RECUERDA QUE ESTA ES UNA ADAPTACIÓN SIN FINES DE LUCRO. SÓLO PARA FANS DEL MADASAKU. CRÉDITOS A SUS RESPECTIVOS AUTORES.
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PRÓLOGO
MADARA
La ambición no puede detenerse, medirse o contenerse.
Siempre hay algo que hacer y un poder que perseguir. No importa la dirección que tome, hay una meta que alcanzar y una situación que conquistar. Sin embargo, la ambición no puede ser ciega o se volverá destructiva.
Actualmente estoy jugando con esa línea.
La necesidad de más y el miedo a menos.
Los constantes impulsos de energía y la caída del vacío posterior.
La verdad es que la ambición es mi fuerza motriz y, sin embargo, aún no tengo idea de cómo terminé parado en el borde, mirando hacia un abismo oscuro y nebuloso.
Sus humeantes ondas se arremolinan a mi alrededor, esperando a arrastrarme. No es la primera vez que me asomo a ese abismo y me devuelve la mirada. Cada vez que me encuentro en una encrucijada, me acuerdo de cómo he acabado aquí.
Me acuerdo de mi crianza, privilegiada, y de todas las ataduras que trajo consigo. ¿No se dice que ningún benecio que merezca la pena se obtiene sin sacricios?
Sin embargo, no es el momento de tener esas imágenes o pensamientos. Después de todo, se supone que es una ocasión alegre. La palabra clave es supone.
Ir a casa de mi amigo para celebrar el decimoctavo cumpleaños de su hija es lo último que quería hacer. No sólo tengo innumerables expedientes de casos sobre mi mesa, sino que también tengo una reunión de planicación estructural en el bufete. Sin embargo, si le dijera a mi mejor amigo/socio que prefiero el bufete a asistir al cumpleaños de su princesita, me pondría las pelotas en bandeja. El hecho de que también sea su bufete no significa nada en el día sagrado de su cumpleaños.
Quince minutos. Me digo mientras salgo del auto y me abrocho la chaqueta. Solo me quedaré ese tiempo y luego me inventaré una excusa para irme.
Mi socio heredó su mansión de su padre después de que éste echara a su, malvada, madrastra con todo tipo de demandas judiciales. Nunca he visto el atractivo de esta antigua propiedad. Sí, es enorme y tiene dos piscinas, pero se gastó una fortuna en renovarla y llevarla a su forma actual.
La casa es blanca y tiene un porche decorado con coloridas plantas exóticas que se extiende hasta el gran jardín donde se celebra la fiesta de cumpleaños.
Hay una larga mesa cerca de la piscina que está rodeada de innumerables personas. Algunos de ellos son socios y asociados de nuestra firma. Están extasiados por la ocasión, sin perder la oportunidad de besar el culo a Hashirama.
El hombre en persona, el bastardo canalla, con el que a menudo me ensangrentaba los nudillos luchando cuando estábamos en el instituto, sale de la casa, cargando una enorme tarta rosa que es casi más alta que él, y cuando empieza a cantar Cumpleaños Feliz, todos los demás se unen a él.
Me detengo cerca de la entrada de la casa, esperando que toda la farsa termine. Sí, he venido al puto cumpleaños, pero eso no signica que vaya a disfrutar de la alegre multitud.
La felicidad no es mi escenario.
Tampoco lo son los cumpleaños. No cuando el mío se suponía que era un funeral.
Sakura, la única hija de Hashirama, sonríe ampliamente mientras se le acumulan las lágrimas en los párpados y se las limpia rápidamente con el dorso de las manos. Tiene una sonrisa suave que no se parece en nada a la de su padre; de hecho, apenas se parece a él. Su cabello es negro, el de ella es rosa con mechones más claros. Sus ojos son marrones, los de ella tienen una rara heterocromía, en la que el interior es turquesa y el exterior es una mezcla de verde y verde azulado.
Ahora que ha crecido, parece más bien su hermana, no su hija. Pero, de nuevo, apenas ha envejecido con todas las actividades físicas en las que participa.
La canción llega a su n cuando Hashirama se acerca a ella, y ambos soplan las dieciocho velas entre vítores y gritos aleatorios de "Feliz cumpleaños" del público, antes de que él atraiga a su hija para abrazarla. Permanecen así durante largos momentos, luego él se aparta y le besa la frente.
Si alguien me hubiera dicho que el despiadado Hashirama que solía pelear en la calle como un campeón se convertiría en un padre sensiblero, habría recurrido a la blasfemia.
Pero las pruebas están delante de mí. Está envuelto en el dedo de esa chica y lo peor es que es muy consciente de ello.
Puede ser porque la tuvo cuando estábamos en nuestro último año de instituto y no tenía ni puta idea de lo que signicaba tener un hijo, a veces todavía no la tiene. O porque siempre la llamó su segunda oportunidad en la vida.
Permanezco cerca de un árbol y compruebo mis correos electrónicos, respondiendo a los urgentes mientras espero a que termine toda la escena.
Tardo más de diez minutos, cinco minutos más de mi plazo autoimpuesto, y aún no he dado la cara. Después de que Sakura finalmente va a aceptar los deseos de cumpleaños y Hashirama desaparece en la casa, probablemente para conseguir más bebidas, me dirijo hacia él.
Pasar desapercibido es muy difícil cuando la mayoría de los presentes trabajan para mí o trabajaban conmigo, pero el pastel, y la propia cumpleañera; los tiene ocupados. Estoy a salvo. Por ahora.
Encuentro a Hashirama en su cocina, rebuscando botellas de cerveza en la nevera y dando órdenes claras y metódicas al personal del catering. Ese es el Hashirama que conozco. Claro y preciso. Lo cual es una de las razones por las que me llevé bien con él en primer lugar.
Después de todo, los demonios se reconocen entre sí.
O tal vez es un ex-demonio ahora, considerando toda la mierda sensiblera que hace siempre que su hija está involucrada.
Me apoyo en el mostrador y cruzo las piernas por los tobillos.
—Solo te falta un traje de criada para completar el papel.
Hashirama se da la vuelta sosteniendo dos cajas de cerveza y su expresión se agudiza inmediatamente. Ha desaparecido el hombre blando que cantaba Cumpleaños Feliz no hace mucho tiempo.
Se endereza hasta alcanzar su máxima estatura, pero por mucho que intente ponerse por encima de mí, su metro ochenta sigue siendo un centímetro más bajo que yo. Pero es más musculoso.
Aparte de boxear con él por los viejos tiempos y hacer algo de senderismo, no estoy tan obsesionado como él con el deporte.
—Puedes irte. —Le da la cerveza a uno de los empleados y todos salen corriendo de la cocina a su orden.
Después de cerrar la nevera de golpe, saca un Zippo del bolsillo y lo abre y lo cierra. Dejó de fumar hace mucho tiempo, poco después del nacimiento de Sakura, pero nunca ha perdido la necesidad de tener ese encendedor.
—Pensé que no ibas a venir.
—Estoy aquí, ¿no?
—Buena salvada, porque estaba planeando patear tu trasero.
—No puedes ganar contra mí. No en esta vida, al menos.
—La pelea de la semana pasada dice lo contrario.
—En la pelea de la semana pasada, hiciste trampa tirándome la toalla a la cara.
—Se llama lucha callejera, no artes marciales nobles. Te dejaré ganar esta semana.
—Que te den. No actúes con benevolencia cuando estés cayendo.
—Ya lo veremos. Ahora, ¿por qué llegas tarde?
—Es solo un cumpleaños, Hashirama. No veo cuál es el problema.
—El cumpleaños de mi hija. Ese es el gran problema, Madara.
Resisto el impulso de decirle que aún es solo un cumpleaños, ya que esas palabras harían que me diera un puñetazo. Mi cara es una especie de propiedad inmobiliaria ahora y no puede ser magullada de ninguna manera. La de Hashirama también. Por eso la cara es una zona roja en nuestras peleas.
Hashirama cierra el mechero, lo guarda en el bolsillo y busca en el armario. Saca una botella de The Balvenie 21 Year Old PortWood Finish, sirve dos vasos y me pasa uno por el mostrador.
—¿Bebiendo tan temprano? —Agito el contenido.
—Es una ocasión especial.
Tomo un sorbo para ocultar la mueca que iba a hacer mi boca.
—¿Porque es su cumpleaños o porque te recuerda a su madre?
—Su madre puede irse a la mierda. Esa mujer no existe. —Se bebe todo el vaso.
—Claro. A juzgar por el millón de investigadores que has contratado en los últimos dieciocho años.
—No hay nada malo en conocer el paradero de los enemigos.
—¿Quieres que crea que no harás nada una vez que la encuentres? ¿De verdad, Hashirama?
La comisura de sus labios se curva en una sonrisa de satisfacción mientras se sirve otra copa.
—Nunca he dicho eso.
—Mantenme a mí y a la empresa fuera de este lío.
—La firrma, tal vez. Pero tú, amigo mío, denitivamente te hundirás conmigo.
Se pone a mi lado y se apoya en la barra. Bebemos en silencio, que era nuestro ritual después de pelearnos en el instituto. Por aquel entonces, estábamos ensangrentados, magullados y apenas respirábamos, pero nos sentábamos en la azotea del instituto que daba a la ciudad de Nueva York y compartíamos una cerveza. También fue en esa época cuando juramos conquistar esta ciudad.
Casi dos décadas después, tenemos sucursales en todo Estados Unidos y en Londres y Francia.
Y todavía no me parece suciente.
Nada lo hace.
—Está creciendo muy rápido —suspira Hashirama, observando a Sakura ayudar al personal del catering—. Quiero que vuelva a ser mi angelito.
—Los niños no son constantes.
—No lo sé yo, joder. El otro día, estaba teniendo una charla sobre la virginidad con su amiga.
—¿Por qué diablos me hablas de la virginidad de tu hija? ¿O en absoluto?
Me hace una señal como restándole importancia.
—Debería haber sabido que esto iba a pasar, pero seguía teniendo pensamientos oscuros sobre todas las formas en que alguien podría llevársela. Entonces empecé a considerar seriamente la opción de convertirme en un asesino para protegerla.
—Para que quede claro, no seré tu abogado.
—Que te den, Madara.
—¿Por abandonarte cuando haces algo estúpido?
—Por ser un celoso hijo de puta porque siempre gano, no solo en las peleas callejeras y con mis calicaciones más altas, sino que además tuve un hijo antes que tú.
—En primer lugar, no ganaste todas las peleas y las que sí fueron siempre por algún juego sucio. En segundo lugar, las calicaciones son subjetivas. Sigo ganando más casos que tú y mis métodos son inteligentes y eficientes, a diferencia de tus formas duras y despiadadas que dan más problemas de los necesarios. En cuanto a los niños, no gracias. Prácticamente he criado a mi sobrino y es lo sucientemente infantil para toda la vida. —Considero mi reloj. Veinte minutos desde que llegué. Cinco minutos más de los que había planeado quedarme. Coloco mi vaso en la encimera—. Me voy.
—¿A dónde?
—Una reunión con un cliente.
—¿En un n de semana?
—No hay descanso para los malvados. —Me doy la vuelta y empiezo a marcharme, pero su voz me detiene.
—Espera.
—¿Qué? —Lo miro por encima del hombro.
—No le deseaste a Sakura un feliz cumpleaños.
—Hazlo en mi nombre. Te dejaré el regalo.
—No, joder. Irás allí y lo harás tú mismo. No quiero ver la decepción en la cara de mi ángel cuando se entere de que su tío Madara la ignoró por completo en su día especial.
Cinco minutos. No me quedaré más que eso.
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SAKURA
Ya soy ocialmente una adulta.
O eso es lo que me gusta pensar. Denitivamente, papá sigue considerándome una niña pequeña a la que tiene que proteger en todo momento.
Puedo sentir que me observa, incluso cuando no está a la vista. Especialmente en los momentos en que planeo hacer algo que él no aprueba.
Desde que aparecí en su puerta con menos de un día de vida, Hashirama Senju se propuso protegerme a toda costa. No importaba que tuviera diecisiete años, a punto de cumplir los dieciocho, y que estuviera en el instituto y no tuviera ni la más remota idea de cómo criar a una niña.
Especialmente una traviesa y activa como yo.
Aun así, me crio sin ayuda mientras él iba a la universidad y luego a la facultad de derecho y aprobaba el colegio de abogados. Digamos que la pequeña yo, no hizo precisamente fácil la vida universitaria de papá, pero nunca me hizo sentir que estaba ausente.
Siempre he sido una hija muy querida, aunque solitaria, con un cerebro que de repente se queda en blanco sin razón aparente. El terapeuta al que me llevó papá dice que es depresión. Yo lo llamo un cerebro vacío que ningún terapeuta puede curar, pero esa no es la cuestión. La cuestión es que me han querido, pero nunca me han mimado ni me han tratado como si fuera de la realeza sólo porque mi abuelo fuera rico o mi padre tuviera un bufete de abogados.
Sigue siendo muy estricto y me impone un toque de queda, del que espero librarme hoy.
Les digo a los amigos de mi padre que voy a tomar algo. En realidad no tengo muchos amigos propios, así que papá suele llevar a los suyos. Cuando invito a mis compañeros de clase, se sienten súper intimidados por todos los hombres de negocios y guras políticas que están presentes, así que dejé de ponerlos nerviosos a ellos y a mí.
De todos modos, no me gusta mi cumpleaños. Me recuerda el día en que nació mi cerebro vacío.
Y la mujer que me lo dio.
De todos modos, camino entre la multitud, forzando las sonrisas. No me salen naturalmente, no como a papá. Muchas cosas en las que él destaca son mis debilidades, como las actividades físicas, el carisma y un cerebro completo, supongo.
Sin embargo, lo que se me da bien es la multitarea, así que no me cuesta nada pasar la mirada por todos los presentes mientras sonrío y hago mi papel de cumpleañera, el que hago todos los años para papá.
El vestido rojo oscuro se me pega a la piel, pero eso no tiene nada que ver con la transpiración después de tanto movimiento. Resisto el impulso de limpiar mis manos sudorosas en el material. No sólo es de diseñador, sino que además lo he elegido con cuidado, para que parezca una adulta.
Se amolda a mis curvas y muestra mi cintura, y también tiene un profundo escote en V, acentuando mis pechos y provocando algo de escote. Incluso he sacricado mis zapatillas blancas favoritas por los tacones negros que actualmente asesinan mis pobres pies.
Pero todo es para nada si no puedo encontrarlo.
La nuca se me calienta y los mechones de mi largo cabello se me pegan al cuello y a las sienes. Cuanto más distancia cruzo, más chocan mis uñas.
Casi todos los que papá conoce están aquí, casi, porque mi abuelita nunca es bienvenida en casa del abuelo, según palabras de papá.
Y él.
El hombre que he empezado a buscar entre la multitud cuando no tengo derecho a hacerlo.
Después de lo que parece una eternidad, tiro mi peso en el columpio que papá hizo para mí y puso en el patio trasero cerca de la segunda piscina cuando era una niña. Mi mirada se pierde en las luces que brillan desde el agua y suelto un largo suspiro.
La zona está iluminada por faroles e innumerables tiras de luces de hadas que cuelgan entre los árboles, pero sigue siendo tenue en comparación con la parte delantera de la casa.
Mi corazón se siente un poco magullado, pisoteado, aunque no tengo ninguna razón lógica para sentirme así.
¿Pero qué es la lógica de todos modos? Papá dice que todas las cosas buenas son un poco insulsas, imperfectas.
Incluso es ilógico.
Se supone que no debo revolcarme en la miseria en mi tan esperado decimoctavo cumpleaños, pero aquí estoy. Balanceándome de un lado a otro en la estela de la destrucción que está ocurriendo en mi pecho.
Tenía grandes planes para hoy. No porque me gusten los cumpleaños, sino porque éste es especial. Este signica que oficialmente ya no soy una niña.
Pero mi plan más importante fue abortado antes de ser implementado.
Saco mi teléfono del sujetador y me desplazo hasta el álbum de fotos llamado "Recuerdos". Encuentro una foto de mi primer cumpleaños, en la que estaba chillando en brazos de papá mientras el tío Madara intentaba agarrarme.
Madara.
No el tío Madara. Él es Madara.
Le paso los dedos por la cara y me detengo ante la sacudida que me recorre todo el cuerpo.
Hace tiempo que empecé a sentir esas extrañas descargas eléctricas cada vez que lo veo o pienso en él. Incluso empezó a aparecer en sueños traviesos que me hacían sudar y mojar y tenía que aliviarme en medio de la noche.
Por eso ya no puede ser el tío Madara.
Ni siquiera es el amigo de papá o el hombre más poderoso del mundo. Puede que sea el hijo de un senador, pero es mucho más que eso.
Es dueño de la mitad del mundo y se come el resto para desayunar.
—Aquí estás.
Me quedo helada, con la mano apretando el teléfono. ¿Acaso he adquirido habilidades de mago por mi cumpleaños y lo he conjurado?
Eso es una estupidez, por supuesto, porque puedo sentir el calor que siempre emana su cuerpo y oler su colonia. Un poco almizclada, un poco picante. Un poco... equivocado.
No debería conocerlo sólo por su olor ni ser capaz de reconocerlo entre las decenas de personas que se agolpan en nuestra casa. No debería tener los oídos acalorados y el cuello palpitante solo por haber escuchado el tenor profundo y áspero de su voz que sólo sirve para decir cosas firmes y serias.
Una voz con la que he empezado a soñar muy a mi maldito pesar.
Y ahora, está detrás de mí.
Y eso signica que puede ver mi teléfono.
Me sobresalto, abrazándolo contra mi pecho, y en retrospectiva, eso es una mala idea, porque ahora estoy pensando en él entre mis pechos, y mi corazón como que explota por todos lados.
Mi reacción va cuesta abajo a partir de ahí y no hay forma de detenerla. Mis labios se separan y mi expresión debe estar congelada como la de un ciervo atrapado en los faros.
Pero en lugar de comentar su foto en mi teléfono, se pone delante de mi columpio, imponiéndose sobre mí como un puto dios.
Uno con aspecto de Adonis y tan frío como una estatua.
Así lo comparó una de las revistas. Llamaron al hijo del senador Tajima Uchiha; ese Madara, por cierto; uno de los solteros más codiciados y el más apático de todos.
Pero nunca he recibido el trato frígido del que todos hablan. Para mí, siempre ha sido cálido. Bueno, algo cálido. Porque el tío Madara es demasiado profesional para ser cálido en el sentido tradicional.
Madara. Me reprendo a mí misma. Es Madara.
—No te preocupes. No voy a espiar tus conversaciones con tu novio.
Mi corazón hace esa cosa que me hace sentir como si fuera a vomitar o a desmayarme o tal vez ambas cosas.
Aunque tiene que ver con su presencia cuando pensaba que no vendría, es más por lo que dijo.
Novio.
Como diciendo que, es mi novio desde que lo estaba mirando a él. Bueno, eso no es exactamente lo que quiso decir, pero en mi retorcido cerebro, seguro que cuenta.
Inclino la cabeza hacia atrás para verlo en su totalidad. Aunque dudo que haya algún marco de fotos que pueda contenerlo.
Su rostro es todo líneas aladas y pómulos definidos, que se ensombrecen según de dónde venga la luz. Tiene el tipo de rasgos que se comunican con el más mínimo movimiento. Madara siempre ha tenido un control inmaculado sobre su lenguaje corporal y sus expresiones faciales, y eso se nota en cada uno de sus movimientos.
Cuanto más mayor me hago, más consciente soy de su carácter imponente y silencioso, que habla con acciones más que con palabras. También he empezado a ver por qué es el compañero perfecto para papá. Se parecen en cierto modo, pero Madara sigue siendo más difícil de leer. Debido a su comportamiento rígido, tengo que tener mucho cuidado al descifrar cualquier cambio en sus expresiones faciales.
Ahora está en blanco, lo que podría signicar muchas cosas. ¿Está enfadado, molesto?
O tal vez simplemente sea indiferente, como lo es la mayor parte del tiempo.
No puedo dejar de mirarlo, de estudiarlo, de llenarme de su cara como si no fuera a verlo en un tiempo. Estoy grabando todo en mi memoria, como la forma en que llena su traje o cómo luce majestuoso en él.
No puedo dejar de mirar sus gruesas cejas y pestañas, la ligera barba incipiente que le cubre la mandíbula y cómo algunos mechones de su largo cabello negro le besan la frente con cada ráfaga de viento.
Y por un pequeño momento, desearía ser un cabello suelto o el aire. Cualquiera de los dos serviría.
Pero lo que realmente no puedo dejar de mirar son sus ojos negros que ahora mismo parecen brillar más. Esos ojos tienen un lenguaje propio que nadie puede aprender, por mucho que lo intente.
Un idioma que llevo tiempo intentando hablar desesperadamente.
Agarro el teléfono con más fuerza, necesitando el valor que me proporciona mientras hablo.
—No tengo novio.
—Una cosa menos de la que Hashirama debe preocuparse.
Me muerdo el labio inferior, incapaz de ocultar la decepción por la forma en que ignora descaradamente mi afirmación y lo vuelca todo a papá.
Sería mejor que dejara de hacerlo.
Normalmente, lo haría.
Madara no es el tipo de hombre al que le gusta presionar, y yo no soy una excepción.
Pero si lo hiciera, ¿cómo lograría lo que me he propuesto? Esperé a mi decimoctavo cumpleaños para gritar que ya soy una mujer.
Que quiero que me vea como tal. Probablemente por eso pregunto:
—¿Crees que debería tener un novio?
—Eso no es de mi incumbencia, niña.
—No soy una niña.
Sus labios se crispan.
—Acabas de hacer un puchero como una.
Maldita sea. Sabía que todavía pensaba en mí como si fuera una niña pequeña. ¿No puede ver que ya he crecido? ¿Que lo estoy mirando?
¿Que no puedo dejar de mirarlo?
—Lo estoy haciendo de tu incumbencia —insisto—. Entonces, ¿qué te parece?
—¿Qué?
—¿Debo conseguir un novio?
—No.
Mi corazón casi me desgarra la caja torácica y salta para bailar a sus pies. Dijo que no debería conseguir un novio. Eso debe significar algo, ¿verdad?
—¿Por qué no? —Intento sonar relajada, pero no puedo controlar el temblor del final.
—A Hashirama no le gustaría.
Oh.
Así que vuelve a ser sobre mi padre.
Sin embargo, parece que estoy buscando sangre, porque todavía me niego a dejarlo.
—¿Y tú?
—¿Y yo?
—¿Te gustaría que tuviera un novio?
Hace una pausa y luego dice:
—Yo sería neutral.
Claro.
Por supuesto, lo sería.
¿Por qué iba a mirar el rey de la selva en dirección a un cachorro extraviado cuando tiene innumerables leonas a su lado?
Vuelve el sonido de rotura en el pecho que sentí cuando creí que no vendría y me clavo el borde del teléfono en la caja torácica mientras me esfuerzo por mantener una fachada neutral.
Este sería el momento perfecto para atiborrarme de un helado de vainilla o un batido mientras me escondo en el armario.
—Feliz cumpleaños, Sakura. —Se mete la mano en el bolsillo, saca una cajita azul y me la lanza.
Dejo que el teléfono caiga sobre mi regazo para poder atraparla. Recibir un regalo suyo es casi suficiente para hacerme olvidar sus palabras. Sobre la apatía de la que hablan todos los medios de comunicación.
Casi.
—¿Puedo abrirlo?
—Seguro.
Ni siquiera he abierto mis otros regalos, pero los que recibo de Madara son siempre los primeros en mi lista. En el pasado, siempre me ha regalado juguetes y libros. Este no es el empaque de ninguno de esos.
Dentro, encuentro una pulsera de eslabones de oro con un amuleto de escamas colgando de la cadena. Lo dejo colgar entre mis dedos y sonrío.
—Es tan bonito.
—Mi asistente lo eligió.
Arrastro mi mirada de la pulsera a él.
Me hace saber que nunca elegiría algo así para mí, pero da igual, es él quien lo ha comprado y eso es lo único que importa.
—Sigue siendo hermoso. Gracias.
—Hashirama dijo que querías estudiar derecho.
—Sí. Es mi modelo a seguir. —Y tú.
Pero no lo digo porque, de alguna manera, parece que ha levantado muros en el lapso de unos segundos. La tensión en su mandíbula y en su rostro me asusta.
Pero, al parecer, no me asustan lo suciente, porque suelto:
—¿Puedes ayudarme a ponérmelo?
—No.
Es una negativa a bocajarro que me hace estremecer. Normalmente, no rechaza mis peticiones, aunque no las hago a menudo. Aunque conozco a Madara de toda la vida, siempre me ha intimidado de una forma u otra.
Como la gente se siente intimidada por mi padre, supongo.
—¿Por qué no?
—Puedes hacerlo por tu cuenta. —Su expresión se cierra y sé que ha terminado con cualquier tipo de conversación y que se irá, cerrándome todas las puertas en la cara.
Y si se va, mi plan para hoy será un fracaso épico.
Si se va, no tendré nada.
Todavía no me ve como una adulta. Sigue pensando que soy una niña, y si no hago algo al respecto, eso nunca cambiará.
Si no hago algo al respecto, lo sé, solo sé que me arrepentiré el resto de mi vida.
Así que reúno los restos de mi valor y dejo que mi teléfono y la caja caigan al columpio mientras me pongo de pie.
Gracias a los genes de papá, no soy bajita ni mucho menos, pero apenas llego a los hombros de Madara, incluso con los tacones puestos. Ah, y soy tan pequeña comparada con su amplia constitución y su masa de músculos tonificados.
Pero no permito que eso me detenga y me acerco hasta que mis pechos abultados casi rozan su pecho. Hasta que la tela de mi vestido está a escasos centímetros de su chaqueta a medida.
No es la primera vez que estoy tan cerca de él, pero sí es la primera vez en estas nuevas circunstancias y en medio de todas las descargas eléctricas y sobresaltos y sueños de los que siempre es protagonista.
Sueños que me dejan empapada y con ganas de una sola caricia.
—¿Qué crees que estás haciendo? —Su voz es tan rígida como su cuerpo, pero no da un paso atrás ni me empuja.
Permanece ahí como un muro robusto que siempre quiero escalar.
—¿No puedes ayudarme a ponerme la pulsera?
—He dicho que no.
—¿Qué hay de malo en hacerlo?
Me detengo ante mis propias palabras.
Hacerlo.
Yo y Madara.
Madara y yo haciéndolo.
Mierda. Necesito enjuagar mi mente con lejía y esperar que todos los pensamientos sucios desaparezcan.
—Vuelve a tu fiesta, Saku.
Tuerzo los labios en señal de desaprobación. Nunca me llama por el apodo que todos usan para mí, y lo odio.
Saku suena impersonal y distante.
Poner distancia entre nosotros es lo último que quiero, así que empujo mi cuerpo hacia adelante, jugando con una línea invisible donde su mundo se separa del mío.
Estoy aplastando esa línea, diezmándola, reduciéndola a cenizas.
Porque ahora soy una adulta y puedo hacerlo.
—Quiero estar aquí, Madara.
Sus gruesas cejas se hunden en el centro.
—¿Cómo me has llamado?
—Madara —digo, más bajo esta vez, un poco insegura, un poco asustada. Porque, joder, su voz profunda y áspera y la tensión de su cuerpo pueden ser aterradoras.
Mis pensamientos se conrman cuando dice con firmeza, con una autoridad que me cala hasta los huesos.
—Es tío Madara.
—No quiero llamarte más así.
—No te corresponde a ti decidir. Es tío Madara, ¿entendido?
Trago saliva ante su tono innegociable y su firmeza. No me extraña que sea una fuerza a tener en cuenta en la corte. Si yo fuera un criminal, estaría de rodillas ahora mismo.
Diablos, estaría de rodillas incluso sin la parte criminal.
—Contéstame, Saku.
—Sí. Sí. Entendido.
Entorna los ojos ante eso y sé que odia que use dos o tres términos diferentes para la misma cosa. Una vez me dijo que midiera mis palabras antes de soltarlas, pero no soy tan disciplinada ni tan asertiva como él. Nunca lo fui y probablemente nunca lo seré.
Pero una parte de mí anhela serlo, porque si lo soy, me verá como una mujer, no como una niña.
Una mujer.
Pero en lugar de comentar mis palabras, me dice:
—Ahora vuelve a tu fiesta de cumpleaños.
—No quiero.
—Saku —advierte.
—Quiero un regalo de cumpleaños.
—Ya te he dado uno.
—La pulsera no cuenta, porque la eligió tu asistente. —En realidad no creo eso en absoluto, pero no necesita saber eso.
Suelta un suspiro.
—¿Qué quieres?
—¿Puedo tener algo?
—Dentro de lo razonable.
—Me dijiste una vez que la razón es subjetiva. Eso significa que lo que tú ves como razonable es totalmente diferente a lo que yo veo.
—Correcto.
—Entonces no digas que actué de forma irracional, ¿bien?
Antes de que pueda formarse ideas o teorías, me agarro a la solapa de su chaqueta, presiono mis pechos contra su pecho y me pongo de puntillas.
En el momento en que mis labios tocan los suyos, creo que he alcanzado otro nivel de existencia, uno que no sabía que existía. Son tan suaves y cálidos, pero tienen una dureza subyacente como el resto de él.
Muevo mi boca contra la suya cerrada e incluso saco la lengua para lamerle el labio inferior. Es vacilante y torpe en el mejor de los casos, pero no me detengo.
No puedo.
Dios. Sabe incluso mejor que mis fantasías prohibidas.
No abre la boca ni me devuelve el beso, y todo su cuerpo se vuelve granito contra el mío.
Como le he visto boxear con papá en innumerables ocasiones, sé que tiene un cuerpo de acero, pero sentir realmente sus abdominales contrayéndose contra mí es una experiencia en sí misma.
Si pudiera quedarme aquí toda la vida, lo elegiría sin dudarlo.
Diablos, estoy dispuesta a aceptar las inevitables ráfagas de vacío si eso signica que puedo vivir este momento una y otra vez. Si consigo existir aquí durante los años que me queden de vida.
Sin embargo, mi pequeño momento de éxtasis se detiene cuando me tiran hacia atrás de un puñado de mi pelo.
Inclino la cabeza hacia atrás para evitar que me tire mientras miro fijamente sus duros ojos. Hay una oscuridad salvaje en ellos que coincide con la tensión de sus dedos en mi cabello. Es una corriente negra y profunda y estoy atrapada justo en medio de ella.
—No vuelvas a hacer eso. ¿Entendido?
Me tiemblan los labios y no puedo evitar lamerlos, y su sabor. Los ojos de Madara se concentran en el gesto y un músculo se tensa en su sólida mandíbula. Es un movimiento tan pequeño, pero se siente tan grande en este momento, tan importante.
—Di que lo entiendes, Sakura —dice, todavía mirándome los labios, antes de deslizar su mirada hacia mis ojos desorbitados.
—Lo entiendo.
Si esperaba que esas palabras lo aplacaran, no lo hacen. Su mandíbula se flexiona una vez más y me empuja, soltando su firme y delicioso agarre de mi cabello.
Sacude la cabeza una vez, se da la vuelta y se va. Sus pasos son largos y seguros, pero esta vez hay algo diferente, como la tensión en sus hombros.
Observo su espalda, me relamo los labios y toco la pulsera con los dedos, y una lágrima se desliza por mi mejilla mientras murmuro:
—Feliz cumpleaños para mí.
