La ley del talión
Capítulo 14. Verdades y mentiras


—De acuerdo. —dijo Darío—. Y si no es lo que dices —se refería a Jubal—, ¿qué pasa aquí? ¿Adriana mató a su hermana y su sobrino por motivos que desconocemos? Entonces pagó a Yáñez, y probablemente también a Caldera, para intercambiar los cuerpos por otros y manipular la investigación de modo que las evidencias no apuntaran hacia ella, ¿no?

Debatían la cuestión mientras se dirigían en coche hacia a la Torre Hotel Safi, en el Metropolitan Center de San Pedro Garza García, donde se encontraba la oficina sede de BaluarTec.

Dejando aparte cuál fuera su motivación, era bastante probable que la vida de Adriana estuviera en peligro también. Si Yáñez elaboró el informe forense y sabía que los cuerpos no eran de quien se suponía que eran, los responsables de su muerte ahora posiblemente también lo sabían, y también que Adriana Fresneda le había pagado una gran suma de dinero por hacerlo. No sería raro que fueran a por ella.

Habían vuelto a llamarla de inmediato. Al hacerlo, evitaron decir que la cuestión podría ser de vida o muerte porque, si no estaban equivocados y ella estaba detrás de todo aquello, podría poner pies en polvorosa y desaparecer para siempre. Sí mencionaron que el tema era de extrema importancia, no obstante, intentando que los tomaran en serio. Y se volvieron a estrellar contra el muro de gente que trabajaba para Adriana. Una vez más, les fue imposible contactar.

Decidieron entonces que debían ir a hablar con ella en persona.

—Podría ser —contestó Isobel y vio a Jubal negar con la cabeza por el retrovisor.

Lo que él había planteado era que Adriana había pagado a Yáñez y Caldera, para simular la muerte de Sofía y Carlos, con el objetivo de que nadie los buscara, para esconderlos y protegerlos de los enemigos de Vargas.

—Yo no lo creo —discutió Jubal—. Si conseguimos hablar con Adriana, lo mejor que podemos hacer es intentar sonsacarla para encontrar a Carlos y Sofía.

Por su parte, Isobel intentaba dejarse arrastrar por su optimismo, pero sin lograrlo. Le preocupaba gravemente cómo reaccionaría Vargas ante esa hipótesis de la que Jubal se mostraba tan entusiasta partidario. Y además...

—Por más que esté de acuerdo contigo en que sería lo preferible, Jubal —replicó Isobel desanimada—, no podemos descartar sin más la otra opción.

Se estaba preparando mentalmente para tener que entregarle Adriana a Vargas, si al final tenía que hacerlo. El recuerdo de cómo Kyle perdió su integridad la rondaba, atormentándola.

—Y también podemos estar equivocados y lo que pasó es otra posibilidad que ni siquiera se nos ha ocurrido —admitió Jubal—. De acuerdo. No nos adelantemos. Veamos qué tiene que decir Adriana.

·~·~·

Cuando llegaron junto al estilizado rascacielos, decidieron que Jubal se quedaría en el coche, vigilando si llegaba Adriana Fresneda, mientras que Darío e Isobel, que sí hablaban el idioma, se plantarían en la oficina para presionar por entrevistarse con ella.

Jubal los siguió a ambos con la vista mientras cruzaban la calle. Isobel hoy vestía un severo pantalón oscuro con un cómodo top verde de manga corta, y unos prácticos botines. Era un atuendo que le quedaba bien, más casual de lo que solía vestir, pero parte de Jubal se sentía un poco decepcionada; echaba de menos verla en vestido de verano. Otra encontraba muy sensato vestir algo más formal para hacerle una visita a un posible sospechoso. Además, Isobel llevaba de nuevo el colgante que él y los demás le habían regalado en su cumpleaños. Al parecer había tomado la costumbre de ponérselo todos los días. Jubal tenía que reconocer que eso le agradaba especialmente.

Durante el resto trayecto, Isobel le había parecido a Jubal atribulada, sin duda analizando una y otra vez los datos que tenían para llegar a una conclusión, sin conseguirlo. Cuando se había bajado del coche, él le había hecho un asentimiento intentando darle ánimo. La sonrisa insegura con la que Isobel se despidió había dejado a Jubal con el corazón encogido y añorando el brillo de esperanza que logró ver en sus ojos la noche anterior.

·~·~·

Subieron a la planta 47. En recepción de BaluarTec, por sugerencia de Darío, dijeron venir de Gestiones De La Garza y necesitar hablar con la señorita Fresneda sólo cinco minutos de un tema importante.

La artimaña funcionó. Les dijeron que debía estar a punto de llegar y los condujeron a una sala de reuniones con paredes de cristal, parecida a la del JOC, pero dos veces más grande.

Isobel y Darío se sentaron en silencio, admirando las espectaculares vistas a la ciudad y a las impresionantes montañas.

—[¿La llamaste anoche al final?] —preguntó ella.

No hizo falta que aclarara que se refería a Verónica. La mirada de él se tornó algo velada.

—[No, y me sentí muy culpable.] —Frunció los labios en un gesto amargo—. [Pero resulta que me estuvo mandando mensajes muy desagradables ayer durante todo el día que no he visto hasta esta mañana. Así que, ¿sabes qué? Ahora me siento mucho mejor por no haberla llamado.]

Pero su leve mueca no desapareció de su rostro. Isobel intentaba darle algo de consuelo palmeándole el hombro, cuando su móvil sonó. Era Jubal.

—Miss Fresneda ya está aquí. Ha entrado con su coche en el aparcamiento subterráneo. Ah, chicos, creo que la están siguiendo. Un SUV beige, con los cristales tintados. ¿La Nacional, tal vez?

—Improbable —respondió Darío—. Normalmente la GN usa sedans...

—¿Juárez? —elucubró Isobel.

—Mucho me temo —dijo Darío inquieto.

Después de que Jubal colgara, no pasó mucho tiempo antes de que Adriana Fresneda, mirando su móvil y dando los buenos días, entrara en la sala acristalada.

Al levantar la mirada se detuvo en seco.

—[¿Los envía a ustedes la gestoría?] —inquirió extrañada—. [¿Dónde está Gonzalo?]

—[No, señorita Fresneda] —dijo Darío poniéndose en pie y teniéndole la mano con una sonrisa cordial—. [Soy el agente Montero, de la Guardia Nacional, y ésta es la agente Castille del FBI.]

Adriana tardó en darle la mano a los dos, con cierta desconfianza.

Era una mujer alta, esbelta figura ceñida por un elegante traje sastre, melena de un espeso cabello ondulado color chocolate resaltado en las puntas por algunas mechas doradas. El parecido con su hermana era notable pero no era tan hermosa. Quizás porque en vez de la inocente dulzura que había en los ojos de Sofía, el velo de cordialidad de los de Adriana apenas escondían una expresión dura y calculadora. ¿Tal vez eran los de alguien capaz de matar a su hermana y su sobrino?, se preguntó Isobel.

—[No se han identificado así para entrar...] —dijo con cautela, escrutándolos a ambos con unos inquisitivos ojos gris oscuro, como nubes de tormenta.

—[Sí en el control de seguridad, no a su recepcionista] —admitió Isobel después de un momento.

—[¿Y porque han considerado necesario mentir?]

—[Ayer dejamos mensajes a nuestros nombres, esta mañana hemos llamado también, pero usted siempre está muy ocupada...] —dijo Darío encogiéndose de hombros—. [Sin embargo, su agenda estuvo milagrosamente libre al decir que trabajábamos para Gestiones De La Garza] —concluyó con una media sonrisa descarada de las suyas.

Normalmente las mujeres se ablandaban ante aquella sonrisa. Se volvían simpáticas y colaboradoras. No Adriana Fresneda.

Ella acusó la pequeña humillación de aquel comentario irónico apretando levemente los labios, y su rostro se volvió impasible hasta que logró que la sonrisa de Darío flaqueara. Sólo entonces hizo un ademán educado indicándoles que se sentaran.

—[Está bien. Ya que han venido ustedes hasta aquí] —dijo ocupando un asiento al otro lado de la mesa con una actitud adusta—, [díganme, agentes. ¿En qué puedo ayudar a la Guardia Nacional y al FBI?]

—[Se trata de lo ocurrido a su hermana y su sobrino] —comenzó Isobel.

—[Si no han cogido al culpable no creo que me interese lo que tengan decirme] —dijo con cierto tpno rencoroso.

—[Lo comprendo.] —Isobel dio un tono cálido a sus palabras—. [Pero necesitamos hacerle algunas preguntas. Tenemos una declaración jurada suya diciendo que identificó los cuerpos de su hermana y su sobrino. ¿Es eso cierto?]

—[Sí...]

—[¿Y no recordará cómo realizó la identificación?]

—[¿Por qué preguntan eso?] —preguntó Adriana aparentando desconcierto.

—[Hay ciertas... dudas con la autenticidad de los documentos del expediente] —contestó Darío, sensiblemente más serio que antes.

Hubo un pequeño momento de duda.

—[¿Cómo? ¿Por qué?]

Isobel y Darío no respondieron. Simplemente esperaron su respuesta.

— [Yo... no... No lo recuerdo. No sé. Eran ellos. No pueden hacerse una idea de lo doloroso que fue todo aquello...] —murmuró Adriana apartando la cara; su expresión pareció reprimir mucha angustia.

Pero a Isobel únicamente se lo pareció. No fue una mala actuación. Sólo no lo suficientemente buena para alguien entrenado en pillar a gente mintiendo.

—[¿Tal vez porque... no es cierto que pudiera identificarlos?] —presionó Darío ganándose una mirada extrañada, o quizás alarmada, de Adriana—. [¿Porque los cuerpos no eran los de su hermana y su sobrino?]

Isobel sacó la copia de los registros dentales y se los mostró, comparándolos con los del expediente del caso.

—[¿Se da cuenta de que figuran otros nombres?]

—[Yo no... Por favor, no quiero revivirlo todo otra vez... —se lamentó Adriana.

Sus ojos se llenaron de pena. Aunque no era él el único que le había hablado, hacía rato que no apartaba la mirada de Darío. Isobel pensó que posiblemente no era tan inmune a sus encantos como parecía... O quizás estaba contraatacando. Su amigo mantenía la compostura pero Isobel lo conocía bien; podía percibir que se estaba sintiendo... interesado.

—[De acuerdo. ¿Qué puede decirme sobre estos pagos realizados al Dr. Yáñez del Instituto Forense de Piedras Negras?] —inquirió entonces Isobel de nuevo con suavidad.

El ceño de Adriana se frunció de un modo que recordó muchísimo a Maggie cuando era implacable. Darío se echo un poco hacia atrás pero aguantó la mirada con firmeza.

—[Ah, veo que eso no le afecta tanto] —le dijo él con ironía.

Isobel se sintió orgullosa de Darío. Podía estar interesado, pero no se iba a dejar engañar.

—[¿Me están acusando de algo?] —preguntó Adriana con brusquedad, pero bajó los ojos enseguida, escondiendo su rebeldía—. [No sé de qué me están hablando.] —Cerró los ojos con fuerza, como aparentando sufrimiento—. [No puedo seguir con esto. Lo siento] —se puso de pie.

Para disgusto de Isobel, Darío se arriesgó, al ver que Adriana se marchaba.

—[¿Sabe que está usted en peligro, señorita Fresneda?] —preguntó con un tinte ansioso en su tono—. [Antes de ayer mataron a Isidoro Yañez.]

Adriana sólo vaciló una décima de segundo al oír eso. Isobel le reconoció su autocontrol, aunque se hubiera delatado igualmente.

—[No, no lo sabía. Pero no lo conocía de nada. Si me disculpan...]

Se fue hacia la puerta.

—[No, en persona probablemente, no] —masculló Darío, ácido, levantándose.

Isobel también se puso en pie. La actuación de Adriana había sido para ella, exactamente eso: una actuación. Estaba claro que mentía, pero no estaba segura de en qué sentido. Era una asesina despiadada o una encubridora preocupada. Decidió ponerlo todo sobre la mesa. Tal vea así sería capaz de interpretar a Adriana mejor.

—[Antes de que se vaya, por favor, déjeme darle mi más sentido pésame.]

—[Sí, gracias —murmuró Adriana sin interés, agarrando ya el tirador de la puerta.

Parecía tener algo de prisa.

—[Y mis más profundas disculpas] —agregó Isobel.

Eso logró detener a Adriana, que se giró y miró a la otra mujer, claramente intrigada.

—[Yo provoqué que mataran a Sofía y Carlos] —declaró Isobel solemne.

—[¿Cómo?] —preguntó Adriana, incrédula.

No volvió a sentarse, pero sin embargo, se quedó y escuchó en silencio el relato que le hizo Isobel de lo ocurrido con su cuñado el capo del narcotráfico. De la amenaza del coronel Molina. De cómo logró hacer a Vargas claudicar.

También le habló de que Vargas consideraba a Isobel responsable de la muerte de Sofía y Carlos; de que había jurado venganza. De los atentados contra las vidas de Jubal y el resto del equipo... Del asesinato de Rina.

Por el rostro de Adriana fue pasando la sorpresa, el horror, la consternación.

—[Oh, Dios mío...] —jadeó tapándose la boca con la mano.

Los miró a los dos alternativamente, los ojos empañados de lágrimas. Esta vez no pareció estar fingiendo en absoluto.

—[Sé que yo no los maté] —dijo Isobel —, [pero sí fui la que desencadenó todo esto. Y quería al menos que usted supiera que lo siento. Lo siento muchísimo] —concluyó intentando que no le temblara la voz.

Puso todo su corazón en aquellas palabras. Si Sofía y el pequeño Carlos estaban realmente muertos, si Jubal estaba equivocado en sus conclusiones y Adriana no había tenido nada que ver con su asesinato... Isobel necesitaba desesperadamente su perdón.

La mirada de Adriana se llenó de una inesperada conmiseración que volvió a recordar a Maggie.

Entonces los cerró, echando la cabeza hacia atrás.

—[Usted no debería cargar con esa culpa... Sofía y Carlos... —vaciló— no están muertos. Están vivos... en alguna parte.]

El aire se agarró a la garganta de Isobel.

—[Cuando...] —añadió Adriana. Entonces empezó a hablar muy deprisa—. [Cuando me pidieron que los identificara, lo supe. Tenía que haber habido un intercambio de cuerpos. Por eso... por eso pagué al Dr. Yáñez, para que me diera el informe real de la autopsia. Miren.]

Abrió un portátil que había allí en la sala. Accedió a un archivo encriptado y se lo enseñó.

Ahí lo ponía muy claro. Muertes por causas naturales, incineración parcial post mortem. Firmado, esta vez sí, por Isidoro Yáñez Carrión, y no por un compañero fallecido previamente.

Isobel suspiró profundamente y en silencio ante aquella confirmación que disparó su angustia, aunque le diera cierta satisfacción saber que, al menos, la investigación que Jubal, Darío y ella habían hecho estaba efectivamente en lo cierto.

Mientras, Darío miraba fijamente a Adriana, como sobrecogido.

—[Aunque los he buscado, y no he logrado encontrarlos, creo que están vivos. De verdad] —dijo ella con vehemencia—. [Pero... no puedo ayudarles más.]

Aquello no encajaba. No obstante, Isobel asintió, como indicando que comprendía.

—[Gracias] —y lo dijo sinceramente mirando a Adriana a la cara.

Ésta se volvió hacia Darío con ojos atormentados pero terminó apartándolos.

—[Tengo... Tengo que irme] —balbuceó, dando por terminada la reunión.

Y se marchó apresuradamente.

—[¿Te has creído todo lo que ha dicho?] —preguntó Darío mientras bajaban en el ascensor.

—[No. ¿Tú sí?]

—[Ni de coña]

Era evidente. Nadie más había hecho pagos a Yáñez. ¿Quién sino Adriana le pagó para que falsificara el informe en primer lugar? Y si sabía que no eran ellos, ¿por qué había accedido a firmar entonces la identificación de los cuerpos?

Darío suspiró brevemente.

—[La verdad, me habría gustado que no nos mintiera...]

—[Me ha desconcertado que nos haya dicho que Sofía y Carlos están vivos] —comentó Isobel—. [Si es una asesina despiadada, ¿por qué iba a preocuparse por mis sentimientos? Y si no lo es y está protegiendo a su sobrino y si hermana, ¿por qué iba revelarme un secreto que le ha costado tanto tapar?]

—[Parecía sinceramente horrorizada de lo que le has contado. Tal vez de verdad no quería dejarte cargando con esa culpa...]

—[Tal vez. O no es ninguna de las dos cosas. Pero entonces ha fingido mejor al final que al principio...] —Isobel negó con la cabeza y prefirió no seguir con el tema.

·~·~·

Una vez salieron del edificio, se reunieron con Jubal en el coche.

—Ha dicho demasiadas mentiras. No sé qué creer —dijo Isobel frustrada, después de hacerle a Jubal un resumen de la conversación con Adriana—. Y seguimos sin saber qué les ha pasado a Carlos y Sofía.

—He estado pensando —dijo Jubal haciendo un leve gesto hacia el SUV beige—. Si son de Juárez y están detrás de Adriana, ¿será quizás porque Yáñez les contó que efectivamente Sofía y Carlos están vivos?

—Cierto —estuvo de acuerdo Darío—. Si no es ése el caso, ¿por qué iban a tomarse el trabajo de seguirla?

Considerándolo, Isobel tuvo que admitir que eso tenía sentido. Además, el hecho de que Vargas -si es que podían fiarse de él- les hubiera confirmado que tras la muerte de Yáñez estaba Juárez, le daba puntos a esa teoría.

Pero, en cualquier caso, seguía siendo únicamente una elucubración más. Y además...

—Sí, pero también significaría que están todos en grave peligro, porque la única razón de Juárez para encontrarlos es matarlos de verdad —dijo invadida por una lúgubre y angustiosa sensación. Jubal tragó saliva con dificultad. Darío la miró preocupado—. Por cierto, ¿por qué has hecho eso? —le preguntó a este último

—¿Qué quieres decir?

—Asustar a Adriana con lo de la muerte de Yáñez. Ahora es posible que se desvanezca en el aire.

Darío bajó la cabeza, algo abochornado.

—Lo siento, me puse nervioso —murmuró.

Mirándolo frustrada, Isobel creyó saber porqué se había puesto nervioso Darío, pero decidió callarse.

—Ey, tal vez eso juegue a nuestro favor —intervino Jubal—. Si Sofía y Carlos siguen vivos, y Adriana sabe dónde están, mucho me extrañaría que no salga corriendo a buscarlos.

A Isobel ésos le parecían demasiados "si". Lo miró un poco escéptica.

—Ah, pues sí —lo apoyó sin embargo Darío—. De hecho, mira. Si no lo hace en menos de media hora, me como el sombrero.

—Darío, no llevas sombrero. Nunca llevas sobrero —dijo Isobel poniendo los ojos en blanco mientras se le escapaba una sonrisa.

—Entonces es la apuesta perfecta —replicó Jubal sin reprimir del todo una propia.

Isobel no pudo evitar echarse a reír, y los bendijo a los dos por haber logrado levantarle algo el ánimo.

Los estaba reprendiendo afectuosamente con la mirada, cuando del aparcamiento del edificio Safi salió Adriana en su coche eléctrico. El SUV beige siguió a Adriana. Haciendo un expresivo gesto con las cejas, Darío arrancó y siguió al SUV.

—Vamos allá.

~.~.~.~