Disclaimer: Twilight es de Stephenie Meyer, la historia es de Violet Bliss, yo solo me adjudico la traducción con el debido permiso de la autora.
Disclaimer: Twilight characters belong to Stephenie Meyer, this story is from Violet Bliss, I'm just translating with the permission of the author.
Capítulo beteado por Yanina Barboza
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Junio
—Estoy nerviosa —susurró Bella cuando Edward se detuvo en la entrada de la casa de sus padres. Los Cullen habían invitado a Bella a cenar, con entusiasmo, o eso le dijo Edward, después de enterarse de que los dos estaban de nuevo en contacto.
Edward detuvo su auto en un lugar vacío y se giró hacia ella, sonriendo suavemente.
—No lo estés.
No había sido un camino fácil para sentirse completamente cómodos el uno con el otro después del incidente, pero trabajaron duro para salir adelante. Edward y Bella perdieron cada uno a su mejor amigo en Emmett, y su traición dolió mucho más que la de Rosalie. Pasaron horas hablando de eso y Bella se sorprendió al descubrir que Edward había estado a punto de romper con ella cuando se fue.
—¿Por qué? —preguntó Bella cuando él le contó, sentada en su sofá, uno de segunda mano que le compró a una señora que se mudaba al piso de arriba y que era infinitamente más cómodo que el que estaba allí antes.
Edward no dudó antes de responder.
—Ella no era la misma que cuando empezamos a salir y, cuanto más tiempo pasaba, más infeliz estaba con todo sobre mí, sobre nosotros, incluidos los planos de la casa. Esa casa es todo para lo que he trabajado y cuando pensé en quién quería que viviera en esa casa conmigo, no era ella.
Se sentaron en silencio durante unos minutos después de eso, cada uno de ellos contemplando lo que acababa de decir.
—¿Edward? —preguntó ella, finalmente rompiendo el silencio.
—¿Sí? —inquirió, volviendo su atención completamente a ella. Siempre fue una de sus cosas favoritas de Edward, su habilidad para escuchar a otra persona, para darle toda su atención. No tuvo mucho de eso en su vida, ni siquiera con Emmett.
El pensamiento la entristeció.
—Me alegro de que hayas sido lo suficientemente valiente como para admitir que querías más.
—¿Por qué dices eso? —cuestionó, confundido.
—Porque creo que he pasado mucho tiempo diciéndome a mí misma que lo que tenía era suficiente y casi me conformo.
—Deja de prepararte para lo peor, trajiste pastel de manzana casero, papá se inclinará a tus pies toda la noche —bromeó Edward, devolviéndola al presente. Ella le sonrió mientras se dirigían a la puerta principal.
Cuando la puerta se abrió y vio la suave sonrisa y los cálidos ojos de Esme, supo que todo estaría bien.
Con vino y riéndose de los chistes de padres de Carlisle y el pastel de manzana caliente, todo estaba más que bien.
Fue maravilloso.
Y mientras observaba a Edward ayudar a su madre con los platos después de la cena, Bella sintió que el dolor de la traición de Emmett y Rosalie disminuía, la cicatriz escocía un poco pero ya no dolía.
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—Se ve tan diferente aquí ahora —comentó Edward mientras comían pizza sentados en el suelo frente a su mesa de café, las repeticiones de The Office sonando frente a ellos en la televisión.
Bella giró la cabeza para mirarlo, sus ojos se movieron sobre los estantes blancos de Ikea que ella movió de la otra habitación a la sala, llenos de libros y varias mercancías nerd que compró a lo largo de los años. Hacía que el apartamento pareciera más brillante, más habitado y casi nada parecido a como era cuando Emmett vivía con ella.
—Se siente como si fuera mío ahora —admitió, terminando su sidra de manzana.
Él la miró y sonrió con tristeza.
—Él siempre tuvo una personalidad más grande que la vida, no me sorprende que se extendiera a otras partes de su vida. Cuando yo vivía con Rosalie, ella estaba más preocupada por cómo se vería todo para otras personas, así que probablemente ni siquiera le gustaba nada, simplemente le importaba que a otras personas les gustara.
—Eso es realmente una mierda, Edward —indicó ella, los cuatro tragos que consumió haciendo efecto, su franqueza los sorprendió a ambos.
Él se rio de ella y la rodeó con un brazo, apretándola suavemente antes de alejarse.
—Fue realmente una mierda —confió—, pero supongo que ahora sé lo que no quiero en una relación. No voy a perder más tiempo con personas que no me hacen sentir que soy suficiente, ya sabes. No digo que quiera que alguien me adore, pero quiero que alguien se preocupe más por mí que por las opiniones de los demás.
Bella sonrió, ante la honestidad de su voz y la convicción de sus palabras.
—Yo también quiero eso.
—Bien, deberías —respondió, y ella pudo ver el significado detrás de sus palabras, sabía que se estaba refiriendo a su confesión sobre conformarse con Emmett.
—Aunque —agregó con una sonrisa astuta y ebria que hacía que sus labios se arquearan en las comisuras—, no creo que me importe ser adorada.
Esperaba que él se riera de sus palabras, que bromeara con ella al respecto, pero no lo hizo. Solo la contempló, los ojos de jade se iluminaron con algo que la hizo querer morderse el labio.
—Bella, créeme cuando digo que, si un hombre no te adora, no es el indicado.
Más tarde esa noche, cuando Bella tomó su pequeño vibrador plateado del cajón de la mesita de noche y lo presionó contra el dolor entre sus piernas hasta que se retorció debajo de las sábanas, lo hizo pensando en esas palabras.
Y cuando llegó al clímax, se encontró imaginando un par de ojos verdes.
No durmió mucho esa noche.
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Bella era una persona amable que no se permitía odiar las cosas.
Era la trabajadora social en ella, supuso, pensar menos en absolutos le hacía más fácil ver el panorama completo.
Pero incluso ella tenía sus límites.
Y sintió que llegó a su límite cuando se sentó en el sofá de Edward.
—Después de cada visita, me digo a mí misma que no puede ser tan malo, que no pudo haber sido tan incómodo. ¡Pero lo es! No entiendo cómo un sofá tan bonito puede ser esta… ¡esta mierda! —exclamó con un gruñido mientras intentaba (y fallaba) cambiar su peso para encontrar algo parecido a un lugar cómodo.
Miró a Edward, que se había detenido a un metro del sofá y la observaba fijamente, con una caja de pizza en una mano y dos cervezas de mango en la otra. Ella lo miró a los ojos y su rostro se sonrojó, pero antes de que pudiera abrir la boca para ofrecer una disculpa, él abrió la suya para dejar escapar una carcajada.
Se quedó quieta, mordiéndose el labio y observando cómo él se reía más fuerte de lo que lo había visto reír antes, una comisura de su boca se arqueó involuntariamente ante la vista.
—Mierda —se rio entre dientes cuando su risa finalmente se apagó, depositando la pizza en la mesa de centro de vidrio y cromo frente al sofá y entregándole una cerveza.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó cuando él se sentó a su lado, el sofá tan rígido que ni siquiera lo sintió moverse cuando él se dejó caer.
Tomó un largo sorbo de su cerveza, sacudiendo la cabeza.
—Odio este sofá —le explicó, mirándola a los ojos—. Llegué a casa del trabajo un día, unas semanas antes de que ella se fuera, y estaba aquí. Estaba enojado por el precio porque sabía que ella no habría tenido el dinero para pagarlo todo, pero cuando me senté, me di cuenta de lo infeliz que era. Qué infeliz me estaba haciendo. Estoy construyendo una casa y ella quiere gastar dos mil dólares en un sofá que se siente así. —Edward apretó la mandíbula—. Creo que fue entonces cuando se dio cuenta de que iba a romper con ella.
—Deberíamos quemarlo —sugirió Bella, medio en broma. Ella realmente lo odiaba.
—Tan pronto como mi casa esté lista, se publicará en los clasificados —respondió, y ella golpeó su botella con la suya, sonriendo—. Realmente odias este sofá, ¿no? —inquirió, riéndose de su entusiasmo.
—Edward, si no tuvieras un gran televisor y todos los episodios de Supernatural en Blu-ray, nunca estaría aquí —exclamó dramáticamente, haciéndolo reír una vez más.
—Por supuesto que lo harías, Bella —bromeó.
—¿Y por qué lo haría? —replicó, inclinando la cabeza hacia un lado para estudiarlo.
—Porque yo estoy aquí —afirmó con confianza.
—Tienes razón —convino antes de que pudiera detenerse, sorprendiéndolos a ambos.
Él le sonrió y ella le devolvió la sonrisa, incapaz de evitar que la sangre subiera a sus mejillas, haciendo una mueca en su mente porque sabía que pasaría la próxima semana analizando esas palabras. Que ya no podía evitar lo que estaba sintiendo.
Esa noche, mientras yacía en su cama, no pudo evitar pensar en ello, repitiendo esas dos palabras una y otra vez.
No sabía que, a veinte minutos de distancia, en su propia cama, Edward también lo hacía.
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—¿Qué harás esta noche? —preguntó Edward.
—Sabes, la mayoría de las personas saludan cuando llaman a alguien antes de comenzar a hablar —bromeó mientras se colocaba el teléfono en la oreja y escribía notas del caso mientras hablaba. Ella era trabajadora social en un refugio no muy lejos de donde vivía, enfocado en ayudar a los adolescentes en riesgo a mantenerse alejados de la calle.
—Hola, querida Bella, ¿qué vas a hacer esta noche? —repitió, y ella sonrió porque podía escuchar su sonrisa.
—Iba a pedir comida vietnamita y maratonear Brooklyn Nine Nine, ¿quieres acompañarme? —ofreció. Comían mucho juntos, tanto en el departamento de ella como en el de él, cocinando juntos mientras hablaban de sus días, algo que ella nunca hizo con Emmett.
Algo, él le dijo también, que nunca hizo con Rosalie.
Sin embargo, fue algo que vino tan naturalmente y se sentía tan bien que compartieron una promesa tácita de no resaltar la intimidad de ello.
—¿Te gustaría hacer eso en mi casa? —inquirió, su tono haciéndola detenerse.
—¿Tu casa? —confirmó, notando que él no dijo apartamento.
—Mi casa —confirmó, y ella sonrió, dejando escapar un pequeño chillido.
—¿Está terminada?
—Bueno, falta todavía la pintura y los muebles aún están almacenados, pero sí, ahora es una casa. —Podía escuchar la felicidad y el orgullo en su voz, y su corazón se hinchó; sabía cuánto significaba esa casa para él.
—¿Me recoges a las seis?
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—No puedo creer que hayas diseñado esto —susurró ella, su voz y rostro suaves con asombro mientras sus dedos recorrían la encimera de mármol de la cocina.
Él la miró con una sonrisa, la había visto caminar por toda su casa con una sonrisa.
Le encantaba, podía decirlo, estaba escrito en todo su rostro.
Le encantaba eso de ella, que era un libro abierto. No rehuía lo que sentía.
—Me tomó años —indicó, algo tirando de su pecho mientras la veía enamorarse de la casa que Rosalie habría odiado. La casa llena de espacios vacíos que algún día quería llenar con una familia.
—Vale la pena —susurró y su sonrisa se amplió. De alguna manera, no estaba seguro de cuándo exactamente, tal vez incluso antes de que Emmett y Rosalie se fueran, Bella se había convertido en su mejor amiga.
Sin embargo, algo lo molestó cuando la vio contemplar su nuevo hogar con los ojos muy abiertos llenos de asombro; algo que le decía que ella podría ser más que eso.
Que ella podría ser todo.
