Ni la historia ni los personajes me pertenecen.

12

Ino

—Soy el que está en el hospital, pero tú eres la que se ve como una mierda —dijo papá mientras entraba en su habitación.

—Déjala en paz, Jim —dijo la tía Dawn desde la silla junto a su cama— Cariño, ¿estás bien?

—Estoy bien —contesté, dando la misma respuesta que he dado durante los últimos tres días desde que dejé a Kiba.

Lo dije a todo el mundo en el trabajo cuando me preguntaron sobre lo rojo que estaban mis ojos. Se lo dije a Nat cuando me sorprendió mirando al espacio, pensando en él. Me lo dije a mí misma cada vez que sentí que mis paredes se desmoronaban y surgían las emociones no tan buenas.

—Bien o no, te ves como una mierda —repitió papá, sentándose en la cama con una mueca de dolor—. Ojalá no hubieran reducido los medicamentos.

—Tienes que ser capaz de funcionar —dije— Además, con la nueva terapia física, tal vez podamos deshacernos de ellos.

—No voy a ver a un fisioterapeuta —gruñó.

—Sí, ¿por qué molestarse con algo que podría ayudarte? —grité— ¿Por qué no solo aumentar los medicamentos para el dolor hasta que estemos aquí de nuevo?

—¡Cuidado con tu tono! ¡Tu madre estaría avergonzada!

Mi boca se cerró de golpe, el calor enrojeció mi cara. Ella lo habría manejado con más gracia de la que yo hubiera podido… y había muerto por ello.

—Jim —le advirtió la tía Dawn—. Ino no te puso en este hospital. Lo hiciste tú mismo.

Antes de que él pudiera contestarle bruscamente, el doctor vino a dar de alta a papá. Miré por la ventana en dirección a la casa de Kiba, preguntándome que se encontraba haciendo, que tan enojado continuaba conmigo. ¿Cometí un error?

Cerré esa línea de pensamiento antes de que pudiera destruirme. No había elección. Tenía que dejarlo libre antes de que nos destruyéramos.

Demasiado tarde.

Escuché mientras el médico daba las instrucciones de salida a mi tía. El analgésico que se le permitía, el terapeuta que tenía que ver. El médico debía haberme dado las instrucciones. Después de todo, yo era la responsable de papá. Pero este doctor no sabría eso. En las apariencias, tenía sentido que la mujer de cincuenta y tanto cuidara al hombre de la misma edad.

No la de veinticinco años.

Alrededor de una hora más tarde, teníamos a papá acomodado en el sofá de la sala de estar.

—Dame el control remoto —exigió cuando la tía Dawn fue a sacar las maletas del auto.

Lo entregué sin decir una palabra, demasiado cansada para pelear con él por los modales.

—Dame una de esas pastillas blancas.

—No, aún no es hora —le dije, alejando los medicamentos.

—¡No eres el adulto aquí! —gritó.

—¡Por supuesto que sí! —repliqué— ¡Eso es lo que me hiciste! Quieres ser el adulto, entonces tienes que actuar como tal.

Puse los medicamentos en la canastita de pan sobre la nevera, agarré el mostrador y me incliné, tratando de respirar. De repente todo se sentía sofocante, como si las paredes de mi vida estuvieran repentinamente cerrándose; como si estuviera atrapada en ese compactador de basura de La Guerra de las Galaxias. Pero había dejado que mi Han Solo se alejara.

Jadeando por aire, tropecé hacia la puerta principal, agarrando las llaves de mi auto en el camino a la salida. Necesitaba verlo. Incluso si fuera por un segundo. Incluso si él me decía que me fuera al infierno, lo necesitaba.

—¿Ino? —La tía Dawn chocó conmigo en los escalones inferiores— ¿Estás bien?

—Estoy bien —contesté automáticamente, aspirando el aire limpio y dulce— Solo necesito hacer un mandado. ¿Crees que podrías quedarte con él?

—Por supuesto.

—Gracias —dije, casi corriendo hacia mi auto.

—Cariño —gritó — no tienes que hacer esto, cuidar de él sola. No sabía lo mal que estaba, eres tan buena cuidándolo. Pero ahora estoy aquí. No te voy a dejar hacer esto sola. ¿Entiendes?

—Es mi padre —dije con un encogimiento de hombros.

—Es mi hermanito. Era mi responsabilidad mucho antes de que fuera tuya. No dejes que las acciones de tu padre te impidan vivir tu vida. ¿Me entiendes? No lo resistiré, y tu madre tampoco lo haría.

Asentí, incapaz de pensar en algo que decir, y luego me deslicé detrás del volante. Me saludó antes de desaparecer dentro de la casa, y salí de nuestro camino de entrada, más que desesperada por llegar a Kiba… Quizás Kiba tenía razón. Tal vez si tenía a la tía Dawn para ayudar a papá, se pondría mejor; al menos lo suficiente como para mudarse a Colorado. Tal vez todo lo que necesitaba era el invierno.

Tal vez había algo en el borde del acantilado.

Corrí por las carreteras secundarias hacia la casa de Kiba. Nunca había pasado tanto tiempo sin hablar con él a menos que estuviera en un incendio, y nunca habíamos tenido una pelea tan fuerte, pero sabía que podía arreglarse.

Él era Kiba. Yo, Ino. Era tan simple como eso.

Me detuve en su camino de entrada y apagué el encendido, corriendo hacia la casa antes de oír la puerta del auto cerrarse por completo detrás de mí. Akamaru no ladraba, así que tal vez se encontraban afuera corriendo.

Busqué en mis llaves, sacando la llavecita de bronce que me había dado hace años, y abrí la puerta.

—¿Kiba? Usé mi… —El aire salió de mis pulmones mientras miraba su casa perfectamente limpia y vacía—. Llave.

Todo había desaparecido. Los muebles. Los platos. Los tazones de Akamaru. La casa que amaba se había transformado en una cáscara vacía. De alguna manera conseguí que mis pies se movieran, para llevarme al mostrador de la cocina donde se encontraba una pila de papeles. Había un contrato de venta y una nota para Mindy Ruiz, un agente de bienes raíces local.

Hola Mindy,

Aquí está el contrato de venta. Lo siento por irme tan rápido. Tenía sentido enviar todas mis cosas con las de Neji. Encontrarás su contrato de venta bajo el mío. Si necesitas algo más, enviaré mi nuevo número en Colorado. Todas las llaves están aquí excepto una. Ino Yamanaka la tiene. Deja que la conserve. Pagaré para que cambien las cerraduras cuando encuentres nuevos compradores.

Gracias,

Kiba Hyuga.

Se había ido. Real y verdaderamente ido.

Porque le dije que se fuera.

Mi espalda golpeó el gabinete y me caí al suelo. Sosteniendo mis rodillas contra mi pecho, finalmente sucumbí a mis emociones, dejándolas salir de la jaula en donde se encontraban encerradas.

Lo amaba. Siempre había pensado que si no reconocía ese hecho, no tendría el poder de lastimarme, pero de todas maneras estaba pulverizada. Sin importar lo que le dije o me dije a mí misma. El amor seguía allí y el dolor era agonía pura.

Lo tuve. Lo toqué. Lo amé. Sostuve su corazón en mis manos y luego se lo arrojé a él.

Mis sollozos resonaron en la casa vacía hasta que mi cuerpo se quedó sin lágrimas. Cuando me fui, era de noche, y estaba rota.

—Quiero mudarme a Colorado —dijo Natsu mientras me ayudaba a cargar el lavavajillas.

—Tienen algunas universidades muy buenas. ¿Por qué nos buscamos algunas? Solo faltan cinco años.

Coloqué otro vaso en la rejilla superior.

—Porque quiero ir ahora.

Mi estómago se endureció.

—Sí, bueno, no podemos. Mira lo que pasó cuando me fui la última vez.

Habían pasado tres semanas desde que él tomó la sobredosis. Dos desde que Kiba se mudó a Colorado.

Una desde que publicó una foto de su nueva casa en Instagram con la leyenda de que se encontraba en casa, en Konoha, para siempre.

—¿Dónde está esa cerveza? —gritó papá desde la sala de estar.

—Esa fue su elección —susurró Nat.

Tomé un vaso limpio del gabinete, llenándolo con hielo y agua, y salí de la cocina sin responder. ¿Cómo podía entender? Solo tenía trece años. Yo tenía dos años más cuando mamá murió, e incluso entonces no entendí por completo.

—Aquí vamos —le dije a papá mientras colocaba el vaso a su alcance en la mesa de centro.

—¿Qué es esa mierda? —escupió.

—Eso es agua. El doctor dijo que nada de alcohol, ¿recuerdas?

Conté hasta diez en mi cabeza, recordándome que era un adicto.

—No me importa lo que dijo ese doctor. Dame una cerveza antes de que tu tía Dawn regrese de la tienda.

—No —dije, sacudiendo la cabeza.

—¡Muchacha! —gritó, y escuché a Natsu quedar en silencio.

El agua corría, pero no se escuchaba ningún plato.

—No renuncié a todo lo bueno en mi vida solo para que pudieras sentarte allí y beber hasta la muerte —dije tranquilamente.

—¡Dame la maldita cerveza! ¿Renunciar a todo lo bueno? ¿Qué podrías saber tú? ¿Porque terminaste con un chico con el que saliste por cinco segundos? ¡Perdí a tu madre!

—Yo también —grité— ¡No eres el único que la perdió!

Algo pasó por delante de mi cabeza y se estrelló contra la pared. Me giré para ver el agua corriendo por la pared sobre un charco de hielo y vidrio roto.

—¡Limpia eso! —gritó.

—Límpialo tú —dije bruscamente y me alejé.

Me dolía el pecho mientras corría afuera, jadeando por aire fresco mientras me sentaba en los escalones del frente, con la cabeza en las manos. Me lanzó un maldito vaso. ¿Qué era lo siguiente? ¿Me golpearía? ¿Golpearía a Nat? El doctor nos advirtió que empeoraría antes de mejorar. Que la desintoxicación de los medicamentos para el dolor no iba a ser agradable, pero esto era horrible. Tal vez era necesario enviar a Nat a la casa de una amiga por el próximo mes.

La puerta se abrió y cerró detrás de mí y Natsu se unió a mí en el escalón.

—Quiero mudarme ahora.

—Lo sé —dije, colocando mi brazo a su alrededor—. Pero no podemos dejarlo.

—No lo haríamos. La tía Dawn está aquí. Ya se ha ofrecido a cuidar de él, y seamos francas, es la única que lo asusta remotamente.

—Eso es cierto, pero es nuestro padre.

—Nunca va a perdonarnos por la muerte de mamá —susurró.

Quería decirle que eso no era cierto, pero había hecho una promesa de nunca mentirle, así que permanecí en silencio.

—¿Ino?

—¿Sí?

—Hice algo.

Mi estómago se apretó.

—Está bien, ¿qué hiciste?

—¿Sabes de mis ahorros?

—Sí.

Odiaba hacerla ahorrar la mitad de cada regalo de cumpleaños de nuestra extensa familia.

—Los gasté ayer.

Antes de que pudiera volverme loca y decirle que lo necesitaría cuando fuera a la universidad, desdobló un papel de su bolsillo trasero y me lo entregó. Haciendo todo lo posible para que mis manos no temblaran, lo abrí. Luego mi mandíbula golpeó el suelo.

—¿Quieres que sea tu tutora legal?

Asintió.

—No hay nada para nosotras aquí, Ino. Ya eres más padre de lo que es él. Esto solo haría posible…

—Que nos mudemos a Colorado sin él —susurré.

—Que seamos libres.

La abracé, y por primera vez en mi vida, consideré dejarlo atrás.

—¿Segura que no tienes ningún inconveniente en llevarlo a su cita? —le pregunté a la tía Dan.

—Sí, Ino. Ve a trabajar. Tal vez, ¿quedarte afuera hasta tarde? ¿Ir a ver una película?

Había pasado un mes desde que Kiba se fue, y aún no me aventuraba a salir por cosas diferentes al trabajo, la tienda de comida, o llevar a Natsu a la escuela. Al igual que la casa de Kiba se había convertido en nada más que una concha vacía cuando se fue, yo me encontraba hueca por dentro sin él.

Revisaba su Instagram como una mujer loca, saboreando las fotografías que tomaba de Konoha, de las vistas durante sus carreras, o la terraza. Donde me dijo que me amaba.

Por mucho que las fotos me dolieran, no era nada comparado con el dolor que me rasgó en dos cuando su casa aquí se vendió.

Mientras tomaba una merienda antes del trabajo, vi un panfleto en el mostrador.

—La Verna Lodge. ¿Qué es esto?

—Es un centro de rehabilitación extendido —dijo la tía Dawn— Quería hablar contigo sobre eso más tarde. No está mejorando con la forma en que hacemos la cosas, y pensé que tal vez necesitaba un poco más de estructura. Una mano más firme.

No había tenido otro estallido violento, pero tampoco limpió el vaso que rompió. Era cuidadoso con sus palabras, especialmente cuando la tía Dawn se encontraba cerca. Tal vez Nat tenía razón y yo no era lo que necesitaba para estar saludable.

—¿Crees que esto es lo que necesita?

Cubrió mi mano con la suya.

—Lo creo. Tengo el dinero, no tienes que preocuparte por eso. Pero creo que ambos tienen que irse. Él al centro de rehabilitación y tú con ese hombre al que amas tan desesperadamente.

Un nudo se formó en mi garganta.

—Ese barco ya partió.

—Persíguelo —dijo en voz baja— Tienes toda tu vida por delante. Deja que tu papá se recupere. En este momento él no te merece, y ha llegado el instante en que debes reconocer que no es tu responsabilidad, no importa cuánto reclames lo contrario.

"Nunca lo digas, Ino. No puedes decirlo nunca". Las palabras de mi mamá volvieron a mí mientras le daba un vistazo al panfleto.

—Él nunca aceptará. Su adicción… es algo que nunca diría en público.

—Ahora querida, ese es un barco que ya zarpó. La ambulancia y su estancia en el hospital lo han delatado muy alto. Honestamente no sé porque no acudiste a mí antes.

—Yo… él… —titubeé— lo hice por mamá, estaba asustada de que si me iba o atraía atención a esto, el sistema se llevaría a Nat. Ella era muy pequeña y yo continuaba en preparatoria.

—Ya no es así. Estarías más que bien como su tutora… si quieres. Estoy aquí. No voy a ningún lado, y si quieres irte, puedo cuidar de Natsu. De todas formas, necesitamos conseguirle tratamiento.

Asentí. Tenía razón acerca de todo. El mismo miedo que me convenció todos estos años ya no venía a juego.

—Tal vez le pueda hablar al respecto. —Un rápido vistazo a mi teléfono me advirtió que tenía treinta minutos antes de necesitar irme—. Déjame vestirme para el trabajo.

Diez minutos después, caminé a través de la sala pero me detuve cerca de la puerta cuando oí a tía Dawn hablando con Natsu, y escuché a escondidas de forma descarada.

—Tienen un gran programa de pre-leyes y el campus es hermoso —dijo Nat.

—Estoy segura que sí, bebé. Estoy muy orgullosa de ti por pensar en el futuro. ¿Has buscado algo local? —preguntó tía Dawn.

Papá luchó por sentarse, y tía Dawn lo ayudó, poniendo una almohada en su espalda.

Nat lamió sus labios nerviosamente, sus ojos saltaron hacia papá antes de responder.

—No realmente. Creo que pertenezco ahí. Como que Colorado me llama.

Sonreí ante la nostalgia en su voz, la forma en que su mundo parecía tan abierto, donde todo era posible. Tenía la determinación para hacerlo. Una vez que a Natsu se le metió algo a la cabeza, era casi un trato hecho.

—¿Qué pasa con Ino? —preguntó papá, mirándola tiernamente en una manera que solo he visto cuando quiere algo.

Frío corrió por mi espalda.

—¿Qué pasa con ella? —preguntó Natsu con cuidado—. Le encanta Colorado.

—Así es. Pero no dejará este lugar. Este es su hogar, también el tuyo, pero entiendo que quieras extender tus alas. Nuestro pueblito no es para todos, ¿no es cierto?

—No —dijo en voz baja, mirando sus manos, y poniéndolas juntas.

—Supongo… —Movió la cabeza, y me incliné más cerca.

—¿Qué? —preguntó ella con una voz pequeña.

—Solo que nunca te imaginé como el tipo de chica que abandona a su familia.

Oh, diablos no.

—Oh, eso no es lo que está haciendo —argumentó tía Dawn, pero el daño estaba hecho.

Los hombros de Nat se desplomaron.

—Creo que nunca lo pensé de esa manera.

—Apuesto a que Ino sí —dijo buscando su mano— No sé cómo se las arreglará sin ti.

Cada vez que él usó esas palabras conmigo flotaron en mi cabeza, trayendo los recuerdos, y con ellos la fría rabia que no había sentido desde que mamá murió. Esto no era acerca de la familia para él. Si lo fuera, estaría contento de que yo estuviera aquí para cuidarlo y dejaría ir a Natsu.

No, esto era por control… E iba a quitárselo.

Caminé hacia la mesa del pasillo y calmadamente tomé los papeles de Natsu, luego agarré un bolígrafo y regresé a la sala, con tía Dawn dándome una inclinación de cabeza.

—¿Ino?

La ignoré y fui directamente hacia mi padre.

—Nat, muévete —le instruí.

Brincó, moviéndose de mi camino. No la miré, en su lugar me concentré en el hombre que me culpó por su sufrimiento desde que tenía quince.

—Fírmalo —le dije, dándole el papel y el bolígrafo.

—¿Qué? —se mofó, abriendo los papeles—. Imposible que firme esto.

—Lo firmarás —exigí— Me llevaré a Natsu a Colorado. Va a tener una vida. Va a tener una infancia de verdad y después va a ser lo que quiera cuando crezca. No permanecerá aquí controlada por ti para que puedas convencerla con la culpa de pasar su vida en esta casa. Me niego. Firma el maldito papel.

—¿Has perdido la cordura? —espetó— Es mi hija. ¿Quieres irte? Vete. Nadie te está deteniendo. Desaparece. Pero ella se queda.

Apuntó el bolígrafo hacia Natsu. Me senté en la silla, acercándome para que solo él pueda escucharme.

—Firmas el papel, o le diré porque murió nuestra madre —Se tensó— Estabas drogado cuando manejabas. Ves, puedes decir que tu adicción fue el resultado de ese choque y obtener simpatía, pero yo era suficientemente mayor como para recordar. Estábamos en casa de la abuela porque mamá necesitaba llevarte antes de que tus compañeros de trabajo se dieran cuenta en lo que te habías convertido. Lo sé porque no era una niña cuando pasó, papá. La escuché en el teléfono. Sabía cómo era la parafernalia de las drogas.

—No lo harías —susurró, abriendo sus ojos con pánico.

—Sí. Por Natsu lo haría. Puedes culparnos todo lo que quieras por haber nacido. Pero eras un adicto mucho antes del accidente. Y sé que la única razón por la que no te metieron a la cárcel fue porque estuviste en la fuerza y tu amigo imaginó que perder a mamá te cambiaría. No quería llevarte lejos de nosotras.

—Ino…

—Te odié, pero también me alegraba tenerte vivo.

—Por favor no…

—Pero ya no me siento de esa manera. No tengo problema con escribir un gran artículo acerca de esto en el periódico. Seguro, nadie me creerá, pero todo cambiará. Firma los papeles, papá. Libérala. Recupérate. Luego ven a buscarnos, y veremos si podemos reparar lo que has destruido. Hasta entonces… firma los malditos papeles.

Un simple movimiento de su muñeca y Natsu era libre.

Y yo también.