Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es bornonhalloween, yo sólo traduzco su increíble historia con su permiso.
Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is bornonhalloween, I'm just translating her amazing story with her authorization.
Thank you bornonhalloween for giving me the chance to share your story in another language!
Gracias a Yani por ser mi beta en esta historia.
Capítulo 5
~*~Tigresa~*~
Fue esa última pregunta que hizo "¿Me tocarías?" lo que acabó conmigo. Nunca le había dado a ninguno de mis cachorros anteriores el permiso o siquiera la oportunidad de correrse tan pronto después de nuestro encuentro inicial.
Esperé cuatro días antes de permitirme visitar Nature's Bounty. ¿Yo? Tenía un cajón lleno de novios a base de baterías que me habían sostenido durante sequías más largas que esta. El problema era que, entre las vigorosas sesiones de vibrador, mi mente tendía a divagar. Y cuando se detenía era, sin excepción, en cierto joven que no se suponía que debía ocupar mi mente cuando no estábamos juntos. Al parecer, Edward no había recibido la notificación, la que explicaba su rol en mi vida: proveer un sitio de aterrizaje placentero para mis ojos y un sitio de aterrizaje duro para mi cuerpo.
Él era el trozo de carne que debía ser ribeteado y dividido en porciones manejables, sazonadas cuidadosamente al gusto y dejadas de lado para marinar hasta que la parrilla llegara a la temperatura ideal, momento en el cual él sería echado al fuego, preparado para ser ordenado y devorado. ¿No sabía que se suponía que yo era la chef? ¿Cómo se atrevía a dejarme con esta ansiedad?
Pilates y yoga no eran suficientes. Ni siquiera mi amiga parlanchina, Alice, y nuestra cena de tres martinis en Le Papillon pudieron mantener mi mente lejos del joven semental. Entre más me marinaba el cerebro con vodka, más se encerraba en un tren de pensamiento solitario: Edward Cullen. Específicamente, tres vagones de ese tren: necesito a Edward, deseo a Edward, debo tener a Edward.
Le había dado a Edward demasiado, muy pronto, y ahora iba a tener que volver a meter al genio en la lámpara.
~*~Empacador~*~
Equilibrándome en la cima de la escalera con los brazos extendidos sobre mi cabeza, estaba a un movimiento de muñeca de instalar exitosamente la lámpara fluorescente sobre los contenedores de avena cuando la voz de Bella casi me hizo caer de espaldas.
—¿Cuántos empacadores se necesitan para cambiar una lámpara?
La lámpara se resbaló fuera de la ranura justo cuando la orilla estaba a punto de encajar en su lugar.
—Al parecer, más de uno —respondí sombríamente.
"Tonta tarea de lámparas" como le decía Tanya, era un trabajo de mierda. Sentía mis hombros como si hubiera nadado cien largos de mariposa en una piscina llena de maleza. Cualesquiera que fueran los bichos asquerosos que habían muerto dentro de las tapas de cristal habían caído sobre mí cabeza cada vez que quitaba una; mi cabello era un enredo de polvo, suciedad y cadáveres de insectos. Por suerte, mi gerente me había dado unos lentes de seguridad, así que al menos mis ojos estaban ilesos.
Debí haberme enojado con Bella; ya casi había terminado de instalar esta maldita lámpara antes de que ella me hiciera equivocarme, y ahora tendría que iniciar el extenuante proceso otra vez. Pero ¿cómo podría sentirme algo menos que delirantemente feliz? Bella estaba aquí, cabalgando en su caballo blanco —bien, deambulando por ahí empujando un carrito de metal— para salvarme de la monotonía de mi trabajo o al menos mejorarme el ánimo por un minuto, tal vez más si jugaba bien mis cartas.
Su ajustado top para hacer ejercicio era justo el artículo de ropa que bastaría y su cabello, recogido de su cuello en una coleta, me daba ideas. Quería probar la piel detrás de su oreja, bajar lamiendo por su cuello y hundirme en su escote. Por la sonrisa de su rostro mientras veía mis ojos bajar por su cuerpo, supuse que tenía una buena idea de lo que yo estaba pensando.
—Estás empañando tus lentes, galán.
—Oh, mierda. —No es mi momento más macho. Me quité la maldita cosa de la cabeza y los dejé sobre el peldaño superior. Cargando con cuidado la lámpara, bajé un par de peldaños y me recargué en la escalera. El paisaje era lindo desde aquí arriba. Ella tenía que doblar un poco el cuello para verme. No estaba cortando árboles ni nada así, pero técnicamente estaba realizando una labor manual. Tenía que sentirse un poco impresionada.
—¿Estarás de empacador hoy? —preguntó. Hmm, alguien sentía mucha curiosidad.
—Supongo que me pondrán enfrente después de terminar esto; a menos de que nos veamos invadidos repentinamente por Stormtroopers. —Blandí el largo tubo como si fuera un sable de luz y añadí efectos de sonido nerds de los que me arrepentí de inmediato.
Su coleta se agitó al reírse.
—Eres todo un chico.
—¿Eso es algo malo?
Estoy muy complacida por lo que veo. Había repetido esa frase en mi cabeza solo unas cuantas veces por hora desde el martes, al menos mientras estaba en el trabajo. Le había sacado más provecho al recuerdo en casa, especialmente en la ducha.
—Nop, no es nada malo. Oye, ¿quieres lanzarme una caja de Special K sabor vainilla con almendras mientras estás ahí?
—Claro. —Me estiré sobre la escalera, agarré de la repisa la caja que quería y se la aventé—. ¡Ahí te va!
Sus pechos rebotaron cuando se estiró por la caja.
—No debías aventarla de verdad. ¡Fue solo una expresión!
—Ups. —Lo siento.
—Bueno, es mejor que te deje regresar a trabajar.
Sabía que no volvería a verla hoy si me quedaba atascado aquí arriba, con la cabeza en este maldito techo, así que después de ver su trasero contonearse y desaparecer al final del pasillo, volví a subirme y atornillé esa maldita lámpara en el enchufe como un valioso semental ganándose la paga. Me di prisa con los tres que faltaban, regresé las herramientas al almacén, me fajé la camisa y me sacudí los bichos del cabello antes de regresar con prisa a la parte de enfrente.
El único espacio de empacador era el de la caja de Tanya y ella se giró para sonreírme de forma engreída cuando llegué patinando a mi sitio al final de su caja.
—Vaya, ¿te olvidaste de que nos pagan por hora?
Mi respuesta sarcástica estaba en la punta de mi lengua, pero Bella se encargó de ella primero.
—Escuché que a algunas personas sí les enorgullece su trabajo.
Pude ver con claridad los pensamientos de Tanya de "ella otra vez" cuando se giró hacia Bella. Toda la cara de Tanya pareció arrugarse como una calabaza de Halloween que se quedó demasiado tiempo en el porche.
Bella le ofreció una sonrisa dulce e inocente, pero todos sabíamos lo que era. Me mordí la mejilla por dentro.
Las compras avanzaron por la banda hacia mis capaces manos. Uvas rojas, duraznos, más arándanos, espinaca desinfectada tres veces, galletas integrales, yogur griego sin azúcar. No era un misterio de dónde venía ese cuerpazo. Bella pasó su tarjeta de crédito mientras yo acomodaba hábilmente su comida de conejo dentro de la bolsa.
Tanya puso los ojos en blanco cuando cargué la única bolsa en mis brazos. Ciertamente Bella no necesitaba de mi ayuda, pero no iba a dejar pasar la oportunidad de servirle a mi clienta y Tanya podía aguantarse.
—¿Lista? —Le mostré la sonrisa de servicio al cliente premium a mi casi amante. Ella me sonrió en respuesta.
—Creo que ya conoces el camino.
—Sí, señora. —No solo sabía dónde estaba su carro, cada uno de mis muchos viajes al estacionamiento desde su primera visita habían incluido una mirada esperanzada hacia su sitio.
El sol de la tarde me golpeaba en la espalda, pero era un cambio bienvenido del calor de las cincuenta lámparas que había cambiado hoy. El paisaje también había mejorado muchísimo con el enorme culo de Bella guiando mi camino, abrazado por sus leggins negros. No requería mucha imaginación de mi parte para desprender ese pantalón e imaginarme la carne que había debajo.
Maldición, lo que no daría por sentir esos exuberantes melones en la palma de mis manos. ¿Cuándo me dejaría verla desnuda? ¿Poner mis manos en ella?
—Entonces, ¿eres bueno arreglando cosas?
—¿Hmm? —Me había ralentizado un poco y me había quedado atrás. Ella me lanzó una sonrisa sobre su hombro y esperó a que me apresurara a su lado—. Oh. Sí, supongo. —No podía instalar una taza de baño ni nada así, pero sabía cómo usar un destornillador.
Ella pasó la punta de su dedo sobre su mejilla, acomodándose el cabello detrás de la suave orilla rosa de su oreja. La comisura de su labio inferior desapareció detrás de sus dientes. ¿Era eso timidez o solo estaba cegado por el sol de la tarde reflejándose en sus pendientes de aro?
—Si te parece, a mi casa le vendría bien un poco de cuidado.
Oh, me parece bien todo lo que estés jugando, Bella. Esperaba que ella me desvistiera de nuevo, me imaginé martillando y taladrando cosas en su pared, completamente desnudo con excepción de un cinturón de herramientas. O tal vez a ella le gustaban los overoles de un hombro con nada debajo. Esta mujer tenía perversiones de ciudad. ¿Quién demonios sabía qué pensamientos estaban corriendo por su cabeza?
—Claro —respondí—. Feliz de ayudar.
Cuando sonrió, el labio se soltó de entre sus dientes.
—Eso sería genial. Soy muy torpe con las manos tratándose de herramientas. —En mi cabeza, sus manos subían y bajaban por mi herramienta.
—Salgo hoy a las cuatro. ¿Quieres que vaya después del trabajo?
Habíamos llegado a su carro. Bella me dejó esperando por su respuesta mientras abría la puerta del conductor, me quitó la bolsa de las manos y se inclinó para dejar sus compras en el asiento del pasajero.
Me moví hacia adelante lo suficiente para encerrarla en el marco de la puerta, esperaba que sin ser demasiado obvio al respecto. Sus tetas rozaron mi pecho cuando se enderezó y se dio la vuelta. Su rostro registró sorpresa, pero por suerte nada de disgusto. Un paso más hacia adelante y la tendría recostada en su asiento de piel donde se había metido dedo sin descaro alguno durante nuestro raro picnic clasificación X.
Siendo una especie de bruja al leerme la mente, Bella alzó las cejas y le dio un gentil empujón a mi pecho. Noté que no quitó su mano de mi camisa. Mi polla se hinchó junto a mi muslo.
—Hoy no es buen día —dijo—. Revisaré mi agenda y te contactaré.
—Suena bien —dije, dispuesto, pero no ansioso, esperaba.
No debí haberlo arruinado tanto porque ella me sonrió y jugueteó con mi corbata. Sus uñas rascaron y arañaron sobre mi pecho. Me gustaba cuando ella me tocaba y quería que lo hiciera más seguido, por más tiempo que solo unos segundos y con menos ropa entre nosotros. Me erguí más y tensé los pectorales, agradecido por cada jodido largo que había nadado en la piscina manchada de moho de la preparatoria.
—Me sentiría muy agradecida por la ayuda —dijo.
Carraspeé y me preparé para ser galante.
—No te preocupes por eso. Me gusta trabajar con mis manos.
Bella bufó, bajó sus manos por mis mangas y jugueteó con los puños. Me volteó las manos y dibujó circulitos con los pulgares sobre mis palmas. Captando mi atención, me guiñó.
—Lo recuerdo.
Yo también lo recordaba, parado en su sala masturbándome en mi ropa interior mientras ella estaba parada frente a mí, mirándome. Mi cara se calentó con un sonrojo para nada desagradable. No me molestaría una repetición, aunque ciertamente tenía metas más grandes.
Metas. Mis padres se sentirían orgullosos de mí. Pensándolo bien, tal vez no tanto.
La liga me golpeó la muñeca. El ardor llevó mi atención a su sonrisa. Ahí estaba, ese brillo cruel que me emocionaba y me aterraba.
—No quiero que lo vuelvas a hacer hasta que te dé permiso.
¿Hacer qué? ¿Estirar la liga? Mi cerebro estaba confundido.
—¿Perdón?
—¿Cuánto tiempo puedes estar sin jalártela?
Sentí el fuego en mis mejillas. A este ritmo, habría dicho que unos cinco minutos. De hecho, ese era exactamente el plan para la siguiente hora de mi vida: salir de aquí, manejar a casa, quitarme el uniforme y sobármela. Pero eso no era exactamente lo que Bella estaba preguntando.
Y, de alguna manera, parecía que era lo más natural del mundo que ella me preguntara sobre mis hábitos de masturbación en el estacionamiento mientras trabajaba.
—Supongo que podría durar un par de días. —Eso era una exageración. La última vez que había pasado más de veinticuatro horas sin hacerlo fue cuando tuve mononucleosis el primer año de universidad.
—¿Cuánto tiempo podrías esperar si te dijera que yo me encargaré de ti la próxima vez?
Rayos. Casi me corrí en el lugar.
Me tenía atrapado en uno de sus acertijos imposibles. Tenía el presentimiento de que si le daba un número muy pequeño, podría no valer la pena, pero uno muy elevado podría ser un desastre. No se me ocurría cómo responder sin decepcionarla de alguna manera. Bella encargándose de mí, sea lo que fuera que significaba eso, valía la pena la espera.
Otro fuerte escozor en mi muñeca. Bien pudo haber tenido "Propiedad de Isabella Marie Swan" estampado ahí.
—Creo que me confundiste con una mujer paciente —dijo.
No lo hice.
—Um, ¿tal vez cuatro días? —Entré en pánico incluso mientras las palabras salían de mi boca. ¡Era una locura! ¿Cuatro días sin alivio? ¿Con todas las fantasías que ella había plantado en mi cerebro? ¿Y si podía hacerlo? ¿Cuatro días serían suficientes para impresionarla? Mi corazón martilleaba en mi pecho mientras Bella sopesaba mi respuesta.
Metió su dedo entre mi piel y la liga, reflexionando, supongo, si es que quería pegarme de nuevo con ella. Después de pensarlo mucho, sacó el dedo de debajo de la liga y giró la muñeca para ver su reloj.
Curvó la boca en una sonrisa de satisfacción.
Me quedé ahí parado, estupefacto, viendo a Bella meterse en su coche, curvándose en una elegante S para amoldarse al asiento del piloto. ¿Qué demonios pasó?
—Estaré en contacto —dijo Bella al cerrar la puerta.
~*~Tigresa~*~
Que Dios me ayude, él era lindo. Ese rostro angular. El cabello, incluso después de haberse rociado con la suciedad del techo de Nature's Bounty, era una maldita obra de arte. Y esos brazos, yumi. Pero nos quitaría mérito a ambos si culpaba de todo a su apariencia ridículamente atractiva. Había más en él que eso.
Mientras el Z4 rugía por las calles de Beverly Hills, sonreí, sacudiendo la cabeza ante el recuerdo del momento supernerd de Edward, cuando blandió el sable de luz fluorescente, ese caballero Jedi en el pasillo del cereal. Tan trágicamente joven e inocente. Al menos su corbata de poliéster no era de broche, un descubrimiento feliz que había hecho mientras lo desnudaba en mi sala, el primero de los muchos descubrimientos felices de esa tarde.
Lo afable que se había portado, mi pequeño cachorro, siguiéndome la corriente con mi jueguito pervertido del ahorcado. Tenía que admirar la forma en que él lo expuso todo. Sin pretensiones. Incluso si le costó cada pieza de ropa, pidió de frente lo que quería, y lo que quería era a mí. Dándole crédito al chico, se lo tomó de buena manera incluso antes de saber cómo terminaría el juego. ¿Cómo podría saberlo? Ni siquiera yo había anticipado ese final feliz.
¡La primera semana! ¡Qué escandalo!
Transferí mis compras al refrigerador y alacena, luego salí con mi celular. Acomodándome en mi tumbona favorita junto a la piscina, cerré los ojos y tramé todas las formas perversas en las que lo haría sufrir por mí.
Estaba segura de que Edward haría todo lo que le pidiera. La recompensa verdadera sería hacerlo sentirse agradecido por la oportunidad.
Los siguientes cuatro días se extendían frente a mí como las vacaciones más exquisitas. Ya estaba de regreso en el camino… pero no era fácil mantener a este a raya.
Con una sonrisa en el rostro y un dolor delicioso entre las piernas, le envié un mensaje.
