Plan B
Seamus Finnigan/Dean Thomas
—Vamos, hay que animarse —dijo Neville alzando su copa, los demás lo hicieron—. Nos hemos graduado.
Después de tres extenuantes años en al academia de aurores, lo habían hecho, cada uno tomaría ahora un destino.
Pocos se quedarían en Londres, quizás fuera la última noche que saldrían todos juntos.
12 horas hasta que los destinos se publicaran, 12 horas para separarse. Quizás un poco dramático todo teniendo en cuenta que estaban a un salto de traslador posiblemente, pero la vida para ellos cambiaría y lo sabían.
Seamus bebió de su jarra hasta acabarla, pero Dean apenas se mojó los labios.
Lo vio beber, reír y mirarle de vez en cuando, solo unas pocas horas y aquello habría acabado.
Neville estaba pidiendo perdón a un taburete, a la par que intentaba ligar con el trozo de madera.
Ron estaba tirado sobre la barra del bar, completamente KO.
Harry había desaparecido como siempre.
Y Seamus estaba enganchado de un tipo bailando una música que solo escuchaban ellos dos, Dean sabía que no debía hacer nada.
Ellos no eran nada, ya lo habían dejado claro infinidad de veces. Demasiado claro.
Eran esos amigos que tras una noche de fiesta si ninguno había acabado con alguien, terminaban juntos.
Dean apuró su bebida y decidió que era el momento de irse, aquella sería la última noche juntos, pero al final cada uno la debería acabar a su manera.
Él lo haría solo.
Llegó a la residencia, una habitación comunitaria, como cuando estaban en Hogwarts.
Se tumbó sobre su cama y cerró los ojos.
La puerta se abrió, y lo vio entrar, directo hacia él. Subiéndose sobre su regazo y dejándose caer sobre su boca.
—¿Y el otro tipo? —Dean sabía que no hablaban de eso, que no tenía derecho a recriminar nada. Nunca lo habían hecho.
—Cállate —le silenció Seamus, enfocado ahora en besar y marcar su cuello.
Raras veces eran las que lo hacían en el dormitorio compartido, aún podían llegar los otros tres. Pero esa noche, esa última noche, iba a olvidarse de todos los inconvenientes.
—Nuestra última noche —le dijo a Seamus, y este solo gruñó en su descenso sobre su cuerpo, donde la ropa iba siendo apartada.
Dean estaba duro, y Seamus le tragó hasta donde le fue posible.
¡Maldita sea! Iba a echar de menos eso. Ese sonido de la succión era todo lo que se escuchaba en la habitación. Le encantaba el modo codicioso en el que Seamus tragaba, como si le fuera la vida en ello.
Llevó su mano a su pelo, acariciándolo, los ojos de Seamus se conectaron con los suyos y sus labios húmedos de su propia saliva y su líquido preseminal se aprestaron ascendiendo sobre su tronco hasta sacarla con un sonoro plof.
Dean quería su culo, y se entendían suficientemente bien para que Seamus se lo ofreciera en bandeja.
Podría haberlo dilatado con magia, pero quería hacerlo él mismo, con sus dedos y su lengua, quería que gimiera desesperado. Y no le defraudó.
—Ya, no me tortures más —se quejó Seamus.
Dean pasó la lengua aplanada una última vez, estaba listo, y él también.
Introducirse poco a poco los estaba desesperando a ambos, y Seamus acortó las distancias engulléndolo en un movimiento hacia atrás.
Nunca había sido una persona paciente, eso debía recocerlo. Así que le daría lo que quería, una última follada dura. Seamus no se contuvo, estaba seguro que los demás cadetes los podrían escuchar perfectamente, pero a Dean le daba completamente igual.
Cuando reventó dentro de él, Seamus aún estaba en la cresta, lo tumbó sobre su cuerpo masturbándolo con su polla aún dentro, y pudo ver como se corría hecho un desastre.
Lo abrazó de ese modo, notándolo contra cada parte de su cuerpo, aún dentro de su cuerpo con su miembro ablandado pero testarudo a abandonarlo.
Fue Seamus el que se movió finalmente, parecía agotado, pero satisfecho. La puerta se abrió, el tiempo juntos había acabado. Y lo dejó marchar a su propia cama.
A la mañana siguiente, los cinco fueron hasta el salón principal donde flotaban las listas de los destinos.
Seamus iría a Dundee, Dean a Galway.
Ambos se miraron, pero no dijeron nada.
Seamus tomaría un tren, Dean un traslador.
Se despidió de sus amigos con los que había pasado más de 10 años de su vida, y trató de no mirar atrás.
Fracasó, Seamus estaba allí mirándolo, y volver hacia él ni siquiera fue un acto consciente. Sus cuerpos chocaron, Dean se inclinó a besarle, nunca lo habían hecho en público, pero Seamus no le apartó.
No fue el beso más ardiente que se habían dado, pero sí el más significativo.
Cuando se fue, sintió que aquello sí fue su adiós definitivo.
Un año después
El cuartel de Galway era realmente tranquilo, sus patrullas consistían prácticamente en tener controlada a la población de krakens que habitaban cerca.
Se habían abierto los turnos de traslados, pero Dean estaba bien, le gustaba la localidad, le gustaban sus compañeros, estaba bien.
Tampoco esperaba que nadie pidiera aquel destino, la mayoría prefería los lugares con más acción.
Seamus era a la última persona que esperaba, las cosas habían cambiado. Dean sabía que lo que habían tenido no lo quería de vuelta, y tenerlo allí solo significaba problemas.
Lo supo cuando Seamus lo apretó contra el primer lugar íntimo que encontraron y trató de besarlo.
—No, Seamus —le apartó, la incomprensión en los ojos de su mejor amigo era total.
—¿Cómo? —preguntó sin apartarse.
—No voy a volver a ser el plan B.
Ambos se miraron, Dean solo necesitó unos meses "fuera" de su rutina para entender que lo que habían tenido durante años le hacía daño. Lo había deseado, lo había aceptado, pero no volvería a ser el tipo al que Seamus se follaba cuando no encontraba algo mejor.
—No eres mi plan B —le aseguró Seamus, pero las palabras no eran nada a años de experiencias que decían lo contrario—. Te lo pienso demostrar.
Seamus era la persona más testaruda que Dean había conocido en su vida, debería haberlo sabido.
No hubo nadie más, y con el tiempo, supo que en el fondo nunca lo había habido.
Solo había sido Dean, siempre había sido Dean, y siempre sería Dean.
Día 15, y aún nos quedan 16 más, ¿seguimos?
Besito
Shimi
