Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es bornonhalloween, yo sólo traduzco su increíble historia con su permiso.
Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is bornonhalloween, I'm just translating her amazing story with her authorization.
Thank you bornonhalloween for giving me the chance to share your story in another language!
Gracias a Yani por ser mi beta en esta historia.
Capítulo 4
~*~Empacador~*~
No iba a mentir, me asusté un poco al no saber nada de ella al día siguiente ni uno después de ese. Revisé mi celular un trillón de veces, incluso lo reinicié y molesté a Emmett, mi mejor amigo, para que me enviara tres mensajes diferentes solo para asegurarme de que estuviera funcionando correctamente.
¿Ya se había aburrido de mí? ¿Me había portado demasiado pasivo? ¿Demasiado ansioso?
Vigilaba la tienda con detenimiento, caminaba de un lado a otro en el cuarto de descanso durante mis descansos obligatorios de quince minutos, rezando para que ella no eligiera ir de compras mientras yo estaba encerrado detrás de la pesada puerta de metal.
¿Y si venía a la tienda y me ignoraba completamente? Eso sería lo peor. Mierda, ¿y si ya había seguido adelante con otro empacador? Ese cretino de James mataría por tener una oportunidad con una dama como… demonios, ni siquiera conocía su maldito nombre. ¿Cómo había creído que tenía un derecho exclusivo sobre su cuerpo?
Me odiaba a mí mismo un poco por lo mucho que me importaba. Y qué si ella era sexi y cachonda y jodidamente pervertida. Claramente la mujer era una calientapollas. Después de todo, ¿qué había obtenido de esta retorcida relación hasta ahora? ¿Unos cuantos bocados de tarta de arándanos y material nuevo para el banco de pajas? Demonios, yo mismo podría comprarme una tarta congelada y elegir mi propio porno cuando quisiera, y ahorrarme así la angustia que esta mujer estaba trayendo a mi vida.
Estiré la liga que tenía alrededor de la muñeca, preguntándome si era un maldito idiota por seguir usándola.
~*~Tigresa~*~
Le di un par de días para extrañarme. No era una mujer a la que se debiera tomar por garantizado. Ya pasé por eso.
¿A qué hora sales de trabajar hoy?
Su respuesta fue inmediata. Qué buen cachorro.
3
Tráeme tu horario cuando vengas a la casa.
¿Necesitas que te lleve algo de la tienda?
Nop.
Mi timbre sonó a las 3:12. Tendríamos que hablar sobre su exceso de velocidad. Después. Esbocé mi sonrisa y abrí la puerta.
¡Maldición! Me sorprendió un ramo de gerberas. A juzgar por su sonrisa torcida, lo disfrutó.
Me dejó las flores en la mano.
—Buenas tardes.
—Están hermosas. Gracias. —Me hice a un lado para dejarlo pasar—. Entra. Iré a ponerlas en agua.
—Oh. Yo puedo hacerlo por ti —se ofreció tímidamente—… quiero decir, ¿si quieres?
—Ah, ¡por supuesto! ¿Este es el famoso servicio de Nature's Bounty?
—Pues… no, esto es por mí —dijo. Carajo, era adorable.
Qué refrescante cambio de los chicos codiciosos e impacientes que había traído a casa antes. A este no le molestaba trabajar para ganarse las cosas, parecía que incluso lo disfrutaba. Me gustaba eso.
—Adelante.
Me dedicó un asentimiento feliz y pasó junto a mí hacia la cocina como si viviera aquí. Unos minutos después regresó a la sala con el que era posiblemente el arreglo de flores menos artístico que había visto en la vida: los tallos y las hojas habían sido metidos en un montón dentro de un florero demasiado alto, los coloridos capullos jadeaban en busca de aire en el borde. Estaba horrible. Me encantaba.
—Sí que estás aprendiendo a manejarte en mi cocina.
Por la forma en que bailaban sus ojos, parecía que se sentía tan complacido por eso como yo.
Le di un ligero apretón a su brazo. Nota para mí: tiene bíceps lindos.
—¿Por qué no lo dejas aquí?
Se inclinó grácilmente sobre la mesita de centro de piedra caliza y se alisó la corbata al enderezarse. Había hecho un esfuerzo real para arreglarse para nuestra "cita". Tenía pulcramente abotonadas las mangas de la camisa, el nudo de la corbata ajustado e incluso había peinado su salvaje cabello, aunque nada de eso importaría pronto. El contorno de su erección formaba un bulto de tamaño considerable sobre su entrepierna.
—Se me ocurrió que sería bueno conocernos un poco más.
Sus labios se alzaron en una sonrisa, sus dientes blancos perfectos brillaron detrás de sus labios suaves e irresistibles. Me gustaba que esperara mi explicación.
—Puedes preguntarme lo que quieras —le dije.
Su sonrisa se tornó más brillante. Al parecer, se la había estado guardando.
»Sin embargo —llevé un dedo a su pecho—, cada pregunta te va a costar un artículo de ropa… de mi elección. Piensa en esto como una mezcla entre el ahorcado y strip póker.
Su sonrisa se apagó; sus ojos se oscurecieron; sus mejillas se tornaron de una encantadora tonalidad rosa. Esta mierda se acaba de volver real.
—Entonces… ¿tienes alguna pregunta para mí?
—Sí. —No vaciló al estar completamente vestido—. ¿Cuál es tu nombre?
¡Ah! Pregunta número uno, ¿eh, cachorro?
—Isabella Marie Swan.
Practicó las palabras como si estuviera memorizando códigos para un lanzamiento nuclear. Sus labios danzaron alrededor de las consonantes, estiraron las vocales. Nunca olvidaría mi nombre.
—Mis amigos me dicen Bella. —Respondí ante la elevación de sus cejas—. Sí, puedes decirme Bella. Diría que somos amigos, ¿no crees, Edward?
Asintiendo vigorosamente, recordó que debía verbalizar menos de un segundo después.
—Ajá. Definitivamente.
Avanzando un paso, los dedos de mis pies apenas tocaban sus zapatos, le aflojé el nudo de su corbata meticulosamente apretada y la solté de alrededor del cuello de su camisa. Excepto por sus ojos que seguían todos los movimientos de mis dedos y la aceleración de su respiración, Edward se quedó quieto como maniquí mientras yo le desabrochaba la camisa. Sus pezones se endurecieron formando pequeñas cumbres mientras yo lo iba destapando centímetro a centímetro.
Inhaló de golpe cuando jalé su camisa para desfajarla de su pantalón. Requerí de todo el control que poseía para no pasar mis manos sobre el reguero de vellos rizados de color café clarito que cubría sus pectorales. Hoy no se trata de eso, me recordé a mí misma, luego guie la camisa desde sus hombros hacia el piso detrás de él. La corbata colgaba flácida entre sus pezones tensos.
Mi joven cachorro había estado escondiendo un cuerpo muy lindo debajo de ese uniforme, delgado pero sólido, atlético, pero no voluptuoso como una rata de gimnasio. Sus brazos eran fuertes sin abrumar su pecho y hombros, ahh, ahí estaban esos deliciosos bíceps. Su piel era tan suave como la mantequilla, suplicaba físicamente por ser lamido. Especialmente la tentadora V que desaparecía en su pantalón.
—La soga del ahorcado está un poco floja. —Estiré las manos para apretar el nudo de su corbata y enderecé las puntas que caían sobre su vientre. Su pecho subía y bajaba con respiraciones superficiales. Mis nudillos pasaron sobre su pálida piel y se le erizó la piel—. ¿Te gustaría preguntarme algo más?
—Definitivamente. —Sus ojos se iluminaron como si tuviera mil preguntas más y hubiera pasado los últimos minutos priorizándolas en su cabeza—. ¿Estás casada?
—Sobresaliente, cachorro. Esa es una pregunta excelente para hacerle a la dama que te está desvistiendo en su sala.
Agarré su cinturón con ambas manos y moví sus caderas un poco más de lo necesario por el sencillo placer de ver sus abdominales flexionarse para estabilizarlo. Saqué el cinturón de piel de las trabillas con un susurro dramático.
—No, no estoy casada.
Asintió aliviado.
—¿Siguiente? —Si quería desperdiciar otro artículo de ropa escuchando sobre el hijo de puta de mi ex, le diría todo lo que quisiera saber.
—¿Tienes otros… cachorros?
Dios, era tan dulce. Me hacía doler saber que le importaba.
—No, Edward —abrí el botón de su cintura y le bajé la cremallera—, tú eres mi único cachorro actualmente.
—Bien. —Su efímera sonrisa desapareció cuando bajé el pantalón. Su polla se tensaba debajo de sus calzoncillos, manchándolos con las primeras gotas de excitación.
Empujé su pantalón hacia sus Vans color café clarito. Mi siguiente jugada eran los calzoncillos y ambos lo sabíamos.
—Sigues tú, cachorro.
Tragó con fuerza, se relamió los labios y fue tras ello.
—¿Puedo besarte?
Más tarde tendría que reflexionar sobre cómo se las arreglaba para ser encantador con su pantalón amontonado alrededor de sus tobillos. Sentía mucha curiosidad por saber qué clase de besador era, si es que sería bueno de inmediato o si tendría que enseñarle. Cualquiera podría ver que tenía el equipo adecuado; sus labios eran dos cerezas maduras arrancadas de un árbol. Metí los dedos en la cintura de sus calzoncillos.
Parecía justo responderle antes de bajárselos.
—Sí, sí puedes.
Jadeó cuando su polla saltó a la libertad y le pegó en el vientre. No me decepcionó lo que vi, aunque como la mayoría, el chico necesitaba una introducción al arte de la depilación masculina. Saboreé la revelación de su polla gruesa y circuncidada al bajarle la ropa interior por las piernas usando mi pie.
Cuadró los hombros al erguirse en toda su altura, tensando el resto de su cuerpo para que estuviera a la par de su erección. Se quedó de pie admirablemente quieto con la excepción del inquieto repiqueteo de sus dedos contra sus costados mientras luchaba contra el reflejo de taparse, lo cual habría sido un serio no-no. A pesar de su incomodidad, ofrecía su cuerpo en bandeja de plata y mis ojos se daban un festín con el banquete. Me complacía enormemente que Edward fuera lo suficientemente sabio para reconocer la prueba y suficientemente fuerte para prevalecer. Este tenía gran potencial.
Alzando la mirada de su torso, correspondí su expresión ansiosa con una sonrisa gentil y le ofrecí un mensaje tierno, casi como una sección lateral de nuestro juego.
—Con calma, cachorro. Lo estás haciendo muy bien.
La tensa línea de sus labios se movió y se aflojó en una desarmadora media sonrisa. Atrapada con la guardia baja, me sorprendí recompensándolo con un extravagante cumplido, uno que normalmente me habría reservado para mucho después.
—Estoy muy complacida con lo que veo.
Exhaló pesadamente mientras que las líneas de preocupación de su frente se alisaban y la tensión abandonaba su quijada. Me sonrió y no pude evitar sonreírle también.
—¿Querías besarme de verdad o solo querías saber si lo permitiría? —Me temía que el pobrecito lo había olvidado por completo y yo de verdad quería ese beso. Además, él se lo había ganado con creces.
Con un bufido adorable y humilde, Edward arrastró los pies hacia mí, subió sus palmas por mis brazos —se tomó una pequeña libertad ahí, pero estaba renuente a señalárselo— y me llevó a sus labios, cuidando de no frotar su cuerpo desnudo con el mío. Su mirada penetró la mía tan profundamente que me sentí atrapada por un momento, no es que no pudiera escapar, pero no podría imaginarme por qué alguien querría hacerlo.
Sus carnosos labios se encontraron con mi boca; su lengua rozó la mía brevemente antes de apartarse. Fue el más gentil de todos los besos, terminó antes de que su sabor ligeramente amentado se registrara en mi lengua. Mis labios cosquillearon cuando el aire los volvió a tocar.
Él pudo haber tomado más y yo se lo habría dado con felicidad, pero estaba empezando a notar que esa no era su manera de ser.
—Estuvo bien —susurré, nuestros labios seguían estando a una corta distancia.
—Sí. —Esos labios que acababan de besarme tan tiernamente se estiraron en una brillante sonrisa. ¿Fue el beso o el saber lo mucho que me había complacido lo que lo ponía tan malditamente feliz?
Me aparté, alejándome de sus brazos, aunque era lo último que quería hacer. Aun así, el decoro era vital.
—¿Tienes otra pregunta? —Ya no le quedaba mucho para perder en este punto. Calcetines, zapatos y una corbata.
—Sí. —Sus mejillas se tornaron de rojo mientras reunía el valor.
¿Ahora se sentía avergonzado? ¿Qué podría hacerlo sonrojar más que perder sus calzoncillos? Me hizo sentir mucha curiosidad.
—¿Te puedo quitar la blusa? —preguntó.
Oh, Dios. Ese beso parecía haberle inyectado una dosis de osadía al chico. Me agaché para desabrocharle el zapato, haciendo tiempo mientras luchaba conmigo misma. Sería muy fácil decir que sí. Demasiado fácil. Me lo imaginé sacándome la blusa por la cabeza, desabrochando mi sostén, mirándome de esa manera que tenía, como si no hubiera nadie más a quien prefiriera mirar, llevando su mano a mi pecho. Mis pezones votaban que sí.
Edward movió su postura mientras yo le alzaba un pie y aventaba su zapato.
Alcé la vista más allá de su bamboleante erección.
—No, no puedes.
Su expresión registró un toque de decepción, pero no parecía sorprendido, ni desalentado. Ni pausó antes de expresar su siguiente solicitud.
—¿Puedo quitarte el short?
Le quité su calcetín café.
—Nop.
—¿Te quitarías tu blusa por mí? —Ah, ¡ese brillo esperanzado que me lanzó cuando se le ocurrió esa!
—Nop, pero buen intento. —Adiós, zapato número dos.
Se encogió de hombros y me dedicó una sonrisa afable. Me gustaba que entendiera que a veces la respuesta era no y aun así estaba dispuesto a arriesgarse. Eventualmente su estrategia le daría frutos, solo que no todo a la vez. Me habría sentido extremadamente decepcionada si se hubiera rendido antes de perder toda la ropa. Solo quedaban la corbata y un calcetín.
Pausó por un momento, tal vez estaba priorizando sus solicitudes restantes para un máximo impacto.
—¿Puedo ver tu ropa interior?
Le quité el calcetín y lo ayudé a salirse de su pantalón mientras calculaba mi respuesta. Obviamente sabía qué era lo que él quería. Le había dado un vistazo el otro día en mi carro, y ahora esperaba por eso y más. Hoy todo se trataba de avivar las llamas, no de quemar la casa.
Me puse de pie y me llevé las manos a la cintura de mi diminuto short blanco.
—Sí puedes.
Alzó las cejas junto con las comisuras de su boca como si las jalara un titiritero desde arriba. Su mirada siguió mis dedos mientras estos abrían el botón. Agarré la cremallera; abrió la boca. Casi podía sentir el aliento que él inhaló cuando bajé el cierre de metal, diente por diente, revelando el moñito de mi braguita rosa fuerte.
El cierre llegó al final y moví las manos a mis lados para que él pudiera ver lo poco que había por ver.
—¡Ta-ra!
Su sonrisa se desató. Honestamente se veía exultante.
—Gracias —dijo, alzando su mirada hacia mi cara otra vez. Mierda, era muy fácil.
Sacudí la cabeza y le sonreí.
—De nada. —Me gustó que no hiciera puchero cuando me volví a subir el cierre. Era un tipo optimista.
Desearía que tuviera más artículos de ropa para negociar —y supongo que él igual— pero ya solo le quedaba la corbata café. Agarré la punta que estaba sobre su vientre y la alcé hacia el techo.
—Todo lo que te queda es la soga. Haz que valga la pena.
Se movió su nuez de Adán. Se relamió los labios. No podía esperar por escuchar esto.
—Vamos, cachorro —le susurré al oído—. Preguuunta.
Con mi cara metida en su cuello pudo reunir el valor para su última solicitud.
—¿Me tocarías?
~*~Empacador~*~
No creí que sí fuera a hacerlo. Y por la forma en que vaciló antes de sacarme la corbata por la cabeza, tampoco estaba seguro de que Bella lo creyera.
Es gracioso cómo las fantasías no te preparan para lo real. Puede que inflara un poco el pecho cuando su palma se posó sobre él. Me había rozado hacía rato con sus nudillos, pero eso fue solo un cosquilleo, una provocación. Esto era más que un roce; esta era Bella sintiéndome de verdad, midiéndome como hombre.
Deslizó su mano sobre mis pectorales y atrapó mi pezón entre su pulgar y dedo índice. Agrandó sus ojos cafés; pellizcó.
Inhalé de golpe. Liberó la presión en mi pezón.
—Respira —susurró. Era más fácil decirlo que hacerlo. La mujer era una jodida diosa.
Ya antes me había metido con otras chicas, incluso me las había arreglado para tener unas cuantas folladas descuidadas en mis breves días universitarios, pero esos manoseos cachondos no podían compararse con esto. Esas otras ocasiones habían sido como vadear en una piscina para bebés; ahora estaba en lo profundo.
Mi cuerpo vibraba con necesidad. Cada caricia era una dicha.
Sus dedos bajaron por mi brazo y estiraron la liga en mi muñeca.
—Me agrada que no intentaras intercambiar esto por una pregunta.
Asentí, adjudicándome el crédito por una idea que ni siquiera había entrado a mi despistado cerebro.
Levantó mi mano y la posó sobre mi polla. Cubriendo mi mano con la suya, dobló nuestros dedos sobre mi erección y subió y bajo mi mano por su longitud. Eché la cabeza atrás con un siseo.
Llevó sus labios a mi oreja.
—Mira —murmuró—. Míranos pajear juntos tu polla.
Solté un gimoteo que pudo haber sido vergonzoso si no estuviera demasiado cachondo para que me importara. Ella me estaba volviendo malditamente loco.
Hice lo que me dijo y bajé la mirada a nuestras manos unidas. Miré fascinado mientras ella me la jalaba con mi propia mano. Después de estarme provocando durante días, parecía que al fin me haría correrme.
Mis suaves gruñidos llenaban el silencio de su sala, alzándose sobre el deslizamiento de piel sobre piel. Ella aplicó más presión. Gemí. Estaba a punto de correrme sobre su alfombra cara.
—¿Te vas a correr para mí, cielo?
—¡Carajo! ¡Sí!
Me soltó y levantó mi ropa interior del piso.
Poniéndome la prenda en la mano, retrocedió un paso para mirar y, mordiéndose el labio, metió las manos en los bolsillos de su diminuto short. Su expresión me recordó a cómo se veía cuando se estaba metiendo dedo en el carro, mejillas sonrojadas, boca abierta, ojos a medio cerrar. Jodidamente sexi.
Rodeé mi punta lo mejor que pude con mi ropa interior. Ya que al fin me había dejado solo, agarré con mi puño mi dolorida polla durante tres segundos y embestí como un bronco salvaje cuando me golpeó mi orgasmo. No podía recordar haberme masturbado alguna vez de pie, y temía que la gravedad y cantidad le ganarían a mi ropa interior. Apreté con mi mano derecha para que no pudiera escaparse ni una gota.
Ella estaba sonriendo cuando abrí los ojos, en definitiva, se veía complacida. ¿Consigo misma o conmigo? Tal vez con ambos.
Estaba empezando a comprender el abismo entre un cachorro cachondo y una tigresa hambrienta. Ella era impredecible y quizás un poco cruel, pero eso solo intensificaba el reto, hacía que la recompensa valiera muchísimo más el esfuerzo.
Había hecho algo bien hoy y no podía esperar para complacerla otra vez en cuanto ella me lo permitiera.
