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Capítulo 6


Tres semanas habían pasado desde que comenzaron a correr las amonestaciones. Toda la aristocracia londinense estaba invitada al matrimonio del duque de Cornawall y la hija del conde de Jersey.

En las calles de la ciudad no se hablaba de otra cosa que no fuese la perfecta unión entre las familias más reconocidas de la región. La nobleza esperaba con ansias el fin de semana para celebrar junto a los novios, el pacto de amor que se profesarían frente al altar.

Todo era algarabía e ilusión para la pareja de enamorados.

—Señorita, aquí tiene su vestido de novia —le dijo madame Ral al mostrarle la preciosa prenda—. Espero esté a la altura de lo solicitado.

—E-es, ¡demasiado hermoso! —declaró al pasar sus delgados dedos por la fina tela. El encaje que cubría el corselete era divino y la pedrería que lo acompañaba, solamente resaltaba aún más su belleza. Era un trabajo de alta costura—. ¿Podría probármelo?

—Por supuesto —acotó la modista—. Las jóvenes costureras van a acompañarla.

Las señoritas escoltaron a la azabache al vestidor para ayudarla a colorearse su vestido. Mikasa iba tan ilusionada que se olvidó de avisarle a su madre que pronto regresaría. La condesa, simplemente, la observó desaparecer con las muchachas al probador, mientras era resguardada por su doncella de confianza.

Hange sonrió, pues la felicidad de su hija era lo que más anhelaba.

Madame Ral le hizo una reverencia a lady Jersey antes de retirarse a supervisar cómo le colocaban el vestido a su cliente. Ella sabía que la novia debía lucir perfecta; así que, se encargaría de dejar todos y cada uno de los detalles impecables.

La condesa aprovechó el momento para revisar las prendas que le solicitó a la modista como regalo de nupcias para su hija. Hange quería que su pequeña llevase un hermoso ropaje a su viaje de bodas, por lo tanto, solicitó con anticipación todo un nuevo guardarropa. Su hija debía salir de su casa como lo que siempre había sido: un radiante diamante.

Los vestidos que pidió ya había tenido la oportunidad de apreciarlos, pues ella había ido con antelación a probarse el atuendo que usaría en la ceremonia de su pequeña. Lo único que le faltaba por contemplar, era la lencería que con tanto cuidado encargó para que fuese la más elegante y delicada. Su hija estaría cómoda y hermosa en cualquier circunstancia.

Con nerviosismo abrió la caja que descansaba en la mesa que tenía enfrente. Retiró con sus manos el sutil papel que cubría las prendas, hasta dejar al descubierto la fina tela. Tomó con sus dedos un camisón, rozando la tersa seda con la que se confeccionó. Era la pieza idónea que debía llevar cualquier novia a su viaje de bodas.

Con mucha alegría sonrió, al comprobar que madame Ral había hecho su trabajo a la perfección. Al terminar se le recompensaría con una bonificación por su ardua labor.

Devolvió todas las prendas a su lugar, cerrando la caja con mucho cuidado. Su pequeña no vería la sorpresa que le tenía, hasta que, llegase a la mansión todo lo que había encargado.

Hange buscó un cómodo sillón para sentarse mientras esperaba a que su hija volviese a esa habitación. Estaba por acomodarse cuando las puertas del salón se abrieron de par en par, dejando entrar al más precioso de los diamantes.

¡Mikasa lucía impresionante!

—Madre —musitó al ver a su progenitora con las manos sobre sus labios. Ella aún no se había visto, pero la reacción de la condesa le confirmó que debía verse radiante.

—Hija mía. —Hange se acercó a su pequeña y con ternura besó su frente. Nadie podría superar la belleza que poseía la azabache—. Eres tan hermosa —le acarició la mejilla—. Tu padre quedará impresionado, y el duque más enamorado. De nuestra casa saldrá una joya preciosa.

Mikasa se ruborizó al escuchar las palabras de su madre, pues sabía que venían de lo más profundo de su corazón. Suspiró y le sonrió, mientras le tomaba las manos para depositar en su dorso un pequeño beso de agradecimiento por estar siempre a su lado.

—Vamos, señorita. La ayudaremos a subir a la tarima para que pueda verse —le dijo madame Ral con mucho respeto. Ella no quería interrumpir el momento madre e hija; sin embargo, era fundamental que la novia pudiese apreciar su aspecto—. Levántenle la falda y el velo, por favor. Una de ustedes la tomará de la mano y la otra le acomodará el faldón, de esta manera podrá verse en todo su esplendor —indicó la modista a su grupo de ayudantes.

—Como usted ordene, madame Ral —espetó su dama de confianza mientras tomaba de la mano a la señorita Ackerman para que pudiese acomodarse al centro de la tarima—. Con mucho cuidado, por favor —le pidió a la novia que subió con los ojos cerrados para mantener la sorpresa. La joven estaba esperando que le indicasen que podía verse—. Señorita, puede abrir sus ojos.

Mikasa fue abriendo muy despacio sus párpados, hasta que, se encontró con la imagen más hermosa con la que alguna vez se hubiese imaginado. Estaba impactada y muy sorprendida, ya que nunca pensó que se llegase a verse tan preciosa.

Por años había soñado el apreciarse vestida de blanco, caminando hacia el altar para reunirse con el amor de su vida. Siempre idealizó el vestido perfecto, aquel que la hiciese ver como la princesa que había crecido siendo. Sin embargo, el estar ahí; frente a ese espejo, contemplándose vestida como tanto lo anheló, la dejó sin habla, pues era más que lo que un día deseó.

—Mikasa —la dulce voz de su madre la devolvió a la realidad—, ¿estás bien?

—Sí —murmuró cuando una pequeña lágrima rodó por sus bellos ojos grises—. Es perfecto. Muchas gracias.

—Eso es porque usted le da vida al atuendo —manifestó madame Ral con seguridad. Ella llevaba muchos años vistiendo a las novias de la alta sociedad, pero ninguna se podía comparar con la belleza innata de la señorita Ackerman—. Será la novia más hermosa de la aristocracia.

—Madame Ral, usted supera cada día más, mis expectativas —comentó la condesa con emoción, mientras se limpiaba las lágrimas que también habían corrido por su rostro—. Será muy bien recomendada entre mis más allegadas amistades.

—Un honor servirle, milady. —La modista hizo una reverencia—. El encaje del corselete fue mezclado con el que usted me proporcionó de su vestido. El velo está bordado con el más fino tule que llegase a existir. La falda es más amplia de lo normal. Y la pedrería, mandada a traer a la más prestigiosa joyería parisina.

Hange estaba agradecida por escuchar que todo lo que habían solicitado había sido colocado como debía. Lo único que hacía falta, era incorporarle algo azul al vestido para que todos los elementos estuviesen contemplados.

—Este pequeño zafiro lo usarás en el cabello para completar el atuendo —arguyó la condesa al acercarse a su hija para ponerle el prendedor—. Con esto llevas todo. Aunque creo que te prestaré una de mis joyas para que el encaje solamente sea lo viejo —se llevó una mano a la barbilla para frotársela un poco. Hange tenía muchas joyas preciosas que podría prestarle—. Al llegar a casa, eligirás la que desees usar en tu boda.

—Madre. —Mikasa giró un poco su cuerpo para ver directamente a los ojos de su progenitora. La tomó de las manos y después prosiguió—: Eren desea que use un collar de su madre; según me comentó, es la pieza de joyería que hace juego con mi anillo de compromiso. Me dijo que para él sería algo especial el que lo portara ese día —confesó, no quería hacerla sentir mal, pero para ella era importante darle ese gusto a su prometido. Sobre todo, cuando él había procurado complacerla en todo lo que le había pedido—. Espero no te molestes conmigo.

—Hija, no te preocupes —afianzó el contacto de sus manos—. Es un gesto muy hermoso el que honres la memoria de la duquesa al portar una de sus joyas.

Mikasa abrazó con mucho cariño a su madre. Sintiendo en sus brazos todo el amor que ese maravilloso ser le tenía. Hange era todo para ella, al igual que el conde, pues ambos habían hecho de su vida un mundo de colores.

La condesa se separó un poco de hija para que pudiese seguir apreciando su vestido, ya que volvería a utilizarlo hasta el día de la boda; que estaba próxima a celebrarse.


Era la mañana de la boda, y en la mansión Jersey todo era alegría.

El jardín estaba decorado, impecablemente, para recibir a todos los invitados. El banquete estaba preparado. Las personas que fueron contratadas para la ceremonia estaban bien ubicadas, mientras los últimos arreglos florales eran colocados al centro de las mesas. Todo el lugar había quedado soñado. Parecía una recepción salida de un cuento de hadas.

Mikasa sonrió de satisfacción al apreciar desde su alcoba toda la decoración, ya que cada detalle había sido elaborado a la perfección. Dándole vida a ese precioso sueño que tuvo desde niña.

La azabache se alejó del ventanal de su balcón y caminó muy despacio por los rincones de sus aposentos. Contempló sus pinturas; esos delicados lienzos que una vez pintó, y que adornarían por siempre la paredes de su habitación. Con extremo cuidado se sentó sobre su lecho para no arrugar la fina tela de su vestido de novia. Acercó sus manos hasta su mesita de noche y sacó los primeros pergaminos que escribió; eran historias que imaginó nadie llegaría a apreciar, pero que ahora tenían un significado especial, pues su futuro marido estaba ilusionado con leer todo aquello que salía de su corazón. Acarició el papel por unos instantes y después los guardó, al volver de su viaje de bodas los iría a recoger.

Cerró sus párpados y rememoró algunos momentos vividos en esa alcoba, junto a sus adorables padres. Todos ellos eran como una caricia en el alma, eran recuerdos que la acompañarían por el resto de sus días.

—Mikasa —la calmada voz de su padre la despertó de ese mundo de remembranzas en el que se sumergió—, ¿estás lista?

—Sí —musitó, mientras veía el rostro sereno que le obsequiaba su progenitor—. Ya estoy lista —dijo, intentando disimular su nostálgico timbre de voz—, padre.

—Espera un momento, no te levantes —le pidió el conde, quien se sentó a su lado—. Aún tenemos unos minutos. Tu madre ya se adelantó; así que, no creo que exista un problema porque tú y yo tengamos una pequeña conversación.

—Pa-padre —balbuceó. La azabache se sorprendió por sus palabras, ya que la costumbre era que los hombres no hablasen con sus hijas, pues esa era una labor de las madres; sin embargo, ellos siempre habían tenido una estrecha relación. Relación que no se limitaba por ser ella: una mujer—. Dime, ¿sobre qué deseas conversar?

Levi la tomó con delicadeza de las manos, y por unos segundos la contempló. Su princesa; aquella hermosa niña que una vez arrulló, la pequeñita que con tanto amor crio, esa bella chiquita que entre tus brazos protegió. Ahora era toda una preciosa señorita; un diamante que con devoción había sido pulido, una delicada flor que abriría sus pétalos para llenar de prosperidad la vida de su nueva familia.

Su hija estaba lista para abandonar el nido, y volar hacia la felicidad que le estaba ofreciendo su marido.

—Mikasa, este día cambiará tu vida por completo —le recordó al verle directamente las pupilas—. En unas horas, ya no serás Mikasa Ackerman. Al pronunciar tus votos matrimoniales frente al altar, te convertirás en: Mikasa Jaeger, duquesa de Cornawall.

—Lo sé —murmuró. Sus manos comenzaron a templar por el nerviosismo que despertó repentinamente—. Sé que, a partir de este día, ya no seré más tu niña consentida.

—¿Y quién te dijo que eso va a cambiar? —inquirió, agarrándole con fuerza las manos, quería transmitirle esa calma que tanto necesitaba. El conde también estaba nervioso, pues su única hija iba a desposarse; no obstante, él debía ser su soporte, tenía que seguir siendo el pilar que siempre la había sostenido. Levi nunca la dejaría a la deriva—. El que vayas a ser una duquesa, no quiere decir que vayas a dejar de ser mi hija —afirmó—. Siempre serás mi princesa, ese ser de luz que me ilumina los días.

—Padre…

Una pequeña lágrima se le escapó, pues sus palabras le llegaron directo al corazón.

Su progenitor era la roca que la mantenía firme. Era ese héroe que desde pequeña admiró, ya que nunca la dejó y siempre la protegió. El conde había hecho su vida maravillosa. La había formado como una mujer fuerte, valiente e independiente. Gracias a él poseía esa determinación; gracias a su crianza era que expresaba su opinión, gracias a sus consejos comprendió que ser mujer no era un error. Gracias a su amor descubrió que los sueños podían hacerse realidad.

Su padre era un ángel que siempre la iba a acompañar.

—No llores. —Levi quitó con sus dedos la pequeña gota que corrió por sus brillantes mejillas—. Quiero que este día sea el más maravilloso de tu vida.

—Deseo que para ustedes también sea de algarabía —manifestó con una sincera sonrisa en los labios.

—Mikasa, nosotros seremos felices si tú lo eres —acotó—. No dudo que el duque hará que tengas una vida plena y dichosa en todos los sentidos. —La vio bajar un poco la mirada; así que, prosiguió—: No te avergüences. Sé que tu madre tuvo una plática profunda contigo, es lo normal. Sin embargo, aunque existan temas de los que no podamos hablar, quiero que sepas que, sin importar lo que sea, tu padre estará aquí para escucharte; aconsejarte, abrazarte o, simplemente, acompañarme. Porque yo —la tomó del mentón para que levantara sus ojos— no estoy aquí para juzgarte. Mi misión en este mundo es amarte y estar contigo hasta mi último respiro. Tu padre siempre estará para cuidarte.

La azabache ya no lo soportó y se lanzó a los brazos de su progenitor, mientras sollozaba en su regazo. Levi la abrazó, manifestándole en ese gesto todo su amor, ya que ese lugar cerca de su corazón, estaría esperando siempre por ella. Su princesa era el tesoro más preciado que su esposa y la vida le habían regalado.

El conde le besó el cabello antes de separarla de su pecho con mucho cuidado. Le acarició con ternura la mejilla y, luego le sonrió con devoción. Contemplándola por última vez como a una pequeña niña, pues al cruzar el umbral de esa habitación, estaría saliendo con la preciosa señorita en la que se había convertido. Mikasa estaba preparada para ser la futura señora de su casa.

»—Creo que la hora ha llegado —esbozó al ponerse de pie para ayudar a su princesa a levantarse—. El duque te está esperando.

—Gracias —musitó—, gracias por todo tu amor.

—Gracias a ti por llegar a nuestras vidas —tomó el delicado velo que descansaba en la parte de atrás de su cabello para pasarlo por encima de su rostro. Cubriendo de esta manera, sus rasgos faciales como muestra de la pureza que poseía su alma. La vio fijamente, mientras un nudo se le atravesó en la garganta. Su hija lucía como una verdadera princesa de un hermoso cuento de hadas—. ¿Vamos?

—¡Vamos! —sujetó el brazo que le ofreció su padre. Sintiendo en su agarré la seguridad que tanto precisaba—. Te amo —musitó con una sonrisa gentil sobre sus labios—. Los amaré toda la vida.

—Y nosotros a ti, Mikasa.

Las puertas de la habitación de la azabache se abrieron, dejando pasar al conde de Jersey, quien iba escoltando a su amada hija.

Los invitados, los familiares y el duque, ya los estaban esperando en la Catedral.


Eren se encontraba en el altar, esperando la llegada de su futura duquesa.

Esa mañana, la aristocracia londinense ocupaba las bancas de la Catedral de San Pablo. Templo sagrado en el que vivía el obispo que oficiaría la boda religiosa.

Todo en el santuario era hermoso y delicado. Sin embargo; lo que lo hacía perfecto, era la preciosa mujer que acaba de llegar en un bello carruaje, escoltada por un ejército de lacayos para que hiciese su entrada triunfal.

El duque de Cornawall suspiró al ver la procesión que venía ingresando a la iglesia, ya que el desfile de personas había dejado para el final, a la bella doncella con la que se iba a desposar.

Una pequeña lágrima se le escapó cuando la vio caminar hacia el altar acompañada de su orgulloso padre. La sorpresa de ver a su amada vestida blanco; caminando hacia su encuentro, con ese delicado velo que cubría sus preciosos ojos, y esa sutil sonrisa que pudo distinguir en la comisura de sus labios. Era una imagen que iba a recordar hasta el último día de su vida.

—Te entrego el tesoro más grande que tengo —le dijo el conde al darle la mano de su hija. Desprenderse de ella era lo más difícil que le había tocado hacer; no obstante, estaba seguro que su princesa tendría una vida rodeada de muchas alegrías—. Cuídala bien —sentenció, clavando su mirada en los ojos verdes de su yerno. Incluso había dejado a un lado los formalismos, pues Eren, desde ese instante, era un miembro más de su familia—. Debes jurarme que a tu lado será feliz.

—Se lo juro, conde —respondió el duque sin titubear—. Viviré para complacerla. Haré que vuestra vida sea maravillosa.

—Lo sé —acotó Levi—. Vayan, el obispo los está esperando.

El duque ayudó a su prometida a subir las gradas que la llevaban hacia el altar. Besó el dorso de su mano con ternura y le sonrió con amor. El día que tanto había esperado, por fin, había llegado.

Los invitados volvieron a tomar asiento, y el conde se ubicó al lado de su esposa. El obispo esperó a que el coro dejase de cantar y, luego inició con la celebración que uniría sus almas para el resto de sus vidas.

Esa mañana, después de profesarse los votos matrimoniales, la nobleza tendría a un nuevo matrimonio. Y el duque tendría a la duquesa que tanto había esperado.


El duque y la duquesa de Cornawall habían llegado al banquete de bodas en la mansión Jersey, luego se ser felicitados por sus más allegados en la Catedral de San Pablo.

El matrimonio fue recibido con aplausos, algarabía y cariño por todos aquellos que se habían reunido para acompañarlos.

Los novios se ubicaron en la mesa principal, junto a los padres de la novia y los padrinos de bodas.

—¡Sean todos bienvenidos! Es un placer que celebren con vosotros la unión matrimonial del duque y vuestra hija —anunció con alegría la condesa a todos los invitados—. Siéntase como en su casa.

La aristocracia aplaudió y agradeció el cálido recibimiento que les había obsequiado lady Jersey.

—Por favor. —El conde levantó su copa como señal del tan esperado brindis nupcial—. Eren, tienes en tus manos a la joya más hermosa que ha brillado en vuestro hogar. —Levi buscó la mano de su esposa para entrelazar sus dedos—. Confiamos en vuestro juicio para hacer de su unión un próspero hogar. En el que se apoyarán, se respetarán y amarán por sobre todas las cosas. —El duque asintió como prueba de que cumpliría con todo lo que su suegro le acababa de encomendar—. Solamente nos queda desearles que sean muy felices por el resto de vuestra vida. ¡Salud!

¡Salud! —respondió la nobleza al brindar junto a los novios y sus familias.

El conde de Jersey esperó a que el matrimonio Jaeger volviera a sentarse. Ayudó a su esposa a incorporarse. Luego le hizo una pequeña señal a su mayordomo para que diese la orden que el banquete debía comenzar, ya que sus invitados tenían que ser agasajados como era debido.

Jersey House se había esmerado en ofrecerles una fiesta que no pudiesen olvidar en mucho tiempo.

Sin duda alguna, sería recordada como la boda del año.


La celebración continuaría, hasta que, llegaste la noche; sin embargo, el matrimonio había emprendido su camino hacia el viaje nupcial.

Mikasa se había cambiado el vestido de novia con la ayuda de su madre. Momento efímero que aprovechó la condesa para despedirse de su pequeña, deseándole que disfrutase a plenitud sus primeros días de casada.

La nueva duquesa había sido escoltada por sus padres a la entrada de la mansión Jersey, donde su marido, junto a sus tropas de seguridad ya la estaban esperando. Los novios se despidieron de sus familiares, prometiéndoles que les verían pronto. Aunque el duque deseaba que esos meses pasaran despacio, ya que le tenía muchas sorpresas preparadas a su preciosa esposa.

Subieron al carruaje y se marcharon. Les esperaba un viaje largo hasta llegar a su destino.

Habían pasado algunas horas desde que salieron de la mansión, y el cansancio se hizo presente. Eren y Mikasa estuvieron conversando un poco durante el trayecto, sobre algunos detalles que no conocían el uno del otro. Era importante para su relación crear un lazo sólido de confianza. No obstante, necesitaban descansar, pues habían tenido un día bastante ajetreado.

Las tropas de seguridad detuvieron su andar en una pequeña posada que se ubicaba a mitad del camino del sitio al que debían llegar. Esa noche, la pasarían en esa acogedora morada, luego retomarían el trayecto que los llevaría hasta su destino.

Eren le ayudó a su esposa a bajar del carruaje con ayuda de sus sirvientes. La tomó de la mano e ingresaron juntos a la posada que con antelación les estaba esperando. El duque le ordenó con amabilidad a sus lacayos que llevasen las maletas a sus aposentos, mientras él se encargaba de guiar a su esposa hacia la alcoba.

Eren le agradeció a sus empleados antes de retirarse a descansar. Los hombres le otorgaron una reverencia y, luego se marcharon a dormir. El día de mañana, les esperaba un largo camino.

La azabache se hallaba de pie junto a la cama, esperando a que su marido se despidiera de su cuerpo de seguridad. Ella se encontraba muy inquieta, pues la noche de la que le había platicado su madre, estaba a punto de convertirse en una realidad.

—Mikasa —la voz de su esposo la sorprendió, haciendo que se llevase la mano hasta el corazón. Realmente estaba muy nerviosa—, disculpa. No era mi intención asustarte.

—Descuida, estaba distraída, eso es todo —le dijo con dulzura—. Esta alcoba, es hermosa.

—Es la mejor posada del lugar —comentó, tomándola de la mano para que se sentase junto a él sobre el lecho. Eren estaba consciente de que todo esto era nuevo para ella—. Mañana llegaremos al sitio que será nuestro hogar, mientras dure nuestro viaje de bodas.

—¿Y me vas a contar cuál es ese destino? —inquirió con curiosidad, pues hasta ese momento, ella no conocía hacia dónde se dirigían.

—Es un lugar muy especial por eso he querido mantener la sorpresa. Además, estoy seguro que te va a encantar. —El duque, solamente le había comentado al conde y a Armin, la ubicación exacta donde les podrían encontrar—. Confía en mí —le acarició la mejilla—. Te prometo que haré que estos días sean inolvidables.

—Gracias —musitó—, también deseo hacer lo mismo por ti.

Eren la contempló por algunos segundos, en los que se perdió en el profundo brillo que emanaba de sus ojos. ¡Por Dios, era tan preciosa! Su esposa era una delicada flor, un ángel que protegería con todo su corazón. Ella era la luz que hacía resplandecer su alma.

Su compañera para toda la vida.

Con amor se acercó a Mikasa y depositó un pequeño beso en su frente. La amaba y la deseaba más que a nada; sin embargo, él no haría nada que ella no quisiese que pasara. Además, por muy bella que estuviese la alcoba, no era el sitio idóneo para tomar uno de los regalos más preciados que ella iba a entregarle.

Tenían toda una vida juntos, pero una sola oportunidad para que ese momento fuese recordado como un sueño de amor hecho realidad.

—Imagino que debes estar cansada. Si gustas, puedo pedir que nos traigan algo para cenar a la habitación —espetó cuando se puso de pie. Por la emoción de la fiesta, había olvidado que ya era tarde y ellos no habían cenado—. Te dejaré un momento para que te pongas cómoda, vuelvo enseguida.

—¡Espera! —exclamó, luego se apenó por su repentina acción—. Espera un momento, por favor —le pidió. El duque le sonrió antes de volver a sentarse a su lado—. Eren, yo…

—Mikasa —la tomó con firmeza de las manos, intentando transmitirle seguridad para que no tuviese miedo en decirle lo que estaba pensando—, si quieres pedirme o decirme algo, hazlo. Estoy aquí para ti, confía siempre en mí, por favor.

—Mi madre me comentó lo que pasaría esta noche, pero… —bajó la mirada. Sentía mucha vergüenza en exponerle lo que pensaba. Sin embargo, el agarre de las manos de su marido le daban confianza; emoción que era indispensable para formar un buen matrimonio—. Tengo miedo. Nunca he estado con un hombre a solas —sintió cómo el rubor se apoderó de sus mejillas cuando pronunció estas palabras—. No te quiero decepcionar.

—Mikasa, mírame —le pidió al tomarla suavemente por el mentón—. Es normal que sientas miedo, hacer el amor por primera vez es muy significativo —confesó—. Por eso, no deseo obligarte a hacer nada para lo que no te sientas preparada. Además, este no es el lugar adecuado para ti. Estamos en esta posada de paso, pues no quería que pasaras incomodidades por el viaje. Mañana llegaremos a nuestro destino, a ese sitio que está esperando por ti —expresó con una cálida sonrisa en los labios—. No te preocupes por lo vaya a pasar aquí. Esta primera noche, solamente quiero que la pasemos abrazados. Si tú, así lo deseas.

—También deseo dormir entre tus brazos —musitó con sinceridad. El que tuviese temor, no le impediría recibir el gesto que le estaba ofreciendo su esposo—. Gracias por ser tan comprensivo.

El duque le besó las manos con amor. Él estaba feliz de que ella hubiese aceptado su petición, ya que desde hace mucho tiempo, había soñado con tenerla durmiendo sobre su regazo. Quizá pasarían la noche de bodas de una manera distinta a la tradicional; sin embargo, el amor iba más allá de la unión de los cuerpos.

Era una compenetración de almas que se unirían en una sola, eternamente.

El moreno volvió a levantarse del lecho sabiendo que su esposa se encontraba más tranquila. Iría a pedir algo para cenar, mientras ella aprovechaba a cambiarse.

—Si gustas, métete a la cama. Esta noche, voy a consentirte —le dijo con ternura—. Ya vuelvo.

—¿Me puedes hacer un favor antes de marcharte? —expuso con un peculiar sonrojo en las mejillas—. Es que… —se sentía una inútil por lo que iba a pedirle, pero para esa tarea siempre había tenido ayuda—. Me cuesta mucho desatarme sola las tiras del vestido. ¿Podrías ayudarme a desabrochar el corselete?

—Por supuesto. —Eren agradeció en silencio el que le tuviese la confianza para que él realizara esa labor, pues era algo que haría con gusto cada vez que se lo pidiera—. Gira un poco el torso.

Mikasa siguió las instrucciones de su marido al sentarse de lado sobre la cama, de esta manera se le haría más fácil a su esposo deshacer los nudos que tenía su vestido.

El duque comenzó a desatar muy despacio las tiras del corselete que usaba su amada. Con cuidado fue pasando sus dedos sobre la fina tela para no lastimarla cuando las cuerdas fueran quitadas. Poco a poco, la prenda se fue aflojando, dejando al descubierto la nívea piel del cuerpo de su mujer. Eren tuvo que tragar saliva con pesadez, al verla sostener con sus pequeñas manos ese trozo de seda que cubría sus senos. Con dificultad se alejó, recordándose que, la iba a respetar hasta el momento en el que Mikasa estuviese lista para hacer por primera vez el amor.

»—Listo —balbuceó. Necesitaba salir para respirar con tranquilidad, ya que no quería que ella pensara mal.

—Muchas gracias. Me iré a cambiar —anunció cuando se puso de pie para entrar al baño.

—Ve, yo iré a pedir la cena.

La vio entrar al tocador y respiró. Ese pequeño contacto que había tenido con su piel lo desestabilizó, pues su sangre ardió en deseo por quererla poseer. Sin embargo, su corazón le recordó que su amor era más grande que cualquier instinto carnal que lo hubiese querido corromper.

Su amada esposa nunca sería lastimada ni con el pétalo de una flor. Su ángel, solamente recibiría amor y caricias de sus manos.

Continuará…


¡Hola!

¿Cómo están?

Oficialmente, tenemos una nueva duquesa. En este capítulo quise centrarme en los sentimientos de los personajes, más que en aspectos o detalles de la ceremonia. Aunque confieso que descubrí datos curiosos que les estaré compartiendo en mi página de Facebook. Me pueden encontrar con mi nombre de ficker.

Cada una de las escenas tiene algo especial, amé muchísimo escribir este capítulo. Además, pienso que la escena final fue el inicio de una conexión irrompible que tendrán los protagonistas. Espero no se enojen por no haber consumado el matrimonio, pero Eren es un caballero y no la iba a tomar en una posada, cuando él es dueño de lugares preciosos en Londres. La espera valdrá la pena, lo prometo.

Muchas gracias por todo su apoyo, cada muestra de amor es fundamental para mí, pues son ustedes los que me motivan a continuar. Los quiero con todo mi corazón.

Gracias a las páginas que siempre me recomiendan, su apoyo es invaluable. Les quiero mucho.

Nos leemos pronto.

Con amor.

GabyJA