hadramine: se está arriesgando mucho... veremos lo que pasa

RbBlack: yo adoro la relación entre Myrtle y Draco y no puedo evitar escribir sobre ellos en todos mis fics jaja. Gracias!


Capítulo Cinco

Cómplices


Draco entró en el baño, cerrando la puerta y mirando a su alrededor.

—¿Myrtle?

La fantasma apareció a su lado enseguida.

—¿Qué pasa?

—Necesito comprobar algo. Vigila la puerta y si se abre, aunque sea solo un centímetro, avísame.

Myrtle asintió y Draco se adentró en el baño, olfateando mientras recorría cada centímetro. Estaba vacío, como siempre.

Volvió sobre sus pasos y se cruzó de brazos. Myrtle seguía junto a la puerta, con el ceño fruncido y muy pendiente de ella.

—Bien, estamos solos —Draco apoyó la espalda en la pared, dejando salir un largo suspiro. —Creo que alguien me está siguiendo, Myrtle.

Ella apartó la mirada de la puerta y abrió mucho los ojos.

—¿Cómo lo sabes?

Draco se tocó el puente de la nariz dos veces con el dedo índice.

—¿Y sabes quién es?

—Tengo mis sospechas. A partir de ahora, cuando hablemos, nunca digas nada comprometedor. Creo que últimamente no hemos estado solos en este baño.

Myrtle asintió, torciendo una de las comisuras de sus labios hacia abajo.

—¿No piensas enfrentarte a esa persona? Dile que te deje en paz y que se meta en sus asuntos.

Draco negó con la cabeza, mordiéndose el labio inferior y sonriendo de forma malvada.

—Quiero saber por qué lo hace. No está usando un hechizo desilusionador podría ver su silueta y no sería capaz de ocultarse tan bien. Está usando una capa que ya conozco.

—La capa de Harry Potter —susurró Myrtle.

Draco asintió, avanzando hacia ella.

—No lo olvides. Ten cuidado con lo que dices cuando venga a verte.

—No te preocupes, Draco.

Él abrió la puerta y, tras despedirse de Myrtle, bajó las escaleras hacia el Gran Comedor. Todos los alumnos estaban allí reunidos menos él.

Desvió la mirada unos segundos hacia la mesa de Gryffindor, donde unos ojos marrones estaban pendientes de cada uno de sus movimientos.

Se sentó junto a Pansy, que le pasó un plato lleno de comida. Draco suspiró y giró el tenedor entre sus dedos.

¿Por qué Granger lo miraba de esa forma tan seria? ¿Sospecharía algo?

No había cometido ni un error y ella no podía saber nada. Pero por algo era la más inteligente de todo su curso, posiblemente de todo Hogwarts.

Tendría que ser mucho más cuidadoso.


Aquel diecinueve de Septiembre no sería como los anteriores.

La todavía dolorosa ausencia de antiguos amigos que habían perdido la vida luchando por la libertad del mundo mágico y tener a sus padres a miles de kilómetros de distancia no ayudaban a sentirse mejor.

Iba a ser el primer año que los gemelos no le gastarían una de sus bromas.

Hermione se despertó temprano, estirando los brazos mientras bostezaba. Sus ojos se pasaron en la botella que descansaba en la mesita de noche de Ginny y torció los labios.

No conseguía dormir bien. Las pesadillas hacían que se despertara al menos una vez por noche y cada vez tenía más ojeras.

Estar de nuevo en Hogwarts removía todos sus recuerdos.

Sacudió la cabeza y salió del dormitorio teniendo cuidado de no despertar a sus dos compañeras. La sala común estaba prácticamente vacía, a excepción de varias lechuzas que esperaban junto a la ventana con cartas en sus picos.

Una de ellas voló hacia Hermione al verla, esquivando por poco una lámpara y aterrizando en su hombro.

Hermione sonrió.

—Hola, Pig.

La pequeña lechuza ululó con alegría, dejando caer la carta sobre su regazo.

Estaba firmada por Ron y Harry. Ambos la felicitaban, asegurando que sus regalos llegarían a lo largo de la mañana, y anunciaban que en navidad los dos iban a visitar Hogwarts. McGonagall les había dado permiso para quedarse a pasar un par de días en el castillo.

Ginny estaba muy emocionada. A pesar de que su relación con Harry no había funcionado, seguía siendo una persona importante para ella y, además, echaba de menos a su hermano.

Ambas estaban deseando que llegara la primera visita a Hogsmeade. Los dos chicos habían prometido ir cada vez que ellas estuvieran allí para poder pasar tiempo juntos y ponerse al día.

Hermione se colocó su túnica y salió de la sala, subiendo las escaleras hasta la lechucería para enviar su respuesta. Antes de volver pasó por el Gran Comedor y cogió un par de tostadas que devoró por el camino.

Una vez que estuvo de nuevo en su cuarto se tumbó sobre su cama, suspirando e intentando tragar el nudo que tenía en la garganta.

Sus dos amigas se habían marchado a desayunar. Estaba sola.

Hermione había pedido no celebrar su cumpleaños y parecía que sus compañeros de Gryffindor iban a respetar sus deseos, aunque se había encontrado con varios paquetes pequeños a los pies de su cama.

Aquel sería un día como cualquier otro. Ya abriría los regalos cuando se sintiera mejor.

Era un sábado soleado y aún no hacía mucho frío, por lo que casi todos los alumnos estaban fuera del castillo.

Hermione se quitó el jersey y, tras hacerse un enorme moño y fijarlo con magia, se remangó las mangas de su blusa, pasando la varita sobre la cicatriz de su antebrazo.

Las letras rojas brillaron antes de desvanecerse.

Cada mañana utilizaba el mismo hechizo para ocultarlas. No le gustaba que nadie la viera.

Iba a salir de su cuarto cuando vio el cajón inferior de su mesita de noche medio abierto. Contuvo el aliento y se acercó a abrirlo, sacando la libreta azul que usaba como diario.

Suspiró aliviada tras ver que parecía estar completamente vacía. El hechizo protector seguía intacto.

Tras comprobar el interior del cajón se dio cuenta de que una de sus barras de labios no estaba donde la había dejado.

A Ginny le encantaba el maquillaje muggle y a menudo le pedía usarlo. Hermione sonrió, sacudiendo la cabeza, y tocó dos veces la libreta con su varita.

Cientos de palabras aparecieron. Todos sus pensamientos y miedos estaban escritos en ella.

Era algo parecido a un diario, aunque no la usaba todos los días.

Pasó las hojas hasta llegar a la última página, donde había escrito sus sospechas sobre el extraño comportamiento de Malfoy.

Hermione se mordió el labio inferior, pasando el dedo índice por los últimos datos apuntados.

Domingo 6: Chica Ravenclaw. No recuerda nada.
Domingo 13: Chica Hufflepuff. No recuerda nada.

Volvió a tocar la libreta con la punta de su varita, haciendo que todas sus palabras se desvanecieran, y la dejó de nuevo en el cajón.

Todo apuntaba a que el próximo domingo volvería a pasar lo mismo. Otra chica aparecería en alguna habitación vacía confundida y sin recuerdos.

Hermione sacó el mapa de Harry del fondo de su baúl, escaneándolo en busca de ese nombre que buscaba cada mañana.

Su corazón se saltó un latido al encontrarlo.

Otra vez estaba en el segundo piso, en el baño de las chicas.

Hermione se pasó una mano por los rizos que caían sueltos a ambos lados de su frente, desenredándolos mientras pensaba. Lo mejor era echar un vistazo para intentar averiguar algo más.

Se puso de pie y sacó la capa de Harry de su baúl, colocándosela sobre los hombros.

Silenció sus zapatos, como cada vez que iba a espiar a Malfoy, y salió de su dormitorio siendo completamente invisible.


Draco tenía la cadera apoyada en uno de los lavabos y una manzana en la mano izquierda. Le dio otro mordisco y resopló, esperando a que apareciera Myrtle.

Era extraño que no estuviera en el baño. Casi nunca salía de allí.

Sacó su varita del bolsillo y la agitó, desvaneciendo el hueso de la manzana. Justo ese momento sintió una brisa helada por detrás de su cuello y levantó la vista, sonriendo.

A su lado estaba la fantasma, tan transparente como siempre y correspondiendo a su sonrisa.

—¿Dónde estabas? Llevo un buen rato esperándote.

—En el Bosque Prohibido —contestó ella, cruzándose de brazos.

Todo el cuerpo de Draco se tensó.

—¿Para qué has ido allí?

—Ya lo sabes. Necesitaba buscar alguna pista, comprobar que no había ningún rastro...

—Yo lo hice el primer día, Myrtle. Estás perdiendo el tiempo.

Myrtle entrecerró los ojos, acercándose más hasta que sus rostros estuvieron a pocos centímetros de distancia.

—¡Estoy intentando ayudarte, idiota! Siempre igual, nadie me valora en este maldito castillo —sacudió la cabeza, dejando salir un sollozo.

Draco puso los ojos en blanco.

—No te pongas dramática. Ya sé que lo haces con buena intención.

De repente escuchó algo y giró la cabeza hacia la entrada al baño.

La puerta había crujido.

Draco dio tres grandes pasos y se asomó, comprobando que estaba cerrada. Frunció el ceño e inspiró lentamente.

Era ella.

Miró a Myrtle y levantó una ceja. La fantasma asintió, comprendiendo lo que quería decir.

—¿Has conseguido averiguar algo? —preguntó ella, levitando hasta una de las ventanas.

Draco resopló.

—No... no encuentro nada. Esto es cada vez más frustrante.

—Creo que deberías mirar en la Sección Prohibida.

Él levantó la vista, contemplando a su amiga fantasma con expresión seria.

—Hazme caso —añadió ella.

—No sé cómo voy a colarme ahí sin que me descubran.

—Seguro que se te ocurre alguna forma.

Draco aflojó el nudo de su corbata.

—Lo pensaré. Tengo que irme, Myrtle.

Empezaba a sentir que se ahogaba y eso no era buena señal. Además, ese aroma le estaba poniendo cada vez más nervioso.

—Sí, lo sé... ten cuidado —contestó ella, asintiendo en su dirección.

Draco dio media vuelta y contuvo la respiración al acercarse a la puerta, donde el olor era mucho más intenso.

Apretó los dientes y cerró los ojos, intentando controlarse. Unos segundos después suspiró aliviado al estar fuera del baño. Había conseguido reprimir sus impulsos.

Se alejó por uno de los pasillos con los puños apretados, maldiciendo entre dientes.


Hermione tenía la espalda pegada a una de las paredes del baño, con la mano que tenía sobre su pecho palpitando con cada latido de su corazón.

Le daba la sensación de que Malfoy se había dado cuenta de que ella estaba ahí.

Esperó hasta que fuera seguro y salió del baño, asegurándose de tener bien colocada la capa.

Desenrolló el mapa y lo activó de nuevo, rozándolo con su varita mientras murmuraba las palabras que tantas veces había escuchado decir a Harry.

El nombre de Draco Malfoy se estaba moviendo por un pasillo de la cuarta planta.

Hermione corrió hacia las escaleras, esquivando a los pocos alumnos con los que se cruzó por el camino. Subió los peldaños de dos en dos y llegó a la cuarta planta casi sin aliento, abriendo el mapa de nuevo.

Jadeó al ver que ahora había un nombre femenino junto al nombre de Malfoy y que estaban dentro de una de las clases.

Hermione apretó los dientes y se acercó hasta ese lugar, observando en el mapa cómo su propio nombre recorría los pasillos de piedra.

Se detuvo al llegar a la puerta tras la que estaba Malfoy, conteniendo el aliento.

No se oía nada. Todo estaba en completo silencio.

Hermione se alejó unos pasos, apoyándose en la pared que había justo enfrente de la puerta.

Siguió observando el mapa donde los dos nombres que estaban dentro de esa clase no se movían.

De repente, el de Malfoy se movió hacia la puerta y Hermione cerró el mapa, guardándolo en uno de los bolsillos.

Sacó su varita justo cuando la puerta se abrió lentamente.

Malfoy salió y la dejó entornada, ajustándose el nudo de la corbata y pasándose una mano por el pelo para peinar sus mechones rubios hacia atrás.

Sus ojos grises se posaron brevemente en la pared donde estaba Hermione, haciendo que ella se estremeciera y lo apuntara con su varita.

Malfoy cuadró la mandíbula y desvió la mirada, caminando tranquilamente hacia las escaleras.

En cuanto sus pasos dejaron de escucharse Hermione se quitó la capa y entró en la clase, suspirando al ver a una chica pelirroja con uniforme de Gryffindor dentro.

Estaba sentada en el suelo, con los dos primeros botones de su blusa desabrochados y las piernas extendidas en el suelo. Y tenía la mirada perdida, al igual que las otras dos alumnas que había encontrado en la misma situación.

Sabía lo que le iba a contestar, pero de todas formas le hizo la pregunta.

Hermione se agachó, sacudiendo suavemente su hombro.

—¿Estás bien? ¿Qué te pasa?

La chica pestañeó varias veces y sonrió al verla a su lado.

—Estoy bien, Granger. Solo un poco cansada.

—¿Qué hacías aquí con Malfoy, Jones?

—¿Sabes mi nombre? Pero si nunca hemos hablado —respondió ella, frunciendo el ceño.

Hermione se aclaró la garganta.

—Claro que me lo sé. Estamos en la misma casa.

—¿Te sabes el nombre de todos los que estamos en Gryffindor?

—No el de todos. Tú sabes el mío, no es tan raro —murmuró Hermione, poniéndose de pie.

—Porque tú eres famosa —contestó Jones mientras se incorporaba.

—Si no me lo quieres contar, me parece bien... pero deberías abrocharte la blusa —comentó Hermione, desviando la mirada hacia la puerta.

Jones miró hacia abajo y jadeó, abrochándose los botones lo más rápido que pudo.

—No recuerdo habérmela abierto.

Hermione se llevó la mano a la frente y suspiró.

—Si quieres acostarte con Malfoy, puedes hacerlo. Después de todo él quedó libre tras su juicio. No es necesario mentir.

—¿Malfoy? ¿Pero qué estás diciendo? —protestó Jones, apretando los puños. —¡He estado aquí sola todo el rato!

—Lo he visto salir de aquí.

—¡Cómo te atreves a decir que me acuesto con ese... con ese... mortífago!

Jones bufó y salió de la habitación tras darle un codazo.

Ya iban tres chicas en tres fines de semana diferentes y que negaban haber estado con él. O todas mentían o Malfoy les estaba borrando la memoria después de estar con ellas.

Hermione se mordió el pulgar mientras salía al pasillo, incapaz de comprender lo que estaba pasando.

Antes de que se diera cuenta estaba caminando por los jardines en dirección al gigantesco lago. Reconoció a Malfoy cerca del agua, disfrutando del sol con un grupo de Slytherins de su edad.

Entrecerró los ojos, bastante enfadada y confundida, y siguió caminando hacia donde estaban sus amigos. Sentados cerca de un árbol estaban Ginny, Neville, Parvati y Luna con las varitas fuera y practicando hechizos.

Hermione sonrió al ver que Ginny llevaba los labios de color rojo oscuro.

—¿Otra vez usando mi maquillaje?

—¿Te molesta?—preguntó Ginny con una gran sonrisa.

Hermione sacudió la cabeza.

—Sabes que no. Puedes utilizarlo siempre que quieras.

—Tú nunca lo usas y no entiendo por qué. Tus pintalabios son geniales.

Ginny levantó una ceja y la miró mientras una sonrisa traviesa se extendía por su rostro. Alzó su varita, tocándose los labios una vez con la punta, y agarró la blusa de Hermione con una mano, tirando de ella.

Antes de que pudiera reaccionar los labios de Ginny chocaron con los suyos. Hermione frunció el ceño una vez que su amiga pelirroja la soltó.

—¿Qué haces, Ginevra?

Ella puso los ojos en blanco y le pasó un pequeño espejo que tenía sobre la falda.

—Mira.

Al mirar su reflejo, Hermione vio que ahora sus labios también eran de color rojo oscuro. Se pasó un dedo por ellos, comprobando que el pintalabios estaba sellado con magia. Le duraría todo el día.

—¿A que es genial compartir el maquillaje de esta forma? —preguntó Ginny con voz burlona.

Hermione suspiró con pesadez, escuchando las risas de sus amigos a su alrededor.

—Estás loca, Ginny —murmuró, sacudiendo la cabeza.

Su mirada se desvió hacia el lago. Al otro lado había unos ojos grises mirándola fijamente.

Hermione se estremeció. Malfoy tenía mala cara y la observaba prácticamente sin pestañear.

Ginny le dio un codazo y ella rompió el contacto visual, uniéndose a la conversación de sus amigos.

Ya se preocuparía por lo que Malfoy estaba tramando más tarde.


Mierda.

Si su olor lo tentaba normalmente, verla con los labios del mismo color que la sangre ya era demasiado.

Draco echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, disfrutando de la calidez los rayos de sol. Normalmente le molestaban, pero no cuando hacía poco de la última vez.

Ya había comprobado todos los libros de la biblioteca y no había encontrado nada que explicara su problema. No le iba a quedar más remedio que seguir el consejo de Myrtle y colarse en la Sección Prohibida.

Durante el verano había recorrido la enorme biblioteca de la Mansión Malfoy, incluida esa pequeña habitación secreta que había tras una de las estanterías con libros prohibidos, pero no había tenido suerte.

Pensó que en Hogwarts le iría mejor y por el momento se estaba equivocando.

¿Y si nunca encontraba nada? ¿Y si no conseguía entender lo que le ocurría?

Al menos ya comprendía algunas cosas y durante los meses de verano había aprendido a controlarse. Su vuelta al colegio dependía de ello y la Oclumancia le había ayudado bastante.

Una semana. No podían pasar más de siete días o corría el riesgo de perder el control.

Aunque todo empeoraba si la olía a ella.

Draco apretó los dientes, volviendo a mirar hacia donde estaba Granger.

La maldita sabelotodo lo estaba vigilando. Tenía que hacer algo para despistarla y que decidiera dedicar su tiempo a molestar a otro.

No podía permitir que nadie descubriera su secreto.