son cuentos para contarle a los niños!

-Entonces explica eso –Le señala con el dedo la montaña partida en dos.

-Te-rre-mo-to –Le deletrea con retintín.

-¿De verdad crees que un terremoto haría eso a una montaña?

-¿Eres físico ahora? –Le reta.

-Se acabó la hora de la comida –Da un gran sorbo a la cerveza que le cae por las comisuras- Hora de darles la bienvenida y veamos quien tiene la razón –Se levanta bruscamente, tirando la silla.

-¡Perdone, Sargento! –Pide el dueño del local- La cuenta, por favor –Pide temeroso mientras los dos soldados lo miran con superioridad.

-¿Perdona? ¿No es suficiente pago por lo que hacemos por vosotros? –Suelta el Sargento- Mantenemos este pueblo en paz, ¿verdad? ¡Qué mínimo que nos invitéis!

-Pero, señor… -Intenta razonar con ellos.

-¿Algún problema, viejales? –Salta esta vez el contrario, poniendo su mano sobre la cuerda que sostiene su escopeta a modo de amenaza.

-…Invita… La casa… -Tiembla, rindiéndose ante ellos.

-¡Gracias, buen hombre! –Le da una fuerte palmada en la espalda que lo hace tambalearse, riéndose a carcajadas.

-Alberto, tenemos trabajo que hacer

-¡Sí, Sargento! –Obedece yendo tras él mientras se coloca bien su yelmo.

Al caminar hacen tintinear sus armaduras y sus botas suenan como si estuvieran imponiendo su autoridad en cada paso que dan, mientras los Madrigal seguían discutiendo sin más, hasta que la palabra "don" llega a oídos del Sargento. Eso le hace sonreír con maldad.

-Deténganse, forasteros –Les ordena, poniéndose en frente de ellos.

El caballo se detiene; mueve la cabeza con nerviosismo al ver asomar las escopetas tras sus espaldas.

Mirabel y Bruno miran a los dos con cara de no entender, pues es la primera vez que veían a soldados.

-¿A qué se debe su visita?

-Nosotros… Ahm… -Empieza a tartamudear Mirabel, mirando de reojo a su tío y viceversa.

-Veníamos en busca de trabajo, ¡eso! –Exclama emocionado Bruno al ocurrírsele una excusa no tan disparatada- De dónde venimos ya no había y queríamos probar en otro lugar

-Trabajo, ¿eh? –Les mira con descaro y con superioridad hasta que suelta una risotada- Aquí todos son bienvenidos, ¿verdad, Alberto? –Le da un codazo a su compañero para que le siguiera el juego.

-Claaaro –Da la razón como si esos dos fueran tontos- Si queréis, también os damos una casa, comida y todo gratis –Habla con ironía hasta recibir una fuerte patada.

-¡Claro que lo son! –Le rectifica, mirándolo de la peor manera posible- ¿Qué os parece si os ayudamos a encontrar algo? Ahora sois aldeanos de nuestro pueblo –Habla con falsa honestidad.

-¡Qué amable! ¡Gracias! –Agradece Bruno, entusiasmado.

-Seguidnos, es por aquí –Invita, girándose y así esconder sus intenciones reales.

IX

-Al final no hemos podido encontrar nada –Dice un poco decepcionada Dolores.

-Ya me avisaste que sería difícil, pero la verdad… Es que me lo he pasado bien –Responde sin mirarla, pero sonriendo como sonríe como cuando ve a Isabela.

-¡Eso es todo un halago! –Responde risueña, mirando a Mariano- Creo que será mejor que vuelva, tenemos que… Bueno, hablar de cosas de los Madrigal –Se encoge de hombros, pues ni ella sabía cómo van a tratar con todo lo ocurrido.

-¡Claro! Oye, ¿segura estáis cómodos en ese… refugio? ¿Casa? Lo siento, sigo sin saber cómo referirme a eso –Habla con bastante torpeza.

Dolores no puede evitar reír con gracia, ¿cuántas veces se lo habrá preguntado?

En el pueblo, hace tiempo, decidieron levantar una casa a modo de emergencia por si algo le pasara a alguno de los habitantes, evitando en todo momento que no se tuviera un hogar.

Pero claro, al obtener Luisa su don y ser capaz de mover puentes y casas enteras sin problema, dejaron de prestarle atención. Por lo que cuando los Madrigal quisieron instalarse en esa casa provisional, se encontraron que estaba lleno de polvo y telarañas.

Había suciedad en exceso como para que aún siguieran limpiando la casa, donde parece van a estar un tiempo.

Dolores se despide con la mano del chico Guzmán, siendo correspondida con el mismo gesto mientras Mariano sonríe embobado. La ve y la ve más que nunca.

Maia va asomando la cabeza tras él, esperando a que el contrario se diera cuenta de su presencia, pero al no ser así le mira con una ceja arqueada.

-Hola

-¡Aaah! –Se gira para ver quién le había asustado- ¡Maia! –Carraspea y recupera la compostura- Maia, ¿en qué puedo ayudarte? –Pregunta con un tono cortés y educado.

La morena se cruza de brazos y arquea la ceja, mirándole a él y luego a Dolores a lo lejos, y así repitiendo un par de veces más.

-¿E Isabela? –Cuestiona.

-¿Qué pasa con ella? –Responde de manera tontorrona.

-Isabela –Arquea aún más la ceja- Compromiso

-Oh, sí, eso… -Se sorprende incluso a sí mismo al notar que no le hacía tanta ilusión como antes la idea de casarse con la mayor de las Madrigal, e inconscientemente se gira para ver donde se había ido Dolores- Aún está por ver –Mira a Maia con cara de póquer- ¿No querías algo?

-Sí, ¿está tu madre en casa?

-¿Para qué la necesitas?

-Llevo todo el día intentando hablar con todos los del pueblo –Se encoge de hombros- Y sé que a tu madre sí se hará escuchar –La cara de Mariano hace resoplar a la chica- Llévame a ella y hablaré con los dos, ¿sí?

Asiente con la cabeza, llevándola a la casa de los Guzmán y así escuchar lo que tenía que proponer.

X

Camilo estaba apoyado en el ventanal de la pequeña casa donde ahora viven, viendo a su madre bailar con alegría y calma.

Pepa se ha pasado años reprimiendo sus emociones porque al mínimo susto, estrés o ansiedad podía crear fuertes lluvias con truenos, ¡un desastre como en su boda! Y ahora, sin su don, podía sentir las emociones florecer sin reprimir nada y sin preocuparse por no hacer que el día fuera perfecto.

Eso hace sonreír a su hijo mediano, que la mira feliz por ella, pues es la primera vez que la ve siendo libre. Enseguida se le borra la sonrisa y se mira las manos, girando su rostro y mirándose en el único espejo de la casa.

Se acerca a dicho espejo para acariciar su reflejo, mirando cada facción; agarra su ropa y tira de ella para mirarse el cuerpo.

Siente como se le oprime el pecho, mordiéndose el labio inferior.

-"¿Quién soy? ¿Qué soy sin mi don?" –Vuelve a preguntarse por a saber por cuanta vez. Mira de nuevo a través de la ventana, pero esta vez mira al pueblo- "Si no puedo ayudar siendo otro, ¿cómo lo voy a hacer?" –La ansiedad amenaza de nuevo, sintiendo como si le dieran una bofetada. Retrocede un par de pasos, asustado por ese miedo, hasta que nota una mano que se apoya sobre su hombro, haciendo que diera un salto del susto- ¡Tía Julieta!

-Camilo, ¿estás bien? Estás sudando mucho –Pasa su mano por su frente, comprobando que no tuviera fiebre- No pareces tener fiebre, ¿te duele algo?

-No es nada, de verdad –Aparta con delicadeza su mano, sonriendo para disimular su ansiedad- Solo miraba lo feliz que está mamá –Se excusa, volviendo a verla a través de la ventana.

-La verdad es que está bastante relajada –Sonríe por su hermana- Todos estamos gestionando esto como podemos –Cierra los ojos, desviando su rostro mientras piensa en su hija Mirabel.

Camilo la mira en silencio, no queriendo imaginarse el dolor que debe sentir por perder a una hija, pensando en cómo todos han ignorado a Mirabel durante tantos años.

-Isabela tenía razón… La culpa es de todos por como la tratamos –Baja la vista- Antonio fue el único que valoró su compañía y amor por la familia, los demás, en cambio…

-Los demás hacíamos lo que nos ordenaba la abuela, Camilo –Le corta para que no se sintiera culpable- Cuidábamos del pueblo con nuestros dones, es cierto que no debimos apartar a Mirabel por no tener un don, pero… No podemos regresar al pasado y arreglar eso –Lleva su mano hasta su mejilla, acariciándola maternalmente- Camilo, nunca dudes de ti mismo, ¿de acuerdo? Tu energía, tus ganas de ayudar a los demás, tu sonrisa, incluso tus bromas, es lo que te hacen ser tú –Dice con gran calma, como si hubiera sabido desde el principio que Camilo no estaba pasando por un buen momento.

Su sobrino se sorprende, sonriéndole con los ojos vidriosos y sin saber porque, ríe nerviosamente. Pasa la mano por sus ojos para secar esas lágrimas que amenazan por salir, pero cuando mira a la puerta, se sorprende al ver a la abuela.

Julieta se gira para ver que miraba tan fijamente su sobrino y, cuando ve a su madre, la seriedad invade su rostro.

-Voy a ayudar a Agustín –Se excusa para salir de ahí, pasando al lado de su madre sin tan siquiera mirarla.

Alma la sigue con la mirada, intentando detenerla, pero de sus labios no consiguen salir ninguna palabra para evitar que su hija se fuera. Suspira con pesadez y mira a su nieto, sonriéndole con esfuerzo tras la incómoda escena.

-Pepa se la ve relajada –Intenta entablar alguna frase con él- ¿Por qué no vas con ella? A ti te gusta bailar

-¿En serio? ¿Puedo? –Pregunta incrédulo, como si en toda su vida no hubiera podido hacer nada que le gustase, a excepción que su abuela lo permitiera.

Por primera vez en esos tres días, logra sonreír de oreja a oreja y sale corriendo para unirse a su madre.

Alma lo sigue con la mirada con una sonrisa, viendo la puerta y suspirando con pesadez.

-Luisa… Sal de ahí, por favor –Pide con amabilidad.

Luisa asoma la cabeza, vuelve a esconderse y luego sale de su escondite con una sonrisa exagerada de oreja a oreja mientras se balancea sobre sus pies.

-¡Abuela! Estaba de paso y…

-Y te preocupas por la familia –Termina la frase, sabiendo que Luisa no la terminaría nunca al irse por las ramas.

Luisa ríe con nerviosismo hasta que termina por bajar los hombros y hacer un puchero, haciendo un esfuerzo por no llorar. Se acaricia el brazo, mirando hacia otro lado.

-Siento que no estoy ayudando en nada, sin mi fuerza…

-Sigues siendo fuerte, Luisa –La corrige con amabilidad- Te he visto entrenar todos los días, y tal vez no puedas levantar una casa o un puente, pero sigues siendo fuerte –Toma aire- Luisa, la fuerza no es solo física, sino también espiritual, y la tuya viene de aquí –Señala su pecho, donde está su corazón tras atreverse a acercarse a ella- Y no hay nada más fuerte e importante que eso

Los labios de Luisa tiemblan, luchando por no llorar ante las palabras de su abuela, pero fue imposible, termina por llorar a lágrima viva.

-Ya, ya… -Acaricia su hombro en lo que su nieta lucha por dejar de llorar- Luisa, necesito pedirte una sola cosa más

-¿Mmm? –Murmura al ser incapaz de entablar palabra alguna.

-Cuida de la familia en mi ausencia, ¿de acuerdo? –Pide para sorpresa de Luisa- Tengo que arreglar lo que he roto… Por lo que debo partir en busca de Mirabel y Bruno y traerlos de vuelta

-¡No puede ir sola! Yo, yo… ¡Iré contigo!

-Debo hacerlo sola

-¡Eso no es cierto! Te necesitamos aquí, abuela –Le vuelve a temblar el labio- La que no hace tanta falta, soy yo…

-¡Vamos los dos a por Mirabel y Bruno! –Antonio aparece de sorpresa y derrapando por el suelo con cara de ilusión.

-¿Cómo? –Preguntan al unísono.

-Luisa tiene razón, ¡haces falta aquí, abuela! Nosotros iremos por Mirabel y Bruno, además, podremos mantener una conversación con ella sin que entre en un bucle de negación –Explica, dando a entender que Mirabel no escucharía a la abuela, tal como hizo la última vez.

Luisa y Alma miran sorprendidas al niño, no teniendo tampoco argumento alguno con que rebatirle. La abuela suspira con pesadez y mira a sus dos nietos.

-Entonces, confío en los dos, traigan a Mirabel y Bruno de vuelta, ¿de acuerdo?

-¡Sí!

-¡Abuela! –Se escucha la voz de Camilo- ¡Los del pueblo vienen hacia aquí! –Anuncia, señalando a lo lejos.

Eso llama la atención de los Madrigal, reuniéndose hasta donde están Camilo y Pepa, viendo al pueblo acercarse con materiales de albañil. En frente, que parecían ser capitaneados por ellos, están los Guzmán y Maia.

-¿Qué ocurre? –Preguntan Isabela y Dolores al unísono, siendo las últimas en llegar.

-¿Maia? –Menciona Isabela.

-¿Mariano? –Menciona Dolores.

Ambas se miran de soslayo y enseguida miran en direcciones distintas, como si se hubieran entendido a la perfección y sin necesidad de hablar del tema.

Abuela camina con lentitud para dar la bienvenida al pueblo con una sonrisa, recibiendo a la madre de Mariano.

-Maia nos ha abierto los ojos, haciéndonos ver lo mucho que habéis hecho por este pueblo durante tantos años –Empieza a hablar, mirando con orgullo a la morena.

-Somos muchos –Dice Mariano, sonriendo con calidez y mirando de soslayo a Dolores.

-Y lo haremos juntos –Termina Maia, mirando fijamente a Isabela, quien le desvía la mirada al sentir vergüenza por el rubor que invade sus mejillas.

Entre todos, iban a levantar una nueva casita.

XI

-¿Y… aquí se supone que vamos a encontrar casa y trabajo? –Pregunta con incomodidad Mirabel, viendo al bar oscuro y pequeño; no le gusta ese lugar.

-No, pero os invitamos a una ronda, ¡cómo bienvenida! –Anuncia el Sargento.

-Oiga, que soy menor de edad –Le mira como si le estuviera tomando el pelo.

-¿Y? –Cuestiona Alberto.

-¡Qué no puedo beber! –Se queja expresivamente.

-¿Acaso ves que aquí haya algún cartel que lo prohíba? –Le cuestiona con ironía Fabián, señalándole el pequeño bar con el brazo derecho- Por favor, si lo ves, dímelo

-No sea tan malo, Sargento Fabián –Le da un gran sorbo a su jarra- ¡Es una mujer, no aguantaría ni un vaso de esta delicia! –Rompe a reír.

Fabián ríe con disimulo para mantener la compostura de su puesto mientras Mirabel frunce el ceño y se cruza de brazos, decidiendo callar mientras Bruno se siente incómodo, mirándolos a ellos y luego a su sobrina de reojo y con sus dedos dando toques en la mesa de madera.

-¿Por qué que no bebes? –Le reprocha Alberto a Bruno.

Aprieta los labios y mira la enorme jarra de cerveza que tiene delante y luego mira muy incómodo a los dos soldados.

-¡Vamos, no seas vergonzoso! ¡Un hombre no es un hombre si no sabe beber! –Alberto da una enorme risotada mientras da dos fuertes palmadas en la mesa- ¿Permiso, Sargento? –Le mira con una sonrisa de medio lado con sorna.

-Permiso concedido –Responde mirando a su propia jarra, como si con él no fuera la cosa.

Sonríe enseñando los dientes, levantándose de su asiento. Los Madrigal se miran entre incómodos y algo asustados, ¿qué iba a hacer?

Se pone detrás de Bruno y deja caer sus manos sobre los hombros de Bruno, provocando que diera un brinco del susto, mirándolo incluso con terror. Mirabel ya tenía el ceño fruncido desde hace rato, mirando de mala manera a Alberto mientras se va poniendo nerviosa por no saber que tiene en mente.

-¡Sé un hombre! –Exclama, agarrando la enorme jarra de Bruno con una mano y con la otra agarra el mentón del contrario para echar la cabeza hacia atrás y obligarle a beber, como si de un embudo se tratase.

Bruno mueve las manos en busca de ayuda, cerrando los ojos con fuerza hasta que consigue aferrarse a la mano que sostiene su mentón, intentando quitárselo de encima sin éxito.

-¡Tío Bruno! ¡¿Estás loco?! –Se queja Mirabel, levantándose de un salto del asiento y predispuesta a empujar a Alberto, pero Fabián la sostiene de los brazos y la aleja lo suficiente de los dos adultos- ¡Suéltame! ¡¿Pero qué os pasa?! ¡Se está ahogando! -Patalea, luchando por liberarse mientras sus ojos se empañan por la frustración.

Lo peor de todo es que los que están en ese bar miran para otro lado, incluido el dueño del mismo. Parecían estar asustados de esos dos soldados, como si los dos buitres fuesen sus reyes intocables que podían hacer lo que quisieran.

Y lo que le estaban haciendo a Bruno es una prueba de ello.

La jarra por fin queda vacía, por lo que Alberto libera a Bruno que ya está rojo y mareado, juzgando por la manera de mecerse de un lado hacia otro, además de que su poncho está completamente mojado por la cerveza derramada.

-¡Ya eres todo un hombre! –Le da una palmada en la espalda tras una risotada, volviendo a sentarse en su lugar mientras Fabián suelta a la menor, que corre por su tío.

-¿Tío Bruno? –Bruno le mira bastante mareado y con una sonrisa al verla, respondiéndole con un hipo.

-¡Mirabeeel! –Pasa su dedo por su mejilla como si quisiera limpiarle una mancha- Uuuh… No se quita…

-Contarnos, ¿cómo es vuestro pueblo? –Pregunta Fabián, ignorando el estado de Bruno.

-¡Nuestro pueblo es muy bonito! –Responde Bruno tras un hipo, siendo sujetado por su sobrina al casi caer sobre la mesa- Es más pequeño… No hay… Esas armaduras… -Suelta otro hipo, riendo y moviendo los hombros- Y esos cuernos… ¡Wow! ¿También tenéis a gente con dones? ¿Cuál es el vuestro?

-¿Cuernos? –Ambos soldados se miran con la ceja arqueada y estallan a risas- ¡Menuda borrachera!

-¿Qué es eso de los dones? –Pregunta muy interesado el Sargento.

-Ya saben… Súperfuerza, súperoído, ¡yo hago premoniciones!

-¡Ya basta! –Corta Mirabel, riendo con nerviosismo- Está claro que se lo está inventando, está borracho después de todo, qué cosas, ¿no?

-Noooo, que vaaaa –Bruno hace un movimiento con la mano que le hace caer de espaldas al suelo- Uy, está todo al revés

Mirabel resopla y con mucho trabajo, consigue cargar con su tío pero éste vuelve a caer al suelo, quedando con las piernas en alto porque Mirabel las tiene sujetas. Mirabel pone cada expresión que es digna de enmarcar.

-¿Ya os vais? Vamos, quiero escuchar su historia –Dice Alberto.

-¡Qué se estaba inventando! Es muy bueno inventando historias –Sonríe de oreja a oreja con incomodidad- ¡Y eran muy conocidos! Sí, eso… Es escritor… -Va inventando sobre la marcha mientras conseguía acercarse a la puerta, arrastrando a su tío al no poder cargar con él- "Ahora sí que querría la fuera de Luisa" –Piensa en modo de queja- Esto, ahm… ¡Gracias! Y…¡Adiós! –Se despide, marchándose de ahí corriendo.

-¡Au! Uno, ¡Au! Dos… -Por cada coscorrón con los escalones del bar, Bruno los cuenta entre risas.

Se acerca al caballo y sin saber cómo, consigue subir a su tío al lomo del caballo. Resopla mientras se apoya en el animal, agotada.

-No puedo más… -Se queja en un susurro.

-Mirabeeel –La nombra con un canturreo.

-Qué

-¡Pú! –Ríe borracho tras tocar su nariz, haciendo que su sobrina lo mire con cara de pocos amigos.

-Vámonos de aquí, lejos de esos dos… -Dice subiéndose al caballo y marchándose, no pudiendo evitar mirar hacia atrás cada dos por tres, vigilando a esos dos soldados que habían salido del bar para ver como se marchaban.

Mirabel espera de corazón que no se hubieran creído las palabras de su tío y solo se lo tomaran como una historia que se ha inventado un borracho.

-Sargento Fabián, ¿se lo habrá inventado? –Pregunta Alberto.

-¿Has visto lo nerviosa que se ha puesto ella? –La señala con la jarra de cerveza en mano- Esto tenemos que explicárselo al Coronel Nelson –Anuncia con una sonrisa victoriosa.

En una historia de Disney nunca pueden faltar los guiños y las referencias:

Maia está ambientada en Moana.

En vez de crear un personaje totalmente nuevo, decidí recurrir a otra película de Disney a modo de guiño, y que además, encajase en la historia de Encanto.

Y no, no es un crossover.

Las armaduras de los soldados del nuevo pueblo, están ambientados en la película de La ruta hacia el Dorado.

En realidad, en la siguiente parte de esta historia, habrá más referencias a esta gran película.

Esta historia proviene de mi antología Mosaico, publicada en Wattpad y actualmente en proceso.

No olvides dejar tu voto y/o comentario en este capítulo para ayudar a que esta historia crezca.

¡Gracias por leer!

Para leer Mosaico:

www . wattpad story / 294743644 - mosaico