Disclaimer: Nada relacionado con Sailor Moon es mío
Nota del Autor: Ésta es la tercera y final parte de una trilogía que comenzó con "Lo que hay detrás de la cortina" y continuó con "Cortejando el apocalipsis". No es necesario que lean las otras dos partes, pero si quieren profundizar en el argumento, están más que bienvenidos a hacerlo. También pueden haber diferencias en las fechas que aparecerán en este fic y otras cosas más con respecto al manga y al anime. Pero ésta es una historia alternativa y la idea es desviarse un poco del canon para que no sea la misma historia con unos pocos retoques, pero sí caracterizaré correctamente a los personajes. Y, como siempre, espero que les guste.
Un saludo.
Advertencia: Este fic contiene violencia, lenguaje grosero y un par de romances entre dos chicas. Si no te gusta la sangre o las mujeres lesbianas, es mejor que te alejes de este fic como si la misma Sailor Galaxia te estuviera persiguiendo. :D
Ascensión
"Cuando el poder del amor se sobreponga al amor por el poder, el mundo conocerá la paz"
Jimi Hendrix
Prólogo
Antes de todo
Tokio, 16 de octubre de 1986, 03:14a.m.
La habitación estaba a oscuras y el aire dentro de ésta se antojaba frío. No había nadie, a excepción de una niña de ocho años que dormía plácidamente en la cama de sus padres. Ellos no estaban en casa. Ambos estaban a bordo de un avión, camino a algún destino paradisíaco en el Pacífico, quizás Hawai, tal vez durmiendo como lo estaba haciendo su única hija.
El teléfono sonó. De forma insistente sonó. La niña bostezó y abrió los ojos, extendiendo los brazos y escuchando el timbre del bendito teléfono como si aquel fuese un sonido que jamás esperaba escuchar.
Y el teléfono siguió sonando. Había una urgencia desesperada en la forma en que el timbre penetraba en los oídos de la niña. Volviendo a bostezar, ella abandonó la cama y tomó el auricular, preguntándose quién querría algo de sus padres a esas horas tan intempestivas.
No habían pasado ni veinte segundos desde que la niña atendió la llamada hasta que dejó caer el auricular, sin estar consciente de que lo había hecho. Las palabras que había escuchado la dejaron helada, inmóvil, incapaz siquiera de decir algo, lo que fuese. Estuvo un tiempo indeterminado de pie en medio de una habitación que no le pertenecía, una habitación que era de sus padres…
Padres que ya no están.
Lita Kino todavía no podía hablar. Abría y cerraba la boca, sin emitir sonido alguno. Una desagradable oleada de miedo y confusión la hizo temblar de la cabeza a los pies, solamente para dar lugar al dolor. Las lágrimas pugnaban por caer. Lita las reprimió. Comprimió sus manos en puños, tratando de insuflarse fuerza en un momento que la había dejado indefensa y débil. Pero sus esfuerzos eran en vano. Una llamada telefónica había bastado para quedarse sin padres, sin refugio, sin amor… sin nada.
Ya no pudo soportarlo más.
Dio con sus rodillas en el piso, importándole un pepino el dolor. Lo que estaba sintiendo en su corazón era mucho peor que una insignificante molestia en sus rodillas. Se apoyó con los brazos en el suelo, mirando a éste como si pudiera encontrar algún alivio allí. No lo hizo. Nada podía consolarla en ese momento.
La casa se llenó con los llantos de Lita, mientras que, cinco mil kilómetros al este de Tokio, un equipo de salvamento recuperaba los cuerpos de un avión que se había estrellado en una isla en medio del Pacífico.
Tokio, 17 de agosto de 1991, 01:02a.m.
Pese a que le había jurado a sus padres que regresaría a una hora prudente, Mina Aino no era una chica exactamente obediente. Había pasado el rato junto a sus amigas, jugando videojuegos y escuchando a artistas famosos, no estudiando, como ella les había dicho a sus padres. No era extraño que sus calificaciones en el colegio estuvieran por el subterráneo, algo que parecía preocuparle en un principio, pero que al final se convertía en algo secundario. Para Mina, ser adolescente era algo importante y no podía desperdiciar su juventud en cosas como el estudio, por ejemplo.
Pese a que las cosas se habían mantenido pacíficas desde mediados de 1969, año en que había terminado la infame Guerra Fría, Mina miraba en todas direcciones en busca en posibles agresores o acosadores. No le faltaba mucho para llegar a su casa, y pensó que ya había pasado lo peor cuando dos ojos brillantes aparecieron sobre un tacho de basura.
Un sonido metálico hizo que los nervios de Mina se pusieran en alerta. Dirigió su mirada hacia el tacho de basura y pudo ver una silueta extraña. ¿Podría ser un gnomo? No seas tonta, Mina. Los gnomos existen solamente en los cuentos para niños. Sintiéndose nerviosa y curiosa a partes iguales, Mina se acercó con tiento a la silueta con los ojos brillantes… cuando ésta se movió hacia ella y el corazón de Mina saltó hasta su cuello, perdiendo el equilibrio y cayendo al suelo de espaldas. Sobándose la parte de atrás de la cabeza, Mina se sentó sobre la acera y vio que había un gato blanco frente a ella. Así que eso era la silueta que vi. Pero eso no era todo. El gato tenía una extraña marca en su frente, como una insignia con forma de cruasán. ¿O es una luna menguante?
El gato siguió avanzando hacia Mina, lenta y cautelosamente, como inspeccionando a la chica frente a éste. Al fin, después de lo que parecieron segundos dilatarse en minutos, el gato hizo algo que Mina jamás esperó que hiciera.
—Al fin te he encontrado, Mina. ¡Qué gusto verte otra vez!
La pobre Mina se quedó rígida por un par de segundos antes de rodar los ojos y colapsar nuevamente sobre la acera. El gato se quedó mirando a la chica, quizás pensando que no debió haber hablado de forma tan repentina en medio de la noche. De todas formas, los gatos parlantes eran muy raros y una antigua superstición decía que tales felinos solamente existían en la luna.
Cuando Mina recuperó el conocimiento, vio que el gato seguía allí, como si estuviera esperándola.
—¿Sigues aquí? —dijo ella débilmente, temiendo volver a caer sobre la acera por tercera vez. Por supuesto, no esperaba que el gato le respondiera.
—Por supuesto —repuso el gato blanco como si aquello fuese una obviedad—. No podría dejar abandonar a alguien como tú.
Mina se quedó mirando al gato, creyendo que algo andaba mal con la realidad. Hasta donde ella tenía entendido, los gatos no hablaban. Y, sin embargo, estaba dialogando con uno, en medio de la noche.
—Pero… pero los gatos no hablan.
—¿De dónde sacaste esa idea? —dijo el gato, sin esperar por una respuesta de parte de Mina—. El mundo es un lugar muy grande. Pero esa conversación debe esperar. Tenemos que regresar a tu habitación. Dialogar cosas importantes en medio de la calle a estas horas no es un asunto que me entusiasme mucho.
Mina, al escuchar las palabras del gato, cobró conciencia de la hora y de que iba a recibir una paliza a escala galáctica. Se puso de pie y se masajeó las sienes, mirando con renovada curiosidad al gato parlante. Éste le respondió con una mirada apremiante y Mina, captando el mensaje, siguió su camino, acompañada del gato, pensando a ratos que había entrado por error a un programa de televisión para niños.
—Si puedes hablar —dijo Mina mientras trataba de aferrarse a la nueva realidad que le había caído tan bien como la acera con la que había chocado su cabeza hace unos minutos atrás—, ¿eso significa que tienes nombre?
El gato asintió.
—¿Y tienes dueño?
—¡No tengo dueño! ¿Qué te has creído? ¿Pensaste que soy un gato doméstico?
Mina no sabía qué decir al ver a un gato indignado, pues jamás había pasado por esa situación.
—Soy un gato bastante independiente y puedes empezar llamándome por mi nombre.
—¿Y cuál es ese?
—Mi nombre es Artemis y vengo de un lugar muy lejano.
—Curioso nombre para un gato —opinó Mina. Artemis entornó los ojos.
Aquel sería el comienzo de una larga y accidentada amistad.
Tokio, 23 de diciembre de 1991, 09:36p.m.
La habitación estaba sumida en la penumbra. La única luz provenía de una especie de fogata cuya luz inestable hacía bailar a las sombras que se proyectaban en las paredes. Una de las sombras era la de una persona, quien estaba sentada a la turca frente al fuego, mirando fijamente a las llamas, como si pudiera ver algo más allá de ellas.
Para Rei Hino, ser una Miko implicaba lidiar con una desagradable dicotomía: era la única sacerdotisa en ese lado de Tokio que realmente podía predecir eventos futuros y la policía acudía a ella en algunas ocasiones para resolver casos particularmente complicados. Por otro lado, había mucha gente que no veía con buenos ojos las habilidades de Rei, algunos por envidia, otros por miedo, y era por esa razón que había crecido esencialmente sola. Claro, su abuelo había aportado en algo, pero Rei había aprendido hace mucho a cuidarse por su cuenta. Aquello la hizo una mujer tenaz, trabajadora y con un carácter sólido, forjado de la misma forma que el acero templado.
Sorpresivamente, las llamas crecieron casi hasta el nivel del techo y Rei fue cruzada por una sensación tan poderosa que casi la dejó inconsciente. Apoyándose en sus brazos y respirando con dificultad, Rei se esforzó por recordar lo que había visto, cerrando los ojos y concentrando todo su espíritu en la sombra que había oscurecido su llama. Pero todo lo que vio fue una silueta amenazadora, una silueta que sostenía una esfera en sus manos, solamente para hacerla añicos.
Rei abrió los ojos. Un sudor frío recorrió su espalda y se vio envuelta por un miedo que jamás había sentido en toda su corta vida.
El mundo está en peligro.
Sí, ¿pero quién lo amenaza? ¿Qué puedo hacer para evitarlo? ¡La gente creerá que estoy loca!
Y no sin razón. Desde junio de 1969 que no había ninguna guerra, ningún país trataba de robar los recursos de otro país, las dictaduras brillaban por su ausencia y el uno por ciento más rico de la población poseía solamente un quince por ciento de la riqueza mundial. Eso se veía reflejado en la eliminación de la tasa de interés en la mayoría de los préstamos bancarios que se llevaban a cabo. El mundo estaba mejorando cada vez más, por lo que la mera noción de una amenaza a la humanidad iba a caer en oídos sordos.
Rei se puso de pie y crispó los puños, mirando hacia el suelo en señal de impotencia. No podía hacer nada con respecto a la visión que había tenido. Estuvo un largo rato así, pensando en quién podría destruir el mundo, o al menos amenazarlo, pero no se le ocurría ningún nombre. Ya no había dictaduras ni gobiernos revolucionarios, pues la derecha y la izquierda comenzaron a carecer de relevancia a principios de los setentas cuando, en una de las mayores sorpresas en la historia de las elecciones, Richard Nixon perdió la presidencia por una aplastante unanimidad nacida a causa del fin de la Guerra Fría.
¿Quién puede ser el responsable?
Rei volvió a recurrir a su llama, pero por mucho que lo intentó, la silueta no se aclaró. Era como si esa persona, quienquiera que fuese, no quería que su identidad fuese revelada. Al final, Rei, suspirando en señal de cansancio, abandonó la habitación y se dirigió a su dormitorio, sin siquiera comer. Lo sucedido hace unos pocos minutos le había robado el hambre y la sed, y, mientras se enfundaba su pijama, quizás también le impediría conciliar el sueño.
Groenlandia, 04 de enero de 1992, 06:23a.m.
Una mujer de cabellos dorados no parecía tener el frío en alta estima, pese al vestido ligero que usaba, también de color dorado. Una aurora boreal se podía ver en el cielo, sus suaves movimientos y exóticos colores distrayendo a la mujer de su propósito. Ella sonrió, al tanto de la existencia de aquel fenómeno, el cual había sido nombrado con su propio nombre.
Aurora encontró el trozo de roca que andaba buscando, una piedra que se asemejaba bastante a una lápida. Sabía con exactitud lo que se escondía bajo, y, sin dudar más, alzó un bastón con una estrella de cuatro puntas en un extremo. Iba a necesitar transformarse para acceder a las tumbas que andaba buscando.
Una enorme nube de nieve pulverizada nubló la visión de Sailor Eos por un momento. Esperó pacientemente a que la nube se disolviera y, cuando lo hizo, supo que había estado en lo correcto todo el tiempo.
En el fondo de la excavación, cuatro sarcófagos yacían perfectamente alineados hacia el norte. Sailor Eos no necesitaba leer las inscripciones en las tapas de los sarcófagos para saber quiénes eran ellos.
Los candidatos perfectos.
No obstante, había algo que Sailor Eos no había anticipado.
Los sarcófagos se movían.
Segundo más tarde, se rompieron.
Sailor Eos vio, con creciente sorpresa, cómo los cuatro individuos se ponían de pie y miraban a sus alrededores, notando la presencia de la mujer que, supuestamente, los había liberado.
—¿Quién eres tú? —preguntó uno de ellos. Sailor Eos casi saltó de la sorpresa.
—¿Dónde está nuestra reina? —inquirió otro, con más brusquedad que el primero.
Sailor Eos no respondió. No había anticipado que ellos todavía estuvieran vivos y no sabía qué hacer, aparte de mirar como los cuatro individuos salían de la excavación sin problemas, buscando en la nieve, ignorando por completo a la mujer que había hecho el agujero en primer lugar.
Una repentina explosión definitivamente hizo que el corazón de Sailor Eos le saltara a la garganta. Con tiento, giró su cabeza y vio que los cuatro hombres estaban de pie en el borde del agujero. Juzgando que sería una soberana locura acercarse, Sailor Eos caminó hacia los cuatro hombres, y escuchó unas palabras que le robaron el aire de sus pulmones.
—¡Despierta, oh, gran reina nuestra! ¡Despierta de tu sueño eterno!
De pronto, un gran temblor sacudió el suelo y Sailor Eos tuvo que ponerse en cuatro para no perder el equilibrio. Sin embargo, en medio de todo el movimiento, ella sabía lo que acababan de hacer esos sujetos y su cabeza se vio invadida por el miedo y la culpa.
—¿Qué he hecho? —se lamentó Sailor Eos mientras se alejaba lo más discretamente que podía del lugar, a sabiendas que había contribuido a despertar algo realmente terrible.
