EYE FOR AN EYE
-Inmoral-
…
Podía ver las llamas arder.
Si.
Las llamas del infierno.
Si, eso era.
Yang era su infierno personal, donde expurgaría sus males, donde sería castigada por sus pecados, por haber matado a Ruby Rose y haber convertido su brillante futuro en eso, en una falsa copia. Había tomado todos los valores con que la criaron y los había tirado al suelo, los había pisoteado, una y otra vez. Había tomado el recuerdo de su madre, su heroísmo, y también lo había destruido.
Prometió ser como ella, ser un héroe, pero no, hizo todo lo contrario.
Ahora sus valores estaban contaminados, sus pensamientos estaban contaminados, su existencia estaba lejos de la salvación.
¿Cómo podía ser salvada?
No, no podía, porque había perdido la pureza, la inocencia, y ahora su mente estaba envuelta en pensamientos repulsivos, sanguinolentos. Cerraba los ojos y recordaba ese día, donde vio a Cinder incinerarse desde adentro, frente a sus ojos, y deseó que hubiese sido ella quien la hacía arder, no el ojo de su madre, no lo que la hacía parte de la luz. El picor en la cuenca de su ojo falso creció, esos pensamientos aumentando esa sensación desagradable.
Ese ojo falso, su cruz.
Había perdido lo que la hacía fuerte contra la oscuridad, y ahora debía aguantarse.
Exacto, había perdido algo de luz.
El ojo que le quedaba era lo único que la mantenía viva, que le permitía el camino de la redención.
Podía pagar por sus pecados, podía ser castigada, y así se elevaría.
Supo que su sonrisa se agrandó, porque notó su propia expresión en el reflejo de los ojos inyectados en sangre de su hermana, su propia sangre.
Vio a Cinder arder, pagar por sus pecados, por todo lo que hizo, por todas las muertes que causó, y ahora, ella misma, iba a pagar de la misma forma, un infierno vivo iba a consumirla, y no temía, por supuesto que no, no sentía dolor, no sentía miedo alguno, y tenía claro que cualquier otra persona, en su lugar, estaría aterrorizada.
Pero no era así.
Estaba cerca de la redención, así que debía agradecerle a los Dioses por darle la oportunidad.
La mano metálica de Yang seguía sujetando su capa, pero ahora se detuvo, ahora nada la sujetaba, entonces los dientes de esta se apretaron, y así su puño humano.
Ahora nada la mantenía en su lugar.
Cuando el golpe le llegó, más que dolor, sintió su cuerpo liviano, tal vez demasiado.
No.
Eso estaba mal.
Debía doler, debía arder, debía quemar.
¿Cómo iba a redimirse si no recibía un castigo?
Su cuerpo cayó metros más lejos.
No se había dado cuenta de la intensidad del golpe, no lo sentía así, para nada, ni siquiera cuando rompió el suelo tras su espalda. Se quedó un momento mirando alrededor, donde estaba, sintiendo la tierra suelta ahora en su cuerpo, en sus manos.
Había causado un desastre.
Pero no, seguía sin estar bien.
No sentía dolor, ¿Por qué?
Cierto, no era suficiente.
Se levantó, rápidamente, sintiéndose energizada.
Era mayor pecadora de lo que creyó. Un golpe, dos golpes, no eran suficientes. Necesitaba más, necesitaba sentir más. Necesitaba aplacar de alguna forma el picor incesante en su rostro.
Pudo simplemente llevar las manos al rostro, ambas manos, y usar sus uñas para rascar toda la zona vendada, pero no, no podía, eso la llevaría al infierno, y si estaba ahí, sintiendo ese calor, era porque iba a redimirse. Sintió los dedos arder, la piel bajo las uñas ansiando llegar a su rostro, pero en cambio las movió hasta su arma.
Su arma pecadora.
Si, Crescent Rose debía expiar sus pecados también. Compartían la culpa, así que debían compartir el castigo.
Yang comenzó a acercarse, lista para continuar.
Se preparó para el ataque, y si bien debió aceptarlo de frente, le fue imposible.
Sus instintos más básicos la obligaban a pelear, a mover su arma, a defenderse de su atacante, sin importar quien fuese. Era algo incrustado en su cabeza, luego de años y años luchando. Los sonidos chirriantes de los choques metálicos entre Crescent Rose y Ember Celica retumbaban en sus oídos, y era algo tan típico en su vida, el sonido de la batalla, que no podía detenerse.
Si, era una villana, no iba a dejarse consumir ni incinerar fácilmente.
Estaba mal, estaba muy mal, pero no se podía evitar.
Aún tenía mucho por lo que pecar, aun quería hacer muchas cosas, y si se redimía ahora luego no tendría una segunda oportunidad. Aún quedaba mucha basura en el mundo, y sabía que nadie de los que conocía tenía las agallas para convertirse en un asesino. Pero ella sí, ella podía, ya lo era.
Había sacrificado su propia humanidad, su inocencia, con tal de matar, y quería hacerlo de nuevo, si, ansiaba sentir eso de nuevo.
Sentía su cruz arder, quemar bajo las vendas, pero no le importaba. Sentía el agujero de su rostro picar, ansiando sus uñas con locura, pero no le importaba. Iba a seguir sintiéndolo, hasta que no tuviese nada por lo que luchar, hasta que no tuviese nadie a quien odiar, a quien ajusticiar.
¿Estaba ajusticiando?
¿Eso no era algo que un héroe haría?
¿No era acaso esa una redención en si misma?
Su cuerpo, acostumbrado a la batalla, sintió como iba perdiendo terreno, pero no se iba a dejar perder, no fácilmente, si perdía contra su propio castigo, ¿Cómo iba a matar a los demás? ¿Cómo iba a ganarles a todos si era así de débil? Debía superar a Yang, debía superarlos a todos. Ya no iba a dejar que matar a sus presas fuese un trabajo ajeno, como el que cumplió su indefenso ojo, no, ahora sería ella, ahora sería lo suficientemente fuerte para ser ella quien ganaba, sin que nada ni nadie más se ganase el mérito.
Si iba a caer al fondo del abismo, iba a ser por sí misma, iban a ser sus propias acciones.
Estaba dispuesta a ensuciarse, ahora que sentía el sabor del pecado, no podía aburrirse.
Se había convertido en Cinder para matar a Cinder, y ahora empezaba a tener sentido esa frase. Realmente se había vuelto como esta, pero no con sus estúpidas e insignificantes razones para hacer el mal. Esta quería tener poder, ser superior, pero al final solo le lamía la mano a Salem.
No, ella no sería así.
No iba a depender de nadie para hacer lo que hacía, no le pediría permiso a nadie. Iba a conseguir sus objetivos por sí misma, sin que nadie la retuviese.
Ni siquiera su hermana.
Disparó al suelo, y se elevó por los cielos.
Nunca se sintió tan inmoral el hacer algo semejante. Su lugar en el mundo era en el suelo, en lo más profundo.
Disparó, una y otra vez.
Nadie iba a detenerla.
Nadie iba a controlarla.
Nadie le iba a quitar la libertad.
Ahora fue su ojo plateado el que comenzó a picar, pero no dejó de mirar a Yang mientras se mantenía en el aire a punta de disparos, mientras esta esquivaba cuantos podía.
Ese ojo era el de su madre, era como una señal, una señal de su madre.
Su madre, de nadie más.
Por supuesto, no me he olvidado de ti, mamá.
Ese era su camino, su nuevo camino, su nueva venganza.
Iba a descubrir la verdad e iba a hacer lo que fuese necesario para obtenerla, y luego, iba a deshacerse de quien destruyó a quien más amó y admiró.
Iba a matarlos a todos, hasta dejar de sentir esa sed.
Sintió que estuvo horas ahí, en el aire, disparando a Yang, usando el retroceso de su arma para mantenerse ahí, en posición. Pero las balas se acabaron, ya no quedaban más en el cartucho y no tenía ninguno más de repuesto. Así que comenzó a caer.
Ni siquiera hizo el ademán de usar una estrategia de aterrizaje, por una parte, le sonaba perfecto el estrellarse contra el suelo de nuevo, donde debía estar.
Pero no tocó el suelo.
Escuchó los cartuchos de Ember Celica resonar, listos para ser disparados.
Así que cuando estuvo a punto de tocar el suelo, el puño de Yang llegó a su cuerpo, disparando el cartucho justo en su pecho.
No sintió absolutamente nada.
Si, ya no sentía nada.
Solo sentía ardor en su cara, en su cruz, y picor en el agujero de su cabeza, nada más.
No había castigo, no había redención, no aún.
Aun no tenía permiso para pagar por sus actos, los Dioses le daban un margen de error, aun podía embarrarse más, ya luego pagaría con su cuerpo, con su dolor, con los latigazos en la espalda y la humillación de haber mancillado a una niña inocente como lo era Ruby Rose.
Ya pagaría, pero no ahora.
El agujero que dejó su cuerpo contra el piso fue incluso mayor que el primero. Había quebrado hasta unos asientos con la fuerza del impacto, pero no sentía absolutamente nada.
Así como tampoco sentía su alma, su aura, inexistente.
No sintió nada más que dicha durante esa breve pelea, pero ahora sentía algo, y era arrepentimiento. Estaba segura de que Weiss se iba a enfadar, habían hecho un desastre, y no solo eso, Atlas también iba a reprenderla, y no como quería que la reprendieran, como era debido ante sus pecados.
Miró a Yang, sus ojos ahora lilas ante el éxtasis de lograr un buen golpe, pero al verla, aun viva, parecía activar su ira.
Había algo en esta, y lo entendió.
Yang también se había contaminado. Era su hermana, por supuesto que iba a contaminarse por su culpa. ¿Estaban en el mismo camino ahora? Si, si podía matar a su hermana, entonces podría matar a quien fuese.
Si, esa era la personalidad que necesitaba con ella, la que le daría la determinación para destruirlo todo por completo.
Únete a mí, hermana.
Acabemos con todo. Con todos.
Yang se detuvo, su puño detenido en el aire. Notó confusión en los ojos ajenos, pero rápidamente entendió lo que ocurría. Podía notar aquel símbolo que tan bien recordaba, de todas formas, lo vio muchas veces, peleo muchas veces usando ese símbolo como su apoyo incondicional, permitiéndose aumentar sus propias capacidades.
Lo vio desde el comienzo, y se había encariñado con su existencia.
Aquel símbolo podría darle aún más poder, poder que necesitaba para conseguirlo todo.
La marca de Weiss brilló en negro, brillante, y se vio sonriendo ante la simple idea de verlo de ese color, así como cuando lo usaron como equipo y vio el claro símbolo pintándose de rojo, de sangre, de pecado.
Quería verlo así de nuevo, ansiaba verlo así de nuevo.
Weiss era una pecadora también, podían lograrlo juntas.
Ambas se mancharían de rojo.
La escuchó gritarle a Yang, enfadada, parecían discutir acaloradamente, pero ya no le daba sentido a lo que decían, no tenía relevancia alguna. Pero se obligó a ponerles atención, ya que el picor en su cuenca comenzaba crecer una vez más y no quería rascarse teniéndolas ahí. Era un pecado que solo iba a cometer en la soledad, de todas formas, había aprendido que presionar un poco su ojo falso era suficiente para calmar el picor.
"No puedes atacarla en ese estado, ni siquiera tiene su aura activada, ¡Eres una bruta!"
La voz de Weiss resonó mientras la sentía acercarse, mientras la ayudaba a levantarse, y aceptaba la ayuda, ya que de nuevo no sentía las piernas. Si, no sentía mayor dolor, pero los golpes de Yang debieron herir su cuerpo con suficiente precisión.
¿En ese estado? ¿Sin aura? Ahora que lo pensaba, si, su hermana era una bruta. No puedes atacar a alguien que no tiene aura, al menos no si no quieres matarlo, muy mal, muy mal.
Aun así, era exactamente eso lo que esperaba.
Que no tuviese miedo de matar.
Miró a Yang, mientras sentía como Weiss la ayudaba a moverse, con la intención de llevarla de nuevo a su habitación.
Notó culpa en los ojos de Yang.
No.
¡No!
Se sintió decepcionada, probablemente ni siquiera pudo ocultarlo. Su rostro expresándolo con precisión.
No puedes sentir culpa, Yang.
Debes matar sin mirar atrás, debes hacer todo lo posible para llenar tu propia sed de venganza. Estás enojada conmigo, si, lo entiendo, por lo tanto, debes castigarme, debes hacerme daño, hacerme sangrar, hacerme sentir todo el dolor que tu sentiste por mi culpa.
Tal vez Yang no se había contaminado después de todo.
No tenía lo que necesitaba a su lado.
Su cobardía seguía estando ahí, a flor de piel, tal y como su madre biológica.
Cobardes.
Así que dejó de mirarla, y se enfocó en el camino hacia el interior del hospital. Por culpa de Yang iba a tener que estar ahí más tiempo aún, perdiendo tiempo en recuperarse cuando podría estar afuera, buscando información, lo que sea para poder lograr su cometido, para estar más cerca de la verdad, más cerca de Salem.
Cumpliendo sus objetivos.
Desatando su venganza.
No había logrado salir del hospital, ni había pagado por su inmoralidad.
Ahora solo tenía que esperar.
Un poco más.
Solo un poco.
