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TONTERÍAS A DOS
Fecha: 23/10/22
Pareja: Sorato
Tiempo: 18m y 31s
—Amanecer—
La miró una última vez, ya abrazada a Piyomon en posición de dormir. Había estado cuchicheando con las chicas hasta hacía unos segundos, pero al igual que el resto de murmullo, el suyo también había desaparecido paulatinamente. Se colocó entonces boca arriba, con las manos tras la nuca, observó el cielo nocturno. Cerró los ojos, inspiró. Las estrellas del Digimundo permanecían inalterables. Volvía a tener once años, pero no se sentía perdido, se sentía bien.
Abrió los ojos. Había sido idea de su hermano y su generación pasar el uno de agosto en el Digimundo. Era el primer año que la puerta estaba abierta para ellos sin ningún peligro que acechase. Era el primer año que estaba con ella también.
Sacudió la cabeza, flexionando la pierna. Apartó esos pensamientos. Los pensamientos de estar cerca de ella. De dormir cerca de ella. No era algo que no le hubiese pasado por la mente, pero fue desechado sin ni siquiera proponerlo. Habría sido demasiado vergonzoso, incluso si hubieran estado solo ellos dos. Obviamente, con todos sus amigos, era algo que nunca sucedería. Bastantes comentarios de su hermano había soportado, así como las risas derivadas de estos.
Sintió a Gabumon volverse a él, ya completamente dormido. Sonrió al tiempo que su mano descansaba entre su pelaje. Lentamente, las estrellas se difuminaron.
Apretó los ojos al sentir un roce en su hombro, se esforzó por mantenerse en el mundo onírico. Supo que eso ya no era posible al escuchar un susurro, al ir reconociendo la voz del susurro. Sus palabras. Abrió los ojos.
—¿Sora? —musitó. Se talló los ojos, apoyando la mano en la hierba para incorporar el tronco—, ¿sucedió algo?
Vio entonces el gesto que le hacía, con el dedo en los labios y miró a su alrededor. Todos sus compañeros permanecían echados, aparentemente dormidos. Era noche aún.
—Va a amanecer.
Buscó su rostro, tratando de entender sus palabras. Su rostro ruborizado, con una ligera sonrisa. Sus ojos que se desviaron al horizonte, donde el cielo empezaba a clarear. De rodillas hasta ahora, Sora se levantó, dejando su mano tendida. Yamato la aceptó, levantándose también. La siguió sin sentir necesario que esa mano debiera soltarse.
Caminaron unos metros hasta un pequeño montículo. Habían decidido acampar en una zona despejada, cerca del lago. Sora se sentó entonces, con las rodillas flexionadas contra su pecho. Yamato permaneció de pie, observando aquel horizonte que lentamente se tornaba rosáceo.
—Nunca disfruté de un amanecer en el Digimundo.
Yamato pestañeó perplejo, despegando por un segundo la mirada de tal magnífico fenómeno.
—Vivimos muchos hace cuatro años.
Sora sonrió, abrazándose las piernas.
—Pero no los disfruté. Los agradecía porque significaba que la noche había pasado, pero los odiaba porque lo único que traían eran un nuevo día de incertidumbre.
Volviendo la vista al horizonte, Yamato hizo un sonido de asentimiento. Al igual que él nunca había visto las estrellas en el Digimundo con la mirada de aquella noche, tampoco había vivido un amanecer sin el peso de las preocupaciones.
Notó los dedos de Sora tirando ligeramente de su pantalón. Ella permanecía presa del amanecer, pero entendió que era una invitación a que se sentara. Tan pronto como lo hizo, esos dedos buscaron su mano.
—Gracias por acompañarme, no quería verlo sola.
Yamato arqueó una ceja incrédulo, apretando esa mano con cariño.
—Piyomon te hubiera acompañado sin problemas.
Y por primera vez Sora apartó la mirada del amanecer, sustituyéndola por el cielo ya completamente amanecido que eran los ojos de Yamato.
—Quería verlo contigo.
Apartando la mirada, porque de lo contrario no se habría resistido a besarla, Yamato regresó la vista a aquel inolvidable amanecer del primero de agosto, mientras Sora se lo perdía, por ver aquel dulce atardecer en las mejillas de Yamato.
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