Esta historia es una adaptación sin fines de lucro. Los créditos correspondientes son para sus respectivos autores.
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PRÓLOGO

Las Black Hills, Dakota del Sur, Estados Unidos, 1797

Había llegado el momento de ir en busca de la visión.

El chamán esperaba que el Gran Espíritu le enviara una señal. Pasó un mes, luego otro y los dioses seguían sin hacerle caso. Pero el chamán era un hombre paciente. Continuó con sus rezos diarios sin quejarse y esperó que su humilde ruego fuera escuchado.

Cuando la luna permaneció cubierta por una espesa niebla durante cuatro noches seguidas, el hombre santo supo que había llegado el momento. El Gran Espíritu lo había oído.

Inmediatamente empezó los preparativos. Después de recoger los polvos, la sonaja y el tambor sagrados, inició la lenta ascensión a la cumbre de la montaña. Era un camino arduo, que se hacía aún más difícil por sus muchos años y por la densa niebla que los espíritus malignos habían enviado, seguramente para poner a prueba su determinación.

En cuanto alcanzó la cima, el anciano preparó un pequeño fuego en el centro del saliente que dominaba el valle de las raíces amargas. Se sentó junto a las llamas con la cara vuelta hacia el sol. Luego cogió los polvos. Primero espolvoreó salvia sobre el fuego. El chamán sabía que todos los espíritus malignos odiaban aquel perfume acre. El olor haría que interrumpieran sus prácticas perversas y abandonaran la montaña.

La niebla desapareció de la cima a la mañana siguiente, señal para él de que los seres malignos habían sido expulsados del lugar. Guardó el resto de polvos de salvia y empezó a alimentar el fuego con incienso. Endulzó el perfume añadiendo hierba de la pradera del búfalo sagrado. El incienso purificaría el aire y era bien sabido que atraía a los dioses benevolentes.

Durante tres días con sus noches, el chamán permaneció junto al fuego. Ayunó y oró y, al llegar la cuarta mañana, cogió la sonaja y el tambor. Empezó, entonces, la salmodia que atraería al Gran Espíritu.

Durante las negras horas de la cuarta noche, el sacrificio del chamán se vio recompensado. El Gran Espíritu le concedió su sueño.

Mientras el hombre santo dormía, su mente se abrió, de repente, a la visión. El sol apareció en el cielo nocturno. Vio una mota de oscuridad que crecía y tomaba forma, hasta transformarse en una gran manada de búfalos. Los magníficos animales bramaban por encima de las nubes, dirigiéndose hacia él. Un águila gris con las puntas de las alas blancas volaba en lo alto, guiándolos.

Al irse acercando, las caras de algunos búfalos se convirtieron en las de los antepasados del hombre santo que habían viajado a la otra vida. Vio a su padre y a su madre y también a sus hermanos. La manada se dividió entonces y en medio apareció, erguido y orgulloso, un león de las montañas. El pelaje del animal era rosa pálido, obra, sin duda, del espíritu de la Tierra, y el Gran Espíritu había dado el color del bosque a los ojos del león.

La manada de búfalos rodeó de nuevo al león antes de que el sueño acabara bruscamente.

El hombre santo volvió al pueblo a la mañana siguiente. Su hermana le preparó comida. Una vez saciado, fue a buscar al jefe de los dakotas, un poderoso guerrero llamado Águila Gris. Le dijo únicamente que tenía que continuar guiando a su pueblo. El hombre santo se guardó el resto de la visión para él, porque todavía no le había sido revelado todo su sentido. Y luego volvió a su tipi para recordar su visión con sus colores. En una suave piel de ciervo pintó un círculo de búfalos. En el centro dibujó el león de la montaña, asegurándose de que el color del pelaje del animal fuera tan rosa pálido como lo recordaba y el color de sus ojos tan verdes como el bosque en primavera. Cuando acabó su pintura esperó a que se secaran los pigmentos y luego dobló la piel con gran cuidado y la guardó.

Aquel sueño continuó obsesionando al chamán. Había confiado en recibir algún mensaje confortador para el jefe. Águila Gris sentía un gran dolor. El chamán sabía que su amigo quería ceder el mando a un guerrero más joven, más capaz. Desde que su hija y su nieto le fueron arrebatados, el corazón del jefe no pertenecía a su pueblo. Estaba lleno de amargura y de ira.

El hombre santo no podía ofrecerle mucho consuelo a su amigo. Y por mucho que lo intentaba no conseguía aliviar su angustia.

De la angustia vino el mito.

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Merry, la hija de Águila Gris, y su hijo volvían de entre los muertos. La mujer dakota sabía que su familia los creía muertos, a ella y a su hijo. Nube Gris, el cabecilla bastardo de los proscritos de la tribu, había provocado deliberadamente la batalla cerca del río. Además, había dejado jirones de la ropa de Merry en la orilla, con la esperanza de que su esposo creyera que su esposa y su hijo habían sido arrastrados por la corriente, igual que todos los demás.

La tribu seguiría estando de duelo. Aunque a Merry le parecía una eternidad, en realidad solo habían pasado once meses desde el ataque. Había llevado, cuidadosamente, la cuenta en su tallo de caña. Había once muescas. Según los cálculos de los dakotas, se necesitaban dos más para completar un año.

El regreso a casa iba a ser difícil. La tribu se alegraría de la vuelta de Águila Blanca. Merry no estaba preocupada por su hijo. Después de todo, era el nieto primogénito de su jefe, Águila Gris. Sí, su vuelta al redil se recibiría con gran júbilo.

La causa de sus temores era, claro, Sakura.

Instintivamente, Merry abrazó más fuerte a su nueva hija.

-Pronto, Sakura -le canturreó dulcemente a la pequeña-, pronto estaremos en casa.

Sakura no pareció prestar atención alguna a la promesa de su madre. La inquieta niña de dos años de edad se rebullía, tratando de escabullirse de la falda de su madre y saltar de la montura para caminar junto a su hermano mayor. El hijo de Merry, de seis años de edad, conducía a la yegua moteada por la pendiente que llevaba al valle.

-Ten paciencia, Sakura -susurró Merry. Volvió a estrechar suavemente a su hija para reforzar su mandato.

-Águila -gimoteó la pequeña, llamando a su hermano.

Águila Blanca se volvió cuando su hermana pronunció su nombre. Levantó la vista hacia ella y le sonrió. Luego hizo un lento movimiento negativo con la cabeza.

-Haz lo que te manda tu madre -ordenó.

Sakura no hizo caso alguno de la orden de su hermano. Al instante, volvió a tratar de saltar desde la falda de su madre. Era demasiado joven para saber qué era la prudencia. Aunque había una distancia considerable desde lo alto del caballo hasta el suelo, Sakura no parecía intimidada en lo más mínimo.

-Mi Águila -gritó de nuevo.

-Tu hermano tiene que llevarnos hasta el pueblo, Sakura -dijo Merry. Siguió hablando con voz queda, confiando en calmar a la inquieta niña.

De repente, Sakura se volvió y levantó la mirada hacia su madre. Los verdes ojos de la pequeña estaban llenos de picardía. Merry no pudo contener una sonrisa cuando vio la expresión contrariada en la cara de su hija.

-Mi Águila -aulló la niña.

Merry asintió lentamente.

-Mi Águila -gritó Sakura de nuevo, mirando a su madre con el entrecejo fruncido.

-Tu Águila -reconoció Merry, con un suspiro. Ah, cómo deseaba que Sakura aprendiera a imitar su voz queda. Hasta entonces, sus enseñanzas habían fracasado. Tan pequeña como era y, sin embargo, estaba dotada de una voz que podía agitar las hojas de los árboles hasta hacerlas caer.

-Mi mamá -chilló Sakura entonces, hundiendo sus gordezuelos dedos en el pecho de Merry.

-Tu mamá -respondió Merry. Besó a su hija y luego le pasó la mano por la cabeza, acariciando el pelo de un rosa pálido que enmarcaban la cara de la pequeña-. Tu mamá -repitió, abrazándola fuertemente.

Consolada por la caricia, Sakura se acurrucó contra el pecho de su madre y tendió la mano para cogerle una de las trenzas. Cuando logró capturar la punta de una de ellas, se metió el pulgar en la boca y cerró los ojos, utilizando la otra mano para frotarse la pecosa nariz con el pelo de Merry. En escasos minutos, estaba profundamente dormida.

Merry la arropó con la piel de búfalo, cubriéndola bien para que su delicada piel quedara protegida del fuerte sol del mediodía. Sakura estaba agotada por el largo viaje que habían hecho. Y había pasado por tanta angustia en los últimos tres meses... Merry no dejaba en absoluto de maravillarse de que la niña pudiera dormir.

A Sakura le había dado por seguir a Águila Blanca a todas partes. Imitaba todo lo que hacía, aunque Merry había observado que tampoco a ella le quitaba la vista de encima. Ya había perdido a una de sus madres y Merry sabía que Sakura temía que ella y Águila Blanca desaparecieran igualmente. La pequeña se había vuelto posesiva en extremo, un rasgo que Merry confiaba que disminuiría con el tiempo.

-Nos observan desde los árboles -dijo Águila Blanca.

El muchacho se detuvo, esperando la reacción de su madre.

Merry asintió.

-Continúa andando, hijo. Y recuerda, detente solo cuando llegues al tipi más alto.

Águila Blanca sonrió.

-No he olvidado dónde está el tipi de mi abuelo -dijo-. Solo hemos estado ausentes once meses -añadió, señalando la caña.

-Me alegra de que te acuerdes -dijo Merry-. ¿También recuerdas lo mucho que quieres a tu padre y a tu abuelo?

El chico asintió y su cara adoptó una expresión solemne.

-Será difícil para mi padre, ¿verdad?

-Es un hombre honorable -afirmó Merry-. Sí, será difícil para él, pero con el tiempo verá que es lo justo.

Águila Blanca irguió los hombros, se volvió y continuó el camino, colina abajo.

Andaba como un guerrero. El arrogante paso del muchacho era casi idéntico al de su padre. El corazón de Merry se inundó de orgullo por su hijo. Águila Blanca se convertiría en jefe de su pueblo cuando hubiera completado su formación. Era su destino guiar a los guerreros, igual que el destino de ella era, ahora, criar a la pequeña de piel blanca que dormía, tan inocentemente, entre sus brazos.

Merry se esforzó por borrar de su mente todo lo que no fuera el inminente enfrentamiento. Mantuvo la vista fija en los hombros de su hijo mientras él conducía la yegua hasta el centro del pueblo. Merry pronunció en silencio la plegaria que su chamán le había enseñado para ahuyentar sus temores.

Más de cien dakotas contemplaban fijamente a Merry y a Águila Blanca. Nadie dijo una palabra. Águila Blanca caminó recto hacia delante y se detuvo cuando llegó al tipi del jefe.

Las mujeres ancianas se acercaron hasta rodear al caballo de Merry. En sus caras se leía la estupefacción. Varias alargaron el brazo para tocarle la pierna, como si quisieran que el contacto de su piel bajo sus manos les confirmara que lo que veían era real.

La acariciaban y suspiraban. Merry sonrió ante sus muestras de afecto. Levantó la mirada y vio a Flor de Girasol, la hermana pequeña de su marido. Su amiga estaba llorando abiertamente.

Un estruendo rompió, de repente, el silencio. El suelo retemblaba con el golpeteo de las patas de los caballos que los jinetes conducían hacia el valle. Era evidente que los guerreros se habían enterado del regreso de Merry. Lobo Negro, su esposo, debía de encabezarlos.

El faldón del tipi del jefe se abrió justo en el momento en que desmontaban los bravos. Merry miró a su padre. Águila Gris se quedó a la entrada, sin apartar la mirada de ella un largo rato. Su curtida cara mostraba su estupefacción, pero sus ojos, tan cálidos y amables, pronto se empañaron con la emoción.

Todos se volvieron para observar a su jefe. Esperaban que les diera la señal. Águila Gris tenía el deber de ser el primero en dar la bienvenida a Merry y a su hijo a su vuelta al seno de la familia.

Águila Gris se volvió justo en el momento en que el esposo de Merry llegaba para colocarse a su lado. Inmediatamente, Merry bajó la cabeza en señal de sumisión. Las manos empezaron a temblarle y pensó que el corazón le latía con tanta fuerza que despertaría a Sakura. Merry sabía que su control se desvanecería si miraba a su esposo. Estaba segura de que rompería a llorar. Y eso, por supuesto, no sería nada digno, porque una exhibición de emoción así avergonzaría a su orgulloso esposo.

Además, tampoco sería honorable. Merry amaba a Lobo Negro, pero las circunstancias habían cambiado drásticamente desde la última vez que se vieron. Su esposo tendría que tomar una decisión importante antes de volver a acogerla entre sus brazos.

El jefe levantó las manos hacia el Gran Espíritu. Las palmas de cara al sol.

Había dado la señal. Los gritos de alegría resonaron por todo el valle. Estalló el caos mientras, primero su abuelo y luego su padre, abrazaban al hijo de Merry.

Sakura se rebulló entre los brazos de su madre. Aunque la piel de búfalo seguía ocultándola, se produjeron algunas exclamaciones entrecortadas cuando las mujeres observaron los movimientos.

Lobo Negro tenía a su hijo entre los brazos, pero su mirada se dirigía hacia su mujer. Merry se atrevió a lanzarle una tímida mirada, captó su sonrisa feliz y trató de sonreírle a su vez.

Águila Gris cabeceó varias veces, como muestra de su alegría y su aprobación y luego, lentamente, caminó hasta llegar a su lado.

El hombre santo estaba en el exterior del tipi de purificación, contemplando la reunión. Ahora comprendía por qué no había visto las caras de Merry ni de su hijo en su visión, pero todavía seguía sin comprender qué significaba el resto del sueño.

-Soy un hombre paciente -susurró, dirigiéndose a los espíritus-. Aceptaré los dones de uno en uno.

Mientras el chamán observaba, todos se habían apartado, dejando el camino libre para el jefe. Los bravos no prestaban atención a Merry y se agrupaban en torno a Lobo Negro y su hijo. Las mujeres volvieron a avanzar, como una oleada, porque querían oír lo que el jefe iba a decirle a su hija.

Algunos de los bravos más entusiastas empezaron a lanzar agudos gritos de alegría. El estridente sonido acabó de despertar a Sakura.

A la pequeña no le gustó nada aquel oscuro encierro y apartó de un manotazo la piel de búfalo justo en el momento en que Águila Gris llegaba al lado de Merry.

Merry no podía decidir quién tenía un aspecto más sorprendido. Sakura parecía totalmente fascinada por aquel hombre enorme que la contemplaba con tanta intensidad. También se sentía un poco insegura, porque se volvió a meter el dedo en la boca y se acurrucó contra el pecho de su madre.

Águila Gris ni siquiera trató de ocultar su asombro. Miró fijamente a la niña durante largo rato y luego se volvió hacia Merry y le dijo:

-Es mucho lo que tienes que explicarnos, hija.

Merry sonrió.

-Es mucho lo que quiero explicaros, padre.

Sakura captó la sonrisa de su madre. Inmediatamente, se sacó el dedo de la boca y miró alrededor con curiosidad. Cuando descubrió a su hermano en medio de aquellos extraños, tendió ambos brazos en su dirección y gritó:

-Águila.

Águila Gris dio un paso atrás y luego se volvió para mirar a su nieto. Sakura estaba segura de que su hermano iría a buscarla. Cuando no obedeció sus órdenes inmediatamente, trató de escaparse de la falda de su madre.

-Mi Águila, mamá -dijo a voz en grito.

Merry no hizo ningún caso a su hija. Miró a su esposo. La expresión de Lobo Negro era dura, impasible. Estaba de pie, con las piernas abiertas y los brazos cruzados sobre el pecho. Merry sabía que había oído que Sakura la llamaba mamá. La niña hablaba la lengua sioux al igual que cualquier niño dakota y había expresado sus deseos con una voz lo bastante alta como para que la oyera todo el pueblo.

Flor de Girasol se apresuró a acercarse para ayudar a desmontar a su amiga. Merry le dio a Sakura; pensó advertirla de que la sujetara con fuerza, pero llegó demasiado tarde. Sakura se deslizó fácilmente hasta el suelo, aterrizando sobre su mullido trasero. Antes de que Flor de Girasol o Merry pudieran cogerla, la pe- queña, agarrándose a las piernas de Águila Gris, se había puesto de pie y corría hacia su hermano. El sonido de su risa resonaba detrás de ella.

Nadie sabía cómo explicar la presencia de aquella hermosa pequeña de piel blanca. Unas cuantas ancianas tendieron la mano para tocar los rosáceos rizos de Sakura, porque su curiosidad era demasiado grande para contenerse. La pequeña les permitió que la manosearan. Se mantenía erguida al lado de su hermano, al que le llegaba apenas a las rodillas, imitando su postura y aferrada a su mano.

Aunque no le importaba que la tocaran, dejó absolutamente claro que no quería a nadie cerca de su hermano. Cuando el jefe intentó abrazar a su nieto otra vez, Sakura trató de apartarle las manos.

-Mi Águila -le gritó desde abajo.

Merry estaba horrorizada por el comportamiento de su hija. Cogió a Sakura, sonrió débilmente a su padre y luego le dijo a su hijo en voz baja:

-Ve con tu padre.

El esposo de Merry había dado media vuelta, bruscamente, y había desaparecido dentro del tipi de Águila Gris.

En cuanto la separaron de su hermano, Sakura rompió a llorar. Merry la cogió en brazos y trató, infructuosamente, de calmarla. La niña ocultó la cara en el cuello de su madre, llorando a pleno pulmón, afligida.

Las amigas de Merry la rodearon. Nadie se atrevía a preguntar por la niña hasta que su esposo y su jefe hubieran recibido una explicación completa, pero le sonreían y le daban palmaditas en la suave piel. Algunas incluso le canturreaban una melodía para dormir.

-Bienvenida a casa, hija mía -dijo el hombre santo como saludo.

Merry apenas podía oír al anciano entre los gritos de su hija.

-Te he echado en falta, Wakan -dijo. El llanto de Sakura se volvió tan estridente que rompía los tímpanos y Merry la sacudió cariñosamente-. Chist, pequeña -susurró, y volviéndose hacia el chamán añadió-: Mi hija ruge como una leona. Quizá, con el tiempo, aprenderá...

La expresión de incredulidad en la cara del chamán la hizo detenerse.

-¿Estás enfermo, Wakan? -preguntó, con la voz llena de inquietud.

El hombre santo negó con la cabeza. Merry observó que le temblaban las manos cuando alargó los brazos para tocar a Sakura.

-Su pelo es del color de las flores de cerezo rosa -musitó.

De repente, la niña se volvió para mirar al chamán. Pronto olvidó su disgusto y acabó sonriendo a aquel hombre de aspecto extraño con unas plumas ceremoniales que parecían crecerle en lo alto de la cabeza.

Merry oyó el grito ahogado del chamán. Pensó que estaba enfermo.

-Mi nueva hija es conocida por el nombre de Sakura, hombre santo -dijo-. Si se nos permite quedarnos, necesitará un nombre dakota y también tu bendición.

-Ella es la leona -anunció el chamán, y la cara se le iluminó con una gran sonrisa-. Se quedará, Merry. No te inquietes por tu hija. Los búfalos la protegerán. Los espíritus orientarán a tu padre y también a tu esposo. Sé paciente, hija. Sé paciente.

Merry habría deseado poder hacerle más preguntas, pero era imposible no hacer caso a su orden de esperar. Su reacción ante Sakura la intrigaba. No obstante, no tuvo tiempo para darle más vueltas, porque Flor de Girasol la cogió de la mano y la llevó hacia su casa.

-Pareces exhausta, Merry, y seguro que tienes hambre. Ven a mi tipi y compartiremos la comida de mediodía.

Merry asintió y siguió a su amiga a través del claro. Una vez acomodadas en las suaves mantas dentro del hogar de Flor de Girasol, Merry dio de comer a su hija y luego la dejó explorar el tipi.

-He estado lejos mucho tiempo -murmuró Merry-. Sin embargo, ahora que he vuelto, mi esposo no ha acudido a mí.

-Lobo Negro sigue amándote -respondió Flor de Girasol-. Mi hermano te ha llorado mucho, Merry.

Cuando Merry no respondió, Flor de Girasol continuo:

-Es como si hubieras vuelto de entre los muertos. Después del ataque, nadie pudo encontrarte ni a ti ni a Águila Blanca y algunos creyeron que te habían arrastrado las aguas del río. Lobo Negro se negó a creerlo. No, encabezó el ataque contra los proscritos, pensando que te encontraría en su asentamiento de verano. Cuando volvió sin ti, estaba lleno de dolor. Ahora has vuelto con nosotros, Merry, pero traes contigo a la hija de otro hombre -Flor de Girasol se volvió para mirar a Sakura-. Ya sabes lo mucho que tu esposo odia al hombre blanco, Merry. Creo que esa es la razón de que no haya acudido a tu lado. ¿Por qué has tomado a esta niña como propia? ¿Qué le ha pasado a su madre?

-Su madre ha muerto -respondió Merry-. Es una larga historia, amiga mía y ya sabes que primero tengo que contárselo a mi padre y a mi esposo, pero te diré algo -añadió con voz firme-, si la tribu decide en contra de Sakura, entonces tendré que marcharme. Ahora es mi hija.

-Pero tiene la piel blanca -protestó Flor de Girasol, claramente horrorizada por la tajante declaración de Merry.

-Sí, ya me he dado cuenta del color de su piel -respondió Merry con una sonrisa.

Flor de Girasol vio el humor en el comentario de su amiga y se rió. El sonido fue imitado al momento por Sakura.

-Es una niña muy hermosa -dijo Flor de Girasol.

-Tendrá un corazón puro, como su madre -dijo Merry.

Flor de Girasol se volvió para recuperar una jarra de barro que Sakura acababa de volcar. Merry la ayudó a recoger las hierbas curativas que la niña había desparramado por el suelo.

-Es una niña muy curiosa -comentó Merry, pidiendo disculpas en nombre de su hija.

Flor de Girasol se echó a reír de nuevo. Era como si un vendaval acabara de pasar por el interior del tipi. También esta vez, la niña se hizo eco de la risa.

-No es posible que una niña tan llena de alegría desagrade a nadie -observó Flor de Girasol. La sonrisa se desvaneció cuando añadió-: Pero tu esposo, Merry... Sabes que nunca la aceptará.

Merry no discutió con su amiga. Sin embargo, rezó para que se equivocara. Era imperativo que Lobo Negro reivindicara a Sakura como hija suya. Sin la ayuda de su esposo, no podría cumplir plenamente la promesa que había hecho a la madre de la niña.

Flor de Girasol no podía resistir el impulso de tener a la pequeña en sus brazos. Trató de cogerla, pero la niña la esquivó y se sentó en las rodillas de Merry.

-Me gustaría descansar unos minutos, si vigilas a Sakura por mí -dijo, apresurándose a añadir-: Te advierto que mi hija se mete constantemente en problemas. Es demasiado curiosa para sentir miedo.

Flor de Girasol salió del tipi a pedirle permiso a su esposo para que Merry y Sakura se quedaran con ellos. Cuando volvió, encontró a Merry profundamente dormida. La niña estaba acurrucada contra el vientre de su madre, con el brazo de esta rodeándola. La pequeña también estaba dormida. Tenía el dedo en la boca y una de las trenzas de Merry sobre la cara.

Merry y su hija durmieron varias horas. El sol estaba empezando a ponerse cuando Merry llevó a Sakura hasta el río para bañarla. Flor de Girasol las siguió llevando ropa limpia.

A la niña le encantó el agua. Había hecho un calor pegajoso todo el día y la pequeña parecía disfrutar chapoteando en el agua fría. Incluso dejó que Merry le lavara la cabeza sin armar demasiado jaleo.

Merry acababa de salir del agua cuando apareció Lobo Negro. Se quedó de pie en la orilla, con las manos apoyadas en las caderas, una postura desafiante, pero Merry vio la tierna expresión de sus ojos.

Consiguió confundirla, al mostrarle aquella prueba de afecto ahora. Se volvió de espaldas a su esposo para vestirse y vestir a Sakura.

Lobo Negro esperó hasta que Merry acabó su tarea y, con un ademán, le indicó a su hermana que se llevara a la niña de allí. Flor de Girasol tuvo que esforzarse para lograr que Sakura se soltara de su madre. La pequeña chillaba angustiada, pero Merry no discutió la orden. Sabía que Flor de Girasol la cuidaría.

En cuanto estuvieron solos, Merry se volvió para mirar de frente a su esposo. Le temblaba la voz mientras le contaba todo lo que le había pasado desde que la cogieron cautiva.

-Al principio pensé que su cabecilla, Nube Gris, nos quería como rehenes, para tener algo con que negociar contigo. Sabía que os odiabais intensamente, pero no creía que tuviera intención de matarnos. Cabalgamos varios días y noches también, cuando había luna, y finalmente montamos el campamento por encima del valle oscuro de las sendas blancas. Nube Gris fue el único que nos tocó. Alardeaba de que iba a matar a tu hijo y a tu esposa. Te culpaba, esposo, de su deshonor.

Lobo Negro asintió con un gesto cuando Merry se detuvo en su relato, pero no hizo ningún comentario. Merry respiró hondo antes de continuar.

-Pegó a nuestro hijo hasta que creyó que lo había matado. Luego se volvió contra mí -Se le entrecortó la voz y volvió la cara hacia el río-. Me utilizó de la manera en que un hombre utiliza a una mujer que se resiste -dijo en un murmullo.

Al decir esto rompió a llorar porque, de repente, su vergüenza la abrumó. Los recuerdos le partían el corazón. Lobo Negro la cogió entre sus brazos. Aquel contacto la calmó de inmediato. Merry se dejó ir contra su pecho. Deseaba volverse y aferrarse a su marido, pero sabía que tenía que contarle el resto de la historia antes de buscar solaz en él.

-Un día se desató una discusión entre ellos porque habían visto unas carretas más abajo. Aunque Nube Gris se oponía, al final los otros acordaron que atacarían a los blancos y se llevarían sus caballos. Nube Gris no fue con ellos. Estaba furioso porque los otros actuaban en contra de su decisión.

Merry no tenía fuerzas suficientes para continuar; lloraba silenciosamente. Lobo Negro esperó unos minutos a que su esposa continuara con su relato, luego, con dulzura, la obligó a darse media vuelta y mirarlo. Ella tenía los ojos cerrados, apretándolos con fuerza. Le secó las lágrimas de las mejillas.

-Cuéntame el resto -ordenó, con una voz tan suave como la brisa.

Merry asintió. Trató de dar un paso atrás, pero Lobo Negro aumentó su presión.

-Tu hijo se despertó y empezó a gemir. Tenía unos dolores terribles, esposo. Nube Gris se precipitó hacia él. Había sacado el cuchillo y estaba a punto de matar a Águila Blanca. Grité y me acerqué, todo lo que me permitía la cuerda que me ataba las manos y las piernas. Maldije a Nube Gris, tratando de incitarlo a desviar su furia contra mí. Mi plan lo trastornó. Utilizó el puño para hacerme callar, con tanta fuerza que caí hacia atrás. Él golpe me hizo perder el sentido y, cuando volví a abrir los ojos, vi a una mujer blanca arrodillada a mi lado. Sostenía a Águila Blanca entre los brazos. Sakura, su hijita, dormía en el suelo junto a ella. Lobo Negro, pensé que estaba viendo visiones hasta que mi hijo abrió los ojos y me miró. Estaba vivo. Fue la mujer blanca quien lo salvó. Su cuchillo estaba clavado en la espalda de Nube Gris. No sabía de dónde había salido hasta que recordé las carretas del valle. Pero confié en ella desde el primer momento por la manera en que sostenía a mi hijo. Le supliqué que se llevara a Águila Blanca antes de que volvieran los hombres de Nube Gris. La mujer se negó a dejarme, pese a lo mucho que yo protesté. Me ayudó a montar en mi caballo, levantó a mi hijo y me lo puso entre los brazos y luego nos condujo al bosque, llevando a su propia hija en brazos. La mujer no volvió a hablarme hasta que nos detuvimos para descansar, muchas horas más tarde. Los dioses nos favorecieron aquel día, porque los renegados no nos persiguieron. Mebuki, la mujer blanca, pensaba que quizá los había matado la gente a la que atacaron. Encontramos una cabaña, muy arriba de las montañas, y pasamos el invierno allí. Mebuki nos cuidó. Hablaba el inglés de los misioneros, pero todas sus palabras me sonaban muy diferentes. Cuando se lo comenté, me explicó que venía de una tierra muy lejana llamada Inglaterra.

-¿Qué le pasó a esa mujer? -preguntó Lobo Negro con el ceño fruncido.

-Cuando llegó la primavera, Águila Blanca estaba lo bastante bien como para volver a viajar. Mebuki iba a volver con Sakura al valle y yo iba a traerte a tu hijo a casa. El día antes del que pensábamos marcharnos, Mebuki fue a recoger las presas caídas en las trampas que había puesto el día anterior. No volvió. Fui a buscarla. Estaba muerta -susurró Merry-. Un oso de las montañas la había cogido desprevenida. Fue una muerte terrible. El cuerpo estaba destrozado y era apenas reconocible. No debería haber tenido una muerte así, Lobo Negro.

-¿Y esa es la razón de que tengas a la niña blanca contigo? -preguntó Lobo Negro, aunque daba por ciertas sus propias conclusiones.

-Mebuki y yo nos habíamos convertido en hermanas en nuestros corazones. Me contó todo sobre su pasado y yo compartí el mío con ella. Nos hicimos una promesa mutua. Ella me dio su palabra de que si me pasaba cualquier cosa, encontraría la manera de traer a Águila Blanca de vuelta a ti. Yo también le hice una promesa.

-¿Quieres devolver a la niña con los blancos? -preguntó Lobo Negro.

-Primero tengo que criar a Sakura -anunció Merry.

Lobo Negro se quedó estupefacto al oír la declaración de su esposa. Merry esperó un momento antes de continuar.

-Mebuki no quería que Sakura volviera a ese lugar llamado Inglaterra hasta que fuera mayor. Tenemos que hacer que Sakura sea fuerte, esposo, para que cuando vuelva con su gente, pueda sobrevivir.

-No entiendo esa promesa -confesó Lobo Negro, moviendo la cabeza, desconcertado.

-Mebuki me contó todo sobre su familia. Estaba huyendo de su compañero. Me dijo que aquel hombre malvado había tratado de matarla.

-Todos los hombres blancos son malvados -dictaminó Lobo Negro.

Merry asintió. No estaba de acuerdo con su marido, pero quería apaciguarlo.

-Cada día, Mebuki abría un libro que llamaba su diario y escribía en él. Le prometí guardar ese libro para Sakura y dárselo cuando estuviera por fin preparada para volver a casa.

-¿Por qué trató aquel hombre de matar a su esposa? -preguntó Lobo Negro.

-No lo sé -confesó Merry-. Pero Mebuki creía que ella era una mujer débil. Con frecuencia hablaba de ese defecto y me rogaba que hiciera que Sakura fuera tan fuerte como un guerrero. Yo le conté todo de ti, pero ella me dijo poco de su compañero. Mebuki tenía la visión, esposo. Sabía todo el tiempo que nunca vería a su hija crecida.

-¿Y si estoy en contra de este plan? -preguntó Lobo Negro.

-Entonces, tendré que marcharme -respondió Merry-. Sé que odias a los blancos, pero fue una mujer blanca quien salvó a tu hijo. Mi hija demostrará ser igual de valiente en espíritu.

-Su hija -corrigió Lobo Negro, con tono áspero.

Merry negó con la cabeza. Lobo Negro pasó a su lado y fue hasta el río. Se quedó con la mirada fija en la noche mucho rato y, cuando finalmente volvió al lado de Merry, la expresión de su cara era adusta.

-Haremos honor a tu promesa -anunció.

Antes de que Merry pudiera expresarle su gratitud, Lobo Negro alzó una mano.

-Flor de Girasol es esposa desde hace tres veranos y todavía no le ha dado un hijo a su esposo. Ella cuidará de esta niña de piel blanca. Si mi hermana no está dispuesta a hacerlo, encontraremos a otra.

-No, nosotros debemos criarla -insistió Merry-. Ahora es mi hija. Y tú también debes participar en esto, Lobo Negro. Prometí que haría que Sakura fuera tan fuerte como un guerrero. Sin tu guía...

-Quiero que vuelvas conmigo, Merry -dijo Lobo Negro-, pero no permitiré que esa niña entre en mi casa. No. Me pides demasiado.

-Como quieras -suspiró Merry, con los hombros hundidos por la derrota.

Lobo Negro había vivido lo bastante con Merry para reconocer que su tozuda determinación se estaba afianzando.

-¿Qué diferencia hay entre que la críes tú o la críe otra persona?

-Mebuki murió segura de que tú y yo criaríamos a su hija. La niña tiene que aprender todo lo necesario para sobrevivir en el mundo del hombre blanco. Yo me jacté de tu fuerza, esposo, y...

-Entonces nunca la enviaremos de vuelta -exclamó Lobo Negro.

Merry negó con la cabeza.

-Yo nunca te pediría que rompieras tu palabra. ¿Cómo puedes pedirme que no haga honor a mi promesa?

Lobo Negro estaba furioso.

Merry empezó a llorar de nuevo.

-¿Cómo puedes seguir queriéndome como esposa? Tu enemigo ha abusado de mí. Me habría matado de no haber tenido a Águila Blanca conmigo. Y ahora soy responsable de otro niño. No puedo dejar que nadie la críe. En tu corazón, sabes que tengo razón. Creo que sería mejor si me llevara a Sakura de aquí. Nos iremos mañana.

-No -dijo Lobo Negro, gritando-. Nunca he dejado de amarte, Merry. Volverás conmigo esta noche.

-¿Y Sakura? -preguntó Merry.

-Tú la criarás -concedió-. Incluso puedes llamarla hija, pero te pertenece solo a ti. Yo solo tengo un hijo: Águila Blanca. Permitiré que Sakura entre en mi tipi solo porque su madre salvó a mi hijo. Pero esta niña no significará nada en mi corazón, Merry. No le prestaré la más mínima atención.

Merry no sabía cómo interpretar la decisión de su esposo. No obstante, volvió a él aquella noche y llevó a su hija con ella. Lobo Negro era un hombre obstinado. Demostró ser fiel a su palabra y se dispuso a no hacer ningún caso de Sakura. Sin embargo, era una tarea que se volvía más difícil con cada día que pasaba. Sakura siempre se quedaba dormida junto a su hermano. Pero cada mañana, cuando Lobo Negro abría los ojos, se encontraba a la pequeña acurrucada entre él y su esposa. Siempre despertaba antes que él y siempre la encontraba mirándolo fijamente. La niña no comprendía que él no le hiciera caso. Lobo Negro fruncía el ceño cuando la descubría mirándolo tan confiadamente. De inmediato, Sakura imitaba su expresión. Si hubiera sido mayor, habría pensado que se atrevía a burlarse de él. Pero era muy pequeña. Y si no hubiera tenido la piel blanca, estaba seguro de que habría encontrado divertida la forma en que siempre iba detrás de su hijo. Vaya, puede que incluso le hubiera agradado la arrogante manera de andar de la niña. Pero Lobo Negro recordaba que Sakura no existía en su mente. Le volvía la espalda y salía del tipi con un humor negro como las nubes de tormenta. Los días se convirtieron en semanas mientras la tribu esperaba a que su jefe convocara a Merry ante el consejo. Pero Águila Gris observaba al esposo de su hija, esperando a ver si llegaba a aceptar a Sakur. Cuando Lobo Negro separó a su hijo de la pequeña, Merry supo que había que resolver algo. La niña no sabía qué estaba pasando, claro, y cuando no dormía, se pasaba llorando la mayor parte del tiempo. Se volvió quejosa en extremo y, finalmente, dejó de comer. Desesperada, Merry acudió a su padre y le planteó el problema. Le explicó que hasta que él, como jefe, reconociera abiertamente a Sakura, las mujeres y niños seguirían el ejemplo de Lobo Negro y darían la espalda a la pequeña. Águila Gris vio lo sensato de este argumento y prometió convocar el consejo aquella noche. Luego fue a ver al chamán para pedirle que lo aconsejara. El hombre santo parecía tan preocupado por el bienestar de Sakura como Merry. El jefe se sorprendió ante aquella actitud, porque era bien sabido que el chamán era tan hostil hacia los blancos como Lobo Negro.

-Sí, es hora de que convoques a los guerreros. Lobo Negro debe cambiar sus sentimientos hacia esta niña. Sería mejor que tomara esta decisión por sí mismo -añadió-, pero si se niega a doblegar su actitud, le contaré al consejo la totalidad de mi visión.

El chamán hizo un gesto negativo con la cabeza cuando vio que el jefe estaba a punto de preguntarle. Fue hasta una piel de animal doblada y se la entregó a Águila Gris.

-No desates el cordel ni mires este dibujo hasta que llegue el momento oportuno.

-¿Qué es este dibujo, Wakan? -preguntó Águila Gris. Su voz se había convertido en un susurro.

-La visión que me concedió el Gran Espíritu.

-¿Por qué no lo he visto antes?

-¿Porque no comprendía el significado de todo lo que me había sido revelado. Te dije solo que había visto al águila volando por encima de la manada de búfalos. ¿Lo recuerdas?

Águila Gris asintió con la cabeza.

-Lo recuerdo -dijo.

-Lo que no te dije es que algunos de los búfalos cambiaron para tener la cara de aquellos que habían partido para la otra vida. Merry y Águila Blanca no estaban entre los muertos, Águila Gris. En aquel momento no lo entendí y no quise aconsejarte nada hasta conseguir resolver el enigma en mi mente.

-Ahora los dos comprendemos -anunció Águila Gris-. No estaban muertos.

-Pero hay más cosas en la visión, amigo mío. Al principio, pensé que los búfalos significaban que la caza sería abundante. Sí, eso es lo que pensé.

-¿Y ahora, Wakan?

El hombre santo volvió a negar con la cabeza.

-No abras la piel hasta que Lobo Negro haya afirmado su posición de nuevo. Si se niega a reclamar a la niña como suya, el dibujo lo convencerá. No podemos permitirle que vaya en contra de los espíritus.

-¿Y si decide aceptar a la niña como suya? ¿El dibujo seguirá siendo un misterio?

-No. Todos y cada uno deben verlo, pero no hasta que Lobo Negro haya elegido el camino acertado. La narración del dibujo reafirmará lo sabio de su decisión.

Águila Gris asintió.

-Debes sentarte a mi lado esta noche, amigo mío –Anunció.

Los dos hombres se abrazaron y Águila Gris volvió a su tipi con la piel del animal. Su curiosidad era mucha, pero se obligó a ser paciente. Había mucho que hacer antes del consejo de aquella noche. Los preparativos apartarían sus pensamientos de la piel y de lo que el dibujo iba a revelar. Merry no paró de dar vueltas por su tipi hasta que todos los guerreros estuvieron reunidos en un círculo alrededor del fuego del jefe. Sakura había caído en un sueño inquieto en el camastro que ya no compartía con su hermano. Cuando uno de los bravos más jóvenes vino a llevarla a la reunión, Merry dejó a la pequeña sola, segura de que estaba demasiado agotada como para despertarse antes de la mañana Los hombres estaban sentados en el suelo, con su jefe a un extremo del largo óvalo. El chamán se sentó a la izquierda de Águila Blanca y Lobo Negro a su derecha. Merry recorrió lentamente el contorno del círculo y luego se arrodilló frente a su padre. Rápidamente narró todo lo que le había pasado durante el último año, haciendo mucho hincapié en que Mebuki había salvado la vida de Águila Blanca. Águila Gris no mostró ninguna reacción visible ante el relato. Cuando su hija acabó de hablar, le ordenó, con un ademán, que se fuera. Merry estaba regresando al lado de Sakura cuando se encontró con Flor de Girasol. Las dos mujeres se quedaron a la sombra, esperando, para oír qué decidiría el jefe. A continuación llamaron al hijo de Merry para que diera su versión de lo que había pasado. Cuando acabó, fue a colocarse, de pie, justo detrás de su padre. De repente, Sakura apareció al lado de su hermano. Merry vio cómo su hija se cogía de la mano de Águila Blanca. Empezó a dirigirse hacia allí, pero Flor de Girasol la detuvo.

-Espera y veamos qué pasa -le aconsejó-. Los guerreros se enfurecerán si los interrumpes ahora. Tu hijo cuidará de Sakura.

Merry vio la sensatez del consejo de su amiga. Mantuvo la mirada fija en su hijo, esperando que él la mirara y le pudiera hacer un gesto para que acompañara a la niña al tipi.

Águila Blanca escuchaba los decididos argumentos presentados por la mayoría de los guerreros. Todos querían mostrar su lealtad hacia Lobo Negro, respal- dando su decisión de dejar de lado a la niña.

El jefe asintió y luego, deliberadamente, propuso que una anciana, llamada Arroyo Riente, asumiera el deber de criar a la niña. De inmediato, Lobo Negro hizo un movimiento negativo con la cabeza, rechazando la idea.

-La niña de Merry sufriría en sus manos -afirmó Lobo Negro ante los guerreros-. No puedo dejar que esto suceda. La niña es inocente.

Águila Gris disimuló una sonrisa. Lobo Negro se oponía a entregar a la pequeña a aquella vieja squaw medio loca, demostrando que de verdad le importaba.

El problema sería lograr que Lobo Negro reconociera toda la verdad; un asunto difícil, en opinión del jefe, porque el esposo de su hija era un hombre terco y orgulloso.

El jefe tendió la mano hacia la piel, con intención de poner fin a la disputa en aquel momento, pero el chamán lo detuvo con un gesto negativo de la cabeza.

Águila Gris permitió que el hombre santo hiciera las cosas a su modo. Dejó las manos sobre la piel doblada y continuó rumiando sobre el problema mientras los guerreros discutían entre ellos.

Al final, fue Sakura, empujada suavemente por su hermano, quien resolvió el problema para todos.

El hijo de Lobo Negro había escuchado el áspero debate sobre el futuro de Sakura. Aunque solo tenía seis veranos, ya había mostrado rasgos de la naturaleza arrogante de su padre. Sin importarle cuáles pudieran ser las represalias, de repente dio media vuelta, llevando a Sakura con él, para encarar a su padre.

Sakura se escondió detrás de su hermano, aunque asomaba la nariz para observar a aquel hombre de aspecto furioso que miraba a su hermano con tanta ferocidad.

El jefe fue el único que vio cómo la niña imitaba el ceño de Lobo Negro antes de ocultar la cara contra las rodillas de Águila Blanca.

-Padre -anunció Águila Blanca-, una mujer blanca me salvó la vida para que yo pudiera volver con mi pueblo.

Las fervientes palabras del muchacho produjeron un inmediato silencio.

-Sakura es ahora mi hermana. La protegería igual que cualquier hermano protegería a su hermana.

Lobo Negro no podía contener su sorpresa por la forma arrogante en que su hijo le había hablado. Antes de que pudiera contestar, Águila Blanca fue hasta donde estaba su madre. La señaló, miró a Sakura y dijo:

-Mi madre.

Sabía perfectamente bien lo que iba a suceder. Sakura había demostrado ser muy coherente en su actitud posesiva. Lo que pertenecía a Águila Blanca le pertenecía también a ella. Águila Blanca solo tuvo que decir las palabras una vez, antes de que la pequeña acudiera corriendo al lado de su hermano. Se sacó el dedo de la boca el tiempo suficiente para gritar:

-Mi mamá.

Luego levantó la cara hacia su hermano y le sonrió, esperando que continuara aquel nuevo juego.

Águila Blanca asintió. Le apretó la mano para que supiera que estaba contento con su respuesta y, luego, dio media vuelta para encarar de nuevo a su padre. Lentamente levantó la mano y señaló a Lobo Negro.

-Mi padre -anunció con voz firme.

Sakura siguió chupándose el dedo mientras miraba fijamente a Lobo Negro.

-Mi papá -afirmó Águila Blanca, apretando de nuevo la mano de Sakura.

De repente, la niña se sacó el dedo de la boca.

-Mi papá -dijo a voz en cuello, señalando con el dedo a Lobo Negro. Luego miró a su hermano para obtener su aprobación.

Águila Blanca miró hacia su abuelo. Cuando el jefe asintió, el hermano de Sakura le hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

Era toda la aprobación que la pequeña necesitaba. Se soltó de la mano de su hermano, se volvió y echó a andar hacia atrás. Sin mostrar el más mínimo temor, se dejó caer encima de las rodillas de Lobo Negro.

Todos observaron cómo la pequeña se acomodaba. Lobo Negro se puso rígido cuando Sakura alargó la mano para coger una de sus trenzas. Sin embargo, no la apartó, sino que se volvió para mirar al jefe.

Águila Gris sonreía satisfecho.

Merry llegó corriendo y se arrodilló delante de su esposo, manteniendo la cabeza inclinada. Lobo Negro vio cómo temblaba su esposa. Soltó un largo y controlado suspiro de aceptación.

-El lugar de mis hijos no es este consejo. Llévalos a nuestro tipi.

Sus hijos.

Merry se esforzó por no sonreír, pero cuando levantó los ojos hacia su esposo, sabía que él podía ver su alegría. Y también su amor.

Lobo Negro reconoció ambas cosas con un arrogante gesto de la cabeza. Águila Gris esperó hasta que Merry se hubo llevado a los niños.

-¿Ahora tengo una nieta? -le preguntó a Lobo Negro, exigiendo una confirmación.

-La tienes -respondió Lobo Negro.

-Me alegro -anunció Águila Gris. Entonces se volvió hacia el chamán y le pidió que contara su visión al consejo.

El hombre santo se puso en pie y narró su sueño a los guerreros. Lentamente desató la cuerda que sujetaba la piel de ciervo y la levantó para que todos la vieran.

Hubo muchos murmullos asustados.

El chamán silenció al grupo con un expresivo gesto de la mano.

-Nosotros somos los búfalos -dijo, llevándose la mano al pecho-. El león no tiene lugar entre los búfalos. En esta tierra, son enemigos, igual que el hombre blanco es enemigo de los dakotas. Sin embargo, los dioses nos ponen a prueba. Nos han dado una leona de ojos verdes. Debemos protegerla hasta que le llegue el momento de dejarnos.

Lobo Negro estaba claramente atónito por las palabras del chamán. Con un gesto negativo de la cabeza preguntó:

-¿Por qué no me lo habías dicho antes, Wakan?

-Porque antes tu corazón tenía que averiguar la verdad -respondió el hombre santo-. Tu hija es la leona, Lobo Negro. No puede haber ningún error. Su pelo es del color de los cerezos y sus ojos son tan verdes como el hogar del Gran Espíritu en el cielo.

El aullido furioso de Sakura resonó, de repente,
en todo el pueblo. El chamán se detuvo y sonrió.

-Y también tiene la voz de la leona -observó.

Lobo Negro sonrió y los demás asintieron. El hombre santo levantó la piel en alto.

-La promesa de Merry será cumplida. Los espíritus lo han decretado.

Sakura fue oficialmente aceptada en la tribu a la noche siguiente.

Los dakotas eran un pueblo amable. Todos abrieron sus corazones a la leona de ojos verdes y le dieron tesoros inconmensurables.

Eran regalos intangibles que moldearon su carácter.

De su abuelo recibió el don de la conciencia. El viejo guerrero le mostró la belleza, la maravilla de lo que la rodeaba. Los dos se hicieron inseparables. Águila Gris le dio a Sakura su amor sin restricciones, su tiempo sin limitaciones y su sabiduría cuando ella exigía respuestas inmediatas a los continuos por qué y por qué y por qué de todo niño pequeño. Sakura obtuvo paciencia de su abuelo, pero el mayor tesoro de todos fue la capacidad de reírse de lo que no se podía cambiar, de llorar por lo que se había perdido y de encontrar gozo en el precioso don de la vida.

De su padre recibió valor y determinación para acabar cualquier tarea, para vencer cualquier dificultad. Aprendió a empuñar un cuchillo y montar a caballo tan bien como cualquier bravo, en realidad, mejor que la mayoría de ellos. Era la hija de Lobo Negro y, observando, aprendió a esforzarse por alcanzar la perfección en todo lo que hacía. Sakura vivía para agradar a su padre, para recibir su gesto de aprobación, para hacer que se sintiera orgulloso de ella.

De su cariñosa madre, Sakura recibió el don de la compasión, la comprensión y el sentido de la justicia hacia amigos y enemigos por igual. Imitó la conducta de su madre hasta que se convirtió en una parte genuina de su personalidad. Merry era abiertamente afectuosa con sus hijos y con su esposo. Aunque Lobo Negro nunca mostraba sus sentimientos delante de los demás, Sakura aprendió pronto que había elegido a Merry por su naturaleza cariñosa. Su talante brusco hacia su esposa en presencia de los demás guerreros era parte de sus modales arrogantes. Pero en la intimidad de su tipi, Lobo Negro hacía más que permitir las caricias y palabras amorosas de su esposa; las exigía. En sus ojos aparecía una mirada cálida y, cuando pensaba que su hija estaba profundamente dormida, tendía los brazos a su esposa y le devolvía todas las palabras de cariño que ella le había enseñado.

Sakura se prometió encontrar un hombre como Lobo Negro cuando le llegara el momento de escoger compañero. Sería un guerrero tan orgulloso y arrogante como su padre y tendría la misma ardiente capacidad de amar.

Le dijo a su hermano que nunca se conformaría con menos.

Águila Blanca era su confidente y, aunque no quería destruir la inocente determinación de su hermana, se preocupaba por ella. Hablaba a favor de la cautela, porque sabía, igual que todos los demás habitantes de su aislado pueblo, que un día Sakura volvería al mundo de los blancos.

Y en su corazón esa verdad lo atormentaba. Sabía, con una certidumbre que no podía negar, que no había guerreros como su padre en aquel lugar llamado Inglaterra.

Ninguno en absoluto.