Disclaimer: el mundo mágico y sus personajes no me pertenecen, tampoco gano dinero escribiendo esto, solo dolor y sufrimiento.
Advertencias: Relación ChicoxChico. Angst. Hurt/Comfort. Time Travel: Regression. Era de los Merodeadores
Pareja: Sirius Black/Remus Lupin (Wolfstar). Y más adelante una relación poliamorosa bcs yes con James/Lily/Regulus
Nota de la autora: Acá les traigo un nuevo capítulo. Viendo cómo están siendo mis días, creo que moveré los días de actualización a los miércoles. ¡Así que nos vemos el próximo miércoles! Muchas gracias por leer, espero les guste :)
Capítulo 3: 3 años después
Sirius entró a la cocina soltando un bostezo. Sentado en la mesa y desayunando solo estaba Regulus. El más joven apenas le echó un vistazo a su hermano mayor antes de regresar su atención a las frutillas con crema que estaba comiendo. Al parecer, de nuevo Kreacher había estado consintiendo al chiquillo.
—Se dice buenos días —regañó Sirius.
—¿Y por qué no me saludas tú primero? —Regulus levantó la mirada.
—Soy mayor, me debes respeto.
—Solo tienes 15, no eres mayor.
Habían pasado 3 años desde que Sirius había vuelto en el tiempo. El Gryffindor había creído que las cosas serían diferentes con su familia, pero todo se había dado igual a la línea original.
—Y tú 14, soy mayor.
Sirius se sentó en la mesa luego de tomar una manzana. Le dio un mordisco y sonrió con arrogancia hacia el Slytherin. Regulus arrugó la nariz, frustrado por no poder contraargumentar. El día recién comenzaba y ya estaban discutiendo, eso solo demostraba que la relación entre ellos nunca sería buena.
A lo largo de esos tres años Sirius se había esforzado en intentar llevarse bien con su pequeño hermano. Pero las cosas no habían resultado del todo bien. Regulus obedecía a Walburga sin cuestionar, tomaba sus enseñanzas y las volvía un absoluto, así que se había vuelto un mago purista y clasista. Para Sirius ya era difícil lidiar con alguien tan prejuicioso y conservador, entonces se volvía imposible cuando ese alguien ni siquiera tenía voluntad. Tal como había ocurrido en su primera vida, su relación con Regulus se deterioró hasta llegar al punto de no existir.
—Hoy llegan las cartas de Hogwarts —mencionó el menor.
—Lo sé —Sirius respondió sin prestar real atención, más concentrado en la fruta.
—Madre espera que seas nombrado prefecto.
El mayor soltó un ruido que era una mezcla de resoplido y de risa. Sirius tenía las notas suficientes como para que le dieran el título, había estado sacando los primeros lugares junto a James en casi todas las materias. No recordaba cómo lo había hecho en su primera vida, pero en esta había tenido que ponerle empeño al estudio. Los profesores lo consideraban un genio, apenas enseñaban un hechizo y Sirius ya lo dominaba. Claro que eso ocurría porque era un adulto que ya había recibido su formación como mago. No obstante, había tenido serios problemas con el área teórica, así que tuvo que quemarse las pestañas para conseguir buenos resultados. Podría haber sido alguien mediocre, pero lo de obtener buenas notas era algo que le habían inculcado a golpes, literalmente. Era difícil ir contra una costumbre nacida de la supervivencia, así que por segunda vez se había pasado años y años tratando de obtener el mejor resultado.
—Dudo mucho que Minnie quiera hacerme prefecto —Sirius apoyó el brazo libre en la mesa y se recostó sobre él, mirando a su hermanito—. ¿Walburga aún no ve la realidad?
Regulus frunció el ceño, pero no dijo nada sobre la manera tan irrespetuosa con la que su hermano se había referido a la mujer. En su lugar, volvió a su desayuno, comiendo muy lentamente. Tenía una forma muy particular de evitar que sus labios rozaran el pequeño tenedor en cada bocado.
—¿Tú también esperas que me nombren prefecto? —Sirius alzó las cejas, curioso.
—Por supuesto que no. Albus Dumbledore estaría loco si te diera tal poder —la pequeña serpiente levantó la vista e hizo una mueca—. Aunque podría suceder, ese hombre ya está medio loco.
—Es un genio, no es comprendido por almas comunes como tú.
—¿También eres un genio?
Sirius rió divertido, todavía recostado en la mesa.
Walburga había dicho que era una especie de genio luego de recibir sus notas que mostraban resultados más que brillantes. Regulus se burlaba cada vez que podía desde que aquel comentario fue dicho, lo hacía porque sabía que a su hermano le molestaba que la mujer lo llamase genio. El Gryffindor odiaba las responsabilidades y darle el gusto a su madre, así que los halagos de esa mujer solo le producían asco. Y claro, la cría de serpiente lo había notado. Las aspiraciones de Walburga no eran solo por los resultados académicos de su primogénito, era bien sabido que el heredero de los Black tenía presencia dentro de los leones y de la escuela. Si lo quisiera, podría liderar cualquier grupo. Pero Sirius no iba a recibir ningún honor para no complacer a la bruja. Por otra parte, todos intuían —menos Walburga, al parecer— que si lo nombrasen prefecto, Gryffindor se volvería un caos. Era más que probable que no le dieran el título, así había sido en su primera vida y así sería en esta.
—No sé por qué te quejas de los locos y genios —el león se enderezó—. ¿No eras amigo de la chica Malfoy? A ella claramente le falta un tornillo.
—No metas a Pandora —Regulus dejó sus cubiertos sobre la mesa con algo de brusquedad—. Ya terminé.
Sirius se había rendido con el espionaje a su hermano a los dos meses de haberlo iniciado, así que no tenía modo de saber con quiénes se relacionaba Regulus en la actualidad. Se enteró que la amistad entre la bastarda de los Malfoy y Regulus había continuado en una horrible cena de los Sagrados Veintiocho en el verano. Sirius, como siempre, había discutido con su madre y se había quejado sobre los ideales de los sangre pura. En consecuencia, había sido expulsado de la cena. Mientras vagaba por la mansión de otro loco sangre pura se había topado con los dos niños, y la amistad entre ellos había quedado en evidencia. La extraña chica no le era desagradable, aunque era una Malfoy, estaba lejos de defender sus ideales, era mucho más crítica que Regulus en ese aspecto; pero parecía estar obsesionada con las conspiraciones y los hechizos, desde sus orígenes hasta sus efectos.
—Espero que a ella nunca la nombren prefecta —mencionó Sirius
Regulus salió de la cocina sin responder.
Apenas llegaron a la estación, Sirius se soltó de su madre, agarró sus cosas y subió al tren corriendo. Walburga le gritó algo, pero el Gryffindor ya estaba demasiado lejos para escuchar. Como aún era temprano, ninguno de sus amigos había llegado, por lo que eligió un compartimento vacío al final del tren.
Debido a su actuar rebelde e irrespetuoso, Walburga lo había castigado sin poder salir ni recibir o mandar correspondencia. Por suerte, tenía a James y a los espejos gemelos. Los habían empezado a usar el año anterior para sobrevivir a las aburridas detenciones, y ahora, en el verano, le habían dado un buen uso. Sus días en Grimmauld Places habían mejorado notablemente gracias a los ratos en que hablaba con el chico. En una de esas charlas a través del espejo su mejor amigo le había contado emocionado que lo habían nombrado capitán del equipo de quidditch. Sirius había conseguido preparar un regalo de felicitación, pero no había podido entregárselo todavía. Ya quería ver la cara de Prongs cuando lo viera.
—Ya me parecía que olía a perro callejero.
Sirius giró la cabeza y sonrió al ver a Remus. Se veía agotado e igual de delgado que siempre, pero estaba más alto, además, había coleccionado un par de cicatrices más en su rostro. El joven Black sintió algo de culpa, le había prometido acompañarlo todas las lunas llenas, pero no había podido hacerlo durante los veranos. Aún no encontraba una forma de poder escaparse de casa e ir a verlo esas noches.
—¿A quién le dices perro callejero? Me bañé y me peiné —Sirius señaló la desordenada media cola—. Soy un perro bonito, Moony.
El licántropo rió entre dientes al mismo tiempo que entraba al compartimento y acomodaba su equipaje, Sirius siguió cada acción con la mirada, intentando averiguar si tenía más heridas o las transformaciones lo habían afectado más de lo usual. Remus rodó los ojos al darse cuenta y le dio una suave patada en la pierna para que dejara de verlo. Su amistad se había ido profundizando desde segundo año por el secreto que compartían, Remus era el único que sabía que era un animago no registrado y Sirius era el único, descontando a los profesores, que sabía que era un hombre lobo.
—Adivina a quién han nombrado prefecto —canturreó Remus, sentándose frente a Sirius.
—¿A ti? Ni James ni yo recibimos tan grande honor —recalcó la última palabra para darle un tono sarcástico—. Dudo mucho que Minnie nombrara a Peter… Debes ser tú, ¿no?
—Que lo hagas por descarte me hace sentir mal —bromeó el otro.
—No es por descarte. McGonagall cree que puedes controlarnos, ni idea de dónde habrá sacado eso. Piensa que eres responsable.
—¿No lo soy?
Remus sonreía divertido. Sirius le devolvió el gesto al mismo tiempo que se echaba en su asiento para luego mirar por la ventana. El andén poco a poco empezaba a llenarse de familias yendo a dejar a sus hijos. La puerta del compartimento se abrió y entró un nervioso Peter. Sirius había intentado marginarlo durante esos tres años, pero James se había esforzado en integrarlo. La rata traidora terminó formando parte del grupo, pero siempre tenía cuidado de no quedarse a solas con el joven Black, las cosas entre ellos nunca resultaron porque Sirius sabía de lo que era capaz ese traidor.
—Hola, Remus. ¿Qué tal el verano? —Peter se sentó al lado del hombre lobo, ignorando a Sirius.
—Aburrido. ¿Qué tal el tuyo?
Remus ya se había rendido de hacer que Sirius fuera amigo de Peter o, como mínimo, lo tratase con amabilidad. Normalmente ignoraba el horrible ambiente entre ellos. Solo se entrometía cuando consideraba que Sirius estaba siendo cruel, lo que pasaba bastante seguido. El joven Black desconectó de la conversación, ignorando por completo a la rata traidora.
Cuando sonó el silbato avisando que el tren iba a partir llegó James con una brillante sonrisa. Saludó a todos de forma efusiva para luego acomodarse al lado de Sirius, soltando un suspiro de enamorado.
—¿Pasó algo bueno? —preguntó Sirius con una sonrisa picarona.
—Lily es prefecta, estuvimos hablando en el pasillo —James intentó peinar su cabello hacia atrás—. Vamos a tener que comportarnos.
—¿Lo harás por Evans y no por mí? —Remus alzó una ceja.
—Agradece que al menos lo haré. Tendremos que esforzarnos en borrar nuestros rastros en las bromas a Snape, Lily sigue siendo su amiga —el de lentes rodó los ojos e hizo una mueca de asco.
Aunque la amistad entre Evans y Snape continuaba, se había ido tensionando a lo largo de los años. Entre las bromas cada vez más crueles de los merodeadores, las juntas de Quejicus con los Slytherin más puristas, y la personalidad siempre correcta de Lily, las cosas se habían complicado entre ambos. Sirius estaba satisfecho con que al menos aquello saliese bien sin que tuviese que intervenir tanto. Quizás ni siquiera haría falta una humillación por parte de los merodeadores para que al fin la bruja se diera cuenta de la vil víbora que era aquel murciélago. De uno u otro modo terminaría soltando mierda purista.
—Me alegra que digas borrar rastros y no que lo dejaremos de hacer —Sirius rodeó los hombros de James, sonriente.
—Merlín no quisiera. Ese idiota nos debe varias después de habernos acusado con Slughorn —James se acomodó las gafas—. Estuve pensando en un par de planes…
—Por favor, no —interrumpió Remus—. ¿Sabes? Habla de eso cuando tenga que ir con los otros prefectos.
—¿Eres prefecto, Remus? —preguntó Peter.
—¡Venga, Moony! —Sirius alzó la voz sobre la de la rata—. Todos sabemos que te da curiosidad saber qué haremos.
El licántropo hizo una pequeña mueca y luego suspiró, murmuró algo por lo bajo y terminó encogiéndose de hombros. Sirius sabía que había picado la curiosidad del chico. James también se dio cuenta, porque de inmediato enderezó la espalda y carraspeó, iba a iniciar uno de sus discursos donde explicaba detalladamente la broma de turno que harían. Sirius amaba esos momentos, por eso se iba a esforzar de mantenerlos seguros y protegidos. Seguirían siendo los merodeadores incluso después de que James se casase con Lily y tuviese a Harry, solo debían sobrevivir a la guerra.
Sirius estaba cumpliendo un castigo con Filch.
Junto con Remus y James habían ideado una pequeña e inocente broma. A Slughorn no le había agradado demasiado, tal vez poner bombas fétidas en el salón de pociones era muy ofensivo para el profesor. Habían creado el plan perfecto donde saldrían victoriosos de aquella broma, sin pruebas que los acusaran ni testigos que los vieran. Lamentablemente Peter había decidido joder y todo se había arruinado, al punto de que Sirius había tenido una detención.
En realidad, había sido culpa de Sirius, pero era mucho más fácil culpar a la rata.
Como siempre, el joven Black se había negado a integrar a Peter en sus planes y había prohibido a sus amigos el contarle cualquier detalle. La rata había quedado en la total ignorancia y eso les había jugado en contra. Cuando estaban escapando de la escena, Peter había llegado hasta ellos, diciendo que los había estado buscando. Sirius había seguido corriendo con Remus, pero James se detuvo a tratar de explicarle a Peter que no era un buen momento para hablar. Slughorn ya venía siguiéndoles la pista, así que era obvio que atraparían a su mejor amigo. Sin pensar y por impulso, el joven Black había llevado toda la atención a su persona, dándole tiempo a James de huir con Peter. Como Sirius aún no se había desecho de la evidencia, fue innegable su autoría, por tanto, había terminado castigado.
Al volver a la torre, Sirius se encontró el dormitorio vacío a excepción de James, que estaba recostado en su cama leyendo una revista de quidditch.
—Remus y Peter están estudiando, yo preferí esperarte —explicó sin despegar la vista de las páginas.
—¿Por qué no admites que odias enseñarles y ya?
—Porque soy un buen amigo que te espera —James bajó la revista y sonrió—. Y que hace su mejor esfuerzo por enseñarles, pero que no puede hacer milagros.
Sirius le sonrió de vuelta y caminó hacia su propia cama, sentándose sobre la colcha. Era cierto que ambos se disputaban los primeros lugares en casi todas las materias, pero James era capaz de hacer algo que para Sirius era imposible: enseñar. Normalmente ayudaba a Peter, que siempre tenía problemas con algo, pero otras tantas le echaba una mano a Remus, que por su condición de licántropo se perdía algunas clases y en otras apenas prestaba atención.
—¿Tienes tiempo? —preguntó Sirius.
El joven de lentes lo miró curioso y asintió, sentándose en su cama. La revista había quedado olvidada a un lado.
—¿Qué pasa? ¿Acaso te has enamorado de alguna chica y quieres consejos amorosos? —James se acomodó las gafas mientras sonreía sabihondo—. Debes saber que soy experto.
—No, no es eso —Sirius hizo una mueca de asco de solo imaginarse en un problema amoroso—. Quiero mostrarte algo.
El joven Black se levantó y fue hasta su baúl. Quitó el hechizo de seguridad, lo abrió y luego revolvió entre las cosas hasta sacar un diario. Se acercó a su mejor amigo y le entregó el objeto, volviendo a sentarse en su propia cama.
—¿Quieres que lea algún secreto? —James analizó el diario.
—Son mis notas sobre cómo convertirte en animago. Están descritos todos los pasos, los hechizos y las pociones, también escribí algunos consejos y ayudas para el proceso.
James dejó el diario sobre su regazo y observó con una ceja alzada a su mejor amigo. Sirius bajó la mirada y se rascó la mejilla, nervioso. Había tres cosas que le había ocultado a ese chico: que había vuelto en el tiempo, que Remus era un licántropo y que era animago. En la línea original, Sirius había confiado su vida a su mejor amigo, le había hablado de su familia y sus miedos, siempre le había contado todo. Pero ahora que tenía una segunda oportunidad para hacer bien las cosas, había priorizado proteger a sus amigos y eso incluía ocultar algunos hechos. Eso era lo que se decía cuando no podía dormir y la culpa lo embargaba.
—¿Eres un animago, Sirius?
—Un animago no registrado. Puede sonar difícil eso de convertirte en uno, pero sé que también puedes lograrlo —porque ya lo hiciste, quiso agregar.
—¿Cuándo hiciste todo esto?
—Pues… Ya podía transformarme en perro en segundo año, después de navidad.
—¿Eres un perro?
Sirius tomó la forma canina y se acercó sigiloso a James. El joven parecía maravillado e incrédulo a partes iguales. Luego de unos segundos se levantó de la cama y se agachó frente al perro, al cual le acarició la cabeza y las orejas.
—Eso explica por qué a veces huele a perro mojado —mencionó con una risita.
—¡No huelo a perro mojado!
Sirius recuperó su forma humana y le dio un suave golpe al contrario.
—¡Cuánta violencia! —James rió, sentándose en el suelo—. ¿Estás seguro de darme el diario? Es información valiosa.
—Quiero que también seas animago, aunque tengo la condición de que no se lo muestres a nadie. Mucho menos a Peter.
—¿Tampoco a Remus?
Sirius negó. Ya había hecho un plan sobre eso, primero James debía convertirse en un animago, y después le diría la verdad sobre Remus. Si sus cálculos eran correctos, antes de Navidad podrían andar los tres por los terrenos en cada luna llena.
—¿Es un secreto familiar que solo va al primogénito? —preguntó James luego de abrir el diario y leer algunas páginas.
—¿Familiar? —Sirius miró confundido al otro, sin entender su razonamiento.
—Es que tú sí actúas como un perro a veces, por eso no me sorprende. Pero tu hermano no parece ser un animago.
Su actuar perruno se debía a su época como fugitivo de Azkaban en la línea original. Había tenido que pasar tanto tiempo en su forma animaga para huir de los dementores, llegar a Hogwarts y evitar a las autoridades que había adquirido algunas costumbres que solo se podían realizar si tenías mucho pelo y cuatro patas. Al regresar en el tiempo, sus manías y costumbres también lo habían hecho. No había podido quitarse del todo esos hábitos perrunos, era natural que diera la imagen de un perro. Incluso Walburga había notado algo, más de una vez lo había regañado y castigado por un comportamiento impropio para un mago que se respetara, según ella.
Sin embargo, Sirius no pensó sobre ello. Su atención se fue a la otra parte de la frase que había soltado su mejor amigo. Una que podría llegar a ser muy problemática.
—¿Mi hermano? —repitió.
—Sí, ¿solo los herederos Black pueden ser animagos? —James parecía no notar el terreno peligroso que estaba pisando.
—Mi familia no tiene nada que ver con esto. La investigación es obra mía y de… y de unos amigos del pasado —concluyó.
El de lentes siguió pasando las páginas del diario, más interesado en la información que tenían que en Sirius. En la línea original había sido James quien había dado la idea de transformarse en animagos para acompañar a Remus en cada luna llena. Sirius nunca había sido bueno para estar entre libros, había ayudado muy poco en esa parte. Prácticamente todo el trabajo investigativo lo había hecho James, encontrar el procedimiento, los hechizos y las pociones era exclusivamente su mérito. Al parecer, el tema debía interesarle en esta vida también, porque se sumergió en la lectura al punto de ignorar a Sirius y lo mucho que se estaba alterando por su mención de Regulus.
—¿Por qué dices que mi hermano no parece animago?
—Si lo fuera, habría tenido que usar la habilidad alguna vez —James seguía leyendo el diario—. Para escapar o hacerle frente a los peligros.
—¿Regulus ha estado en peligro? —no pudo ocultar su sorpresa.
—No en peligro, peligro, pero sí en situaciones complicadas. El año pasado fue con la chica Malfoy al bosque prohibido y había algo invisible allí que los molestó.
—James —Sirius llamó con cierta urgencia, esperando que dejara de leer el diario y se concentrara en la conversación.
—¿Qué pasa?
El joven Black se lamió los labios y se los mordió, fijando la vista en la punta de sus zapatos. Tenía una duda, pero tenía miedo de escuchar la respuesta. Era inevitable que se pusiera ansioso cuando las cosas iban diferente a la línea original, saber lo que ocurriría en el futuro era una mierda por lo mismo, si había algo que no fuera igual a la primera vez, todo podría cambiar y eso sería muy peligroso. Pero era necesario saber para poder corregirlo, así que juntó valor y preguntó:
—¿Por qué sabes lo que ha estado haciendo mi hermano?
No quería sonar acusador, pero el tono había salido así. James también lo notó, hizo una mueca y cerró el diario, dejándolo sobre su propia cama. Se levantó del suelo, sacudió su ropa y suspiró.
—A veces lo vigilo… —confesó—. Sé que dejaste de hacerlo hace años, pero yo seguí haciéndolo
—¿Por qué? —el horror estaba presente en todo su lenguaje corporal.
—¡Porque es tu hermano! Me preocupaba que le pasara algo y tú no te enteraras. No he hablado con él, por supuesto, tampoco sabe que lo sigo, así que no pongas esa cara —James se acercó a Sirius y apoyó ambas manos en los hombros del joven—. No te estoy cambiando.
Ni siquiera su imaginación se había atrevido a tanto. Sirius sabía que siempre sería el mejor amigo de James, no había nadie igual a él, no había forma de que le sustituyeran, solo existía un Sirius Black. Pero era incómodo que el de lentes le prestara tanta atención a Regulus, en la línea original James estaba obsesionado con Evans, su atención se había dividido entre sus amigos, Lily y Snape, y este último solo había sido hasta que la chica cortó relaciones. ¿Cómo podían darse las cosas de igual forma si se integraba un factor nuevo?
—Aléjate de Regulus —ordenó.
—¿Eh? —James abrió grandes los ojos, como un ciervo que se detiene en la carretera ante las luces de un automóvil—. Sirius, te digo que ni siquiera he hablado con él.
—No me importa, no puedes acercarte a él —Sirius se soltó de un manotazo del agarre de su mejor amigo—. Deja de seguirlo y de cuidarlo, no tienes que preocuparte, él no es nada tuyo.
—¿Te escuchas? Estás siendo irrazonable —el de lentes miró hacia un costado y negó con la cabeza—. Suenas como si estuviese cometiendo un crimen, solo lo seguí un par de veces, nada más.
—¡No puedes acercarte a Regulus! ¡Tú y él son de mundos diferentes!
James cerró la boca ante el grito de Sirius y lo miró fijamente. Tenía los puños cerrados con fuerza y parecía debatirse entre iniciar una pelea o irse. Al final dio media vuelta y a grandes zancadas fue hacia la puerta, con la clara intención de salir del dormitorio. El joven Black no dijo ni hizo nada, no muy seguro del por qué de la reacción del otro.
—Me alegra saber que esa es tu opinión de mí, Sirius —James abrió la puerta—. Supongo que nunca fui lo suficiente para ser amigo de un Black, ¿no?
—¡No es eso! —se apresuró a aclarar Sirius.
Pero James ya se había ido, dando un portazo.
—No es eso… —repitió en un susurro Sirius, parado completamente solo en medio del dormitorio—. Solo quiero que seas feliz con la chica que amas…
El animago se dejó caer sobre su cama, quedando boca arriba. Suspiró, de pronto se sentía muy agotado. Tendría que arreglar las cosas con James, explicarle que Regulus era una mala persona, demostrarle que Sirius solo era una excepción dentro de su familia, los otros defendían principios retrógrados y estaban dispuestos a unirse a un loco maníaco. No podía permitir que su hermano menor interfiriera en sus amistades, mucho menos en la relación que tenía con James. Volvió a suspirar y se cubrió los ojos con el antebrazo. Tenía que evitar que los eventos se dieran diferente a la línea original, se había prometido que salvaría a todos y si algo salía diferente, no podría anticiparse a los horribles eventos.
El mago solo buscaba lo mejor para sus amigos. Quería que vivieran y fueran felices, quería evitarles el dolor. Pero ellos no podían saber lo que intentaba, era imposible que imaginaran sus razones. Sirius decidió que incluso si tenía que ensuciarse las manos y volverse una mala persona, los salvaría.
