Disclaimer: De Horikoshi todo, excepto los OCs que no se reconozcan.
Un poco de turra del autor: ¡Hola! Es el primer capítulo y quiero contaros muchas cosas antes de que empecéis a leer, perdonadme la turra. Si sois del tipo de personas que prefiere no saber nada de lo que va a leer, puedes saltarte todo, pero si no, quédate por si acaso hay algo que te indique que no quieres leer el fic. Empecé a escribir este fic en agosto del 2021. Inicialmente, iba a ser un retelling de la película animada de Disney Mulán (de hecho, sobre todo en los primeros veinte capítulos vais a reconocer fácilmente la trama y muchos títulos están sacados de la BSO de la película) de 9 capítulos y 50k palabras, y la cosa se me fue de las manos. Puse el punto final hace unas semanas, y desde entonces me he dedicado a reescribir ciertas escenas y hacer añadidos para que la parte inicial del fic cuadrase bien con la final, pero ya he avanzado suficientes capítulos como para poder empezar a publicar. Lo haré una vez a la semana (el plan es terminar el fic en el cumpleaños de Izuku del año que viene), siempre y cuando no me dé el ansia por soltarlo más rápido (como me ha ocurrido en otras ocasiones). Constará de un total de 56 capítulos que ya están escritos y es un fic de aventuras/acción, aunque hay cierto nivel de romance (alto, por algo los ships están ahí) y habrá lemon, que no comenzará hasta después de terminar la historia, en los capítulos extra (prometo que habrá suficiente fanservice, al contrario que otros fics míos donde tuve miedo al éxito, y que esos capítulos estarán relacionados con la trama principal, aunque esta se pueda leer sin los extra)
Sobre la historia: Es, fundamentalmente, un BakuDeku. El ShinKami tiene protagonismo, porque Shinsou es uno de los personajes principales, pero su trama inicialmente va centrada en otros temas. En esta historia, Izuku ha nacido más tarde que en el canon. Unos 8-9 años después. Por tanto, no es compañero de Katsuki y Shouto en la U.A., a la que ni siquiera llega a entrar en el departamento de héroes porque la situación tras los eventos de Kamino han cambiado. No es el único, iréis viendo en la historia cómo varios personajes más están en la misma situación. Advierto que va lenta, me lo tomé con mucha calma, y que habrá capítulos llenos de acción (a veces acción llena de capítulos) y luego otros mucho más tranquilos donde se desarrollen las relaciones entre ellos. Espero haberlo conjugado bien e hilado las tramas (que son simples, básicas y con motivaciones sencillas, no quise liarla xD), pero si eres alguien que se desanima si en un capítulo parece no ocurrir nada o se impacienta si sus ships no salen (aunque luego más tarde se vea que no es así), a lo mejor prefieres esperar a que haya entre 8 y 15 capítulos publicados.
Sobre la imagen: Hace meses que Nicangel03 hizo este edit para mí, sabiendo que me gusta mucho el ship. Y ya en ese momento decidí que quería que fuese la portada de mi fic, aunque fuese para presumirlo y porque el edit es precioso y ellos son muy bonitos. Muchas gracias, Nicangel03.
Trigger Warning: En general para todo el fic: Hay escenas de violencia extrema, heridas y sangre. También peleas explícitamente narradas y menciones de crueldad. En los capítulos extra que habrá al final (a partir del 53), escenas de sexo explícitas. También hay fragmentos de texto que enaltecerán discursos extremistas, no reflejan necesariamente la ideología del autor, sólo son un recurso. Intentaré recordar avisar en cada capítulo lo que corresopnda.
Para este capítulo: Escenas de violencia no explícitamente narrada.
GUNKANJIMA
—Ha llegado el momento. —Indolente, Dabi se levanta del catre en el que está tumbado al escuchar la voz de All for One. Su rostro se ilumina durante una décima de segundo por la luz del cercano faro de Hashima que entra a través del estrecho ventanuco del muro de la celda.
El sitio es una mierda. La mierda más grande en la que ha estado nunca, y vivió en la calle durante un par de años. Una enorme plataforma de hormigón armado en medio del mar, a apenas un par de centenares de metros de la isla de Hashima. No hay nada que hacer durante diez años salvo estar en el reducido cuarto, escuchar los parloteos inútiles de sus compañeros en las otras celdas y las ocasionales arengas de ánimo de All for One. Un dron atraviesa una vez a la semana la barrera de la prisión, lo único habilitado para hacerlo de manera habitual, depositando un paquete de comida, bebida y suministros básicos en cada celda que cada uno debe administrar por su cuenta para que dure hasta el siguiente envío.
Las celdas no son amplias, ni tampoco acogedoras. Un catre estrecho con un colchón delgado, un pequeño aseo y una taza de váter, sin intimidad alguna. Tampoco es que haya nadie que pueda verlo, enfrente de su puerta solo hay un pasillo estrecho, ni siquiera puede ver a sus compañeros, que están en las adyacentes. Las sábanas y los uniformes sucios y limpios salen de la prisión en el dron, y es el dron el que les proporciona exiguas cantidades de detergente no tóxico para mantener la limpieza del aseo. A pesar de que Dabi ha intentado mantener la celda mínimamente aseada y entrega sus sábanas y uniformes sucios al dron todas las semanas, la humedad y la sal del ambiente lo impregnan todo, dando la sensación de que nunca llega a estar completamente limpio. Probablemente sea así, pues no hay manera de barrer o fregar los pisos más allá de utilizar una camiseta empapada en agua y detergente y frotarlo, a riesgo de que tarde días en secar.
Completan la estancia un estante con unos pocos libros, cuyos títulos puede solicitar a través de una nota escrita con el bolígrafo que trae el dron, y un televisor sin antena donde ver algunas películas obtenidas con el mismo procedimiento. Ambas cosas son el orgullo misericordioso de los héroes. Humanidad, lo habían llamado. Al menos era mejor opción que escuchar las interminables discusiones de Bubaigawara consigo mismo, los canturreos desafinados de Toga o los quejidos mascullados de Shigaraki. Iguchi, al menos, tiene una conversación interesante, pero su celda está separada de la de Dabi por la de Bubaigawara y eso hace que hablar con él sea tedioso la mayor parte de las veces.
Humanidad. Dabi paladea la palabra mientras mira alrededor su celda, decidiendo si quiere llevarse algo. Recuerda la ocasión, cuando apenas llevaba unas semanas allí dentro, en la que decidió quedarse la pequeña libreta y el bolígrafo que el dron tenía para que pudieran anotar sus necesidades y peticiones, pensando que escribir le ocuparía la mente. Hawks, el héroe alado, no había tardado ni media hora en presentarse en la cárcel, atravesando la barrera. Había sido la primera vez la había traspasado. En los últimos diez años, sólo ha ido hasta allí presencialmente en tres ocasiones: el incidente del bolígrafo, cuando Kurogiri entró en un estado catatónico que mantendría durante casi siete años, y la ocasión en que Toga consideró que era buena idea beber su propia sangre a falta de la ajena.
Las tres veces había ido solo. Y nunca nadie más, ni siquiera cuando han enfermado. Se les ha proporcionado la medicina adecuada para sus resfriados o malestares intestinales, pero nada más. Dabi se pregunta cuánta gente, además de ellos mismos y Hawks, ha pisado realmente el pequeño promontorio sobre el mar sobre el que baten las olas, llenando el ambiente de salada humedad que, los días tormentosos, puede saborear con la lengua. Ninguno de ellos estaba consciente cuando los llevaron allí, así que no recuerda qué ocurrió. Un momento dado estaba en una celda ignífuga de Tártaro, la prisión de los villanos, intentando poner a prueba la eficacia del recubrimiento antiincendios de las paredes, y al despertar de una inconsciencia que no conseguía recordar, en la celda de Gunkanjima, sin poder convocar una mísera llama en su interior.
Es la barrera. La celda en sí misma no sería un reto ni siquiera para Toga, que apenas tiene fuerza física, pero Dabi puede sentir la barrera impregnar su piel. Un pequeño ventanuco, repleto de barrotes y que apenas deja entrar luz solar, le permite observar desde la celda un trozo de mar y algo de la isla, pero nunca ha conseguido ver la barrera, sólo sentirla. Le había preguntado a Hawks después de que este le pidiera con un tono de impostada cortesía que le devolviese el bolígrafo por qué sus plumas no se caían allí dentro, pero este no le había contestado, limitándose a repetir la petición con tono serio. Toda esa semana había pensado en ello durante horas, llegando a la conclusión de que Hawks probablemente no podría utilizar sus plumas igual que él no puede utilizar su fuego allí dentro, pero no desaparecen, del mismo modo que Kurogiri o Iguchi conservan su aspecto físico a pesar de la barrera.
En el siguiente envío, el dron de Dabi había traído un cuaderno infantil y un estuche de seis ceras de colores. Nada peligroso, nada con lo que poder autolesionarse, había comprendido, frustrado y furioso. Aun así, cuando había llenado el cuaderno, había solicitado otro, y se lo habían proporcionado. Cuando había pedido más pinturas, le habían entregado también láminas de dibujo y mayor variedad de colores, pero siempre en material infantil, frágil y de escasa rigidez. Muestras de humanidad ficticias. Meras migajas para que los héroes y la Comisión de Seguridad de Héroes se diesen palmadas en la espalda por su gran altura como personas, pero en realidad no habían cedido ni un milímetro a la falta de seguridad.
No había sido consciente de la estrecha vigilancia a la que estaban sometidos hasta que Hawks se había presentado para cerciorarse de que Toga estuviese bien. Como si fuese a suicidarse, había pensado Dabi en aquel momento, pero más tarde comprendió que el miedo de que realmente lo hiciesen era notorio, quizá porque eso les habría puesto en evidencia como los carceleros que eran. No sabe si la vigilancia es algún tipo de videocámara, si los escuchan o si la barrera, además de anular sus Dones para rebajarlos a la absoluta inanidad, tiene la capacidad de monitorizar sus constantes corporales. Dabi no lo ha conseguido averiguar en los diez años que ha vivido allí, pero ya da igual.
Diez años. Casi una cuarta parte de su vida. Un tercio, si le suma el periodo de casi un año pasado en Tártaro antes del traslado y los dos años entre que derrotaron a All for One en Kamino y consiguieron capturarlo. Ha contado todos y cada uno de los días, sin perder la cuenta en ningún momento. Hasta Iguchi ha desdeñado en alguna ocasión su costumbre de hacerlo, a pesar de que All for One ha intentado mantener la esperanza de salir de allí en algún momento. Pasea la mirada por el estante de libros, pero los ha leído todos al menos dos veces, ninguno le interesa tanto y se ha acostumbrado a renunciar a ellos a lo largo de los años, pues no le dejaban acumular nunca más de diez. Sí coge la gabardina de cuero, la suya, larga hasta las rodillas y abrigada, que le permitieron conservar cuando fueron capturados en una extraña muestra de piedad.
—¿Cómo lo sabes? —pregunta Bubaigawara en la celda de al lado.
—La barrera está a punto de caer —contesta All for One, su voz deslizándose por todas las celdas con facilidad, llenándola—. Puedo percibirlo en mis Dones.
Dabi también puede notarlo. Una sensación que, cuya ausencia durante una década le ha hecho sentirse incompleto, vuelve a estar ahí, debajo de su piel, dentro de su pecho, en algún lugar de su cabeza. Intenta crear una llama en la mano, pero no puede, aunque juraría que la palma de la mano sí se le ha calentado. Se pregunta si las personas encargadas de vigilarlos yan han sido capaces de detectar que algo va mal y si tendrán opciones reales de escapar. All for One es optimista, lo ha sido durante todos estos años, asegurándoles que ninguna barrera es infalible y que sólo tenían que esperar con paciencia a que llegase su momento.
«El error humano existe», había insistido una y otra vez, con paciencia, incluso cuando Bubaigawara o Toga perdían los estribos y chillaban o insultaban a las paredes. «No hay virtud sin corrupción», había dicho cuando eran Iguchi o él mismo quienes desfallecían y se rendían, tumbados en sus catres durante días, sin probar la comida que les servían. Curiosamente, aquello nunca hizo que apareciese Hawks para obligarlos a comer, a lo mejor porque el hambre y las ansias de vivir del cuerpo acababan ganando la batalla.
Había tardado en comprender a qué se refería All for One con las referencias a la virtud y la corrupción. Y no había sido hasta unos cuantos años después, tras unas pocas decenas de libros leídos. Durante su infancia no se había aficionado a la lectura: el entrenamiento con su padre, que aspiraba a que Dabi fuese un héroe profesional y trataba de exprimir todo su potencial, había ocupado todo su tiempo y preocupaciones. Después, no había habido oportunidades para leer. La vida de un villano sin oficio ni beneficio, saltando de escondite en escondite, robando para comer y vestirse, planeando su venganza una y otra vez en la mente, no era la más propicia para crear un ratón de biblioteca. Unirse a la Liga de Villanos había mejorado un poco la situación, pero no tanto como para que Dabi se preocupase por la lectura. Lo habían conseguido las eternas e interminables horas de vacío y soledad.
Al final, se decide por un manoseado ejemplar, leído cientos, quizá miles de veces, que contiene la biografía y credo de Stain, el Asesino de Héroes, y la decadencia de la sociedad de héroes, y se lo guarda en el bolsillo interior de la gabardina.
Curiosamente, no le habían negado ningún título. Cuando había solicitado temáticas como política o económica, las lecturas que habían llegado habían sido variadas y de diferentes puntos de vista. Quien sea que se haya encargado todos estos años de atender las peticiones de lectura de Dabi, supone que quizá el propio Hawks, un héroe que siempre le ha parecido un tanto ambiguo tras su fachada pública, no ha pretendido adoctrinarlo ni censurarle temas de lectura. Y si algo ha aprendido Dabi, a falta de datos y noticias sobre el mundo exterior, es que All for One tiene razón cuando habla de corrupción. Había acabado concluyendo que siempre que alguien quiera encontrar corrupción, hay que seguir el rastro del dinero. Y una prisión con una barrera de aquellas características había debido de costar muchísimo dinero, tanto en diseño, en construcción como en mantenimiento. Era cuestión de tiempo que algún interés ajeno se cruzase con el de un puñado de personas que no se han rendido en sus intenciones de buscar una sociedad donde tengan cabida, donde estén en lo alto en lugar de en lo profundo y, por supuesto, una venganza que llevar a cabo.
Y ahora, parece que ha llegado ese momento. La oscuridad nocturna hace que a través del pequeño ventanuco sea imposible ver nada más que la luz del faro deslumbrándolo cada veinte segundos, algo a lo que tardó meses en acostumbrarse para poder conciliar el sueño. Ahora no tiene dudas, las palmas de su mano están calientes, mucho más que su temperatura corporal. Su fuego ha regresado. Tira la camiseta del uniforme carcelario al suelo antes de ponerse la gabardina, que está especialmente diseñada para aguantar las altas temperaturas del fuego de Dabi, al contrario que el tejido del uniforme, y utiliza una llamarada azul en los barrotes que hay en una de las paredes, la que conecta con el pasillo donde están las demás celdas. Ni siquiera es una puerta, no tiene cerradura alguna. Alguien cerró la celda sin intención de que fuese necesario abrirla algún día para acceder a ella. O, si es posible abatir los barrotes sin dañarlos, es un mecanismo que Dabi nunca ha visto en acción.
Utilizar su Don, tras una década sin poder hacerlo, es un alivio. Como regresar a casa después de mucho tiempo fuera. Igual que sacar los pies hinchados de unos zapatos estrechos. Como rascar el punto de la espalda al que nunca alcanzas.
No es suficiente para fundir el material de los barrotes, pero sí para ablandarlos y poder tirar de ellos, quemándose las palmas de las manos, y desplazarlos lo suficiente como para abrir un hueco. Dabi agradece el frugal menú semanal y la insistencia de All for One de mantenerse en forma, de que todos hagan unos pocos ejercicios en el pequeño espacio de la celda, aunque sea simplemente unas flexiones porque, aunque le cuesta tirar de los barrotes, apretando los dientes para no emitir ningún quejido de dolor, consigue separarlos lo suficiente como para escamotear su cuerpo entre ellos. Sin dar tiempo a que se enfríen, pasa al otro lado, escuchando el siseo de la pernera de su pantalón al rozar con el material caliente y un ligero olor a quemado invade el ambiente.
—Deberíamos marcharnos —dice Bubaigawara, nervioso, mirando a todas partes. Se ha atado a la cabeza la camiseta del uniforme, de manga larga aunque estén en abril y la primavera esté asomando con timidez, porque en la cárcel nunca hace suficiente calor. Toga se burla de él, en un tono cariñoso, antes de ajustarle la camiseta algo mejor, tratando de cubrir sin éxito la totalidad de su cabeza—. Tendríamos que quedarnos, puede ser una trampa.
—Ni de coña —masculla Shigaraki, arrastrando las palabras. Es él quien, con su Don, ha ayudado a liberar al resto. Dabi no mira a su alrededor, no le importa el aspecto que pueda tener la prisión en sí misma.
—Tranquilidad —susurra All for One. Recortado en la oscuridad del pasillo, alto e imponente, le han permitido conservar durante todos estos años la extraña máscara entubada que cubre su rostro y que le permite respirar adecuadamente. Otro extraño aspecto de la humanidad que la sociedad impuesta por los héroes muestra generosamente, desde el punto de vista de Dabi—. Kurogiri, sácanos de aquí.
Un último destello del faro los ilumina a todos durante un breve segundo antes de que la oscuridad lo invada todo.
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—¡A cenar! —Izuku, ensimismado, masculla una respuesta casi inaudible al llamado de su madre, tan concentrado en el objeto en el que está trabajando que no es consciente de que su madre no ha podido oírlo.
—Demasiado rígido —susurra para sí mismo. Se muerde el labio inferior, frustrado, mientras estira el tejido que está intentando crear sin demasiado éxito. Lleva atascado en el proyecto de fin de carrera desde que ha comenzado el curso, el último que le queda. Inicialmente tenía la idea muy clara, pero a la hora de materializarla no hace más que toparse con problemas y, si ni siquiera es capaz de crear el tejido base, que según su modelo teórico debería funcionar, no podrá avanzar—. Tendré que pedir ayuda al profesor Watanabe —añade, un poco frustrado, porque tiene la certeza de que no cae bien al profesor, pero es uno de los que más experiencia en el campo de creación de nuevos materiales tiene.
—¡A cenar! —La segunda llamada de su madre queda opacada por el borbotón de palabras murmuradas, casi ininteligibles, mientras repasa todos los datos del modelo teórico y los compara con los pasos que ha seguido, embarcándose en una conversación consigo mismo que lo abstrae el mundo exterior— ¡Izuku Midoriya!
Inko, su madre, ha aparecido en la puerta de la habitación. Tiene los brazos cruzados y el ceño fruncido, pero su lenguaje corporal delata que, en realidad, tener que interrumpir el trabajo de Izuku para que este recuerde cenar es una rutina más del hogar. Izuku levanta la cabeza de golpe al escucharla, con los ojos muy abiertos por la idea que acaba de cruzar su mente.
—¿Tenemos máquina de coser, mamá?
—¿Qué?
—Una máquina de coser podría ayudar. Habría que diseñar una aguja especial que permita traspasar el tejido sin despuntarse, pero creo que eso es posible si…
—Izu… —insiste Inko una vez más, con voz severa.
—Lo siento —dice Izuku, con expresión avergonzada al darse cuenta de que ha vuelto a ocurrirle. A menudo, cuando se concentra, pierde la noción del tiempo y del entorno.
—Si tengo que volver a llamarte a cenar, comerás las sobras.
—¡No será necesario! ¡Me lavo las manos y voy! —Izuku se levanta rápidamente, guardando cuidadosamente el material en un paño limpio. Inko asiente y regresa a la cocina.
La habitación de Izuku es sencilla. Un espacio libre para el futón, que ahora está recogido, y un escritorio amplio y práctico que ocupa la mayor parte del dormitorio. Es, junto con el maletín que reposa en un rincón, que le regaló su madre, una de sus posesiones más preciadas. Lo había comprado argumentando que, si iba a estudiar en la universidad y crear sus propios prototipos, iba a necesitar un espacio y herramientas de calidad para ello. Un pequeño ordenador y una impresora en tres dimensiones muy básica, apenas una sombra de las máquinas profesionales de las que dispone en las aulas de prácticas, ocupan un tercio de la mesa. El resto está lleno de restos de material, cuadernos, anotaciones y el maletín, todo pulcramente ordenado para permitir un espacio central despejado.
Las paredes están repletas de pósteres. Uno de All Might encima del escritorio, el más antiguo, su primer ídolo. También una figura de acción del antiguo símbolo de la paz preside una estantería repleta de manuales de estudio. Varios carteles más pequeños, procedentes de reportajes, de diversos héroes profesionales, lo rodean. Y muchos, un montón, un mosaico hecho de teselas de diferentes tamaños y colores que cubren todos los huecos disponibles en paredes y armarios, de Dynamight, el héroe explosivo. Izuku se acerca a uno de los recortes, la entrevista más reciente que el héroe ha concedido, y observa con detenimiento cómo la tela del traje se ajusta sobre los hombros.
—Tengo que encontrar la manera de que el grosor de la tela sea mínimo —murmura para sí mismo. El traje de Dynamight es ligero y busca la ergonomía para potenciar su movilidad y agilidad.
—¡Izuku! —vuelve a llamarlo su madre.
—¡Ya voy! —contesta, comprobando por enésima vez en el recorte el pequeño dispositivo que se atisba en la oreja de Dynamight.
Recuerda nítidamente la primera vez que vio a Dynamight, y por eso sabe su nombre: Katsuki Bakugou. Fue durante uno de los festivales deportivos de la U.A. y este todavía estaba en primero. Izuku tenía siete años y es, probablemente, la primera retransmisión que recuerda, sentado de rodillas frente al televisor, abrazando su peluche de All Might, señalando la pantalla con entusiasmo al ver a Bakugou derrotar a Todoroki, el hijo de Endeavour. Si bien también recuerda la desaprobación de su madre por la rabia y el vocabulario que Bakugou utilizó tras la victoria, a Izuku le cautivó su determinación, habilidad y carácter heroico.
Su admiración por él creció gracias a que, al ser ambos de la misma ciudad, pudo seguir sus progresos a través de las noticias locales cuando aún no era popular y luego a través de las nacionales cuando este se graduó, abrió su propia agencia y escaló hasta los primeros puestos del ranking. Pronto, las libretas con las que Izuku analizaba todos y cada uno de los héroes que conocía tenían más espacios dedicados a Dynamight que al mismísimo All Might y gracias a ello conoce todo sobre su Don, su forma de utilizarlo para impulsarse y los ataques especiales que renovaba constantemente y fortalecía sin descanso.
—Huele delicioso —dice Izuku al entrar en el comedor, abrazando a su madre por la espalda antes de sentarse ante la mesa baja.
—No es necesario que me hagas la pelota —dice Inko fingiendo severidad—. La sartén te espera en el fregadero.
—¡No te hago la pelota! —protesta Izuku entre carcajadas, cogiendo un bol de arroz y percatándose de que está hambriento.
—Vas a seguir sin librarte de fregar —advierte Inko, siguiendo la broma—. Y… ¿qué es ese proyecto tan secreto que no me dejas ver? ¿Es para Dynamight otra vez?
—¡Mamá! —vuelve a protestar Izuku, sonrojándose
—¿Entonces no?
—Bueno, sí —admite Izuku, reticente.
—Intuición de madre —bromea Inko, sonriendo.
—En realidad, está inspirado en él, pero es mi proyecto de fin de carrera. Aunque me está dando problemas, no consigo sintetizar el material que quiero.
La idea había venido de esa observación casi patológica a los héroes profesionales. Era como se había dado cuenta del sufrimiento de las muñecas, codos y hombros de Dynamight a causa del retroceso provocado por sus explosiones. Si Izuku consigue un material capaz de absorber toda la fuerza cinética de los ataques que pueda coserse como una tela, podría solucionar el problema añadiéndolo al traje en las articulaciones, aunque por ahora está centrado en los hombros, donde cree debería ser más fácil añadirlo.
No es la primera vez que fabrica algo inspirado en Dynamight. Durante el último año de la especialidad de apoyo en la U.A., había observado la forma en la que héroe fruncía el labio e inclinaba la cabeza hacia el lado contrario de la explosión, disimulando un gesto de dolor al utilizar sus ataques más potentes e Izuku había comprendido que le dolían los oídos con las explosiones más potentes. Eso le había llevado a diseñar, supervisado por Excavation Loader, su tutor en la U.A., unos protectores auditivos capaces de soportar explosiones de varios cientos de decibelios que le habían proporcionado un sobresaliente en el último periodo escolar y que el profesor se había comprometido a hacer llegar a Dynamight otorgando el debido crédito a Izuku. Meses después, cuando ya había comenzado sus estudios universitarios, en Ingeniería de Soporte y Apoyo para Héroes, había recibido de la agencia Dynamight un sobre con un generoso cheque y una carta de agradecimiento en nombre del héroe, aunque la mayor satisfacción había sido comprobar en las fotografías y vídeos que, efectivamente, Dynamight utilizaba los protectores.
Un logro como aquel, del que puede presumir en su hoja de trayectoria profesional si algún día desea entrar a un taller o una gran empresa, como Detnerat, había sido motivo de celebración en casa. Su madre incluso había llorado de orgullo cuando Izuku le mostrado el cheque. Había sido suficiente para cubrir algunos atrasos en los pagos del apartamento y aun así había sobrado bastante como para poder costear el escritorio, el pequeño ordenador y la impresora. Sin un padre presente en casa, su madre y él habían salido adelante gracias al esfuerzo de Inko e Izuku había estado contento de poder contribuir a los gastos de la casa y a minimizar el impacto del coste de la universidad en el presupuesto familiar. Sin embargo, la alegría de obtener los primeros beneficios quedó opacada por la constatación de que ese éxito probablemente había encarrilado su futuro, sellando definitivamente su sueño de ser héroe profesional.
—No te preocupes, hijo —dice Inko, malinterpretando la tristeza de Izuku—. Seguro que conseguirás resolverlo más pronto que tarde.
—¡Sí! —Izuku intenta componer una sonrisa optimista para borrar el regusto amargo de su boca.
Porque Izuku, a pesar de su inteligencia, capacidad de resolución de problemas e inventiva, ha nacido sin Don alguno en una época donde cada vez menos personas lo hacen y eso le pesa como una losa y lo sitúa siempre un escalón por debajo de cualquier persona, alguien que necesita demostrar constantemente su valía a falta de un Don que lo haga por él. No tener Don ha sido la gran decepción de su vida y también lo que provocó las burlas y desprecios constantes en su entorno. Acceder a la U.A., el mismo lugar donde Dynamight se había formado como héroe, pero en la especialidad de apoyo, le había dejado un regusto amargo. Por esa razón se esfuerza tanto, confiando en, si no puede ser héroe profesional, poder vivir la experiencia más cercana posible desarrollando objetos de soporte para los héroes profesionales que tanto admira y esperando una oportunidad que le permita cumplir su sueño algún día.
—¿Has pensado ya dónde quieres hacer las prácticas de final de curso? —Aunque Izuku agradece que su madre esté informada de sus estudios y se interese por ellos, esa pregunta le produce ansiedad.
—Supongo que Detnerat —responde, sin demasiado entusiasmo, removiendo los últimos trozos de comida en el plato distraídamente, sin mucho apetito.
—Es la mejor en el sector, ¿no? —Izuku asiente. Lo es y, teniendo en cuenta sus notas en la U.A. y en la carrera, sólo superadas por Hatsume en las asignaturas prácticas, su ingreso sería prácticamente seguro si lo solicita, pero no acaba de decidirse a pesar de que el plazo para pedir el ingreso está cercano a terminarse—. Izuku…
Este se sonroja, sabiéndose descubierto por el tono compasivo con el que su madre ha utilizado su nombre. Una de las razones por las que no ha enviado su solicitud a ningún taller o empresa de objetos de apoyo es que no ha perdido la esperanza de conseguir que una de las agencias de héroes que queda en el país lo acepte dentro de su personal, aunque sea a título de inventor y no de héroe. No se ha atrevido a intentarlo con las grandes, como Dynamight, Endeavour, Genius Office o Fat Gum, que son las únicas con suficiente potencial económico y social como para realizar esas contrataciones, pero también las que rechazarían de plano sus aspiraciones a formarse extraoficialmente como héroe profesional.
—Ha llegado una carta de la agencia de Wolfcrest —añade Inko, muy seria—. No suena como un taller o una empresa de apoyo.
—No lo es —reconoce Izuku a regañadientes. Es una agencia pequeña, apenas tiene dos héroes y un par de ayudantes en plantilla. La gran mayoría de los héroes se forman en las academias, pero hay un pequeño porcentaje, cada año más pequeño porque cada vez hay menos licencias disponibles, que lo hace de manera independiente, presentándose al examen por su cuenta tras entrenar y formarse con una agencia que ha visto potencial en su Don o cuando alguien ha querido reconducir su carrera profesional más allá de la edad máxima para entrar en las academias.
—Izuku, necesitas dejar de hacer esto. Por ti —dice Inko con tristeza y la voz impregnada del inmenso cariño que tiene a su hijo.
—Lo sé —admite Izuku en voz baja. Salvo a las más grandes, ya ha enviado una solicitud a casi todas las agencias que hay en el país, incluso las que más lo alejarían de Musutafu. Todas son educadas al rechazarlo, aduciendo el mismo motivo: falta de un Don adecuado para el desempeño de la agencia—. No debería ser necesario tener un Don para ser un héroe. Ser un buen héroe es algo que va más allá del Don que tienes al nacer.
—Sabes que pienso como tú, Izuku, pero la realidad no es justa. —El tono de su madre es desconsolado y dolido. Izuku aprieta los labios. Sabe que su madre tiene razón, pero se niega a rendirse. No todavía.
—Por probar no pierdo nada, aún puedo probar con tres agencias que…
—¿Y cuando te rechacen? Hijo, no quiero que vuelvas a llevarte una decepción como la de…
Como cuando le rechazaron en la especialidad de héroes de la U.A. antes de ofrecerle una plaza en apoyo. Inko deja la frase en suspenso, pero Izuku puede completarla. Se había preparado lo mejor posible para superar las pruebas de acceso, bordando el examen teórico y fabricándose rústicamente varios objetos de apoyo para compensar con ingenio su falta de Don en el práctico. No había sido suficiente para aprobar, pero los profesores encargados de evaluar se habían fijado en el esfuerzo de Izuku y le habían ofrecido lo que, en sus palabras, era «una oportunidad más adecuada para el talento que demuestras».
—Lo siento, mamá. De verdad que trabajar en crear objetos de soporte me gusta y la carrera es genial, pero supongo… —Odia ver la cara de tristeza de su madre, sabe que se siente culpable cada vez que siente que no le está apoyando con sus objetivos, aunque en realidad no es así: Inko es el principal pilar sobre el que Izuku se ha sostenido toda la vida y le está muy agradecido—. Supongo que necesito saber que no tengo ninguna posibilidad de ser héroe. De no arrepentirme de no haberlo intentado por todos los medios posibles.
—Eres genial, Izuku. Lo sabes, ¿verdad? —dice Inko, mirándolo con tanto amor en los ojos que Izuku siente los suyos llenarse de lágrimas por la emoción.
—Eso lo dices porque soy tu hijo, mamá —bromea Izuku, deseando relajar el ambiente.
—Sabes que siempre…
—Tienes que decirme esas cosas, forma parte del trato de ser madre e hijo. —Inko suelta una carcajada e Izuku sonríe, enjugándose las lágrimas que amenazan con caer de sus ojos.
Se levanta de la mesa y estrecha a su madre entre sus brazos, tratando de agradecerle con el gesto todos sus desvelos, preocupaciones y el infinito apoyo que siempre le proporciona.
—Te quiero muchísimo, Izuku. Sabes que siempre te apoyaré en todo lo que quieras, pero también es mi deber como madre saber cuándo debo decirte la realidad —dice Inko, mirándolo con cariño
—Lo sé. Muchas gracias, mamá.
—Por cierto, creo que sí tenemos una máquina de coser. Hay que mirar en la parte superior del armario de mi dormitorio, pero juraría que compré una portátil hace años que luego no llegué a aprender a usar y que nunca he tirado.
—Yo también te quiero, mamá. Eres la mejor del mundo —responde Izuku con sinceridad, besando la mejilla de su madre antes de empezar a recoger los platos de la mesa para lavarlos, impaciente por buscar la máquina y experimentar con ella.
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La noche es oscura. Las nubes de tormenta cierran el cielo dándole un aspecto amenazante, pero no acaban de decidirse a descargar lluvia. Algún que otro relámpago ocasional deslumbra el cielo a lo lejos y el sonido de su trueno llega apagado bastantes segundos después, presagiando la violenta descarga que tendrá lugar unas horas más tarde. Sólo el brillo intermitente del faro, que señala la costa de la isla Hashima y avisa a los barcos para que no se acerquen demasiado, aporta algo de visión sobre las aguas agitadas del mar del este de China. Recortado contra el parapeto, Hawks, el héroe alado, contempla la plataforma de la prisión de Gunkanjima que se alza en medio del mar, un poco más oscura que la tormenta y la noche que la rodea, casi indistinguible en un día como este.
—Impone, ¿verdad? —pregunta Hawks, más para sí mismo que en voz alta, cuando Hizashi Yamada, con el uniforme que utiliza para dar clases en la U.A., se acerca a él y se quita las gafas para escudriñar la noche, intentando distinguir la prisión a lo lejos, pero apenas consigue atisbar la silueta, amenazadoramente oscura. No contesta a la pregunta de Hawks, considerando que es retórica. Una salpicadura de agua llega hasta su rostro, y levanta la mirada hacia el cielo con ojo crítico—. No llueve. Todavía no. La tormenta tardará un par de horas en desatarse. Es agua de mar.
—¿Agua de mar? —Hizashi mira hacia abajo, donde las aguas embravecidas chocan contra el espigón, y se admira de que una partícula de agua haya sido capaz de viajar tantos metros. Al volver a alzar la mirada, la luz del faro de Hashima lo ciega durante un breve segundo.
—Con un tiempo así, si fuese de día, veríamos las olas rozar la base de la prisión —explica Hawks. Hizashi se muestra impresionado. La prisión, una obra de ingeniería asombrosa, es una plataforma enorme que se eleva una decena de metros por encima del nivel del mar.
—Wow —contesta con sencillez. Hay algo en esa prisión que lo aturde. Le pasa igual con la prisión de Tártaro. Cuando atraparon a All for One, acompañó a Aizawa en varias ocasiones para interrogar a Kurogiri acerca de un amigo común que ambos perdieron y en todas y cada una de ellas necesitó varias horas para reponerse y recuperar su habitual talante dicharachero y alegre.
La necesidad de construir la prisión de Gunkanjima nació un tiempo después, cuando los miembros de la Liga de Villanos que habían conseguido escapar tras la victoria de All Might en Kamino había estado a punto de conseguir liberar a All for One y Kurogiri. De haberlo conseguido habría sido un problema terrible, pues la derrota de los villanos había significado también el final de All Might como héroe profesional y, desde entonces, el panorama del país había cambiado radicalmente. Se habían construido dos prisiones: la plataforma de la cercana isla de Hashima, junto a Nagasaki, que ahora se alza ante él, y otra situada frente a la ciudad de Nagaoka. Esta última servía para los prisioneros con Dones poco desarrollados o que habían sido condenados por delitos menores y que obtendrían la libertad en algún momento. Tártaro, la prisión más antigua, para los prisioneros con penas largas o que habían cometido delitos más graves, pero cuyos Dones no eran devastadores.
No al nivel de los de la Liga de Villanos. Cualquiera de ellos, menos Spinner, Kurogiri o Toga, podría asolar una ciudad grande sin demasiados problemas y probablemente enfrentarse a cualquier héroe que esté en los primeros puestos del ranking. E incluso los menos peligrosos, como parte de la célula terrorista que forman, suponían un peligro para la sociedad, como habían demostrado al atacar Tártaro con Dabi y Shigaraki doce años atrás, cuando la sociedad todavía estaba adaptándose a los cambios que había traído el fin de la época de All Might como símbolo de la paz.
La isla de Hashima, frente a la ciudad de Nagasaki, alejada por varios kilómetros de mar, aislada y con una sórdida trayectoria por su aspecto fantasmal debido al abandono después de que fuese abandonada por la próspera comunidad minera que había vivido allí hasta unas pocas décadas atrás, había sido la elegida para el emplazamiento. Como los habitantes de Nagasaki tradicionalmente se habían referido a la isla como Gunkanjima, Isla del Acorazado, el nombre pareció más que apropiado y ahora define concretamente a la mole enclavada en medio del mar, oscura y tenebrosa, que alberga a los últimos restos de la Liga de Villanos que aterró Japón. Desde entonces, el país ha conocido diez largos años de paz, sin más problemas que disturbios más o menos pacíficos por parte de gente descontenta con el gobierno y pequeños incidentes de robo o contrabando.
—Y… ¿vienes a menudo a Nagasaki? —pregunta Hawks con una sonrisa ladeada, mirándolo de reojo, al parecer un poco entusiasmado por lo impresionado que parece Hizashi.
—Creo que es la segunda vez que lo hago. Ya sabes, las tareas de profesor de adolescentes hormonados quitan mucho tiempo de trabajo efectivo en la agencia —responde Hizashi fingiendo ligereza. La primera vez que vio la prisión, hace años, fue un día soleado y tranquilo. Había acompañado a Aizawa a realizar trámites burocráticos relacionados con el archivo de los interrogatorios de Kurogiri. Contempló el mar sosegado y tranquilo, que contrastaba con el aspecto tenebroso de la prisión, desde este mismo lugar, de pie al lado de su viejo amigo; los dos en un sobrecogido silencio, algo más habitual en Aizawa que en el propio Hizashi.
—Yo vengo aproximadamente una vez al mes —dice Hawks. Hizashi asiente, sabe que Hawks es el encargado de autorizar las peticiones de los presos y el responsable de la seguridad de la prisión, por encima incluso del alcaide, como hombre de confianza del primer ministro que es. Aprieta los labios unos segundos, mirando hacia el faro, que los deslumbra una vez más—. Estoy acostumbrado a subir aquí y mirarla, haciéndome la misma pregunta una y otra vez. Cuánto tiempo tardarán —concluye en tono ominoso, que contrasta con las facciones sonrientes de su rostro.
—Vaya, nunca pensé que estuviera delante de un pesimista —Hizashi intenta burlarse y sonríe con sorna, pero la carcajada pierde fuerza por el ambiente oscuro.
—¿Pesimista? Sí, puede ser. —Hawks suelta una carcajada cristalina y da un par de palmadas en el hombro a Hizashi—. Creo que los que trabajamos a pie de la isla acabamos volviéndonos paranoicos con el mal que nunca descansa. Siempre que vengo subo aquí y pienso que hay algo extraño en el aire, que puede ser el día en el que la ilusión de que tenemos todo bajo control se derrumbará.
—Desde luego, no suenas como alguien que confía en la seguridad de la prisión —dice Hizashi, un tanto incómodo por la ligereza con la que Hawks trata el tema.
—En absoluto. Creo que es todo lo segura que puede ser, dadas las circunstancias. Es una fortaleza inexpugnable, a su modo.
—Nada que temer, entonces.
—Hasta las fortalezas inexpugnables pueden caer. Por errores humanos, por traición, por insistencia… —La voz de Hawks va decayendo.
Hizashi se queda en silencio, frunciendo el ceño mientras piensa en las posibilidades de que eso ocurra. La fortaleza, financiada por el gobierno, diseñada por Detnerat, una empresa con larga trayectoria en artículos de soporte para héroes profesionales y supervisada por la Comisión de Seguridad de Héroes, parece demasiado compleja como para reunir uno de los requisitos.
—Espera lo mejor, pero estate preparado para lo peor —sentencia Hawks—. No hay nada de qué preocuparse. Detnerat siempre está trabajando en el mantenimiento de la barrera e implementa mejoras de forma constante, no creo que debamos preocuparnos por un tiempo. Me temo que me tomo demasiado en serio a mí mismo y a mi trabajo. Y… ¿puedo preguntar a qué has venido tú?
—Aizawa y Nezu quieren interrogar a Kurogiri de nuevo.
Los ha llevado casi un año conseguir el permiso, pero el alcaide de la prisión tiene que dar su visto bueno. Y, aunque no sea oficial, es muy posible que Hawks también. Hizashi no está seguro de que tenga sentido volver a confrontar al villano, pero una pequeña chispa de esperanza ha encendido en Aizawa después de que Kurogiri despertase del trance en el que parecía haberse sumido dentro de la prisión durante varios años, alegando que quizá haya sido una forma de reordenar sus pensamientos y recuerdos. Los destellos del faro, intermitentes y periódicos, iluminan brevemente la fortaleza varias veces antes de que Hizashi se anime a hablar de nuevo.
—Si no fuese por el faro, creo que ni siquiera podría decir que está ahí delante.
—Ten cuidado. Si sigues por esa línea de pensamientos, acabarás siendo igual de pesimista y desconfiado que este pobre pájaro. —Hawks se estira con descaro, desplegando las alas tras de sí y sonríe—. He quedado con el alcaide yo también. Buenas noches, Present Mic. No dejes que la oscuridad de la noche nuble tus pensamientos como hace con los míos.
—Buenas noches —murmura Hizashi, despidiéndose con un gesto de Hawks, que aletea un par de veces mientras se aleja, aunque no ha elevado los pies del suelo.
Abrumado por el silencio y la quietud de la noche, Hizashi respira el helado aire nocturno, recordando que, en su visita anterior, las gaviotas colinegras sobrevolaban por encima de su cabeza maullando con insistencia y charlando a chillidos con las pardelas. Hoy, sin embargo, está todo en un ominoso silencio quebrado únicamente por los truenos y las olas rompiendo contra el acantilado. Como si hasta los animales se sintiesen impresionados por la cantidad de poder destructivo contenido dentro de la prisión. Un rayo cae en medio del mar y el trueno suena apenas unos segundos después. Caen las primeras gotas de agua, gruesas y pesadas, salpicándole el rostro e Hizashi levanta el rostro y cierra los ojos durante unos segundos, disfrutando de la sensación.
—Será mejor que entre —murmura Hizashi para sí mismo, deseando ahuyentar el pesimismo que las palabras de Hawks han instalado dentro de él, que han sonado a profecía.
«Prepararse para lo peor mientras esperas que ocurra lo mejor significa que él en realidad sí cree que tendrá que enfrentarse a lo peor», piensa, mientras una sensación extraña le invade el estómago y comprende cómo se siente Hawks cuando mira desde el parapeto. El sonido de las olas del agua suena con más fuerza al chocar contra las rocas del rompeolas de la costa, pero Hizashi es incapaz de ver reflejo alguno en el agua negra por la oscuridad tenebrosa del cielo. Y, de pronto, se da cuenta de qué es lo que está mal en el paisaje.
—¡El faro! —grita, sobrecogido, sin saber si realmente hay alguien ahí arriba que pueda escuchar su advertencia.
El movimiento circular del faro que marca la costa de Hashima, que debería reflejar la potente luz en la dirección del puerto de Nagasaki una vez cada veinte segundos, ha dejado de brillar en algún momento porque una enorme forma oscura bloquea la visión de Hizashi. Este no es capaz de determinar cuántos destellos se ha perdido. Se gira, corriendo hacia el interior del edificio que alberga las oficinas administrativas de la Comisión para dar la alerta, pero al otro lado le espera una oscuridad más impenetrable aún que la que cubre las olas del mar.
—¡EL FARO! —chilla una vez más, utilizando su Don para potenciar la voz.
—Está destruido —susurra una voz suave y pretenciosa desde la oscuridad, arrastrando las palabras con desprecio—. No sabes lo harto que estaba de su luz. Un destello cada veinte segundos durante diez años, lo odio. Creo que destruirlo ha sido tan satisfactorio que por eso me ha salido tan bien.
—Hola, héroe. Has escogido un mal momento para estar aquí, me parece —dice otra voz, más profunda y cruel.
—¡Van a pillarnos! ¿Por qué estamos aquí? —Es una voz diferente a las anteriores y suena aterrorizada antes de cambiar a un tono entusiasmado—. ¡Acabemos con él!
—Acabemos con esto, All for One. No podemos distraernos con cada imbécil con un Don entrenado que nos encontremos —dice una cuarta voz, más impaciente, con fastidio.
—Puedo encargarme. Es un poco viejo, pero al menos será sangre —agrega una voz más, femenina.
—¿All for One? —susurra Hizashi. Impactado, se vuelve hacia el borde del parapeto, valorando la posibilidad de saltar por él. Un rayo ilumina brevemente el paisaje. No hay faro, y tampoco hay prisión, sólo una nube de cenizas que, poco a poco, se posan sobre la superficie agitada del mar—. ¡UNA FUGA! ¡FUGA EN LA ISLA! LOS VILLANOS HAN ESCAP…
No llega a terminar la frase, potenciada con toda la fuerza de su Don. Unos dedos casi gentiles lo aferran de la muñeca y el polvo espeso de su brazo deshaciéndose le llena la nariz, haciéndole resoplar disgustado. Aún tiene tiempo de proferir un grito agudo que rebota en la superficie del mar y se extiende por kilómetros antes de que el Don del villano termine con su vida.
Nota final: Pues ya está. El primer capítulo está en el aire. ¡Que emoción me da! Y un poco de vértigo, he de admitirlo. ¡Muchas gracias por leer!
