Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.
Capítulo 8
Bella
El nudo de nervios en mi vientre bajo se acrecentó al entrar en mi alcoba. La habitación en penumbra nos sorprendió y el silencio nos cobijó, mientras los dedos de Edward permanecieron entrelazados con los míos, dándole ese calor necesario a mi piel.
Podía decir que era perfecto para mí. Más de lo que había siquiera podido soñar.
— Bella, no es…
Llevé un dedo a sus labios, silenciando su boca. Me acerqué y traté de enfocar sus ojos verdes que dado a la oscuridad no lucían como los suyos.
— ¿Te acuerdas cuando te correteaba por toda la escuela? —pregunté. Él asintió de inmediato. Por supuesto que recordaría, obtuve varios rechazos por él, muchos—. Pensé mucho para traerte aquí, porque…
— No recuerdes —acunó mi rostro—, no vayas ahí.
— Es imposible no hacerlo porque justamente es lo que estoy haciendo de nuevo —le expliqué— estoy repitiendo el patrón de igual forma que cuando tenía quince años.
Mis ojos se llenaron de lágrimas y el nudo en la garganta me impidió seguir hablando, sin embargo, no podía seguir callando toda la culpa que sentía. Tenía que dejarlo ir, cerrar ese capítulo.
»Fui yo quién te metió en esto —susurré con lágrimas cubriendo mis mejillas— y no estuve tranquila hasta que lo conseguí.
— Olvídalo… éramos muy jóvenes —me pidió recorriendo con su pulgar mis labios.
— Quiero hablarlo, necesito sacar todo lo que guardo.
Edward sujetó mis hombros, acarició la piel de mis brazos con sus grandes manos y por último volvió a sujetarme con fuerza. Él estaba tratando de tranquilizarme para que dejara de llorar.
— Hablemos.
Dejamos nuestros pies libres de calzado y nos sentamos en medio de la cama, bajo la tibieza de las sábanas. De pronto el mutismo parecía gobernar entre nosotros, ninguno de los dos habló y mi voz no lograba salir hasta que Edward sujetó mi mano dándome un ligero apretón, me sonrió comprensivo.
— Una mañana te dije: ya no quiero ser virgen —musité—. Fui muy directa, ¿no crees?
Miré su rostro al escuchar esa suave risa musical que se escapaba de sus labios, tal vez estaba recordando.
— Eras una chispa, Bella. Una chiquilla alegre que a donde llegabas contagiabas tu felicidad, ¿qué fue de esa niña?
— Creció. Pero no me cambies el tema.
Exhaló de forma ruidosa volviendo a restregar las manos en su rostro una vez más.
— Lamento mucho como te traté.
— No estoy pidiendo que te disculpes, se trata de mí. Soy yo quien te debe una disculpa, Edward. Por haberme aferrado contigo a pesar de que varias veces dijiste no, a pesar de que tenías novia —sacudí la cabeza—. Ahora que lo pienso bien, se llama acoso y es justamente lo que hice contigo, te acosé.
Edward no respondió, tan solo se mantuvo pensativo con su mirada perdida en algún punto del ventanal.
Detrás de las cortinas translúcidas se podía apreciar el cielo oscuro y sin estrellas.
Apoyé sutilmente la cabeza en su hombro y dejé escapar un hondo suspiro al mismo tiempo que cerraba los ojos.
— ¿Qué haces aquí?
Entré por la ventana sin quitar mi sonrisa traviesa. Me gustaba la habitación de Edward porque tenía revistas de historia, cómics y su amado telescopio.
Era el ser humano más ordenado que había conocido en quince años. Solo que no era eso lo que llamaba mi atención, sino su timidez y también la manera en que me rechazaba.
— Vine a comer cereal.
Me escabullí de su dormitorio con él siguiendo mis pasos y recorrí el pasillo de las habitaciones hasta llegar a la estancia. Conocía de memoria su casa, así que no fue necesario iluminar la cocina; saqué el cereal del cajón de despensa y lo serví en un tazón con leche. Era medianoche y su familia estaba dormida, es lo que regularmente hacen los Cullen todos los días a menos qué tengan alguna fiesta o se vayan de vacaciones.
Edward asustado miró hacia el pasillo y luego me miró bajo sus enormes lentes de aumento.
— ¿Por qué siempre vienes a comer aquí? ¿Acaso no tienes casa?
— Mis padres salieron el fin de semana y no quiero estar sola —encogí débilmente mis hombros mientras degustaba el cereal de aros multicolores— así que me quedaré contigo.
— No puedes. Mañana iré al cine con Jessica, ella es mi novia y empieza a enojarse porque le han ido con chismes.
— No me importa si mañana sales a fingir que eres el mejor novio, me quedaré contigo —espeté, dándole una mirada severa caminé al lado de él de vuelta hacia su habitación con el tazón en mis manos.
Edward no sabía que era mi lugar seguro para no sentirme tan abandonada por mis padres, pero tampoco tenía porqué saberlo.
Me oí suspirar y volví al presente.
Era la primera vez que le pedía disculpas, realmente lo necesitaba. Fueron muchos años queriendo hacerlo y nunca me atreví. Era vergonzoso reconocer que fui yo quien siempre anduvo detrás de él hasta que al final conseguí una barriga y el resto se volvió historia.
— Yo tampoco fui un caballero contigo —su voz se escuchó lejana, como si estuviese perdido en sus pensamientos—. Y no tienes idea de lo que me arrepiento. No merecías ese trato que te dí.
— Fuiste muy cruel, supongo que me lo merecía.
Edward me dio una mirada que no supe interpretar, acercando sus manos sujetó mi rostro.
— Nunca vuelvas a decir que te lo merecías —dijo— porque no es verdad. Una persona como tú no merece desprecio, Bella.
— Entonces, ¿me has perdonado?
Besó mis labios.
— No tengo nada qué perdonarte.
— Sé que sí —articulé— por todas las veces que entré en tu habitación y me quedé contigo.
— Nunca te has preguntado qué yo también quería que te quedaras conmigo.
Enarqué las cejas, mirándolo sorprendida. Edward siempre se mostró tan nervioso y tímido. En mi mente siempre interpreté que fui yo quien se había aprovechado.
»Para hacer un bebé se necesitan dos —añadió—, deja de culparte.
Seguí mirando hacia el ventanal.
Quien diría que muchos años después volveríamos a estar en una habitación reviviendo nuestras vivencias de juventud, los dos solos en plena madrugada, como dos viejos amantes que se encuentran.
Edward
— Bella… —susurré sobre su cabello— Debo irme.
Nos habíamos quedado dormidos después de hablar por largas horas.
Se removió de mis brazos y con un rostro desconcertado miró hacia todos lados. Le sonreí al ver su cabello revuelto y aparté algunos mechones de su rostro.
— Nos quedamos dormidos —su tono fue lleno de desilusión, incluso sus hombros se mantuvieron hundidos— y eso que te había prometido la mejor noche.
Acuné su hermosa cara y le di un sonoro beso en los labios.
— Hicimos el amor de forma distinta —mencioné haciendo que ella abriera mucho los ojos—. Me diste una de las mejores noches, Bella. Hablamos todo lo que necesitábamos hablar y ambos cerramos capítulos de nuestro pasado.
Su sonrisa me contagió y me hizo abrazarla. Inspiré su suave aroma una vez más y volví a besar rápidamente sus labios antes de incorporarme.
»Nuestra hija debe saber que estamos juntos, Bella. No podemos seguir viéndonos a escondidas.
— Lo sé, debemos hablarlo con Mel.
— ¿Crees que deba ser hoy? No llegué a dormir y seguramente me preguntará el porqué.
Mordió su labio inferior y asintió.
Mel no era ese tipo de hija celosa, era bastante reservada, aunque sabía que de una ráfaga de preguntas no me iba a salvar.
.
Apenas entré en el apartamento y mi hija salió de la cocina con un plato en las manos; unos waffles congelados eran su desayuno de mediodía.
Me observó minuciosamente de todos lados y caminó hasta el sofá donde se desparramó sobre él.
— Sales muy a menudo por las noches, ¿no?
— Te dije que iría a visitar a mi novia.
Sus ojos me siguieron hasta que me senté al lado de ella y probé uno de los waffles bañados en sirope. No dejaba de verme de tal modo como si supiera dónde había estado.
¿Acaso ella…? Imposible.
— ¿Saldrás hoy? —preguntó mientras llevaba un pedazo de waffle a su boca.
— Sí. Aunque, antes tú y yo vamos a comer, son las trece horas para que estés comiendo waffles.
— No hay nada más en el refrigerador.
— He olvidado hacer la despensa.
— Últimamente estás muy distraído —comentó sin dejar de comer— al igual que mamá.
Le sonreí. Algo tuvo que ver en mis ojos porque ella no dejó de mirarme.
Bella
No pudimos hablar con Mel cómo acordamos. Pero sí festejamos su cumpleaños diecisiete nosotros tres en un restaurante brasileño.
Nosotras teníamos unas vacaciones pautadas en una playa de México, estuvimos una semana disfrutando de la arena y el mar en Cancún y el tema de Edwardno se tocó nunca.
Al volver a casa ella estaba empeñada en obtener un empleo para el resto del verano y su tiempo fue enviar aplicaciones a todos los lugares posibles. Empezó a trabajar en una pequeña cafetería por las tardes, tiempo que aprovechamos Edward y yo para vernos sin prisas.
Todo parecía transcurrir como debía. Salíamos al cine, restaurantes, museos, casinos, bares o simplemente caminábamos de la mano por algún parque. Me sentía satisfecha y tontamente enamorada después de dos meses juntos.
Solo faltaba una pequeña cosa… no habíamos hecho el amor.
Pero eso estaba a punto de cambiar y mis nervios se dispararon cuando caímos sobre la cama sin ropa de por medio.
— Relájate… —besó mis hombros una vez más.
Suspiré ruidosamente y miré sus ojos al sentir sus dedos en mi entrada.
— Ha pasado tanto tiempo —logré decir presa de mis emociones.
— Lo sé, nena.
Mordí mi labio al ver que se ponía un condón, instintivamente quise cerrar mis piernas y Edward rio al ponerse encima de mí.
Dejó besos en toda mi cara de forma dulce para tranquilizarme.
Él había sabido esperar pacientemente. Dejó en segundo término sus deseos y se dedicó a darme el mejor noviazgo que pude pedir, me hizo sentir la mujer más especial y hoy estaba a punto de ser la más afortunado.
Jadee. Lo hice cuando lo sentí entrar cada centímetro en mí. Arañé sus hombros al sentirme tan…
Si existía alguna palabra para definir que estaba perdiendo de nuevo mi virginidad por segunda vez con el mismo hombre, quería saber esa palabra, porque me estaba sucediendo.
Mis lágrimas salieron y recorrieron mis sienes hasta perderse en mis cabellos.
— Te amo —susurré al tenerlo dentro de mí, el ardor y la incomodidad iban desapareciendo mientras se mantenía quieto.
— Oh… Bella.
Sus ojos verdes me enfocaron y descubrí tanta ternura en ellos, me sentí dichosa y plena llena de él. Tanto que empecé a jugar con el pelo de su nuca y lo vi estremecerse al empezar a embestir. Sus caderas siguieron ese ritmo cadencioso y yo lo recibí con tanto amor. Era una danza hipnótica que ambos iniciamos hace años siendo apenas unos niños y sin tener la menor idea de como hacerlo. Hoy, solo estábamos haciendo el amor y lo magnificamos en cada suspiro, jadeo y movimientos de nuestros cuerpos.
Un dar y recibir sin medidas al ritmo de nuestros corazones que fue coronada por los fluidos de nuestros orgasmos al culminar nuestra entrega.
Luego de deshacerse del condón su cuerpo agotado y sudoroso cayó encima de mí, sin inhibiciones. Su rostro quedó entre mis pechos desnudos y se mantuvo sobre mí pacíficamente rendido.
Podía sentir su hálito caliente rebotar en mi pecho mientras mis dedos volvieron a su pelo ahora humedecido por el sudor.
— ¿En qué piensas?
— La próxima vez no seré tan tierno.
Reí.
— ¿Te costó mucho?
Elevó su rostro; sus ojos siempre buscando los míos.
— Por ti soy capaz de todo, Bella, incluso esperar el tiempo que sea necesario o volverme un absoluto tierno con tal de verte disfrutar.
Su celular empezó a sonar, ambos nos vimos y reímos porque sabíamos quién era.
— Anda. Debes ir por Mel al trabajo, hoy salió temprano y seguramente querrá comprar comida chatarra antes de que la lleves a casa. Me visto y llego en minutos.
— Te amo —lanzó un beso al aire al ponerse de pie dejándome una buena vista de su completa desnudez—. ¿Te gusto?
— Mucho.
Lo vi entrar al baño y cerré los ojos. El sueño me vencía.
.
.
Las clases de Mel habían vuelto junto con mi trabajo.
No pude ocultar con mis compañeras que estaba en una relación, ellas decían que mi felicidad se escapaba por mis poros. El nombre de Edward se empezó a volver famoso entre nosotras, ellas querían saberlo todo y yo quería realmente decirles cada detalle de los sucedido estos meses de verano.
Las noches de gimnasio también volvieron. Irina era una buena amiga y siempre nos daba privacidad para dejarme a solas con Edward después de nuestra clase de zumba.
Estábamos en el mes de octubre.
El otoño había entrado volviendo el clima menos caluroso, fue que llegué del gimnasio y descubrí que Mel horneaba galletas en casa.
— ¿Saliste temprano? —le pregunté.
Ella me dio una mirada y asintió.
Lo extraño es que Edward había estado conmigo en todo momento, entonces:
— ¿Quién fue por ti? —quise saber.
Las comisuras de sus labios se elevaron y su sonrisa fue genuina.
— Papá fue por mí —mintió descaradamente mientras llevaba el molde de galletas dentro del horno.
Se mantuvo de espaldas.
— Eso no es cierto, Melody. Edward estuvo conmigo en el gimnasio y…
Se volvió mirándome. Sus ojitos cafés se habían vuelto acusadores, pero a la vez su rostro era divertido.
— Ma, ¿cuándo me dirás que ustedes dos son pareja?
Pestañeé.
— ¿Tú… sabes?
Melody levantó las palmas sobre su pecho en una postura parlanchina que no callaría por más tiempo.
— Pensé que había confianza y me dirías, ma.
— Mel, mi intención no fue…
— Hablamos mucho de esto, ma, ¿recuerdas? Nos hemos reído mucho de cuando llegara ese hombre a tu vida y se supone me ibas a contar y no ocurrió. Aunque admito que ha sido muy gracioso verlos actuar a los dos, son terribles actores y peores mentirosos.
— ¿Desde cuándo lo sabes? —me crucé de brazos.
— Desde el día uno. Papá con sus miles de preguntas y escapándose por las noches —rodó los ojos— pero tú.
— Me veo ridícula, ¿verdad?
Me sonrió.
— Te ves hermosa, mamá. Es la primera vez que te veo realmente feliz y me encanta que sea papá ese hombre.
Sonreí al escucharla. Me acerqué a la encimera tamborileando los dedos sobre el granito color blanco.
— Me siento muy feliz —confesé. Era extraño estar hablando sobre mi relación con mi hija—. Estoy muy enamorada.
— Mamá… —se acercó envolviéndome en sus brazos—. Debería regañarte por hacer espectáculos a medianoche enfrente de la casa.
— ¿Nos has visto?
Mel empezó a reír.
Oh, Dios. Melody nos había descubierto, ella se enteró de las madrugadas que despedía a Edward después de pasar la noche conmigo.
Cubrí mi rostro.
— No me saldrás con tu domingo siete, ¿verdad?
— ¡Claro que no! —respondí fingiendo enfado, aunque a los segundos reí junto con ella.
Me sentí bien, más ligera y menos mentirosa porque mi hija lo sabía.
— Hola —dijo Edward entrando en la cocina, kai estaba lamiendo sus zapatos mientras movía la cola—. La puerta estaba abierta… ¿sucede algo?
— Sí —articuló Mel con una gran sonrisa—. Le diré al novio de mamá que deje de hacerle esos feos chupetes en su escote.
Edward empezó a toser. Su cara se había vuelto roja, incluso sus orejas.
— Pa, ¿sabías que mamá ya tiene novio? Y estamos celebrando.
Melody caminó hacia Edward y se arrojó a sus brazos. Él todavía con rostro confundido la abrazó sin entender.
— Ella lo sabe —murmuré.
Las facciones de su rostro en vez de relajarse se llenaron de preocupación. Edward también estaba pasando por lo mismo que yo.
Nuestra hija lo había tomado bien y se veía feliz al saber de nosotros. Era todo lo que podía importarme.
Con mis padres quizá sería otra historia.
Disculpen el enorme retraso. Prometo no volver a dejarla, así que si quieren leer el capítulo final háganme saber. Por cierto, ¿les gustó?
*Para ver la imagen de Bella, Edward y Mel pueden unirse a mi grupo de Facebook: link en el perfil.
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