Disclaimer: Nada relacionado con Shingeki no Kyojin es mío

Nota del Autor: Hay tan poco yuri en este fandom que decidí aportar un granito de arena a este subgénero. Normalmente escribiría sobre Ymir e Historia, lo más cercano a una pareja canon que hay en SnK, pero intentaré algo nuevo. Creo que más de alguien ha tomado el mismo riesgo que voy a tomar ahora, pero aun así, la pareja que voy a plantear es muy extraña. Vamos a ver cómo me sale una historia de amor entre Mikasa y, valga la redundancia, Historia.

Advertencia: Al tratarse de un fic de Shingeki no Kyojin, es natural que contenga mucha violencia. También habrá lenguaje grosero, un romance entre dos chicas y algunas escenas sexuales. Si no te gustan las mujeres lesbianas, corre como si el Führer (Eren) te estuviera persiguiendo. xD Además, esta historia estará ambientado en la misma época y las mismas circunstancias que el anime (el manga va más avanzado y no he tenido la oportunidad de leerlo al completo), pero será una historia con canon divergente.

Notas adicionales: esta historia ha pasado por una revisión a fondo, por lo que muchas cosas van a cambiar con respecto a lo que había escrito anteriormente. Encontrarán una escritura más coherente, con menos conveniencias y sin agujeros argumentales (espero), aparte de algunos arreglos a cómo están caracterizados algunos personajes.

Un saludo.


La historia de Mikasa

I
En el Cuerpo de Entrenamiento

Normalmente, no soy una persona muy versada en narrar una historia, ni mucho menos en hacerlo con un grupo de gente, pero haré un esfuerzo, porque creo que es necesario. Lo necesito, después de todo lo que me ha pasado. Me pasaron cosas que jamás esperé que me ocurrieran, y de las que, honestamente, no me arrepiento de haberlas vivido.

Verán, yo recién había ingresado al Cuerpo de Entrenamiento, con un solo propósito en mente. Era como un caballo de carreras, siempre mirando al frente, sin ser consciente de que lo más importante se encontraba a los lados. Fue por esa razón que, al menos en un principio, no me percaté de ella. Todo mi pensamiento estaba, como sabrán muy bien, enfocados en protegerlo a él, a Eren. Después de todo, le debía mi vida, me había dado un hogar, y era por eso que necesitaba hacer lo que estaba haciendo.

O al menos eso creía.

Cuando el instructor acabó con nosotros, pudimos ir a las barracas a descansar un poco. Noté que varios habían escogido desertar incluso antes de entrenar. No los podía culpar. Básicamente, les estaban pidiendo que entregaran sus vidas peleando con esos humanos desproporcionados que la gente llamaba titanes. No cualquiera tenía el valor, o la habilidad, para pelear contra ellos. Pero no es lo que vi en la mayoría de los reclutas. Los demás lucían relajados, hablando de forma casual, burlándose de la pobre Sasha, quien había tenido que correr hasta decir basta por su atrevimiento, o preguntándole a Eren sobre el titán colosal y lo demás que había pasado en Shiganshina. A veces me daba rabia ver cómo esos insolentes hacían ver un ataque devastador para la humanidad como si fuese un tópico de conversación cualquiera, pero, entre todo el aire de trivialidad que reinaba en las barracas, me di cuenta que había alguien que no parecía compartir las mismas ideas que los demás.

No quiero que me malinterpreten. Era cierto que una de mis preocupaciones más importantes era proteger a Eren, pero, por todos los cielos, no pueden esperar que él sea todo mi mundo. Fue por eso que vi a esa chica del cabello rubio y los ojos saltones. Era diminuta para alguien de su edad, y siempre parecía lucir tensa por alguna razón. Me pregunté si era por el hecho que había sido forzada a entrar al ejército por un motivo desconocido, porque, si me lo preguntan, esa chica lucía exactamente como lo haría una persona en esa situación. O también podía deberse a que, a diferencia de los demás jóvenes, que conseguían trivializar la amenaza de los titanes con tanta facilidad, ella sí era consciente de lo que iba a enfrentar, y que se trataba de un asunto serio. Quise creer que se trataba de esto último. Tal vez fue por eso que me acerqué a ella a hablarle.

—Hola —saludé, en el tono más amigable que pude, pero ustedes ya me conocen, no era exactamente un rayo de sol—. No te vi mientras estábamos en el campo.

Ella me miró como si yo fuese una especie de aparición, antes de componer una pequeña sonrisa. Debo reconocer que aquella fue la primera señal de que algo estaba a punto de cambiar de forma muy radical en mi vida.

—Um… yo tampoco —repuso ella, torciendo la vista hacia la mesa, como fascinada por ella, como si yo le infundiera miedo—. E-Estaba más pendiente del instructor.

—Asusta, ¿verdad?

—Nos hace ver como si nosotros fuésemos basura —protestó ella, y yo solamente le di la razón asintiendo levemente—. ¿Siempre es así cuando uno ingresa al ejército?

—Lamento tener que bajarte de la nube, pero así es —respondí con toda la franqueza que pude, pues me daba la impresión que la chica frente a mí era tan frágil como un papel, y asumí que iba a ser igual de fácil quebrarla. Sin embargo, mis padres adoptivos siempre me dijeron que abusar de los débiles era algo detestable, y que muchas personas aprovechaban para verse como hombres fuertes. Pues, no lo hice con esta joven.

—Ya veo —dijo ella en voz baja, volviendo a fascinarse con la mesa, apenas consciente del pan y la sopa justo frente a sus ojos—. Pues asumo que deberé acostumbrarme. No escogí entrar al ejército. ¿Y tú…?

Me di cuenta que no le había dicho mi nombre, pero no me disculpé. Supongo que aquello formaba parte de lo que yo era, y no le di importancia.

—Soy Mikasa —le dije, y ella hizo un gesto de reconocimiento—. Y tengo mis razones para haber ingresado—. Juzgué imprudente revelar mis razones para entrar al ejército a una persona a la que apenas venía conociendo, por muy inocente que luciese.

—¿Mikasa? Ese es un nombre muy poco común —dijo la joven, sin siquiera girar la cabeza—. Alguien por ahí me dijo que una vez hubo un grupo de gente que tenía nombres como el tuyo, hace mucho tiempo atrás.

—Yo también oí algo parecido —me escuché decir, pero eso no hizo otra cosa que recordarme a mi madre, la que me había traído al mundo—, pero no me llama mucho la atención, la verdad.

—Lo siento —dijo la muchacha, con su voz aguda y tímida—. Es obvio que no te gusta hablar del tema. Por cierto, noté que viniste con un muchacho de cabello castaño y mirada agresiva. ¿Acaso es tu novio?

No supe si fue la pregunta o la forma en que ella me la había hecho, pero enseguida noté cómo mis mejillas ardían. No era común que la gente pensara que yo y Eren éramos novios, pues Shiganshina no era una ciudad muy grande, y todos sabían las circunstancias en las que yo había llegado a la casa de los Jaeger, y que Eren solamente era mi hermano adoptivo. No obstante, yo, aunque pretendiera lo contrario, no podía negarme a la posibilidad de que fuese algo más para él.

—No lo es —dije, tratando heroicamente de hacer que mis mejillas dejaran de arder, cosa que fui consiguiendo de a poco—. Es mi hermano.

—No se parecen en nada —observó la muchacha, dejando de mirar la mesa y clavando sus ojos celestes en los míos—. A menos que tus padres te hayan adoptado.

—Bueno, tienes razón en que soy adoptada —dije casualmente, pero con la firmeza suficiente para hacerle llegar el mensaje a Krista de que no era un tema del que me gustara hablar. Afortunadamente, Krista pareció entender mis reticencias a hablar del asunto y no hizo más preguntas. Viendo que ella permanecía en silencio, juzgué que era la oportunidad perfecta para cambiar de tema—. No me has dicho cómo te llamas.

Cuando le hice la pregunta, noté que ella había tragado saliva, como si le acabara de preguntar si había cometido un crimen. No me extrañaba aquella reacción, pues ella respondió como si alguien le pusiera una espada al cuello.

—Me llamo Krista.

En un gesto que esperaba que la tranquilizara, le extendí una mano. Ella estuvo un rato mirándome, como si me estuviera diciendo que me había equivocado de gesto, pero Krista estrechó mi mano de todas formas.

—Un gusto conocerte, Krista.

—Lo mismo digo, Mikasa.

Luego de eso, dejé de tomar su mano, di media vuelta y volví adonde estaba Eren. Noté que no lucía demasiado tranquilo y que gastaba una mirada de desprecio en un tipo con la cabeza tan alargada que le hacía ver como un caballo. Fui en pos de Eren para tranquilizarle un poco, cuando escuché la voz del cara de caballo llamarme. Me di vuelta, solamente para escuchar cumplidos banales que no venían al caso. Se lo agradecí de todos modos, aunque admito que no soné para nada agradecida. En fin, fui junto a Eren, y fue cuando me sugirió que me cortara el pelo, porque sería un estorbo en las prácticas. Juzgué que tenía razón, pero no iba a hacer ese trabajo yo misma. Iba a ser un desastre. Me volví hacia atrás, y vi a Krista asomada por la ventana. Parecía mirarme con atención.

Si lo pensaba bien, Krista era la única chica con la que había hablado, y, mirándola con más detalle, me di cuenta que su cabello era reluciente y casi sin imperfecciones. Tenía una relativa confianza en que ella podría hacer un buen trabajo con el mío. De ese modo, le prometí a Eren que me iba a cortar el pelo y me devolví a las barracas.

En ese momento, como siempre ocurre en este tipo de historias, nunca se me pasó por la cabeza que una decisión tan irrisoria como aquella fue capaz de cambiar mi vida de una forma tan radical.