MAD WORLD
-Sentimientos-
…
Cuando la reina le pidió salir de caza, le sorprendió.
O al menos fingió sorprenderse.
Era todo parte de su plan.
Y, todo era gracias a que había hablado con la gata, que había conseguido engatusarla, bueno, no realmente, pero algo similar. Necesitaba asegurarse que su hermana sobreviviese si no conseguía sacarla de ahí, si no conseguía ganarse a la reina, al menos tendría la seguridad de que Blake la mantendría viva.
¿Por qué?
Pues porque la sed de sangre que su hermana tenía, ese caos, esas ganas de quemar, de hacer todo arder, era exactamente lo que la gata quería en su vida, lo que necesitaba en su vida para sentirse viva, más euforia, más adrenalina, algo que ni siquiera una asesina como la reina podía darle.
Un ser sin sentimientos como la reina jamás podría satisfacer a la gata.
Pero la gata seguía reacia, tan reacia como la misma reina.
Si, lo sabía, no era confiable, ni siquiera lucía confiable, y no se consideraba alguien confiable tampoco.
Ahí, eran enemigos.
Era enemiga de la reina, así como era enemiga de la gata, y, de hecho, incluso era enemiga de su propia hermana, pero así era ese mundo, ese retorcido mundo, todos eran enemigos en sí mismos. Su propia madre fue su enemiga, obligándola a sonreír, obligándola a seguir viviendo a pesar de lo que significaba eso. Si hubiese estado en los zapatos de su madre, al haberse dado cuenta que su hija heredó sus ojos, la habría asesinado en ese mismo instante, ni una sola duda, nada.
Por supuesto.
¿Dar a luz a un niño para que sufra?
No, no haría eso.
Era una infección, y ya se sabía que pasaba con eso, que uno debía cortar el miembro antes de que la infección avanzara, antes de que lograse llegar a todos los otros lados del cuerpo, a la sangre, al corazón.
Había que arrancarlo de raíz.
Y así eran esos ojos. Solo la muerte ayudaba, cortar de raíz.
Vivía sabiendo, y temiendo, el ser encontrada por aquella enferma mujer, el verse encerrada con esta, el ver como los ojos de la mujer la obligaban a mirarla, la obligaban a consumirla, así como esos ojos consumieron a los de su madre. Los plateados comenzaban a sangrar, comenzaban a llorar, comenzaban a arder, hasta que las cuencas se salían por si solas entre la presión, y ahí, la mujer disfrutaba con regocijo de su nueva adquisición.
Eso hacía esa mujer, pero otras personas tal vez hacían cosas aún más horribles para obtener aquel oro.
Y verse a solas con la reina solo reforzaba ese miedo, solo le traía de vuelta los traumas del pasado que la dejaron así, como era en la actualidad, donde perdía la razón con la más mínima cosa, donde perdía cualquier atisbo de cordura.
Pero ahí estaba, cegando a las bestias que se acercaban, sacando el arma tras su espalda, ensamblando cada una de las partes, para luego atacar, para asesinar, para destruir, para esfumar, mientras la reina miraba expectante, digiriendo cada uno de sus movimientos con cuidado, analizándola, y no había sensación que le causase más repugnancia, pero debía mantenerse firme.
Debía darle en el gusto a la reina, solo así podría ganar más tiempo, ganarse a su hermana, y si la reina quería verla pelear, quería ver como era su calidad como guerrero, ver como las bestias se retorcían con el brillo de sus ojos, lo haría. Por supuesto que lo haría, aunque su instinto fuese cegar a la reina y salir de ahí, lo más pronto posible.
Huir, o matar, y ya sabía que matar no la ayudaría.
No ayudaría a su hermana.
Probablemente huir tampoco.
Bajó su brazo, el mango firme en su mano, y con esto apoyó la cuchilla creciente de su arma en el suelo, haciéndola rebotar, así las manchas oscuras de las creaturas resbalarían y saldrían del filo para luego desaparecer, tiempo después. No escuchaba a nadie más en las cercanías, aunque luego de la manada que mató, dudaba que hubiese más por ahí dando vueltas.
Era un bosque tupido, silencioso, y se sentía incluso más al tener a la reina ahí, en completo silencio, una estatua, y en la habitación del trono se veía a juego con el lugar, combinaba, pero ahí, en medio de árboles y tierra quemada por las heladas, era surreal.
Sabía que había guardias, estos alejados para no entrometerse, pero ahí, alertas, para avanzar si es que escuchaban como la reina les daba la orden de acercarse. Aun así, estos también estaban inertes, demasiado silenciosos, tanto así que no los escuchaba, y consideraba tener un buen oído para ser una humana y que su mayor habilidad fuesen sus ojos.
No los escuchaba ni moverse ni respirar.
Tampoco escuchaba a la reina.
Un guerrero de los ojos plateados necesitaba todos los sentidos agudos para pelear, no por nada su casta era usada para guerras y batallas. Para matar y para proteger.
Ahora solo los coleccionaban como un tesoro más.
Y no podría pelear como siempre, teniendo un ejército silencioso tras su espalda.
"Si fuese mi padre, ya te habría sacado los ojos."
Dio un salto, sintiendo el aire abrumadoramente denso dentro de sus pulmones.
Eso era exactamente lo que trataba de evitar.
Se giró, buscando la mirada de la reina, sin poder contener lo retorcido de su sonrisa, como los sentimientos de miedo, de inquietud, de inseguridad empezaban a revolverse dentro de sus venas, listos para estallar, para hacer que cometiese un error que le costaría la vida, como tantas otras veces.
La reina seguía sin sentimiento alguno, nada, y por una parte eso le sirvió como distracción. No había intención alguna tras esos ojos, tras esa fachada, tras esa piel y carne, nada. No parecía querer matarla, no parecía haber nada que la hiciese moverse, sin embargo, esa misma falencia de sentimientos la hacía sentir incluso más perdida, más confusa, sin seguridad alguna.
Si había odio, al menos sabía que debía irse con cuidado, si sentía cariño, entonces no tendría de que preocuparse, pero ante la falta de sentimientos, cualquier acto sería imposible de predecir.
Y esa mujer se guiaría por la lógica.
"A mi padre le interesaba el dinero más que cualquier cosa, pero yo puedo verle más valor a tu existencia como guerrera, no solo como ojos que valen dinero. No necesito más dinero."
Tragó pesado, por una parte, relajándose, sabiendo que las palabras de la reina al menos eran honestas, parecían serlo, no había necesidad de mentir en una situación así.
O eso creía.
Se acercó a la reina, desarmando su arma y guardándola tras su espalda, cosa que hacía sin tener que mirar, se sabía de memoria cada una de las partes.
"Muchos desean estos ojos, no solo por el valor."
Le dijo, pero en realidad no entendía porque lo había dicho. ¿Qué estaba intentando? ¿Que la reina se interesase por estos?
Por supuesto que tenía una intención escondida tras sus palabras, intenciones que su lógica nunca aceptaba, pero ahí eran sus ojos hablando.
¿Esta sentiría algo?
¿El arrancar los ojos de sus cuencas le daría algún tipo de sentimiento?
¿El interés la haría moverse por impulso?
Quería verla reaccionar, sus ojos ansiaban ver más, sentir más, y era imposible controlar su impaciencia.
Jadeó, e intentó calmarse.
Ya estaba perdiendo de nuevo la cordura, y no le sorprendía, ¿Cuántas horas llevaban ahí a solas? Ahí, matando creaturas mientras que la reina la observaba como si se tratase de un espectáculo.
La reina giró su rostro, levemente, en confusión, o en curiosidad, no estaba segura, pero siempre le incomodaba esa expresión.
"Salem."
El nombre salió de la boca de la reina, y se vio sonriendo, se vio soltando una risa estrepitosa, sus interiores retorciéndose, hirviendo, removiéndose, el miedo haciéndola sentir perdida, y era solo un nombre, nada más que eso.
Se apoyó de las rodillas, su risa saliendo más y más, se sentía salivar en expectación, en dolor, en miedo, en ansiedad, en preocupación, miles de sentimientos que intentaba ignorar pero que sus ojos disfrutaban de hacerlos emerger.
Odiaba reírse cuando sufría así, odiaba sonreír cuando lo que más quería era llorar.
Sonríe por mí, pequeña rosa.
No dejes de sonreír.
SIGUE SONRIENDO.
¿Eso era lo que la mantuvo viva durante tanto tiempo?
No lo sabía, pero ya creía que no era suficiente, de hecho, creía que era peor, que todo empeoraba cuando sonreía.
Podía sentir la mirada de la reina firme en ella, mientras perdía la razón, mientras reía sin parar, su garganta irritándose. Al menos esta no la mataba por no mirarla, lo que era algo bueno en esa situación de mierda.
Escuchó a la mujer removerse, preparándose para hablar, a pesar de que su risa estuviese retumbando entre los árboles.
"Una vez tuvimos a alguien de tu tipo en nuestro reino, un gran guerrero, pero esa mujer se presentó con mi padre para ofrecerle dinero. Mi padre aceptó sin dudarlo, aunque significaba perder a un buen peleador dentro de nuestras filas, absurdo error. Sé que esa mujer colecciona esos ojos, ¿Con que fin? No lo tengo claro, pero me parece una pésima forma de utilizar a una casta tan única como la tuya."
Dejó de reír, finalmente.
Así que también se había aparecido ahí.
Viajando de continente en continente, buscando ojos plateados para saciar sus más retorcidas fantasías. No le sorprendía, pero le aterraba. Salem estaba en todos lados, sabía todo, y le impresionaba aun no habérsela topado. O sea, si, en parte si, solo que su lacaya hizo mal el trabajo, y murió sin llevarle la presa a su dueña.
Levantó el rostro, sintiendo su rostro sudado, sus ojos vidriosos, su boca jadeante.
La mera idea de la mujer la dejaba mal, en más de un sentido.
Y no se culpaba a sí misma, ya que, al haber estado presente cuando esa mujer tomó la vida, y los ojos, de su madre, eran imágenes con las que soñó incontables veces, de diferentes formas, las pesadillas permaneciendo hasta la actualidad, dejándola sin cordura, sin calma, sus propios ojos aumentando su sufrimiento.
Pero ahí estaban esos ojos, esos orbes celestes, esa nada, tan abrumadoramente vacía, calmando los suyos, tan retorcidos.
"Ella mató a mi madre, por eso vivo huyendo, para que no me encuentre. Debo sonreír por ella, mantenerme a salvo por ella, y ahora estoy tentando al destino por la estúpida de mi media hermana, a la que me obligó a proteger."
Sintió que soltó las palabras con cizaña, su sonrisa tornándose nada más que una mueca de rabia, la que se tornó en una sonrisa rápidamente. Estaba acostumbrada, llevaba años manteniendo esa mueca, e incluso con esa experiencia, seguía perdiendo los estribos, seguía perdiendo la sonrisa y poniendo otra mueca sobre esta.
Fallándole a su madre.
La reina, a pesar de su abrumador desplante de emociones, no pareció inmutarse con nada, ni sorpresa, nada. Como si se lo esperase, o como si su carencia de sentimientos le impidiese molestarse.
Segundos después, eternos, esta giró el rostro de nuevo, ladeándolo.
"¿No te molesta sonreír? Se ve agotador mantener esa mueca siempre."
Sonreír, parecía algo imposible para esa mujer.
Ni siquiera se la imaginaba.
Si, sentía felicidad también, sintió felicidad en el pasado, no era un sentimiento que no tuvo, probablemente había logrado sentir todos los sentimientos que existían, ya fuesen propios o ajenos. Pero, esa mujer, no parecía ser así, no parecía haber sentido mucho.
"Me acostumbré, pero tienes razón, es agotador, sobre todo cuando siento miles de sentimientos abrumadores en los que reír sería tu última opción. No sé si sonreír ayuda a canalizar mejor todo lo que sentimos como casta, pero ya no podría no hacerlo luego de una vida entera haciéndolo."
La reina dejó de mirarla, y le sorprendió.
Los celestes nunca no la habían mirado, y se vio confusa.
Esta movió las manos, dejándolas frente a su cuerpo, las mangas del vestido siempre siendo mucho más largas de lo que eran sus brazos, pero con el movimiento que hizo, esas mangas se subieron, y notó cicatrices en sus antebrazos, heridas auto infringidas, era evidente por la variedad y forma de cada una de estas.
Cuando los ojos celestes la miraron de nuevo, no la pudo mirar de vuelta, sus propias manos enguantadas moviéndose hasta las ajenas, tomándolas, subiendo más las mangas, mirando las heridas.
Su lógica no permitía que hiciese un movimiento así, pero de nuevo, eran sus ojos los que deseaban sentir algo en la reina.
Se vio pasando los pulgares por las variadas cicatrices, sintiéndolas, intentando ver que había detrás de estas. Cada herida dejaba un rastro de sentir, trazas de un sentimiento.
"Soy diferente a ti, asintomática, así que me da algo de curiosidad como tu casta funciona."
Asintomática.
Una palabra que no creyó que escucharía, mucho menos hablando de sentimientos.
Y era así, en esas cicatrices no sentía nada, absolutamente nada, lo único que podía sentir en estas, era el retorcido deseo de sentir algo, lo que sea.
Un grito de auxilio, una señal.
Dolor, sufrimiento, pena, rabia.
Pero no, no había nada.
Probablemente, si alguna vez sintió algo, fue perdida, se sintió perdida en ese entonces.
Perdida en su propio cuerpo.
"No creo que hubieses nacido así, sin sentir. Lo he visto antes, como crían a los niños como maquinas pensantes, criadas para tomar decisiones sin que ningún sentimiento los haga vacilar, para que hagan todo con lógica, para que no se salgan de su camino."
La reina la miraba de nuevo, ladeando el rostro, en esa mueca de curiosidad e interés.
"¿Crees que mi familia me hizo esto?"
Probablemente, y si hubiese sido así, entendería porque los mató a todos, pero, no era así, esta no se había dado cuenta de eso, lo notaba en su expresión. Lo que sea que hizo, fue porque era el camino más lógico, y era realmente terrorífica la forma en la que esa mujer actuaba.
Su familia, debió meterse en su camino, en el futuro del reino, y Weiss Schnee decidió tomar el camino más lógico, el camino que llevaría el reino a su punto más alto.
Y los mató.
Los mató a todos.
"Es una teoría, no tengo forma de saber la verdadera razón. Pero, es bueno de cierta forma, los sentimientos nublan tu juicio, te hacen hacer cosas que no tienen sentido, te hacen cometer errores y arriesgar tu vida en vano. No es tan divertido sentir cuando sufres por diferentes cosas, cuando te duelen ciertas otras cosas o como cuando te enojan ciertas cosas."
La mujer asintió, moviendo sus manos y liberándose de su agarre, volviendo a ocultar sus heridas tras las mangas de su vestido.
"Venir aquí a buscar a tu media hermana, fue una decisión poco lógica. Te metiste a la boca del lobo."
Esta dijo, luego de unos minutos en silencio, y por primera vez en mucho tiempo, soltó una risa real, una que sintió en su cuerpo, no una que suprimía algo más.
Y si, era verdad.
"Una decisión estúpida, lo sé. Yang tiene un encanto característico, tiene una belleza única con su cabello rubio y su cuerpo esbelto, es completamente el opuesto a mí, pero arruina todo aquello al tener un carácter explosivo. Te dije que se metía en problemas, y eso era desde que éramos niñas. Quemando lugares, hiriendo a otros niños, todo por placer, y las cosas empeoraron en la adolescencia. Es capaz de hacer lo que sea, y temo que esté muerta, que la hayan asesinado por cometer actos atroces."
Sabía que no estaba muerta, estaba segura, la había visto, pero necesitaba decirlo, necesitaba que la reina se diese cuenta que la mujer que tenía encerrada era su hermana, y diciéndole sus características y algo tan básico de su personalidad la haría darse cuenta.
¿Qué hiciste aquí, Yang?
Si la reina aun no la hacía pagar, iba a hacerlo ella misma.
No podía dejar que se siguiese saliendo con la suya, antes podía, pero ahora que la involucró a ella, debía hacerla pagar.
Eso no se lo perdonaría.
Y si, se metió en la boca del lobo por esta, arriesgándose la vida, y su hermana disfrutaba demasiado hacer daño, pero esta vez iba a ser ella quien le causaba daño a esta, dándole su merecido.
Es hora de pagar por los pecados.
