Ni la historia ni los personajes me pertenecen.
11
Kiba
Tomé otro sorbo de café del hospital y traté de permanecer despierto. Viajamos dieciséis horas, después de haber conducido a Denver la noche anterior para conseguir el primer vuelo. Ino no podía esperar a salir de Gunnison por la mañana.
Vinimos directamente al hospital donde su padre estaba en la UCI, y yo estuve sentado aquí por al menos otras dos horas, solo esperando que ella estuviera bien allí con él.
—Dicen que si pasa la noche, debería estar bien —dijo Natsu, encogiéndose en mi costado.
—Es un tipo duro, tu papá —le dije.
No importaba qué tan cabrón hubiera sido; ningún chico merece perder a su padre de esta manera.
—Lo odio —susurró—. ¿Por qué no puede ser como otros padres?
Dejé mi café y envolví mi otro brazo a su alrededor.
—Lo sé ¿y sabes qué? No es justo. Pero sé que tú y tu hermana son algunas de las mujeres más fuertes e inteligentes que conozco, y creo que eso tiene mucho que ver con lo que han pasado. No lo odies, Nat. Él lucha con algo que no podemos entender.
El problema era que yo lo odiaba. Odié que en el momento en que Ino se enteró de que tuvo una sobredosis, se cerró. Se alejó. Se fueron las miradas suaves, las caricias calientes. Se fueron los besos, las conversaciones sobre nuestro futuro. Miró por la ventanilla del avión y respondió las preguntas con respuestas de una sola palabra.
Mi Ino se fue en el lapso de un latido del corazón mientras empacábamos, conducíamos, volábamos y llegábamos. No era ni siquiera que se alejó románticamente lo que me molestaba. Era que me bloqueó como su mejor amigo. Se cerró y construyó una pared tan alta que necesitaría una maldita escalera.
—¿Quieres que te lleve a casa? —le pregunté a Nat.
—No. Tengo miedo de que si me voy...
No estará vivo cuando vuelva. Lo oí alto y claro sin que pronunciara una palabra.
—Entiendo.
Pasó otra hora antes de que Ino saliera. Me moví para sentarme derecho, pero negó con la cabeza.
—Aún está... Está vivo —susurró mientras señalaba a Nat— ¿Cuánto tiempo lleva dormida?
—Una media hora —dije en voz baja.
Asintió, tomando asiento a mi otro lado. Su piel se hallaba pálida en contraste con las ojeras oscuras bajo sus ojos. Lo peor era que se encontraban planos, sin dar ningún indicio de la emoción que sentía.
—¿Cómo está? —pregunté.
—Estable —Se encogió de hombros— La tía Dawn es un desastre. Nunca le dije lo malo que realmente era. Pensé que si podía manejarlo por mi cuenta ¿por qué sacar los trapos sucios, sabes?
Uní nuestros dedos y apreté ligeramente.
—Hiciste un buen trabajo. Mejor que nadie podría haberlo hecho. Lo que pasó aquí no es culpa tuya. Es suya.
Asintió lenta y repetidamente, lo que pasó a movimientos de balanceo ligeros.
—Debería haber estado aquí.
Bum.
Oí que mi corazón golpeaba el suelo con cada palabra.
—No es culpa tuya —repetí—. Tienes que saberlo o acabará contigo.
Siguió balanceándose, pero la inclinación de su cabeza cambió a sacudidas.
—Debería haber estado aquí. Sé preparar los medicamentos. Sé de lo que es capaz.
—Ino —le supliqué.
Se puso de pie, dejó caer mi mano y regresó a la unidad de cuidados intensivos.
Dos días después seguía vivo.
No me hallaba tan seguro de Ino. Estaba delgada, callada y apenas salía de su cuarto a menos que las enfermeras le dijeran que tenía que hacerlo. Durmió en los sofás de la sala de espera y solo fue a casa para ducharse.
Renuncié a intentar que me hablara ayer. Ino se abriría cuando quisiera, y hasta entonces era como despedazar al Fuerte Knox con un puto palillo de mierda.
Así que en lugar de sentarme allí durante horas, esperando a que se diera cuenta de que estaba justo a su lado, empecé la lista que Neji me envió.
—El viernes es genial —le dije a la compañía de mudanzas—. Estoy impresionado de que puedan hacerlo para entonces. Gracias.
Colgué y taché a los coordinadores de mudanza de mi lista de cosas pendientes mientras bebía un vaso de agua. Ya había puesto su camión en Craigslist y tenía una cita para mostrarlo a un posible comprador. No estaba mal para un martes por la mañana.
En el otro lado, instalaban el satélite en nuestro nuevo lugar en Colorado. ¿Es nuestro? ¿Siquiera vendrá ella?
Un golpe en la puerta sorprendió a Akamaru, pero empezó a moverse como un cachorro cuando abrí la puerta para encontrar a Ino allí. Su cabello se hallaba en un nudo desordenado, pero se encontraba limpio, y sus pantalones vaqueros y camiseta de béisbol eran diferentes al traje que vi esta mañana.
—Oye. No tenías que llamar.
Se encogió de hombros, ocupada acariciando a Akamaru.
—No quería interrumpir. ¿Tienes un par de minutos?
Finalmente, me miró, pero la mirada fría y desapegada en sus ojos tenía a mi estómago dando volteretas.
—Por supuesto. Entra.
Pasó por la puerta, con cuidado de no rozarme y mis sentidos se pusieron en alerta, con las campanas de alarma gritando en mis oídos.
—Papá está despierto —dijo, cruzando los brazos delante de su pecho.
El movimiento no se veía a la defensiva, más como lo que haría para mantenerse entera.
—¡Eso es genial! —Él iba a estar bien. Mi alivio duró poco porque cuando la alcancé, se alejó—. ¿Ino?
Negó con la cabeza, sus dientes se hundieron momentáneamente en su labio inferior.
—Quédate allí. No puedo pensar cuando me tocas.
—Está bien —dije lentamente, metiendo los pulgares en los bolsillos de mis pantalones cortos para mantener mis manos lejos de ella.
Se veía tan pequeña, indefensa, y me desgarraba que no quisiera que la tocara.
—Está despierto y hablando desde esta mañana, justo después de que te fuiste.
—Eso es bueno. ¿Qué pasa? Esto es bueno… no, es una gran noticia. Va a estar bien. Tal vez esto será un punto de inflexión para él.
Rio, el sonido amargo y vacío.
—No cambiará. Nunca va a cambiar. Y no irá a Colorado. Se niega. Dice que todo esto fue mi culpa por haberme ido, y que al minuto que me vaya, lo volverá a hacer.
—Ino...
Dios, quería estrangularlo con mis manos. Nada de esto era su culpa, pero él le metió eso a ella tan joven: la culpa, la obligación, hasta que se convirtió en parte de su mismo ser.
—Ni siquiera fue intencional, ese es el problema. No tomó la botella entera o algo, solo aumentó sus analgésicos. Pero la dosis que ya tenía le dio una sobredosis accidental.
—No fue culpa tuya. Lo diré cada minuto de cada día hasta que te des cuenta. Es un adulto. Hizo una elección.
—Pero es mi culpa —exclamó— Me fui. Creía que alguien más podía cuidarlo, y esto es lo que pasó. Nada de esto habría ocurrido si hubiera estado aquí, donde se supone que debo estar, cuidando a mi familia. —Se frotó las manos sobre sus ojos inyectados de sangre, el azul aún más brillante que de costumbre—. ¿Qué pensaba?
Me acerqué a ella, maldiciendo sus instrucciones, y suavemente levanté sus muñecas para poder ver su cara.
—Pensabas que también te mereces felicidad. Te mereces una vida, amor, hijos, un futuro que no se trata de cuando él decide salirse de los rieles.
—Pero no es así. —Su voz era tranquila, sus ojos suplicaban por algo que yo no sabía dar— A veces sacamos la pajita corta. Perdiste a tu papá, luego a tu mamá. ¿Me estás diciendo que no sentirías lo mismo si fueran ellos? Si tuvieras la oportunidad de estar a su lado, ¿te irías? ¿O te tragarías la amargura porque es la pajita que te tocó, y agradecerías tenerlos aquí?
La pizca de esperanza que mantuve acunada cerca gritó con derrota y murió.
—No volverás a Colorado conmigo.
Sacudió la cabeza.
—No puedo. Mira lo que pasó cuando lo dejé.
Respiré profundo y saqué el plan B.
—Bien, entonces pasaremos el invierno aquí, lo pondremos saludable, y hablaremos de ello otra vez en la primavera. Para entonces tal vez su cabeza estará lo suficientemente clara como para hacer una mejor elección.
—No —susurró—. Dijo que moriría en esa casa antes de mudarse. Es donde todos vivimos cuando mamá se encontraba viva, y eso es todo lo que queda.
—Por lo general, dibujo la línea en reubicar una casa entera, pero puedo hacer algunas llamadas. —Traté de decir en broma. Estaba agarrándome a un clavo mientras se deslizaba por mis manos.
—Está solo. Dijo que nunca estoy allí y tiene razón. Entre tener dos trabajos y ver...
—A mí —le ofrecí, con un tono tenso.
—A ti —concordó suavemente—. Con todo eso, no estoy cerca de él, y no hay nadie más a quien deje entrar.
—¿Qué estás diciendo? —pregunté, mientras el hoyo en mi estómago crecía hasta las proporciones de los agujeros negros. Me miró, la tristeza del mundo salió de sus ojos, y lo supe. Lo supe, maldita sea— No vendrás.
—No puedo. Nunca me perdonaría a mí misma si algo le pasara.
Mi mente dio vueltas, tratando de elaborar el plan C.
—Bien, entonces iré por temporadas. Trabajaré con el equipo de Konoha en el verano, y volveré para los inviernos. Apestará, pero nos las arreglaremos.
Sacudió la cabeza.
—No. No funcionaría. Los dos la pasaríamos mal, y al final, estarías resentido conmigo. Solo prolongaríamos lo inevitable.
—No hagas esto.
Ella se liberó las muñecas y me ahuecó la cara con sus manos, rozando las palmas sobre mi barba de un día.
—Eres el sueño más hermoso. Lo que podríamos haber tenido… esa era otra vida, con otra chica que podía alejarse de su responsabilidad. Esa chica nunca voy a ser yo. Tal vez si Natsu hubiera crecido, pero hay demasiado aquí.
—Puedo llamar a Sasuke. Me retiraré del equipo. Hay otro tipo al que podrían llamar, y me aseguraré de que ocupe el lugar.
Me rozó con el pulgar el labio inferior.
—Con quedarte no arreglarás nada. Te costaría la oportunidad de estar en el equipo de Konoha.
—No me importa. Nada importa sin ti.
Sus manos cayeron de mi cara, y me di cuenta de que estaba equivocado. No me aferraba al clavo, sino que me agarraba desesperadamente a ella; y caía entre mis dedos como agua corriente, imposible de sostener y aún más difícil de remover en su totalidad. Ya se había empapado de mi alma.
—No puedo estar contigo, Kiba. Ahora no. Jamás. No puedo ir, y no puedes quedarte. Nuestro sueño era hermoso, los días más felices de mi vida, pero es hora de despertar. No soy una niña. No puedo hacer cosas egoístas, y no todo el mundo consigue el cuento de hadas.
—Eres mi cuento de hadas —discutí— Eres la única mujer que he amado. La única mujer que amaré, y no me rendiré tan fácilmente.
—¡No te estoy dando una opción! —gritó, alejándose de mí. La falta de contacto físico se sentía como si me hubieran cortado un miembro. Mis nervios gritaban por tenerla de vuelta— Dios ¿no puedes ver? Sigo siendo la chica con las malditas tuercas oxidadas en el neumático. No voy a retroceder. No voy a dejarlo. ¡Eso no es lo que hacen las personas buenas!
Me froté las manos por mi cara.
—Entonces ¿qué se supone que tengo que hacer? ¿Te alejas porque eres honorable? ¿Porque empezaste a hacer lo que nadie más haría? ¿Esperas que sea menos que el hombre que conoces si me alejo?
Sacudió la cabeza, dos lágrimas corriendo por sus mejillas.
—No. Espero que hagas lo que necesitas para tu familia. Ve a Colorado. Conviértete en lo que te hallabas destinado a ser. Vive en esa casa y sé feliz, Kiba. ¡Solo se feliz!
—¡No puedo ser feliz sin ti! ¿Es eso lo que piensas de mí? ¿Qué puedo mudarme, empezar de nuevo? ¿Olvidar que existes? Estás en cada respiración que tomo, cada pensamiento que tengo. No te dejaré aquí para cargues esto sola. Para que críes a Nat, que cuides de tu papá, que trabajes y te lleves a ti misma a la muerte. Eso no está en mi naturaleza.
—No es tu elección —dijo, secándose furiosamente las lágrimas— Ya sea que sigas aquí o no, terminamos. No me sentaré y te veré molestarte conmigo, mirarte besar esa foto cada vez que vuelves a casa de un incendio. Eso me matará mucho más que saber que estás feliz en otro lugar con otra persona.
La rabia pura y blanca me ahogaba y tuve que tragar un par de veces antes de ponerme bajo control.
—Si crees que eres fácilmente reemplazable, entonces nunca me conociste.
—Solo tuvimos unos días —dijo en voz baja.
—Tuvimos siete jodidos años.
—Y terminaron. Terminamos.
—Ino...
—¿Cuál es tu solución, Kiba? ¿Qué sucede si te quedas aquí y Neji muere en un incendio? Nunca te recuperarías de eso. La culpa te destruiría. ¿Qué pasa si voy allí y mi papá muere porque no estaba aquí para cuidar de él? Soy su hija. Su carne y hueso. Le debo esto a mi madre. Le prometí eso, y tanto como yo... —Mi corazón se detuvo mientras ella respiraba, cerrando sus ojos por un momento— Por mucho que me preocupe por ti, se convertiría en odio por ponerme en esa posición donde tengo que elegir abandonar a mi familia para estar contigo.
Odio.
La palabra me clavó un cuchillo a través del pecho, y tan seguro como si fuera una herida física, mi corazón sangró en mi piso de madera dura.
—En serio estás terminando esto.
—No tengo elección.
Negué con la cabeza.
—No, tienes todas las opciones, simplemente te niegas a verlas. No estoy diciendo que son opciones fáciles, pero por lo menos las tienes. Yo, por otro lado, me quedo aquí mientras me destrozas porque no estás dispuesta a arriesgarte.
—¡No hay oportunidad que tomar! Es una certeza.
—No tienes idea de lo que podría pasar durante el invierno. Ninguna. Lo dejaste manipularte, como de costumbre. Como tu mejor amigo, me quedé de brazos cruzados y vi cómo te ponías en último lugar una y otra vez. Pero como el hombre que te ama, abiertamente y en voz alta, no puedo soportar ver cómo te haces esto.
—Te estoy diciendo que no mires. Te estoy diciendo que te vayas.
—¡Es una mierda que creas que tienes que hacer esa elección por mí!
—Eres como un niño en un coche, acelerando hacia el acantilado, que sabe lo que viene pero que se niega a girar, o simplemente parar.
—Y tú tienes demasiado miedo del acantilado como para encontrar otro rumbo —respondí.
—¿Te das cuenta de lo que sucede cuando saltas de un maldito acantilado? Caes. Mueres. El suelo te aplasta.
—O tal vez vuelas. Maldita sea, Ino ¿por qué haces tan difícil amarte? ¿Por qué no dejas que te ame?
Parecía como si la hubiera abofeteado, esos ojos enormes y llenos de lágrimas mientras nos encontrábamos uno frente al otro, el único sonido en la habitación, el latido de mi corazón, el torrente de sangre a través de mis oídos.
—Nunca quise que terminara de esta manera —susurró.
—Sí, bueno, nunca quise que terminara.
—Lo siento mucho —susurró.
—Ya somos dos.
Asintió y caminó hacia la puerta, deteniéndose en el marco para mirar hacia atrás.
—Adiós, Kiba.
Luché contra todos mis instintos que exigían que la siguiera y la besara hasta hacerla entrar en razón, que la obligara a ver que podíamos hacerlo. Por muy imperfectas que fueran nuestras circunstancias, éramos perfectos el uno para el otro. Pero ya no iba a forzarla a ver las posibilidades. Ésta fue su elección.
Cada músculo de mi cuerpo se cerró mientras decía las palabras que ella quería.
—Adiós, Ino.
El sonido de la puerta cerrándose reverberaba a través de cada célula de mi cuerpo. Solo entonces dije la palabra que necesitaba.
—Te amo.
El futuro que había planeado, soñado, anhelado se desintegró frente a mí. Mi corazón se rompió con el vaso que tiré contra la pared, el agua goteando por la pared y empapándose en la pintura.
