Los Dioses del Amor

SS: Cornelius & Leonore. Regalo inesperado

Los bautizos y las presentaciones de invierno se habían llevado a cabo. Todos los niños de entre 10 y 15 años habían partido ya a la Academia Real y en el Palacio de Alexandria solo quedaban adultos y niños pequeños.

La socialización de invierno se había llevado como siempre, para alivio del matrimonio de caballeros apostados junto al estrado en dónde se encontraban los dos Aubs del ducado.

–Nobles de Alexandria –anunció Aub Rozemyne poniéndose de pie. Su meñique derecho sostenido todavía por Aub Ferdinand, quien permanecía sentado mirando a los nobles–, al parecer, Dreganuhr ha hilado nuestros hilos con gracia y rapidez.

–Que el Dios de la Oscuridad nos guarde del duro juicio de Ewigeliebe –dijo ahora Aub Ferdinand poniéndose en pie sin soltar a su esposa– y Schlatraum nos bendiga con un sueño reparador.

Los nobles invitados dieron sus propias despedidas tanto a los Aubs cómo entre ellos antes de comenzar a vaciar la sala.

Cuando solo quedaron los habitantes regulares del Palacio y sus sirvientes, Aub Ferdinand jaló a su esposa, besándola en los labios con una sonrisa divertida, diciéndole algo con el manos libres que hizo reír a Aub Rozemyne, la cual respondió del mismo modo antes de soltarlo.

Cornelius miraba el intercambio con mala cara, antes de recomponerse al recibir un codazo de su esposa Leonore en el costado.

—Ya están casados, Cornelius —le murmuró su esposa sin moverse de su lugar.

—Sigue siendo indecente que hagan ese tipo de cosas en público, van a provocar otro desmayo.

—¿El tuyo? —se mofó su esposa.

Estaba por responderle algo cuando los dos notaron que su hermana pequeña estaba de pie frente a ellos, mientras que Ferdinand salía del salón seguido por sus propios guardias.

—Tengo un regalo para Leonore y para ti, hermano. Me gustaría que ambos me siguieran a mi sala de lectura privada ahora que las cosas estarán más relajadas en el palacio.

Se sentía confundido. Corenlius miró a Leonore, quien parecía tan desubicada como él, luego ambos miraron a Rozemyne, quien había cubierto parte de su cara con el abanico para que su risa divertida no fuera tan notoria.

—¿No puedo hacerle obsequios a mi familia por ser Aub?

Leonore se tensó en ese momento, él solo se relajó, dándole un golpecito en la frente a su hermanita y sonriéndole con confianza.

—Claro que puedes, solo nos tomaste desprevenidos, no esperábamos un obsequio luego de que nos dieras una finca en el barrio noble de Alexandria.

Rozemyne sonrió de nuevo, despachando a sus asistentes y eruditos antes de comenzar a caminar con ellos, un paso por detrás como dictaba el protocolo.

—Escuché que sus esfuerzos por hacerse con la carga de Gedulhd han sido infructuosos. No deseo disponer de los servicios de Leonore, pero sería demasiado egoísta de mi parte evitarles su propia felicidad, así que, he decidió intervenir.

Cornelius se sonrojó. ¿Intervenir? ¿Iba a entrar con ellos a la habitación o algo así?

Su hermanita debía conocerlo demasiado bien porque no tardó en voltear a verlo, sonriéndole antes de mirar a Leonore.

—Pienso que han tenido mala suerte al no saber como planificar estas cosas, entonces, seré Anhaltaung para ustedes y les daré el obsequio para que lo examinen y lo usen. Los espero en mi despacho en dos días para discutir cuando voy a prescindir de sus servicios, de modo que puedan enfocarse en llevar la primavera a casa.

Miró a su esposa sin dejar de caminar, chocando con la mirada avergonzada y aun confusa de Leonore. Ambos estaban sonrojados.

Cuando llegaron a la sala de lectura, Mathias y Laurenz se encontraban haciendo guardia en la puerta. Ambos los saludaron con un breve asentimiento de cabeza y luego la puerta se abrió. No entraron. Rozemyne solo se apresuró a tomar una caja de madera que le entregó a Leonore sin dejar de sonreír en ningún momento.

—Piensen bien en esto, ¿de acuerdo? Les voy a dar dos semanas de permiso por esta vez, así que analicen que días exactos son los que van a necesitar. Deseo estar escuchando noticias alentadoras antes de la primavera. Pueden ir a casa ahora.

—¿Pero…? —intentó quejarse Cornelius por ser despedidos tan de repente, sintiendo la mirada reprobatoria de Mathias.

—Aub Rozemyne les ha permitido marcharse, Cornelius. Laurenz y yo nos haremos cargo desde aquí.

En verdad deseaba quejarse por esto, sin embargo, Leonore no tardó en ponerse en posición de obediencia, agradeciendo a Rozemyne antes de sacarlo casi a rastras del edificio aledaño al castillo.

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Leonore se había considerado sumamente afortunada desde el momento en que Cornelius le pidió que lo acompañara durante su graduación, confesando de ese modo que devolvía sus sentimientos.

Habían pasado por mucho juntos. Entrenamientos, enfrentamientos, mudanzas y perseguir a su cuñada, ahora Aub Alexandria a hacer cosas nada comunes para un noble.

Por supuesto, por muy bendecida que pudiera sentirse, había un sinfín de momentos como este, en que se preguntaba si se había casado con un hombre o con un mocoso amargado y celoso. Cornelius no dejaba de mostrarse receloso y sobreprotector cuando se trataba de su hermana y Aub Ferdinand, lo cual podía ser bastante frustrante.

—Cornelius, deja de quejarte y acompáñame a mi habitación. Quiero ver que nos ha obsequiado tu hermana.

—¡Pero es que…! ¡Arghhh! Como no es tu hermana menor a la que andan besuqueando ¡por TODAS PARTES!

—Deja de meter a mi hermana en tus tonterías —se quejó ella, un poco cansada de escucharlo otra vez con lo mismo—. Rozemyne es feliz con esos "besuqueos" de los que tanto te quejas, deberías estar conforme.

—¿Conforme? ¡¿Conforme?! —preguntó el caballero de cabello verde, molesto con ella de nuevo por no ponerse de su parte—, ¿sabes porque tu hermano Arnoldo no se molesta conmigo? ¿lo sabes?

—¿Porqué no tiene idea de que me llevabas a los miradores a intercambiar mana? ¿o tal vez sea porque no nos encontró besándonos en los pasillos de la academia? ¡Oh, espera, espera! ¡él no tiene idea de que estuviste aprovechando las últimas salidas de recolección para tocarme por todos lados entre los arbustos!

Los colores se le subieron al rostro a Cornelius y ella sonrió.

—Bueno, no deberías preocuparte tanto por tu hermana entonces, estoy más que segura de que ella y Aub Ferdinand no hicieron nada indebido antes del nudo. No como nosotros.

—¡Es diferente!

—¿Diferente cómo?

—¡Es mi hermanita, por todos los dioses! ¡Es demasiado buena para… mi tío… o cualquier hombre en Yurgesmich!

Se rió con sarcasmo ante eso, retirándose la armadura y sentándose en su cama, colocando la caja en sus piernas sin siquiera mirarlo.

—Y ahora suenas como Harmut y Clarissa… no, espera, suenas aún más fanático que esos dos.

Al fin guardó silencio.

En ese momento abrió la caja, sacando una bellísima tela transparente en tonos violetas con encaje verde bordado a modo de enredaderas y botones de flores, cuyos pequeños pétalos estaban teñidos de un índigo similar al de sus ojos. Luego se dio cuenta de que no era tela, si no ropa. Ropa corta de lo más extravagante que no dejaba nada a la imaginación.

Leonore tomó una carta y la leyó, sintiendo que se sonrojaba ante la explicación sobre el uso de la ropa, escondiendo una sonrisa divertida ante la última línea del texto.

Cerró la carta y tomó el libro.

—¿Qué se supone que es esto? —dijo Cornelius extendiendo una de las prendas violetas.

—Un obsequio que tu "inocente hermana" mando a hacer para mí.

El grito ahogado de sorpresa y el sonrojo que cubría toda la cara de su esposo la hicieron reír divertida antes de abrir el libro de hermosa cubierta azul con blanco y escandalosos pétalos rojos en la portada.

—¿Pero que…?

Leonore comenzó a hojear el libro, sonrojada y asombrada por lo que había encontrado. Información sobre su cuerpo que ella misma desconocía, información sobre como conseguir la carga de Geduhld, imágenes que explicaban el funcionamiento de cada cuerpo y luego…

—¡Oh, por todos los dioses! Cornelius, tu hermanita es todo menos inocente.

Cornelius se asomó bajo su atenta mirada. Su marido parecía a punto de un infarto y ella no supo si reír o preocuparse por ello. Luego el hombre le arrebató el manual, hojeándolo a la par que su rostro cambiaba de colores más rápido que Steiferise hasta que Cornelius llegó al final, cerrando el libro y lanzándolo a la cama.

—¡Voy a matar a Aub Ferdinand!

Leonore se levantó de inmediato, sosteniendo a Cornelius y luchando con él hasta dejarlo en el suelo. Había tenido que aplicarle una llave triple para que dejara de moverse y forcejear.

—No vas a matar a nadie, en especial a nuestro Aub, que resulta ser el esposo de tu hermana.

—¿Es que no viste todas esas imágenes indecentes? ¡La ha corrompido! ¡Ese bastardo ha corrompido a mi pequeña y dulce hermanita y…!

Leonore le dio una descarga de mana, aprovechando el hecho de que no estaba teñida por sus colores desde hacía más de un mes, resultando en un escalofrío de ligero desagrado por parte de Cornelius.

—¡Cálmate y piensa! Tu tío no solo no tenía asistentes mujeres, sino que además tenía una reputación intachable dentro y fuera del templo. Su desagrado por las mujeres es legendario, y hasta donde recuerdo, él siempre fue el primero en llamarle la atención a tu hermana cuando ella hacía cualquier cosa que pudiera dañar su reputación.

—Y también tenía el mal hábito de encerrarse con ella en su habitación oculta, ¡¿ese maldito debe haber aprovechado esos momentos para…?!

—¡Por otro lado! Tu hermana siempre está inventando cosas fuera de la norma, así que deja de hacer berrinche o vas a descubrir que fue tu hermana quien corrompió a tu tío y no al revés.

Su marido guardó silencio con la mandíbula tensa antes de que ella lo soltará. Una vez de pie, lo vio retirarse la armadura e irse a su propia habitación. Leonore se volvió a sentar, revisando el libro y pensando en la explicación sobre el ciclo de Geduldh.

Sonrió.

Era posible que hubieran estado compartiendo cama en fechas desfavorables las últimas dos temporadas, sin olvidar que en realidad, tardaban tanto en compartir lecho, que siempre era necesario tomar antes la poción de sincronización.

Suspiró recordando que Lieseleta se había mostrado avergonzada cada vez que salía de la habitación de los Aubs los primeros meses. Después de la Conferencia Archiducal, su amiga había comenzado a salir pensativa por las mañanas. La peliverde no había tardado nada en hacerse con la carga de Geduldh y había comentado que era gracias a los consejos de su Aub.

Tal vez sería bueno revisar el libro extraño a profundidad, ¿O no?

De modo que esa noche, era pasada la séptima campanada y la caballera de pelo violeta y ojos índigo seguía leyendo su libro nuevo y mirando las imágenes, fantaseando con experimentar cada nueva opción lo antes posible.

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A la mañana siguiente, mientras el matrimonio compartía el desayuno, acordaron pedir sus dos semanas de descanso dentro de tres días.

Al principio Cornelius se había enfadado de que su esposa estuviera hablando de ese tipo de cosas frente a sus asistentes, sin embargo, cuando Leonore sacó una hoja donde venía explicado en una tabla el ciclo de Geduldh y ella le dijo en qué momento del mismo se encontraba, dejó de renegar, escuchándola con tanta atención como si estuvieran coordinando alguna estrategia de ditter o de combate.

Más tarde, ambos le comentarían a su hermana sobre la decisión que habían tomado al tiempo que la escoltaban a su despacho desde la sala de juegos.

–Muy bien. ¿Podrían coordinar a sus reemplazos por mí? –pidió Rozemyne mirando a Clarissa y luego a Justus conforme ingresaban al despacho–, temo que debo terminar de supervisar un proyecto esta semana y está llevándose buena parte de mi tiempo libre.

Ambos accedieron, de modo que esa tarde, mientras Aub Rozemyne permanecía en su sala de lectura con sus fanáticos y Justus, el matrimonio se organizó con los otros guardias para que cubrieran sus puestos a cambio de intercambiar posiciones cuando fuera necesario.

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Los tres días pasaron volando y Leonore convocó a Cornelius a su habitación desde temprano.

El joven caballero no estaba muy seguro sobre qué esperar, encontrándose con la asistenta de su esposa dejando un carrito con comida en la entrada.

—Mariella, ¿no vas a pasar con la comida?

—No, mi lord. Temo que mi Lady nos pidió que dejáramos la comida aquí afuera el día de hoy, también me pidió instalar desde anoche un aparato mágico anti escucha de rango amplio por toda la recámara.

No supo como tomarse aquello. Sonaba mucho a las indicaciones que a veces daba su cuñado cuando… frunció el ceño y rechinó los dientes antes de agitar su cabeza para dejar de pensar en la vida marital de su hermana o en todos los rumores subidos de tono que corría entre la servidumbre del palacio de Alexandría… y en los laboratorios, ¿cómo olvidar los malditos rumores de los laboratorios?

Mariella se despidió y se fue, no sin antes recordarle que, si necesitaban cualquier cosa, enviaran un ordonanz a ella o a su esposo, después de todo, los asistentes de la pareja de caballeros era un matrimonio también.

—¡Leonore! —gritó Cornelius luego de tocar a la puerta y tomar la manija con una mano y el carrito con el otro—, ¡voy a entrar ahora! ¿está bien?

La escuchó dando su permiso y él entró.

La habitación se veía de lo más normal. Cuando cerró la puerta tras de sí, observó a su esposa vertiendo mana en una piedra para alimentar el aparato anti escucha. La ayudó a servir el desayuno en la mesita con dos sillones que tenía junto a un ventanal donde la luz de la Diosa entraba en un buen ángulo.

—¿Te sientes enferma, Leonore? —preguntó él sintiéndose un poco confundido. Solo la había visto en bata un par de veces. Cuando estaba muy enferma alguna que otra noche que lo convocaba a su habitación después de cenar, aunque esto último era raro.

—No, solo… no estaba segura de qué ropa ponerme.

Notó el sonrojo de su esposa, sintiéndose más confundido aún. Cornelius comenzó a comer las creppes con rumptof que le habían preparado a él, considerando la respuesta de la estratega.

¿Iban a salir y no estaba segura de qué usar? Entonces, ¿porqué tomarse la molestia de instalar el aparato anti escucha? ¿Querría ropa nueva?

Cornelius se sintió incómodo de pronto al pensar que, en realidad, tanto Leonore como él contaban con poca ropa para ser nobles. Tenían al menos tres uniformes cada uno, sus capas bordadas por la joven pelivioleta y apenas tres o cuatro atuendos para estar en casa, además de dos conjuntos de gala… bueno, Leonore tenía cuatro, uno regalado por Elvira y otro por Lagherta, la madre de Leonore. Quizás era eso. Estaban tan metidos en sus roles de escoltas y guardianes que había descuidado las necesidades de moda de su esposa. No las comprendía, pero su madre seguro le habría regañado por una campanada o más si supiera que Leonore no estaba tomándose medidas para mandarse a hacer más vestidos con cada cambio de temporada.

Cuando terminaron de comer, Cornelius levantó el servicio, lo acomodó en el carrito y lo sacó de la habitación. Leonore lo esperaba con el curioso libro en la mesa, haciéndole señas para que se sentara junto a ella.

—Cornelius —dijo la joven una vez que él se sentó. Estaba tan abochornada, que podía notar su sonrojo por toda su cara, su cuello y el poco escote asomando por entre sus ropas—, sabes que te amo, ¿verdad?

Él asintió, consternado por sus palabras.

—La rifa que creció en mi durante nuestra temporada en la escuela sigue ahí, creciendo poco a poco, pero, bueno, he estado revisando mucho este libro y… quiero intentar todo lo que pueda de lo que viene aquí… por favor.

Se veía adorable y preocupada a la vez.

Cornelius asintió, tragando saliva antes de tomar el libro y comenzar a revisarlo de nuevo. A cada posición que revisaba, sentía como su cara se ponía más y más roja, sin olvidar la incomodidad que le estaba provocando su espada intentando escapar de sus pantalones.

Cuando terminó de revisar, el joven Linkberg estaba listo para derribar a su esposa, penetrarla y terminar. No lo hizo, no podía. Leonore se había levantado de su asiento en algún momento, desatando su bata cuando él la miró.

Las manos de Leonore desataban el nudo de su ropa con la misma maestría con que blandían una espada, de un modo más elegante y tentador.

El listón cayó y ella comenzó a abrir su bata despacio, dejando ver la escandalosa roba que llevaba encima.

La blusa sin mangas ni vientre de amplio escote se abrazaba al cuerpo marcado y perfecto de su esposa como una segunda piel. Enredaderas verdes con botones de pétalos índigo rodeaban su pecho, enmarcando sus senos y resaltando el color rosado de sus pezones.

Debajo de su ombligo podía notar una bombacha extraña y ajustada, tan corta, que se sostenía a los lados por un par de enredaderas con hojas y no tocaba sus muslos en ningún momento.

La bata cayó al suelo y Leonore se dio la vuelta. Cornelius sintió que alcanzaba el éxtasis en ese preciso momento, sintiéndose avergonzado. La visión de las posaderas de Leonore delineadas y adornadas con pétalos y flores, dejando al descubierto sus hoyuelos de Efflorelume y realzando la silueta redonda y perfecta de sus caderas era demasiado para su propio bien.

Avergonzado por haber llenado su propia ropa de nieve, Cornelius se contentó con mirarla. Leonore pasó sus manos por detrás de su cuello, levantando el cabello que había lucido suelto para levantarlo, mostrándole que los tirantes eran dos delgadas enredaderas, uniéndose debajo de sus omóplatos con una enredadera más larga que abrazaba su torso por medio de un par de hermosas flores de hilo índigo como sus ojos. Era una visión para robarle el aliento a cualquiera.

—¡Di algo, Cornelius! ¡es vergonzoso mostrarte mi ropa interior de esta manera!

—¿Qué… qué quieres que diga? ¿Bremwärme ha ahuyentado a Grammarature con ese atuendo, tú…?

Leonore se giró de nuevo, mirándolo complacida y todavía sonrojada, caminando de tal modo, que su espada se volvió a levantar para su sorpresa.

Su esposa se inclinó, regalándole una vista inolvidable de sus senos decorados de forma impúdica, haciéndolos ver más grandes y deseables de lo normal.

Cornelius levantó la mirada, recibiendo los labios de su esposa y deleitándose en el beso cargado de mana y saliva que ella le estaba regalando. Luego Leonore se volvió a sentar, esta vez sobre su regazo, sonriendo sin dejar de mirarlo antes de moverse un poco sobre su espada.

—Veo que alguien está listo para tener un ditter por el tesoro de Beinsmachart —susurró Leonore en su oído con un tono jocoso y sensual.

La tomó de la cintura, vertiendo mana en ella sin poder controlarse. ¡Dioses! ¡Hacía mucho que no perdía así el control de su mana por estar con ella!

—Siempre estaré listo para ti, mi capitán.

Ambos rieron y ella tomó el libro, buscando hasta llegar a la sección con flores dibujadas en los márgenes, señalando un nombre.

—Quiero que me hagas esto, Cornelius.

Lo leyó. El beso del Dios Oscuro, ¿eh? No sonaba mal, no considerando que ahora podía aguantar un tiempo más y que ella había practicado la contraparte de este beso un par de veces en él.

—Bueno, supongo que debo complacerte, ¿o no?

Ella sonrió, besándolo en los labios una última vez antes de que él cambiara de lugar con ella en un movimiento rápido, arrodillándose y jalándola de la cadera para dejar su jardín en la orilla del sillón. Cornelius no podía dejar de mirar con sorpresa la extraña prenda que cubría a la pelivioleta ahora.

Una flor bordada de pétalos índigo cubría parte de la flor de Leonore y su jardín, escondiendo a primera vista la abertura de la prenda que nacía desde el centro mismo del bordado, dejándole el camino libre para reclamar su flor en cualquier momento. Miró a la mujer abierta de piernas para él, notando por el camino su vientre marcado por el ejercicio y los músculos de su costado. Ella le sonrió con timidez, asintiendo para que él continuara.

—¿Y las pociones? —recordó Cornelius de pronto.

La última vez que habían compartido el lecho había sido casi un mes y medio atrás. Sus colores se habían desvanecido el uno del otro hacia rato, de modo que habían estado besándose más por afecto que por agrado. Sin la poción que ajustaba sus colores, los labios de Leonore le sabían a agua de fruta diluída y sin endulzar.

—Las tomamos con el desayuno, ¿no lo notaste?

Recordó haber bebido un líquido con poco sabor, sin embargo, lo había adjudicado al exceso de sabor de los creppes. Luego recordó que la boca de Leonore le había sabido a rumptof con frutas dulces antes de cambiar de lugar y sonrió, estaba tan embriagado solo mirándola, que no había notado el disfrute en el sabor de su mana.

—Una visión de Efflorelume vestida por Beinsmachart tenía toda mi atención, no pude notar otra cosa. Lo siento.

La notó sonriendo con orgullo, entonces comenzó a acariciarle los muslos, besándolos antes de usar la abertura de su escandalosa ropa interior para dejar parte del jardín y su flor libres de toda prisión. Pasó su lengua por encima, escuchándola suspirar.

Cornelius sonrió, besando los pétalos como si fuera la boca de Leonore, succionando y acariciando con su lengua, emocionándose más al escucharla gemir.

La mano de su esposa comenzó a acariciarle el cabello y él se dejó llevar. No podía creer que el sabor del mana de Leonore fuera más pronunciado en esa zona o que la joven pareciera estar disfrutando más con su lengua y sus labios que con su espada, a juzgar por los sonidos que estaba haciendo.

—¡Oh, Cornelius! ¡Cornelius! ¡Llévame a la cama!

No sabía si era por el deseo repentino de hacerla gritar su nombre o por la costumbre de seguir sus indicaciones como caballeros. Cornelius pasó sus manos por debajo de los muslos de Leonore, cruzando sus manos para aferrarla bien, adelantando un pie antes de hacer fuerza con el estómago y levantarse con su cabeza todavía enterrada entre las piernas de su mujer.

—¡Cornelius! —gritó Leonore entre risas. Parecía divertida. Sus manos no habían abandonado su cabello, si acaso se habían aferrado a él cuando se levantó con ella.

Cornelius succionó con un poco más de fuerza sobre la parte que el libro denominaba, "Monte de Gedulhd", pasando su lengua varias veces solo para escuchar a Leonore gimiendo más y más rápido, al ritmo de su lengua, levantando una de sus manos para sostenerla por la espalda y la otra atrapando uno de sus hermosos senos, apretando un par de veces antes de centrarse en protegerla de caer.

—Derecha —le indicó Leonore cuando comenzó a caminar, introduciendo su lengua de nuevo, tratando de alcanzar el cáliz—, ¡Ahhh! Un poco a la… izquierda… ¡así, querido, así!... sigue derecho… ¡Ahhh! ¡Cornelius! ¡Cornelius, detente! Mi cama está a tu… ¡Oh, por todos los dioses!... a tu izquierda, mi amor.

Estaba excitado y divertido. Este tipo de travesuras no se comparaba con esconderse en el bosque para besarla sin dejar de acariciar sus curvas suaves y firmes mientras ella repasaba los músculos de sus brazos y su espalda, por alguna razón, le parecía más gratificante.

Despacio, Cornelius se arrodilló junto al lecho de su esposa, ayudándola a bajar de sus hombros, usando su mano para limpiar los fluidos alrededor de su boca antes de lamerlos sin dejar de mirarla, notando como el sonrojo en los pómulos de la joven se acentuaba todavía más.

—Quiero que te desvistas para mi ahora. Hazlo despacio —le ordenó ella.

De pronto se sintió inseguro. Ella era una diosa del deseo y la lujuria con esa ropa, pero él… él no era nada más que el Cornelius de siempre, con su ropa interior blanca y demasiado larga…

—Lamento si mi atuendo no es adecuado, Leonore.

—Solo hazlo despacio, por favor.

Se sentía cohibido ahora. Era como estar con otra mujer, pero sin tener de por medio el sentimiento de culpa que sabía podría experimentar si alguna vez cometía tal estupidez.

Se puso en pie, suspirando antes de comenzar a desabotonar su chaleco largo, retirándolo antes de desatar el pañuelo en su cuello y luego los botones que mantenían su camisa amarillo claro en su lugar.

La escuchó suspirar. La miró entonces y supo que estaba sonrojado. Leonore estaba acariciando su propia piel, con una mano en su pecho y la otra entre sus piernas, usando solo sus dedos con una mirada febril y los pómulos sonrosados, los labios entreabiertos y entonces, dejando de compadecerse, Cornelius decidió imitarla, acariciando la tela conforme se desvestía sin dejar de mirar a la mujer que había cultivado una rifa en su interior.

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Estaba segura de que había estado a punto de ser consumida por las flamas de Bremwärme, como lo llamaba el libro, cuando Cornelius llegó hasta su cama y la ayudó a bajar.

Le ordenó que se desvistiera, quería mirar, quería sentir lo que había sentido él cuando ella se quitó la bata, decepcionándose al notarlo cabizbajo y carente de emoción. Ella en verdad quería las sensaciones que describía el libro de Bremwärme y Beinsmachart. Desesperada por el cambio de actitud de su compañero, comenzó a acariciarse. No necesitaba usar mana, sabía que no podría sentir su propio mana en su piel, ya lo había intentado las noches anteriores, así que al menos sabía que tipo de movimientos podía disfrutar.

Un suspiro se escapó de ella cuando descubrió que el duro trabajo de Cornelius no se había perdido. Los ojos de su esposo la miraron con sorpresa, pero era tanto el placer que estaba sintiendo, que no pudo detenerse a pesar de la vergüenza. Menos mal. Los movimientos de su esposo se habían vuelto más… incitantes.

Podía sentir como los fuegos del invierno se apoderaban de su mente al tiempo que el pecho bien trabajado de Cornelius quedaba a la vista. No era la primera vez que lo veía desnudo. El cuerpo de su marido era semejante al de todos los otros caballeros varones, sin embargo, esta era la primera vez que se sentía emocionada de verdad por mirarlo, como si fuera algo prohibido que descubría por primera vez. No sabía si eran los movimientos del hombre, lentos y sensuales, retirando con lentitud la ropa en que estaba enfundado o la mirada cargada de promesas y saturada de deseo que le estaba dedicando, haciéndola sonreír con complicidad.

Este era el Cornelius que le había mostrado un pequeño torbellino de mana formándose en su mano, invitándola a mezclarlo con el de ella, ocultos de miradas indiscretas en el mirador de Dreganhurn. Este era el muchacho que encontraba excusas para explorarla sobre la armadura a mitad de una excursión para recolectar materiales. Este era el hombre que la había reclamado como suya durante su noche de las estrellas y al que no había vuelto a ver en mucho tiempo.

Cuando Cornelius terminó de desvestirse, se mantuvo de pie junto a la cama, erguido y con su espada en alto. Ella se enderezó entonces, tentada por las lágrimas de Beinsmachart que relucían en la punta de la espada, recolectándolas con la lengua antes de engullirlo todo hasta casi ahogarse, sintiéndose orgullosa por el sonoro gemido que le había arrancado.

Ella besó el tesoro y luego bajó de la cama, poniéndose en puntas para besarlo antes de usar su fuerza para derribarlo de espaldas sobre el mullido colchón de muelles que recién habían conseguido.

Leonore se puso de rodillas sobre Cornelius, mirándolo sin guardarse nada de lo que estaba sintiendo, lamiendo las uniones entre los músculos perfectos de aquel caballero a su merced antes de pasar sus manos por encima y reclamar los labios de Cornelius. Él la abrazó, acariciándola y llenándola de mana como ella había hecho un momento atrás.

Lo sintió empujarla en un intento por rodar. ¡No lo dejaría esta vez!

—¿Qué crees que haces, Cornelius?

—Tomo mi posición, por supuesto —le respondió él con una sonrisa socarrona.

—Has estado arriba demasiadas veces, mi dios oscuro.

—¿Y?

Lo empujó con fuerza, forcejeando con él por decidir quien estaría arriba.

Ambos reían ahora. Las manos de Cornelius le hacían cosquillas, la pellizcaban y amasaban sin dejar de empujar en tanto ella hacía lo mismo con él, justo antes de tomarlo de la espada y mover su mano arriba y abajo en una rápida sucesión, dejándolo incapaz de moverse, con la boca muy abierta y los ojos a medio abrir.

—Hoy te toca abajo —se burló ella antes de pasar su pierna al otro lado y sentarse encima sin llegar a introducir la espada en su cáliz.

—¡Pero Leonore…!

—Dije —comenzó Leonore, acompasando la fricción de su jardín contra la espada de su esposo para enfatizar cada palabra—, que, te toca, ABAJO.

Cornelius se mordió los labios, aferrándose de las sábanas revueltas sin poner más resistencia.

Leonore se frotó un poco más, apoyando sus manos sobre el pecho de su esposo, dibujando círculos con su mana y sus pulgares sobre los pezones del hombre sin dejar de moverse despacio sobre él.

—¿Has entendido, Cornelius?

—¡Si, mi capitán!

—¿Debería recompensarte por obedecerme?

—¡Por favor, mi capitán!

Se movió un poco más, tomando la espada para frotarla contra su flor con una mano sin dejar de acariciar el pecho de Cornelius con la otra.

—¿Quién da las ordenes aquí? —le preguntó sintiendo como el fuego se encendía en su interior.

—¡Tú, mi capitán?

Podía sentir las llamas del dios del tesoro lamerle el cuerpo poco a poco ahora.

—¿Y quien va a estar arriba el día de hoy?

—¡Tú, mi capitán!

Podía sentir el calor del fuego bailando a su alrededor, tocando su piel poco a poco.

—¿A quien le perteneces, Cornelius?

—¡A ti!

—¡Quiero que me digas a quien sirves!

—¡A ti, Leonore Linkberg!

Gimió sin poder evitarlo, sintiendo su cuerpo tensarse desde dentro, embriagándola, quemándola como si estuviera en el medio de una enorme hoguera desbordante de placer. Era tanto, que fue incapaz de detener a Cornelius cuando la obligó a soltarlo para guiar su espada e introducirla, moviéndose un par de veces y provocándole una segunda ola de fuego.

Cuando la sensación abrumadora disminuyó lo suficiente, Leonore le dedicó una mirada de reproche a Cornelius. Si bien había disfrutado mucho ser penetrada, no era su intención todavía, él solo le sonrió como un niño que se ha salido con la suya y no teme a las consecuencias.

—¿No que yo era tu dueña? —lo regañó sintiéndose divertida cuando él intentó moverse de nuevo y ella lo inmovilizó con sus muslos.

—Lo siento, mi capitán, pero pensé que necesitaba refuerzos.

Leonore se puso en cuclillas sin dejarlo salir, removiendo sus caderas en círculos y notando los ojos de Cornelius moviéndose hacia atrás dentro de sus párpados.

—No te muevas si no se te ordena. ¿Te queda claro?

—Si, mi, capitán.

Leonore lo obligó a salir un poco antes de volver a bajar, sonriendo al escucharlo gruñir.

—Y tienes prohibido traer la nieve de Ewigeliebe todavía, ¿lo comprendes?

—Si, si, mi, capitán.

Leonore pasó su pierna derecha al otro lado, moviéndose un poco conforme su cuerpo giraba y sus pies iban avanzando poco a poco, escuchando los gemidos ahogados de Cornelius debajo de ella.

Cuando al fin estuvo sentada mirando los pies del hombre, volvió a colocar sus piernas a cada lado de su esposo, sosteniéndose de las piernas de él antes de comenzar a mover sus caderas adelante y atrás, deleitándose en la sensación generada por la fricción contra los sacos de Beinsmachart y los roces de la espada contra los pétalos de la flor.

—¡Tócame! —ordenó demasiado cerca de la hoguera, sintiendo el mana de Cornelius pintando sus asentaderas con las manos, no así en su interior o en la espada.

—Tu mana, ¿qué haces?

—Me, contengo, mi capitán.

Leonoré aceleró el paso. Las manos que la acariciaban comenzaron a apretarla, amasando con fuerza, empujándola más y más cerca de la hoguera.

La idea de la mejora física le pasó por la mente como el trueno de Verdrena, si Cornelius estaba conteniendo instintos y mana como si su espada fuera, de hecho, un arma, entonces estaba segura de que iba a ser una locura.

—¡AHORA CORNELIUS!

Lo escuchó gritando como si estuviera atacando una bestia fey que había que someter.

Las manos de Cornelius la ayudaron a ir aún más rápido. Mana y nieve se liberaron con fuerza en su interior. No estaba segura, pero juraría que la espada de su esposo se había agrandado y alargado hasta tocar el fondo de su cáliz. No fue fuego si no una explosión lo que sintió en su interior. De ser una bestia fey, una onda de expansión habría sido liberada de su cuerpo… o al menos, eso era lo que sentía abrazando su cuerpo de tal manera que la había dejado en blanco.

Cuando recuperó el sentido, estaba abrazada a las piernas fuertes de su esposo, cuyas manos la acariciaban con dulzura ahora.

—Nunca —dijo Cornelius—, jamás, en lo que me queda de existencia, vuelvo a quedarme arriba sin tu permiso. Eso fue…

Leonore soltó una risita cansada antes de rodar hacia un lado para poder estirarse y recuperar el aliento, sintiendo una enorme sonrisa en su rostro.

—Espero que, lo recuerdes. Vas a estudiarte ese libro y no vas a salir de aquí hasta que mi interior esté tan lleno de nieve, que el señor del invierno aparezca dentro de mi cáliz.

—Si, mi capitán —dijo él en tono de burla, sin atreverse a moverse por un rato bastante largo y obedecerla. Ese día ninguno de los dos salió de la habitación ni tampoco al día siguiente.

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La primera semana de permiso había terminado.

Cornelius se encontraba afuera de la sucursal de la Compañía Alberta en lo que a su esposa le tomaban medidas y comenzaban a confeccionarle un vestido nuevo para la primavera y otro para el verano cuando Justus y Harmut se le acercaron.

Los dos hombres lo saludaron y luego se fijaron en el libro azul con blanco que tenía en las manos. Si era sincero, no había tenido mucho tiempo de leer lo que decían las hojas sobre la técnica y la cantidad de placer que se proporcionaba a la pareja, de modo que aprovechaba cualquier momento libre para releer a profundidad.

—Veo que el primer tomo del manual de nuestra divina Aub ha llegado a manos escandalosas —comentó Harmut con una risilla.

—¿Cómo dices? —preguntó Cornelius confundido.

—Bueno —dijo Justus—, nuestra señora ha invertido un año entero en este proyecto. El tomo dos está por obtener su aprobación.

—El tomo dos ha resultado muy interesante —comentó Harmut—, mi querida Clarissa y yo no pudimos parar de alabar a nuestra Santa y divina guía, la más fiel entre las fieles de Mestionora y la más bendecida entre los seguidores de Brenwärme y Beinsmachart mientras investigábamos la cantidad de placer y el comportamiento del mana de cada una de las nuevas posiciones. Fue una experiencia divina, debo admitir. Nunca me he sentido más cerca de la altísima escalera ni experimentado tanto éxtasis como con esta investigación.

Cornelius los miraba incrédulo.

—¿Mi hermana… QUÉ?

—Su hermana es, en verdad, una mujer dotada de todo tipo de sabiduría —le dijo Justus con orgullo mal disimulado—. Incluso las bellas flores del Templo a los dioses del amor que ha erigido cerca de la costa están felices por que ella nos compartiera su sabiduría de manera desinteresada.

Cornelius miraba con horror el libro ahora. Recordó el esquema de la flor y el cáliz, sintiendo que se llenaba de náuseas.

—¿Mi hermana hizo los dibujos también?

Los dos hombres lo miraron entonces sorprendidos. Harmut le arrebató el libro, lo hojeó un poco y luego suspiró aliviado.

—Parece que Ale usó una flor del Templo para el diagrama —murmuró el fanático pelirrojo—, me había olvidado por completo que había dibujado a Clarissa para corregir el dibujo que nos dio Aub Rozemyne.

—Entonces este de aquí debe ser Ale —bromeó Justus al dar la vuelta al diagrama de la espada—, me sorprendí cuando reconocí a mi Lord en las imágenes que nos dio nuestra señora y aún más al notar el cambio que habías entregado.

—No es como que pudiera dibujar a alguien más —dijo Harmut antes de devolverle el libro a Cornelius.

—Un favor, Lord Cornelius —dijo Justus de repente—, no ande por ahí con este manual o meterá a Aub Rozemyne en problemas.

—¿Qué? ¿Mi hermana? ¿porqué?

—Porque Aub Ferdinand no tiene idea de nada de esto —confesó Harmut—. Sabemos que nuestra diosa lo ha estado guiando en la alcoba, también sabemos que podría destruir incluso la imprenta si esto llega a sus manos demasiado pronto, así que le suplicamos, por el bien de su hermana y de todo Yurgesmicht, que sea más… cuidadoso con su lectura, por favor.

Estaba a punto de armar un verdadero escándalo por la nueva información cuando Clarissa y Leonore salieron de la tienda de ropa con enormes sonrisas.

Los fanáticos y Justus se despidieron entonces, caminando hacia el lado contrario. Cornelius no sabía si reír o llorar y Leonore no tardó en tomarlo del brazo para obligarlo a mirarla.

—¿Se puede saber que pasó?

Luego de tragarse las lágrimas, Cornelius se abrazó a su esposa, escondiendo su rostro en su cuello.

—Tenías razón, Leonore. ¡Mi hermana es una verdadera pervertida!

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Notas de la Autora:

Me divertí muchísimo escribiendo este SS, debo admitirlo. Dado que estoy trabajando en dos fanfics diferentes con un grupo de escritores, nunca falta que estemos comentando los proyectos que cada uno tiene en solitario y, en serio, algunas cuantas ideas salieron de ahí. Samu, Hikaryto, Tata y Anemolti, gracias por inspirarme tanto, jajajajajajaja, es divertidísimo escribir con ustedes e intercambiar ideas.

Una disculpa si vieron que esta cosa se actualizó de repente. Hoy tenía algo de prisa por terminar y subir, no sabía si me iba a dar tiempo de subirlo luego de hacerle revisiones, así que apenas le pude hacer una revisión rápida a todo el asunto.

Una vez más, mil gracias a quienes le han dado a esta historia Follow o Fav, en serio lo agradezco. Mil gracias a quienes siempre dejan algún comentario, haré lo posible por seguirme esforzando para llevar este fanfic hasta sus últimas consecuencias.

Por otro lado, es posible que ponga mis dos libros originales gratis por Halloween y Día de Muertos... si, los dos, por si alguien está interesado, no dejen de darse su vuelta por la sección de libros de Amazon. Los libros aparecen si buscan Crónicas de Ametis o mi pseudónimo, Luin de Fanel. Y bueno, espero poder darles otro anuncio la próxima semana sobre un fanfic nuevo... relacionado con este. Estoy segura de que muchos de ustedes estarán interesados a pesar de que ese otro no va a ser nada sexoso.

Gracias a todos por su apoyo y nos estamos leyendo.

SARABA