Disclaimer: South Park es propiedad de Matt Stone y Trey Parker. Los Mitos de Cthulhu son propiedad de H. P. Lovecraft y los miembros del Círculo Lovecraft.


ADVERTENCIA: Escribí esta historia hace ya casi ocho años. Aunque antes de subir los capítulos trato de hacer una corrección de estilo en general, es posible que encuentren muchos errores en ella, ya que (quiero creer) mi estilo ha cambiado mucho desde entonces. Igual, las referencias a Lovecraft son laxas en el sentido de que se adaptan al mundo de South Park, y no al revés.


Universo Lovecraft-Park

Tras la huella de los dioses


Capítulo 1

«La emoción más antigua y más poderosa de la humanidad es el miedo; y el más antiguo e intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido…»

—Howard Phillips Lovecraft, El horror sobrenatural en la literatura


Mysterion sintió como si un hielo se estuviera deslizando por su garganta hasta su estómago, mientras veía la forma en que el inmenso dios oscuro era derrotado con suma facilidad por Mint-Berry Crunch. Vio a El Coon despotricando contra Bradley, acusándolo por derrotar al dios que con tanto trabajo había manipulado, deteniendo sus esfuerzos para «hacer del mundo un mejor lugar».

Ignorando al gordo con traje de mapache, Mint-Berry Crunch se alejó volando, llevando a la gigantesca bestia del fondo marino envuelta en una burbuja de baya. El monstruo intentó destruir su prisión con sus garras, pero estas no parecían tener la fuerza suficiente para conseguirlo. Rugió, ocasionando que los presentes, salvo Mysterion, tuvieran que taparse los oídos ante tan potente sonido. Los cristales de las ventanas de los coches y edificios cercanos estallaron ante la potencia de tal alarido, y varias personas sufrieron ruptura de tímpanos. La onda de choque ocasionó que incluso el héroe, Mint-Berry Crunch, perdiera momentáneamente la concentración, y la burbuja de baya estuvo a punto de desaparecer. Por fortuna, Bradley consiguió recobrar la compostura al instante y continuar con su misión.

El Coon se levantó de un salto, tras haber caído debido al alarido del dios oscuro, y continuó lanzando insultos contra «el niño baya». Mientras las personas a su alrededor, un poco más recuperadas de todo lo que había pasado ese día, comenzaban a vitorear al héroe que los había salvado del temible Cthulhu.

Ese fue el momento en el que Mysterion sintió como algo dentro de él se quebraba de manera definitiva.

—¡No! —gritó, mientras sus puños se apretaban con frustración.

No podía hacer nada, había perdido su oportunidad. Mint-Berry Crunch ya se había alejado tanto, que ahora solamente se veía una mota negra cada vez más diminuta, desapareciendo en dirección al Golfo de México.

El héroe cerró los ojos y negó con la cabeza, dejó caer sus hombros en un gesto derrotado, y sintió las lágrimas picando debajo del antifaz. Había estado tan cerca de saber lo que era, de comprender todo sobre su maldición y, quizás, finalmente detenerla. Pero ahora, dicha oportunidad se había perdido. Cthulhu desaparecería de nuevo bajo las profundidades del océano, y con ello sus esperanzas de poner fin a su sufrimiento.

Al caer en cuenta de lo que estaba pensando, se sintió terrible por sentirse de esa forma tan egoísta. Sabía que lo mejor era que el dios oscuro volviera a su dimensión, o cualquiera que fuera el lugar de donde había salido, a pesar de lo cual no podía evitar sentirse tan devastado por perder la que posiblemente sería su única oportunidad de entender lo que él era en realidad.

Sin más que hacer allí, se giró y para emprender el camino de regreso a South Park. Ya no le importaba cómo terminaría eso, lo que hicieran El Coon o Mint-Berry Crunch, en su mente solo había cientos de lamentaciones por la oportunidad que había perdido aquella noche. Una que tal vez jamás volviera a presentarse.

- ULP -

No está muerto lo que puede yacer eternamente, y en extraños eones incluso la muerte puede morir…

Recostado en la raída cama de su destartalada habitación, Kenny McCormick no podía evitar dar una y mil vueltas a esa frase en su cabeza. Una cita de El Necronomicón sobre el Gran Cthulhu, según lo que los góticos le habían dicho.

Necronomicón: un libro maldito escrito por un árabe loco que había contemplado ciudades de pesadilla y entidades que se encontraban más allá de la comprensión del hombre. Un libro que contenía las descripciones y los conjuros para invocar a los Antiguos. El libro que una secta de fanáticos dementes había utilizado para maldecirlo, mientras aún se encontraba en el vientre de su madre.

Se giró en la cama en dirección a la ventana. Los copos de nieve caían con lentitud. Era otra noche en la cual no se vestiría como Mysterion para salir a patrullar las calles. El juego había terminado, al parecer, para él y los demás miembros de Coon y Amigos. Bueno, quizá para Mint-Berry Crunch no. Él estaba allá afuera, en algún lugar del universo, buscando su planeta de origen.

Sonrió con amargura ante ese pensamiento.

Bradley tenía un sitio al cual ir a buscar una explicación sobre su origen y el de sus poderes; en cambio, él no tenía nada. El mismo Bradley se lo había arrebatado.

Sabía que era egoísta pensar de esa forma, puesto que Bradley solamente había hecho lo que debía. Sus necesidades como individuo no debían estar por sobre las del resto del mundo. Eso era ser un héroe, ¿verdad? Un héroe como los de los cómics que lo inspiraron a usar su inmortalidad para ayudar a otros. Si Cthulhu no hubiera sido derrotado, posiblemente ahora el planeta sería una dictadura dirigida por Cartman. Se estremeció de solamente reflexionar en eso. Sin embargo, a pesar de saber aquello, le era imposible no desear haber tenido más respuestas del dios oscuro. Toda su vida lo único que había querido era deshacerse de su maldición, o al menos entenderla, y tal vez nunca estaría tan cerca de eso como lo estuvo aquella noche en Denver.

Recordó que, mucho tiempo atrás, había preguntado a Satán al respecto en uno de sus tantos viajes al Infierno. De hecho, fue el buscarlo por esa respuesta lo que al final hizo que se volviera amigo de Damien cuando el chico, más por aburrimiento que otra cosa, le ayudó a conseguir una cita en la apretada agenda del rey del Infierno.

Satán le había dicho que no tenía idea de porque era incapaz de morir. El mismo demonio les ordenó a sus escribas buscar en los muchos tomos arcanos de su biblioteca una razón de esto, en cuanto se percató de la anomalía que representaba en el flujo de almas entre el mundo de los vivos, el Infierno e incluso el Paraíso y el Purgatorio. Sin embargo, no habían encontrado información alguna en la vasta biblioteca del infierno, aunque, para su sorpresa, los tomos prohibidos en los cuales, tal vez, podrían haber hallado siquiera una pista, estaban desaparecidos. Alguien, aunque Satán no se aventuró a conjeturar quién o qué podría ser responsable de eso, parecía querer mantener esa información lejos de sus manos. Como si eso no fuera suficiente, al tratar de ver en el pasado y el futuro de Kenny en busca de una respuesta, resultó que algo, posiblemente relacionado con el robo a su biblioteca, le bloqueaba manteniendo en la oscuridad tal conocimiento.

—Solamente mi padre podría ayudarte —dijo finalmente Satán, haciendo que Damien se molestara por la mención de Dios.

Satanás se rio entre dientes por la actitud de su diablillo, como lo llamaba de cariño, para luego revolverle el cabello de forma cariñosa antes de regresar a sus pilas de papeleo pendiente.

Todo eso había ocurrido casi un año y medio antes de que la petrolera había liberado por accidente al amo de R'lyeh. Y ahora, a pesar de que finalmente había aparecido una pista que seguir, Cthulhu se había ido y ya no parecía haber otra manera de saber lo que él era.

Su teléfono comenzó a sonar sacándolo de sus cavilaciones.

Con algo de desgana, estiró la mano y tomó el aparato. Era un mensaje de Kyle. No lo abrió y devolvió el teléfono a la tambaleante mesita de noche –una de las patas cojeaba–, para volver a cubrir su rostro con la almohada.

Sus amigos estaban preocupados porque no se había presentado a la escuela en casi un mes, desde que ocurriera lo de Cthulhu; y no lo habían visto desde aquel día en que Mint-Berry Crunch se despidió de todos en el sótano de la casa de los Cartman.

Días atrás, Kyle y Stan habían ido a su casa a verlo. Estuvieron casi una hora esperando en la puerta de su habitación, insistiendo en que tenía que salir de allí. En aquel momento había estado tan mal, que ni siquiera se dignó a abrirles la puerta.

—Ya supéralo, Kenny —le dijo Kyle, luego de que su madre, molesta por las llamadas insistentes a la puerta de la habitación de su hijo, le obligó a abrirles la puerta—. Todo terminó. No sé por qué todo eso de Cthulhu se afecta tanto, pero debes entender que ya quedó atrás y seguir con tu vida.

Su única respuesta a eso fue una risotada amarga. Aún reía cada vez que lo recordaba.

¿Dejar todo atrás?, ¿cómo ellos hacían con sus innumerables muertes?, ¿cómo South Park lo hacía cada vez que algo lo amenazaba? Pavimentar el área y luego seguir con sus vidas parecía ser el verdadero lema del pueblo.

De hecho, le gustaría poder hacer eso, le gustaría poder dejar de preocuparse, vivir tranquilamente como un humano ordinario. Más, cada vez que una bala perdida lo golpeaba directo en el cráneo, un conductor ebrio lo embestía arrojándolo varios metros por el aire con todos los huesos rotos, o era devorado por algún animal salvaje salido del lugar menos esperado, podía sentir dentro de sí; algo que le recordaba que no era humano: que era un fenómeno, un monstruo. Un ser maldito.

… y en extraños eones incluso la muerte puede morir.

Cómo le gustaría que ese extraño eón se apresurara a llegar, al menos para él.

Necronomicón era la única pista que le quedaba por seguir. Sin poder llegar a Cthulhu, y debido a su necesidad de tratar de mantener ignorantes a los miembros de aquel culto sobre su búsqueda de respuestas, no le quedaba más remedio que investigar el tomo maldito por su cuenta.

Decidiendo que era momento de dejar de lamentarse, Kenny decidió que después de todo Mysterion debía salir esa noche, y las siguientes en busca de pistas.

Tenía la información que los góticos le habían dado aquella tarde, y decidió que, de todos los miembros del culto, eran los menos peligrosos.

Así que, los días siguientes, hizo varias visitas extras al cuarto de Henrietta Biggle y al Village Inn, el lugar en el que los góticos pasaban las noches bebiendo café y discutiendo con la mesera.

Esto molestó mucho al grupo, quienes le acusaban de ser un «intento conformista de héroe estereotipado con los calzoncillos por fuera del pantalón». En esas visitas, descubrió que la copia que Henrietta tenía en su habitación no era la del Necronomicón auténtico. Se trataba de una especie de libro de leyendas en la que se daba una de las tantas versiones de la historia del libro maldito.

—¿Quieres saber realmente sobre el Necronomicón? —le espetó Henrietta, con marcado tono de molestia, tras haber sido molestada con lo mismo por enésima vez desde que todo ese incidente con Cthulhu pasó—. Busca información sobre la Universidad de Miskatonic, en la ciudad de Arkham, Massachusetts.

Luego pareció arrepentirse de haber dado esa información, pues su expresión pasó de la molestia a la de alguien que ha metido la pata en grande.

No está de más decir que, como Mysterion, aprovechó el desliz de la niña y de inmediato se coló en la biblioteca pública para usar uno de los computadores.

Miskatonic resultó ser una universidad real, la cual sí que estaba ubicada en la ciudad de Arkham, en el estado de Massachusetts, tal como Henrietta dejó escapar. No era muy conocida fuera de Nueva Inglaterra, en dónde de por sí tenía una reputación… oscura. Acorde con una ciudad a la que los medios locales del Massachusetts apodaron «esa vieja ciudad embrujada de Nueva Inglaterra». Muchos decían que su propio lema, «Ex ignorantia ad sapientiam; ex luce ad tenebras», «De la ignorancia a la sabiduría; de la luz a la oscuridad», precedía a su reputación e iba muy acorde con lo que en ella se estudiaba.

Esta mala fama venía además del hecho de que Miskatonic no parecía denigrar las llamadas ciencias ocultas, teniendo de hecho bajo su poder una colección privada de libros arcanos y grimorios, entre los que destacaba una versión muy completa de El Necronomicón. Para ser precisos, se trataba de una edición en latín impresa, supuestamente, en España alrededor del año 1600 –y de la cual se rumoreaba el mismo Cervantes habría tenido en su poder con intención de traducir el texto al castellano–. Siendo aquella una de las pocas ediciones que se conservaban de aquel tiraje.

Al parecer, el libro maldito era uno de los tomos cuya consulta era más solicitada; sin embargo, para conseguir siquiera una hora con el tomo arcano, era necesario pasar por una serie de trámites y procesos que harían dimitir a más de una persona, y que seguro harían sonreír de satisfacción al más experimentado de los burócratas. Era algo necesario, ya que sería una desgracia que el contenido de dicho libro vagara libremente hasta caer en manos equivocadas.

A pesar de ello, y para satisfacer la curiosidad que había respecto al libro, el sitio web de la universidad había puesto a disposición del público una serie de ligas hacia sitios en los que se podía investigar más al respecto de tan codiciado volumen de magia.

Una de aquellas ligas, dirigía a una edición electrónica de un viejo artículo de los años treinta, firmado por un tal Wilson H. Shepherd y escrito para el The Rebel Press, un viejo diario de la ciudad de Oakman, Alabama. Según su autor, se trataba de un «breve, pero completo, resumen de la historia de este libro, de su autor, de diversas traducciones y ediciones desde su redacción (en el 730) hasta nuestros días».

Según Shepherd, el título original del libro era Kitab Al-azif. Azif era el nombre que los árabes empleaban para referirse al sonido de la noche, que era producido por los insectos, y se creía era el susurro de los demonios. El libro era autoría del árabe Abdul Alhazred, un poeta loco nacido en Yemen y quien aseguraba haber visitado ruinas de ciudades más antiguas que la humanidad. Alhazred adoraba a unas extrañas entidades a las que llamaba Yog-Sothoth y Cthulhu. Se especulaba que la obra había sido compuesta en Damasco, alrededor del año 730 de la era cristiana. Poco tiempo después, el autor murió al ser atacado por una bestia invisible a pleno día, y devorado ante gran número de aterrorizados testigos.

Una traducción del árabe al griego apareció en Europa alrededor del 930, tras casi dos siglos en que el libro en su idioma original había estado circulando de manera clandestina entre los círculos de filósofos de la época. Esta traducción secreta, se pensaba, fue realizada por el filósofo Theodorus Philetas de Constantinopla, y fue la que le dio su nombre actual de El Necronomicón. Título que se traduciría del griego, de una forma un tanto libre, como: «Una imagen o alusión a la ley de los muertos».

En 1228, Olaus Wormius llevó a cabo una traducción al latín, tras encontrar una edición desordenada en una biblioteca oculta en el desierto, en Egipto. Dicha edición, posteriormente, sería prohibida y se ordenó su destrucción por los patriarcas religiosos de la época, debido a los oscuros y siniestros eventos que parecían rodear a la publicación.

Para ese entonces, pareciera que todos los originales en árabe habían desaparecido. La traducción de Wormius, sin embargo, logró escapar a las purgas y fue reimpresa dos veces más: en los siglos XV y XVII, en Alemania y en España, respectivamente. Se rumoreaba también que el ocultista Isabelino, John Dee, habría hecho una traducción parcial al inglés que jamás fue publicada.

Algunos tomos, en especial de las últimas ediciones en latín, griego, alemán y castellano –esta última traducción atribuida a Cervantes–, consiguieron sobrevivir hasta la época actual. Adicionalmente, de las que se sabía estaban en poder de algunas bibliotecas y universidades, tales como la Biblioteca Nacional de París, el Museo Británico, la Universidad de Harvard, la Universidad de Miskatonic y la Universidad de Buenos Aires.

También se tenían noticias de algunas copias existentes en colecciones privadas de algunos millonarios excéntricos. En especial, una edición del siglo XV en manos de la familia Pickman, de Salem, aunque dicho volumen se había perdido cuando el artista R. U. Pickman desapareció en la década de los veinte del siglo pasado. Y muchas de las copias en colecciones privadas, según una nota al pie del artículo, sufrieron el mismo destino en años posteriores a la publicación de aquel texto en 1938.

Se rumoreaba, además, que algunos autores de narraciones fantásticas y de terror, tales como Robert W. Chambers con su obra El rey de amarillo, podrían haberse inspirado en dicho libro para la redacción de sus ficciones.

El Necronomicón era una lectura prohibida y condenada por la mayoría de las organizaciones religiosas del mundo. Su lectura traía consecuencias nefastas.

Mysterion se recargó en la silla mientras su mente divagaba alrededor de todo lo que acababa de leer.

Sin duda, el Necronomicón tenía una importancia demasiado central en el culto de los Grandes Antiguos. Era llamado un libro arcano, que según había investigado era un término empleado para referirse a obras que guardaban conocimientos secretos y de carácter místico o prohibido. También, en algunos textos le llamaban un grimorio, dado que supuestamente contenía fórmulas mágicas y poderosas invocaciones relacionadas con estos dioses terribles a los que Alhazred había adorado.

Regresó a la página que la universidad de Miskatonic tenía sobre el Necronomicón, y notó un pequeño apartado en el que ponía «contenido de la obra». Con curiosidad, dio clic al enlace y entró a lo que sin duda era una breve síntesis del contenido general del grimorio:

«El Necronomicón, por Abdul Alhazred.

Contenido:

Libro 1, 42 capítulos. Habla sobre la grandeza de los Dioses Primigenios y las legiones que les sirven; el esplendor de los Dioses Exteriores y su declive.

Libro 2, 19 capítulos. Nos indica las señales que anuncian el regreso de los Antiguos, además de describir al temible Nyarlathotep.

Libro 3, 36 capítulos. De la magia, sus rituales y sus fórmulas.

Libro 4, número de capítulos desconocido (la mayoría de su contenido se ha perdido). Habla de los días futuros y lo que sucederá cuando los Grandes Antiguos se alcen de su sueño.»

Mysterion sintió a su corazón apretarse. El Necronomicón era su boleto para saber más de los Antiguos. Un medio para aprender sobre esos dioses que podía darle la respuesta del porqué de su maldición.

Claro, si consiguiera hacerse con una copia…

Cerró los ojos. Las posibilidades de obtener uno eran remotas…

«No se descarta la existencia de más copias secretas o en manos particulares», escribió Wilson H. Shepherd casi al final de su artículo.

Si los rituales más importantes relacionados con los Antiguos y su culto estaban en El Necronomicón, entonces el culto local de South Park debía tener acceso a uno, como ya sospechaba, y los góticos habían dejado entrever. No había otra explicación de cómo podrían haber llevado a cabo el proceso que finalmente le había conducido a volverse un ser inmortal. Y si ellos tenían uno, era posible que aún se encontrara en la casa de Jim McElroy.

Se apresuró a salvar la información en un pendrive, para poder acceder a ella si quería consultarla de nuevo más tarde. Limpió el historial completo del ordenador, y luego abandonó la biblioteca, armado con una nueva resolución para encontrar El Necronomicón, que estaba seguro el culto tenía en su poder.

Cuando salió de la biblioteca ya era muy tarde –casi las tres de la madrugada– por lo que optó por regresar a casa de momento. Ya podría infiltrarse en la casa de McElroy en otro momento.

- ULP -

Por la mañana, Kenny descubrió con horror, al ver las noticias locales, que la casa de Jim McElroy había sido presa de un incendio durante las primeras horas de ese día. El propietario permanecía en paradero desconocido. Sus restos no habían sido encontrados y la construcción, al parecer, era pérdida total, quedando reducida a nada más que escombros y cenizas.

Sintió de nueva cuenta la desesperación que le había invadido días atrás, cuando Cthulhu fuera derrotado. Una vez más, su oportunidad de saber la verdad sobre su maldición parecía perderse por fuerzas ajenas a él.

- ULP -

Mysterion recorrió las ruinas de la casa de McElroy durante la noche. No quedaba nada más que restos de madera y muebles chamuscados, los cuales lentamente se cubrían de nieve. Incluso el sótano en el que el culto llevaba a cabo sus reuniones estaba destruido.

Era imposible encontrar algo allí que de verdad pudiera ser útil.

Había un viejo librero en el sótano, o más bien los restos de uno, con gruesos volúmenes que, sin embargo, ahora no eran más que papel quemado que se deshacía al tacto.

Abatido y destrozado por la incertidumbre y la duda, Mysterion abandonó el ruinoso lugar.

—Es realmente una lástima —escuchó de pronto una voz en las cercanías.

Se volvió para encontrar a un hombre alto, vestido con un elegante traje pasado de moda, el cual le daba la pinta de ser un gánster de los años treinta. Su rostro permanecía ocultó por las alas de su sombrero, dejando ver solamente dos orbes púrpuras, las cuales parecían resplandecer con un brillo perverso, acentuado por esa noche oscura y nublada.

Mysterion se tensó y deslizó su mano al estuche del cinturón donde guardaba los shuriken que comprara en la feria del pueblo algunos meses atrás.

—¿Quién eres? —exigió saber el héroe.

El hombre sonrió, dejando ver sus relucientes dientes blancos como perlas.

—No he venido a importunarte, gran Mysterion —dijo con tono sarcástico, sin dejar que esa sonrisa siniestra se borrara de su rostro—. De hecho —agregó con más seriedad—, he venido a ayudarte.

—¡Responde a mi pregunta!

—Vaya, eres muy exigente, pequeño. No es necesario que sepas quien soy en este momento. He venido a guiarte en la dirección correcta y eso es todo lo que debe importar. Buscas conocimientos prohibidos y yo te daré los medios para encontrarlos. Deberías estar agradecido, joven McCormick.

Mysterion se tensó ante la mención de su identidad. La sonrisa del sujeto se amplió al percatarse de dicha reacción en el joven vigilante.

Había algo en él, una suerte de presentimiento fatalista, que provocaba escalofríos y que la carne del héroe se pusiera de gallina. Una parte de él solo parecía querer salir huyendo. Pero, para su desgracia, descubrió con horror que estaba completamente paralizado, como un roedor ante una serpiente.

El hombre sacó un pequeño cuaderno de notas de su bolsillo y comenzó a escribir algo con un bolígrafo negro. Luego, arrancó la hoja de papel y la arrojó contra el héroe. El viento pareció confabularse con él para hacer llegar el mensaje a Mysterion, ya que el trozo de papel flotó delicadamente hasta quedar al alcance de sus manos.

Fue en ese momento que la parálisis pareció desaparecer por completo, permitiéndole tomar la hoja de papel. Allí, con una perfecta y esmerada caligrafía, se podía leer lo siguiente:

«El Gobernador de Kadath exige que el Profesor Randolph Carter se encuentre con su enviado.

Hei Aa-shanta 'nygh»

Mysterion alzó la mirada lo más deprisa que pudo, solamente para descubrir que se encontraba completamente solo en la calle.