TW: Breve descripción de violencia intrafamiliar. Maltrato infantil.
Tengo que admitir que este cap debe ser uno de mis favs de Desolación, sólo por lo mucho que disfruté escribiéndolo. Espero que ustedes también lo disfruten3
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La amistad entre Draco y Theo había empezado a los once años.
Draco probablemente diría que fue antes, cuando ambos apenas podían hablar y sus familias se juntaban a compartir, pero la verdad es que a Theo nunca le había caído del todo bien Draco. Era demasiado mandón y demasiado ruidoso para él, quien había crecido en una casa donde nadie hablaba si no le era indicado, y donde jamás había tenido permitido mirar a su padre a la cara.
Sin embargo, aquel día antes de volver para las vacaciones del Yule, fue que Theo realmente empezó a desarrollar algo parecido a la simpatía por él. Simpatía que luego se transformó en cariño sincero.
Empezó por algo estúpido, la verdad. En la clase de Transformaciones de ese día, Theo había levantado la mano para hacer una pregunta, y al ver que McGonagall no le prestaba atención, decidió llamarla. Tenía once años, era impaciente y su profesora ni siquiera lo miraba. No lo pensó.
Tampoco esperó que lo que saliera de su boca fuera un: "mamá".
Era algo normal, Theo lo veía ahora. Más de alguna vez un niño tuvo que llamarla así, pero al menos ese año (y perteneciente a Slytherin), él fue el primer alumno, lo que provocó que sus compañeros no quisieran dejarlo tranquilo por el resto del día. Usualmente no les prestaría atención: Theo había escuchado peores cosas durante su vida… pero oír tantas veces la palabra "mamá" lo envió a una pequeña espiral en la que no paraba de pensar en eso. En su mamá, la que había fallecido durante el parto. No es que no quisiera a su madre adoptiva, por supuesto, era muy buena con él y lo había criado excelente, sólo que… Theo volvería a la Mansión Nott en unos días y se preguntaba si… si su mamá habría detenido todo lo que padre le obligaría a hacer cuando lo viera.
Porque su madre adoptiva fingía que no ocurría.
Theo no pudo evitar preguntárselo todo el día, imaginar una vida en la que su mamá estaba viva. ¿Su padre lo querría más, en ese caso? Cada vez que Theo lo encontraba mirándolo, decía: "Te ves igual a ella", pero no sabía si eso era bueno o malo. Su padre tenía una habilidad a que todo sonara como un insulto, aunque Theo esperaba ilusamente que en este caso fuese algo bueno. Esperaba que cuando él lo viera, recordara la madre que Theo nunca conoció. Que recordara lo mejor de ella incluso cuando podía doler.
Apenas las clases habían acabado, Theo no dudó en escabullirse para poder irse a su cuarto compartido por Crabbe, Goyle, Draco, Blaise y él. No trató de pasar desapercibido, no es como si alguno de sus compañeros fuese a notar su ausencia; Theo no podía decir que era alguien demasiado popular.
Durante una hora completa no hizo nada más que mirar al techo encima de su cama, con las cortinas cerradas y un silencio que resultaba asfixiante. La puerta se abrió entonces con un estruendo, y él se obligó a secarse las lágrimas. Si era Blaise, lo más probable es que respetaría su espacio y cerraría las cortinas de su propia cama, sin hablarle. Si eran Crabbe y Goyle, no le prestarían atención porque nunca nada les interesaba además de la comida. Si era Draco, seguramente estaría junto a Crabbe y Goyle, así que Theo tampoco tenía que preocuparse demasiado. Pero lo que sucedió no fue nada de eso. Los pasos de la persona que había ingresado al cuarto avanzaron en grandes zancadas hasta su cama y sin previo aviso, las cortinas estaban siendo abiertas de sopetón.
—¿Estás llorando porque le dijiste "mamá" a McGonagall?
Theo parpadeó un par de veces para así acostumbrarse a la tenue luz que venía del lago. Draco estaba parado frente a él con los brazos extendidos sujetando las cortinas, e increíblemente, se encontraba solo.
—Déjame —espetó Theo, volteándose y dándole la espalda. No tenía ánimo para el incesante parloteo de Draco.
Como era de esperarse, el muchacho no lo escuchó y rodeó la cama para ponerse frente a él y mirarlo directo a los ojos. Incluso en la oscuridad, los de Draco eran demasiado claros.
—Fue una estupidez, Theo —Draco volvió a hablar como si fuera un adulto, poniendo en su tono toda la dulzura que podía, que en sí… no era mucha—. Para este punto ya todos lo han olvidado. No llores.
Pero Draco no lo entendía, ¿no es así? Draco no sabía que la vergüenza era lo que menos le importaba, que no era nada comparado a lo que era vivir en la Mansión Nott. La humillación era incluso preferible. Theo no iba a explicarle qué le pasaba.
—Malfoy, déjame.
Aplastó su cara contra la almohada, esperando que Draco se aburriera y se marchara, como usualmente hacía cuando Theo no decía mucho. A Draco le gustaba hablar, sí, pero también le gustaba ser escuchado.
Aunque, contrario a lo que creía, Draco no se marchó.
—Esto no tiene que ver con eso, ¿no? —preguntó él, lentamente—. Puedo sentir las magias, puedo sentir la tuya… está distinta.
Theo se tensó en la cama. Su padre podía sentir las magias también, y podía detectar cuando estaba triste o cuando tenía miedo. Practica, le decía a Theo mientras le aplicaba un castigo y sentía su temor. Si vuelvo a sentir esto, te irá peor.
—Dije que me deja-
—¿Es porque pensabas en tu mamá, no? Tu mamá muerta.
Theo levantó la cabeza de golpe, sin saber si escuchó bien. Nunca nadie lo había dicho así antes; hasta su padre no se refería a lo que le pasó a su mamá como "muerte", sino más bien como "incidente", y todos los que le hablaban de ella parecían tratarlo con pinzas, como si Theo fuera alguien débil que iba a quebrarse porque le recordaban que su madre había muerto cuando dio a luz.
Theo no era débil. No lo era.
—Es eso, ¿no es así? ¿Estabas pensando en tu mamá muerta?
Theo examinó a Draco, quien tenía su misma expresión altanera de siempre, pero que, contrario a lo que otra persona pensaría, no demostraba burla. No se estaba burlando. Estaba preguntándole a Theo porque quizás, sólo quizás... le importaba.
—Yo también la extrañaría, si estuviera muerta quiero decir. —Lo cual, no era algo muy agradable de escuchar sabiendo que Narcissa Malfoy continuaba viva, pero Draco no parecía darse cuenta de lo descortés que fue—. ¿Te dejó algo?
Theo, con cautela, asintió, y la mirada de Draco se hizo más curiosa mientras se inclinaba en su cama hasta apoyar las manos: estaba esperando que Theo le mostrara.
Con cuidado, Theo sacó de entre su camisa y túnica el pequeño medallón que le había pertenecido a su mamá. A veces fingía que ella se lo había dado, que lo miró a los ojos y le dijo que se lo regalaba para que supiera que siempre estaría con él en caso de que algo le pasara. Que nunca lo abandonaría.
La verdad es que Theo lo había robado de entre las cosas que quedaban en su antiguo cuarto, y su padre lo castigó sin comer por dos días… pero al menos le había permitido quedárselo.
—Es bonito, me gusta. —Draco sonrió—. Madre dice que si ella alguna vez no está, siempre estará, ¿entiendes? Ella me dio esto.
Draco sacó de entre su túnica y su camisa, tal como Theo había hecho, un collar con un relicario. Lo abrió, mostrándoselo, y Theo detalló que era una foto familiar. Era bonita.
—Es bonito —dijo, sin saber qué más podría responder. Al parecer era lo correcto porque la sonrisa de Draco se hizo más amplia; le gustaba ser halagado.
—No sé cómo se siente que tu mamá esté muerta. —Theo apenas parpadeó ante la crudeza. Lo prefería así. Prefería que Draco no pudiera evitar decir cosas terribles antes que lo tratara como si fuera débil—. Pero sí sé qué podrá hacerte sentir mejor.
—¿Qué?
—¡Dulces!
Theo pestañeó un par de veces con desconcierto. Draco se alejó de un salto desde la cama para ir a la suya, abriendo el baúl para sacar una caja llena de chocolates. Sin permiso, retornó adonde Theo estaba y se subió encima del colchón, entregándole todos los dulces.
—Normalmente los raciono para que me duren algunos meses, pero ya vamos a volver a casa, así que… —Hizo un gesto a los chocolates—. Adelante. Madre dice que comer cosas dulces hace bien. O sea- no bien de bien, pero tú sabes, ayuda al ánimo. A mí me ayuda al ánimo. Siempre le pido más, pero no me deja porque según ella es "comida poco saludable". Además de que el azúcar me hace hablar demasiado. Padre siempre dice que hablo demasiado cuando como dulces, aunque él también lo hace cuando no hay nadie cerca así que no creo que tenga que ver con el azúcar, sino con algo de familia, porque madre…
Si era honesto, Theo dejó de prestar atención a lo que fuera que Draco estaba parloteando y se acercó a la caja. Durante su corta vida, nunca desarrolló un gusto por lo dulce como el otro muchacho. Su padre apenas lo premiaba, así que no recordaba muy bien el sabor del chocolate y temía que apestara; no quería herir el frágil orgullo de Draco. Con cuidado (porque así solía moverse), acercó la mano a la caja, tomó uno, y se lo echó a la boca.
Draco tenía razón.
Le hacía sentir mejor.
Con una sonrisa, Draco comenzó a comer con él, y prontamente ambos se acabaron la caja. Theo olvidó por qué había estado llorando, e incluso, olvidó que en unos días vería a su padre y que volvería a estar solo.
Y Draco no se separó de su lado el resto de la semana.
Hasta que las vacaciones llegaron.
El tren de vuelta a casa partió un día nublado, y Theo arribó a esa mansión donde se quedaría las dos semanas de las festividades. Era silenciosa- más silenciosa que los dormitorios de Slytherin, pero se trataba de un tipo de silencio caótico… uno que prometía tormentos y amenazas.
De todas formas, Theo debía aguantarlo, aguantar eso y más. Theo tenía que intentar soportar las presiones que vivían debajo de ese techo y esperar que no lo aplastaran.
Por lo mismo trató de no flaquear cuando lo que recibió al llegar a su casa no fue un saludo, ni un abrazo, y mucho menos un discurso de lo mucho que fue extrañado.
No, lo que recibió fue un seco y adusto:
—Subiste de peso.
La voz de su padre era dura, y a pesar de que sus palabras no parecían un regaño, Theo sabía que lo eran.
No se disculpó, sabía que le iría peor si hablaba sin permiso, así que simplemente bajó la cabeza y esperó a que su padre le indicara al elfo que lo acompañara hasta su cuarto. Su madre adoptiva estaba a un lado, callada, aunque sus ojos eran mucho más cálidos que los de su padre, como si hubiera amor y respeto en ellos, y-
Aunque.
Al final…
Ese detalle no tenía importancia.
Nunca cambió nada; ni entonces, ni ahora.
Durante el resto de la semana las cosas fueron exactamente iguales a ese primer día... O más o menos, porque la indiferencia se comportaba de una forma distinta: su padre estaba resuelto a hacerlo perder cada kilogramo que había ganado en Hogwarts.
Theo habría preferido que lo ignorara.
Lo despertaba a las seis de la mañana y lo obligaba a correr. Tenía una varita de repuesto para que el Ministerio no la encontrara, y le permitía hacer magia a Theo. Magia negra, para ser específicos. Peleaba duelos contra él. Lo entrenaba. Theo terminaba sangrando la mayoría del tiempo e incluso tendido contra el pavimento, inconsciente, mientras su padre le decía que se parara y que no fuera un jodido cobarde.
A veces lo golpeaba.
Para el Yule, Theo y su madre cenaron, hicieron los rituales, y abrieron los regalos solos, de lo que estuvo honestamente agradecido. No sabía cómo se sentiría pasar una festividad que se suponía que debía ser alegre con su padre, y prefería no averiguarlo. Pasarlo con su madre no fue una fiesta tampoco, pero era mejor que una mesa silenciosa y horas de hacer nada en el sillón, apenas respirando y mirando al piso por miedo a enojarlo.
Theo se preguntaba si todo eso, –toda esa infancia turbulenta que ahora no se trataba de más que una mancha en sus recuerdos–, lo llevó a ser cínico y algo desalmado en el futuro. Por ejemplo, Draco mentía al decir que "todo le daba igual", porque resultaba tan obvio lo mucho que a Draco le importaban ciertas personas o actos, que a veces Theo quería burlarse de él y de su autoengaño. Pero él era diferente. Cuando Theo decía que nada fuera de sus seres queridos le importaba, hablaba en serio. Por él que hubiera un derramamiento de sangre por las calles, o que las atrocidades en contra de la humanidad perduraran por siglos. Mientras no le afectara directamente, ni pestañearía al respecto.
Si nada te importa, nada te daña.
Al menos eso aprendió durante esas remotas semanas de diciembre. Se dijo a sí mismo, –hasta que el día de volver a Hogwarts llegó– que todo daba igual, que era por su bien, y que pronto terminaría.
La noche antes de tomar el tren, Theo hizo las maletas tan rápido que se mareó.
Si fuera por él, se habría marchado en la madrugada, pero eso obviamente no era posible. Apenas durmió, y al día siguiente tuvo que esperar a que su padre se despidiera. Como era de esperar, el adiós tampoco distó demasiado de su bienvenida.
—Espero que no te olvides de lo que has aprendido estas semanas —dijo su padre—. O yo te lo recordaré cuando vuelvas.
Y Theo sabía que era una amenaza.
Asintió e hizo una reverencia, para luego viajar a través de la red flú hasta una oficina cercana a King Cross. Solo. El único día que fue acompañado a la estación fue el primero de septiembre de su primer año. Desde entonces, tuvo que ir y venir de Hogwarts completamente solo. Lo prefería así. A veces –cuando ya era más grande y regresaba de Hogwarts–, merodeaba durante horas el mundo muggle como un extranjero, para retrasar lo máximo posible el encuentro con su jodida familia.
El ruido fue lo primero que notó cuando llegó a la plataforma ¾, vibrante y agotador. Los niños se despedían de sus padres, se reencontraban con sus amigos; sus mascotas bramaban o hacían trucos mágicos. Se respiraba jovialidad. Theo lo odiaba. Odiaba el ruido, odiaba tener que estar ahí.
Pero tampoco quería estar en su casa.
Aprovechó que el andén ya estaba en la estación y se apresuró a subir, escapando del ruido de la plataforma. Se fue a uno de los últimos vagones para estar solo y no tener que soportar a nadie. Quería dormir todo el trayecto, o dejar de pensar. Tal vez algún día encontraría la manera de dejar de pensar. Por ahora sólo le quedaba recurrir al sueño.
Sin embargo, el destino (o más bien Draco) tenía otros planes.
Poco después de que el tren empezara a moverse, Theo se permitió relajarse al fin contra la ventana ya que nadie más había entrado. Creyó que tendría un viaje tranquilo, no esperó que a los minutos la puerta de su compartimento se abriera de par en par y que Draco se parara allí, con Crabbe y Goyle a cada lado.
—Tienes el pelo más corto —fue lo que Draco le dijo, entrando sin ser invitado—. Y estás más delgado.
Theo se hizo pequeño en su asiento, desviando la mirada hacia afuera. Seguro si no hablaba Draco se iría, ¿no?, ¿si se mostraba hostil lo dejaría en paz?
—No puedo creer que Potter no esté en el tren, olvidé que se quedó en Hogwarts —volvió a hablar él ante su silencio—. ¡Quería mostrarle los regalos que recibí! Apuesto a que los asquerosos muggles que tiene como parientes jamás le habrían dado algo como esto.
Probablemente Draco estaba mostrando algo que él encontraba genial, y que esperaba ser alabado. Crabbe y Goyle escucharon sus palabras y lo hicieron. Pero sinceramente, Theo no quería nada de eso: no quería escuchar acerca de Harry Potter, y de regalos, y de cosas felices. Quería silencio. Theo quería desaparecer.
—Con permiso —dijo levantándose. No le importaba dejar sus cosas allí, todas tenían un hechizo de protección.
Salió del compartimento sin esperar una respuesta. Avanzó por el tren escuchando las risas de los estudiantes mientras sacaban sus regalos y se perdían de vagón en vagón. Theo sentía que vomitaría en cualquier momento. Eso no se sentía bien. Sentía que vivían en una realidad que no correspondía a la suya.
Como no todos volvían a sus casas por Navidad, encontró otro compartimento vacío no mucho tiempo después de vagar sin dirección. Cuando entró y el ruido de afuera quedó callado por las puertas, Theo se permitió volver a respirar al fin. Su cabeza estaba empezando a doler.
Todavía tenía moretones en los brazos y una herida apenas cerrada en la parte trasera de su cabeza. Volver a Hogwarts parecía tan mínimo. Su padre siempre le decía que había cosas más importantes, que el mundo era más importante que aquel lugar, y que algún día él lo entendería. Que ese mundo les pertenecía.
Cuando Voldemort ganó, años después, Theo no podía decir que estaba sorprendido.
Comenzó a inspirar hondo dentro de ese compartimento; trató de juntar en sus pulmones todo el aire que apenas recibió durante las vacaciones en aquella casa, donde hasta respirar demasiado alto parecía un delito. Cuando era más pequeño y su padre lo encerraba en su habitación, Theo tenía que obligarse a hacer esto: a respirar. Si respiraba significaba que seguía vivo, y si seguía vivo significaba que el resto podía solucionarse. Así acababa calmado. Era un buen truco.
Pero ahora, justo en el instante en que por fin estaba al borde de la relajación, la puerta volvió a abrirse.
Era Draco de nuevo.
—Malfoy- —protestó Theo con irritación, considerando golpearlo entre ceja y ceja.
—Sí, ya sé, me dirás que me vaya y que quieres estar solo y todo eso. —Draco agitó la mano como si sus palabras no significaran nada—. Pero quería mostrarte mi regalo.
—No me interesa tu regalo —Theo le espetó, mirando para afuera.
—No mío, idiota. Tuyo —Draco replicó, como si Theo fuera el espécimen más estúpido con el que hubiera tratado—. De mi para ti.
Theo frunció el ceño, retornando cautelosamente la vista al chico. Draco tenía las mejillas un poco más redondas desde la vuelta, aunque seguía siendo bastante delgado y pequeño. Extendió las manos, mostrándole la caja, y esbozó una sonrisa presumida.
—Pensé que te gustaría tenerlos, para animarte —explicó, al ver la mirada interrogante de Theo—. Ya sabes, cuando te acuerdes de tu mamá muerta.
Draco parecía no querer soltar esa palabra.
La duda fue más fuerte que la molestia, y Theo tomó la caja con precaución, como si fuera a estallar, dándola vuelta entre sus dedos. Dentro había muchos más chocolates que en la última caja que comieron juntos, y los adornos parecían aún más costosos.
Era un gesto dulce.
Theo no había tenido muchos de esos.
—Gracias —le dijo algo cohibido—. Yo no te traje nada.
Draco agitó la mano desdeñosamente una vez más.
—Da igual, mis padres me compraron todo lo bueno que había a la venta así que no me podrías haber dado nada que me hubiera gustado.
Theo lo miró para que se diera cuenta de lo que acababa de decir. Draco sonrió como si estuviera orgulloso.
Las palabras sonaban tan- simples en su boca, y Draco parecía hablar tan en serio como si no estuviera siendo ni engreído ni insultante, que Theo no pudo evitar sonreír, mirando una vez más la caja entre sus manos.
Subiste de peso.
Los chocolates lo miraron de vuelta, recordándole que no podría comerlos, o que tendría que racionarlos si no quería que le afectaran en su entrenamiento. Debía hacerlo, aunque estuviera teniendo un mal día.
No quería.
Real, realmente no quería.
Pero Theo era alguien obediente.
—Hey —Draco lo llamó de nuevo con suavidad—. ¿Por qué te cortaste el pelo?
Theo lo observó, y los ojos grises de Draco eran demasiado… infantiles. No entendían la gravedad de esa pregunta. Era una mirada inocente.
Los ojos de Theo no lucían así. Nunca se habían visto así.
Recordó el momento en el que su cabello fue cortado. Su padre le preguntó por qué no lo cuidó más en Hogwarts, que parecía un nido, y Theo respondió que no sabía hacerlo. Aquello le ganó una lección. Su padre le pasó unas tijeras y le dijo que se lo cortara solo.
Luego de examinarlo, el hombre decidió que rapar por completo sus rizos era una buena idea.
—Me gusta así —mintió Theo guardando la caja.
—Se ve genial —Draco respondió. Sonaba sincero—. A mí, padre me obliga a cortarlo como él quiere, pero se me ve horrible. A ti no. Si me quedara así, me lo cortaría más seguido, pero…
Y así volvieron a sumirse en una pequeña charla, en la que Draco era el que hablaba y él escuchaba. Estaba bien así. Le debería parecer molesto, pero no lo era. A Theo le caía mejor Draco cuando no estaba con Crabbe y Goyle, o cuando no hablaba de Potter. O sea, le caía mejor pocas veces al mes, pero tampoco le caía mal.
Así que su amistad fue creciendo y Draco fue haciéndose un poco más cercano a él de lo que era con el resto, aunque normalmente, esa amistad crecía en la tranquilidad de su habitación cuando nadie los molestaba. A Theo no le gustaba el ruido y Draco podía comprenderlo. Theo podía intentarlo de vuelta.
Lo que nunca pudo comprender, fueron lo motivos para que el idiota tomara la Marca.
Theo fue de los primeros en enterarse, y apenas Draco le contó, todas sus alarmas se activaron. Peligro, peligro, peligro. Aquello era una trampa, era demasiado obvio. El Señor Tenebroso no marcaba gente que no se había probado a sí misma.
Pero Draco, narcisista y egocéntrico, no pensaba igual, y Theo tuvo que observar, lentamente, cómo la inocencia abandonó esos ojos grises, y cómo el carácter de su amigo dio un completo vuelco.
Draco diría que el momento en el que todo se fue al carajo fue cuando lo bautizaron como Astaroth.
Theo estaba seguro de que aquello sucedió cuando Voldemort quemó su piel.
Así que, pararse a un lado de él en el presente, mientras Draco obligaba con un Imperius a que un prisionero mordiera su dedo hasta cortarlo, no era una impresión tan grande. Theo podía manejarlo. Theo sabía cuándo había sucedido el cambio en Draco; había visto progresivamente cómo iba decayendo y se iba haciendo más letal y menos humano. La antítesis del niño que fue.
Lo que le resultaba extraño era que Draco fuese capaz de hacer esas cosas y enterrarlas dentro suyo, cuando no tenía motivos. Este Draco, el que no recordaba, no tenía motivos para continuar.
Theo, por otra parte, sí.
Luna.
Cada cadáver, cada grito y cada sufrimiento eran un paso más cerca de mantenerla a salvo. Dentro de toda la oscuridad que había rodeado la vida de Theo, Luna había sido una luz. Allí, en ese calabozo y como su prisionera, le había enseñado más de lo que su padre le enseñó durante toda su vida. Theo la miraba, y veía un futuro. Si Luna existía entonces tenía sentido que las estrellas volvieran a nacer por las noches, o que el bien fuera real. Luna significaba que el final feliz era posible.
Así que por eso Theo hacía lo que hacía: por ella, para asegurarse de que no lo descubrieran y seguir contribuyendo a darle la libertad que necesitaba. Que no fuera más su prisionera no significaba que Luna era libre. Ella creía que sí. Cuando estaban solos y Theo le hablaba tendidos en su cama, podía verlo en sus ojos. Déjame quererte, casi podía escucharla. Déjame quererte como sé que puedo hacerlo.
El problema era que, sin importar la cercanía y la forma en que sus narices se rozaban, o que sus dedos estuvieran entrelazados con los del otro, Luna no era libre. Theo había investigado, y estaba seguro que lo que desarrolló por él era nada más que Síndrome de Estocolmo. Luna relacionó su figura con alguien que la cuidó, o que la trató decente en sus peores momentos y eso era todo. Ella creía amarlo, mas no era así, y aunque lo hiciera, Theo no era suficiente.
Así que lucharía por darle el final feliz que se merecía, por eso cometía cada pecado.
Pero Draco… Draco vivía en esa mansión sin sus recuerdos, y ahora Voldemort estaba en ella. Tenía que enfrentar cada día crueldades que Theo sólo veía esporádicamente, cuando era llamado o cuando Draco le pedía que fuera. Un solo vistazo a los cuerpos apilados en algunas habitaciones y a la sangre seca en los pisos era suficiente para hacerlo arrugar la cara con asco.
Y Draco lo veía todos los días.
Lo aguantaba todos los días.
Sin tener motivaciones para hacerlo.
Theo recordaba semanas después del ataque al Ministerio, cuando comunicó a Harry lo que Draco le había pedido. Fue entonces que se hizo consciente de que, a pesar de que ambos se preocupaban por Draco, él no era capaz de entender, de ver lo mismo que Harry veía.
—¿Va a estar bien? —había preguntado este con un tinte de miedo, pero no miedo por esas personas inocentes que ahora sufrían bajo la mano de Draco, sino por él.
Por el verdugo tras las torturas.
¿No lo entiendes?, Theo quería contestar. No tienes nada que temer. Son ellos los que deben temer a Draco. Si quieres preocuparte por alguien, hazlo por todos esos inocentes sin cara ni nombre.
No lo dijo, obviamente, porque no era ningún juez de la moral, ni un hipócrita, y porque Harry hablaba desde el amor. Un tipo de amor que nunca existió entre Theo y Draco, de ninguna de las dos partes.
—Lo ha estado por ocho años —decidió responder, porque esa era la verdad. O una verdad a medias.
A Draco lo torturaron. Lo hicieron convertirse en el espectro que era para sobrevivir. Draco había vivido en dolor, y ni siquiera se había dado cuenta. Reencarnó en Astaroth.
Pero seguía vivo, y eso era lo importante.
—Además —Theo prosiguió intentando consolarlo—, de momento no siente mucho. He borrado sus recuerdos.
Bueno, aparentemente no era un buen consuelo.
Harry se pasó una mano por la cara con angustia. Theo sabía que las cosas no fueron muy bien la última vez que le borró los recuerdos a Draco, pero, buen Merlín, tampoco era para tanto, ¿no? Se trataba de algo necesario. Si Draco no tenía sus recuerdos iba a estar bien, cumpliría todo lo que el Señor Tenebroso le ordenara sin pensarlo.
Theo pensó que ese pensamiento debería consolar a Harry.
Era evidente que no lo hacía.
—¿Va a estar solo? —Harry preguntó. Su voz tembló en los bordes—. ¿Va a enfrentarse a eso solo?
—Harry… —Theo nunca lo llamaba "Harry", pero tal vez ahora necesitaba ser un poco condescendiente. Lo miró, e intentó tratarlo con la suavidad que Draco lo trataría—: A veces creo que no eres consciente de quién verdaderamente es Draco para el resto del mundo.
Una vez más, no funcionó de consuelo.
Theo dejó de intentar.
Él, por un lado, se encontraba agradecido de que Draco no recordara a la Orden o a Potter. Theo estaba seguro que de ser así, vivir en esa casa sería el triple de difícil. Sentir de la forma en que Draco sentía cuando recordaba, le iba a costar, mínimo, la sanidad mental. De esta manera era más simple. Draco pretendía que aquellos no eran seres humanos, y Theo podía velar mejor su cordura.
Por otro lado, le preocupaba. Pero su preocupación tomaba forma en algo completamente distinto a la intranquilidad de Harry.
Cuando Theo miraba a Draco, a este Draco, no veía a su amigo. No veía al hombre con el que compartió intimidad, o al que analizaba incansablemente.
No veía a algo más que Astaroth.
Esta persona frente a él era distinta. Ni siquiera se parecía al Draco de estos últimos ocho años, (que también se clasificaba como un cabrón). Con cada día que pasaba, Astaroth se alejaba más de esta antigua humanidad, como si fuera un defecto y no una virtud. Cada día se separaba más de quien solía ser y se transformaba en un arma.
Excepto que no era un arma, era un hombre.
Y eso era lo más escalofriante.
¿Qué clase de hombre era alguien que hacía todas esas cosas sin inmutarse, sin tener un fin por el que cometerlas?
Narcissa había muerto. Pansy había muerto. Lucius había muerto.
Astaroth no tenía a nadie por el que luchar, y aún así torturaba a todas esas personas.
Theo no tenía idea qué esperar de él.
—Hay algo que me está molestando… —dijo este un día en su laboratorio, provocando que Theo lo mirara. Aún tenía sangre seca en la barbilla de su reciente tortura, y su semblante era de alguien en completo control. Sus ojos eran dos piedras frías.
—¿Sí? —Theo preguntó, sin saber adónde iba.
—Sí… —respondió él, mirándolo cautelosamente—. ¿Dices que me quedé inconsciente en el Ministerio, y que por eso me trajiste hasta acá?
Theo apenas reaccionó.
—Así fue.
—¿Estuve inconsciente por dos horas?
—Sí.
—¿Sabes quién lo hizo?
—No entiendo tus preguntas.
Draco pausó. Había algo amenazante en su postura. Si Theo fuera otra persona, sentiría miedo.
—No recuerdo haber quedado inconsciente, y tampoco recuerdo del todo bien la pelea. De hecho —Draco dio un paso hacia él—, no recuerdo demasiado, además de haber pensado, por alguna razón, que mi padre estaba vivo.
Theo se obligó a sí mismo a serenarse. Nunca habían previsto ese riesgo en quitarle los recuerdos a Draco. Lo habían visto como ventaja porque Voldemort era de quien debían protegerse.
Nunca habían pensado en el intelecto de Draco, y cómo de seguro sabría que algo andaba mal en su propia mente.
—Eso me ha pasado demasiado los últimos meses —prosiguió él, ante su silencio—. Lagunas, memorias vacías… Algo está mal en mi cabeza.
Theo lo miró directamente, estudiándolo. Draco lo estudiaba de vuelta.
—¿Y? ¿Has ido con un medimago?
Draco se tensó. Desde siempre su amigo había tenido un pequeño problema con los sanadores. Bueno, con ir a un sanador. Theo sospechaba que nació después de la Segunda Guerra.
—No. No creí que fuera tan grave.
—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
—Todo esto… me parecen demasiadas coincidencias. —Theo hizo su mayor esfuerzo para no reaccionar. Esto era una acusación indirecta—. Pienso, por algún motivo, que mi padre está vivo. Soy atacado en el Ministerio, y luego me despierto contigo apuntándome con una varita cuando el Señor Tenebroso viene hasta acá.
Draco pareció darse cuenta de que tenía sangre seca en la barbilla y la limpió, aunque no por eso se veía menos peligroso. Theo estaba en guardia. Sostenía la varita por encima del bolsillo.
—¿Crees que yo te hice algo? —decidió preguntar. La expresión de Draco no demostraba nada.
—¿Lo hiciste?
—¿Desconfías de mí?
—¿Debería hacerlo?
Honestamente, aquella conversación le parecía ridícula.
—Nunca te he dado razones para desconfiar.
Bueno, no que ese Draco supiera.
Theo lo examinó unos minutos más. ¿Qué pensaría, cuando tuviera sus recuerdos? ¿Qué diría? ¿Cómo lo solucionaría? Theo no estaba muy seguro de qué hacer, o cómo convencerlo de que no era nada sin resultar sospechoso. Draco era una persona terca: si algo se le metía a la cabeza nadie era capaz de sacárselo.
Se miraron el uno al otro, –quién sabía por cuánto tiempo más–, antes de que Draco bajara la mirada hasta sus manos y las encontrara manchadas de sangre.
—Iré con un medimago, entonces, él sabrá qué hacer-
—Oh, a la mierda.
Theo ni siquiera lo pensó. Estaban a unos cuantos pasos, por lo que no le resultó difícil sacar su varita y ponerla en la sien de Draco. Sus reflejos no eran muy buenos, y Theo había sido entrenado durante toda su vida para vencer. Para ser un soldado.
Debería agradecer a su papá por aquello.
Miró con atención cómo, poco a poco, la vida volvía a los ojos de Draco. No eran más inocentes, pero sí más humanos. Podía verlos moverse de un lado a otro mientras su cuerpo iba liberando la tensión acumulada. Draco ahogó un jadeo, tropezando y afirmándose en la pared. Debía ser shockeante, ver tu realidad cambiar de un momento a otro.
Volver a ser tú mismo.
—Harry…
Casi automáticamente, Draco desabrochó los botones del borde de su camiseta y acarició su garganta. Desesperado, toda su postura lo decía.
Theo fingió no escuchar la forma en que el nombre de Potter había salido de sus labios. Suave, y aterrorizado. Como algo que es tuyo pero sabes que puedes perderlo a lo más mínimo.
—¿Por qué…? —empezó a preguntar Draco, mirándolo una vez más. Parecía que se estaba ahogando—. ¿Por qué me los devolviste…?
—Porque no sé si ir con un medimago, y que este le cuente al Lord que tienes un hechizo con modificación de memoria reciente, sea la mejor idea.
Draco respiró temblorosamente, llevándose las manos al cabello.
Lo manchó de rojo oscuro.
—Oh, mierda. Oh, joder joder joder-
Theo no sabía qué era lo que estaba haciendo a Draco reaccionar así. Probablemente el hacerse consciente de toda la gente que vio morir y sentirla. Sentir el daño que había causado. Harry le hacía eso. Le ayudaba a Draco a sentir.
Theo no estaba seguro de que fuera bueno.
—¿Hay alguna forma de arreglar esto? —decidió preguntar, para que Draco no se sumergiera en una espiral de auto desprecio—. ¿Estas dudas que tu otro yo tiene?
—Modificando mis recuerdos —respondió él sin mirarlo—. Poniendo nuevos. Con Legeremancia, supongo.
Theo asintió, sabiendo que sólo una persona era capaz de hacer ese trabajo.
—Iremos con Astoria, entonces.
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Astoria nunca tuvo demasiados amigos, a pesar de que era alguien que solía encariñarse muy rápido con las personas.
En Hogwarts siempre fue vista como la hermana menor de Daphne; así la veían los mayores al menos. Por otra parte, las chicas de su generación eran demasiado parecidas a Pansy Parkinson y a Astoria nunca le agradó Pansy Parkinson, así que no era muy plausible que se hiciera muchas amigas si todas eran iguales a esa pesada.
Bueno- todas eran así… excepto una.
Mary Petersen.
Mary se convirtió en la mejor amiga de Astoria después de unas semanas de empezar el primer año. Astoria no conocía a nadie, no realmente, y Mary tampoco, porque sorprendentemente era una nacida de muggles. La única nacida de muggles en toda la casa de Slytherin.
A Astoria no le había importado, por supuesto. Mary fue la única gentil en todo ese lugar con ella, y bueno, como había dicho, se encariñaba fácil; así que bastaron un par de risas y burlas en conjunto en contra de las mini Pansy Parkinson, (y que Mary le compartiera algunos apuntes de pociones), para ganarse su corazón.
Su madre solía decir que Astoria veía lo mejor en las personas, incluso cuando no lo merecían, y tal vez tenía razón. O tal vez, los estándares de Astoria eran muy bajos. Se enamoró de un montón de personas durante su vida, a veces sólo porque eran decentes con ella. En primer año fue Adrian Pucey, quien le prometió que el día que pudiera dar las pruebas para entrar al equipo de Quidditch, la ayudaría. En segundo año fue Cedric Diggory, quien le sostuvo la puerta para que pudiera entrar a un salón. En tercero fue Draco Malfoy, quien accedió a darle un chocolate porque le sobraba, y porque en ese momento, el chico quería llevarse bien con su hermana.
—Nos vamos a casar algún día —le había dicho Astoria a Mary una vez tendidas en su habitación. Había otra chica más con la que compartían, pero ella no estaba en ese momento.
—Me dijiste lo mismo con Adrian. Y con Cedric —bufó Mary—. Este año es ese chico Malfoy. ¿Quién será el próximo?
—Estoy segura, Mary —Astoria dijo con aire soñador—. Este chico es el amor de mi vida.
Bueno, no lo era.
En cuarto año Astoria descubrió que el amor de su vida era Fred Weasley, quien le dijo que debería probar entrar a Quidditch en su casa por lo buena que era volando (para luego retractarse). Y en quinto, el amor de su vida era Theodore Nott, quien le ayudó a resolver una tarea en la biblioteca.
Cada año, Astoria iba y se enamoraba de alguien nuevo, fantaseando en secreto con que esa vez sí había encontrado su otra mitad. Mary escuchaba con irritación cada vez que ella tocaba campanas de boda frente a sus narices.
—Honestamente no puedo soportarte —le había dicho una noche, después de que su casa ganara un partido. Ambas estaban sentadas en el suelo, bebiendo un licor que Daphne le pasó a escondidas—. Lo que dices no tiene ni un poco de sentido.
Astoria rio, porque estaba ebria y porque siempre se reía de los comentarios de Mary. Luego, se acostó en sus piernas. Mary trató de alejarse. Astoria no se lo permitió, acomodándose allí mientras buscaba su mano para que ella le hiciera cariño en el pelo. Le gustaba así. Siempre le había gustado que Mary le hiciera cariño.
—¿Qué parte?
—Nada.
Astoria volvió a reír.
—¡Te lo estoy diciendo en serio! —insistió—. Esta vez es en serio.
—Lo mismo dijiste el año pasado.
—Pero esta vez es amor de verdad —Astoria canturreó, a medida que Mary enterraba los dedos en su cabello—. Mira, al fin me he decidido qué nombres tendrán nuestros hijos, ¿puedes creerlo? Estoy enamorada.
—Eso no es amor, Astoria —Mary resopló—. El amor es…
Su amiga nunca terminó esa frase, por lo que Astoria se obligó a abrir un ojo, encontrando que Mary estaba totalmente tensa, mirando hacia el frente.
—¿Y qué sabes tú de amor, Marietta-? No dejes de hacerme cariño en el pelo.
Ella pareció despertar, reanudando el jugueteo con sus hebras de cabello.
—Te he dicho un millón de veces, ese no es mi nombre.
—¿Por qué tan amargada, Marietta?
—Insufrible.
Astoria volvió a reírse, cómoda en las piernas de su amiga. Sintió los ojos de Mary sobre ella todo el tiempo mientras acariciaba su pelo.
—Bueno, decías… —Astoria continuó, cerrando los ojos nuevamente—, si eso no es amor, ¿qué es?
Mary suspiró, como si estuviera a punto de explicarle algo a un niño.
—El amor es… —dijo, dudando por un segundo— es querer lo mejor para alguien, sin importar lo que han hecho, o el daño que han causado. Es desear su felicidad aunque te hayan hecho daño a ti. Ver a alguien, y sentir que todo tu mundo se arregla, sólo porque sí. El amor es felicidad…
Mary se calló abruptamente, bajando la mirada hasta Astoria quien se dio cuenta de que la había estado viendo demasiado fijo. Los mechones de cabello rizado le caían encima de la cara, y sus ojos pardos resplandecían. Astoria pensó en tomar uno de sus rizos entre los dedos, solamente porque podía, pero se quedó quieta. La luz del lago se reflejaba en su piel morena.
—Wow, no sabía que eras tan romántica, Mary —decidió decir, esbozando una sonrisa juguetona.
—No lo soy.
—Sí lo eres.
—¡No lo soy!
—¿Entonces, en quién pensabas cuando hablabas de eso? ¿Tienes algún crush del que no me contaste?
—No.
Astoria se levantó ante el súbito cambio en su voz. Mary sonaba desesperada. Se acercó hasta quedar cara a cara a ella, mareada por moverse tan rápido, y puso su mejor expresión dolida. Mary olía a alcohol y lavanda.
—Mary, yo te cuento absolutamente todo, me siento ofendida. Hay por allí alguien que se robó tu corazón y yo no lo sé.
Mary estiró la cabeza hacia atrás, hasta que su nuca chocó con el borde de la cama y dejó escapar un quejido. Astoria miró su garganta expuesta.
—Astoria, déjalo.
—No voy a descansar hasta encontrarlo, ¿sabes? —preguntó alegremente ella, dándole un pequeño empujón—. Quiero saber quién hace que hables de esa forma y quiero saberlo ya-
—Astoria-
—¡Dime!
Y cuando iba a volver a empujarla, Mary sostuvo su muñeca en alto, envolviendo los dedos alrededor de ella. Astoria, sorprendida, desvió la mirada hasta donde sus pieles se tocaban, y encontró a Mary observándola con irritación. Casi tristeza.
—Tienes buenos reflejos —murmuró Astoria, pasando saliva.
Honestamente, era demasiado. Mary estaba tan cerca, y la estaba mirando con esos ojos pardos y esas pestañas y esa piel, y Astoria sólo podía pensar: bonita, bonita, bonita, bonita. Olía a alcohol. Estaban muy borrachas.
¿Sabría a alcohol también…?
—Astoria…
Astoria cerró los ojos con anticipación.
Un segundo después, los labios de Mary estaban sobre los suyos.
Fue algo vergonzoso, oír cómo su garganta soltaba un sonido parecido a la impresión y a un: no pares, no pares, no pares. Astoria liberó su muñeca, para así ahuecar la cara de Mary, acercándose, profundizando el beso, y dejando que el ruido de la fiesta se disipara en sus oídos.
Su mente no estaba procesando las cosas de la forma en la que lo haría racionalmente. Todo lo que había era-
Sí.
Justo así.
Aquí.
Y,
Esto es lo que he buscado sentir.
El beso de Mary era suave, y no se sentía como nada que Astoria hubiera experimentado antes. Sí, había besado a más gente, había salido con más chicos, (exceptuando de los que clamaba estar enamorada). Pero nunca se había sentido así, como si su estómago fuera a explotar, su corazón fuera a salirse de su pecho o como si su cerebro se freiría de una combustión.
Podrían haber pasado unos segundos, o quizás unos minutos, pero para el momento en que Astoria volvió medio en sí, se encontró sobre analizando lo que estaba sucediendo.
Mary es mi amiga. Es mi amiga, siempre hemos sido amigas. ¿Qué es esto? ¿Qué estamos haciendo?
Antes de que las cosas pudieran ir más lejos, Astoria se apartó, confundida. Su cabeza no parecía saber qué pensar, qué deducir de lo que pasaba. Quizás se había malinterpretado la distancia que quiso poner entre ella y la situación, porque cuando volvió a ser más consciente de lo que la rodeaba, lo único que alcanzó a distinguir fue la mirada herida de Mary, quien ya estaba de pie…
Creyendo que a Astoria le disgustaba lo que sucedió.
—Los amigos de Theodore Nott me susurran sangre sucia cuando paso. Él los oye, y no hace nada —le soltó de sopetón, formando puños a sus costados—. Espero que lo sepas.
Y sin previo aviso, salió de la habitación.
Astoria se quedó en el mismo lugar pensando durante horas.
No es que tuviera prejuicios sobre la homosexualidad, los sangre pura no los tenían de la forma que los muggles, por lo que no le resultaba extraño lo que acababa de pasar. Era sólo que… Astoria nunca se había sentido atraída por ninguna mujer, ni Mary jamás le había dado pistas de que se sintiera así por ella. Era su mejor amiga, siempre la trató como tal, y ahora Astoria estaba yendo de vuelta a cada interacción que tuvieron, a cada mirada, broma o sonrisa, preguntándose si siempre había significado más y ella simplemente no lo había visto.
¿Siquiera a Mary le gustaba?
¿Había sido porque estaban borrachas?
¿A Astoria le gustaba Mary?
Fueron preguntas que rondaron su cabeza por días. Días en las que no habló con la otra chica, necesitando aclararse antes de hacer un movimiento. Mary tampoco hizo tantos intentos por acercarse; si veía a Astoria evitando su camino, Mary nunca había sido alguien que buscaba. Astoria podía entenderlo.
Ves lo mejor en la gente, Astoria.
Casi una semana después, había pillado a Mary sentada en un banco en el patio de Hogwarts, uno de los más lejanos. Casi todos estaban en clases, y Astoria la distinguió por mera casualidad. Decidió (impulsivamente) que era momento de acercarse.
—¿Podemos hablar?
Mary se tensó levemente, y Astoria sintió el pánico apoderarse de ella por un segundo. ¿Así serían las cosas ahora?, ¿como si no pudieran hablar con la otra?
¿Iba a abandonarla?
Eventualmente, Mary se relajó, sacando desde su bolso una pequeña cajetilla metálica.
—¿Ahora sí quieres hablar conmigo? —replicó ella, sin molestarse en darle una mirada. Astoria suspiró.
—Mary, lo siento. Necesitaba tiempo para procesarlo, ¿sí?
Mary no respondió, simplemente colocó el cigarrillo entre sus labios y lo encendió con un chasquido de dedos. Astoria siempre lo había encontrado genial.
En ese momento, encontró que era incapaz de apartar la mirada. Su estómago revoloteó.
—¿Me puedo sentar contigo? —preguntó, haciendo que su voz saliera pequeña.
Al cabo de unos segundos, Mary asintió.
Astoria tomó asiento, viéndola inhalar y soltar el humo. Aquella vez los rizos estaban recogidos en una coleta baja que le daba el aspecto de look casual. La corbata estaba deshecha, y su piel oscura brillaba a la luz del sol.
Astoria estaba mirándola demasiado fijo. Se aclaró la garganta. Después de todo, estaba allí para hablar.
—No sé cómo decir esto…
—Si me vas a decir que no sientes lo mismo, no te molestes. Lo sé —Mary dijo. Su voz no salió molesta, sino simplemente… cansada. Hacía que su estómago se encogiera—. ¿Podemos simplemente volver a lo que era nuestra amistad antes de esa noche?
—¿Podremos, en todo caso? —Astoria replicó, provocando que Mary se tensara. No había querido que sonara así, por lo que se apresuró en agregar—: No sé qué sentir, si te soy honesta. Nunca pensé en ti de esa forma. Pero ahora…
—Astoria. —Mary suspiró—. No quiero ser uno de tus encaprichamientos pasajeros, ¿está bien? No quiero perderte por algo así.
Era injusto. ¿Por qué no podrían hacer un intento?, ¿que Mary la ayudara a descubrir qué era ese sentimiento en la boca de su estómago cada vez que la veía, y que le pedía que se acercara?
Más, la voz de su cabeza decía. Más cerca. Más.
Astoria se quedó mirando su perfil: recto y serio mientras fumaba, y sintió que inevitablemente sus pensamientos se perdían en medio de la nada. Su respiración se atascó.
Es hermosa.
Es hermosa, y no quiero detener esto.
Quiero abrir un espacio en medio de su mandíbula y su cuello y vivir ahí.
Pero Mary no buscaba lo mismo.
—Está bien —Astoria respiró.
Sólo después de hablar, fue consciente de que durante toda la conversación Mary había estado sosteniendo un poco el aire, con los músculos apretados. Dolía saber que su respuesta la había relajado.
Como si Astoria podría haberle dicho que no.
Como si alguna vez podría haberse permitido perderla.
—Bien —dijo Mary—. ¿Estamos bien, entonces?
Mary se giró a observarla, haciendo que algunos rizos rebotaran encima de sus cejas y que el cigarro botara algunas cenizas. Sus ojos pardos se veían más claros ese día, y lo único que Astoria quería, era cerrar los centímetros que las separaban y averiguar a qué sabía el humo desde su boca.
Bonita, bonita, bonita.
—Sí.
Al menos habían intentado volver a la normalidad.
La verdad era que Astoria trató, de verdad, pero se encontraba mirándola por más tiempo del que las amigas normales se miraban, sin saber cuándo era apropiado acercarse. Astoria era demasiado consciente de la manera en que sus manos se rozaban cuando caminaban por los pasillos, o de cómo sus piernas se tocaban cuando estaban sentadas la una al lado de la otra. Mary quería desesperadamente que todo fuera igual que antes de aquella noche, pero Astoria no sabía cómo. No sabía cómo deshacerse de ese sofocante sentimiento que le gritaba que quería estar a su lado a cada segundo. Quería que volviera a acariciar su cabello.
Nunca se había sentido así antes.
Por eso no le extrañó, que la siguiente vez que hubo una fiesta en Slytherin, Astoria se la pasara miserable toda la noche. Por obvias razones, Mary había querido distanciarse de ella; quizás era demasiado peligroso fingir en ese ambiente, demasiado cerca de la verdad que habitaba entre ambas. Así que Astoria, con una creciente presión en el pecho, tuvo que sentarse a mirar desde un rincón a un tipejo hablarle a Mary y a ella reírse con ganas.
Sus piernas se tocaban. Él enganchaba su cabello rizado entre los dedos. Ella apoyaba la mano en su hombro.
—¿Qué pasa hermanitaaaa? —Daphne llegó de pronto, prácticamente tirándose encima de Astoria—. ¿Theo no te está prestando atención?
Sinceramente, Astoria había olvidado que se suponía que estaba enamorada de Theo. Miró a Daphne. Sus ojos estaban levemente cristalizados gracias al alcohol; su aliento también la delataba.
—La verdad, no me siento bien —Astoria confesó, levantándose. En el otro extremo, Mary volvía a reír—. Te veo mañana.
—Ow —Daphne contestó mientras Astoria le daba la espalda—. A alguien la poseyó el espíritu de Draco.
Astoria la ignoró subiendo rápidamente los escalones hasta su habitación. Quería acostarse en su cama, mirar el techo, y dejar de pensar. Dejar de preguntarse una y otra vez si allá abajo, Mary finalmente había besado al tipo. Si quizás lo estaba besando de la misma forma en la que besó a Astoria.
Era injusto. ¿Por qué Mary no podía hablarle a ella?, ¿por qué no podía tocarla a ella así? Prácticamente ya no lo hacía. Astoria la extrañaba.
Pero extrañaba mucho más eso que nunca había logrado tener.
Pocos minutos después de que Astoria se hubiera tendido en su cama, mirando el techo, oyó pasos en la escalera y la puerta de su cuarto abrirse bruscamente. Estuvo a punto de decirle a quien sea que hubiera entrado que se fuera a la mierda y que no estaba de humor, cuando la escuchó.
—Hey, ¿estás bien?
Por unos segundos, Astoria creyó que lo había alucinado.
Luego se obligó a sí misma a calmarse.
—Sí.
Mary aún estaba en la puerta, probablemente sujetando la cerradura. Astoria podía escuchar con claridad la fiesta de abajo.
—¿Estás segura? —preguntó ella una vez más.
—Sí.
Sabía que su voz sonaba vacía y que sus palabras gritaban "mentira" por todas partes, ¿pero qué se suponía que debía hacer?, ¿qué debía decirle?
Ella era la que le había pedido fingir que nada sucedía.
—Está bien…
Las palabras de Mary sonaron inciertas, pero Astoria no se molestó en decir nada más. Simplemente se quedó mirando obstinadamente el techo de su habitación, queriendo gritar de frustración por el jodido peso en su pecho al saber que Mary volvería abajo. Con ese tipo.
Pero Mary no se movió de la puerta.
—Astoria, ¿qué te pasa? Tú nunca estás así.
—Estoy bien.
—Bien… —Mary repitió, insegura—. Si necesitas algo, estaré abajo.
Debería dejarlo así y ya. Murmurar algo como un "hasta luego" o incluso un "buena suerte". Pero Astoria no lo pudo evitar. Se sentó en la cama, disparando dagas a Mary, y soltó:
—¿Con ese tipejo?
Mary se congeló en la puerta.
—¿Qué?
Y Astoria supo que quizás había cometido un error.
—Nada.
—No lo puedo creer. —Mary dejó escapar una risa agria—. ¿Estás celosa?
—No.
Pero ella ya no la escuchaba.
—Increíble. In-cre-í-ble. Me paso cinco años teniendo que aguantar que hables de diferentes chicos, que salgas con otros, me la paso escuchándote parlotear una y otra vez acerca de ellos y cómo te sientes y- me ves a mi hablando con uno, una noche, ¿y así es como te pones?
—Hablando —Astoria resopló, cruzándose de brazos—. ¡Estaba prácticamente encima tuyo!
—Ese no es tu problema.
—¡Tú fuiste la que no quisiste que fuera mi problema!
—¡Sí, porque cada año te enamoras de alguien nuevo! —Mary gritó, cerrando la puerta al fin. Esta resonó contra la pared—. ¿Qué quieres de mí?, ¿que sea tu juguete temporal, así como tratas a todos los que se acercan demasiado a ti?
A esto, Astoria se quedó bien quieta.
Para alguien que había crecido teniéndolo todo, el dolor de un quiebre del corazón siempre parece el fin del mundo. Astoria genuinamente creyó que eso había pasado. Se llevó una mano al pecho como si así fuera.
Algo se ha roto, pensó. Algo se ha quebrado.
A los quince años, ese tipo de cosas parecen lo peor que un ser humano puede soportar. Nadie nunca le advirtió que había peores.
Finalmente, Astoria ignoró el dolor y asintió, con rabia enmascarada. Si esa era la opinión que Mary tenía de ella, podía irse a la mierda y no volver.
—Jódete.
Mary pareció caer en cuenta de lo que dijo.
—Astoria…
Astoria se levantó, dispuesta a bajar nuevamente, a alejarse de aquella discusión. Pero Mary estaba en la puerta y no sabía cómo avanzar.
¿Que sea un juguete temporal, así como los que se acercan demasiado a ti?
—Nunca me dijiste nada —Astoria espetó, caminando hacia ella—. Nunca me diste una mínima pista de que querías algo más, algo que-
—¿Y si hubiera sido así? —Mary replicó con voz estaba alterada, pero Astoria podía distinguir las pequeñas notas de dolor—. No me digas que algo habría cambiado.
A lo que, por supuesto, Astoria no respondió muy bien.
—¡Por supuesto que habría cambiado! —le gritó, dando otro paso más cerca.
—No, no lo hubiera hecho-
—¡Cállate! —Astoria estaba realmente enojada. Mary aún bloqueaba la puerta—. Tú no tienes derecho de decir eso, no tienes derecho. Porque yo sé que las cosas habrían sido diferentes, de haber sabido, habrían sido dife-
—¿Por qué? —la interrumpió Mary, incrédula.
Era todo lo que necesitaba para que Astoria perdiera los estribos.
—¡Porque te amo!
La habitación se quedó en completo silencio.
Ni siquiera se escuchaba el ruido de la música por encima de los latidos de su corazón.
Astoria dejó caer los hombros, dándole la espalda. No tenía problema en decirlo, pero en ese instante, se sentía un poco demasiado. En ese momento, Astoria sentía que podría colapsar por la fuerza de sus sentimientos.
Ella siempre había sido así.
Un poco demasiado.
—Te he amado antes que a cualquiera de ellos. Te he amado desde el momento en que me prestaste tus apuntes —susurró, abrazándose a sí misma—. Porque así es como soy. Nunca pensé que ese amor podría ser más, pero ahora lo es. Te estoy diciendo que lo es, pero tú no me crees y prefieres ir a besarte con ese Michael o Mikel, o como mierda se llame ese tipo. Y estoy cansada de sentirme así. De sentir tanto. De no saber qué significa y que no me des la oportunidad de averiguarlo. Nunca te haría daño- sabes que no te haría daño, nunca he querido hacerlo. Porque te amo, Mary. Te amo, y-
Astoria no pudo terminar esa oración, porque prontamente, unos brazos estaban afirmando los suyos, unos dedos estaban en su cabello, y Mary estaba frente suyo.
Besándola.
Besándola como si su vida dependiera de eso.
El cerebro de Astoria se apagó instantáneamente, devolviendo así el beso. Su mano encontró la mandíbula de Mary y la tiró más cerca, concentrándose en sentir. Sólo en sentir.
Bonita.
Más.
Mía.
—Necesitas parar de hacer eso —murmuró Astoria en medio del beso, sin abrir los ojos.
—Lo siento.
Era claro que no lo sentía.
Juntas y sin parar de besarse, se tambalearon hasta llegar al borde de la cama de Astoria. Mary se tiró en ella y Astoria se puso encima, apoyando las palmas a cada lado de su rostro.
Hermosa.
Volvió a besarla.
—Nadie puede enterarse —susurró Mary, cuando Astoria comenzó a besar su cuello.
—¿Qué? ¿Por qué?
Una parte de su cabeza, la que aún estaba medio consciente mientras inhalaba el perfume de Mary, pensaba que nunca había visto que ella tuviera esos prejuicios homofóbicos. O al menos debía saber que el resto de Hogwarts no los tenía, no los que se habían criado en ese mundo.
—Porque soy nacida de muggles —respondió, cuando Astoria mordía su lóbulo.
—¿Y?
—Tú eres una sangre pura.
Astoria se separó frunciendo el ceño para mirarla. Merlín, se veía tan linda bajo la luz del lago, con el cabello repartido encima del colchón y la boca abierta.
Aunque, muy aparte de su situación, sus ojos delataban miedo.
Me susurran sangre sucia cuando paso.
—Sólo digo… —Mary explicó, perdiéndose en las facciones de Astoria tanto como ella—. Que no hagamos nuestras vidas más difíciles de lo que ya son.
Y aunque no quería, Astoria le daría lo que fuera que ella le pidiera.
Así que volvió a besarla, como si eso fuera a sellar algún tipo de promesa.
Y por un año, fue feliz. Por un año, casi pudo estallar de la felicidad en su pecho al verla, al tenerla cerca. Mary se acostaba con ella y juntas podían estar en la cama de Slytherin por horas, hablando en voz baja y riéndose de las cosas más absurdas. La besaba como si Astoria fuera su todo, y sus manos la sostenían como si sostuviera el mundo. Así que eso era el amor. Cuando volvía de un día pesado y lo pasaban juntas en la oscuridad, con sonrisas robadas y besos que no se podían compartir. Eso era.
Y sus pensamientos siempre eran los mismos.
Hermosa.
Más.
Mía.
Astoria realmente era feliz.
Pero llegó su sexto año, y la guerra explotó.
Astoria aún vivía en su pequeño mundo a esa edad. No fue hasta lo que sucedió con Elizabeth que fue capaz de despertar. No sabía qué estaba esperando, realmente no.
Pero nunca esperó que Mary no apareciera en el andén King Cross ese primero de noviembre de 1997, y que no lo hiciera por el resto del año.
Apenas una carta llegó.
Me voy lejos, Astoria. Me voy muy lejos, donde no puedan encontrarme. Lo siento.
Y,
Te amo.
Y,
Tú eres mi magia.
Había llorado en un principio, por no haberla abrazado un poco más la última vez que la vio, por no haberla visitado durante el verano. También se había enojado porque Mary la abandonó sin avisar. Simplemente se marchó y la dejó en ese mundo donde Astoria no sabía lo que se le venía.
Pero siempre creyó que al final de todo, volvería a verla.
Era de esa clase de esperanza que no se desvanecía, que existía en el fondo de su mente para ayudarle a seguir.
A ese día, Astoria estaba feliz por ella, de verdad. A veces le gustaba imaginarla en una isla tropical, tomando el sol mientras veía el atardecer en la playa, con un hombre o una mujer que la amara como se merecía ser amada. Quizás incluso tenía hijos, o mascotas, y vivía en una casa cerca del mar. A Astoria le gustaba pensar que Mary reía cada día, y que los momentos felices abundaban por sobre los tristes.
A veces, le gustaba imaginar qué hubiera pasado si se hubiese marchado con ella.
Tal vez aún podía. Tal vez, cuando todo acabara… podría encontrarla.
Se preguntaba si Mary pensaba en el mundo que dejó atrás de vez en cuando, si estaba enterada de lo que sucedió. Se preguntaba si pensaba en ella, si la angustia de no saber si estaba viva la dejaba dormir. Astoria esperaba que no fuera así. Le dolía el pecho pensar que Mary se castigaba a sí misma, que creía haber cometido un error al alejarse de lo que habría sido su inminente muerte. No era un error. Nunca se equivocaba.
Bueno, en una cosa sí que lo hizo. Equivocarse, quería decir.
Porque nunca fue un capricho.
Lo que Astoria sentía por ella nunca fue pasajero.
No, porque habían pasado casi diez años, y Astoria seguía amándola como el primer día en esa clase de pociones.
El único problema era que la había dado por sentado.
Astoria no volvería a cometer ese mismo error
Por eso, cuando Theo y Draco aparecieron en su casa, Astoria no pudo evitar correr hasta ellos y abrazarlos y besar sus mejillas. Ambos estaban pálidos, como si les hubieran succionado la vida. Astoria suponía que así había sido: vivir en esa casa junto a Tom tenía que ser, por lo menos, traumático. Así que se iba a encargar de abrazarlos todo lo que podía para así limpiar su pena.
No pensaba darlos por sentado a ellos también.
—¿Qué pasa? —preguntó Astoria cuando se separó—. Daphne me dijo que me estaban buscando…
Su hermana había ido a su pieza minutos atrás, asomándose en la entrada. Estaba maquillada y peinada formalmente, dirigiendo desde la mansión "El Profeta", en caso de que decidieran bombardear las oficinas.
—Draco y Theo están abajo —informó ella—, dicen que te buscan.
Astoria la quedó mirando. Los ojos de su hermana eran sospechosos, analizadores. Daphne nunca dio signos de querer pasarse a algún bando, a pesar de que trataba de ayudar en lo que Astoria le pedía sin preguntar. De todas formas, tampoco parecía apoyar a Voldemort.
—Gracias, Daphne.
Ella se quedó unos minutos más apoyada en la puerta, antes de asentir y retirarse.
Astoria la miró dar media vuelta.
Daphne, Elizabeth y ella fueron unidas toda su vida. Compartían, reían, y se trataban básicamente como si fueran mejores amigas.
Sin embargo la Navidad de 1997 llegó, y lo único que quedó entre ella y Daphne eran pedazos de una relación que había existido, pero a la que le faltaba lo más importante.
La gente decía que las experiencias traumáticas te acercaban a las personas que amabas, lo cual era una absoluta basura. No había pasado eso entre ella y Daphne después de Elizabeth. Cada silencio entre ambas eran preguntas no dichas.
¿Por qué no lo detuviste?
¿Por qué no evitaste que sucediera?
Algunas cosas era mejor no decirlas en voz alta.
De vuelta al presente, Astoria se tomó unos segundos para estudiar a los hombres frente a ella. Theo lucía igual de distante que siempre, y podría decir lo mismo de Draco, si no fuera por su mirada. Aquellos ojos grises la miraban desesperados. Astoria podía ver pequeños rastros de gotas rojas en su piel. Era un desastre que trataba de mantenerse compuesto, como se componen los objetos y las frases. A Astoria le daba un poco de lástima verlo.
Todo era tan caótico y complicado que le parecía un chiste que Harry y Draco creyeran que estaban bien después de tanto trauma. No lo estaban, no importaba qué tanto quisieran creerlo. Las personas no pasan por lo que ellos han pasado y salen sin rasguños. Astoria no iba a decirlo, no estaba en sus manos, pero le gustaría poder hacer algo al respecto. Ayudarlos a olvidar, o que dejara de doler.
—¿Podemos ir a un lugar más privado? —preguntó él. Su voz temblaba.
Astoria no pidió explicaciones, simplemente los condujo a un salón tranquilo que estaba cerca de allí.
Hablar de lo que fueran a hablar podía ser peligroso, al menos en ese lugar. Las paredes tenían oídos, y si su padre, incluso por accidente, escuchara alguna conversación sospechosa, su Juramento le obligaría a delatarlos.
—Necesito que modifiques mis recuerdos —soltó Draco apenas Theo puso un encantamiento silenciador en el cuarto.
Astoria los miró de par en par.
Poco a poco, ambos fueron explicándoles qué sucedía. Le contaron en detalle el encantamiento de memoria temporal creado por Snape (que tenía que admitir, era bastante impresionante), y cómo eso estaba afectándolo. Astoria escuchó, sabiendo que tenía sentido cada palabra.
Acabaron pidiéndole que rellenara los huecos de su memoria, que creara recuerdos falsos y modificara los existentes para que pareciera que "el Draco sin recuerdos" había vivido todo. Era difícil de explicar, pero Astoria lo entendía.
—¿Puedes? —preguntó Draco cuando finalizó. Nuevamente lucía desesperado.
—Veré qué puedo hacer.
Astoria era una poderosa Legeremante, eso había dicho su ceremonia, (además de tener un don especial para las Transformaciones); pero eso no quería decir que fuera Todopoderosa. Por lo que, cuando entró a la mente de Draco, intentó hacerlo con toda la precaución posible.
La mansión de su cabeza (que representaba su estructura mental) se encontraba en peor estado de lo que antes había visto. Más deteriorada, más rota. Astoria avanzó por los pasillos para así buscar las memorias necesarias, y se topó con la única puerta diferente. La única que brillaba, y la cual contenía emociones y recuerdos demasiado preciosos que querían salir y expandirse por las paredes de Draco, renovando todo.
No hacía falta decir, que esa puerta le correspondía a Harry Potter.
Astoria sonrió inevitablemente, sin detenerse, y comenzó a trabajar. Allí, en las memorias de Draco, había cosas del último mes. Cosas terribles. Astoria intentó no pensar en ellas a medida que conectaba lo recuerdos en distintas habitaciones, y se encargaba de reparar las paredes rotas. La mente de Draco estaba frágil en ese instante, se tambaleaba, seguramente debido al impacto que era tener sus recuerdos de vuelta y cómo eso cambiaba la estructura de la mansión.
Algunas paredes se caían. Algunas puertas se llenaban.
Otras, como la de Harry, aparecían de la nada y tomaban gran parte de su cabeza, tiñendo y entrelazando aquellos sentimientos con los recuerdos ya vividos.
Temía que, en un futuro, el daño fuera permanente.
Por ahora evitaría pensar en ello.
—Listo —Astoria dijo saliendo de su mente. Draco se veía igual de mal que antes.
—Gracias.
Astoria se giró a Theo, que observaba la escena. Podría haber parecido que se encontraba neutral, pero Astoria podía notar cómo en la orilla de sus ojos se dibujaba la preocupación.
—Aconsejaría no volverlo a poner bajo el hechizo por un par de días —le dijo a Theo, mirándolo directamente a los ojos—. Y hacerlo lo menos seguido posible.
Theo asintió escuetamente.
Astoria volvió a girarse a Draco. Sus ojos se movían de un lado a otro. Conmocionado, estaba totalmente conmocionado. Astoria nunca lo había visto tan joven.
Se arrodilló al borde de la silla en la que Draco estaba sentado, tratando de buscar sus ojos.
—Él está bien —murmuró, pero Draco no respondió nada.
Algo le decía, que no era eso lo que lo estaba preocupando.
Astoria suspiró sonoramente, preguntándose qué podría hacer para remediar el pesar de Draco. No le importaba lo que había visto en su cabeza. Astoria lo quería demasiado para que importara lo que hizo. Quería ayudarlo a estar bien, a remediar su desesperación.
Pero, a veces, el amor no era suficiente.
