Escuchar que en este nuevo mundo existen inviernos que duran años es una cosa, pero vivirlos es otra totalmente diferente. No sé exactamente quién corrió la voz, o si todos, en medio de una percepción colectiva, como la de los animales en sus manadas, percibieron que era momento de empezar a guardar comida y leña con un frenesí que nunca había visto. Así que, con 9 años recién cumplidos, cuando un caballero portando la bandera de los Stark pasó anunciando el inicio oficial del otoño, ya todos lo sabíamos.
En mi mente muchas veces pensé mal de mi familia y de todos los habitantes de este continente medieval, por culpa de su falta de visión, proyección, por siempre vivir en el día a dia y no pensar que otra vida es posible. Me parecía imposible de creer que según los viejos soldados los Stark han regido el norte por más de 8.000 años, y nunca nada ha cambiado, en especial teniendo como referencia los grandes avances de mi antiguo mundo en los últimos 300 años.
Sin embargo, la llegada del otoño mostró otra faceta en ellos que nunca había visto, no se trataba de algo racional, era visceral, un miedo feroz que no los dejaba respirar o contestar las preguntas que llegaban a mi cabeza sin cesar. El sótano de nuestra casa, empezó a llenarse lentamente de madera, con cada cosecha almacenamos más de lo que consumíamos y mi madre no dejaba de pedirme que cazara liebres para poder curar sus pieles y poder hacer cobijas y capaz para todos en el hogar. Los pocos ingresos extra que teníamos eran gastados sin miramientos en sal, que los comerciantes traían desde el Puerto Blanco, para poder preservar la carne que todos los días era puesta al sol y salada, para su conservación.
Fue un año como nunca lo había vivido, no había un día en el que no cayera rendido junto a alguno de mis hermanos, después de un largo día de caza, de recolectar madera, o de ayudar a algún vecino a reparar su casa. Nunca imaginé ver tanta solidaridad en un pueblo apartado de la "civilización" como este. Mis prejuicios individualistas de la modernidad eran totalmente obsoletos aquí. Todos eran conscientes de que el invierno podría durar un año o diez, y lo único que podían hacer era seguir cosechando y recolectando.
Uno de los momentos que guardaré en mi para siempre, por su importancia y por lo que significó para mi, fue nuestro viaje a Invernalia, la capital del norte y fortaleza de los Stark. Si bien compartimos el mismo bosque, llegar hasta allá, en medio de trochas y caminos enlodados por las lluvias de otoño nos tomó tres días. Mi padre y mis 3 hermanos partimos con un morral en nuestras espaldas, (y vaya si no se sorprendieron de la simpleza y versatilidad de los morrales de piel de ciervo que realicé para ellos) y una mula vieja, con huesos, carne y pieles, para intercambiar.
El objetivo del viaje era doble: una oportunidad para conseguir a mejor precio más sal, o algún queso o encurtido que no produjeramos en la granja, y lo más importante, aprender el camino hasta Invernalia, lugar que sería nuestra salvación en caso de que nos quedaramos sin comida, o que nuestro hogar ya no fuera habitable. En cada parada nuestro padre nos hacia preguntas sobre los puntos de referencia del viaje, sobre cómo ubicarnos, qué tipo de lugares elegir para pasar la noche, en qué fijarnos para evitar las manadas de lobos, y cómo había sido su primer viaje a Invernalia, un otoño hace muchos años, junto a su padre y sus hermanos.
El viaje fue agotador, puede que estuviera acostumbrado a una rutina ajetreada, pero mis pequeños pasos no se comparaban con los de mi padre o hermanos adolescentes, además, era yo el que debía destinar un momento del camino, para cazar alguna ardilla o ave salvaje para alimentarnos en el camino. Es así como, agotado y mal humorado vi por primera vez los grandes muros de Invernalia. No lo podía creer, era enorme, se hacía visible al final de una pequeña salvana al borde del bosque, y sus torres se elevaban gigantes hacia el cielo. Este fue otro momento en el que me reproché a mi mismo por subestimar el mundo en el que ahora estaba viviendo. Me era imposible negar que visité torres de oficinas más altas que esta fortaleza, pero verla aquí en todo su esplendor, y con los pocos avances tecnológicos de esta era, se me hizo imposible imaginar la construcción de un lugar así.
La fortaleza se alzaba imponente hasta donde llegaba mi vista, sus muros eran tan anchos que no me imaginaba qué pudiera derribarlos, sus muros de piedra gris te miraban imperturbables por el tiempo como a una pequeña hormiga pasajera. si algo he de reconocer ante una estructura como esta, es que mi antigua modernidad no tenía con que compararse, en mis últimos años vi edificios enormes llenos de diminutos apartamentos u oficinas estructuras como puentes que desafiaban las leyes de la gravedad, pero nunca una estructura tan grande, perteneciente a una sola familia, y que según lo que había escuchado se mantuviera intacta aún después de 8.000 años de antigüedad.
Aún con horas de día para aprovechar, nos dirigimos al mercado a vender y conseguir todo lo que necesitamos. El ambiente era diferente aquí, si, existía la premura del otoño, pero no había miedo, era un mercado de gran tamaño, pero nadie gritaba ni te acosaba con sus productos. Era sorprendente tranquilo. "Las personas saben que cuentan con los Stark, cuando llegue el invierno, Invernalia recibirá a todos los norteños que la necesiten, nobles o comunes, y cada una de estas casas abandonadas en verano, acogerá a una familia que la necesite. Por eso estamos aquí, para que ustedes conozcan el camino, y sepan dónde podrán sobrevivir en caso de que tengamos problemas en nuestro hogar".
No lo podía creer, mis prejuicios sobre las noblezas de mi antiguo mundo no me permitían asimilar lo que estaba escuchando: Los Stark cuidaban de su gente y la acogían durante el invierno. y así lo comprobé a la mañana siguiente, cuando antes de partir, nuestro padre decidió que tomaríamos el desayuno dentro de la fortaleza.
Los guardias de la entrada solo hicieron una pregunta, y la simple respuesta de mi padre, nos ganó unas indicaciones hacia a qué lugar dirigirnos. Dentro todo era actividad, caballos en los establos, soldados practicando con sus armas, niños mensajeros o ayudantes, mujeres con oficios varios en cada esquina. El comedor, era un enorme salón lleno de mesas largas en el que todo tipo de personas se estaban alimentando, y al fondo, en una mesa levemente elevada, mirando sobre las demás, se encontraban los Stark. Mi padre sólo sabía el nombre de dos de las figuras presentes ahí: Lord Edwyle Stark, guardián del norte y Lord de Invernalia, un joven de unos 19 años, y su tío Rodrick Stark, el hermano menor del antiguo Lord.
Mientras consumíamos nuestros alimentos, no pude dejar de mirarlos. Parecían personas normales, no brillaban con aire de realeza, ni miraban mal a los demás, simplemente estaban ahí, conversando entre ellos mientras desayunaban. Los demás les trataban con familiaridad y respeto, y en general, para ser la primera vez que veía a un noble de este continente, tuve una buena impresión.
Antes de partir de Invernalia, visitamos el bosque de dioses, si bien mi familia no era la más devota, ninguno dejaría pasar la oportunidad de dar unas plegarias en uno de los arcianos más antiguos de todo el norte. Este no era el árbol más alto del bosque de dioses, pero era sin duda el más llamativo, su enorme tronco blanco como un hueso, resaltaba el rojo intenso de cada una de sus hojas, y la cara tallada te miraba fijamente, con melancolía mientras te dirigías a los dioses.
Fue allí donde tuve la certeza de que mis sueños infantiles tenían algo de realidad, que la magia aún existía en este mundo, y que si por magia había llegado yo, a estas tierras, de algún modo, aún no claro para mí, yo podría interactuar con ella.
El viaje de regreso no fue particularmente significativo, mi mente no dejaba de pensar en sueños verdes, niños del bosque, cambiapieles y dragones. Con cada paso mi mente imaginaba un sin fin de posibilidades que en mi vida anterior estaban limitadas a la imaginación, y que aquí en este extraño lugar, por primera vez sentía reales, y de algún modo al alcance de mi mano.
La primera nevada de invierno trajo consigo alegría en todos los hijos del verano, mi hermanita y yo no parabamos de lanzarnos bolas de nieve, hacer montañas de nieve o simplemente disfrutar del momento. Nuestros padres nos miraban con melancolía y resignación, de quien espera una mala noticia pero no quiere escucharla.
La segunda, trajo consigo tormenta y oscuridad, y daría inicio a uno de los más grandes giros que tendría, en mi nueva vida.
