Encontrar las palabras para describir el invierno en este nuevo mundo es difícil. Decir que es frío, helado o gélido es redundante. Al interior de nuestro hogar la chimenea siempre estaba ardiendo y el constante sonido del viento y la nieve eran abrumadores.

La segunda nevada de invierno no fue una nevada como tal, fue una tormenta que lentamente fue devorando la luz del día con sus feroces vientos y enormes capas de nieve. Creo que la primera palabra con la que podría describir este invierno es "aburrido" , días enteros encerrados, sin ver el sol y sin otra cosa por hacer que jugar entre nosotros, beber infusiones calientes, comer y mirar al techo. Esta tormenta duró dos semanas y creo que fueron las más largas de mi vida, nunca me había aburrido tanto, ya me sabía de memoria cada figura escondida en las marcas de la madera del techo.

Fue evidente que nuestros padres ya habían vivido otros inviernos en compañía de niños. Ellos se limitaron a cocinar y alimentar la chimenea y dejaron que nos desesperáramos tanto, que cuando empezaron a contar historias, sus historias, todos teníamos toda nuestra concentración puesta en ellos. Historias de la familia que han sido trasmitidas de generación en generación justo en estos momentos.

Mi madre nos contó como después de un corto otoño siguió un largo invierno, en el que escaseó tanto la comida, que su abuelo y su padre "salieron a cazar" pero nunca regresaron. No era la primera vez que escuchaba esta expresión, pero ahora sí entendí su importancia. Dos bocas menos que alimentar significaron la supervivencia de mi madre y garantizaron mi presencia en este lugar.

Mi padre nos contó sobre sus hermanos, todos menores que él, y como cada uno fue cayendo bajo el manto de la fiebre para nunca despertar, como eso había afectado tanto su vida, y por eso valoraba enormemente mis iniciales frenéticos intentos de inculcarles un estilo de vida más higiénico.

Las siguientes historias ya las había escuchado, pero no dejó de ser interesante ver la cara de asombro y miedo de mis hermanos al escuchar de criaturas de hielo, de gélidos ojos y de toque mortal. Como el gran muro de hielo que era custodiado por la guardia de la noche nos había protegido de ellos y seguía existiendo hasta el día de hoy. Me resultaba totalmente imposible imaginar el muro, pero después de haber visto Invernalia me imaginaba que quizás existía, más no tan gigante como todos lo describían.

Creo que a esta altura a nadie en mi familia le sorprendía mi extraño comportamiento, o que supiese cosas sin saber de dónde las había aprendido. La gente del campo acepta las cosas como son, no se complican con extrañas explicaciones y en caso de que algo sea sorprendentemente increíble, los dioses siempre serán la justificación perfecta; así que cuando empecé a enseñarles matemáticas básicas, lectura y escritura, simplemente lo tomaron como una forma más de pasar el aburrimiento del invierno. No creo que mis padres le encontraran mucho sentido, pero podía ver en los ojos de Jon, mi segundo hermano, como el deseo de aprender más iba creciendo cada vez más.

Sigo sin saber qué esperaba lograr con enseñarles todo esto. No fue una decisión fácil y me asustaban las consecuencias, pero supongo que al final me ganó el aburrimiento, y tener un estudiante atento siempre motiva a su maestro. Además, al venir de un mundo en el que gran parte de la población es letrada, me hacía querer proveer de ese conocimiento a mi familia.

Lentamente encontré otra distracción, o más que distracción fue recordar uno de mis objetivos en este mundo, magia. Mi argumento era simple, algún tipo de magia me trajo a este lugar, así que debía existir, y de existir, de alguna forma debía ser accesible para mi. Creo que en cuestión de semanas en mi mente intenté visualizar todas las formas de magia que alguna vez vi en ficción. Intenté con el entrenamiento que solían mostrar en las franquicias de magos adolescentes, monjes espaciales o trucos de escenario, sin embargo, al cabo de un tiempo y de reflexionar en la estupidez a la que me estaba dejando arrastrar, volví a lo local, tal vez no lo más llamativo, pero quizás sí, lo más feasible para mi. Cambiapieles.

Curiosamente lo más difícil para empezar fue encontrar el animal en cuestión. Me rehusaba rotundamente en si quiera intentar con un insecto, y pensar en las gallinas que nos daban huevos y que en algún momento nos comeríamos, me revolvía el estómago. Así que después de buscar por toda la casa, y en un momento maldecir a mi familia, por lo rigurosos que fueron antes del invierno, erradicando los ratones y murciélagos del techo, me di a la tarea de buscar fuera del hogar cada vez que nos era posible salir.

A pesar de todas las precauciones que teníamos en casa, como excelentes pieles y más leña de la que podíamos gastar en una vida, nuestros padres hacían lo imposible para evitar que saliéramos. Porque si, por más inclemente que fuesen estos inviernos, de vez en cuando había uno que otro momento en el que no había tormentas, y era posible salir. Aprovechamos para respirar aire fresco y recibir la poca luz del sol que se colaba entre las nubes.

Nuestra casa estaba al borde del bosque, y corriendo con una suerte que no pude creer (quizás si existían dioses a los cuales agradecer) encontré una familia de tres ardillas hibernando en uno de los árboles cercanos. No fue fácil, y no las encontré la primera vez que salí a buscarlas, pero después de meses detallando con mi mirada de cazador, la corteza de dichos árboles, encontré el hueco en el que se encontraban. Confieso que me sentí mal al separar a este pequeño de su familia, pero algo me decía que debía ser pragmático, dedicar mis esfuerzos en un solo animal, y tener otros disponibles, relativamente cerca, en caso de que algo saliera mal.

Nuevamente fui sorprendido por mi familia, al verme llegar con una pequeña ardilla escondida en un bolsillo lo único que hicieron fue mirarse entre sí y sonreír. Obviamente ya se lo esperaban: su milagroso hijo bendecido por los dioses sabe leer y escribir de la nada, lo más normal que les pareció fue pensar que también sería un cambia pieles, en sus palabras, "era sólo cuestión de tiempo para que algo así pasara".

Alvin no fue el nombre más creativo que pasó por mi mente, pero en mi mente era el único nombre asociado a una ardilla, y eso debía significar algo, además siendo aún una cría rápidamente me tomó confianza y le fui enseñando cosas básicas (como dar la mano y hacerse la muerta). No tenía idea de lo que estaba haciendo, pero sabía que debía conocer a Alvin tan bien como me conocía a mi mismo, para intentar cualquier locura descabellada que pasara por mi imaginación.

El primer sueño en el que fui consciente que había algo diferente, sucedió cerca del inicio del tercer año de invierno. Mis padres conversaban junto a la chimenea, viéndose extrañamente gigantes y se reían mientras me señalaban. Fue ahí que supe que ya estaba cambiando de piel, y ellos me lo confirmaron al comentarme como mis ojos se habían puesto blancos como la leche, mientras Alvin los miraba y se comportaba de una forma que no era normal. Fue allí que tuve la certeza que que muchos de los sueños que había tenido últimamente con escenas del hogar, no se debían a una proyección de encierro en mi mente, sino a estar viendo a través de los ojos de mi pequeño compañero.

Después de este gran descubrimiento, volverlo consciente, cotidiano o rutinario, no fue difícil, sólo debía tratar de sentirlo, llamarlo con mi mente, y ya estaba viendo a través de sus ojos. Mis hermanos, deslumbrados por aquella maravilla, lo intentaron muchas veces, pero al parecer yo era el único en la familia que contaba con esta habilidad.

Tres años después, al terminar el invierno, Alvin y yo éramos inseparables. Mis padres, con muchas canas de más, no dejaban de sonreír al ver la nieve derretirse lentamente, al saludar a todos los vecinos y celebrar la ausencia de muertes por enfermedad en estos seis años. Mis hermanos mayores, ahora todos adultos, por encima de los 20 años, no paraban de coquetear con las mujeres jóvenes y mi hermanita, ahora con 8 años correteaba por todos lados. Yo con 16 años, o días de nombre, trataba de comprender que aquí ya era un adulto, y que se esperaba de mí, que iniciara mi vida como tal.

En medio de las celebraciones llegó el primer caballero, totalmente vestido de armadura y con la bandera de los Stark. No dejaba de mirar con ojos muy abiertos la alegría de los habitantes del pueblo entero. Al escucharlo, yo no podía creer lo que estaba escuchando, mientras nosotros celebrábamos, el norte entero se sumergía en el lamento del vómito y la diarrea. La peste había llegado.