¡Hola a todos! ¿Cómo estáis? Espero que muy bien 😊 Traigo el último capítulo de los tres que corresponden a la batalla final. 😱 ¿Con ganas de ver el desenlace? ¿Qué bando ganará? ¡Chan chan chaaan! 😱 Os recomiendo tener un poco de agua al lado, vais a sudar con este capítulo ja, ja, ja 🙈😈

Muchísimas gracias a todos los que estáis ahí, como siempre 😍😍 os agradezco muchísimo cada visita, fav, alerta, y, por supuesto, comentarios. Un gracias enorme a los que me escribís desde cuenta de invitado, que por desgracia no puedo contestaros individualmente, pero que sepáis que os leo con todo el cariño del mundo 😍😘

Recomendación musical: "Your Guardian Angel" de The Red Jumpsuit Apparatus.

Y, sin más dilación… ¡fuego!


CAPÍTULO 54

Fuego

—¡Hermione, sigue! —gritó Fred, mientras se escondía tras la esquina, esquivando por los pelos una maldición que sí agujereó el muro. George se asomó entonces, lanzando varios embrujos a los mortífagos que estaban en la esquina contigua. Hechizos relativamente simples, pero coloridos y estrambóticos. Dando tiempo a su hermano gemelo para que lanzase un par de Detonadores Trampa.

Hermione, oculta también tras la pared, sin espacio en la esquina en la que Fred y George se encargaban de impedir avanzar a los mortífagos, le dirigió una mirada escandalizada.

—¡No pienso dejaros aquí! —chilló la joven, ofendida. Y su voz casi quedó amortiguada cuando las potentes bocinas de los Detonadores Trampa los ensordecieron. George no perdió el tiempo y se asomó tras la esquina para atacar a los, esperaba, sobresaltados mortífagos.

—¡No hay tiempo, hay que proteger la cúpula! —insistió Fred, girándose a mirarla mientras tanto—. ¡Vete por el otro lado! ¡La torre está ahí mismo! ¡Te cubriremos y les mantendremos ocupados aquí!

—¡Te alcanzaremos enseguida! —reafirmó George, volviéndose a ellos. Fred pasó por su lado para ocupar su lugar en la esquina. Con un espray aumenta todo en la mano—. ¡Los fantasmas ya están de camino! ¡Deprisa!

La chica vaciló, mirándolos con angustia. Pero vio a Fred defenderse hábilmente, concentrado, eficaz manteniendo a los mortífagos en su lugar, y comprendió que tenían razón. Su deber era continuar. Aunque su pecho se lo impedía.

Dio media vuelta y echó a correr por el pasillo que acababan de atravesar, con la intención de dar un rodeo para acceder a la entrada de la Torre de Adivinación.

—¡No vayas por el pasillo de la Señora Gorda! —le gritó George, mientras la joven se alejaba—. ¡Hemos colocado un pantano portátil en la entrada!

Hermione solo oía su respiración bajo la dura máscara plateada mientras corría a toda velocidad. Vio una o dos batallas al final de algún pasillo, pero las ignoró. Terminó encontrando, e introduciéndose a toda velocidad por una puerta lateral que daba acceso a la Gran Escalinata Circular, por la cual accedió a la Torre Norte. La Torre de Adivinación.

No había nadie allí. Sin pararse a respirar, empezó a correr escaleras arriba. Apoyándose en las lisas paredes de piedra blanca para ayudarse a no tropezar. Veía de forma intermitente la luz cobriza de la cúpula iluminar los escalones, cuando la chica pasaba por delante de alguna de las ventanas que decoraban la escalera. Miró hacia arriba, resollando, necesitando ver cuánto le quedaba. Todavía tenía que dar varias vueltas. Tenía que darse prisa con…

Un espantoso rugido por encima de su cabeza la hizo tropezar consigo misma y caer de bruces sobre los escalones de pura impresión. Y entonces vio algo precipitarse sobre ella. Una gigantesca bola de pelo.

Hermione emitió un alarido y rodó sobre sí misma escalones abajo. Logrando que la criatura no la alcanzase. Ésta aterrizó media docena de escalones más arriba, haciendo temblar el suelo. La chica trató como pudo de dejar de rodar, de detener su caída escaleras abajo, en cuanto se vio a una distancia mínimamente prudente. Logró quedar arrodillada, de cara a la criatura. Varita en alto.

Estaba esperando el ataque de mortífagos. De personas. Varitas, reflejos humanos. Ni siquiera había valorado encontrarse con un ser semejante.

Era una aterradora mezcla entre animal y persona. Tenía una enorme cabeza de lobo, desproporcionada con el cuerpo, y pecho similar al de un humano, cubierto de un pelo negro, espeso y despeinado, como si estuviera sucio o húmedo. Brazos el doble de largos, más parecidos a los de los humanos, aunque terminados en unas gruesas zarpas. Los pies también eran idénticos a enormes patas de lobo. Las garras, negras y mortales, arañaban el suelo a sus pies con cada paso. La enorme boca, jadeante, entreabierta, dejaba escapar un hilo de saliva sobre la escalera. Una larga cicatriz blanquecina le recorría el pómulo. Los ojos, pequeños, vidriosos, decorados con múltiples vasos sanguíneos, la miraban fijamente.

Eran azules. Extrañamente bellos en comparación al resto de su aspecto.

Hermione se mantuvo agachada, casi tumbada sobre los escalones, y se arrastró más abajo, intentando alejarse todavía más de la criatura. La varita le temblaba, pero no la bajó. Aquel ser medía fácilmente dos metros, aunque en ese momento no se encontraba erguido en toda su estatura. Sino colocado a cuatro patas, atento, dispuesto a saltar sobre ella en cualquier momento. Avanzando con lentitud por los anchos escalones. Haciendo retroceder a su presa.

Hermione apretó la varita con más firmeza, sintiéndola en su mano. Apenas se atrevía a respirar. Tenía que atacar. Pero necesitaba hacerlo en el momento correcto. Los reflejos y la velocidad de esa criatura eran superiores a los suyos. Tenía que elegir bien el hechizo a utilizar, no cualquier cosa podía penetrar esa rugosa y peluda piel. Y lo tendría sobre ella antes de poder probar otro hechizo. Por suerte, no era el primer hombre lobo que asesinaba en esa guerra.

El licántropo gruñó, tembló de pies a cabeza, y se acercó dos pasos a ella. A una velocidad que la chica no esperaba. Hermione se arrastró hacia atrás con más rapidez y contuvo un jadeo más sonoro. A pesar de lo que su instinto le gritaba, lo miró a los ojos. Era un hombre lobo. Un hombre lobo. Debajo de esa espantosa apariencia, había una persona. Una persona que, quizá, no quería hacerle ningún daño.

No era Remus. Y el Señor Oscuro no tenía hombres lobo, que supieran. Era de dominio público que, desde la muerte de Fenrir Greyback en el Valle de Godric, toda su comunidad de licántropos había abandonado la guerra. ¿Quién era entonces…?

Greyback…

Greyback.

"No he podido salvarlo. Mierda, yo… Greyback… lo atacó… Lo ataqué, pero no logré… No sé si está bien. C-creo que…"

Esos ojos azules…

Hermione abrió la boca sin ninguna finalidad. Su labio inferior temblaba. Sus ojos se empañaron al instante.

—¿Nott?

Ante ese susurro, ante ese gemido, la criatura se estremeció y bufó por sus grandes orificios nasales. Hermione se llevó una mano a la boca. Conteniendo un sollozo.

—Nott… D-Dios mío…

La criatura gruñó de nuevo, resoplando como si algo dentro de ella quisiera escapar de la cárcel que era su cuerpo. Los ojos de Hermione se desviaron a la sangre que manchaba su boca. Sangre que, desde luego, no parecía suya.

La chica se quitó entonces la máscara, y la dejó en el suelo.

—Nott, por favor… —susurró—. Soy yo, Hermione. Me conoces. Por favor, solo voy a…

Pero el hombre lobo emitió un terrible rugido acompañado de gotas de saliva y, antes de que la chica terminase de alzar su varita, otra criatura de igual tamaño que la que tenía delante saltó por encima de ella y cayó sobre Nott. Enganchando su cuello con sus potentes mandíbulas. Otro hombre lobo.

Hermione chilló y cayó hacia atrás por la impresión, rodando de nuevo a lo largo de varios escalones. Logró detener su descenso y alzar la alarmada mirada por encima de los peldaños. Ambas criaturas estaban lanzándose mutuos zarpazos y mordiscos. Intentando derrotar al otro. Golpeándose contra la pared exterior. Rompiendo la balaustrada interior, a riesgo de caer por el hueco de la escalera. Arrancando escombros. Emitiendo terroríficos rugidos.

A ese segundo hombre lobo sí lo conocía.

—Remus… —sollozó Hermione con un hilo de voz. «Lo va a matar…»—. ¡REMUS, NO! —logró gritar, por encima de los aullidos—. No le hagas daño. ¡Es Theodore Nott! ¡Es una buena persona…! ¡No es él mismo!

Antes de que pudiera decir nada más, Lupin clavó de nuevo sus dientes en el cuello de Nott, empujándolo contra el suelo y sujetándolo ahí, mientras el más joven resoplaba y jadeaba fuera de control, intentando liberarse. Y Hermione comprendió: lo estaba sujetando, no intentaba matarlo. Remus había tomado Poción Matalobos, y seguía siendo dueño de su mente. Y la había escuchado. Y le estaba dando una oportunidad.

La chica recuperó el equilibrio, se puso en pie y corrió escaleras arriba a toda velocidad. Pasando junto a ambas criaturas, lo más pegada a la pared que pudo. Esquivando a duras penas sus largas extremidades. No se detuvo una vez que los adelantó, y siguió subiendo. Dejando los rugidos atrás.

Vio el final de la escalera. Vio la trampilla redonda que llevaba al Aula de Adivinación.

Se detuvo, aferrándose a la balaustrada de la escalera. Jadeando con fuerza.

"Reclute toda la ayuda que encuentre y, si hace falta, espere en la entrada. No suba sola a esa torre."

Hermione administró bien su tiempo. Y aprovechó que necesitaba recobrar el aliento para pensar. No sabía si había alguien ahí arriba. Primero debía comprobarlo. En caso positivo, debía esperar a que llegasen los refuerzos prometidos por McGonagall y los gemelos Weasley. Y Harry.

Pero, ¿qué estaría haciendo Nott ahí si no hubiera nadie arriba…?

Entonces fue consciente de un súbito cambio en la iluminación. Giró la cabeza en dirección a la ventana. La luz que venía del exterior ya no era sutil y cobriza. Sino brillante y fría. Pegó la cara en el cristal. Y lo vio.

Un rayo azulado atravesaba el cielo. Directo a la cúpula. Desde la Torre de Adivinación.

Había enemigos arriba. Y ya estaban destruyendo la cúpula.

No podía esperar. De ninguna manera.

Se colocó bien la capucha sobre la cabeza. Había perdido su máscara escaleras abajo y no pensaba volver para recuperarla. Se aseguró de que tenía el cinturón suficientemente repleto de bombas. Sacó el pequeño saco que llevaba colgado de una argolla y lo sostuvo en la mano. Aflojó con los dientes la cuerdita que lo cerraba. Y después sacó otro objeto del bolsito de cuentas. Una mano arrugada. Bastante desagradable a la vista.

La Mano de Gloria, la había llamado Draco. Se la había dado justo antes de abandonar juntos el aula de Runas Antiguas. No la dejó marchar hasta asegurarse de que la chica tenía polvo peruano de oscuridad instantánea entre su arsenal, y le explicó cómo utilizar la mano para asegurarse una huida rápida. Por si acaso, le había dicho.

Draco había querido asegurarse de que estaba a salvo. No había pretendido, de ninguna manera, que la utilizase para esto. Para jugarse la vida. Pero no tenía elección. Encendió la vela de la mano. Y se preparó. Colocó los pies bien en el suelo. Y entonces elevó la varita hacia la trampilla. Sabía que solo tenía una oportunidad. Y que tenía que ser rápida.

Una última toma de oxígeno, un gesto de varita, y la trampilla se abrió mágicamente. La escalera de mano cayó ante ella, con un ruido sordo. Y Hermione lanzó el pequeño saco al interior de la estancia, por la abertura, en menos de un segundo.

Escuchó voces airadas casi al instante. Había funcionado.

Sin vacilar, trepó por la escalera lo más rápido que pudo. La más que conocida estancia circular con predominante color carmín se abrió ante ella. Estaba en penumbra, únicamente iluminada por la luz de la cobriza cúpula, que se filtraba con un brillo chisporroteante por las anchas ventanas acristaladas. La sala estaba recargada con decenas de mesas redondas de madera, cubiertas con sus correspondientes manteles, tapices, y bolas de cristal en el centro. Gruesas alfombras con diferentes estampados cubrían casi todo el suelo, el cual ascendía en gradas en dirección a la pared, como un pequeño anfiteatro. Cojines enormes de diversos tamaños, algunos taburetes de terciopelo, y los enormes cortinajes decorativos que colgaban del techo finalizaban la estampa. El sillón de la profesora Trelawney estaba situado junto a su mesa, sus libros, y sus cartas de astrología. Más allá estaban las escaleras que conducían a sus aposentos, en la pared de enfrente, junto a las ventanas. Y, desperdigados por el aula, había una docena de mortífagos. Varios de ellos se encontraban congregados cerca de una de las ventanas, mientras uno apuntaba con su varita hacia el exterior a través de un agujero del cristal.

Aunque sus ojos no lo viesen, dado que la Mano de Gloria estaba funcionando correctamente, Hermione supo al instante que el polvo peruano de oscuridad instantánea había funcionado. Los mortífagos estaban girando sobre sí mismos con frenesí, con las varitas en alto, desconcertados ante la repentina oscuridad impenetrable que los rodeaba. Había dos enemigos inmediatamente a su lado, flanqueando la trampilla. Que fueron los primeros que Hermione tuvo que atacar.

—¡Petrificus Totalus! ¡Atabraquium!

Hermione movió la varita de un mortífago a otro lo más rápido que pudo. Los dos cayeron bajo su fuego. Se apresuró a moverse por la estancia, sin quedarse quieta ni un instante, para evitar que los encapuchados adivinasen su posición gracias al recorrido de los hechizos. No tardaron en comenzar a recuperarse de la impresión y a intentar dar con ella en medio de la oscuridad.

Poco parecía importarles acabar con sus compañeros en el intento.

—¡Confringo! —gritó uno de los mortífagos. Apuntando un metro más a la izquierda de donde Hermione se encontraba. Ella no se molestó en apartarse. Sintió en su cuerpo la potencia de la explosión que destrozó una mesa cercana, y cómo los restos caían sobre ella, y cómo su capa se agitaba, pero no se movió de su lugar. Su varita apuntó al mortífago que lanzaba el brillante rayo azulado a través de la ventana.

—¡Incarcerous!

Rápidas y gruesas sogas lo ataron y amordazaron, haciéndolo caer al suelo. Inmovilizándolo. Listo, hechizo detenido. Esperaba que a tiempo. Pero seguían siendo demasiados. Tenía que ser más rápida.

Se movió de nuevo, confundiéndolos, haciéndolos atacar el lugar en el que había estado segundos atrás. Pero se le acababa el tiempo. Avanzó agachada entre las mesas, aprovechándolas a modo de escudo. Dos rápidos Impedimentas para ralentizar a dos atacantes, y lanzó una banqueta de terciopelo directamente a la cabeza de otro de ellos, derribándolo. Pero entonces vio que se giraban directamente hacia ella. El polvo había dejado de hacer efecto, y la posición de la joven era ahora visible.

Consiguió generar un veloz Encantamiento Escudo, justo antes de que un rayo color violeta impactase de lleno contra ella. Al tiempo que dejaba caer la Mano de Gloria y su mano se lanzaba a su cinturón. Lanzó una bomba de Gas Paralizante a su izquierda, y un veloz Fumos a su derecha. Intentando volver a ocultarse. Era su mejor arma.

—¡Bombarda! —gritó un hombre a su izquierda.

Hermione se lanzó a un lado de inmediato, antes de que el hechizo impactase contra ella. Cayó oculta tras una mesa, golpeándose con fuerza contra la alfombra. El brillante rayo de luz chocó contra la pared de piedra, agujereando una de las telas que colgaba del techo y arrancando escombros que cayeron sobre la chica. Hermione giró hasta quedar de lado y arrojó la mesa volando contra sus enemigos. Alcanzó a un mortífago que se había acercado demasiado, arrojándolo al suelo.

Hermione tenía que ponerse de pie. Estaba en desventaja. Tirarse al suelo había sido un error. Los mortífagos se acercaban. No tenía tiempo de coger otra bomba.

—¡Desmaius! —chilló la joven, mientras se ponía de rodillas. Su enemigo bloqueó el hechizo, y ella creó un rápido Encantamiento Escudo. Y otro. Y otro más. Pero entonces un rayo la alcanzó. Arrojándola de espaldas. Haciéndola rodar. Se detuvo al chocar contra una mesa, la cual se desestabilizó y cayó sobre ella. Hermione agitó su varita con frenesí y la envió lejos, sin tiempo de apuntar para arrojarla contra un enemigo. Tenía que levantarse. Tenía que levantarse…

—¡CRUCIO!

Hermione sintió al instante una fuerte presión en el tórax que le cortó la respiración. Que la aplastó hacia abajo. Incapaz de tomar aire, sintió cómo un dolor indescriptible, agudo y lacerante, se extendía por sus miembros. Su espalda se arqueó hacia el suelo, incapaz de controlar su cuerpo. Sus hombros retorciéndose. Su garganta logró emitir un desgarrador grito de dolor y terror.

Y de repente todo cesó. Su cuerpo se relajó de golpe casi de forma también dolorosa. Inhaló con frenesí, audiblemente. Sabía que tenía que hacerlo, que era urgente que lo hiciera, pero no pudo moverse. Necesitó mantenerse encogida sobre sí misma, sollozando desesperadamente contra la alfombra. Intentando volver a ser dueña de su cuerpo.

—¿Quién demonios eres tú? —siseó una voz femenina por encima de su cabeza.

Antes de recuperar el dominio de sus extremidades de nuevo, sintió una mano que la sujetaba por la capucha, agarrando un buen mechón de pelo también, y la obligaba a ponerse en pie de un fuerte tirón. La joven gritó de dolor y de sorpresa, viéndose de nuevo en posición vertical.

Cuando la chica se sostuvo sobre sus pies, al menos de forma precaria, la mano tiró con más fuerza de su capucha, llevándose consigo, posiblemente a propósito, varios cabellos, y descubriendo su rostro. Hermione miró a los ojos a su adversaria, con el rostro aún contorsionado de sufrimiento. Todavía resollando.

Bellatrix Lestrange la estaba escrutando palmo a palmo. Sin máscara ninguna. Sus negros ojos de párpados gruesos, entrecerrados, brillaban de sospecha.

—Te conozco —susurró entonces, casi para sí misma—. Creo que eres tú… Sí, eres la amiguita de Potter, ¿verdad? La sangre sucia. Estabas con él en el Ministerio —sus ojos la recorrieron de arriba abajo, y la comisura de sus labios se elevó—. Has crecido, pero eres tú, alimaña

Y, dicho esto, volvió a arrojarla al suelo, de nuevo empujándola desde un firme agarre en el cabello. Hermione escuchó risotadas a su alrededor. Cayó de lado sin remedio, golpeándose contra uno de los taburetes de terciopelo, en un golpe brusco que le cortó la respiración, y después aterrizando en el suelo con un gemido. Se encogió sobre sí misma, conteniendo el dolor en su costado, pero después elevó la cabeza lo más rápido que pudo, intentando no perder de vista a la mujer. El sordo dolor de todo su cuerpo, secuela de la maldición Cruciatus, estaba remitiendo lentamente.

Pero no tenía su varita en la mano. Debió de haberla perdido durante la Maldición Imperdonable. Tenía que estar en el suelo, cerca, pero no la veía. Y no sería sensato buscarla mientras los ojos de Bellatrix estaban sobre ella.

La mortífaga la contemplaba desde su poderosa estatura. Sus ojos, abiertos, la observaban con una intensidad animal. Su respiración agitada indicaba la emoción que le producía haber encontrado una presa semejante. Como si estuviese valorando mil y una atrocidades que hacer con ella. Se pasó la punta de la lengua por la superficie de los dientes antes de añadir:

—¿De verdad venías a hacerte la heroína y evitar que destruyamos la cúpula? ¿Tú sola? No puedo creer que seas tan estúpida... Pero, en fin —jugueteó con la varita entre sus dedos, con una sonrisa insidiosa—, no eres más que una muggle, no sé de qué me sorprendo… Soltad a Gibbon —ordenó entonces, en voz más alta, sin voltear la cabeza. Todavía mirando a Hermione. Ésta escuchó algunos pasos alejarse—. Que siga con su tarea... yo voy a entretenerme un ratito —su voz, temblorosa de emoción, se transformó en una terrible risotada aguda, como un cubierto metálico que roza un plato. En menos de un segundo, su brazo se estiró y apuntó a la chica con la varita—. ¡CRUCIO!

El desgarrador chillido de Hermione retumbó por la estancia. No podía hacer nada. Solo podía gritar. Retorcerse, con el cuerpo tenso como la cuerda de un arco. No podía hacer disminuir el dolor, por mucho que se arquease y curvase sobre el suelo. Por mucho que se aferrase su propio cuerpo con las manos.

No podía defenderse. No siendo dolor lo único que sentía. Estaba indefensa.

—Descuide, todo va bien —escuchó una voz, casi un eco lejano, decir esas palabras. Definitivamente no a ella, pero lo escuchó de todas maneras—. Ha habido un imprevisto, pero la cúpula pronto habrá sido eliminada. Solo tenemos que…

E, incluso por encima de la neblina del sufrimiento, de sus propios gritos, Hermione escuchó esa voz transformarse en un sonido extraño. Un sonido estrangulado. Una salpicadura. Un golpe sordo. Murmullos. Voces algo más exaltadas. Movimiento.

Y entonces el dolor de Hermione cesó. Y esta vez se obligó a recuperarse con más rapidez. Porque algo estaba pasando, y necesitaba estar preparada para ello.

Abrió los ojos con dificultad. No veía a través de las lágrimas, pero consiguió pestañear, aunque los párpados le pesaban terriblemente. Y logró mirar en derredor, todavía desde el suelo. Los mortífagos que la estaban rodeando se habían girado, dándole la espalda. Incluso Bellatrix, aunque su varita seguía apuntándola. Vio su perfil, ahora alerta, sin ninguna satisfacción, mirar al otro lado de la estancia. Algo sucedía. La luz estaba parpadeando de pronto a su alrededor, y no entendía muy bien por qué.

Hermione consiguió echar un vistazo por el hueco que se abría entre las largas túnicas negras que la rodeaban. Intentando ver lo que estaban mirando.

Una nueva figura se recortaba al fondo de la estancia, donde Hermione adivinó que se encontraba la entrada a la torre. De cara a ellos. Una figura alta, enmascarada y encapuchada. Imponente. Dos insignias de calavera en su ropa. Un nuevo mortífago. Un General de Las Sombras.

Y había otro mortífago tirado en el suelo, cerca de él. Y Hermione podía ver el charco de sangre a su alrededor, deslizándose por el suelo.

Y entonces se dio cuenta de por qué parpadeaba la luz. Porque cada una de las lámparas y candiles del aula estaba encendiéndose y apagándose de forma intermitente. De forma no sincrónica. Oscureciendo e iluminando el lugar. Hermione vio cómo los mortífagos giraban las cabezas de forma más o menos disimulada, echando nerviosos vistazos a su alrededor. Alerta. Desconcertados.

El recién llegado era el único que se mantenía completamente inmóvil. Aunque había algo extraño a su alrededor. Su túnica negra ondeaba de forma casi imperceptible, como si una corriente de aire la estuviese agitando. Y Hermione podía ver… luces diminutas alrededor de su silueta. Chispas. Que se creaban en su túnica, recorrían unos centímetros de tela y desaparecían. Como rayos en una tormenta. Como si estuviera electrificado. Magia. Desbordaba magia.

Portaba una larga varita en su mano izquierda. Pero no la había alzado todavía.

"No puedo estar en el campo de batalla contigo, eso es lo peligroso. Si veo que estás ahí, si te veo luchando, voy a…"

—¿Qué crees que haces…? —exclamó Bellatrix, rompiendo el silencio con fuerza. Sin un ápice de preocupación. Dirigiéndose al recién llegado—. ¿Quién eres…?

Hermione lo sabía. Lo sabía. Y precisamente por eso peleó por incorporarse. Apoyándose en sus codos. Pero éstos temblaron, con los restos de la Maldición Cruciatus todavía en su sistema. Perdió fuerza y cayó al suelo de nuevo, con un gemido.

—¿Eres de la maldita Orden del…?

"Mataré a quien sea. De cualquier bando. Sé que lo haré."

Y la voz de Bellatrix fue opacada por lo que sucedió a continuación. Las luces parpadearon de forma más rápida, de forma delirante. Y entonces todo estalló. Literalmente. Todos y cada uno de los cristales del lugar reventaron en mil pedazos. Cada candil. Cada ventanal. Cada bola de cristal. Todo reventó en una onda expansiva, una onda de aire, una onda de magia, que, de hecho, también agitó las túnicas de todos los presentes. El mortífago recién llegado fue el único que no se inmutó. No había movido la varita en ningún momento.

Y entonces, al amparo de la penumbra, sobresaltados y asustados, todos despertaron. Y se movieron para atacar. Pero él atacó primero.

Un veloz movimiento de varita y uno de los largos y rojos cortinajes que colgaban del techo cayó ante él, flotando, ocultándolo de la vista. Un posiblemente encantamiento Duro no verbal, y la tela se endureció, actuando de muro. Deteniendo los primeros ataques, perpetrados de forma precipitada hacia él por sus compañeros mortífagos. Sus enemigos. El provisional muro se resquebrajó ante la potencia de los ataques, pero los fragmentos ni siquiera tocaron el suelo. Fueron lanzados hacia adelante por el mortífago, y surcaron el aire, directos a sus rivales. Hermione se cubrió la cabeza con las manos, pero ninguno de los cascotes la golpeó.

Tres mortífagos consiguieron detener los escombros y destrozarlos antes de ser alcanzados. Otros dos fueron derribados. Pero ninguno pudo recomponerse antes de que su solitario rival agitase la varita en dos rápidos y contrarios movimientos horizontales. Decididos y firmes. Un mortífago que estaba a su izquierda se derrumbó en el suelo, en medio de una salpicadura de sangre. Otro gritó y se aferró las piernas, también hundiéndose en el suelo. Hermione vio a Bellatrix pasar ante ella, caminando de lateral, sin perder de vista al enemigo. Sin participar en la batalla.

El resto sí volvieron a atacar. Decenas de brillantes encantamientos dirigiéndose entonces hacia su solitario enemigo. Como una lluvia de funestas estrellas. Pero éste había creado un Encantamiento Escudo. Que estaba aguantando ante él de forma imperecedera. Soportando cada maldición. Cada hechizo. Uno tras otro. Varios a la vez. Sin descanso. Y Hermione nunca había visto algo así. Nunca había visto un Protego aguantar tal cantidad de hechizos sin tener que ser ejecutado de nuevo. Se escuchó gritar algo a Bellatrix.

Una sacudida de varita por parte del mortífago, y el Encantamiento Escudo desapareció. Pero no perdió el tiempo, y, con otra sacudida, envió un amplio Encantamiento Ralentizador a sus contrincantes más cercanos. Para después arrojarse hacia delante con decisión. Rodilla en tierra. Clavando su varita en el suelo. Y éste se abrió en varios canales ante él, rasgando la alfombra, levantando piedras, cascotes, y avanzando sin interrupción posible por la estancia. Creando diversos surcos excavados en la roca. El Hechizo Excavador derribando y llevándose por delante a una buena parte de sus contrincantes.

Otro decidido movimiento de varita, todavía desde el suelo, apuntando al frente, a otro rival. Al instante, grandes espinas brotaron de su cuerpo, tétricamente similar ahora a un erizo de mar, arrancándole un espeluznante grito. Los dos mortífagos restantes parecieron quedarse petrificados de consternación.

—¡Oppugno! —gritó entonces el mortífago solitario en voz alta, apuntando a los puntiagudos restos de una bola de cristal que yacían sobre el mantel de una mesa cercana. Éstos cobraron vida al instante y se lanzaron directos hacia los dos últimos mortífagos, atacándolos y destrozándolos con saña. Asesinándolos.

Al igual que a todos los demás. Los había matado a todos.

Solo Bellatrix quedaba en pie.

Fresca por no haberse movido en todo ese tiempo. Mientras observaba la técnica de su contrincante, sin molestarse en cansarse. Ni siquiera jadeaba, a diferencia del General de Las Sombras que tenía delante. Hermione intentó apoyarse de nuevo en un codo, lográndolo a duras penas. Vio entonces algo negro en la alfombra, a su lado. Su varita.

—¿Quién… eres? —siseó Bellatrix, sin separar los dientes. Su interlocutor no respondió. Se limitó a respirar de forma sonora, seguramente con la boca abierta. Y a colocarse en una provocadora posición de duelo ante ella.

Bellatrix emitió entonces un alarido de rabia y no dudó en atacar con todo su potencial. Utilizó todo su cuerpo para lanzar un hechizo contra su rival, el cual logró desviarlo a un lado precipitadamente. Aunque la potencia del maleficio lo lanzó varios pasos hacia atrás, haciéndolo tropezar con el escalón de la grada inferior, y caer al suelo de espaldas. La bruja continuó lanzando hechizos a gran velocidad, sacudiendo la varita con una rapidez sobrehumana, avanzando hacia él al mismo tiempo. Continuos rayos de luz que iluminaban la estancia y obligaban a una debilitada Hermione a cerrar los ojos, cegada. Su rival fue bloqueando los hechizos uno tras otro desde el suelo, arrastrándose hacia atrás para alejarse de ella.

—¡Confringo! —gritó Bellatrix. El mortífago, sin molestarse en bloquear el hechizo, rodó por el suelo cuando trozos de la grada superior salieron despedidos con la fuerza de una bomba. Cayendo donde antes se encontraba él.

—¡Ebublio! —gritó el mortífago. Dejando de rodar, girando sobre sí mismo con agilidad y arrodillándose. Pero la mujer logró agitar la varita y enviar su embrujo sin esfuerzo contra una mesa cercana. La cual fue rodeada al instante de una enorme burbuja, comenzando a ascender por la estancia. Otro golpe de varita por parte de Bellatrix y arrojó la burbuja en dirección a su rival. Éste agitó la suya lo más rápido que pudo, pero solo consiguió eliminar a tiempo el encantamiento Ebublio, para no quedar él también atrapado en el interior. Pero entonces fue la mesa, ya sin burbuja que amortiguase nada, la que se estrelló contra él.

Salió despedido hacia atrás, golpeándose de espaldas contra el escalón de una grada superior y cayendo al suelo de nuevo, esta vez boca abajo. Rodeado por los restos de madera de la mesa. Y, por primera vez, pareció costarle recomponerse.

—No te haces idea de cuánto voy a disfrutar esto… —siseó Bellatrix, acercándose unos calculadores pasos—. Puedo quitarte esa máscara vivo o muerto… —y alzó la varita en su dirección de un firme y rápido gesto.

—¡NO!

El aullido de Hermione lo detuvo todo. A ella misma le pareció que era demasiado estridente para ser su voz. Sintió que no solo escapaba de su boca. Sino de toda su piel. Algo escapaba de su piel. Algo que voló por el aire más rápido que el viento, recorriendo la estancia. Levantando el polvo de la batalla, los cascotes, los fragmentos de vidrio. Arrastrándolos hacia delante. Sin agitar una varita que ni siquiera tenía en la mano. Pero era magia.

Bellatrix se precipitó entonces de bruces, como abatida por una ráfaga de viento. El mortífago que estaba en el suelo se cubrió los ojos con el antebrazo, protegiéndose de la lluvia de fino vidrio.

Hermione había recuperado el control de su cuerpo y de su mente. Y se dio cuenta de que podía ponerse de pie. O, mejor dicho, para cuando quiso darse cuenta, estaba en pie y con la varita de vuelta en su mano, apuntando a Bellatrix. Ésta, incorporándose del suelo con celeridad, se giró sobre sí misma para mirar a su nueva atacante. Hermione estaba preparada para ver la mayor locura en esas crueles facciones, pero lo que vio fue una absoluta estupefacción. No se molestó en mantenerse a la defensiva, ni en apuntar a la joven con la varita.

—Aléjate de él —escupió Hermione, con la varita firme ante ella. Bellatrix dejó escapar entonces una histérica carcajada.

—¡¿Por qué?! —aulló, con sus ojos casi saliéndose de las órbitas. Se giró para mirar al mortífago. Éste había conseguido ponerse en pie, apoyándose en la grada superior—. ¡¿Quién diablos eres?! ¡Dímelo o ella muere! —gritó entonces, ahora sí apuntando a Hermione con la varita. El no entender la situación parecía estar desquiciándola más que la traición de uno de los suyos.

El mortífago había logrado bajar de la tarima y avanzar un paso, de nuevo a la misma altura que su oponente. Recompuesto. Pero no volvió a atacar. Por el contrario, se quitó la capucha con la misma mano que sujetaba la varita. Y la máscara fue arrojada a un lado sin ningún cuidado con un lánguido y provocador movimiento.

Y la varita de Bellatrix se precipitó treinta centímetros en caída libre. Dejando de apuntar a la chica.

—Tú… —balbuceó. Y Hermione nunca había escuchado a esa mujer sonando impactada—. ¿Has…? —intentó hablar, pero toda ella temblaba de furia—. ¿Qué crees que estás haciendo?

Draco no contestó. Miraba a su tía directamente a los ojos, con sus orbes grises brillando intensamente en medio de la penumbra. Su rostro, serio y amenazador. Casi arrogante. Jadeaba con fuerza por el frenético duelo que acababa de presidir, pero contemplaba a la mujer con una fría mirada impregnada de cautela. Movió de nuevo la mano izquierda, esta vez hacia su propio cuello, y soltó a tientas el broche que sujetaba su negra túnica, dejándola así resbalar pesadamente por su cuerpo hasta caer al suelo. Quedando solo con su ropa de civil y sus protecciones. Y después giró el cuerpo en posición de duelo otra vez. Varita en alto. Preparado para pelear.

Comenzó a avanzar de lado con zancadas controladas, sin apartar la mirada de la mujer. Hermione lo imitó, al otro lado. Rodeando a su enemiga. Bellatrix recordó entonces la presencia de la chica al sentirla moverse también a sus espaldas. Giró la cabeza con rapidez a un lado y a otro. Situándolos en el lugar. No queriendo perderlos de vista. Su rostro tenso y alerta. Rabiosa.

—Ni siquiera os atreváis… —farfulló Bellatrix. Amenazante e imponente. Pero ninguno de los dos dejó de caminar. Miró de nuevo a su sobrino—. No sé qué pretendes, pero te juro por lo más sagrado que te arrepentirás… ¿Me puedes explicar qué cuernos estás haciendo? ¿Acaso todo el mundo ha resultado ser un traidor? ¡¿Ahora resulta que estás de parte de la Orden, miserable gusano?! —chilló con mayor desprecio, temblando de ira de forma salvaje.

—No, no lo estoy.

Esas fueron las primeras y únicas palabras que Draco pronunció. Y entonces atacó.

Un rápido movimiento de varita, y una ráfaga blanquecina atravesó el aire hacia su tía. Pero ésta solo tuvo que mover la varita a un lado para rechazarla de forma sencilla. Hermione agitó la varita desde su lado, enviando un tentativo Rictusempra a su enemiga. Tanteando sus reflejos. Distrayéndola. Bellatrix giró el cuerpo del todo hacia ella, viendo por el rabillo del ojo sus intenciones, y bloqueó el hechizo. Y entonces agitó su propia varita, enviando una mesa, mantel incluido, volando hacia la chica. Pero Draco fue quien, desde el otro extremo, agitó la varita y partió la mesa limpiamente por la mitad. Cayendo los restos a ambos lados de Hermione, sin haberla alcanzado.

Bellatrix jadeó con incredulidad. Se giró hacia su sobrino. Lívida.

—Despojo… —farfulló de forma amenazadora. Como si no pudiera creerlo—. No eres más que un… miserable…

—¡Impedimenta! —conjuró Hermione desde atrás. El embrujo alcanzando a la mujer en una pierna, arrojándola al suelo con un grito. Bellatrix, con un alarido de rabia, giró sobre sí misma para quedar de cara a Hermione. Atacándola en respuesta. Un golpe en el suelo con su varita, y envió un súbito temblor a lo largo del pavimento. Hermione trató de mantener el equilibrio, pero su pie resbaló con una salpicadura de sangre y cayó sentada de costado.

—¡Orbis! —gritó Draco desde su posición, apuntando hacia su tía—. ¡Tarantallegra!

Sabía que no iba a derrotarla con eso. Pero podía distraerla. Asegurándose de atraer sus hechizos. Dándole tiempo a Hermione para levantarse otra vez, ahora vulnerable en el suelo. Y funcionó. Bellatrix tuvo que agitar su varita con frenesí en dirección a su sobrino, protegiéndose, al tiempo que conseguía ponerse en pie otra vez. Pero descuidando a Hermione, la cual no tardó en levantarse y tomar el relevo de Draco con una rápida secuencia de maldiciones que desubicaron a la bruja.

Aunque Bellatrix se estaba defendiendo de forma soberbia. Con las piernas bien abiertas para estabilizarse, giraba a un lado y a otro continuamente, defendiéndose de ambos contrincantes. Un maleficio de Draco la alcanzó en un costado, arrancándole un grito, pero sus protecciones de batalla la protegieron. Aun así, la potencia del hechizo la arrojó a un lado, haciéndola caer al suelo otra vez y arrancándole un alarido. Sin molestarse en moverse de esa posición, alzó la varita en dirección a su sobrino con un grito de rabia.

—¡ATACA! —ordenó Hermione en cambio.

Y Draco no dudó en obedecer. Confiando en ella ciegamente. Sin molestarse en defenderse, ni en crear ningún tipo de protección, agitó su varita en una veloz secuencia de movimientos, generando un nuevo ataque. La maldición de expulsión de entrañas. Complicada de realizar. Poco útil en duelos vertiginosos. Pero poderosa. Y supo que Hermione le daría el tiempo de conjurarla.

El maleficio que Bellatrix lanzó contra él quedó evaporado en una barrera protectora que Hermione había colocado ante el chico desde el otro lado. Para entonces Draco ya estaba listo, y lanzó su hechizo un segundo después de que Hermione hiciese desaparecer su Encantamiento Protego. Mágicamente sincronizados. Bellatrix repelió la mayor parte del maleficio, pero vieron cómo una ráfaga de luz sutil sí la atravesaba. Lanzándola a un lado, y haciéndola golpearse contra una de las paredes. Con un grito de agonía. Estaba herida. Posiblemente de gravedad. Pero no pensaba parar.

La tenían acorralada. Pero eso también les quitaba la efectividad de un ataque por dos frentes. Ahora ambos estaban frente a ella.

Bellatrix se puso entonces en pie. Con el cabello caído por la cara, rechazando sin esfuerzo un hechizo procedente de Hermione. Y otro. Y otro más. Avanzó hacia ellos, con el rostro contorsionado. Jadeaba, resoplaba, y lanzaba frustrados y enfurecidos gritos. No generando ningún Encantamiento Escudo. Limitándose a crear conjuros que chocasen en el aire contra los hechizos que los dos jóvenes le lanzaban. Saliendo disparados en direcciones opuestas. Rompiendo paredes. Agujereando las telas del techo. Las lámparas. Destrozando las mesas.

Un hechizo alcanzó a Draco. Éste no logró bloquearlo, pero las protecciones de su hombro lo hicieron. Aun así, fue arrojado hacia atrás, golpeándose la espalda contra una mesa. Volcándola. Bellatrix gritó con triunfo mientras lanzaba un segundo hechizo hacia su sobrino. Que Hermione bloqueó, colocándose frente a él de un rápido salto.

—¡ABAJO! —gritó Draco detrás de ella, y Hermione no necesitó que se lo repitiera. Cayó de rodillas al suelo, y se agachó por completo, dejando el camino libre para que el chico lanzase por encima de ella un nuevo ataque a su tía. Bellatrix, confundida, no alcanzó a defenderse y un profundo corte apareció en su cadera derecha. Haciéndola caer al suelo de costado de nuevo, el dolor traicionando la fuerza de sus piernas.

Para entonces Draco ya estaba nuevamente en pie, moviéndose a un lado sin perder ni un instante. Atrayendo hacia él los hechizos de su tía otra vez, dándole tiempo a Hermione a ponerse en pie también. Agitó su varita para generar otro rápido corte en su mejilla, que la distrajese. Otro veloz movimiento, y la protección del muslo izquierdo de la mortífaga se rompió.

Hermione volvió a la lucha con celeridad. Agitando la varita, elevó una mesa por los aires. Y Bellatrix se concentró en seguir la trayectoria con atención, mientras se ponía en pie, preparada para contraatacar. Pero vio la mesa pasar ante ella a toda velocidad. Ir directa a Draco. Ya preparado. Y éste la movió en otra dirección con un vertiginoso movimiento de varita. Como si golpease una bludger con un bate de golpeador. Arrojándola directamente sobre su desconcertada tía. La cual gritó de dolor. Alcanzando a romperla, pero no a librarse de los restos. Los cuales la golpearon. Se giró para cubrirse, pero se mantuvo en pie. Y otro hechizo por parte de Draco la alcanzó en el pecho, arrancándole una inhalación. Haciéndola retroceder. Y otro de Hermione tuvo el mismo efecto. Y entonces pareció comprender que no le permitirían avanzar. Que no podría con ellos.

Y entonces estalló.

—¡BASTA! —tronó Bellatrix de súbito, dando un pisotón en el suelo con sus negras botas de tacón.

Y solo la poderosa y alterada voz de Bellatrix Lestrange pudo lograr, con una única palabra, detener un duelo en curso. Draco y Hermione se quedaron quietos, todavía con las varitas alzadas hacia ella, demasiado aturdidos ante su grito como para reaccionar. La mortífaga había bajado la varita, sin molestarse en mantenerse a la defensiva. Respiraba con fuerza, observándolos por entre despeinados mechones de su espeso y rizado cabello negro. Del corte de su mejilla fluía una larga gota de sangre, y la bruja pareció notarlo. Se llevó un único dedo de uña afilada hacia la herida, recogiendo el líquido color carmín. Después se lo llevó a los labios, limpiándolo con la lengua. Sin dejar de mirarlos a los ojos, alternando entre ellos.

El silencio que se había apoderado de la estancia, en comparación al frenesí de instantes atrás, era casi más aterrador que la propia batalla.

—Se acabó —pronunció entonces Lestrange, en voz baja. Un susurro sedoso—. No voy a perder el tiempo en esto. Pensaba dejarte con vida y entregarte al Señor Oscuro, muchacho. Él sabe muy bien qué hacer con los traidores. Pero he cambiado de opinión —se burló en un tono casi infantil, con un brillo peligroso en sus ojos—. Y yo misma te haré sufrir. Me merezco ese derecho. Al fin y al cabo, somos familia. Aunque eso se puede arreglar…

Ahora fue ella quien comenzó a caminar lentamente por la torre, como un felino acechando a su presa. Draco y Hermione fueron girando, sin moverse de sus respectivos lugares, siguiendo sus movimientos. Aún apuntándola con las varitas.

Bellatrix dejó entonces de mirar a su sobrino y fijó su negra mirada en Hermione. Su rostro contorsionándose al instante en una mueca de absoluta repugnancia.

—Pero, antes de nada… ¿Qué tenemos aquí? —siseó entre dientes—. ¿Luchando codo con codo con una asquerosa muggle? —añadió, casi con voz ahogada. Como si tuviera náuseas—. ¿Puedes caer más bajo, sobrino?

Escupió a un lado, y alzó la varita para apuntar a Hermione con ella. La chica alzó más la suya en un efectivo acto reflejo, dispuesta a defenderse.

—¡NO LA TOQUES! —advirtió entonces Draco, en un poderoso grito. Estirando su propia varita, con decisión, en dirección a su tía. Pero ésta no atacó. Y se notó en ese momento que no había tenido intenciones de hacerlo. Sin mover ninguna otra parte de su cuerpo, giró el rostro para mirar a su sobrino.

Y entonces, contra todo pronóstico, sonrió.

Fue una sonrisa terrible. Mucho más aterradora que sus gritos o sus hechizos. Una sonrisa cruel, amplia y cínica, acompañada de una mirada llena de satisfacción. Con ella, recordó a los presentes que era una mujer sin escrúpulos, despiadada y sádica. Una mujer que no tendría piedad con ellos. Porque no conocía dicho sentimiento.

Una risa, débil y burlona, tan terrible como su sonrisa, escapó de entre los dientes de la mujer.

—Vaya, vaya, qué interesante giro de los acontecimientos… —susurró Bellatrix, sufriendo un estremecimiento. Pero era de emoción. De ansia—. ¿Por qué, sobrino? ¿Por qué no debería tocarla? —hizo ambas preguntas con ironía, con fingida dulzura. Pero un segundo después jadeos de rabia volvieron a apoderarse de ella. Le vieron apretar los dientes y esbozar una mueca crispada—. ¿Qué significa todo esto? ¿Qué demonios te ha pasado, idiota? ¿Qué pretendes?

Draco no dijo nada. Intentaba por todos los medios no apartar los ojos de su tía. Los labios de la mujer se crisparon en una sonrisa temblorosa. Incrédula. Como si Draco se estuviera riendo de ella.

—Te voy a sacar la verdad a la fuerza —susurró la bruja. Draco alzó más la varita, esperando su ataque. La Maldición Tortura. Pero ésta no llegó. No la vio ni siquiera mover los labios. Solo clavó sus ojos en los suyos.

Y Draco sintió que la luz a su alrededor se apagaba. Como si hubiera cerrado los ojos. Pero no lo había hecho. Y entonces todo lo que lo rodeaba cambió.

Vio a Granger ante él, arrodillada, en el aula de Runas Antiguas, recuerdo de apenas minutos atrás…

La sintió apretada contra su pecho, mientras la abrazaba en aquella cama del refugio de la Orden del Fénix, segundos antes de que ella le borrase la memoria…

Se vio desnudo a su lado en la Calle Blucher…

Se vio frente a ella, dentro de la alacena de aquella casa de Privet Drive, con su mano en su garganta…

Se vio al lado del Sauce Boxeador, de noche, viéndola correr por los terrenos, alejándose de él…

Se vio todavía de noche, rodeado de vigas de madera, intentando taparla con su propia túnica de la manera más cautelosa posible. Con sus dedos rozando las puntas de su cabello, lejos de su cabeza, para no despertarla. Secándose la cara con el antebrazo, antes de coger con la mano el montón que había creado con sus zapatos y ropas y ponerse de pie…

Se vio sentado en una barca, con ella sobre sus piernas…

Sentados en un solitario banco frente al despacho de McGonagall, Draco apoyando su mano tras ella, sosteniendo su peso, acercando su rostro…

Vio aparecer a Granger ante él, junto a la puerta trasera de Cabeza de Puerco, separándose él de sus labios después de darle el primero de muchos besos…

Y entonces abrió los ojos. Y la boca. E inhaló con profundad. Y los restos de la destrozada aula de Adivinación volvieron a él. Y se encontró con la cara pegada contra la polvorienta alfombra. Y comprendió lo que había pasado. No había podido Ocluir a su tía…

—¡… basta! ¡Basta! —le llegó entonces la voz de Hermione. Frenética y desesperada. Draco parpadeó y giró el rostro, buscándola. Seguía casi donde la había dejado, quizá un par de pasos más cerca de él. Mirando a Bellatrix con rabia. Jadeando con fuerza. Como si el duelo hubiera continuado mientras la mente de él estaba siendo asediada por su propia tía. Era más que probable que Hermione hubiera intentado detener la invasión a su mente atacando a la bruja.

Bellatrix estaba en pie, erguida con arrogancia. Mirando a Draco casi por el rabillo del ojo ahora. Con las aletas de la nariz dilatadas y la boca curvada hacia abajo. Como si fuera un excremento pegado a la suela de su zapato.

Y Draco se preguntó con lentitud si de verdad, de verdad, su tía lo había visto todo.

—Todo este tiempo… malnacido —sentenció la mujer en voz baja. Y la frialdad de su voz fue la mejor confirmación. Lo había visto—. Supongo que incluso en las mejores familias hay ovejas negras. Primero fue mi hermana Andrómeda. Y ahora tú. Pero ella al menos fue sincera con sus asquerosos impulsos. Tú… tú no tienes vergüenza. Tu madre nunca ha sido especialmente fuerte, pero al menos sabe dónde está su lugar. No creo que le importe perder un vástago semejante, que ha resultado ser otro estúpido fanático de los muggles… Un traidor a su sangre y a su familia. Un mentiroso cobarde —escupió, con mayor desprecio. Su voz resonaba en el silencio de la torre.

—¿Has acabado? —masculló Draco entonces, despectivo. Su cuerpo todavía laxo, sin permitirle levantarse del suelo. Sentía su cerebro de mantequilla ante la inesperada y agresiva invasión a sus recuerdos. Pero todavía podía hablar con superioridad. Era su especialidad.

La comisura de Bellatrix tembló ligeramente. Y después volvió a reír entre dientes, con desdén. Viendo a Draco conseguir incorporarse de forma cauta hasta apoyarse en sus codos. Con visible esfuerzo. Pero entonces la mujer tuvo que presionarse el vientre con un puño, como si le doliese de súbito. La casi exitosa maldición de expulsión de entrañas

Mírate. Qué vergüenza —siseó la bruja aun así. Volviendo a soltar su vientre con altivez—. Solo eres un niñato engreído que no tiene ni idea de cómo es la vida en realidad. Deberías mostrar un mínimo de agradecimiento por la vida que te han ofrecido. No tienes ni idea de lo que los muggles nos han hecho, no lo has vivido. Siempre le dije a Cissy que te estaba educando de la peor manera. Solo eres un idiota consentido y pusilánime...

—¡CÁLLESE! —gritó Hermione, elevando un poco más la varita. La punta brillaba con un amenazador hechizo. Bellatrix la miró de reojo con una venenosa sonrisa ahora curvando sus labios.

—Ni media palabra, sangre sucia. No te atrevas a hablarme así. He matado a otros de tu calaña por mucho menos —advirtió, en un sedoso susurro. Y después devolvió la vista a su sobrino—. Esto es un asunto familiar… —musitó con socarronería. Pero después tomó un hondo suspiro y elevó un poco más la barbilla. Sus ojos relucían—. ¿Sabéis qué? Se me ha ocurrido un pequeño juego. A una servidora a veces le apetece divertirse un poco. Después de tantos años, matar de forma rápida empieza a volverse repetitivo… Y hay gente que se merece mucho más que eso —se golpeó la palma de la mano con su larga y torcida varita. Casi como una pícara profesora. Inmune a las barbaridades que estaba diciendo. Seguía mirando a Draco—. Quiero ver hasta dónde estarías dispuesto a llegar. Hasta dónde llega tu fingido heroísmo. Cuánto te importa de verdad esta inmunda —señaló a Hermione con un rápido gesto de cabeza—. Ya ha soportado una Maldición Imperdonable, vayamos a por las otras dos… ¡IMPERIO!

Y fue más rápida de lo que ninguno de los dos jóvenes pensó que sería. Alargó la varita con decisión, abriendo mucho sus enloquecidos ojos. La punta se iluminó, tiñendo su rostro de un blanco casi cadavérico.

Y Draco sintió que el mundo se le caía encima.

—¡NO! —gritó con fuerza, cogiendo su varita del suelo a toda velocidad. Pero fue demasiado tarde.

Hermione agitó su propia varita, pero el contrahechizo no fue lo suficientemente poderoso. Y el hechizo de Bellatrix, de un color amarillo verdoso, voló por la estancia e impactó de pleno contra su pecho. Haciéndola tambalearse.

Draco apuntó a su tía desde el suelo. Tarde, pero lo hizo. Y ésta no fue lo suficientemente rápida como para atacar a Hermione y protegerse. El precipitado hechizo de Draco arrojó a la mortífaga por los aires de forma violenta. Haciéndola golpearse y llevarse por delante algunas de las mesas de las gradas superiores, volcándolas, y rompiendo varias. Desapareció de la vista, oculta entre los restos de los muebles.

El tiempo se ralentizó a ojos de Draco. Hermione, con los ojos muy abiertos, se palpaba el pecho donde había recibido la maldición. Como si aguardase a ver qué sucedía. Draco sintió que apenas podía respirar, pero no lo necesitó para ponerse en pie de un atolondrado salto, casi tropezando por las prisas y la debilidad de sus extremidades.

—Granger… —jadeó, aproximándose a ella lo más rápido que sus piernas quisieron avanzar. Mientras escuchaba a su tía gritar y luchar por ponerse en pie, enterrada como estaba bajo los restos de madera y tela—. ¡Granger! —repitió, en cuanto estuvo ante ella.

Intentó tomarle el rostro con ambas manos, con fuerza, vagamente consciente de que posiblemente le hiciese daño. La mano derecha, inútil, no hizo más que presionarse contra su perfil, sin sujetarla en absoluto. La izquierda sí clavó los dedos en su cráneo. Le temblaban. Necesitaba ver sus ojos. Examinar su mirada. Mientras sentía el pavor sustituir la sangre de sus venas.

¿Qué le iba a obligar a hacer su tía? ¿Asesinarse a sí misma? ¿Tirarse torre abajo?

La chica, al oír su voz, y al sentir sus manos rodear su rostro, elevó la mirada y la fijó en él. Su boca estaba entreabierta, como si no comprendiese lo que veía. O lo que sentía. Sus ojos estaban fijos en él, pero también algo velados. Como si no lo viese con claridad. O no lo reconociese.

Draco sintió entonces algo pequeño y duro en contacto con su pecho, por encima de su camisa y sus protecciones. De forma tan suave que, si no hubiera tenido cada nervio de su cuerpo a flor de piel, no lo hubiera notado. Bajó la mirada. Una varita. Tenía una varita presionada contra su esternón. Y era algo que no podía entender.

Crucio.

Mil puñales salieron volando de Merlín sabía dónde, y se clavaron a lo largo del cuerpo del chico. O al menos eso sintió. Bramó de dolor y cayó al suelo de rodillas. Cada músculo de su cuerpo sacudiéndose, dejando de funcionar, quemándose y rompiéndose. Intentó enrollarse sobre sí mismo. Aferrarse a sí mismo. Queriendo que se detuviese. Rogando en su mente que parase. No podía hablar, solo gritar. Escuchó una risa que reconoció como la de su tía, aunque no la veía.

Cuando sus muslos empezaron a temblar de forma más violenta, cayó al suelo de costado, retorciéndose. Sintiendo que sus huesos se partirían tarde o temprano. Se escuchó aullar. Abrió los ojos, ni siquiera supo cómo. Sintiendo algo líquido caer por sus comisuras. Y la vio sobre él.

Hermione lo estaba contemplando. La boca entreabierta, la mirada inespecífica, y la varita apuntándolo. Ningún asomo de empatía, ni sufrimiento por estar torturándolo. No parecía sentir nada. No lo reconocía. Y no le importaba.

Un nuevo grito del chico resonó por la enorme aula. Y entonces todo se detuvo. Hermione levantó la varita, deteniendo así el hechizo. Aunque Draco se mantuvo en el suelo, retorciéndose todavía de forma residual. Jadeando con urgencia. Aún estremeciéndose. Hermione pasó por encima de él con una larga zancada y avanzó lentamente por la estancia. Sorteando los cadáveres de los mortífagos con los que Draco había acabado minutos atrás. Sin mirarlos. Casi como si estuviese en trance.

Draco aún temblaba de forma tan descontrolada que no podía ponerse en pie. Pero intentó girarse y seguirla con la mirada. La vio ir en dirección a una de las ventanas. El escudo color cobre lanzaba destellos dorados en el trozo de cielo que Draco alcanzaba a ver desde su posición.

La cúpula…

«No…»

Draco consiguió alargar la mano y recuperar la varita. Elevó temblorosamente el brazo y trató de apuntar a Hermione de la forma más firme que pudo.

—¡Expelliarmus! —gritó, con voz quebrada.

Pero la joven, con unos reflejos inhumanos que Draco sabía que no poseería si no estuviese bajo los efectos del Imperius, se giró al instante y rechazó su rayo de luz roja con habilidad. Con expresión imperturbable. Draco ni siquiera esperó a que el temblor de su cuerpo se detuviese por completo. Se impulsó sobre sus codos y logró colocarse sobre manos y rodillas. Y alzó de nuevo la varita.

—¡Expelliarmus! —volvió a gritar.

No podía recordar ningún otro hechizo. Solo quería desarmarla. No podía siquiera pensar en hacerle ningún daño. La chica se detuvo otra vez y se giró, para volver a repeler su hechizo, solo que esta vez lo envió de vuelta sin siquiera alterar el rostro. Draco logró protegerse en el último segundo y conservar su varita.

Consiguió ponerse en pie, trastabillando, y se apoyó por necesidad en la mesa que tenía más cerca. No sabía dónde estaba su tía, y, siendo sinceros, casi se había olvidado hasta de su existencia. Jadeando, alzó la varita con decisión y lanzó otro hechizo de desarme. Hermione tuvo que volver a detener su caminar para girarse y rechazarlo. Su intención era claramente llegar a la ventana, pero los hechizos del chico la distraían y se veía obligada a detenerse para poder contraatacar.

—¡Petrificus Totalus! —pronunció el chico entonces. Con desesperación. Con más rapidez, intentando pillarla desprevenida. Sin éxito. La joven volvió a bloquear su embrujo con facilidad.

Draco decidió entonces ir más lejos. Y atacarla sin pausa. Un hechizo de desarme tras otro. Rezando, contra su propia cordura, para que alguno diese en el blanco. Necesitaba pararla.

Ahora, siendo atacada de forma más rápida, sin pausa, tuvo que dejar de caminar del todo, para poder girarse hacia el chico, dando la espalda a la ventana. Hermione se defendió de todos los hechizos. A la aturdida mente de Draco llegó el recuerdo de aquella clase práctica de Defensa Contra las Artes Oscuras. El duelo que mantuvo contra ella, rodeados en aquel entonces de sus compañeros. Mirándose mutuamente a los ojos, sintiendo la emoción de saber que ocultaban algo, algo que solo ellos sabían…

Sabía que la chica era una fantástica duelista, pero, gracias a la Maldición Imperius, siendo privada de su propia mente, era incluso mejor. Su rostro seguía impasible, casi relajado, mientras rechazaba todos los hechizos del chico. De forma automática. Sin siquiera pensar. Como si estar atacando a Draco no la afectase en absoluto. Pero algo en sus ojos brillaba de frustración. Draco no estaba permitiéndole cumplir su misión. Su misión de destruir la cúpula. Y eso la molestaba. Agitó su varita y lanzó un grueso rayo de luz hacia el chico. Éste lo rechazó con afortunados reflejos. Y volvió a atacarla. Y vio la impaciencia crecer en el rostro de la chica. Otro hechizo más. Y otro. Y otro.

Y, entonces, ella pareció tener suficiente. Draco lo vio en sus ojos. Y entonces la varita de Hermione se alzó, apuntando directamente a su rostro, con ímpetu. Con expresión crispada. Furiosa. Y el chico se sintió incapaz de moverse.

—¡AVADA KEDAVRA!

Dos palabras que Draco jamás pensó escuchar abandonando esa boca. Pero vio sus labios moverse, casi a cámara lenta. Y la luz verde del hechizo formándose en la punta de la varita, a medida que pronunciaba las palabras necesarias para el conjuro mortal. Una luz que iluminó el rostro de la joven, tiñéndolo de un color enfermizo y casi malévolo.

Y Draco no pudo permitirse dudar. Se arrojó a un lado, directo al suelo, sin hacer ningún intento de parar el hechizo. Aterrizando de bruces sobre la alfombra, oculto entre los restos de las mesas. Sintió el aire caliente recorrer la estancia por encima de su cabeza. La luz verde lo cegó y cerró con fuerza los ojos. Sintió que destrozaba las mesas y taburetes que había frente a él. Trozos de madera y astillas cayeron sobre su cuerpo, así como diversos rellenos de cojines. Trató de protegerse de todo ello colocando los brazos sobre su cabeza, en un acto reflejo.

Bellatrix, en algún lugar, reía a carcajada limpia observando a Draco luchar por su vida. No había intervenido en absoluto en el duelo. Parecía estar disfrutando enormemente de ver cómo, con total seguridad, sería la joven la que acabaría matándolo. Su tía era una experta en torturar hasta la locura, y lo que estaba haciendo era una clara muestra de ello.

Draco levantó la cabeza e intentó ver a la chica por entre los restos de madera y tela en los que se había convertido todo lo que lo rodeaba. Intentando ignorar el hecho de que Granger acababa de lanzarle la Maldición Asesina. Ésta estaba de pie, a escasa distancia ya de la ventana. Pero todavía de espaldas a ésta. Concentrada totalmente en él. Con los ojos fijos en los suyos a pesar de la distancia. Casi esperando a ver su reacción, al ver que seguía vivo. Como si lo retase a atacar de nuevo. Draco se puso en pie, de forma estable. Irguiéndose en toda su estatura. Y volvió a elevar la varita ante él. Apuntándola con ella. Demostrándole que no pensaba parar.

Hermione no alteró su rostro. Pero sí agitó la varita otra vez, en un amplio movimiento horizontal ante ella, sin apartar los ojos de los suyos. Ojos ardientes. Llenos de un fuego que crepitaba en ellos de forma casi aterradora.

Incendio.

Y entonces un fuego real se reflejó en los oscuros orbes de la chica. Un chorro de brillantes llamas anaranjadas abandonó la varita de Hermione, llegando al inflamable suelo. Creando un cerco de fuego ante ella, entre ambos, llenando la oscura estancia de una repentina y resplandeciente luz que dañaba la vista.

Draco retrocedió dos pasos de forma automática, viéndose separado de ella por un alto muro de llamas. Con los ojos abiertos como platos.

Aquello había sido una muy mala decisión. El fuego estaba hechizado para mantenerse formando un cerco, pero, incluso el mágico, era imprevisible. Se produjeron algunos fogonazos, y varias llamas saltaron por los aires, alcanzando otras zonas de la estancia. Y todo allí podía arder. Los cojines, las alfombras, las mesas de madera, las enormes telas del techo…

Draco, respirando con rapidez, miró en todas direcciones. La intención de Hermione, sin duda, había sido obligarlo a irse de allí. Asustarlo con el fuego para que se fuese, para que dejase de molestarla. Atrapada en la Maldición Imperius, era incapaz de darse cuenta de que ella también moriría sin remedio, consumida por sus propias llamas. Sin escapatoria posible. Draco pudo verla darle la espalda de nuevo, y terminar de acercarse a la ventana. Con la varita en la mano.

La risa de Bellatrix resonó por la estancia. Y Draco la situó entonces. Estaba varios metros más atrás, cerca de la trampilla por la cual se salía de la torre. Lejos de las llamas.

—¡Parece que no quiere que estés aquí, sobrino! —en los ojos divertidos de la mortífaga brillaba la luz del fuego. Una amplia sonrisa dejó ver sus dientes ennegrecidos—. Terminará el trabajo por mí, y las llamas la devorarán… Un final irónico y acorde a su calaña.

Pero Draco ni siquiera la oía. Alzó el brazo y apuntó con la varita al origen del fuego. Al gran círculo que rodeaba a la chica.

—¡AGUAMEN…!

—¡EXPELLIARMUS! —chilló entonces Bellatrix, rápida cual gacela.

—¡NO! —vociferó el chico. Viendo su varita abandonar su mano sin remedio, describiendo un arco en el aire para después aterrizar fuera de su vista. Muy posiblemente en el fuego. Y apenas fue capaz de asimilar tremenda pérdida. Conteniéndose a duras penas para no arrojarse a las llamas tras ella.

Pero una nueva luz azulada frente a él, que contrarrestaba con la amarillenta iluminación del fuego, desvió su atención. Hermione había logrado crear un hechizo desconocido para él, y un haz de luz continuo comenzó a ser enviado por la ventana. Había comenzado a destruir la cúpula.

Oh, ¿va a destruir el escudo de la Orden? —canturreó Bellatrix con voz burlona. Como si hablase con un niño pequeño. Escuchándose pérfidamente satisfecha—. La de esta noche será la victoria más sonada y aclamada del Señor Tenebroso… Qué ironía, una sangre sucia destruye la protección de la Orden y le da la victoria al Señor Oscuro… ¿Qué te parece, sobrino? –soltó una risita—. Venga, ¿a qué esperas? Impídelo.

Draco ni siquiera contestó. Viéndose obligado a retroceder. El fuego comenzaba a avanzar por todas partes, todavía lentamente, pero devoraba todo material inflamable que estuviese en la habitación. El humo comenzaba a ser un problema. Tuvo que alejarse unos pasos más cuando el fuego se extendió por la alfombra, ante él, las llamas avanzando en su dirección. Pero, haciendo eso, también se alejaba de Hermione. Y eso no estaba en sus planes.

Su tía había trazado un malévolo plan sobre la marcha con una efectividad espantosa. Lo tenía todo atado y bien atado. Podría matarlos a ambos y terminar con su cometido de destruir la cúpula en cuestión de segundos. Él estaba desarmado, sin varita. Hermione estaba indefensa bajo la Maldición Imperius. Pero quería verle sufrir. Todo esto estaba sucediendo por él. Quería castigarlo por su traición. Y a Draco no se le ocurría nada. Cualquier idea finalizaba con ambos muertos.

Maldita sea…

El chico no podía pensar, no podía respirar. Y se le acababa el tiempo.

"Déjame que te lo explique de nuevo, Granger. Esto es lo único que podemos hacer el uno por el otro: matarnos. Cualquier otro tipo de interacción está fuera de lugar. Toda esta conversación no debería estar sucediendo. Yo soy descendiente de una larga sucesión de sangre limpias, y tú una simple e insignificante sangre sucia que nunca debería haber conocido siquiera el mundo mágico. Así que denúnciame a Dumbledore, o haz lo que te venga en gana. Me trae sin cuidado. Me traes sin cuidado. Aquí en Hogwarts, lamentablemente, tengo que soportar tu presencia; pero cuando salgamos, si llegase a verte… Te mataré, sangre sucia. Estás entre las primeras de mi lista. Somos las dos caras de una moneda. Enemigos naturales. Así es como han sido siempre las cosas, por mucho que estúpidos idealistas como Dumbledore se empeñen en lo contrario."

—¡GRANGER! —gritó Draco con todas sus fuerzas, por encima del crepitar de las llamas. Sin moverse del sitio. Bellatrix hizo ademán de apuntarlo con su varita, sobresaltada por su grito, pero pareció considerar que era absurdo. Después de todo, estaba desarmado. Y solo estaba hablando. Y no podía hacer ningún mal así.

La chica giró la cabeza al oír su nombre, pero no bajó la varita, la cual siguió lanzando un brillante rayo azul por la ventana. Draco tragó saliva. No sabía de cuánto tiempo disponía. Cuánto tiempo debía ella mantener el hechizo hasta acabar con la cúpula. Pero intuía que no mucho.

—¡GRANGER, PARA! —volvió a gritar el chico—. ¡Tú no quieres hacer esto, maldita sea! ¡Tienes que resistir! ¡Intenta rechazar el Imperius!

La chica lo contempló con la misma expresión que lucía durante los últimos minutos. Desganada, relajada. Casi altiva. Como si no hubiera importancia alguna en lo que estaba haciendo. Y no tardó en devolver su mirada a la ventana. Aun así, la mano con la que sujetaba la varita estaba temblando. Y Draco no se había fijado en ese detalle antes. Y sintió que lo inundaban de agua caliente.

El fuego se iba adueñando de cada vez más zona de la estancia, alcanzando los cadáveres de los mortífagos. Calcinándolos, igual que todo lo demás. Y Draco sintió la urgencia apoderarse de él. Miró alrededor, desesperado. Vio una mesa a su lado, cerca del círculo de llamas. Todavía casi intacta. El mantel que la cubría había comenzado a arder, pero desde la parte inferior. Arriba no ardía. Podría… quizá podría saltar por ahí. Por encima de las llamas. Y, suponiendo que sobreviviese, alcanzaría a la chica. Ya, ¿y luego qué?

Ella lo mataría. No lo reconocía. Era un enemigo para ella. Un enemigo de verdad.

Tenía que entrar en su mente, sacar la Maldición Imperius de allí. Que volviese a ser ella. La necesitaba. Pero sabía que la Legeremancia sería inútil. Y no tenía varita. Tenía que entrar en ella de otra manera. De una manera imposible.

—¡Granger! —llamó otra vez, tratando de que su voz se escuchase por encima del rugido de las llamas—. ¡Granger, escúchame! ¡Tienes que despertar! ¡Tenemos que irnos de aquí, ¿no ves todo esto?! ¡Mira el fuego, joder! ¡Te vas a matar! ¡Sal de ahí!

Hermione ni siquiera lo había mirado esta vez. No la había influido en nada. Seguía con la varita apuntando a la ventana. Y no, no parecía importarle el fuego. Como si ella no fuese tan inflamable como todo el material que la rodeaba. Y la temperatura seguía ascendiendo. Las cenizas volaban por el aire. Draco respiraba aire caliente.

—¡Estás destrozando la cúpula! —volvió a gritar, con mayor frustración. Desesperación. Pánico—. ¡La cúpula, ¿me oyes?! ¡No puedes hacer esto! ¡La necesitáis para liberar al dragón! ¡Tienes que parar! ¡Para!

Draco escuchó a Bellatrix gruñir emocionada tras él, conociendo por fin los verdaderos planes de la Orden. Pero la ignoró olímpicamente. El sudor que le resbalaba por la frente le goteó hasta el ojo y lo cegó durante unos instantes. Se pasó el antebrazo por el rostro, intentando secárselo. El calor seguía aumentando. No podía respirar. Sentía la ceniza colarse en su interior y quemarle la garganta.

Necesitaba que lo reconociese. Necesitaba que se resistiese a la Maldición Imperius. Sabía que era posible resistirse a ella, pero no era, en absoluto, habitual. Muy pocas personas tenían la capacidad para ello. Y no tenía ni idea si Granger estaba entre esas personas. De momento, no parecía ser el caso. Pero no podía parar.

—¡Soy yo! ¡Granger, soy yo! ¡Soy Draco! ¡Maldita sea, me conoces! ¡Tú… tú me conoces! ¡Vamos, joder...! ¡MÍRAME! —exigió, a voz en grito, de nuevo sin obtener respuesta. Ni una mirada. A la desesperada, se agachó y cogió uno de los taburetes que había cerca, todavía libre de llamas. Lo sujetó con un pie contra el suelo y arrancó de un violento tirón una de las patas. Y entonces la arrojó al otro lado de la barrera de llamas. A un metro de distancia de la chica. La cual ni siquiera se inmutó ante el humeante proyectil. Con un grito de rabia, Draco arrojó el resto del taburete. El cual se rompió del todo al golpear contra el tramo de pared situado junto a la ventana. De nuevo al lado de Hermione. De nuevo sin alterarla.

Escuchó la risa de Bellatrix otra vez, por encima del ronco rugir del fuego. Draco se llevó la mano izquierda al cabello, revolviéndolo con desesperación. Tirando de él. La mano le temblaba. Y él no podía apartar la vista de la espalda de Granger, al otro lado de las vivas llamas.

—Granger, no me hagas esto… —masculló, jadeando, entre dientes. Sin aliento para volver a gritar—. Estábamos tan cerca, maldita sea…

Estaba empezando a sentirse mareado. El calor lo sofocaba. Sentía el polvo pegándose a la sudorosa piel de su rostro, e intuyó que estaba cubierto de hollín. Trató de tomar aire para volver a gritar, pero la ceniza lo ahogó de pronto. Comenzó a toser con desesperación, sintiéndose asfixiado. Inclinó el cuerpo hasta apoyarse en sus rodillas, sin dejar de toser roncamente. Giró el rostro, tratando de visualizar a su tía. Seguía cerca de la entrada a la torre. Lejos de las llamas. O, al menos, lo más lejos posible. Su varita estaba preparada para apagarlas si fuera necesario y atentasen contra su propia vida. Estaba cerca de la salida. Pero no parecía dispuesta a perderse la muerte de ambos jóvenes.

Draco logró tragar una inexistente saliva, y se encontró con el aliento suficiente para hablar de nuevo. Pero no sabía qué más decir. Nada funcionaba. No podía utilizar la magia. Hermione era innegable que le oía, pero no le escuchaba. Nada de lo que le decía le importaba. Sus minutos estaban contados. La cúpula sería destruida de un momento a otro. Y la torre también. La estructura no aguantaría eternamente ante el poder destructor del fuego. Las paredes eran de piedra, pero las vigas que sostenían el techo, muchos metros por encima de ellos, eran de madera. El fuego las alcanzaría tarde o temprano.

Draco gritó al sentir un dolor penetrante en la pierna izquierda. Retrocedió de un salto, apartándose de unas ascuas que habían saltado hacia él. Las protecciones de su pierna lo habían protegido en su mayoría, pero una zona de su pantorrilla había entrado en contacto con el fuego. El chico apagó las ascuas ardientes que estaban haciendo arder su pantalón con veloces manotazos.

Estaban a punto de morir. Draco no veía otro desenlace. No si dependía de él. Porque no sabía qué más hacer. Su cerebro, su cuerpo, su instinto de supervivencia, le instaban a seguir peleando con frenesí, a seguir gritándole, pero su sentido común le admitía que no tenía sentido. Protegiéndose la dolorida vista con el antebrazo, volvió a mirar la espalda de la chica. No podía salvarla

Y entonces desvió las pocas energías que fluctuaban en su interior en hacer funcionar a su cerebro. Para preguntarse si había algo, cualquier cosa, que quisiera decirle. Aunque ella no lo escuchase. Aunque no le importase. Pero ni siquiera pudo pensar en nada concreto. ¿Qué sentido tenía ya? No iban a salir de allí. Eran historia. Y, además, por suerte, ella ya lo sabía todo.

Aunque había una cosa que…

Su ceño se frunció por voluntad propia. Sorprendido de haber recordado de pronto algo así. Era completamente incongruente con la situación. E innecesario. Absurdo. Pero… no quería morirse sin decírselo. Si había vida después de la muerte, Draco se arrepentiría cada segundo de esa nueva vida por no habérselo dicho. ¿Qué tenía que perder?

—¡Granger! —gritó con renovado ímpetu, hacia su espalda. Aunque su voz se rompió en medio de la breve palabra. Pero tragó saliva, hidratando a duras penas su garganta, y continuó sin pensarlo—: ¡Granger, más te vale estar escuchándome! ¿Recuerdas que te mandé un Patronus cuando atacamos el Valle de Godric? —ni siquiera escuchó la exclamación de sorpresa de su tía, en la lejanía, y se limitó a continuar—: Logré hacerlo. Tú me explicaste cómo hacerlo… ¿Sabes qué recuerdo me funcionó?

Su voz perdió algo de fuerza, pero supo que ella lo había oído. Aunque el rostro de Hermione no varió. Tampoco lo miró. Y, aun así…

¿Eran imaginaciones suyas, o la varita de la chica temblaba ahora con más fuerza?

Bellatrix también percibió ese detalle. Su ceño se frunció. Comprendiendo que algo no iba bien. Pero no parecía considerarlo demasiado peligroso todavía. Aun así, miró a Draco de nuevo, calibrándolo. Viendo cómo se acercaba más a la chica, todo lo que el fuego le permitió, con pasos ahora decididos. Hasta quedar frente al círculo inicial de llamas. Sin apartar los ojos de la joven. Viéndola a través del resplandeciente fuego.

—Aquel día en el invernadero —reveló Draco, intentando no bajar el tono de voz, aunque sentía que comenzaba a ahogarse peligrosamente de nuevo. Y ya no estaba seguro de si era por sus propias palabras o por el humo que sustituía el oxígeno de la estancia—. Cuando decidimos empezar con todo esto. El día que decidimos que queríamos lo mismo, el día que… que acepté que era lo que quería. Todo lo referente a ti siempre me había vuelto loco de remordimientos, loco de miedo, pero ese día… Ese día fue… Joder, fui feliz —dejó escapar una carcajada incrédula. Como si pensase que sus propias palabras eran absurdas. Pero no dejó de hablar—: Tú fuiste mi estúpido recuerdo feliz. Solo podías ser tú. ¡Así que deja de hacer el imbécil y vámonos de aquí, maldita sea! —gritó con más fuerza, conteniéndose para no dar un pisotón en el suelo. Teniendo que dar, en cambio, un paso atrás cuando las llamas oscilaron de forma amenazadora en su dirección.

—¿Cómo puedes ser tan necio? —se burló Bellatrix, en voz baja. Casi aburrida. Aún así, Draco la oyó—. ¿Crees que va a resistirse a una Maldición Imperdonable solo por tonterías semejantes? Se trata de magia, grandísimo imbécil… —farfulló después. Y lanzó un fugaz y desganado Aguamenti a unas llamas que amenazaron con alcanzarla.

Draco siguió mirando a la chica. Parpadeando con frenesí. Peleando contra el aire caliente del fuego que le resecaba los ojos, y las cenizas que le salpicaban el rostro. Una estantería llena de tazas de porcelana terminó por desplomarse cerca de él, calcinada por el fuego. Sobresaltándolo, y haciéndolo retroceder un par de pasos. Protegiéndose el rostro cuando algunas ascuas volaron en su dirección. Las protecciones de su antebrazo no pudiendo repelerlas todas. Y Draco sintió su piel ardiendo de dolor.

—¡Hermione, tú puedes, joder, vamos…! —siguió gritando, todavía con el brazo ante el rostro. O al menos lo intentó, pues un nuevo ataque de tos lo invadió. Tosió de nuevo con desesperación, controlando las arcadas. Tras un par de segundos, y un par de torpes inhalaciones, logró tomar aire para vociferar—: ¡No voy a irme de aquí sin ti, y no pienso morir por la puñetera Orden del Fénix, así que defiéndete! ¡Resiste! —tosió de nuevo, de forma residual, sin aliento. Se colocó el antebrazo más cerca de la boca para intentar repeler el humo inútilmente—. ¡Despierta! ¡DESPIERTA, JODER! ¡HERMIONE!

El fuego trepaba ahora por las largas y anchas cortinas rojas que colgaban del techo. Pronto alcanzaría las vigas de madera, horizontales, que sujetaban el puntiagudo tejado. Pronto caería sobre ellos. Y todo acabaría. Draco estaba temblando de forma incontrolable, sudando por cada poro de su cuerpo, tosiendo casi sin poder parar, y mareado hasta el punto que su vista empezaba a ser imprecisa.

Retrocedió un par de pasos más, y sus piernas chocaron contra algo, de súbito. Algo firme. El sillón de la profesora Trelawney, en el centro de la estancia. Libre todavía de llamas. Draco clavó los dedos en el cuero, agradeciendo tener algo sólido cerca, pero sus ojos volvieron a buscar a la chica. Ahora apenas la veía entre el humo.

Tenía que irse. Tenía que dejarla allí. Estaba, irremediablemente, condenada. Pero él podía irse. Dar media vuelta, correr hacia la trampilla que estaba a sus espaldas y salir de allí. Esquivando las llamas. Siempre que su tía no lo asesinase en el proceso, claro.

Si se quedaba ahí, él también moriría. Iba a morir. Devorado por el fuego.

No podía salvarla. No iba a salvarla.

Y no iba a irse. No podía irse. No podía moverse. No sin ella. Comprendió con desesperación que morir con ella era más rápido. Más fácil. Menos doloroso. ¿Cómo no iba a morir con ella?

Draco parpadeó, arrancado de sus pensamientos, al percibir que algo había cambiado. Algo que no identificó en un primer momento. La iluminación del lugar. Ahora era todo más rojizo. Menos brillante. El hechizo. El hechizo dirigido a la cúpula. Ya no estaba.

La varita de Hermione, aunque todavía estaba alzada hacia la ventana, estaba sacudiéndose en su mano de forma tan violenta, que, al parecer, el hechizo había dejado de ser factible. Draco vio sus párpados moverse. La vio parpadear con rapidez. Mirar alrededor, mirar por encima de su hombro. Y pensó con pasmo que era la primera vez que se movía por voluntad propia en mucho rato. El chico dejó escapar el último aliento que le quedaba en forma de jadeo, de pura impresión. ¿Era posible…?

Bellatrix, a sus espaldas, soltó un graznido animal. También se había dado cuenta de que el hechizo había desaparecido.

—¡YA ES SUFICIENTE! —gritó la bruja—. ¡No pienso oír más blasfemias! Yo acabaré con…

Y entonces su voz dejó de escucharse. En cambio, se escucharon tétricas crepitaciones en lo alto que atrajeron sus miradas. Las telas decorativas del techo estaban ardiendo vivamente, sus anclajes en lo alto desapareciendo, calcinados. Y éstas estaban cayendo sobre el aula de forma irremediable, planeando como enormes y ardientes piras que amenazaban con sepultarlos.

Bellatrix gritó con rabia, y se concentró en agitar la varita para apartar los restos en llamas de las telas que caían directamente sobre ella. Draco, por su parte, despertó como si le hubieran dado una bofetada. Una violenta adrenalina apoderándose de cada fibra muscular de su cuerpo. Y entonces logró moverse. Se agachó y clavó el hombro en el costado del sillón de cuero de su vieja profesora de Adivinación. Dándole un violento empujón. Una patada. Haciendo que cayese de costado, que rodase por el suelo, hasta quedar sobre el círculo de fuego. El cuero no ardía. Y abrió un momentáneo paso entre las llamas. Draco corrió tras él. Subiéndose encima de un veloz salto, cuando el mueble todavía se tambaleaba sobre el suelo, para poder atravesar así las llamas de dos rápidas zancadas.

Sintió el ardiente aliento del fuego golpear su rostro, pero de pronto se vio al otro lado. Había cruzado la barrera. Y ni siquiera pensó en detenerse. Agachándose para esquivar por los pelos una de las telas que ya estaba casi aterrizando en el suelo, se arrojó encima de Hermione, empujándola lo más cerca posible de la pared, lo más lejos que pudo de las ardientes telas.

Y entonces las vigas de madera que sujetaban el tejado, ahora en llamas, se desplomaron sobre ellos con un estruendo. Trayendo consigo una gran cantidad de cascotes y una enorme nube de polvo que amenazó con sepultarlos. Escucharon gritar a Bellatrix, más vulnerable que ellos, en el centro mismo de la estancia. Desapareciendo de su vista en medio del fuego y los escombros.

Draco cayó encima de Hermione con todo su peso, golpeándola y aplastándola contra el suelo, haciéndole daño sin ninguna duda. Sin preocuparle tal cosa, se limitó a envolver los brazos alrededor de su cabeza, de su espeso cabello, ocultándola bajo su pecho. Bajo su cuerpo. Para protegerla. No con magia, porque no tenía. No tenía varita. Pero él podía recibir cualquier tela ardiente que cayese sobre ellos. Lo cual nunca llegó. Sintió una nube de polvo pasarles por encima, obligándole a cerrar los ojos. Agitando sus ropas y sus cabellos de forma salvaje. Escuchó el estruendo de piedras deslizarse unas sobre otras. Todo a su alrededor sacudiéndose. Tras tres eternos segundos sin sentir ningún tipo de dolor, sin sentir el fuego lamiendo su espalda, abrió los ojos. El corazón le latía en la garganta. Y respiraba de forma acelerada. Y tenía la curva del cuello de Hermione delante de la nariz. Y su pelo enmarañado. Notaba unos dedos clavándose en su costado, manteniéndolo agachado. Giró el rostro, siguiendo su garganta. Buscando su rostro. Buscando sus ojos. Intentando entender.

Granger tenía los ojos abiertos. Así como la boca, para poder jadear también de forma rápida. Y miraba hacia arriba. Draco siguió girando más el rostro. Vio el brazo de la chica, estirado por encima de sus cabezas. De su varita salía un chorro de luz. Un Encantamiento Escudo. Que los había protegido de unas vigas que ahora flotaban por encima de sus cabezas, calcinándose y convirtiéndose en cenizas ante sus ojos, inmóviles en el aire, sin poder alcanzarlos.

Draco sintió el cuerpo de la chica sacudirse bajo el suyo cuando agitó la varita, arrojando los restos de las vigas a un lado, lejos de ellos. Y deshaciendo el Encantamiento Escudo. Y entonces lo miró. Y Draco, nada más ver sus ojos, frenéticos y aterrados, pero firmes, supo que era ella de nuevo. Había despertado. Aturdido y sin aliento, Draco miró al otro lado, hacia arriba. Hacia la ventana. Podía ver la cúpula cobriza en todo su esplendor. Seguía intacta. El hechizo no había sido realizado durante el tiempo suficiente.

Pero la torre entera se estaba viniendo abajo.

Las escaleras que conducían a los aposentos de Sybill Trelawney se mantenían en pie; pero los aposentos, en lo alto, habían desaparecido. Toda esa zona se había derrumbado, cayendo probablemente al exterior, y en su lugar un gran boquete dejaba ver el cielo nocturno, cúpula incluida.

Escucharon entonces unos gruñidos ante ambos. Y, sin ponerse de acuerdo para ello, todavía tirados en el suelo, ambos giraron las cabezas en dirección contraria a la ventana. Buscando a Bellatrix.

Se había acercado a ellos, alejándose para ello de la trampilla de salida. Estaba en pie en el centro de la destrozada aula, ilesa, mirándolos. A su alrededor, el humo se arremolinaba en sucias nubes. Las ascuas todavía encendidas de las telas estaban desperdigadas a su alrededor. El fuego la rodeaba, agitándose con vivacidad. Su rostro, contorsionado. Su cuerpo, temblando de ira. Con el negro y espeso cabello caído por la cara, tan furiosa que no parecía humana. Como si acabase de ascender del mismísimo infierno.

Un trozo de viga, parcialmente calcinada, cayó tras ella desde lo alto. Pero Bellatrix ni siquiera se inmutó.

Draco, con la respiración acelerada, miró a su izquierda. Hacia las escaleras que antes ascendían hacia la habitación de Trelawney. Su única vía de escape. No podían atravesar la estancia hasta la trampilla.

Buscó el brazo de Hermione, sin mirarla. Aferrándolo con fuerza cuando lo encontró. Con los ojos fijos en su tía. La cual empezó a hablar:

—Habéis sobrevivido a dos de las Maldiciones Imperdonables —susurró la bruja. Su voz, a pesar de su aspecto enloquecido, y de la agobiante situación, era tan suave que resultaba aterradora. Pero la escucharon con claridad—. Nos falta una por probar…

—Levanta… —jadeó Draco, sin aliento. Tirando del brazo de Hermione, mientras él mismo se ponía en pie—. Tenemos que salir de aquí…

—No vais a ir a ningún sitio —aseguró Bellatrix con palpitante rabia. Apartando los restos de una viga, y lanzándolos en su dirección. Hermione agitó su propia varita en un afortunado gesto, todavía de rodillas, para convertirlos en una inocente nube de burbujas—. Voy a acabar con vosotros, engendros

—¡Corre! —apremió de nuevo Draco, a voz en grito, terminando de ponerse en pie y tirando de la chica con urgencia para levantarla. Pero Bellatrix estaba elevando su varita en su dirección con un grito de rabia. Y ambos vieron el brillo verdoso iluminar la punta.

La última de las Maldiciones Imperdonables…

Y, de pronto, los dos se vieron cegados. Pero no por una luz verdosa. Todo delante de ellos empezó a centellear. Colores por todas partes. Chispas. Una inesperada lluvia de fuegos artificiales que se confundieron con las llamas del lugar. Pillando desprevenida a Bellatrix. Deslumbrándola y acorralándola, viéndose de pronto rodeada de explosiones de colores. Dragones que volaron a su alrededor. Chispas que formaron sombreros de copa. Dos "W" enormes que estallaron en lo alto.

Draco estaba boquiabierto. Incapaz de asimilar lo que estaba viendo. ¿Quién…?

Tras ver cómo su tía lanzaba un desesperado Hechizo Desvanecedor, provocando que los fuegos artificiales se multiplicaran por diez, despertó de su estupor.

Daba igual de dónde había salido todo eso. Tenían que aprovecharlo.

—¡Fuera! ¡FUERA! —bramó Draco, tirando de Hermione en dirección a las escaleras. Las subieron al trote, llegando a los restos de la que había sido la habitación de Sybill Trelawney. Ya sin paredes, sin tejado. Con los restos de sus pertenencias personales sepultados con los escombros de la torre. Abierto el lugar al cielo nocturno.

El viento frío de la noche los alcanzó cuando se acercaron al borde. La vista desde allí era vertiginosa. Los escombros del muro y el tejado derrumbado se apilaban a su derecha. Draco asomó la cabeza y trató de mirar en todas direcciones. Más arriba. Abajo no era una opción viable, de ninguna manera. Pero arriba tampoco había nada más. La Torre de Adivinación estaba en uno de los vértices del castillo. No había ninguna estructura cerca a la que huir.

Siguió el camino de escombros con la mirada. Llevaba al tejado circular, terminado en punta, de la torre. Casi vencido en su totalidad. Pero allí había una ventana, una claraboya, todavía en pie. Que sobresalía del tejado, con su propio tejado saliente sobre ella. La única superficie estable que veía. Lejos, al menos, del fuego del interior. No podían quedarse dentro de la torre. No con Bellatrix.

Hermione, que parecía aprobar sus intenciones de salir por allí, lo empujó por la espalda en dirección a los escombros, para que fuese él primero.

—¡SUBE! ¡RÁPIDO! —obligó, en efecto. Girándose para vigilar a Bellatrix, armada con su varita, a diferencia de él. La mortífaga estaba todavía abajo, en el aula, peleando contra los enormes fuegos artificiales. El fuego seguía vivo a su alrededor, algo menguado en parte por el derrumbe que lo había sepultado.

Draco empezó a trepar por la pila de inestables escombros. Afianzando bien los pies sobre cada tambaleante piedra, y sujetándose con la mano izquierda con todas sus fuerzas. Solo pudiendo apoyarse y arrastrarse sobre su antebrazo derecho.

El aire del exterior enfrió sus fatigados pulmones y silbó en sus oídos. Logró trepar lo suficientemente alto como para quedar bajo el inestable tejado. Se aferró a los restos de una viga de madera que asomaba a un lado, y miró entonces hacia atrás. La chica estaba aún al pie de los escombros, agitando la varita con rapidez en dirección al interior.

—¡Sube! —ordenó Draco, con urgencia. Estirando su brazo derecho hacia ella. Pero Hermione seguía mirando al interior, y gritó unas palabras que desconcertaron a Draco:

—¡SALID, DEPRISA! —apremió, desesperada, al interior de la torre. Y Draco apenas alcanzó a fruncir el ceño, en medio del frenesí. ¿Con quién hablaba? ¿Quién más estaba ahí dentro? ¿Había llegado gente de la Orden? Le importaba bien poco…

—¡GRANGER, SUBE! —repitió Draco con más fuerza, a voz en grito.

Y, por suerte, la chica no necesitó que se lo repitiera. Se giró y comenzó a trepar por los escombros lo más rápido que podía. Resbalando con las piedras sueltas. Draco vio un hechizo volar desde el interior de la torre y perderse en la lejanía, no alcanzándola. Hermione se aferró al antebrazo que le ofrecía a modo de firme agarre en cuanto lo tuvo al alcance. Draco dobló el codo para subirla casi a pulso hasta su posición. Con un resoplido de esfuerzo. En cuanto la tuvo a su lado, se agachó y le rodeó los muslos con el mismo brazo, poniéndose en pie para levantarla por encima de su cabeza. Y la chica pudo agarrarse a las tejas del tejado.

—¡HASTA LA VENTANA! ¡SUBE! —gritó Draco, sin aliento.

—¡Draco…! —la escuchó protestar con disconformidad. Y supo el motivo. Ella tenía la varita. Él estaba desarmado. Bellatrix venía detrás. Él debía ir delante.

—¡QUE SUBAS! —bramó él, rotundo. Sin pensar. Empujándola todavía por las piernas. No dándole posibilidad de retroceder.

Y solo cuando la vio doblar las rodillas y apoyarse con ellas en las tejas, consiguiendo trepar por su cuenta, miró hacia atrás de nuevo. Las luces de colores del interior de la torre habían desaparecido. Solo volvía a verse la iluminación del fuego.

Con mayor apremio ante ese hecho, cambió el peso de sus pies y dio un salto para alcanzar el borde del tejado con su mano izquierda. Consiguió después apoyar su antebrazo derecho. Trepó como pudo, solo con sus brazos, sin poder apoyar los pies. El tejado estaba caliente. El fuego del interior de la torre, bajo ellos, templándolo.

Vio a Hermione a su izquierda, ya arrodillada en el tejado horizontal de la saliente ventana, estirando su mano hacia él. Intentando ayudarlo.

Algo estalló entonces ante sus narices. Hermione gritó, teniendo que apartar su mano. Un veloz hechizo había impactado contra una sección de tejado que había entre ellos, haciendo volar varias tejas por los aires.

Draco cerró los ojos, sobresaltado por el estrépito, pero logró no soltarse. Giró la cabeza, y vio que Bellatrix estaba ya al pie de los escombros, en la habitación destrozada de Trelawney. Con el negro y espeso cabello volando alrededor de su cabeza. El rostro crispado. Y la varita elevada. Draco oyó a Hermione gritar por encima de su cabeza. Y vio a su tía protegerse de un brillante maleficio. Hermione la estaba entreteniendo desde arriba. Cubriendo el ascenso del chico.

Draco pataleó hasta apoyar los pies en los restos del muro, consiguió darse impulso, y encaramarse hasta el tejado del todo. Después, acuclillado para mayor estabilidad, se estiró para alcanzar el estrecho tejado de la ventana, a su izquierda. Logró que la mitad superior de su cuerpo aterrizase de forma segura sobre la superficie. Sintió al instante una mano pequeña apoyarse en su espalda. Tirando de su ropa de forma frenética. Intentando subirlo.

Draco consiguió terminar de trepar y quedar arrodillado, jadeando con urgencia por el esfuerzo del ascenso. Granger estaba arrodillada también, a su lado, pegada a él. Con la mano que había utilizado para ayudarlo a subir todavía aferrando la ropa de él con frenesí, quizá con miedo de que se cayese al vacío. Mientras lanzaba con la otra todo tipo de hechizos a Bellatrix. Sin pausa alguna.

Estaban en lo alto del tejado. En lo alto de Hogwarts. La Torre de Adivinación, la torre en la que se encontraban, era la segunda más alta del castillo, después de la Torre de Astronomía. El acantilado sobre el que se asentaba Hogwarts, a sus pies, y, más allá, el gran Lago Negro se extendía ante ellos. Como un liso y reluciente manto. La cúpula brillaba por encima de sus cabezas con intensidad. Podían oír todavía el fuego rugiendo en el interior de la torre, bajo ellos.

El viento los sacudía a esa altura de forma espeluznante. Provocándoles un pavoroso vértigo. Sus ropas agitándose sobre sus cuerpos. Draco extendió un brazo por delante del pecho de la chica. Intentando echarla hacia atrás. Estabilizarla. Desarmado, no podía ayudarla. No podía pelear con ella.

Miró alrededor, buscando una salida con frenesí. Pero no la había. Habían llegado al final.

Escucharon crujidos. El tejado no podría aguantar eternamente. El fuego del interior seguía activo. Vencería en cualquier momento.

—¡Draco! —aulló Hermione a su lado. Draco la miró, viendo solo su perfil. Sus ojos parpadeando de forma frenética, mientras agitaba la varita con habilidad en dirección a Bellatrix. Sin poder mirarlo a él—. ¡Prepárate!

Draco no movió ni un músculo. Porque no consiguió entender semejante orden. Y no se alteró, seguro de que no había oído bien. Se limitó a contemplarla. Sin respirar. Y le pareció que incluso el tiempo se detenía. Concediéndole unos irreales segundos, solo para poder mirarla. El polvo de su piel. El halo encrespado que era su cabello castaño. La fuerza de sus dientes apretados. Cómo sus ojos relucían. La determinación que veía en ellos. Cómo sus hechizos interceptaban o repelían los de Bellatrix. Sin fallar. Sin vacilar.

Y supo que la seguiría más allá del fin del mundo.

—¡DRACO! —volvió a gritar la chica. Y entonces sí giró el rostro en su dirección. Y sus ojos oscuros, vidriosos, frenéticos, decididos, se clavaron en los suyos. Y el mundo de Draco volvió a moverse—. ¡SALTA!

Y Draco no estuvo muy seguro de lo que sucedió a continuación. Vio a la chica ponerse de pie a su lado. Impulsarse en sus piernas, y ponerse de pie. Sobre el tejado. Su mano en la suya. Enredando sus dedos. Sujetándose a ellos con mucha fuerza. Con toda su fuerza. Y Draco se vio de pie a su lado. El Lago Negro a sus pies. Y la chica dio un precipitado paso y se lanzó hacia delante. Y Draco la siguió.

Y saltó.

Y saltaron.

Al vacío.

Y fue la segunda vez esa noche que Draco se sintió ingrávido. Rodeado de nada. No apoyado en nada. La mano de la chica en la suya como única superficie sólida.

—¡DEPULSO! —gritó Hermione a su lado. Apuntando hacia atrás.

Draco lo notó al instante. Cuando apenas habían separado sus pies del tejado, una fuerza inesperada los golpeó desde atrás. Una onda expansiva, proveniente de sus espaldas, de la torre, que los lanzó hacia adelante con violencia. Alejándolos de la torre. De la estructura del castillo. De los afilados acantilados que había a sus pies.

Y el contacto de la mano de Hermione en la suya desapareció, soltándose ambos de un inevitable tirón por la violencia del impulso. Draco se vio avanzando por el aire de forma irremediable, pero entonces la sensación cambió y se vio sumergido en la impresión de la caída libre. Precipitándose al vacío. El aire golpeando todo su cuerpo con violencia. Estirando la piel de su rostro de forma insoportable. No permitiéndole abrir los ojos. Girando sobre sí mismo sin control alguno. Su ropa traqueteando a su alrededor. Sus extremidades inútiles, zarandeándose sin ninguna finalidad.

Apenas tuvo tiempo de sentir que el pánico lo atravesaba. Todo era demasiado rápido. Demasiado frenético. La gravedad tirando de ellos hacia abajo de forma irremediable. Natural. Física pura.

—¡… mentum!

Escuchó a alguien gritando algo en medio del silbido del viento en sus oídos. Y entonces sintió que su estómago daba un vuelco al notar que todo aminoraba. El viento no lo ensordecía ahora. La piel de su rostro ya no estaba tan tirante. Podía mover sus extremidades si se lo proponía. ¿Qué…?

Abrió los ojos, al darse cuenta de que podía hacerlo. Y se encontró cara a cara con unas chispas color cobrizo. Justo ante sus narices. Aproximándose a toda velocidad. ¿La cúpula? Un reflejo.

Y entonces Draco se vio sumergido en el agua.

Inmerso de pronto en un silencio absoluto. Sintió la fuerza del líquido envolver su cuerpo, sustituyendo al viento. Adhiriéndose a su piel. A su ropa. Comprimiéndolo por todas partes. La fuerza del golpe contra la superficie dejándolo momentáneamente laxo. Se vio sin poder respirar. Todo se había detenido, pero la descarga de adrenalina todavía estaba en su sistema. Su instinto de supervivencia se apoderó de él y pataleó con todas sus fuerzas. Intentando ascender. No sabía dónde estaba, pero tenía que ascender.

Y entonces el frío nocturno le golpeó la helada cara. Tosió de forma refleja el agua que encharcaba sus pulmones. Y necesitó dos inhalaciones casi agónicas para sentir que su cerebro no desfallecía. Sintió que el agua se le metía en la boca, y tosió otra vez para expulsarla. Su cuerpo apenas le respondía. Se forzó a funcionar, y consiguió mantenerse a flote a duras penas, obligando a sus piernas y brazos a moverse. Y miró entonces a su alrededor. El castillo de Hogwarts, cientos de metros más arriba, atrajo su mirada. Estaba en el Lago Negro, sin lugar a dudas. Y estaba vivo.

Vio la Torre de Adivinación, sobre su cabeza. Todavía podía ver las llamas, elevarse cada vez más altas en la noche. Todo estaba casi en ruinas. El tejado se había venido abajo. De hecho, vio enormes piedras cayendo al agua desde lo alto, aterrizando unos metros más lejos de él.

No distinguía a su tía desde esa distancia. Pero estaba seguro de que seguía en la torre. Y no podía haber sobrevivido a un derrumbe semejante…

Sobrevivir.

Y entonces algo se derrumbó en su propio interior.

—Granger… —susurró, con voz estrangulada. Aunque no escuchó su propia voz. Sus oídos estaban ensordecidos por el cambio de altitud de la caída. Giró el cuello a un lado y a otro—. G-Granger…

No había nadie. No estaba. No la veía. No la oía.

Comenzó a respirar de forma más acelerada. Mirando en todas direcciones. Girando con dificultad sobre sí mismo. Casi olvidándose de mover los brazos para mantenerse a flote. Piedras seguían cayendo a lo lejos desde la Torre de Adivinación. Pero era el único movimiento que veía. Era de noche. La luz de la cúpula apenas le permitía distinguir el contorno de nada. La superficie del lago no era lisa, y pequeñas olas lo agitaban, creando confusas ondulaciones. Veía sombras por todas partes a su alrededor. Estaba en medio del lago, a muchos metros del castillo. El Depulso de Hermione los había alejado mucho. La orilla estaba muy lejos.

—¡Granger! —vociferó. Y su agotada voz apenas se elevó en el silencio nocturno. Aunque él, de nuevo, no se escuchó. La mandíbula le temblaba. Estaba helado. El agua estaba helada. No podía hablar sin balbucear.

Tomó una bocanada de aire y se sumergió. Buscándola bajo la superficie. Pero sus ojos no distinguieron nada en medio de la densa oscuridad. No veía a un metro por delante de él. Solo una negrura total. Intentó avanzar buceando, palpando con sus manos en todas direcciones. No podía haber caído muy lejos de él. Si él había sobrevivido, ella tenía que haberlo hecho también.

Pero no estaba. Y no lo entendía.

Sus manos se habían soltado.

¿Por qué la había soltado?

Con su capacidad pulmonar resentida, tuvo que volver a ascender a la superficie. Tomó aire de forma precipitada.

—¡Gran…! ¡Joder! —maldijo con un grito. Frotándose el oído desesperadamente con un dedo. Cerrándose la nariz con índice y pulgar y soplando con fuerza. Jadeando. Necesitando, como fuese, recuperar la audición—. ¡HERMIONE! —gritó después, con urgencia. Su voz quebrada elevándose en la noche. Y ahora sí escuchó su propia voz, como un eco lejano.

Comenzaba a recuperar la audición. Ahora se oía a sí mismo chapotear en el agua. Pero todo le daba vueltas. Solo veía agua moverse a su alrededor. Intentó pronunciar su nombre de nuevo, pero nada salió de él. Ningún sonido. No tenía aliento. La ceniza seguía en su garganta. Tragó agua otra vez, sin querer, y tuvo que toser con fuerza. Su tos transformándose en un sollozo. Siguió mirando alrededor. En todas direcciones.

Distinguió un bulto oscuro. ¿Eso era…? No sabía lo que era. ¿Era algo? Tenía que comprobarlo. Tenía que… Sin pensar, se lanzó a nadar. Todo lo rápido que pudo. En dirección a una simple sombra en medio de la oscuridad. Si no era ella…

No lo era. El bulto desapareció cuando llegó a él. Solo era una sombra. Un espejismo. Pero no se detuvo, su pecho estremeciéndose sin control. Siguió nadando. Tenía que estar ahí. Cerca. Donde fuera. No iba a parar. Tenía que…

—¡Draco!

Lo escuchó. Eso sí lo escuchó. El chico tardó en reaccionar. De hecho, no lo hizo. Simplemente vio un chapoteo a su derecha. Y solo pudo girar el rostro. Pero entonces algo se precipitó sobre él. Un bulto grande que se arrojó sobre sus hombros. Levantando agua. Sumergiéndolo. Haciéndolo tragar agua. Pataleó para ascender de nuevo. Tosiendo con desesperación. Todavía notando algo aferrando sus hombros. Algo que pesaba. Escuchó a alguien toser al mismo tiempo que él, antes de poder limpiarse el agua de los ojos y abrirlos de nuevo.

Y Hermione estaba ante él. Con una sonrisa de oreja a oreja. Con la cara reluciente y empapada. Con el cabello pegado al cráneo. Sus manos intentando aferrarlo y mantenerse a flote al mismo tiempo.

—¿Estás bien? ¿Estás bien? —estaba balbuceando la chica con urgencia ante él. Ella también temblaba. Quizá también de frío. Y estaba decidida a tocarlo por todas partes, mientras se mecían en el agua, sin hacer caso a los desesperados intentos del chico para mantenerse a flote bajo su peso. Intentó abrazarlo con un solo brazo. Subiéndose a sus hombros. Aferrándose a su nuca. Tirando de él, acercándolo, para darle varios precipitados y mojados besos en el rostro. En cualquier pedazo de piel que alcanzó.

Draco necesitaba sus brazos para mantenerse sobre el agua, de modo que no pudo hacer lo mismo. No pudo tocarla para comprobar que era real. Pero ella lo estaba tocando. Y sus nerviosas manos eran sólidas contra su piel. Y su aliento se sentía caliente en su fría piel. Y supo que era real.

Ella le tocó la cara. Se la frotó con fuerza. Y Draco supuso que estaba intentando limpiarle la suciedad de la mejilla. Sonriéndole todavía, de forma radiante. Miró entonces hacia arriba.

—Lo hemos conseguido —jadeó la chica, con voz entrecortada por el frío. Pero henchida de felicidad—. Lo hemos conseguido, Draco…

El chico, aturdido, se limitó a mirarla. Limitándose a respirar. A respirar de verdad. Y entonces siguió su mirada. Hacia el cielo. Hacia la reluciente cúpula.

Tenía razón. Lo habían conseguido.

Estaban vivos. Y la cúpula estaba intacta.


Desde lo alto de la Gran Escalera, Lord Voldemort miraba a Harry a los ojos, con sus dos pupilas de serpiente fijas en él. No existía nadie más en ese momento aparte de ellos dos. La cicatriz en forma de rayo volvió a arderle como si estuviese en llamas. Y tuvo que crispar los ojos para contener el dolor, no atreviéndose a cerrarlos. Parpadear delante del Señor Oscuro podría ser lo último que hiciera.

Alguien encapuchado, a quien Harry no pudo ver la cara, lo adelantó escaleras arriba. Directo hacia Voldemort, varita en mano. Dispuesto a pelear. Y el mago oscuro lo arrojó a un lado con un veloz y espectacular rayo de color esmeralda. El pasamanos de la escalera, a ambos lados de él, se resquebrajó por la potencia de semejante maldición. El miembro de la Orden cayó sobre los escalones, indudablemente muerto. Voldemort ni siquiera había apartado los ojos de un paralizado Harry.

—¡NO! —gritó el joven Potter, al ver caer a la víctima.

Voldemort comenzó a caminar. Había descendido dos escalones de piedra, cuando otro simpatizante de la Orden se lanzó también hacia él, generando un hechizo tras otro. Voldemort los rechazó con apenas dos perezosos movimientos de varita y la persona también cayó muerta sobre las escaleras. Éstas se agrietaron por la potencia de la Maldición Asesina.

Harry tuvo que cerrar los ojos un instante, cegado por la potente ola de magia que flotó por el lugar. Pero, al abrirlos, vio que su enemigo seguía sin apartar sus terribles ojos rojos de él. Y que seguía bajando escalones con parsimonia, asesinando sin apenas inmutarse a todo aquel que se interpusiese entre Harry y él, que intentase ser un escudo protector para el joven mago. Dejando un rastro de cadáveres tras él, no dejó de mirar a su objetivo a los ojos.

—¡BASTA! —gritó Harry, con desesperación—. ¡PELEA CONMIGO SI ERES HOMBRE!

Lord Voldemort no se detuvo. Y Harry se preguntó si lo que estaba elevando sus comisuras era una sonrisa.

—No soy un hombre, Harry Potter. Soy mucho más que eso.

Una tercera persona trató de colocarse entre ambos. De atacar al mago. Y obtuvo el mismo final que sus compañeros.

Y Harry reaccionó. Retrocediendo. Debía apartarlo de la gente. No podía permitir que nadie más muriese por su culpa.

Debía alejarlo de allí.

Apartando por primera vez los ojos de Voldemort. Harry echó a correr hacia su derecha. Sin pensar. Hacia la primera zona abierta que visualizó, que resultó ser el Gran Comedor. Sin pararse a mirar si Voldemort le seguía, convencido de que lo haría, atravesó las altas puertas abiertas, encontrándose ante la gran estancia. Las cuatro mesas brillaban por su ausencia. El techo del Gran Comedor imitaba al cielo del exterior. En ese momento, era noche cerrada, y brillantes estrellas y constelaciones se iluminaban en la amplia bóveda, además de un fulgor dorado que le daba un toque especial que nunca había tenido. La cúpula que la Orden había creado.

Allí, la batalla era tan encarnizada como en el Vestíbulo. Harry visualizó su plan de "fuga" a la velocidad del rayo. Detrás de la mesa que solían ocupar los profesores, sobre el estrado, había una puerta que conducía a una sala de viejos trofeos. Era su única salida. Allí, tras recorrer unos pasillos que en realidad no conocía, pensó que tenía que haber una salida hacia los muros exteriores. En los terrenos podría despistarlo. Tenía que alejarlo de todo el mundo, sacarlo del castillo sin derramar más sangre. Tenía que lograr que se sintiese tan preocupado por su propia victoria que hiciese llamar al…

Un súbito temblor recorrió la estancia entera. Haciendo a todos los presentes, de ambos bandos, dar una especie de salto sin moverse del sitio. Algunos perdieron el equilibrio y cayeron al suelo, Harry entre ellos. Los hechizos cesaron súbitamente en el Gran Comedor. Nadie parecía saber qué estaba sucediendo. Hubo otro temblor, que provocó un nuevo bote en los presentes. Era como si algo enorme hubiese chocado contra el suelo en la habitación contigua. O como si algo enorme intentase atravesar el suelo.

Un tercer temblor, y esta vez el suelo se resquebrajó. Una larga línea que atravesó el comedor de lado a lado. Levantando nubes de polvo, gravilla y escombros. Harry no hizo ademán ni de levantarse del suelo, tan asombrado como estaba. Dumbledore había estado, a medias errado, a medias acertado. Efectivamente, Voldemort había hecho venir al dragón para luchar.

Con lo que no contaban era que ya estaba dentro del castillo.

Un bramido amortiguado rasgó la repentina quietud de la estancia. Y nadie consiguió moverse. Se oyeron algunos gritos de sorpresa. Un instante de silencio antes de la tormenta, y entonces un cuarto y último temblor se apoderó del lugar. Más fuerte. Decisivo. Y la grieta del suelo se abrió del todo, mucho más, como si alguien hubiese colocado una bomba a un metro bajo tierra. Todos, estuviesen lejos o cerca del lugar de la explosión, se cubrieron o agacharon inconscientemente para evitar la nube de polvo y escombros.

Una colosal figura, de un color cobrizo brillante, recubierto de escamas bronceadas como la luz del amanecer, emergió del agujero del suelo, elevándose en el reducido espacio en el que de pronto quedó convertido el enorme Gran Comedor. Recortándose contra un mágico techo estrellado que no tardó en desaparecer, hecho escombros también, para acoger a la enorme criatura.

Guiverno de Wye abrió sus enormes alas de murciélago, chocando a ambos lados con las paredes del Gran Comedor, arrancando cascotes de ellas, y rugió de nuevo.

Harry, aún tirado de espaldas en el suelo, lo contempló con espanto. Era colosal.

Eso no era lo que debería estar sucediendo. De hecho, era lo peor que podía estar sucediendo. Debería estar fuera de la cúpula, intentando entrar. Debía cruzar la cúpula para liberarse del hechizo que lo ataba a Voldemort. Pero, ¿para qué cruzaría la cúpula estando ya en el interior? Voldemort no necesitaba traer más mortífagos. No le importaba librarse de la cúpula para hacer entrar al resto de su ejército. El dragón los mataría todos.

Y Harry se vio solo ante un enorme dragón. Por segunda vez en su vida. Pero lo que sintió con catorce años, cuando se enfrentó a un Colacuerno Húngaro en una controlada Primera Prueba del Torneo de los Tres Magos, no se parecía a nada de eso. Ni siquiera podía ver, en medio de los escombros y el polvo, dónde estaban el resto de guerreros que antes estaban repartidos por la estancia. Y tampoco era relevante.

El dragón no podía verle, era ciego, pero le sentía. Harry lo sabía. Y también sabía que, por órdenes de Voldemort, iba a por él.

Sin pararse a pensar, guiado casi por un instinto primitivo de supervivencia, se levantó como pudo del suelo y corrió ciegamente de nuevo hacia la salida del Gran Comedor. Irónicamente, entre Voldemort, y un dragón, prefería al primero. En el Vestíbulo, había disparidad de acciones. Algunos contemplaban asombrados lo que sucedía en el Gran Comedor, y otros continuaban luchando así el cielo cayese sobre sus cabezas. Harry recorrió el Vestíbulo sintiendo a sus espaldas que el dragón avanzaba tras él. No supo si llegó a volar, pero, a juzgar por el ruido de destrucción que escuchó, pensó que seguramente se limitó a arrastrarse.

«Va a destrozar Hogwarts piedra a piedra. Tengo que sacarlo fuera», fue lo único que logró pensar, desesperado. Tenía que acercarlo a la cúpula. Como fuese.

Casi al pie de las escaleras, Voldemort se había detenido, y contemplaba la escena con una mezcla de solemnidad y vanidoso regodeo. Creía tener el control de la situación. Creía haber ganado. Lo creía tanto, que ni se inmutó al ver pasar a Harry Potter corriendo ante él, atravesando el Vestíbulo hacia la puerta contraria al comedor, una puerta doble que conducía a un pasillo que llevaba a la parte oeste de los terrenos. Un violento batir de alas a su espalda le indicó a Harry que el dragón había levantado el vuelo, a pesar de encontrarse en el interior del castillo. No quedaría ni una sola pared en pie…

Atravesó la puerta y se adentró en un ancho pasillo vacío, al cual ni mortífagos, ni miembros de la Orden, ni alumnos de Hogwarts se habían molestado en acceder. Era corto, apenas cinco metros de pasadizo sin ventanas, sin más decoración que un par de cuadros antiguos y polvorientos, ahora vacíos. Y, a pesar de la rapidez con la cual lo atravesó, fue consciente de cómo sus pasos retumbaron en el grueso suelo de piedra a cada zancada. No miró hacia atrás. No tenía tiempo. Sus piernas solo obedecían una orden: correr. Sus ojos solo tenían un objetivo: mirar al frente para no tropezar. No tenía tiempo de detenerse para girar el oxidado pomo de hierro y abrir la puerta, de modo que alzó la varita, que milagrosamente seguía en su mano, y lo hizo volar por los aires con un estallido. Al llegar a la gruesa puerta de madera, adelantó su hombro y le pegó un fuerte empujón que la abrió de golpe. A pesar de todo, el ruido que se escuchó fue desproporcionado. Como si algo del tamaño de un edificio de seis plantas hubiese chocado estrepitosamente contra un muro de rocas, haciéndolo volar por los aires.

Y algo así había sucedido realmente.

Al mismo tiempo que él atravesaba la puerta, el dragón había atravesado la pared que había sobre él para llegar a los terrenos de igual forma. Harry apenas se atrevió a mirar hacia arriba, mientras piedras de todos los tamaños volaban a su alrededor. Ni siquiera había tenido oportunidad de ver la luz de la luna, pues el cuerpo del dragón la había bloqueado. Se vio obligado a crear escudo tras escudo sobre su cabeza para evitar morir aplastado por las piedras, de siglos de antigüedad, que desde milenios componían la estructura, paredes y decoración del castillo. Supo, sin verlo, que toda la fachada delantera del castillo se estaba viniendo abajo sin remedio.

Siguió corriendo sin apenas ver a dónde iba. La oscuridad era demasiado penetrante. Calculó que debían ser alrededor de las cuatro o cinco de la madrugada. Acertó a distinguir las siluetas de lo que había a su derecha. Los invernaderos. Y, una parte de él, la única parte que no estaba hasta el tuétano de adrenalina, adivinó en qué parte de los terrenos se encontraba.

El campo de Quidditch no estaba lejos.

El rugido que el dragón emitió en ese momento fue tal, que los cristales de los invernaderos reventaron como si dentro hubiese explotado un cuerno de Erumpent. Y, aunque el muchacho no lo vio, lo mismo sucedió con todas las ventanas y vidrieras que se encontraban en un kilómetro a la redonda. Harry creó un nuevo Encantamiento Escudo, esta vez vertical, para protegerse de los afilados fragmentos.

Aprovechándose de la única ventaja que tenía, la de ser un pequeño, insignificante y silencioso ser, comparado con el monstruoso reptil que lo perseguía, corrió en zigzag, en las sombras, sabiendo que al colosal animal le costaría seguir así su rastro. Aun así, no consiguió dejarlo atrás más de unos diez metros, y, cuando el muchacho alcanzó por fin el enorme campo de Quidditch y atravesó una de las pequeñas puertas laterales para alcanzar su interior, el dragón le pisaba los talones.

Harry se encontró en las profundidades del estadio, en uno de los pasillos que conducía a las gradas. Se detuvo un breve instante, apoyando la espalda en una pared. Peleando por respirar. Sintiendo un dolor tal en el pecho que le costaba hincharlo para inhalar. Le dolía el costado. Y los pulmones, con cada precipitada respiración. Y apenas podía contener las arcadas. No había corrido tanto en su vida.

Escuchó un estrépito por encima de él, y sintió que el pasillo se estremecía. Polvo cayendo del techo. Consiguiendo moverse gracias al pánico de morir atrapado por un derrumbe, terminó de atravesar el pasillo, encontrándose de nuevo en el exterior. El frío aire nocturno le golpeó la cara. Y vio el centro del campo ante él. Avanzó hasta quedarse en la barandilla de las gradas. Sujetándose a ella. Por un momento, le desconcertó no ver al dragón por ningún sitio, pero entonces vio su enorme silueta sobrevolar por encima de su cabeza. Y, al girar en el aire, destrozó con una de sus alas las gradas que se encontraban a su izquierda. Huyendo de la nube de polvo y astillas de madera, Harry se lanzó hacia su derecha, colándose por entre los asientos, llegando así a los andamios interiores de las gradas.

En ese momento dio gracias por ser un muchacho todavía, relativamente escuálido y ágil, experto en huidas gracias a la infancia que había vivido. Continuamente escapando de su primo y sus amigos matones. Pensó que, irónicamente, gracias a su terrorífica infancia seguía vivo.

Escuchó un fuerte golpe sobre él. Y todo a su alrededor crujió y se tambaleó. Y entonces Harry vio el enorme morro lleno de brillantes escamas colarse por el hueco entre asientos por el que Harry había desaparecido. Arrancando varios. Levantando madera y astillas.

El chico se arrastró como pudo entre los maderos que servían de sostén a las gradas, mientras sentía que el dragón le seguía sin tregua, destrozando con su enorme cabeza todo a su paso. Abriendo un agujero del tamaño de su enorme cráneo pero que, de ningún modo, podía dejar pasar a su gigantesco cuerpo.

Dándose cuenta de que las gradas superiores no aguantarían, Harry intentó descender lo más que pudo, descendiendo viga a viga, descolgándose con frenesí, hasta que sintió la hierba bajo sus pies. Aun así, seguía oyendo sospechosos crujidos sobre su cabeza que le indicaron que la estructura no aguantaría mucho. Corrió hacia la zona donde los asientos terminaban y conectaban con el centro del campo, sorteando para ello la estructura que lo rodeaba, intentando huir de esa trampa mortal de madera.

Al llegar al final de las gradas, al tener la zona del terreno frente a él, se detuvo en seco. Escuchando todavía cómo el dragón seguía destrozando las gradas superiores con sus fauces, en su busca. Lord Voldemort estaba ante él, en el centro del campo de Quidditch, a unos cincuenta metros de distancia. Apenas veía más que una sombra negra, cubierta de una capa tan oscura como la noche. Pero sabía que era él.

No tenía escapatoria. No tenía cómo vencerle. No podía enfrentarse a Lord Voldemort y a un dragón. Ni tampoco por separado, por Merlín. Un ataque directo a cualquiera de los dos enemigos sería un suicidio. Y ya no tenía ningún plan, nada con qué engañarle. En cuanto el dragón lo tuviese al alcance, lo devoraría. Guiverno de Wye era implacable bajo las órdenes de Voldemort. Y éste ni siquiera se molestaba en atacarlo. Sabía que el dragón acabaría con él. Daba igual lo que Harry le dijese, jamás podría convencer al dragón de lo contrario…

¿O sí?

Podía hablar con él.

—¡GUIVERNO! —gritó Harry con todas sus fuerzas, mirando hacia arriba, a las gradas superiores, donde escuchaba el ruido de la madera resquebrajándose—. ¡Guiverno, basta! ¡No tienes por qué hacer esto…!

Ni siquiera pudo terminar la frase cuando notó que toda la estructura que lo rodeaba empezaba a crepitar de manera sospechosa. Sin apenas pensar, echó a correr hacia el centro del campo, huyendo de los escombros en los que se estaba convirtiendo esa sección de las gradas. Apenas avanzó unos cuantos metros, lo justo para no morir aplastado, cuando escuchó un poderoso rugido tras él, y vio que la hierba ante él se iluminaba de pronto. Como si hubieran encendido una hoguera. El repentino calor a su espalda, junto con las cenizas que volaron a su alrededor por todas partes, obligaron a Harry a saltar hacia delante y rodar varios metros para evitar ser calcinado. Al girarse para ver con claridad qué sucedía, vio que el dragón había sacado la cabeza de entre los restos de los asientos y había emitido una bola de fuego que hizo arder por competo la zona de las gradas donde se encontraban.

Las llamas y el humo iluminaron la noche como una gigantesca pira.

Harry se puso en pie, trastabillando, y logró alejarse todavía más, caminando de espaldas. Notaba un dolor ardiente en su costado izquierdo que le hacía preferir tumbarse hecho un ovillo y dormir durante horas.

Voldemort seguía sin mover ni un dedo, ahora a treinta metros de Harry. Y el muchacho decidió que podía permitirse no prestarle atención. Y concentrarse en el dragón.

La criatura movió su gigantesco cuerpo y quedó apoyado en lo alto de las gradas. Por encima de los ardientes escombros. El fuego que él mismo había creado lo rodeaba, pero no parecía hacerle ningún daño, por supuesto. Giró el cuello para mirar al joven Potter con sus ojos de color blanco lechoso. Y Harry dejó de correr.

—¡Guiverno, detente! —volvió a gritar Harry con todas sus fuerzas, mirándolo—. No tienes por qué hacer esto. Has cuidado de este castillo durante siglos, ¡no puedes destrozarlo así para Voldemort! ¡Él no es digno de controlarte así! ¡Nadie lo es!

Lo siento, Harry Potter.

En su cabeza retumbó la profunda voz, ya tan conocida, del dragón. Habían pasado años desde la última vez, pero era imposible olvidar la sensación. Y Harry sintió deseos de cerrar los ojos con fuerza.

Estoy bajo su control. Él puede hacer conmigo lo que le plazca. No puedo resistirme.

—No tienes por qué hacer esto —gimió Harry en voz alta, aun sabiendo que así no le oiría. O eso creía.

Él me controla, puede meterse en mi voluntad, en mi mente… ¿Puedes hacerlo tú?

Harry tragó saliva. Meterse en su mente, ¿cómo se hacía algo así? ¿Cómo iba a meterse él en la mente de un dragón ancestral, controlado por el mago más tenebroso de todos los tiempos, y liberarlo? Se sentía un completo inútil, un fracasado. Durante años, criaturas más fuertes que él se habían metido en su mente, desgastándolo, haciéndole sufrir, y no había aprendido nada. Nunca había sabido defenderse. El basilisco, el propio Voldemort, ahora el dragón, Snape…

Snape. Las clases de había dominado la Oclumancia. Ni siquiera había practicado nunca la Legeremancia. Y era la única manera que conocía de entrar en una mente ajena.

—No, no puedo —respondió en un susurro, mirando las llamas que avanzaban más y más, devorando poco a poco el estadio. Ni Voldemort, ni el dragón, se habían movido de sus posiciones.

Pues entonces Él ya ha ganado.

Harry no podía pensar. Miró hacia arriba, hacia la brillante cúpula que era la solución a todos sus problemas. Y el dragón ya estaba dentro de ella. No había ningún motivo ahora para que la atravesase. Ya no les servía.

Se quitó las gafas redondas, en un frustrado movimiento, y se permitió contemplar el suelo del campo de Quidditch. Borroso ahora por culpa de su miopía. Era el fin. No podía entrar en la mente del dragón. No sabía qué hechizo se necesitaba para arrancarlo del yugo de Voldemort. Lo único que podía hacer era conversar con él. Y eso no le serviría eternamente…

"Tenías que haber probado a darle conversación al Colacuerno Húngaro del Torneo de los Tres Magos. Y pedirle amablemente el huevo. Hubiera sido más fácil".

Las palabras que Ron pronunció tantos años atrás atravesaron la neblina de su mente de golpe, haciéndolo fruncir el ceño ante lo incongruente de sus pensamientos. El Colacuerno Húngaro… ¿Por qué había recordado eso? Ahora no le servía de nada. Sí, ya era la segunda vez en su vida que se enfrentaba a un dragón colosal. Pero eran situaciones distintas. La vez anterior, había tenido un plan. Un plan que salió bien. Pero su plan actual se había torcido por completo. Y lo que hizo aquella vez no le serviría con…

¿O sí…?

—¡GUIVERNO! —gritó, llamando la atención del dragón. Se colocó sus gafas de nuevo—. ¡PUES MUY BIEN! ¡OBEDECE A VOLDEMORT! ¡ME DA IGUAL! ¡NO VA A GANAR GRACIAS A TI! ¡PIENSO DERROTARTE A TI TAMBIÉN, BESTIA ESTÚPIDA!

Harry giró la cabeza, asegurándose de que Voldemort seguía inmóvil tras él. Y no estuvo seguro, por la gran distancia que los separaba, pero hubiera jurado que algo en el rostro de Voldemort cambiaba. Como si hubiera fruncido el ceño, desconcertado. Seguramente por su imprudente y absurda bravuconería. Pero Harry volvió la cabeza al escuchar a Guiverno emitir un rugido ensordecedor. Lo vio elevar sus enormes alas, agitándolas, liberándose de los escombros de forma frenética.

—¡VOLDEMORT NO PUEDE VENCER, Y TENERTE A TI NO CAMBIARÁ ESO! ¡NO ERES TAN PODEROSO! —siguió gritando Harry. Enfadándolo. Provocándolo. Intentando contenerse y no retroceder corriendo al ver semejante bestia planeando arrojarse sobre él de forma inminente. El estómago de la criatura comenzó a iluminarse.

Por desgracia, vas a descubrir lo poderoso que soy, Harry Potter…

En cuanto Harry sintió de nuevo cómo la voz del dragón retumbaba en cada recoveco de su mente, el muchacho cerró los ojos y se concentró como nunca lo había hecho. Gritando, con cada célula de su cerebro, dentro de su cabeza…

«¡Accio escoba de carreras!»

Entonces, el dragón se liberó del todo de los escombros. Y lanzó una gran bocanada de fuego en su dirección. Pero Harry fue más rápido.

La puerta que daba a los Vestuarios se había abierto de golpe, y una escoba había salido zumbando, plantándose delante de él en cuestión de milésimas de segundo. El chico, sin pararse a pensar ni un instante, cogió aquella Barredora, que suponía pertenecía a las escobas del colegio, y se elevó por los aires a toda velocidad. Esquivando la bola de fuego que incendió el césped tras él. Con el gélido viento nocturno enfriando su rostro. El dragón se elevó sobre sus patas traseras y trató de darle alcance, no devorándolo con sus enormes fauces por apenas un metro.

A Harry lo ensordeció su rugido de rabia. Azuzó a la escoba y logró ascender por encima del campo de Quidditch. Escuchó un pesado sonido tras él. El dragón lo seguía. Había alzado el vuelo. Colocando la escoba totalmente vertical, Harry se lanzó directo a la cúpula dorada que cubría el cielo sobre sus cabezas.

La escoba no era ninguna maravilla, y, desde luego, no podía competir con la potencia de las alas de un poderoso dragón. Pero no importaba. No para lo que tenía pensado. En apenas unos segundos, sabía que alcanzaría la cúpula, volando a esa velocidad. Sintió el calor del aliento del dragón en la cola de su escoba. Sintió sus gruñidos alborotando su túnica y cabellos. El batir de sus enormes alas desviarlo de su rumbo ligeramente. Se aferró con fuerza al mango, apretando su pecho contra él. Entrecerró los ojos para protegerse del viento.

Un poco más…

Solo un poco más…

Justo antes de estamparse contra la brillante cúpula, cuando casi estaba tan cerca que podía contar las chispas con las que estaba formada, Harry cambió de rumbo con brusquedad. Hizo girar a la escoba y recorrió el interior de la esfera, casi rozándola con la cabeza. Alejándose en otra dirección a toda velocidad. Sabiendo que las alas del gigantesco dragón eran más veloces que su escoba, pero que también tenían un cuerpo mucho mayor que mover.

Y chocó.

El dragón emitió un estruendoso bramido cuando atravesó la brillante cúpula. Harry, sin atreverse a mirar atrás, se arrojó de cabeza de nuevo al centro del campo, intentando alejarse de la zona de destrucción. No sabiendo qué iba a suceder ahora. Escuchaba los espeluznantes rugidos del dragón sobre su cabeza. No estando seguro si eran de dolor, o de liberación, o de furia. Iba a tal velocidad que no frenó a tiempo, y prácticamente tuvo que saltar de la escoba cuando llegó al suelo, cayendo sobre el césped y rodando de forma desenredada. Cuando dejó de dar vueltas, y todo dejó de darle vueltas, alzó la mirada y contempló lo sucedido.

El área de la cúpula contra la que Guiverno chocó se había desintegrado. Las estrellas brillantes se pegaron a sus escamas, a su dura piel, haciéndolo resplandecer en la noche. El dragón peleó contra las chispas que lo cubrían, batiendo sus alas con fuerza. Sin conseguir eliminarlas. Y entonces decidió alejarse con rapidez. Y también se dirigió de vuelta al campo de Quidditch.

Harry, viendo acercarse a la enorme criatura, casi sin batir sus alas, casi cayendo en picado, solo acertó a cerrar los ojos con fuerza y a cubrirse la cabeza con ambos brazos, estando todavía tirado en el suelo.

El golpe fue escalofriante.

Todo tembló como si un rascacielos se hubiese derrumbado. El cuerpo del dragón aterrizó contra el terreno del campo de forma destartalada, sin ser apenas frenado por sus alas. Todavía rugiendo con desesperación. Vivo. Y Harry no se atrevió a alzar la mirada, a separar su mejilla del césped, ni a dejar de cubrirse con sus brazos. Solo aguzó el oído.

Y entonces se hizo el silencio. Y se oyó un bufido. Y Harry sintió una repentina oleada de pánico. No tenía ni idea si había funcionado. Si no lo había hecho, estaba muerto. Pero, de momento, la muerte no llegaba. Seguía respirando, seguía tumbado. Y no escuchaba los frenéticos intentos del dragón de alcanzarlo. Solo un lento movimiento de aire a su alrededor que también hacía retumbar ligeramente el suelo. Pasos. Pasos gigantescos.

Poco a poco, sintiendo que cada parte de su cuerpo temblaba, abrió los ojos. Elevó la cabeza. Guiverno estaba plantado ante él. Dando perezosas vueltas a su alrededor. No atacaba. Se limitaba a mirarlo con sus vacíos ojos blancos. Los restos de la cúpula también estaban cayendo al vacío en forma de brillantes pedazos desde lo alto del cielo, como si fueran enormes trozos de cristal. Desapareciendo en el aire mágicamente. Las estrellas que recubrían el cuerpo del dragón habían desaparecido.

Harry estaba sin resuello. Cerró los ojos con fuerza y hundió el rostro en sus brazos, contra el suelo. Derrotado. Ahogando un sollozo. Por favor. Por favor…

Gracias, joven Potter. Vuelvo a ser libre.

El chico sonrió de oreja a oreja contra el césped. Sollozando de nuevo. Lo habían logrado.

Elevó de nuevo la cabeza. Y la giró para contemplar a Voldemort. Éste seguía inmóvil. Parecía seguro de haber ganado. De que, en cualquier momento, el dragón acabaría con el chico. Creyendo que no solo había logrado destrozar la cúpula, permitiendo la entrada de nuevos mortífagos, sino que ahora había acorralado por fin a Harry Potter. No se había enterado de que las tornas habían cambiado. No podía saberlo. Creía que la enorme bestia jugaba todavía a su favor.

Harry desvió la mirada para mirar a Guiverno. Después volvió a mirar a Voldemort.

—Acaba con él —musitó a media voz.

El dragón detuvo su paseo. Giró sobre sí mismo y miró al mago tenebroso más grande de todos los tiempos con sus vidriosos ojos blancos. Y su boca se separó ligeramente, mostrando sus afilados y poderosos dientes. Y su suave gruñido retumbó por todo el estadio.

Y Voldemort, solo entonces, se dio cuenta de que algo no iba bien.

E hizo algo que no había hecho jamás, en toda su larga vida: retroceder un paso.


Sip, se lo ha zampado. Ni lo dudéis ja, ja, ja 😂

*Inserte meme "en su cabeza era espectacular"* 😂 ja, ja, ja en mi imaginación este capítulo era como una película, increíble y emocionante… y, ¡qué difícil es plasmarlo por escrito, caray!😂 Ja, ja, ja, ja quería hacerlo lo más épico posible, ¡ojalá os haya gustado mucho! 🙈

Ayyy, ¿qué os ha parecido? La batalla de Draco y Hermione vs. Bellatrix… 😱 Ufff ¡madre mía lo que han tenido que pelear! ¡Y qué bien han luchado juntos! Menudos dos BAMFs ja, ja, ja 😎

Y os pido también un fuerte aplauso para Harry, que el chaval lo ha dado todo en este cap ja, ja, ja 😌

Dedico esta última escenita a la preciosa GeoAredhel, porque adivinaste en uno de tus comentarios que el dragón se iba a merendar a Voldy JAJAJAJA 😂 ¡amé ese comentario! Y no sabes lo duro que fue no decirte "¡bingo! Ese es mi plan" ja, ja, ja ¡un beso, guapa! 😘

Ojalá os lo hayáis pasado bien leyéndolo… si os apetece dejarme un comentario contándome qué os ha parecido, ¡estaré encantada de leeros! 😊

¡Muchas gracias por leer! ¡Un abrazo, y hasta el próximo! 😊