KOTODAMA

"El alma que reside en las palabras"

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Capítulo IX

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"La Luz más pura de todas

Es atraída por la gravedad del Amor

Y en la oscuridad que la rodea todo es posible"

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El sillón del jefe comenzó a girar y ahí estaba Kikyo.

La había conocido hacía unos cuántos años, cuando él acababa de cumplir la mayoría de edad. Se había sentido impresionado por ella, por su belleza y por la prestancia que parecía tener. Apareció un día siendo la que daba las órdenes en lugar de Naraku, aunque éste siempre estaba en la sombra. Por entonces InuYasha ya estaba planeando su salida de todo esto; la que ahora mismo se le estaba haciendo eterna. No era fácil para alguien como él conseguir otro lugar en una sociedad con una estructura tan rígida como la japonesa, no después de la vida invisible que había llevado. Kikyo y él no eran amigos, nunca lo habían sido, tampoco habían sido pareja, aunque se besaron una vez. Ella dijo que estaba borracha; él sabía que era mentira.

La vio ponerse en pie y comenzar a rodear el escritorio, dejando cómo único ruido de fondo el sonido de los tacones que llevaba, dando pasos calmos y seguros. Al hacerlo exponía una de sus características: le gustaba vestir bien y que se le distinguiese del resto de mujeres que rondaban el lugar. Pocas veces se le veía entrar caminando al barrio, habitualmente lo hacía en coche y llegaba por la parte de atrás. Era alta y sus movimientos tranquilos y gráciles la hacían destacar. La siguió con la mirada, hasta que se detuvo por delante del escritorio y descanso su peso en el borde de madera. El gesto permitió que su pelo largo y liso tocara la superficie con las puntas. La indumentaria estaba pensada para mostrar a los presentes un estatus, un lugar que sólo algunos capaces de arriesgar podían alcanzar. Llevaba una blusa de color hueso, metida en la cintura de un pantalón de corte alto perfectamente planchado, como si nunca hubiese estado sentada; aun así paso una mano por un lateral, quitando una arruga imaginaria.

—Comencemos —mencionó, dando la voz de mando de forma cálida y concisa, tal como solía hacer—. Me alegra que estén todos aquí.

En ese momento le dedicó una mirada a InuYasha, él miró al suelo, para regresar la mirada al frente una vez ella cambió la dirección de la suya.

—Las últimas semanas hemos tenido algunas perdidas comerciales —comenzó a explicar Kikyo con calma. Cualquiera que la viese pensaría que no se movía una pluma alrededor de ella sin que se diese cuenta—. Kaguya Yasei y quienes trabajan para ella han estado ganando terreno y es necesario que pongamos un freno a eso.

Meiyo —pensó InuYasha. Comprendió claramente por qué estaba aquí. Sin embargo esta vez intentaría zafar, no ser considerado para el trabajo, así tuviese que pasar por invisible.

En este mundo de aprovechamiento, corrupción, sexo y vicio; existían ciertas normas de honor que mantenían a los jefes en sus sitios de poder y con ellos a todos los que trabajaban bajo su cuidado. A eso apelaba la idea del meiyo. Si se quería conservar un lugar privilegiado se debía demostrar coraje y capacidad, a través de conseguir algo arriesgado y complejo, la alternativa era retar al bando contrario a una pelea callejera sin ley. InuYasha había sido parte de las dos disyuntivas.

—Tenemos información sobre un artículo que nos permitiría ganar el espacio perdido y más. Son las estatuas de Gozu y Mezu, una representación realizada en el Período Kofun de los guardianes del inframundo —Kikyo comenzó a poner el contexto—. Tengo entendido que Kaguya ya las ha puesto en su diana y quien haría ese trabajo para ella sería Abi Boku, a quien apodan la princesa y que ha conseguido un par de objetos menores, pero complejos de obtener.

InuYasha meció el peso de su cuerpo entre un pie y otro, mirándose la punta de las deportivas que vestía. No quería volver a estar involucrado en este tipo de trabajos, para él era obvio que la estructura de este sistema estaba rota ¿Por cuánto tiempo más podían mantener una cierta supremacía en base a robos de alto estándar?

—Tenemos una oportunidad para obtener algo importante y que está muy bien valorado en el mercado negro —continuó Kikyo. Sabía que tenía puesta su mirada en él—. De hecho, tenemos un comprador inmediato.

—Yo lo haré —intervino Bankotsu, prácticamente interrumpiendo a Kikyo.

Ella desvió la mirada hacia él, sin alterarse. Aquella era una característica que había refinado con el tiempo y el trato con personajes complejos de este ambiente.

—¿Te ves capaz de hacerlo? Es algo importante y no podemos permitirnos resultados penosos —su voz sonaba delicada, elegante incluso, sin embargo estaba siendo severa y pretendía acorralar a Bankotsu, cuyo ego no cabía en la habitación.

—Claro que puedo —replicó éste, llevando el cuerpo hacia adelante, hacia ella, dando medio paso.

InuYasha observó la escena, simplemente alzando la mirada y sin cambiar el ángulo de la cabeza. Se preguntó si sería cierto lo que le había comentado Jakotsu sobre los encuentros furtivos entre Kikyo y Bankotsu, tiempo atrás. Sin embargo le interesaba más saber si el respirar lo suficientemente despacio, lo haría irrelevante y tendría la suerte de escabullirse sin que prestaran atención en él.

—¿Podemos terminar ya con esto? Quiero que me devuelvas mi oficina —habló Kagura, cruzando el espacio entre el sofá y el escritorio. Pasó por delante de InuYasha, dándole una mirada oculta tras el abanico que llevaba, para posicionarse en el sillón que presidía la habitación.

Kikyo la ignoró.

—¿InuYasha? —ahí estaba su nombre en el momento en que la mujer se giró para mirarlo. De fondo escuchó un gruñido en desacuerdo de Bankotsu.

La observó en total silencio durante un breve instante, sopesando cuánto margen tenía para negarse.

—Preferiría que no —esperaba que aquello fuese suficiente.

Hubo un largo momento de silencio en el que Kikyo parecía evaluar la negativa. InuYasha supo por ese mutismo que aún tenía posibilidades de ser descartado. Se habían tratado poco, sin embargo eso no significaba que no se conocieran, de alguna manera se parecían, aunque sus decisiones los llevasen por caminos diferentes. Mantuvo el silencio y el ambiente en la habitación se hizo más pesado aún. Era consciente del modo en que la decisión se cerraba entorno a él y de cómo todos estaban esperando a que esa tensión concluyese.

—Yo puedo hacerlo en lugar del chucho —intervino Kouga. No le extrañó, todos querían conseguir un mejor lugar de poder y este tipo de trabajo les daba la posibilidad. Kikyo le hizo un gesto negativo con una mano que apenas alzó en el aire, no se molestó en verbalizarlo.

—Lo harás tú, Bankotsu —cedió ella, aún con la mirada puesta en InuYasha—. Suikotsu, lo harás con él.

InuYasha estuvo a punto de soltar el aire en un suspiro de alivio que prefirió guardarse. Espero en silencio a que la situación se calmara. Bankotsu sonreía y se acercó a Kikyo con aquel aire de arrogancia y completamente convencido de su valía. Eso a él no podía importarle menos, lo único a lo que estaba esperando era a que la reunión se disolviera. Los detalles del trabajo ya sólo eran competencia de Bankotsu y compañía.

Esperó uno poco más. En ambiente de pesada rigidez comenzaba a fisurarse. Cuando las personas comenzaron a segmentarse y cada uno se ocupaba de lo suyo, vio la posibilidad de desaparecer. Se giró, sigiloso como era, para que los demás no le prestaran atención. Kouga estaba con la espalda apoyada contra la pared junto a la puerta y los brazos cruzados, marcando los bíceps bajo la chaqueta de color gris oscuro que llevaba. Se encargó de regalarle una mirada retadora que parecía aún más intensa bajo el celeste de sus ojos, sin embargo pudo leer otra cosa bajo la fachada y es que Kouga distaba mucho de ser tan simple como intentaba mostrar.

Se acercó a la puerta y giró el manillar para salir.

—Nos vemos, chucho —mordió las palabras en voz baja. Observando al grupo, junto al escritorio, que comenzaba a hablar sobre los detalles del trabajo.

—Hasta nunca, sarnoso —fue la respuesta.

No se llevaban ni bien ni mal. En realidad, ese trato era más parecido a una amistad que a otra cosa.

Una vez fuera de la habitación, y cuando había dejado atrás a los hombres que custodiaban la puerta, se permitió respirar muy hondo y soltar el aire con cierto alivio.

Por delante tenía muchos días de trabajo arduo si quería contar con dinero suficiente para los gastos que le estaban surgiendo con Shippo. Se había gastado lo poco que había conseguido ahorrar y quería recuperarlo. Sin embargo prefería hacer muchas horas de trabajos menores y conseguir el dinero, a aceptar lo que implicaba un robo a gran escala. Llevaba demasiado tiempo en este ambiente, sabía las implicancias, y se sentía aliviado de poder escabullirse una vez más.

—Espera —escuchó tras él la voz de uno de los guardias. Cerró los ojos temiendo el no haber salido tan airoso como esperaba de esto.

Se giró y pudo ver a Kanna, la acompañante de Kagura, acercarse a él con pasos calmos, casi podría decir que ceremoniales. Cuando la tuvo enfrente, varios centímetros por debajo de su estatura, ella habló con su voz melodiosa y aniñada.

—Él quiere que vayas a verle.

No hubo mucho más y no fue necesario. Kanna se giró y regresó a la oficina que él acababa de dejar e InuYasha suspiró, sabiendo que después de todo nada era gratis. Se había salvado del trabajo, no obstante tendría que ir a ver a Naraku.

Bajó la escalera dando vueltas a los recuerdos de otros trabajos complejos en los que su corazón había tenido que prácticamente pararse para ser capaz de llevar a cabo cada paso del plan y salir exitoso. Deseaba conocer una vida en la que poder dormir sin preocupaciones añadidas y saber que el día de mañana tenía posibilidades para él. En ocasiones miraba a las personas por la calle y se preguntaba cómo serían sus vidas ¿Tendrían grandes preocupaciones o grandes aspiraciones?

A él le gustaban los haikus, también la caligrafía y un poco la pintura; sin embargo jamás había podido dedicar tiempo a ello; quizás a leer, no obstante, nunca a crear. También le gustaba la investigación, era bueno conjeturando quién era el asesino en las series de televisión que veían él y Jakotsu en la trastienda del club, aunque nunca se detenía a pensar demasiado en ello.

Cuando llegó al pasillo interior que había recorrido al llegar, pudo escuchar las risas absurdas de un par de hombres, probablemente estarían encerrados en una de las oficinas revisando las grabaciones que se hacían de las habitaciones, en la otra parte del club. Parecían pasárselo bien y eso lo llevaba a pensar en la ilusoria sensación de seguridad que tenían muchos de los que trabajaban en este lugar. A veces conversaba con los recién llegados, que no solían durar demasiado y parecía como si pretendiesen escalar en una pirámide que no los llevaría más que a un sol imitado de la luz real. Además, en este oficio, siempre habría uno más débil sobre el que pisar. InuYasha lo sabía, lo había visto con doce años, cuando una de las mujeres que trabajaba para el club fue golpeada ferozmente por uno de los clientes. Se trataba de una mujer bella y elegante, que le daba prestigio al club. Ella se rebeló ante lo que el hombre le pedía y sin embargo a la semana siguiente tuvo que atender, y chupársela, al mismo hombre otra vez. Ese día InuYasha entendió que no había dignidad en el mundo, sólo esbozos de algo que se asemejaba a ella.

Cruzó la cortina de cuentas decidido a alejarse todo lo posible del lugar, y prácticamente huir, para dejar de sentir que en cualquier momento se acabaría este acceso de buena suerte que le había permitido librarse de aquel trabajo. Esa era una sensación que lo perseguía desde que recordaba, era como una especie de advertencia que le pedía que no confiara, porque la vida se encargaría de mostrarle su error.

Ante esa impresión, pensó en que probablemente necesitaba dormir, estaba agotado y deseó llegar a la casa que ocupaba con Shippo y caer rendido sobre el colchón que tenía en el suelo. No obstante el destino solía ser enrevesado o, tal vez, simplemente le gustaba jugar con los designios de aquello que llamamos ego y mostrarnos que no controlamos nada.

Salió a la cara visible del club, con la idea de cruzar la puerta de salida sin mirar a nadie. Dio unos cuantos pasos en dirección a una libertad momentánea y se cruzó con Renkotsu que llevaba a una chica a la parte trasera del club. Ahí se les hacía alguna pregunta y se decidía el tipo de trabajo que realizarían para los clientes. Estos pasaban desde la conversación y el consumo de copas, pasando por el baile erótico y el desnudamiento, cualquier otra actividad, supuestamente, no estaba regulada por el club; InuYasha sabía que eso sólo estaba estipulado en la licencia.

Lo primero que captó su atención fueron los rizos suaves de una melena oscura como la noche. Casi se le desencajan los ojos de las cuencas cuando reconoció a la mujer.

—¿Kagome? —soltó, a medio paso de distancia de ella, cómo si no se lo creyera; quizás la estaba alucinando en medio del cansancio. Sin embargo su respuesta lo convenció de que era real.

—¿Hola? —su voz dejaba entrever la inquietud.

Kagome había podido entrar bajo la oferta de un trabajo que no tenía pensado ejecutar.

—¡Qué haces aquí! —más que una pregunta, aquello había sonado como una acusación.

—Bueno…

—¡Apártate, InuYasha! Ve fuera por tus propias chicas. A ella la conseguí yo, es guapa, y no voy a perder dinero —reclamó Renkotsu, sosteniéndola por el brazo con más fuerza de la necesaria.

—¡Eh! —se quejó Kagome, intentando soltarse— No puedes tocarme.

—Lo siento, bonita, eso sólo cuenta estando fuera del recinto —remarcó con una mano la entrada, que estaba varios metros atrás, como si se tratase de un límite.

Para ella quedó claro que el hombre pensaba que no podía retractarse de una decisión que ni siquiera era la que él creía.

Por la mente de InuYasha, ajeno a lo que Kagome pensaba, pasó de inmediato una retahíla de imágenes que resumían lo que ella tendría que hacer si dejaba que Renkotsu se la llevara a la parte trasera del club. Quizás estaba siendo demasiado presuntuoso por pensar que sabía lo que era mejor para la chica, no obstante no se detuvo el tiempo suficiente como para razonarlo y se echó hacia el hombre.

—Ella se queda conmigo —cada palabra dicha en voz baja por InuYasha pesaba como una roca inamovible.

Renkotsu le agarró la chaqueta, mientras mantenía a Kagome aún sostenida por un brazo. InuYasha pudo ver que ella contenía el aliento, asustada y dolorida, y sintió que algo dentro de él burbujeaba de rabia. Se preparó para alejarlo con un golpe cuando Jakotsu se acercó.

—Renkotsu ¿Recuerdas los treinta mil yenes que me debes? —mencionó.

El aludido lo miró visiblemente exasperado.

—¡¿Por qué mierda hablas de eso ahora?!

—Oh, porque siempre hay un momento para cada cosa —Jakotsu explicó con tranquilidad—. Si te olvidas de la chica yo me olvido de los yenes.

La oferta se mantuvo en el aire durante un instante en el que Renkotsu pasó de arrugar el ceño de forma paulatina hasta que su expresión fue dolorosamente rígida, a relajar el gesto. Soltó a Kagome con un movimiento brusco y habló.

—Bien, llévate a tu puti…

—Ven conmigo Renko, seguro que te vendrá bien una copa —lo interrumpió Jakotsu, pasando un brazo por encima de los hombros de su compañero de trabajo. Estaba claro que intentaba evitar un problema mayor y que ello espantara a los clientes.

Kagome sintió la mano de InuYasha tomando la suya. Notó calor y una agradable sensación de seguridad que contrastaba con la estupefacción; la acababan de cambiar por treinta mil yenes.

InuYasha comenzó a caminar con ella rumbo a la puerta y miró atrás por un instante para encontrarse con la mirada de Jakotsu, de quien recibió un leve gesto de asentimiento con la cabeza que le decía que todo estaba en orden.

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Registro bibliográfico

Pergamino Nº 26

Descubrimiento 8828, Sengoku

hoy ha salido el sol un momento por la mañana y he sacado a Kagome para que se calentara un poco. La temperatura dentro de la cabaña es buena para ella, sin embargo es artificial y quería que respirara en la naturaleza, además el sol siempre le ha gustado mucho. Por la tarde estuvo más animada y la tos remitió un poco. Me recordó a cuando estuvo enferma en su tiempo, aunque por ese entonces la medicina que le preparé le servía.

Ahora ya está dormida, se ha dormido pronto. Jinenji dice que para la primavera podrá tener más de la hierba que le estoy dando y que la ayuda a tener mejor ánimo y descansar por la noche.

Hoy ha sonreído varias veces y eso me da un poco de paz

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Continuará…

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N/A

Esta historia se va complejizando de a poco y aunque una querida amiga me dice que es bueno "apagar el cerebro", para mí es como si me hablaran en chino mandarín xD

Gracias por leer y acompañarme. Espero que me cuenten cómo van sintiendo la historia.

Un Beso

Anyara