Notas de la autora: ¡Feliz domingo! Se viene otra capítulo desde el punto de vista de Sesshomaru, esta vez se trata de un flashback más antiguo y bastante más largo que el anterior. ¡Espero que os guste, os leo en los comentarios!
Las palabras del fantasma de mi padre hacían eco en mi cabeza cada día desde que había intentando asaltar su tumba para reclamar mi merecida herencia, Tessaiga:
"El poder debe usarse para proteger a quien quieres, aunque jamás con intenciones soberbias, Sesshomaru. Podrás recuperar tu energía demoníaca cuando comprendas eso."
Cómo se atrevía a pensar que tenía algo que enseñarme aquel progenitor de pacotilla. Cautivado y aniquilado por simples mortales, y pensaba que tenía alguna lección que darle al Gran Sesshomaru. No podía perdonarle el calvario que me estaba haciendo pasar por sus delirios seniles, que le habían vuelto débil hasta llevarlo a su humillante final. La maldición que había colocado sobre mí pesaba como una losa cobre mi orgullo, incapaz de huir de mi propio cuerpo ahora mortal, que me repugnaba.
Por su culpa, me había obligado a aceptar un acuerdo con un sucio medio demonio, y no tenía más remedio que vivir entre una colonia de inmundos seres humanos. Me provocaban tanta aversión que pasaba todo el tiempo que podía alejado de las multitudes, refugiándome a la sombra de un árbol que se encontraba al límite de la frontera con el exterior. Aquel lugar era calmado y silencioso, por lo que allí podía encontrar un minúsculo remanso de paz en aquel infierno.
Mientras me perdía en mis pensamientos, observaba el pajarillo herido que se revolvía en la palma de mi mano. Me martirizaba ser tan plenamente consciente de que en aquel momento mi existencia se había vuelto tan efímera y frágil como la de aquel lamentable animal. Una parte furiosa de mi ser no dejaba de sopesar la opción de estrujar hasta la muerte a aquella diminuta
ave, en un intento de desfogar la rabia que sentía contra el mundo. También necesitaba demostrarme a mí mismo que no me había vuelto el escalafón más bajo de la cadena alimenticia.
Como si asesinar a una criatura indefensa fuera a cambiar el hecho de me había convertido en un miserable humano, una forma de ida aún más baja y deplorable que Inuyasha, el ilegítimo heredero de mi ansiada Tessaiga... Me estaba volviendo tan patético como ellos. Debía de ser contagioso.
En aquel momento, percibí una sutil fragancia a jazmín en el aire. Agradecía conservar mi fino olfato, aunque su alcance se hubiera visto dramáticamente reducido a unos escasos metros a mi alrededor. Eché un vistazo a la amplitud del jardín, incapaz de localizar la gente de aquel repentino aroma. Estaba seguro de que no estaba instalado allí previamente. Extrañado, alcé la vista, en el caso de que, por algún casual, el olor proviniese de la copa del árbol que se cernía sobre mi cabeza, aclarando aquel banal enigma.
Al hacerlo, me sorprendió encontrarme con los profundos y redondos orbes castaños de una mocosa humana, que me observaba con curiosidad. La niña abrió los ojos como platos al toparse con mi mirada directa, retrayéndose de inmediato. Retrocedió hasta dejarse caer al otro lado del muro que separaba la fortaleza del exterior, donde se había encaramado de alguna forma que yo desconocía. No tenía ni la más remota idea de lo intentaba hacer aquella enana, aunque no podía importarme menos.
Escuché como llamaban mi nombre desde el interior del castillo. Los humanos eran demasiado dramáticos, y se alteraban por cualquier estupidez. Según me había informado Naraku, el anterior señor de aquellas tierras había tenido una salud delicada, por lo que todos los sirvientes estaban muy empeñados en no dejarme salir al exterior, por miedo a que "mi" condición pudiera verse comprometida. Sin embargo, yo no soportaba aquella diminuta prisión, añoraba vivir de nuevo en la salvaje naturaleza,
donde pertenecía mi esencia. A pesar de mis deseos, ya había comprobado en mis carnes lo arriesgado que resultaba en mis circunstancias, una imprudencia sin sentido.
Me levanté perezosamente, dejando escapar un suspiro. Lancé una última mirada al pájaro que sostenía en la mano antes de dejarlo caer sobre la hierba del jardín. Caminé en dirección al palacio mientras lo dejaba atrás, pensando que ya pasaría por allí algún gato que lo liberase de su miseria.
En las noches que no podía conciliar el sueño volvía a dirigirme al exterior, escalando el árbol que topaba con el muro, oteando el horizonte más allá de mis tierras. Sabía que ningún demonio podría detectar mi presencia mientras siguiera allí dentro, lo que hacía sentir protegido a la par que terriblemente impotente, a la merced de un caprichoso medio demonio. Sostuve entre mis dedos el brillante fragmento de la perla Shikon que me había entregado. Quería creer que aquel artefacto podría devolverme mis poderes, aunque no daba resultado por el momento. Aquel Naraku parecía muy interesado en que incrustase aquel pedazo de cristal en mi cuerpo, pero me había negado a hacerlo. No podía fiarme de las intenciones de aquel desgraciado, y no iba a profanar mi organismo con su misterioso juguete.
- ¿Disfrutando de la luna llena esa noche, Sesshomaru?
Me sorprendió la voz seductora de una mujer, que apareció de pie sobre la muralla. No recordaba su nombre, pero sabía que era sierva del medio demonio. Podía percibir ligeramente que compartían la misma esencia a miasma, motivo por el que no me agradaba su compañía.
- ¿Qué quieres? – La interrogué.
- ¿Quieres que te ayude a recolectar más fragmentos de la esfera para que recuperes tus poderes más rápidamente?
Su ofrecimiento llamó mi atención, aunque me consternaba la posibilidad de que aquellas promesas fueran en vano. Nada parecía dar resultado.
- ¿Y qué esperas a cambio de mí? – Quise saber.
La mirada de aquel demonio que portaba un abanico se tiñó de un odio visceral.
- Quiero que acabes con Naraku y me devuelvas mi libertad una vez regreses a ser el poderoso demonio que siempre has sido.
Contuve una carcajada socarrona.
- ¿Y cómo esperas que confíe en alguien que pretende traicionar a su Amo y Señor? Podrías hacer lo mismo conmigo en cualquier momento.
La mujer se mostró visiblemente ofendida ante mi negativa.
- Piénsatelo, Sesshomaru. No tienes muchas más opciones ahora mismo.
Y ella tampoco debía de tenerlas, si requería un demonio sin poderes como yo. La mujer se desvaneció en la noche, envuelta en un torbellino de hojas. Observé la luz de la luna que colaba entre las ramas. Algún día podría salir de allí, siendo el demonio de alto rango que había sido desde el día de mi nacimiento.
Kagura había estado visitándome varias noches, hasta el punto de que me había aprendido su nombre y comenzaba a tolerar su presencia. No era tan ruidosa ni pegajosa como Jaken, por lo que podíamos pasar muchas horas en silencio, simplemente observando la noche. Sabía que ella sólo seguía allí por sus intereses, pero había aprendido a apreciarla como compañía ocasional.
Por otro lado, durante el día había surgido una presencia que sí comenzaba a molestarme de forma más activa... Cada vez que me retiraba al jardín en busca de algo de paz, no me dejaba de sentir una molesta mirada sobre mí, seguida de un delicado olor a jazmín. Se trataba de la niña humana de la última vez, quien se había empeñado en espiarme por algún motivo que desconocía. Ni siquiera era buena ocultando su presencia o escondiéndose. Podía ver claramente por el rabillo del ojo cómo se quedaba absorta, observándome. ¿Qué tanto tenía que ver en mí? Sus intenciones me resultaban completamente indescifrables, lo cual me exasperaba aún más. Ninguna de sus acciones tenía sentido ni premeditación alguna.
Sin embargo, era un ser demasiado insignificante como para hacerme sentir amenazado, incluso atrapado en aquel cuerpo mortal, por lo que trataba de no darle más importancia de la que tenía, más allá de lo irritante que me resultaba ser acechado. Pensé en alertar a los guardias para que se la llevaran en más de una ocasión, pero me generaba tanta desidia pensar en el revuelo innecesario que se podía armar por una simple mocosa que decidí dejarlo estar, y simplemente ignorarla. Tampoco es como si pudiera constituir una amenaza de ningún tipo.
Los días transcurrían con lentitud, entre vacías tareas que se me asignaban como el señor del castillo y escribiendo reportes para Naraku de la actividad demoníaca que Jaken verificaba a los alrededores. No había ni rastro de la perla. Y tampoco de mis poderes. Empezaba a sentirme como un títere sin capacidad de acción en mitad de aquella farsa.
Me planteaba constantemente mi propia identidad y el motivo que me hacía seguir respirando cada maldito día. ¿En qué se había convertido mi existencia? Simplemente dejaba pasar el tiempo, completamente congelado en un cuerpo que iba a comenzar a marchitarse más pronto que tarde si no hacía algo al respecto. Pasó por mi mente la posibilidad de acabar con aquella tortura. Sería tan sencillo como tomar una katana y atravesarme con ella.
Aquel final se me antojaba mucho más honroso que la pantomima en la que se había convertido mi vida.
Detuve aquella línea de pensamiento y traté de recomponerme. Tenía que hacer algo que me hiciera sentir vivo de nuevo, que me permitiese recuperar una ínfima parte de lo que había sido.
El bosque. Tenía que regresar a la naturaleza.
Organicé una partida de caza, a pesar de las innumerables objeciones de los altos cargos y sirvientes del castillo por mi supuesta delicada salud. Ejerciendo toda mi paciencia, había logrado convencer a todos y cada uno de ellos para salir a caballo del castillo, aunque fuese rodeado de centinelas, pero era mejor que nada. No estaba solo, pero podía perderme en la quietud del bosque y respirar aquel aire limpio.
Divisé una liebre a lo lejos, la cual me sirvió de excusa para salir al galope detrás de la criatura, con arco y flechas en mano. La caza siempre me había hecho sentir en mi elemento: la presa, que lucha desesperadamente con todas sus fuerzas por conservar el aliento, contra el depredador que inicia la persecución por saciar su hambre o por pura diversión. Sin embargo, no había satisfacción alguna en aquella acción esta vez, más bien resultaba patético. Una bestia sin colmillos como yo, solo podía me contentarse con aterrorizar a seres tan inferiores como aquel frágil animal. Había perdido mi instinto de supervivencia, y solo estaba intentando ahogar mi rabia contra el mundo en aquel diminuto ser.
Dando poderosos saltos, la liebre salió de mi rango de visión tras una alocada carrera, aunque me alivió comprobar que mis acompañantes parecían haberme perdido a mi también. Aquello sí era lo que yo necesitaba. Escuché el fluir de un río no muy lejos, y pensé que mi montura agradecería beber agua tras los esfuerzos realizados, por lo que me encaminé en dirección a aquel sonido. Divisé la corriente a través de los árboles, pero me detuve en seco antes de salir de entre los matorrales.
Había alguien de pie en mitad del río. Pude reconocerla por sus risueños ojos castaños. Se trataba de la chica con olor a jazmín que acostumbraba a espiarme en el castillo. Se encontraba con el yukata enrollado hasta justo por encima de las rodillas, las mangas hasta sus codos y las piernas separadas mientras observaba el caudal bajo sus ojos con atención.
Decidí permanecer oculto mientras la analizaba, intrigado. Inicialmente, había pensado que se trataba de una niña por su tamaño, pero pude darme cuenta de que su constitución menuda se debía a una visible desnutrición. Las suaves curvas de sus muslos y caderas me hacían pensar que se trataba de una cría atravesando la pubertad. La chica se dobló por la mitad repentinamente, tratando de capturar un pez entre sus manos. Sin embargo, sus esfuerzos fueron en vano. Su presa se le escapó dando un coletazo y ella perdió en equilibrio, cayendo hacia atrás. Decidida, ella volvió a ponerse en pie a la espera de que pasara otro posible pescado del que alimentarse.
No entendía cómo pretendía doblegar a ningún animal con sus escuálidos brazos y aquellas piernas que apenas podían sostenerla. Tenía que aprender cuál era su lugar, y buscar formas más realistas de ganarse el arroz. ¿No podía pedir ayuda a otros humanos, como acostumbraban a hacer? Eran criaturas sociables por naturaleza, hasta el punto de volverse irritantemente interdependientes. Además, si aún se encontraba en fase de crecimiento, ¿no tenía unos padres que se ocuparan de darle sustento? ¿Qué diablos hacía pescando sin unas herramientas adecuadas?
Una vez más, la chica se lanzó desesperadamente sobre otra trucha que nadaba entre sus piernas. Era una ilusa. Había cosas que eran simplemente imposibles según las habilidades de cada uno, por mucho que se empeñase, sus esfuerzos resultaban fútiles...
Ante mis asombrados ojos, la muchacha había logrado lanzar la criatura marina hacia la hierba. El pescado daba desesperados
saltos sobre la tierra, luchando por volver a su hábitat natural. La joven dejó escapar un chillido de satisfacción, saliendo del río con una enérgica zancada. Su luminosa y pura sonrisa parecía estar burlándose de mí.
Por mucho que me pesase, su hambre de vivir me superaba en aquel momento. No pude evitar pensar que aquella humana sin recursos resultaba ser mucho más fuerte que yo, con aquella férrea voluntad. Aquella reflexión se sintió como una silenciosa bofetada.
Me tenía intrigado. Los días siguientes no podía sacarme de la cabeza la imagen de aquellos delgados brazos sumergiéndose en el agua con decisión, movidos por un poderoso instinto de supervivencia. ¿Cómo podía ser menos miserable que yo una criatura sin posibilidades de aspirar a un poder superior? No comprendía el móvil de su determinación para sobrevivir en sus deplorables condiciones. Sería mucho más sencillo solo rendirse, aunque quizás yo estaba siendo extremadamente pesimista o catastrofista.
Aquella noche había luna llena. Sentado sobre la rama del árbol que acostumbraba a visitar cada noche en el jardín, observé una siniestra sombra acercarse.
- Naraku. – Mascullé.
Aquel medio demonio, cubierto por el pelaje de un babuino blanco, se mostró ante mis ojos, apostándose sobre el muro del castillo.
- Buenas noches, Señor Sesshomaru, ¿cómo se encuentra?
En teoría, aquel hombre y yo éramos aliado, pero había algo en su aura que no dejaba de ponerte en alerta, a pesar de que mis sentidos se encontrasen mermados. Sabía que su oferta de ayuda no tenía nada de altruista, aunque aún no había logrado descifrar sus intenciones, era completamente opaco.
- Sin cambios. – Le reproché, lanzándole una mirada inquisitiva.
Naraku dejó escapar una risa, en un intento de sonar amigable.
- Entiendo que no has incrustado aún el fragmento de la perla que te di en tu cuerpo, ¿verdad? Tus poderes no regresarán hasta que no lo hagas.
Cada vez que nos veíamos, terminaba insistiendo en aquello mismo, y la idea se me antojaba cada vez más sospechosa.
- Si es una joya tan poderosa, con llevarla encima debería ser suficiente. – Mascullé, firme en mi decisión de no seguir sus órdenes.
- Tómese su tiempo para pensarlo, si lo desea. – Me concedió con él. – Aunque le aseguro que se trata de la forma más rápida de recuperar sus poderes.
No me podía fiarme de él ni lo más mínimo, pero seguiría actuando como su peón por el momento.
Las estaciones se iban sucediendo, y aquel otoño ofrecía una hermosa coloración rojiza y en tonalidades marrones a las hojas de los árboles. Volvía a tener ganas de perderme en la naturaleza, por lo que decidí tomar mi caballo de los establos para salir a explorar.
Tuve que justificar en la salida que sólo me apetecía cazar, y que no era necesario que nadie me acompañase, ya que mi vida no iba a peligrar por ello. Ante la falta de planificación, y teniendo que cuenta que solía alejarme de los centinelas que me escoltaban, sopesaron que estaba bien que marchase solo. Aquello ya suponía un gran avance, ya que aquellos humanos respetaban cada vez más mi autoridad y mi intimidad. No me agradaba que en un principio apenas me dejases respirar a solas.
Justo antes de adentrarme en el bosque, me apeé del caballo y aseguré su brida en la rama de un árbol. A partir de aquel punto me deseaba desplazarme sobre mis propios pies, perdiéndome en la espesura, saboreando finalmente un atisbo de libertad.
Mientras avanzaba con paso lento entre los árboles, respiré el aire limpio de la naturaleza, sin mácula de la acción del hombre y en una tranquilizadora quietud. Entre la maleza, alcancé a percibir un melodioso canto que captó mi atención. Su timbre era agudo y no ponía mucha intensidad en las notas, sino que se arrastraban lentamente como una dulce canción de cuna. Intrigado por aquella melosa canción sin letra, me dejé llevar en buscar del origen celestial y místico de aquella voz.
Llegué hasta un rincón de la foresta donde la vegetación esa espesa, plagada de hongos y diversas plantas silvestres. Pude distinguir entre las ramas la silueta de la joven que había pasado estaciones acosándome. Vestía un kimono de cuadros naranjas y amarillo pálido, y llevaba un mechón de pelo recogido en el lateral derecho de su cabeza. Instintivamente, me oculté tras unos arbustos para no ser detectado. Pensé que debía marcharme de allí antes de que reparase en mi presencia, pero su embriagador aroma a jazmín y su voz angelical me mantenían anclado a aquel lugar.
Me detuve analizar la situación por un instante. ¿Cómo había podido ni por un instante confundir la voz de una humana con un cántico celestial o un espíritu? Era cierto que sonaba muy dulce y no me encontraba en mis plenas capacidades, pero me molestaba ser incapaz de distinguir obviedades como aquella. Además, no era mejor que aquella acosadora si permanecía allí plantando, incapaz de despegar los ojos de ella.
Mientras me perdía en mis cavilaciones, la chica recogía en una cesta diversas variedades de setas (esperaba que no tóxicas para su especie), añadiendo esporádicamente flores aromáticas sin ningún uso, al que menos que yo tuviera conocimiento. ¿Qué diablos hacía aquella joven sola en mitad del bosque?
¿Realmente no tenía otro sitio en el buscar su sustento? Me perturbaba cómo siempre me la encontraba tan alejada del pueblo, totalmente expuesta a cualquier peligro. Y para rematar, realizaba sus tareas con una amplia sonrisa, tarareando como si no existiera la maldad en el mundo, ajena al dolor y despreocupada dentro de su burbuja de felicidad. Me molestaba profundamente su actitud.
En aquel momento, la joven tomó asiento en el suelo y cogió entre sus dedos los tallos de las flores había acumulado. Con suma habilidad y fluidez, comenzó a trenzar las plantas entre sí, creando un cordón verde del que sobresalían hojillas y pétalos. Me quedé hipnotizado mientras la miraba confeccionar aquel accesorio floral mientras seguía cantando y tarareando animadamente.
Cuando parecía estar a punto de completar una figura en forma de círculo, algo que se movió entre las hojas del suelo llamó su atención. Se trataba de una ardilla, que la observaba con sus oscuros ojillos negros. Aquello me resultó sumamente extraño, pues aquellos animales eran huidizos por naturaleza, no había ningún motivo racional para que se acercase a una criatura mayor en tamaño que ella.
La chica humana estiró el brazo lentamente, ofreciéndole su muñeca al animal para que aspirase y reconociese su olor. La ardilla retrocedió dando unos espasmódicos saltos en dirección al árbol más cercano. Sin embargo, no terminaba de darle la espalda a la humana, y parecía esperar que la siguiese, mientras la seguía observando directamente. ¿Por qué no trepaba hasta ocultarse en un punto donde no pudiera ser alcanzaba? No me estaba dando buena espina.
Estudiando al animal con atención, pude percibir cómo unos delgados hilos tiraban de las extremidades de la criatura. Debía de tratarse de una marioneta. Maldición. Eso no podía significar nada bueno.
Bordeé el claro siguiendo la dirección de los hilos, en busca del titiritero artífice de aquel truco barato. Localicé al responsable apostado sobre la rama de un árbol. Se trataba de un tenebroso yokai humanoide de piel pálida, con un solo ojo en mitad de la cara y unos brazos delgado y deformes. Sobre su cabeza calva, reposaba un sombrero de paja raído. El demonio parecía divertirse mientras se relamía los labios, excitado. Por su boca asomaron unos puntiagudos dientes.
Con varios tirones de los hilos, la ardilla finalmente trepó un grueso tronco para resguardarse en una diminuta hendidura en la parte donde nacían las ramas más altas, por encima de mi cabeza. Me asomé por un instante para observar cómo la chica humana tomaba unos piñones del suelo, dispuesta a ganarse la amistad de aquel animal. ¿Acaso aquella humana tenía una esponja seca por cerebro y no se daba cuenta de lo extraño que era la situación? Quizás el interior de su cabeza sólo era habitado por aire, como si se tratase de un pez globo.
Alrededor de la ardilla se extendía una poblada red de hilos trasparentes, que estaba convencido de que estaban allí colocados para aprisionar a su víctima tan pronto como se encontrase dentro de su alcance. No sería tan imprudente como para para trepar hasta un sitio tan alto... Observé con incredulidad cómo ella comenzaba a escalar el árbol con la decisión que la caracterizaba. Quise gritar para advertirla, aunque otra parte de mí se negaba a ser descubierto observándola a escondidas como un psicópata. Además, podría ser contraproducente que el yokai reparase en mi presencia.
En mitad de mi debate interno, el titiritero salivaba abundantemente, incapaz de contener su excitación. Era una ser tan desagradable y patético que deseaba poder borrar aquella asquerosa expresión de su rostro de un plumazo. Pero era demasiado consciente de mi propia impotencia, no tenía poderes para encargarme de aquella situación. Hubiera sido tan sencillo acabar con aquello en el pasado...
- No te asustes, pequeña, sólo quiero ser tu amiga. – Dijo la humana con voz dulce.
Su manera de hablar era tan delicada como su canto. Algo se removió en mi interior mientras visualizaba su cuerpo siendo atrapado por aquella trampa mortal, camino a su irremediable perdición. No podía permitir que se perdiera una vida tan hermosa. Me había sentido cautivado por primera vez en mi larga existencia, y me negaba a dejarla desvanecerse de aquella manera.
En un impulso rabioso como hacía mucho que no brotaba en mi ser, sentí un corriente de energía recorriendo mi cuerpo a una velocidad vertiginosa, impulsándome para abalanzarme sobre el demonio que manejaba los hilos. Le asesté un zarpazo tan violento que su cráneo salió despedido hasta caer en el suelo.
Una vez aterricé sobre el mullido terreno del bosque, me observé las manos con perplejidad. Mis afiladas garras habían regresado como por arte de magia. Escuché como el cuerpo decapitado del demonio caía al suelo con un sonido sordo, a unos pasos de distancia de mí. No me interesaba lo más mínimo aquel cadáver, por lo que lo ignoré deliberadamente.
Sin poder creer lo que veían mis ojos, me levanté la manga del kimono en busca de las franjas de color púrpura que acostumbraban a rodear mis antebrazos desde mi nacimiento. Se veían de un color pálido, casi translúcidas, pero no había duda de que estaban allí. Me mordí el labio, sintiendo las precisas punzadas de mis colmillos. El sabor a sangre me inundó la boca. Noté como su longitud era menor a que recordaba, pero ya no tenía una dentadura humana.
¿Por qué había recuperado mis poderes bajo aquellas circunstancias concretas? Todas las veces que mi vida había corrido peligro o había acabado al borde de la muerte, no habían mostrado ni el más mínimo indicio de regresar. ¿Era porque había salvado a una humana con mi acción?
Confundido, regresé a las inmediaciones del claro, tenía que volver a ver a la joven que suponía debía ser la responsable de mi súbita recuperación. Ella cargaba en ese momento el cadáver de la ardilla entre sus manos, con una expresión afligida. Seguramente había sido una cáscara vacía desde el principio, que había perdido el movimiento con la muerte del ser que lo controlaba, pero ella no parecía haberse dado cuenta lo que había ocurrido tras las bambalinas. Sólo había presenciado el súbito "fallecimiento" del animal. La humana se arrodilló en el suelo, y comenzó a cavar un agujero con sus propias manos, llenándose hasta las muñecas de tierra y mugre.
Únicamente comprendí el significado de sus acciones cuando observé cómo depositaba el cuerpo sin vida del animal dentro de la cavidad que había escarbado en el suelo. No terminaba de encontrar sentido a que se tomara tantas molestias por una criatura tan insignificante. Sin embargo, los ojos de la joven reflejaban una profunda tristeza y soledad que me abrumó. Ella siempre estaba sonriendo como una boba, y parecía llena de vida, ¿de dónde salía aquella angustia y profundo dolor? ¿Acaso un cuerpo tan pequeño y frágil podría contener aquella nube de tormenta que cruzaba por sus pupilas?
Cubrió el cadáver del pequeño roedor con tierra, y adornó la improvisada tumba con la corona de flores que había estado confeccionando anteriormente. Con aire melancólico, se dio la vuelta y se alejó del lugar con paso pesado. Daba ligeros tumbos, seguramente con mareos y perturbada, debido a la grotesca escena que había presenciado. Ya no cantaba ni tarareaba.
Aquella escena conmovió una parte de mi corazón que creía extinta desde mi más tierna infancia. Deseaba profundamente que la luz volviese a iluminar sus dulces facciones. Yo...
Simplemente, sentía la necesidad de proteger a aquella chica.
Mientras la observaba desaparecer en la espesura del bosque, sentí mis garras y colmillos replegarse. Mis fuerzas me
abandonaron, dejándome tan frío y destrozado como un cristal hecho pedazos.
Definitivamente, quería volver a estar cerca de ella. Me sentía más que intrigado por su existencia.
Finalmente, me había acostumbrado a la mirada furtiva de la joven humana a la que había salvado la vida mientras permanecía en el jardín de palacio. Su presencia comenzaba a darme paz, un sentimiento muy alejado de la irritación que me provocaba en un inicio.
Fingía leer un libro mientras practicaba el control sobre mis garras. Las extendía y las ocultaba lentamente, siendo plenamente consciente del cambio de mi cuerpo. Se hacía muy sencillo volver a ser yo cuando ella estaba cerca.
Sin embargo, el ambiente calmado se vio interrumpido por un centinela del castillo que se acercaba hacia mí. No podía permitir que viera a la intrusa, o se metería en problemas. Me levanté para dirigirme a él.
- ¿Me buscabais para algo?
- Mi señor. – Me saludó el hombre con una inclinación de cabeza. – Tiene una visita que le aguarda en la sala de recepciones.
Fruncí el ceño. No recordaba haber autorizado ninguna visita. Resignado, seguí al guarda hasta el interior. En la amplia sala, estaban sentados mi mayor consejero, la jefa de servicio de palacio, un desconocido con aspecto de señor feudal y justo detrás de él, una muchacha de aspecto joven. Sabía que me la habían vuelto a jugar.
Sin molestarme en mostrar mi desagrado por aquella situación, tomé asiento junto a mi consejero, la persona con más autoridad dentro de la fortaleza por debajo de mí. Estaba seguro de que debía haber sido idea suya.
- He oído que me requerían, ¿en qué puedo ayudarles? – Mis palabras seguían la estúpido etiqueta humana, pero mi tono no resultaba hospitalario en absoluto.
El hombre desconocido tomó la palabra:
- Mi nombre es Yoshitaka Homura, Sesñor Sesshomaru. Venía a presentar mis respetos y a presentarla a mi hija, Yurika. He escuchado que estáis buscando esposa.
La muchacha que respondía a nombre de Yurika me dedicó una sonrisa tensa. Sus ojos reflejaban un profundo miedo y desconfianza hacia mi persona, pero sabía que debía cumplir con los deseos que su padre dictase para ella. Sin embargo, yo no estaba ni siquiera mínimamente interesado en el matrimonio. Además, aquella chica apenas se veía tan joven como para acabar de tener su primer período, pero la ambición de su padre debía ser tan grande que se había aferrado a la más mínima opción de unir fuerzas con mi clan. Era despreciable.
- Agradezco su oferta, señor Homura, pero debo rechazarla amablemente. Lamento comunicarle que los rumores que ha escuchado son falsos, hay asuntos que requieren mi atención antes que la búsqueda de una novia. Son tiempos complicados.
Me levanté, deseoso de salir allí cuanto antes. Ya era la tercera joven que me ofrecían con la misma intención. Todos los sirvientes estaban inquietos por la ausencia de un heredero que pudiera continuar el linaje de aquella casa, por lo que circulaban aquella falsa intención de matrimonio. Parecían esperar que, al traer a las chicas ante mí, alguna terminaría por encandilarme lo suficiente como para aceptar.
Dediqué una última mirada a la chica con el rostro empolvado y los labios de color carmín. No entendía que podían ver de atractivo los hombres humanos en maquillar el rostro de una chiquilla hasta hacerla ver como una dama de compañía. Sabía que no podía salvarla de un matrimonio que no desease, ya que
su padre no dudaría en ofrecerla a otro señor poderoso, pero yo me negaba a ser cómplice de aquella barbarie.
Durante las noches, comencé a escaparme del castillo para tratar de dar rienda suelta a mis poderes sin la humana que me espiaba cerca. Al principio, había sido completamente incapaz de recuperarme sin ella a mi alrededor, pero con el transcurso de las estaciones, cada vez era más sencillo recuperar mi naturaleza demoníaca a voluntad.
Sin embargo, no podía mantenerla durante demasiado tiempo, ya que apenas consumía una pequeña parte de mi poder, ésta parecía abandonarme sin remedio. Aún no estaba completamente recuperado, pero iba evolucionando progresivamente. Deseaba regresar a mi cuerpo original lo antes posible para poder liberarme también de Naraku, quien parecía traerse asuntos turbios entre manos, a juzgar por las palabras del demonio del abanico. Pensé en seguir utilizando su útil barrera un poco más, sólo hasta que rompiese el sello.
Kagura acostumbraba a acompañarme en mis incursiones nocturnas, y a mi no me perturbaba su presencia. Además, aunque no terminaba de confiar en ella del todo, sí me había advertido de la intención de Naraku en cuanto de tomar posesión de mi cuerpo y voluntad tan pronto como incrustase los fragmentos de la perla, por lo que me aconsejó no hacerlo. Quizás seguía albergando la esperanza de que la rescatase de su creador algún día.
- Parece que sus poderes han vuelto casi del todo, señor Sesshomaru. – Observó Kagura tras derrotar a unos onis que portaban fragmentos de la esfera de Shikon.
- Aún estoy en proceso. -Le contesté, ofreciéndole los pedazos de la joya.
Kagura tomó uno de los fragmentos y dejó el otro en la palma de mi mano.
- No es sensato dejar que Naraku complete la perla. Es mejor que te guardes algunos fragmentos, para restarle poder.
Aquella mujer aprovechaba cualquier ocasión para sabotear los planes de su maestro, y no terminaba de gustarme que me involucrase en ello.
- ¿Por qué debería involucrarme en tus asuntos?
- No nos conviene a ninguno de los dos que se vuelva demasiado poderoso. – Argumentó ella con seguridad.
- No pienso entrometerme en tu relación con Naraku, y lo sabes.
- No estoy haciendo nada de esto para ganarme dicho favor, Sesshomaru. – Dijo con una expresión consternada en el rostro.
- Entonces, ¿por qué sigues ayudándome a exterminar demonios, si no es para obtener fragmentos para él o para convencerme de que me vuelva tu alidada?
No me fiaba de sus movimientos erráticos, ya que no terminaba de comprender de qué lado estaba en ningún momento, si es que tenía un bando claro.
- ¿Después de todo este tiempo aún no confías en mí? – Inquirió, molesta.
- Eres la sierva de Naraku, no me creo que realmente planees traicionarlo mientras sigues cumpliendo sus órdenes.
Kagura era usuaria del viento, podía simplemente marcharse y huir de su creador hasta que se agotase, nunca sería capaz de alcanzarla. No tenía sentido que siguiera trabajando para él, si realmente no le reportaba ningún beneficio.
- Si quisiera traicionarte, sería tan sencillo como informar a Naraku de que estás recuperando tus poderes. – Su tono no era
amenazador, pero me tensé ante sus palabras. – Jamás permitiría que volvieras a ser un demonio si no es bajo su control.
- Entonces, ¿cuál es tu motivo para cubrirme, si no se trata de interés?
Me preguntaba cómo saldría de aquella, no podía engañarme. Tenía intenciones ocultas, estaba seguro de ello. Kagura dio un paso hacia mi, clavando sus ojos en los míos, desafiándome con la mirada. Sin embargo, para mi sorpresa, no pronunció ni una sola palabra más de réplica. Simplemente me agarró del kimono para atraerme hacia ella, y presionó su boca contra la mía.
Algo confundido, me dejé llevar mientras buscaba mi lengua con la suya. La sensación no fue desagradable, pero sentí una opresión en el pecho mientras la nítida imagen de la joven humana que me intrigaba pasaba por mi mente. En ese momento, me di cuenta de que no quería que Kagura me siguiera besando, aunque no me produjese repulsión. Retiré sus manos de mi ropa y retrocedí, interrumpiendo el contacto de nuestras bocas.
- No deseo esto, Kagura. – Le dije a la mujer.
- Ya lo sé. – Admitió con amargura.
No entendía del todo sus sentimientos por mí ni el origen de los mismos, pero su mirada mostraba lo duro estaba siendo encajar el rechazo. En un comportamiento poco propio de mí, accedí a retener algunos fragmentos para que no cayesen en manos de Naraku. Ella me lo agradeció con expresión de melancolía.
Me encerré en mi oficina para evitar ser molestado de nuevo con el tema del matrimonio. Ya no podía permanecer a solas en el jardín sin ser interrumpido, por lo que había optado por hacer creer a todos que estaba ocupado con asuntos administrativos para conservar algo de paz. Nadie se atrevía a molestarme cuando me enclaustraba allí.
Sin embargo, escuchaba mucho escándalo al otro lado del pasillo. No comprendía que podía estar alterando mi paz nuevamente. Mi olfato, que parecía haberse refinado con el tiempo, captó una sutil esencia a jazmín en el aire, por lo que salí del cuarto temiéndome lo peor.
Afuera, una pareja de guardias inmovilizaba a mi acosadora particular. No paraban de acosarla con acusaciones:
- ¡¿De quién eres espía?!
- ¡Seguro que se trata de un demonio disfrazado de mujer!
La expresión de la chica era de encontrarse al borde del llanto. Quise golpear a los centinelas en el acto por ello, pero supe contenerme.
- ¿Por qué tanto alboroto? – Les interrumpí sin alzar la voz.
Ellos enmudecieron por un momento. La desaliñada joven me observaba con intensidad, pero me esforcé en rehuir sus ojos de cervatillo.
- Hemos encontrado a esta polizona, mi Señor.
- Es muy sospechosa, ¿cómo deberíamos disponer de ella?
Entonces caí en el error de mirarla. Su rostro era suplicante, y jadeaba por el esfuerzo realizado al haber tratado de liberarse. Hacía mucho tiempo que no tenía la oportunidad de observarla con claridad, y nunca desde una distancia tan corta.
Sus curvas femeninas se habían desarrollado, a pesar de que aún estaba demasiado delgada. Tenía el cabello alborotado y lleno de hojitas, los bajos de su yukata estaban raídos. A pesar de todo aquello, no podía apartar mis ojos de su belleza. Me sentía terriblemente atraído, y era la primera vez que me tocaba lidiar con aquella acuciante necesidad.
- ¿Cómo te llamas, muchacha? – La interrogué.
- Rin. – Ante mi silencio, esperando que mencionase el nombre su familia, se apresuró a aclarar. – Solo Rin. Soy huérfana.
Al escuchar su voz, dulce como le trino de un ruiseñor, nació en mí un irracional sentimiento de querer acogerla bajo mi ala, para asegurarme de que se encontraba a salvo cada segundo de su existencia. Además, sabía que estaba en mi poder proveerle todo lo que necesitase para vivir cómodamente, y no deseaba volver a ver su rostro inundado en la tristeza.
Me perdí en la visión de sus carnosos labios, entreabiertos mientras respiraba agitadamente, tratando de recuperar el aire. Sus ojos castaños me observaban expectantes, con un brillo en ellos que me resultaba hipnótico. Su pecho subía y bajaba rítmicamente al compás de su respiración, y casi podía sentir el sonido de sus latidos en mis oídos. Su atractivo olor inundó mis fosas nasales, atrayéndome poderosamente a ella, motivo por el cual no pude evitar lanzar una mirada furtiva a sus amplias y redondeadas caderas. Quizás me estaba equivocando, ya que desconocía los ritos de cortejo humanos, pero daba la impresión de que esa mujer me deseaba con todo su ser. ¿Podía ser que me hubiera estado observando porque sentía aquel tipo de interés por mí, todo aquel tiempo?
Un instinto feroz de hacerla mía se encendió en aquel momento.
- Si tanto insistes en permanecer entre estos muros, Rin... - Aún podía retractarme, podía detener la locura que estaba a punto de salir por mi boca. – Verás tu deseo concedido, como mi esposa.
Notas de la autora: Con este capítulo se cierra la trama inicial que tenía pensaba para este fanfic. No sé si os quedará alguna duda sin resolver, os agradecería que me lo hicierais saber si hay algo que no está claro o que no cuadra del todo...
Gracias por haber leído hasta aquí, lo cierto que es que tenía algo que comentar (no, no voy a cancelar o abandonar a medias la historia). La verdad que es como he dicho, en este capítulo se cierra un poco la trama inicial de la historia, es decir, la parte que tenía más clara y definidia, a partir de aquí siento que tengo bastantes lagunas que rellenar para poder continuar una historia interesante y con coherencia.
Lo que quiero decir que, aunque tengo los próximos dos capítulo escritos ya, voy bastante más lento que antes en la redacción, y mi vida personal tampoco me está dando mucho tiempo para poder dedicarle a esto. Básicamente, aunque no es seguro todavía, quería decir que en un par de semanas puede que empiece a espaciar un poco más las publicaciones, porque le tengo mucho cariño a la historia y no me gustaría escribir capítulos sin demasiada previsión.
Seguiré trabajando en la historia, de todas formas, y espero poder continuarla sin mucha demora. Una vez más, mil gracias si has llegado hasta aquí y por el apoyo.
¡No leemos la semana que viene, sin falta!
