Ranma ½ no me pertenece.
.
.
.
Fantasy Fiction Estudios
presenta
.
.
.
Misión: imposible
.
.
.
.
La misión era tan sencilla como peligrosa. Acercarse a la helada y terrible guarida del monstruo demandaba atravesar pantanos infestados de plagas, escalar empinados precipicios al borde de la muerte, y adentrarse en un oscuro y denso bosque, repleto de espeluznantes oni, salidos de la pesadilla más horrenda de un mundo abisal agonizante.
… O así se imaginó Ranma Saotome que era entrar sin permiso en la habitación de Nabiki Tendo. De la temible Nabiki Tendo, debía agregar.
La idea había sido de Daisuke y Hiroshi, y de la estúpida boca de Ranma, que siempre hablaba antes de detenerse a pensar. Él quería entrenar sus habilidades de artista marcial y sus amigos querían obtener «el cuaderno de Nabiki». No un cuaderno cualquiera: el cuaderno más importante, el más secreto y mejor guardado de todos. El cuaderno en el que otras jovencitas, más normales y mucho más tontas que Nabiki, anotarían el nombre del chico que les gustaba una y otra vez, rodeado de corazones y mariposas; pero no Nabiki. Aquel cuaderno era el pergamino del demonio, donde aquella mujer sin corazón anotaba tanto las deudas como los secretos más vergonzosos de los jovencitos más incautos.
Aquel cuaderno era la pesadilla de todo el Furinkan y obtenerlo se asemejaba a hacerse con el Santo Grial. Una tarea difícil, que solo Ranma Saotome podía completar, y que ahora lo llevaba a estar de pie en medio del pasillo del segundo piso de la casa de los Tendo, tragando con dificultad mientras sus dedos rozaban el pomo de la puerta del cuarto de Nabiki.
—Vamos, Ranma, tú puedes —se susurró a sí mismo en el tono más bajo que le fue posible, mientras su labio superior se perlaba de sudor y la mano le temblaba.
Abrió la puerta despacio, tan despacio que parecía que apenas la había tocado la brisa de aquel día de primavera. Sus pasos fueron livianos y ágiles mientras se adentraba en la habitación, y con la misma rapidez y cuidado cerró la puerta a su espalda. Entonces se quedó quieto, completamente quieto en el centro de la habitación, apagando incluso su respiración y ralentizando los latidos de su corazón.
Esperó. Esperó un poco más, y aún se quedó quieto otro largo instante, probando a su suerte y tentando a su enrevesado destino. Pero Nabiki no entró en la habitación. No llegaron Ryoga ni Shampoo. Tampoco Akane se apareció a su espalda o Kasumi lo llamó desde abajo.
Por ahora, todo estaba saliendo bien.
Más relajado, pero todavía alerta, Ranma se dedicó a mirar a su alrededor. Había una cama con las mantas desarregladas y un montón de ropa tirada encima con descuido; un armario pequeño con las puertas medio abiertas; un escritorio con montones de revistas, lápices y maquillajes desparramados por cualquier parte; y una silla que no había salido indemne, en la que se apilaban varias bolsas y chaquetas. Nada fuera de lo normal para ser la habitación de Nabiki Tendo.
Los ojos de Ranma se detuvieron en el escritorio y la pila de revistas. Llevaba un par de días realizando un trabajo que él llamaba «de inteligencia» y que consistía simplemente en observar a Nabiki. La había visto utilizando «el cuaderno», un ejemplar con espiral y tapas azules, que, según pudo apreciar colgado del techo y espiando a través de la ventana, Nabiki guardaba en alguna parte del basurero que era ese escritorio.
Solo tenía que descubrir dónde.
—Simple —murmuró Ranma para sí mismo.
Adelantó una mano hasta la pila de revistas, pero de inmediato la retrajo.
«Trampas», pensó.
De seguro Nabiki había puesto alguna protección en aquel cuaderno, su bien más preciado, y él no caería tan fácil.
Se sonrió por su inteligencia y usó la punta del pulgar y el índice para levantar la esquina de una revista con mucho cuidado. No vio nada azul. Chasqueó la lengua. Se acercó un poco y pasó las manos por los tiradores de los cajones del escritorio, eran seis cajones en total, tres de cada lado. ¿Podría Nabiki guardar «el cuaderno» en alguno de ellos? Sería descuidado, pero a la vez ingenioso, porque nadie pensaría que estaría al alcance de cualquiera en un sitio como aquel.
Uno de los cajones tenía una pequeña cerradura.
Los ojos de Ranma brillaron.
—Te tengo.
Tiró del asa y, sorprendentemente, el cajón se abrió sin ninguna resistencia. Ranma frunció el ceño y tensó la mandíbula, preparado para lo peor, pero el cajón estaba atascado y apenas pudo abrirlo un par de centímetros.
—Mierda…
Tragó saliva y acercó la mano poco a poco, metiendo los dedos con cuidado dentro del cajón, palpando las formas de cada objeto en su interior. Había algo suave y esponjoso. ¿Sería «el cuaderno»? Tomó el objeto entre los dedos y lo sacó.
¡Era un sostén!
—Waa…
Lo arrojó al otro extremo de la habitación y se limpió la mano en el pantalón, con asco.
—Esa Nabiki…
Ranma miró con rabia la ropa interior y la terrible trampa que representaba. Imaginó la risa socarrona de Nabiki y un escalofrío le recorrió la espalda.
…Un momento.
Ese sostén… las puntillas, los lazos, las pequeñas cerezas del estampado… ¡ese sostén era de Akane!
El corazón le latió a cien por hora mientras la cara se le ponía roja y la sangre amenazaba con brotar por su nariz. Aquello era más difícil de lo que había imaginado. Nabiki era un enemigo mucho más temible e inescrupuloso que lo que él ya sabía.
Conteniendo la respiración y cerrando con fuerza los ojos, Ranma volvió a meter la mano en el cajón, pero allí no había nada más de interés. Soltó el aire y tragó saliva antes de abrir el siguiente cajón. De nuevo, no había nada. Siguió abriendo cajones.
Nada, nada, nada.
Quedaba el último y Ranma lo abrió sin temer, envalentonado por la inexistencia de «trampas» en las tres gavetas anteriores. Tiró del asa, miró con gesto aburrido el interior y estuvo a punto de soltar un alarido. Se cubrió la boca con las manos y retrocedió un paso, utilizando toda su fuerza de voluntad para no saltar por la ventana abierta.
—Mal-Mal… Mal…di…ta… —susurró con labios temblorosos y el corazón desbocado.
Cayó de rodillas agarrándose el pecho. ¡Estuvo a punto de morirse del susto! Tuvo que hacer un acopio de todos sus años de entrenamiento para atreverse a abrir el cajón de nuevo y obligarse a mirar a aquella… cosa. Una bestia gorda, peluda, monstruosa.
Repugnante.
Odiosa.
…
Un gato.
«La foto de un gato», se recordó a sí mismo para intentar tranquilizarse.
«La enorme foto de un gato».
Una severa arcada lo obligó a doblarse sobre sí mismo mientras murmuraba insensateces.
«¡Domínate!», se ordenó, y finalmente doblegó su asco y su miedo para mirar por debajo de la fotografía de ese ser inmundo. Esa fotografía estaba puesta para él, contra él, así que el cuaderno no podía estar lejos.
Y, en efecto, debajo de la foto del gato había un cuaderno de espiral con tapas azules.
Una pequeña risita casi enloquecida escapó de los labios pálidos de Ranma mientras levantaba el cuaderno, pero guardó silencio de golpe cuando escuchó el tric y luego el trac.
Seguido de un fuuush.
—¡Nabiki hija de…!
Había un mecanismo debajo del cuaderno, que activó la última y más mortal de las trampas. Ranma tuvo apenas tiempo de rodar a un lado antes de que un montón de lápices con las puntas terriblemente afiladas se clavaran en la pared a su espalda. Desde un rincón se encendieron dos ventiladores, que le dispararon millones de papelitos picados a la cara. Sin poder ver, con un brazo delante del cuerpo a modo de protección, Ranma caminó como pudo hacia la ventana. A último momento volteó el rostro al escuchar un silbido cruzando su oreja. Las puntas afiladas de una tijera pasaron por encima de su cabeza. El brillo de otro par de tijeras lo alertó, al divisarlas por el rabillo del ojo. Ranma se movió desesperado, envolviéndose en la cortina para protegerse, mientras una tijera tras otra, abiertas de par en par como afiladas fauces, se lanzaban contra su cuerpo.
Con un grito, Ranma se escabulló por la ventana, con los brazos llenos de heridas y la boca seca.
Cayó al jardín y se desplazó unos metros rodando como una pelota, con «el cuaderno» apretado firmemente contra el pecho.
.
.
.
—¿Lo tienes? —preguntó Hiroshi en un murmullo.
—Dámelo, Ranma —ordenó Daisuke.
Los tres estaban a la hora del receso en la punta más alejada del patio del Furinkan, con los cuerpos bien juntos, guardando un secreto. La mano llena de cortes de Ranma mostró el cuaderno de tapas azules.
—¡Sí! —aulló Hiroshi, y Daisuke le dio un codazo.
Los tres juntaron las cabezas todavía más cuando Daisuke abrió el cuaderno, y metieron las narices entre las páginas.
—¿Qué…?
Los tres se quedaron con la boca abierta contemplando el cuaderno… con las páginas completamente en blanco.
—¡Imposible! —dijo Ranma desesperado.
—Maldición… estábamos tan cerca —dijo Hiroshi agachando el rostro.
—Pero… estoy seguro, ¡era este!
—Seguramente Nabiki cambió el cuaderno por uno vacío —dijo Daisuke encogiéndose de hombros—. No podemos ganarle.
Daisuke tiró el cuaderno a uno de los basureros.
—Esa mujer me da escalofríos —confesó Hiroshi.
—Vamos, Ranma.
El artista marcial los siguió con el ceño fruncido. ¡Había estado tan cerca! Nabiki se las iba a pagar.
A solo doscientos metros de distancia, Nabiki Tendo observó la escena y torció los labios en una sonrisa aterradora.
—Novatos —murmuró.
Se metió las manos en los bolsillos del uniforme y avanzó distraídamente hasta el basurero. Se felicitó, una vez más, por tener copias triplicadas de todos sus informes y por usar tinta invisible, tal y como había aprendido viendo una serie de espías a los tres años. Claro que su tinta era especial, solo revelaba lo escrito si se sometía a 1430 grados Celsius.
—Solo las llamas del infierno mostrarán lo que aquí está escrito —dijo con la voz ronca mirando el interior del basurero.
Bueno, o un soplete.
Ahora solo necesitaba destruir la evidencia para que nadie se atreviera a acercarse de nuevo a lo que le pertenecía. Una cerilla bastaría.
De Ranma se vengaría después, muy lentamente.
.
.
.
Durante la aburrida clase de matemáticas, Ranma miró por la ventana, repasando mentalmente cada paso de su búsqueda de «el cuaderno», desde las observaciones hasta el trabajo práctico. ¿Dónde había fallado? ¿Cuándo había tenido tiempo Nabiki de cambiar el cuaderno verdadero por uno falso?
Los ojos de Ranma se detuvieron distraídamente en las llamas lejanas que salían de uno de los basureros del patio. Se le desencajó la mandíbula y se le contrajeron las pupilas.
¿El cuaderno se había autodestruido?
Tragó con dificultad, lentamente.
Realmente, Nabiki Tendo daba miedo.
.
.
.
FIN
.
.
.
.
.
Nota de autora: ¡Comienza el Fictober! Recién ayer supimos de esta actividad y convencí a Noham para participar conmigo. Para hacerlo más interesante, se me ocurrió que cada uno le diera una palabra al otro para crear una historia. A mí me tocó «cuaderno» y, por supuesto, imaginé esta locura XD.
Espero que les haya gustado. Muchas gracias por leer.
