INTERLUDIO DOS
—Y entonces, una batalla en el Lado Oscuro se desató.
El motor del auto no daba abasto para la velocidad a la que su conductor intentaba llegar. El hombre, que ni siquiera se molestaba en acomodarse las torcidas gafas, había escapado con prisas del centro de investigación. Incluso su bata, la cual estaba manchada con algunas gotas de su propia sangre, estaba desacomodada y levemente rasgada.
¿Pero cómo podía esperarse otra cosa de alguien que había traicionado y robado a sus superiores? Su único objetivo en el momento era llegar al lugar acordado aquella misma noche
Su nombre era Mitsuo Kagurazaka. Había participado en el que podría ser el experimento más grande de Ciudad Academia hasta la fecha. ¿En qué consistía el proyecto? Era fácil de describir, aunque no tanto de lograr.
Al fin y al cabo, crear a más de veinte mil Usuarios de Habilidades a base del ADN de una de las Niveles 5 más poderosas de Ciudad Academia no solo era complicado, sino también tremendamente caro. ¿Y todo para qué? Para que un albino maníaco las asesinara para hacerse más poderoso. Era como acumular experiencia matando monstruos de bajo nivel para elevar el poder del héroe.
Mitsuo consideraba aquello un tremendo desperdicio de potencial. Si tan sólo el Proyecto Radio Noise no hubiera sido considerado un fracaso…
Aquella misma noche del 11 de mayo había nacido una de las clones, la Sister número 9982. Él mismo poseía en aquel momento, en su bolsillo, toda la información que había hecho posible crear a los clones, cuidadosamente almacenada en un pendrive, además de un tubo de ensayo con muestras que aún eran útiles.
Sólo debía llegar a la fábrica abandonada donde estaba el otro equipo de investigación. Un equipo que pensaba perfeccionar por su cuenta los clones del fallido Proyecto Radio Noise. Si bien tenía sus dudas de que pudieran lograrlo, para él era preferible tomar el riesgo (y el dinero) a dejar que se desperdiciaran los clones en algo que, a sus ojos, era innecesario.
"Crear al primer Nivel 6… ¡Ja! ¿Para qué? ¿Para qué darle más poder a ese maníaco? Maldita sea… Tanto dinero desperdiciado en un proyecto tan tonto."
"Ahora qué lo pienso… ¿quién se supone está invirtiendo dinero en esto? Por el adelanto que me pagaron, se ve que de verdad tienen fondos de sobra…"
"¿Quién demonios, en toda Ciudad Academia, está invirtiendo dinero en una investigación que ya fracasó en el pasado?"
— Bah… ¿De qué me preocupo? Al menos tendré suficiente dinero para poder vivir bien por mucho tiempo. Y, si realmente todo esto sale bien, no habrá represalias contra mí por generarle al laboratorio un éxito rotun—.
¡FSSSSHT! ¡KABLAM!
Un haz de luz verde, como un inmenso láser, acababa de cortar en dos su vehículo.
El auto—o, mejor dicho, las dos mitades del vehículo—avanzaron varios metros más antes de detenerse finalmente, de forma abrupta. Incontables chispas anaranjadas salían del área donde el metal del coche rozaba contra el pavimento.
Mitsuo se hallaba sujetándose con fuerza al volante, con su frente sangrando. Aquel ataque repentino, acompañado por la violenta sacudida del vehículo, lo habían hecho golpearse la cabeza contra el volante del auto.
Cuando su visión finalmente dejó de estar nublosa, divisó un par de figuras frente a él, saliendo de un gigantesco hoyo humeante en la pared de un edificio.
La primera, una chica bastante alta y de cuerpo curvilíneo, tenía su mano derecha apuntando en su dirección. De la misma salía un leve resplandor verdoso, de la misma tonalidad que el láser que había cortado su vehículo en dos.
La segunda chica, de cabello corto y negro y mirada cansada, salió detrás de la primera. No dijo absolutamente nada, pero por la falta de inmutación por su parte, Mitsuo dedujo que estaba con quien parecía ser su atacante.
— Vaya, vaya, vaya. Así que aquí tenemos al ratón que intentaba huir —dijo la primera chica, observando a Mitsuo mientras le dedicaba una sonrisa que no le gustó nada—. Creo que un par de centímetros a la izquierda hubieran bastado para cortarte a ti en dos, ¿no crees?
— ¡¿Q-Quiénes son ustedes?! ¡Pudieron haberme matado! —gritó Mitsuo, intentando soltar el cinturón de su asiento. Sin embargo, el brusco accidente había hecho que el sistema de éste se trabara, manteniéndolo sujeto.
— ¿Que quiénes somos? Hmm… ¿Cómo responderías a eso, Takitsubo?
Mitsuo dedujo que estaba dirigiéndole la palabra a la chica de cabello corto, aunque ésta se limitó a permanecer callada. Sin embargo, una tercera voz, algo más aguda, se hizo oír desde el aún humeante agujero en la pared, acompañada del sonido de pisadas de tacón bajo.
— ¡Yo se la respuesta, Mugino! ¡Somos ITEM!
La chica que había hablado era de estatura baja y complexión delgada, de cabello rubio y ondulado que caía elegantemente sobre sus hombros. En su cabeza llevaba una boina de color azul marino, a juego con el resto de sus prendas.
— ¡¿I-ITEM?! —exclamó Mitsuo, sintiendo su corazón sobrecogerse y sus tripas retorcerse. Ya había oído aquel nombre en varias ocasiones. El laboratorio en el que trabajaba había contratado a aquella organización en otras ocasiones, principalmente para detener a potenciales peligros para la investigación.
Por supuesto, robar muestras estaba listado entre aquellos potenciales peligros.
Un ligero "click" le indicó que su cinturón finalmente había cedido. Palpando el bolsillo de su bata de laboratorio, dio un leve suspiro de alivio al saber que la muestra seguía allí.
Sin embargo, a sus espaldas sintió un fuerte agarre. Dos brazos, bastante delgados, lo contenían con una fuerza tal que casi podía escuchar sus articulaciones glenohumerales crujir por la presión. Aterrado y adolorido, sintiéndose acorralado, miró hacia atrás, intentando ver el rostro de quien lo inmovilizaba. El rostro se hallaba cubierto por la capucha de una sudadera de manga corta de color anaranjado, aunque pudo reconocer rasgos faciales bastante femeninos.
"¡¿E-en serio estas chicas son la poderosa organización ITEM?! ¡Pero si son solo unas mocosas!", pensó, forcejeando con el agarre.
— Vamos, vamos, deja de moverte así. Esto no te dolerá si nos entregas esa muestra —dijo la chica de la boina. Por su acento, parecía ser extranjera. ¿Europea, quizás? ¿Americana?
— No hará falta convencerlo, Frenda. Esto será rápido —dijo la chica alta, Mugino—. Kinuhata, suéltalo.
— Súper-sí, Mugino —respondió la chica de la sudadera, soltando a Mitsuo y saltando hacia un lado, alejándose de él. Suspiró aliviado, pero…
Su alivio duraría poco.
Un resplandor verdoso iluminó la noche nuevamente, atravesándolo de lado a lado. Desde su hombro izquierdo hasta su costado derecho, el láser de Mugino lo cortó en dos.
Para el momento en que su cuerpo, ahora dividido en dos piezas ensangrentadas, con fragmentos de intestino colgando, cayó al suelo, todo rastro de vida había abandonado el rostro de Mitsuo.
— Ah, vaya. Parece que… ¿súper-fallamos? —dijo Kinuhata, observando el pendrive, que se hallaba parcialmente chamuscado, y el tubo de ensayo roto, cuyo contenido se derramaba sobre el pavimento. Parece que el bolsillo de la bata de laboratorio de Mitsuo había sido alcanzado por el letal poder de Mugino, destruyendo las muestras.
— Bueno, al menos no llegó a caer en manos equivocadas, ¿no crees? Cumplimos lo principal, que era detener al ladrón.
— ¡Mugino! —gritó Frenda, la chica de la boina—. ¡Casi me cortas por la mitad también! ¡Avisa con más tiempo para poderme quitar de en medio!
— ¡Jajajaja! Bueno, a la próxima consideraré avisarte.
— ¡¿"Considerarás"?! —chilló Frenda, mientras se alejaban de la escena, regresando al laboratorio para informar del resultado de su misión.
Mientras el grupo de chicas se alejaba, una silueta se mantenía oculta tras una pared. Su cabello negro y largo estaba empapado en sudor, y su corazón latía con una fuerza tal que pensaba que en cualquier momento delataría su posición.
"D-Dios mío… ¿ahora mandan a sicarios a acabar con cualquiera que los traicione? Los científicos de esta ciudad están locos…", pensaba. Una vez el sonido de los zapatos deportivos y tacones hubo parado, esperó unos instantes antes de asomarse por la esquina.
La tenue luz de la luna iluminaba el dividido cuerpo de Mitsuo Kagurazaka, reflejándose en la sangre que salpicaba el asfalto y los órganos que se asomaban por la cavidad que había quedado al cortarlo. Inevitablemente, el joven de cabello negro tuvo una fuerte arcada, expulsando todo el contenido de su estómago al suelo.
Como pudo, se acercó al cadáver, inspeccionando con una repulsión inimaginable los bolsillos de la bata de laboratorio y los pantalones.
"Mierda… ¡de verdad todo fue destruido!", pensó nuevamente, recordando la conversación entre las chicas mientras se retiraban de la escena.
Levantándose, se acercó a los restos del vehículo. Inspeccionó todos los asientos, la guantera, e incluso el portavasos. No había nada. Lo único que encontró que valiera algo la pena era un sobre de papel, en el cual solo había algunos tubos de ensayo vacíos, y una tarjeta laminada. Era todo el dinero que le habían pagado a Mitsuo por las muestras… Bueno, dados los resultados de la misión, lo justo era recuperar la inversión. Guardando la tarjeta en el bolsillo de su pantalón, y con los tubos de ensayo aún en su mano, un horrible ruido hizo que un escalofrío recorriera su espina.
Una risa. Larga, gélida, irregular, maníaca. Provenía de un callejón, a un par de calles de donde se encontraba. A la risa le siguieron unos disparos. Dos… No, quizás cuatro. Aguzando el oído, intentó detectar algo más.
Nada. Tan pronto como había comenzado aquella extraña combinación de ruidos, la noche regresó a su calma habitual.
"¿Qué demonios era eso?"
Ya no había nada más que pudiera recuperar de Mitsuo, por lo que se alejó de allí tan rápido como podía, en la dirección desde la cual había provenido el alboroto. Además, la pestilencia férrea de la sangre fresca comenzaba a marearlo. Era una fortuna que las calles estuvieran desoladas gracias al toque de queda.
Se acercaba rápidamente hacia el callejón desde donde estaba seguro que habían ocurrido los disparos. Podría no tener ninguna habilidad especial o poder, pero su sentido del oído era bastante agudo, ya que constantemente tenía que huir de los miembros de Judgment, además de las otras pandillas de Skill-Out.
Estaba pobremente iluminado, pero podía reconocer una figura recostada en la esquina. Sus delgadas extremidades, torcidas en ángulos extraños, lo hicieron tragar saliva con nerviosismo. La falta de reacción por parte de aquella figura, junto al hedor férreo que se intensificaba nuevamente, le indicaban de forma no tan sutil que estaba frente a un cadáver… por segunda vez en una noche.
Sacó su teléfono móvil del bolsillo, encendió la linterna que traía implementada, y la luz finalmente le dio una visión más clara de la situación.
Efectivamente, se trataba de un cuerpo sin vida. Una chica, de unos catorce años de edad. Llevaba el uniforme de Tokiwadai, manchado de sangre. Sobre su rostro llevaba unas gafas de visión nocturna, con uno de los lentes rotos por lo que parecía ser un agujero de bala.
"¿Esto es una… Sister?", pensó. Por una milésima de segundo creyó que se trataría de la Railgun de Tokiwadai, cuya apariencia era bien conocida por muchos. Pero era inconcebible que deambulara sola por las calles durante el toque de queda, y mucho menos que en cuestión de cuatro disparos acabaran con su vida.
Normalmente, alguien como él—sin poderes, sin talento, y completamente alejado de la comunidad científica desde que fue descartado por ser un Nivel 0—no debería siquiera saber lo que eran las Sisters. Pero de nuevo, gracias a la alianza que había hecho su pandilla de Skill-Out con un grupo de científicos, tuvieron acceso a buena parte de la información. Al fin y al cabo, aunque sólo fueran los peones de una guerra de laboratorios robándose entre sí, debían saber la suma importancia de lo que debían obtener.
Y aún con todo aquello, no comprendía por completo la ciencia detrás de la clonación. Sólo sabía que se requería algo de ADN de la criatura que se deseara clonar, pero ahora que Mitsuo había sido destruido junto con las muestras que había robado, toda la alianza entre los científicos y Skill-Out peligraba.
Todo por una muestra de ADN… Una muestra que se había perdido… ¿Perdido?
Cierto… Quizás podría…
Acercó su mano libre a la inerte cabeza de la chica. Todavía era posible sentir algo de calor. Se preguntaba si hacer aquello estaría bien, pero no era el momento para moralidades baratas…
Arrancó un mechón de cabello de la chica, asegurándose de que su mano desnuda no tocara nada más que la porción que había tomado. Su corazón latía violentamente, aunque no tuvo tiempo de preguntarse otra vez si profanar un cadáver estaba bien. Oyó pasos, un grupo de unas diez… No, veinte personas. No sonaban como las botas de los Anti-Skill, sino como mocasines escolares. Sin embargo, no iba a arriesgarse a ser visto en la escena de un crimen, y no uno cualquiera, sino un asesinato.
Se giró sobre sus talones y corrió en la dirección opuesta a los pasos. Mitsuo había fracasado en su misión, pero al menos él había recuperado una muestra de ADN útil.
"Porque los clones son genéticamente idénticos al original… ¿cierto".
Mientras se alejaba de la escena, desapareciendo por un callejón, el origen de los pasos se hizo presente en donde yacía el cuerpo de la Sister. Veinte chicas, de alrededor de catorce años de edad, miraban el cadáver con expresiones tan inertes como la chica manchada de sangre.
Pero aquella insensibilidad no era lo más llamativo del grupo, sino el hecho de que todas ellas eran exactamente iguales entre sí. Además, eran la viva imagen del cadáver, con sus uniformes de Tokiwadai, sus cabellos cortos peinados con nulas diferencias entre sí, y sus gafas de visión nocturna.
— "Es hora de realizar la limpieza asignada", dice MISAKA, solicitando a MISAKA que la ayuden a cubrir el cadáver de su hermana con la bolsa.
Tenía una forma muy peculiar de hablar. Cualquiera que la escuchara tendría dificultades para saber si iba en serio o no. Después de todo, ¿quién hablaría en tercera persona, encima narrando sus propias acciones, y con un tono de voz tan impasible?
— "Afirmativo", responde MISAKA, a la vez que comienza a abrir la bolsa para cadáveres.
Respondió otra de las chicas, con una voz idéntica a la primera. Se acercaba al cadáver que tanto se le parecía, abriendo el cierre de una bolsa bastante grande de color negro.
En cuestión de pocos minutos, en el callejón no quedaría rastro de lo que había ocurrido.
Incluso el asesino ya debía de estar a kilómetros del área, avanzando como una sombra blanca e impasible.
