Holaa, aquí el nuevo capítulo.

Gracias por la espera, nos seguimos leyendo pronto.


—Gracias por dejar que me quedara aquí.

Hans se encontraba sentado en la mesa de la cocina con un bigote de leche pintado sobre los labios. Los mismos labios que hasta hace no muchas semanas no se cansaba de besar, no se parecía en nada al novio que dejó sino al chico tierno que solía ser cuando se conocieron, ese capaz de enamorarla. Quiso reconocerlo en sus gestos o en su forma de hablar, sus caricias con el pulgar al borde de la mesa, su sonrisa casi perfecta al encontrarse con su mirada.

Si se hubiera quedado así siempre o en su versión más parecida a la que tenía delante, en estos instantes no estaría deseando que se fuera con cada parte de su ser. Tenía miedo, no tanto ya de él, sino de su posible encuentro con su hermana pues Elsa tenía por costumbre ir todos los días, no sería raro que se presentara sin aviso de un momento a otro.

Quería sacarlo de ahí, pero parecía muy empecinado en quedarse hasta saborear la última gota de leche del vaso frente a él. Llevaba tanta prisa como la tendría un pez por salir del agua, si se percató de sus dedos repiqueteando contra la taza de porcelana entre sus manos, no dio muestras de ello.

Lo observaba por ratos sin atreverse a estar cerca, por ello optó por recargarse en la tarja en lugar de sentarse frente a él en la mesa. No protestó, quizá porque no era una reacción adecuada para alguien que intenta comprarla con su faceta más educada. Aceptó su lugar a unos pasos de distancia sin comentarios y se dedicó a comer el desayuno servido por ella sin perder la oportunidad de elogiar su comida, sus atenciones o su sola presencia.

Zalamería exagerada, pensó.

Una parte de sí misma se alegró de ser capaz de reconocerlo, no era otra cosa que manipulación. Al menos ya no caía con facilidad, pero todavía le creaba una sombra de culpa comportarse arrogante cuando él mantenía esa actitud civilizada, hasta cariñosa.

—Tienes un enorme corazón, Anna, esa es una de las razones por las cuales me gustaste en primer lugar —dijo de pronto rompiendo la calma del silencio en el que comenzaba a sentirse tan cómoda.

Ella dio un trago a su taza sin saber muy bien cómo responder, necesitaba tiempo para pensar.

—Fue muy difícil pasar todo este tiempo sin ti, ha sido una tontería no saber cuán importante eras para mí antes de perderte —continuó.

—Sí, lo fue —respondió por decir algo.

Él carraspeó, no se veía feliz con el rumbo de la conversación, aunque no dijo nada.

—Como te dije ayer, me gustaría tener otra oportunidad para tratarte como mereces, si estás dispuesta a dármela.

—¿Qué pasa si no lo estoy?

No quería colmar su paciencia y devolver al chico grosero al presente, pero no podía evitar abrir la boca con sus dudas por si acaso con ello decidía rendirse de una vez por todas. Lo vio morderse el labio con un amago de sonrisa, parecía una amenaza viniendo de él. Enseguida contuvo la mueca con la expresión dulce que llevaba desde el día anterior.

—Te rogaré todos los días si es necesario, no creo que me hayas olvidado así de fácil y seguro podré hacer resurgir tu amor —contestó—. Te traeré flores, a ti gustan ¿no?

Se quedó en silencio. No le gustaban las flores muertas sino las plantas, aquellas que pudieran perdurar su vida con cuidados, la idea de ver agonizar una flor la llenaba de tristeza y eso debería saberlo. ¿Qué recordaría de ella? ¿La conocería como ella a él? Comenzaba a dudarlo.

—Ya no sé qué más hacer por ti, Anna, cualquiera se hubiese dado por vencido con menos rechazos de los que yo he tenido por ti y aquí sigo.

Dejaba ver su frustración en su limpieza exhaustiva a la cuchara del chocolate. Tenía la vista en ella, pero sus manos estaban dedicadas a esa pequeña e insignificante acción. Intentaba concentrarse en algo para no estar enojado, lo sabía, y lo agradeció.

—Si pudiera decírtelo, lo haría.

—Eso significa que todavía existe una manera ¿no?

No.

—No lo sé —dijo al final.

No supo por qué le daba esperanzas si sabía que al final no serviría de nada, sólo le pareció lo más apropiado de decir en lugar de seguir aferrada a la negativa. Él sonrió con su respuesta como si por fin se encontrara al otro lado del puente o por lo menos con medio camino recorrido, ya no se alzaba una enorme pared al final, comenzaba a resquebrajarse.

El timbre la sobresaltó.

—¿Quién es?

Ignoró su pregunta porque era un pésimo momento para prestarle atención. Quería correr a abrir, pero si lo veía ahí…

Hans ni siquiera le dio tiempo de procesar sus movimientos, cuando quiso notarlo ya se encontraba en la puerta con la mano en el picaporte y expresión de enfado. Parecía dispuesto a olvidar su cortesía anterior, desquitar su rabia con cualquiera, pero la sorpresa pudo más para ambos.

Se quedó unos pasos atrás mientras Hans observaba a su hermana con curiosidad, el enfado se había quedado en segundo plano y ella no quería quedarse ahí, pero tenía los pies anclados al suelo. Intentó decir algo y sus labios tampoco quisieron acatar sus órdenes, se quedó plantada en su lugar tratando de pasar desapercibida. Quería encogerse hasta desaparecer.

¿Por qué? No estaba haciendo nada malo. No era nada, ella, él, ninguno tenía que pedirle una explicación.

La quería. Es decir, llevaba tiempo con la idea en la cabeza y ahora por fin le quedaba claro que tenía razón. Le gustaba esa chica por eso se sentía tan mal al respecto, con los dos juntos ahí mirándose como si el tiempo estuviera en pausa, tal vez necesitaban procesarlo. Ella lo necesitaba, quería ese respiro por si acaso podía rebobinar.

—Mira quién es, Anna —reaccionó primero su ex novio—. Mi hermana.

—¿Qué haces aquí, Hans?

La chica pareció recomponerse de su sorpresa inicial. Tenía una arruga en la frente por el enojo, aunque su postura se mantenía tranquila. En un día normal habría admirado su atuendo, o mejor dicho, cómo lucía esa ropa en ella porque la ropa en sí eran prendas comunes hasta que entraban en contacto con su cuerpo.

El aludido sonrió o eso creyó por el sonido de su voz porque en realidad lo tenía de espaldas. Era peor así, podía ver con claridad la mirada afilada de la chica. Le gustaría poder explicarse, pero sus palabras jugaban a esconderse.

No es lo que crees, quería decirle.

—¿Por qué te importa?

Ahora estaba a la defensiva y eso no era bueno para nadie.

Elsa dejó de mirarlo por un segundo para encontrar sus ojos que se apartaron con rapidez. Tuvo miedo de ver decepción en ellos. Optó por quedarse con la vista fija en las paredes, incluso en su reflejo distorsionado en el suelo.

—Tal vez estás de más aquí, Elsa.

No quería que se fuera. Volvió a mirar, pero sus ojos ya no la observaban, ahora era su medio hermano quien capturaba su atención. Por un momento, pensó que de verdad se iría porque sus manos dejaron de sostener el marco de la puerta. Sus pies, por inercia, se movieron unos pasos al frente, aunque ni así fue capaz de hablar, se dedicó a mirar.

—No lo creo, no me iré si Anna no me lo pide.

Él giró enseguida, esperando una respuesta.

—Vamos, dile que estábamos hablando. Todavía tenemos una conversación a medias.

Se mordió la lengua. Sus miradas la ponían nerviosa, no quería enfrentarse a esto. Si decía cualquier cosa su voz sonaría temblorosa, casi podía estar segura.

—Yo…

Se quedó en blanco.

—Déjala en paz, Hans —dijo la chica saliendo al rescate.

—No le estoy haciendo nada —se defendió—. ¿Qué haces aquí de todos modos? ¿No deberías estar con mis hermanos?

A Elsa no le pasó por alto el mis, eran hermanos de ambos, pero quería recalcar que en realidad ella no era un miembro de su familia, sólo un agregado. No le importó, tampoco quería serlo si eso significaba tener lazos de sangre con personas como él.

Su padre no era así. De trece hermanos sólo conocía tres con el carácter del señor Islas, Emil era uno de ellos, pero Hans, él no tenía solución, aunque en algún momento pensó que sí, en algún momento lo quiso.

—Quería ver a Anna.

La sangre le subió al rostro, por suerte ninguno de los dos le prestaba atención ya.

—Ya la viste.

—No seas infantil.

Rodó los ojos y entró apartándolo del medio. Él no objetó, pero la siguió con la vista mientras se acercaba a su lugar en mitad del pasillo en donde continuaba paralizada. Sus manos la alcanzaron primero, recorrió su rostro con ellas buscando algo, y respiró aliviada al no encontrar nada.

La vergüenza se la comía viva cuando le sonrió. Si ese gesto podía desarmarla así, ¿por qué no se dio cuenta antes de que le gustaba? Hans, por supuesto, no se veía feliz. No quería verse ignorado y volvió a alzar la voz para hacerse escuchar por ambas.

—¿Acabaste?

—Dijiste qué harías lo que fuera para demostrarme que me quieres —le soltó Anna—. ¿Podrías dejarme por ahora? Hablaremos después.

Hans la miró enojado. Se lo pensó un buen rato sin decir nada, pero al final asintió.

—¿Lo prometes?

—Sí.

—Iré por mi camisa.

De repente fue consciente de que el chico había salido de la habitación sólo con la playera interior y no quiso razonar qué pudo pensar Elsa al verlo así en su casa, aunque ella iba vestida pues ya no se sentía a gusto como para mostrarse en piyama frente a su ex novio.

El chico salió unos minutos después. Llevaba la camisa puesta y se peinaba el cabello con agua. Había arreglado el desastre con el cual se levantó, los pequeños mechones vueltos hacia todos los ángulos. Le dedicó una última mirada antes de marcharse y Elsa no se separó de su lado hasta que la puerta se cerró.

—¿Estás bien?

Le gustó su preocupación.

—Sí, gracias.

Se quedaron unos segundos de más así, las manos de Elsa sobre sus hombros y su barbilla levemente inclinada en su dirección. Sus ojos le gustaron en esa posición, apenas unos centímetros por encima de los suyos, parecían turbados con el iris cambiante como si quisieran hablarle. Entonces se distrajo con sus labios y creyó leer la sorpresa en la chica.

Se separaron. Nunca la había visto nerviosa antes, casi pareció olvidarlo todo. Casi.

—¿Qué hacía él aquí?

Se encogió de hombros. No sabía cómo explicarle sin que sonara mal.

Elsa quiso decir algo más, pero cambió de idea. Levantó una bolsa en la que no había reparado antes y se la tendió. Contenía una tarta del restaurante de Kristoff, su favorita. Quiso sonreír, sólo que la expresión de la chica no era feliz.

—Te la manda Kristoff.

¿Estaba enojada?

La puerta resonó lo suficiente para que asomara la cabeza. El cabello lo llevaba suelto y cayó sobre sus ojos antes de apartarlo con la mano, entonces la vio, Elsa se acercaba con paso cansado por el corredor. Se acostumbró a verla llegar tarde, sin embargo, había algo diferente en su andar. No supo decir qué era, la siguió con la mirada mientras se enfrascaba en una pelea con el abrigo que no parecía dispuesto a quedarse colgado.

Lo recogió por tercera vez del suelo y lo arrojó al borde del sillón. También de ahí se cayó, pero ella no volvió a mirarlo, buscaba algo en el refrigerador mientras se quitaba los zapatos con la mano libre.

Cuando llegó al corredor principal de nuevo llevaba un plato con el flan que dejó esa mañana.

—Hola —saludó con un gesto en apariencia militar.

Elsa le sonrió.

—¿Estás solo?

Él se encogió de hombros. Si Mikkel estuviera cerca lo sabrían.

—¿Quieres sentarte? Estaba por empezar una película sobre un pez que habla.

—¿Qué película es esa? —preguntó aun con la sonrisa.

—Nemo.

Se sentó a su lado y le ofreció de su plato. Lo vio morder la textura gelatinosa sin usar la cuchara. Lo veía venir, él era así.

Si Hans fuera como Emil no le molestaría que Anna estuviera con él, incluso lo apoyaría porque su hermano era un ángel o por lo menos un ser humano decente. Merecía algo así, alguien atento que pudiera escucharla sin presionar demasiado cuando no quería hablar, justo como había hecho ella hoy al encontrarla ahí con él y no querer decirle nada al respecto.

Dejó el plato de lado, de pronto ya no tenía ganas de comerlo.

Quizá debió dejarla sola. Eran novios otra vez, probablemente. Ella le dijo que hablarían después, los interrumpió en plena reconciliación, de modo que había cedido a su manipulación. La familiaridad era innegable entre ambos, suspiró, incluso en cómo se miraron al despedirse.

Luego recordó lo cerca que estuvieron y los ojos de Anna cuando se posaron en sus labios. No, eso no era así, la había mirado con cariño, pero en ningún momento vio su boca y menos con las intenciones que su cerebro quería hacerla pensar porque era ridículo. Anna seguía enamorada de Hans, no era ella quien se quedaba en sus pensamientos.

Dejó de meditar aquello, ¿para qué? Lo que creyó ver no era importante y era una sandez. Una locura proveniente del tiempo pasado a su lado, nada más.

El dedo de Emil en su frente la distrajo.

—Tienes esa arruga en la frente. Estás molesta.

—Claro que no, sólo estoy cansada.

—¿Qué te molesta?

Elsa entornó los ojos y le tapó el rostro con la mano para evitar sus ojillos curiosos. No le gustaba su expresión, era como un niño terco cuando algo se le metía en la cabeza e intentó evitar darle más motivos, así que sonrió y usó su mejor expresión despreocupada para responder.

—Que eres un metiche. —Evadió el tema.

—Eres mi hermanita y quiero cuidarte.

Chantaje, sólo eso.

—¿No tienes nada mejor de qué preocuparte? —preguntó sonriendo.

Él observó la hora en su celular y asintió.

—Ya que lo mencionas, tengo una fiesta en un par de horas.

—¿Cómo? —Levantó la ceja, sorprendida. —Apenas conoces a nadie aquí.

—Soy un chico carismático, Elsa.

Le gustaría contradecirlo, pero sabía que tenía razón. Para Emil era fácil hacer amigos haya donde fuera, encajaba sin hacer esfuerzo. Le sorprendía tanto como lo admiraba pues ella carecía de esa habilidad social que él parecía poseer de nacimiento.

—¿Me acompañas?

—Preferiría dormir.

—No seas así, no tengo con quién ir.

Eso era una excusa muy pobre, él no necesitaba compañía porque él era la compañía. La gente solía buscarlo. Con ella era diferente, cuando estaba cerca la conversación necesitaba salir tirada a la fuerza por lo que las personas solían aburrirse rápido de su compañía, con Emil no necesitaban pensar demasiado, él siempre tenía algo que decir.

—De acuerdo, pero no te atrevas a dejarme sola.

Era tonto decirlo, nunca lo hacía.

—Vale.

Emil se sentó de golpe en el asiento a su lado. Una cerveza a medio consumir en su mano comenzaba a mojar el suelo por las gotas resbaladizas del envase frío, aunque él no le prestaba tanta atención a la botella sino era para dar un largo trago de líquido en su interior. Ella, en cambio, seguía con el mismo vaso desechable en las manos, lleno hasta el tope pues se sentía incapaz de beber una sola gota.

Por lo general, podía tomar uno o dos sorbos, hoy no se sentía de humor para eso, ni siquiera intentó mantener una conversación con alguno de los integrantes de la fiesta, quizá por eso ahora su hermano se encontraba ahí sentado. La culpa la mordió con fuerza al notar que su indiferencia afectó también a Emil de alguna forma y no podría divertirse como siempre.

Eso la inclinó a tomar unas gotas de alcohol, a pesar de que ya estaba caliente y le supo peor que de costumbre. Hizo una mueca, era horrible.

—Vaya lugar ¿no? Demasiada gente.

—¿Quién dices que te invitó? —preguntó por cuarta vez en la noche.

Emil hizo intentó de buscar entre el mar de cabezas, sin éxito.

—No lo sé, debe andar por ahí. —Entonces la miró. —Si no cambias esa expresión nadie querrá acercarse a ti, Elsa, y eso que la mayoría de la gente no se entera de nada con tanta cerveza en la sangre.

Volvió a beber todavía con asco. Sabía que Emil tenía razón, a veces lo intentaba, fingía prestar atención a las personas o se unía al chico en sus conversaciones, saltando de grupo en grupo, era fácil si él se encargaba de dirigir.

—Te estoy arruinando el ambiente, lo lamento.

—No arruinas nada —aseguró—. Pero estás rara, pensé que al menos conseguiría distraerte si estabas aquí y me temo que he fallado.

—No es tu culpa. —Un nuevo trago, otra mueca. —Solo he tenido algunas cosas en la cabeza.

Emil le quitó el vaso de la mano para entregarle su botella, al menos esa estaba fría. Ni siquiera se molestó en ocultar cómo vertía el líquido en una planta cercana, de todos modos, nadie parecía prestar atención a dos personas sentadas en una esquina de la habitación. Elsa no destacaba demasiado hoy, para variar.

—¿Qué tipo de cosas? ¿No vas a contarme?

—Son tonterías —dijo sin convicción.

Volvió a escudarse en la bebida sin disfrutarla por completo, aunque era mejor que su vaso. Emil se encogió de hombros, rendido y llamó de entre la multitud a una muchacha que pasaba. A Elsa le pareció como una de esas máquinas de premios donde la garra atrapa lo que tiene al alcance, sin embargo, el chico la conocía, no había sido ninguna decisión aleatoria.

Y Elsa la reconoció también cuando estuvo más cerca. No imaginó encontrarla aquí, en ese preciso momento y en esa ciudad, así que mientras su hermano saludaba ella cambió su botella vacía por una nueva que encontró en unas mesas cercanas con el afán de esconderse, por supuesto, no funcionó.

—Hey, Elsa, deja que te presente a mi amiga.

No se sorprendió cuando vio que la había alcanzado de nuevo. La muchacha sonrió al verla, llevaba el cabello rojizo suelto sobre los hombros tal como la recordaba, con sus rizos indomables al aire.

—No hacen falta presentaciones, Elsa y yo somos viejas amigas, ¿no es verdad?

Elsa no respondió, en lugar de eso bajó casi la mitad de la botella dando pequeños sorbitos con toda la intención de retrasar su interacción con la joven que no dejaba de brindarle esa sonrisilla de superioridad.

—¿En serio? ¿De dónde se conocen?

Parecía muy interesado en saber, miraba a una y otra esperando la respuesta. Al final no fue su hermana quien le dio la información que esperaba, en primera porque no sabía ni por dónde empezar la historia, y en segunda porque todavía podía sentir la culpa cuando pensaba en lo sucedido.

—Fue hace mucho tiempo, quizá ya no lo recuerda. Fuimos amigas por un tiempo hasta que nos distanciamos —explicó.

—Que inesperado giro de los acontecimientos.

En ese momento otro de los chicos en la fiesta reclamó la atención de Emil quien no dudó en dejarlas solas. Tuvo que lidiar con la mirada de la persona con la que nunca pudo disculparse, y hacerlo ahora parecía un poco estúpido después de tantos años. Su cabeza comenzó a sentirse ligera, era una señal para detenerse, pero con ella delante no quería tener la boca libre para hablar, así que no dejó de lado su trago.

—¿Quieres ir afuera? Aquí hay demasiado ruido y creo que podríamos aprovechar esta oportunidad para hablar de algunas cosas.

Asintió sin muchas ganas y no le quedó más remedio que seguirla entre gente ebria hasta la puerta de la casa. Buscó a Emil con la mirada por si acaso conseguía zafarse de la situación, pero no lo encontró y tuvo que hacerse a la idea de que tendría una conversación incomoda, quisiera o no.

Las luces parecían brillar con mayor intensidad, estaba mareada. Apenas abrir la puerta sostuvo con fuerza la barra de las escaleras en la entrada y se hizo a un lado, lejos de las ventanas justo donde se había recargado su acompañante.

—¿Estás bien? Te ves pálida y tú ya de por sí lo eres.

—Estoy bien —aseguró, aunque no se sentía así.

—Si tú lo dices —suspiró viendo hacia la calle—. Ha pasado un largo tiempo, ¿no te parece?

—Un par de años —confirmó.

—¿Todavía trabajas como modelo?

Elsa negó, pero el movimiento le provocó otro mareo, así que lo puso en palabras.

—No era lo mío.

La chica rio y su mirada le dijo que no le creía.

—Era todo tu mundo, te veías feliz cuando terminabas cada sesión.

—Con el tiempo perdió la magia.

Y esa parte era verdad. Si bien disfrutó cada segundo frente a la cámara, odiaba lo que venía después, tenía más atención de la necesaria y eso no le gustó, prefería seguir viviendo en el anonimato.

—¿Qué hay de ti? —inquirió—. ¿Todavía cantas?

Por un segundo, pareció olvidarse de todo para sonreír.

—Es todo lo que soy.

—Nunca tuviste la pinta de cantante, pero tu voz dice todo lo contrario. Me alegro que sigas con tu sueño. ¿Por eso estás aquí?

—Vine a dar un concierto hace un par de semanas —admitió—. Es la primera vez que soy invitada a cantar en otra ciudad, por eso pensé en quedarme un poco más de tiempo y hacer de turista.

—Y de alguna forma terminaste en la fiesta de un desconocido.

Sonó a regaño, aunque no lo pretendía así. Notó su mirada enfadada cuando respondió.

—Lo mismo que tú. ¿Qué haces aquí a todo esto? ¿No estabas a gusto peleándote con una familia que no es tuya?

Elsa quiso responderle algo inteligente, lo intentó. Una arcada le cortó la inspiración y terminó dándole la espalda mientras se deshacía por dentro con las manos apoyadas en la baranda. Le escocía la garganta con el sabor de su cena y sintió alivio cuando unas manos se posaron en su espalda y la chica sujetó su cabello.

—Eres un desastre, Elsa. Nunca has sido buena bebiendo.

No pudo decir nada, una nueva arcada la dejó indefensa.

Fue una eternidad hasta que por fin consiguió dejar de vomitar, se dejó resbalar por la columna y escondió el rostro entre sus piernas con tal de no darle la cara. Tenía razón, era un desastre, justo por ello no podía dejarse ver.

—Déjame sola —pidió.

—No seas tonta, no voy a hacer eso. Levántate, te llevaré a tu casa.

—Estoy mareada.

—Por eso no puedes quedarte aquí, vamos, haz un esfuerzo. Podrás descansar en cuanto lleguemos.

Elsa obedeció a regañadientes. Odiaba sentirse indefensa, y no era el mejor momento tampoco porque iba a recibir la ayuda de quien menos lo hubiera pensado. Intentó olvidar el pasado por un segundo y pasó sus manos por el cuello de la chica que la sostuvo con fuerza de la cintura para llevarla hasta el coche que había alquilado cuando llegó.

Subirla fue una ardua tarea, cuando lo consiguió estaba exhausta, para tener un cuerpo tan delgado pesaba lo suyo. Cuando entró en el lado del piloto se dio cuenta de un nuevo problema: se había quedado dormida. Después de tantos años y Elsa conseguía seguir dándole problemas. No pudo evitar reírse, le resultaba hilarante la situación que ni siquiera en sueños podría llegar a pensar que ocurriría, pero era así. Ahí estaba esta vez, en su coche y no se trataba de ningún espejismo. Esta vez era real.


Respuestas a los reviews.

ReaMir: Graciaaas, muy amable.

Chat'de'Lune: No puede ser, parece que has tenido días complicados, espero que tu recuperación vaya bien y que pronto tengas tus huesos sanos y flexibles como debe ser. Mis mejores deseos para ti, ya me contarás cómo vas con el paso del tiempo.

La interacción de ellas dos es cada vez más cercana, eso sí. Sobre Hans, pues tienes toda la razón, no es capaz de dejarla sólo porque se lo pidan, pero igual tendrá a sus amigos y a Elsa para apoyarla cuando lo necesite.

Un abrazo, nos estamos leyendo, me dio gusto saber de ti.