Capítulo 42

Nuray se levantó de la cama comenzando a escuchar el sonido que provenía del exterior. Aquello le hizo saber que su marido había vuelto después de varios días alejado de aquel escondite, tras la llegada de los franceses.

Tras asearse y cubrirse el camisón que usaba para dormir, salió del cuarto siguiendo el sonido de las espadas chocar entre sí, hasta la estancia principal.

No se había equivocado. El florentino y uno de los hombres de Sofonisba entrenaban en la amplia habitación, tras haber retirado la gran mesa central. Ninguno se percató de su presencia en el umbral del pasillo, con lo que decidió no interrumpirlos y observar.

-Mario, si te contienes tanto no mejoraré. -Dijo Ezio ante los movimientos del joven, quien era más que precavido. Se limitó a asentir y disculparse, tratando de obedecer.

La pelea aumentó en velocidad cuando Ezio volvió a reñirle. El chico estaba demasiado preocupado y tenso, y daba igual lo que le dijeran, pero finalmente sus nervios atenazados le hicieron desatarse levemente, terminando por rozar a Ezio en el torso cuando este no pudo evitar el rápido ataque.

-¡Maestro, lo siento mucho! -Alzó la voz al instante, dejando caer la espada.

-No te preocupes, chico. No ha pasado nada. Muy bien, Mario. -Agregó sin atisbo de preocupación tras examinar que no le había herido.

-No está mal, esposo. Has mejorado mucho con la izquierda.

La voz de Nuray hizo que ambos hombres se detuvieran en reanudar la lucha, mirándola al instante. Ezio se dirigió brevemente al muchacho para finalizar el entrenamiento, haciendo que los dejara solos poco después. De inmediato se acercó a la morena con una sonrisa torcida, hablando tras besarla.

-Me entreno tanto como puedo. Sabes que me gusta estar a la altura. ¿Cómo te encuentras?

-Estoy mucho mejor. Ya puedo moverme sola a pesar de los dolores que permanecen. ¿Cómo ha ido todo? Apenas ha venido nadie por aquí en estos días. Me contaron que era mejor que no salierais del segundo escondite, porque había movimiento templario en la ciudad.

Ezio dejó de abrazarla por la cintura para que fueran a sentarse cerca de la mesa retirada en un lado, comenzando su monólogo.

-Sofonisba y Rosa se pusieron en marcha en cuanto averiguamos que las tropas llegadas a Génova se movían. Ambas estuvieron siguiéndolas desde un punto de la ciudad, y Claudia y Nicolás desde el otro. Salieron en días diferentes, pero todos los grupos de soldados fueron hacia el sur, así que creemos que podrían ir al Vaticano a juntarse con el resto. Quizás haya vuelto allí ese bastardo. Sabe que estamos en desventaja y no nos arriesgaremos a tacarlo de nuevo allí. Maquiavelo vuelve a Roma para verificarlo todo y nos mantendrá informados de lo que averigüen. Se va con Rosa, quien escribirá para que los refuerzos de su ciudad vayan allí. Por otro lado, he estado hablando con Rèmy sobre mi carta y el futuro de los fragmentos del Edén. Me pidió que le adelantara mis pensamientos sobre ello. Creo que, aunque yo deje de tenerlos, deberíamos destruirlos o esconderlos donde nadie pueda jamás recuperarlos.

Nuray se sorprendió ante aquella novedad, pero no le pareció descabellado teniendo en cuenta la poca información de la que disponían. Aquellos artefactos no podrían más que desatar un irremediable caos.

-¿Has pensado en qué vas a decir si alguno de los maestros se oponen a intentar destruirlos? -Intervino ella tras un breve silencio, observando la repentina seriedad en el rostro del italiano.

-En ese caso, no me quedaría más remedio que salir por completo de la hermandad. Renunciaré a mi posición. No quiero tener que ver con algo que jamás podrá tener fin. Estoy cansado de esta vida, y de que estemos en peligro constantemente.

-Lo sé, pero sabes que aún que fuera así, los templarios no tendrían por qué dejarte en paz, ni a nuestra familia.

-Sí, es cierto, pero para eso sabemos luchar y protegernos. Voy a retirarme igualmente, Nuray. Cuando acabemos con Pedro Mendoza, pase lo que pase con los fragmentos, dejaré la orden. Puede perdurar sin mí perfectamente, y yo ni siquiera tengo ya la fuerza física para esto.

-Lo entiendo, y es tu decisión, Ezio. Te merecer poder elegir lo que vas a hacer por una vez. -Agregó la morena mientras acariciaba una de las manos del florentino sobre la mesa, sonriéndole levemente. Sabía que los pensamientos sobre qué pensarían los demás miembros le atormentaban.

-Creo que deberíamos volver a casa, a Monteriggioni. -Cambió de tema el hombre. -Los maestros de la orden irán allí, y estaremos más protegidos que en Florencia, todos juntos. Le he dicho a Claudia que venga con nosotros. Podemos salir a finales de semana, ahora que tú estás mejor.

-Sí, me parece bien volver a casa. ¿Vendrán Rèmy y los suyos?

-Sí, eso es. Y dependiendo de lo que vayamos averiguando, Sofonisba y Alba se pondrán en marcha hacia Roma. Debemos ir reuniendo nuestro ejército para la batalla si Mendoza está en el Vaticano. Ya he escrito a muchos para que manden refuerzos; asesinos y nobles aliados.

-Bien, pues solo nos queda esperar y rezar porque ese bastardo de veras esté allí, y no se mueva más. No obstante, lo encontraremos igual. Tendremos un ejército fuerte como el suyo, no podrá con nosotros.

-Eso espero, no podría soportar otra caída más.

Nuray contuvo su suspiro ante la sombría actitud de Ezio, tragándose el miedo que le daba pensar que, ciertamente, estaba más que cansado. La turca enmarcó el rostro masculino entre sus manos, hablando mientras escudriñaba sus ojos marrones.

-Eso no pasará porque yo estaré siempre para sostenerte, pase lo que pase, mi amor.

Ezio sonrió con cariño mientras acariciaba la mejilla de su cicatriz, inclinándose después para besarla con dedicación.


Ezio terminó de escribir aquella carta en la soledad de la madrugada, ya solo en la estancia principal del escondite donde su hermana y Sofonisba habían retornado no hacía muchas horas atrás.

El florentino alzó el papel tras esperar a que la tinta se secara, pasando a leerla antes de lacrarla.

"Querido Leonardo:

Aún se me hace muy raro que estés tan lejos de nosotros, y eso que tampoco hace tantos meses que nos vimos por última vez, antes de que todo el desastre comenzara a desatarse. No obstante, estoy muy contento por tu éxito en Francia. Al fin has encontrado en Francisco I la devoción y respeto de un buen comitente, y haciendo ingeniería, que era lo que más te ha apasionado siempre. Espero de corazón que estés bien, amigo mío.

Bien sabrás que no sólo te escribo por cortesía. Sé que te mantienes informado de lo que ocurre en la orden y nuestra incansable lucha por medio de nuestros amigos, y es justo por el maldito monotema que te escribo en busca de ayuda, Leonardo.

Mi intención es retirarme de todo este mundo en cuando acabemos con Mendoza, pero antes tengo que asegurarme de que los fragmentos del Edén queden a buen recaudo. No quiero custodiarlos, ni saber nada más de ese poder infinito y sobrehumano, por eso he reunido a los maestros actuales de la orden. Mi labor acaba aquí.

No obstante, por mi mente sólo ronda una única idea para los artefactos, a pesar de marcharme para siempre. Quiero destruirlos, o intentarlo al menos. Tú sabes bien de su poder, y has visto las pinturas que Arístides hizo copiar en la India. Nada bueno puede salir de ellos. Da igual quién los tenga, y no pienso ceder con eso ante nadie, porque sé que puede volverse contra mi familia y amigos en cualquier momento.

Si hay alguien que pudiera hallar la forma de conseguir tal proeza, ese serías tú, amigo mío. Los has visto en persona, has podido examinarlos varias veces en mi propia casa. Te ruego que pienses en ello y me escribas si se te ocurriera algo. Trataré de hacer lo mismo, y en su defecto, pensar dónde podrían ser ocultados para siempre si no podemos destruirlos.

Gracias de ante mano por todo, Leonardo, y por todo lo que has hecho por mí desde hace tantos años. Nunca podré devolverte tanto. Buena fortuna, amigo.

Ezio."

Satisfecho, el hombre suspiró y procedió a cerrar la carta, observándola fijamente al finalizar el proceso, mientras pensaba en la idea principal de su contenido, que enlazaba con su propio futuro. Solo necesitaba dar unos pasos más para llegar al final, pero sin duda, aquellos serían los más difíciles y decisivos.