Capítulo 41

Nuray suspiró con exasperación, ya sin poder aguantar su aburrimiento y frustración por tener que estar en aquel cuarto sin hacer nada desde hacía casi una semana.

A pesar de que se sentía algo mejor, el médico le aconsejó no hacer esfuerzos, con lo que todos intentaban que no se moviera de la cama. No obstante, no aguantaba más, y en especial en aquel día tan importante.

Con lentitud la mujer comenzó a incorporarse para salir de la cama, pero la puerta del cuarto se abrió, haciendo que se detuviera. Al instante Ezio entró, sonriendo mientras se acercaba a ella.

-¿Cómo te encuentras, amor? -Preguntó sentándose en la cama, inclinándose para besarla fugazmente.

-Mejor. Qué pronto habéis vuelto. ¿Qué ha pasado con el barco de España, lo habéis visto?

-Atracó en el puerto antes del amanecer. Vigilamos desde la distancia, pero pudimos ver que, efectivamente, eran varias decenas de hombres. Alba reconoció que eran los españoles, como dijo ya en la carta. Sofonisba y su gente se están encargando de tratar de averiguar dónde van a ir. De momento están en la ciudad, pero no parece que vayan a quedarse mucho. Los seguiremos para intentar averiguar dónde está ese bastardo.

-Bien. Ojalá dé resultado. Si no lo hubiera estropeado quizás ahora supiéramos dónde está, maldita sea.

-No te tortures más. Esto no ha sido en vano, y demás, volveremos a encontrarlo. No puede esconderse eternamente. Olvidemos el pasado y sigamos adelante, mi amor. -Agregó mientras acariciaba su cara, haciendo que ella asintiera y tomara su mano.

-Oye, ayúdame a levantarme. No puedo estar aquí todo el día ya.

-Nuray, aún es pronto. El médico te dijo que sólo te levantaras para moverte un poco y volvieras a la cama. -Dijo mientras se levantaba, viendo que ella no cedía.

-Sólo quiero hacer justamente eso; no voy a hacer nada, Ezio. Estar aquí encerrada todo el rato es horrible.

El italiano no la rebatió, y observó como comenzó a moverse hasta incorporarse levemente entre muecas de dolor.

-¿Quieres que te coja en brazos y te ponga de pie?

-No, quiero hacerlo yo. -Murmuró la mujer ante su comentario. -Sólo ayúdame un poco para no tener que doblarme mucho.

El italiano sujeto su cintura y brazo mientras ayudaba a levantarla, cargando parte de su peso hasta que estuvo de pie frente a él. La mujer le dio las gracias con una sonrisa leve mientras se llevaba la mano diestra a la zona herida de su vientre.

-Estoy bien. -Dijo Nuray al ver que Ezio se preocupaba, pero el hombre dejó su mano en la zona herida de su mujer, mostrándose pensativo y triste. Ella pronto habló con aquel deje de culpabilidad. -Lo siento mucho. Sé que te hubiera encantado que tuviéramos otro hijo.

Ante el mutismo de él, la turca tomó su rostro entre las manos para besarle con ternura y abrazarlo, volviendo a susurrarle que lo sentía. Pronto la atmosfera se vio rota ante la llamada de alguien a la puerta, haciendo que el matrimonio se separara.

-Hermano, Sofonisba acaba de llegar. Hay que ir al otro escondite. Los franceses acaban de llegar.

-Gracias, Claudia. Enseguida voy.

La castaña cerró la puerta para dejarlos solos, envueltos en unos segundos de silencio tenso, hasta que Ezio habló.

-Tengo que irme. Te contaré lo que ocurra a mi vuelta.

-Estoy fuera de la hermandad. No deberías. -Agregó la morena mientras él se dirigía a la puerta, girándose a su frase.

-Nuray, si de veras has entendido lo que ha pasado, puedes volver. Aunque está claro que para la acción aún te queda un tiempo. Hablaremos luego, mi amor.

Tras una leve sonrisa que ella respondió, el italiano abandonó la sala, escuchando que ella le daba las gracias con voz trémula.


El grupo compuesto por Maquiavelo, Rosa, Claudia, Sofonisba, y Ezio, entró en el segundo escondite asesino en Génova, refugiándose del viento del mediodía. Enseguida las voces de los españoles comenzaron a escucharse tras bajar las escaleras ocultas por la trampilla de aquel establo.

Al acabar el pasillo angosto y oscuro pasaron una verja oxidada que Sofonsisba abrió, para después desembocar en el interior de una cueva, que claramente había sido horadada para crear aquel escondite.

-Es increíble, ¿eh? -Comentó Rosa mientras los hermanos observaban la amplia estancia iluminada con lámparas de aceite. Varias personas que no conocían conversaban allí, callando al verlos entrar.

La sala sólo tenía una gran mesa en el centro, sillas y algunos camastros. Un pasillo desembocaba en aquel lugar, el cual supusieron llevaba a habitaciones. Muy pronto Alba apareció por aquel corredor, seguida del líder de los asesinos parisinos.

-Maestro Auditore. Qué alegría verte de nuevo. Han pasado muchos años.

-Rèmy, lo mismo digo. -Sonrió el florentino mientras lo saludaba con un apretón de manos, observando que, a pesar de su pelo cano ralo, aún el hombre mantenía una fuerte forma física. -Me alegró mucho conocer que ahora eres uno de los maestros de la orden. Espero que mi carta no te preocupara mucho.

-No, tranquilo. Es comprensible. Has soportado mucho más peso que nadie custodiando los fragmentos y sufriendo por ello. ¿Sabemos algo sobre los otros dos maestros?

-De momento no, pero la lejanía hace difícil que venga pronto una respuesta. Espero que se presenten en Italia ante mi desesperación en la carta, y lo resolvamos cuanto antes. La guerra contra Mendoza está al caer. Es insostenible.

-Sí, Alba lo explicó bien en la carta que me mandó, así que he venido con cuantos he podido reunir. Lucharemos para acabar con él de una vez por todas. ¿Qué novedades tenemos?

A su pregunta, Ezio miró a Sofonisba y Alba, dejando que ellas hicieran el resumen. La genovesa intervino.

-Los refuerzos de soldados españoles han llegado esta madrugada a la ciudad, de una forma discreta, en diferentes barcos que fingía transportar mercancías. Se han dispersado por la zona y estamos vigilando sus movimientos. No obstante, mi gente ha podido escuchar que partirán pronto. Nos encargaremos de seguirlos con discreción, para averiguar dónde se dirigen y qué planea Mendoza.

Ezio asintió cuando la mujer completó su monólogo mirándolo en busca de aprobación. Alba habló poco después, fijándose en el florentino ante su sugerencia.

-Deberíamos estar listos para esa información. Quizás lo mejor sea que, si Mendoza los junta con el ejército del papa y él mismo, luchar finalmente y tratar de matarlo. Si acabamos con Pedro destrozamos el temple en Italia durante un tiempo.

-Sí, pienso que es lo mejor que podemos hacer. Es la única opción que tenemos para tratar de sorprenderlos. -Murmuró con resignación Auditore, siendo más oscuro su tono a su nueva añadidura. -Lo que odio es que no podré matarlo yo mismo. Aún no controlo la espada con la izquierda.

-Yo lo mataré. -Agregó rauda Claudia, no dejando que él interviniera. -Tú has estado siempre en primera línea, Ezio, y aunque las circunstancias fueran otras, nadie te diría nada. Con organizarnos en la batalla harás más que suficiente. Esta vez será nuestro turno.

-Tu hermana tiene, razón. -Dijo Rèmy. -Somos muchos, y hay gente que puede organizar esto. Ya has hecho suficiente, amigo. Además, ahora mismo cuentas con dos maestros de la orden.

-¿Dos? -Preguntó Rosa la primera, viendo que el resto tampoco comprendía. El francés sonrió antes de explicarse.

-Como maestro de la hermandad asesina, propongo el ascenso de Alba, líder de los asesinos en Valencia, a maestra de nuestra orden y cabeza de la misma en España. El voto de dos maestros es más que suficiente.

Ezio sonrió mientras asentía, vislumbrando como la mentada se sorprendida entre una felicidad que sus ojos reflejaron. El florentino centró sus ojos en ella al hablar.

-¿Qué dices, Alba? ¿Aceptas?

-Por supuesto, maestros. -Agregó con solemnidad y una leve inclinación de cabeza antes de sonreírles.