Disclaimer: Yu-Gi-Oh! no me pertenece. Sólo esta historia llena de clichés y el OC.
Les recuerdo que las respuesta a reviews anónimos/de invitados están al final del capítulo anterior. Este se editará con las respuestas a medida que los vaya aprobando y respondiendo (siempre que sean reviews de este capítulo o generales de la historia, y no más de una respuesta por persona).
¡Gracias a todos por sus comentarios, favs y follows!
LIBRO III
Capítulo 44
Encrucijada Dramática
[Carta de Trampa]
Sólo puedes activar esta carta cuando recibes daño de batalla. Tu adversario elige y activa 1 de estos efectos:
● Descarta 1 carta al azar.
● Tu adversario mira tu mano, elige 1 carta y la añade a su mano.
Banshee finalmente apareció. Tenía el ceño fruncido, los brazos cruzados sobre su pecho y sus mechones desordenados la hacían ver muy peligrosa.
—Entonces, señor puedo manejarlo todo yo solo, ¿ahora está satisfecho? ¿O necesita que llamemos a un espíritu más grande y peligroso?
Pensé en responderle, pero al final me quedé callado.
—Sí, eso creí —dijo.
Aspiré aire y luego lo solté en un suspiro, mitad resignación, mitad como diciendo: «Todo vuelve al punto de inicio». Aunque no era realmente así. En realidad, a cada paso que daba en esta vida (en todas ellas) me sentía como si estuviera en un corredor sin fin. O, quizá, la mejor manera de describirlo sea «como en un laberinto». Y no uno simple, sino más bien uno surrealista y que desafiaba las leyes de la física, como la habitación mental de Atem en el Puzzle Milenario.
—Deberíamos salir de aquí —dije, mientras guardaba las semillas una vez más en la bolsa.
—¿Puedo? —me preguntó Banshee.
Me encogí de hombros y le pasé la bolsa. Ella simplemente asintió y luego las guardó en una pequeña bolsa de viaje que llevaba atada a su cintura. Claramente, eso era algo que no aparecía en la ilustración de su carta. A final de cuentas, la imagen que representa a cada uno de los monstruos era el equivalente a una fotografía o, mejor dicho, a un retrato del monstruo en cuestión.
Banshee podía quedarse con las semillas, yo tenía que decidir con el resto del «loot» de esa quest.
Por un momento pensé en guardar la carta de Leon Belmont con el mazo de Erzsébet. Lo consideré mejor y me di cuenta de que eso sería una pésima idea. Mi propio deck tampoco era una opción. Así pues, la metí en el bolsillo interno de la chaqueta de mi uniforme.
Era momento de emprender el camino de regreso al dormitorio.
Hice una mueca ante ese pensamiento. Eso me tomaría unos buenos cuarenta y cinco minutos. Llegaría allá después del toque de queda. Además, el disco de duelo debía de haber enviado –al igual que la última vez– mi ubicación a los profesores. Sin contar con el hecho de que Judai, y en especial Johan, iban a estar furiosos de que, una vez más, había hecho todo eso por mí mismo…
«No realmente», recordé. Yo le había pedido ayuda a Judai. Que Haou se hubiera involucrado antes de que él pudiera llegar era diferente.
Y había un detalle más: la verdad era que Banshee siempre estaba allí para tratar de ser la voz de la razón, al menos desde que se había presentado ante mí un par de semanas atrás. Además, estaba William quien, aunque aparecía poco, era una presencia constante para darme algún consejo.
En realidad, jamás estaba solo. Debía comenzar a dejar de tomar decisiones de manera unilateral. Los espíritus de duelo no eran mascotas, eran personas.
De vuelta a mi problema actual, me pregunté si Haou me había dejado allí tirado a propósito… Y un segundo después me di cuenta de que ni siquiera valía la pena cuestionar eso: estaba claro que la respuesta era un rotundo «sí».
—Al mal paso darle prisa —murmuré y comencé a caminar.
Me detuve y di un vistazo de nuevo al lugar en el que estábamos. Parecía ser un salón de baile, salvo por la silla que claramente era una especie de trono. ¿Haou había modificado la casa de Erzsébet o eso siempre había estado allí?
—Es un salón de audiencias —dijo William, no sé si porque adivinó mis pensamientos o, simplemente, lo leyó en mi mente—. Todos los nobles tienen uno.
—Claro. Es para recibir a los visitantes, ya sean nobles menores y a los simples vasallos, esos que acuden a ellos a solicitar alguna cosa.
Tal vez mi tono había sido más irónico de lo que pretendía. Había algo en todo el concepto de la nobleza que simplemente no me terminaba de gustar. ¿Se debía a la forma en que fue mi relación con Haou desde que lo conocí? También podía ser por la obsesión que había tenido con One Piece en algún momento; eso me había condicionado a pensar que «noble» casi siempre era igual a «personaje despreciable».
Me dirigí hacia dos amplias puertas dobles que parecían ser la salida. Tenían que serlo: eran las únicas, según podía ver. Estas daban a un pasillo que reconocí de mi visita anterior. Era un corredor que conectaba la puerta principal con las habitaciones propiamente residenciales, y claro, el salón de audiencias.
—No deja de sorprenderme que Erzsébet haya podido construir este lugar.
—Siempre fue hábil en la magia.
Asentí. Eso tenía sentido.
—Supongo entonces que la Iglesia no estaba tan equivocada. —Hice una mueca, un poco asqueado de mis propias palabras—. No es que eso sea malo, pero si la magia es real y alguien supo que ella… bueno, era la excusa perfecta para acusarla de brujería.
Sentí el pesar de William. Ella era, en términos simples, su hija. Hablar de esas cosas no debía ser fácil para él.
—No puedo estar seguro de eso. Por lo que puedo decir, y lo poco que ella me contó, muchos nobles hacían magia. Era un arte secreto que se guardaba con mucho recelo, al igual que la alquimia.
Típico. Como en Zero no Tsukaima: dejemos que los pobres plebeyos se destrocen la espalda trabajando, vamos a celebrar que tenemos este don y a oprimirlos aún más.
—¿Por qué entonces condenarla de esa manera si era algo que todos los nobles hacían?
—Seguramente para entonces estaba mal visto —intervino Banshee—. Ella es de mediados del siglo XVII, ¿verdad? Bueno, por algo la magia pasó a ser algo que se practicaba en secreto, lejos de miradas y oídos indiscretos. Pasó lo mismo con la alquimia.
Eso en realidad encajaba perfectamente.
—¡Claro! Si fue como en el otro mundo, para ese entonces la brujería había pasado de ser algo que se veía como la tradición practicada por mujeres sabias y curanderas, a algo condenado por la Iglesia.
Solo que en este mundo nunca hubo una reforma protestante. La Iglesia del Dios del Juicio se había mantenido igual en términos prácticos, desde que se hizo con el control de la vida religiosa del Imperio Romano, hasta que llegó la Ilustración en el siglo XVIII y los hombres pensantes comenzaron a cuestionar sus dogmas de manera abierta. No habían tenido motivos para competir por ver quien quemaba a más «brujas» para reafirmar su fe: católicos contra protestantes.
Excepto por otro detalle. En el otro mundo, el pánico satánico contra las brujas había venido de otra fuente más o menos contemporánea al acto revolucionario de Martin Lutero.
Saqué mi PDA y abrí el navegador. Rápidamente, tecleé un nombre en latín, seguido de «PDF».
Allí estaba, como lo pensé, «El martillo de las brujas»: ese asqueroso libro lleno de odio y prejuicios llamado Malleus Maleficarum, un libro que provocó mucho dolor. Debido a él, hombres y mujeres, pero en especial a las últimas, fueron víctimas de torturas horribles y muertes aún peores.
«Allí donde se queman libros, luego también se queman gentes», pero si en la historia de cualquier mundo había un libro que merecía ser quemado, ese era sin duda este. Muy probablemente su existencia había dado la excusa –o una más de estas– a los enemigos de Erzsébet para destruirla a ella y a su familia.
—Pero, tengo que admitir que hasta yo estoy maravillada por todo esto.
Miré a Banshee quien avanzaba más lento, ya que iba abriendo cada puerta que nos encontrábamos para dar un vistazo a dentro.
—La Luz de la Justicia hizo algo parecido —le recordé.
—Ella es una diosa. Gracia del Vampiro, solo un monstruo de duelo más.
—Es mi cría —replicó William, con un pequeño deje de molestia que no pasó desapercibido.
—¿Podrías hacer algo como esto? —lo cuestioné.
—Con el tiempo y los recursos necesarios.
Banshee abrió otra puerta y se asomó dentro.
—Si ella fue amante del Dragón, significa que estuvo en la Noche Eterna. Según las leyendas, el castillo cambia y se adapta a los deseos de su propietario.
—Lo hace —confirmó William.
—¿Y si ella encontró la forma de replicarlo, al menos parcialmente?
No había considerado esa posibilidad, porque antes no sabía que Castlevania era una cosa en este mundo (y no como un videojuego). No era inaudito que alguien pudiera hacer eso. La ocultista loca que pretendía resucitar a Drácula en Dawn of Sorrow lo había hecho. ¿Era esto algo parecido? Una réplica del castillo de Drácula, aunque fuera más pequeña, sonaba como un lugar muy adecuado para esconder a Ferenc de él.
Sentí a la migraña pulsando con fuerza. El yugiverso ya era lo bastante complicado, lidiar además con Castlevania parecía demasiado. ¿Qué seguía? ¿Mis vacaciones de verano iban a ser en Silent Hill?
No obstante, ahora tenía muchas cosas que consultar con Leon Belmont. ¿Era Drácula Mathias Cronqvist? Explicaría por qué no pude encontrar información sobre la casa Drăculeşti. Aunque, sí información sobre un tal Vlad Drácula Tepes, que fue enemigo de los turcos y los cristianos por igual a mediados del siglo XV.
Mi migraña solo estaba aumentando y todavía tenía que llegar al dormitorio.
—Lo que sea, hablaremos de eso… después —dije.
Entonces, una idea se iluminó en mi cabeza en relación con todo ese asunto. En especial debido a mi pensamiento anterior sobre «ir de vacaciones a Silent Hill». Durante el viaje a Tokio para celebrar que nos graduamos de la secundaria y entramos a la Academia de Duelos, había estado buscando juegos en Akihabara. Varios de Konami entre ellos. Nunca encontré algo que remotamente pudiera ser considerado un Castlevania, ni tampoco un Gradius (aunque este último no lo estaba buscando abiertamente).
—Algo te molesta —dijo Banshee mirándome con sospecha.
—Me di cuenta de algo: es posible que no haya podido encontrar un solo cartucho de Castlevania, o una versión parodia, porque siempre fue real para este mundo.
Banshee parpadeó, casi como si tuviera un tic en el ojo.
—Ahora me pregunto —proseguí—, si es posible que cualquier juego de Konami que no tenga un reflejo en esta realidad es porque, bueno, es real.
—Eso… En realidad, es muy posible.
Respiré profundamente.
—Gracias a todos los dioses: ¡compré un maldito Silent Hill en Akihabara!
Banshee resopló.
—Eres un tremendo idiota, ¿lo sabes?
La fulminé con la mirada. Por toda respuesta, me sacó la lengua y luego desapareció, como si fuera una niña de cinco años.
Las puertas principales de la casa de Erzsébet por fin estaban frente a mí. Cuando las abrí y salí al aire fresco del bosque, sentí como si hubiera rejuvenecido unos cuantos años. El aire en la cueva, casa, castillo o lo que fuera, estaba realmente cargado. Hedía, es la mejor forma de describirlo.
—Supongo entonces que todo fue bien.
La voz del profesor Daitokuji me hizo girar la cabeza
Estaba de pie, recargado contra el tronco de un árbol cercano y con Faraón, el gato, en sus brazos. Su rostro era esa máscara perfecta de jovialidad que en el anime ocultaba a quien, posiblemente, fue el más peligroso de todos los miembros de las Siete Estrellas Asesinas.
Asentí de manera rígida.
—¡Muy bien! Ya que terminó su trabajo, ahora debería regresar al dormitorio y no hacer más escalas. —Me señaló un sendero que iba a través del bosque, uno que no había visto la última vez que estuve allí—. Creo que le agradará saber que los jóvenes Takadera, Mukouda e Isaka están bien. Fue más el susto que otra cosa.
—Sí, Hao… su alteza dijo eso.
Había tenido que cambiar mi manera de referirme a Haou cuando noté un titubeo en la sonrisa perpetua del profesor, indicando cierta molestia. ¿Por qué era tan leal a Haou? No podía sacarme de la cabeza que seguía siendo una especie de agente doble. Más allá de que Judai estaba convencido de que no era así, no tenía ninguna prueba para pensar lo contrario. Digo, su traición no había sido una que se hubiera estado esperando en el anime. Al menos, cuando lo vi en mi juventud no me pareció que el tipo fuera la gran cosa, y genuinamente fue algo que me sorprendió. Por otro lado, bien dicen que siempre es quien menos te lo esperas.
¿Qué fue lo que dijo Aizen? ¡Oh, sí!: «Cualquier traición que vea venir es trivial, las que de verdad importan son aquellas que resultan ser inesperadas»; o algo así.
—Pasarán esta noche en la enfermería —continuó el profesor, trayéndome de regreso a la realidad—. No obstante, me temo que usted está en problemas, joven Satou. Traté de disminuir el asunto lo más posible, pero el profesor Chronos aún quiere verlo en su oficina; mañana, luego de la ceremonia.
—¿Ceremonia?
—Por supuesto. Debería abrir su correo escolar, al menos de vez en cuando, entre cada cacería de espíritus. —Hice una mueca ante ese regaño. Era uno de esos que no lo parecen y, por tanto, resultan ser mucho más efectivos—. No tendremos clases a última hora de mañana. El director Samejima va a anunciar a los alumnos que van a ascender de dormitorio, además de un evento muy especial que sucede cada verano en la Academia.
¿Evento especial? Estaba hablando del Inter escolar. El profesor Chronos nos había adelantado algo de eso. Lo cual todavía no terminaba de cuadrarme por qué lo había hecho… Más allá de su obvio favoritismo, el cual había pasado de estar dirigido a un dormitorio en concreto a enfocarse en su grupo de «estudiantes estrella», por decirlo de alguna manera.
—Como le decía: el profesor Chronos lo estará esperando mañana, luego de la ceremonia, en su oficina. No llegué tarde. Y traté de revisar su correo escolar más a menudo.
El profesor se permitió una pequeña carcajada, luego volvió a señalarme el sendero de antes.
—Si sigue este camino, llegará al dormitorio en unos treinta minutos. Quince minutos menos de lo que habría hecho atravesando el bosque. A tiempo para que la violación del toque de queda no se sume a su lista de faltas a las normas.
Asentí y le di las gracias.
—No había visto esto antes —comenté.
—Es una adición reciente. Hay que aprovechar las… instalaciones que tan amablemente fueron donadas a la escuela. Es justo, ¿no le parece?
¿Estaba hablando de la cueva de Erzsébet?
No lo cuestioné al respecto. Seguí el sendero, mientras él se quedaba allí. Durante un largo rato sentí sus ojos sobre mi espalda, hasta que el camino hizo una curva y salí de su campo de visión.
—Ese tipo me da escalofríos —dijo Banshee, sin aparecer.
No era la única con ese «problema».
En fin, como el profesor había dicho, regresé a tiempo: unos buenos dos minutos antes de que la reja fuera cerrada por uno de los alumnos superiores de tercer año. De hecho, yo no era el único que llegaba un poco tarde. Otros estudiantes de Osiris venían corriendo por el camino que llevaba al edificio principal. Seguramente aquellos que habían perdido la noción del tiempo mientras estudiaban, o eso quiero pensar.
Cuando abrí la puerta de mi habitación, todo lo que quería era subir a mi litera y dormir. No obstante, había un pequeño obstáculo para conseguir eso: Johan.
—Supongo que ya debería aceptar que no confías en nosotros lo suficiente como para pedirnos ayuda —Su voz dejaba ver una cosa: resignación. ¿Había tirado la toalla?
Podía intentar sacarle la vuelta a eso, buscar alguna excusa. Pero, entonces, recordé lo que Banshee había dicho varias horas atrás, y en lo que había estado insistiendo indirectamente en varios de sus comentarios desde entonces: debía dejar de tratar de hacer las cosas por mí mismo.
Respiré profundamente antes de responderle.
—No creí que esto fuera a escalar tanto… no al menos tan pronto.
Por el rostro de Johan pasaron una serie de emociones, una detrás de otra, como un tren: sorpresa, confusión, enojo…
—¿Tan pronto? Eras completamente consciente de que algo así podía suceder. Y, aun así, contra todo el sentido común, lo hiciste.
—Judai te dijo lo que hice, ¿verdad?
Caminé hasta mi escritorio, dejé mi disco de duelo allí y los dos deckbox. Fue una sorpresa que el mazo de Erzsébet no hubiera desaparecido aún, y quería saber por qué. Sin embargo, por el momento había otras cosas de las que ocuparme. Quizá simplemente todavía estaba cargado de la magia de la cueva o algo así.
—Al final, no fue tan malo —dije—. Bueno, sí, más o menos —agregué antes de que él pudiera replicar—. Para Takadera, Mukouda e Isaka sí, pero descubrí algo.
Me giré, recargado en el escritorio y miré a Johan. Seguía molesto, pero la curiosidad lo traicionaba, como siempre que pasaba algo que tenía que ver con los espíritus de duelo.
—Luche contra ese espíritu al que llamamos con la «tabla parlante». Su mazo era muy avanzado.
—¿Avanzado?
—Sí, no al punto de romper el juego, pero… ¿Recuerdas esas invocaciones del futuro de las que hablábamos hace unos días en la oficina del profesor Chronos? Bueno, él podía usar una de esas. Más bien, puede.
Johan pareció querer preguntar. Luego, negó con la cabeza.
—Aun así, debiste esperar a que llegáramos. Y si ese espíritu…
—No hubo mucho tiempo, en realidad —lo corté—. En cuanto llegamos el oráculo de la tabla se volvió loco. Luego de que el espíritu apareció, Haou también lo hizo.
Normalmente, no le contaría a Johan eso, al menos no cuando Judai no estaba presente; sin embargo, no dolía ser honesto por una vez. Y, pesé a todas las reservas de Haou sobre Johan, la verdad es que en eso estaba de acuerdo con el gemelo menor: podíamos confiar en mi primo. Siempre lo hice, de otra forma no me habría tomado la molestia de ayudar a encontrar la forma de evolucionar su mazo para que pudiera defenderse.
Habíamos hecho todo eso tanto para darle una defensa contra la Luz de la Destrucción, como para darle poder para que pudiera enfrentarla. A veces me preguntaba si el incendio que mató a los padres de Johan fue realmente un accidente. La Luz había asesinado a los padres de Judai, y también me había arrebatado a los míos. ¿Hizo lo mismo con los de Johan?
La mención a Haou tuvo el efecto que estaba esperando: Johan se enfadó aún más.
—Mira —le dije—, las cosas han ido a cuesta abajo para mí desde que llegamos a la Academia. Los espíritus me atacan, una diosa quiso matarme, y descubrí que tal vez no soy normal… nunca lo fui.
Y que hay entidades cósmicas provenientes de más allá de las estrellas que por alguna razón tienen influencia en mi existencia, y no puedo recordarlo porque algún dios arbitrariamente decidió que no tenía derecho a conocer mi propia identidad… Solo otro día más en la fantasía levecraftiana en la que se había convertido mi vida.
Por supuesto, eso último no se lo dije. Un paso a la vez, supongo. Ni siquiera estaba seguro de si Haou era consciente de esos detalles. ¿Era por eso que me había prohibido expresamente tratar con cualquier cosa que tuviera que ver con las «Entidades»? ¿Había visto algo más cuando obtuvo el conocimiento de todas las cartas del otro mundo?
Hasta ahora no había considerado esa posibilidad. Por otro lado, si tomaba en cuenta su reacción al momento de enterarse de que esas cosas existían, de haber sido el caso, lo más probable era que me hubiera aplastado allí mismo.
—¿Kenichi? —La voz preocupada de Johan me devolvió a la realidad.
—Yo… necesito dormir. Ya sabes cómo es esto: tuve un Duelo Oscuro y… eso.
—¿Con daño real? —Él ya había sufrido uno de esos, y siempre se ponía tenso cuando hablaba al respecto.
—No, solo…, fue agotador. Hablaremos mañana. Judai también debería escuchar esto; tal vez los otros también. Pero eso podremos decidirlo mañana.
Johan no me cuestionó más sobre lo sucedido esa noche.
Sin esperar a Haou quien, de todas maneras, solo volvía cuando le daba la gana, apagamos las luces y nos fuimos a dormir.
- GX -
Estaba soñando. Una parte de mí era consciente de eso. El sueño, sin embargo, era mucho más vivido que cualquier otro que hubiera tenido antes. Sin contar a la Puerta Suprema, por supuesto. Era casi como si de verdad estuviera allí… Tal vez ese era el caso.
Era un restaurante y estaba sentado en una de las mesas. La silla era muy cómoda. La mesa estaba cubierta con un mantel de cuadros típico de las representaciones de los restaurantes italianos.
Aunque, había dos cosas que traicionaban la ilusión de que todo eso era real: el aroma de la comida (la pasta y el pan de ajo) acariciaba mi nariz como en los dibujos animados. Y los demás comensales en el lugar eran seres sin rostro, como meras sombras en un decorado que únicamente estaban allí para dar la ilusión de que era un restaurante concurrido y familiar.
Las conversaciones, los sonidos de los cubiertos al chocar con los platos, todos los sonidos en general parecían salir de una grabación de audio.
La silla enfrente de mí fue retirada y alguien se sentó allí. Era un hombre alto, vestido de traje y corbata. Su aspecto de gánster, combinado con el escenario del restaurante italiano, me hizo pensar que bien podría estar soñando que estaba en una escena de El padrino. O, más bien, en una parodia de bajo presupuesto de una escena de dicha película.
El hombre alzó el rostro, sin quitarse el sombrero, y me dejó ver la sonrisa caprichosa de sus labios. Sus ojos brillaban de color violeta, de tal modo que, por un instante, más que un mafioso, parecía aquel tipo de Hellsing que luchaba con naipes explosivos.
—Ha pasado mucho tiempo —dijo.
Fruncí el ceño.
—No deberías estar aquí —respondí, pero a la vez era como si no lo hubiera hecho yo mismo.
Esa sensación molesta, tan común en mis sueños, regresó. Era como estar atrapado en la escena de una película en la cual eres uno de los personajes principales. Inconscientemente, no sabes cuál es tu papel, o siquiera recuerdas tus diálogos; y, aun así, estos salen de tu boca como si fueras el mejor de los actores. Era algo tan desesperante: tener el conocimiento allí, saber que lo tienes, y por más que te esfuerzas, eres incapaz de llegar a él, como si hubiera algo que te faltara –un cable cortado, tal vez– para conseguir alcanzarlo.
—Eso es muy grosero, niño. Y yo que venía con las mejores intenciones.
—No se supone que estés aquí. No deberías poder entrar aquí.
El hombre soltó una carcajada.
—Oh, ¿de verdad piensas que ella podría impedirme entrar a cualquier parte? Le estás dando demasiado crédito. —Cruzó sus largos dedos frente a su rostro, sin perder la sonrisa burlona de su boca—. Si ella quería mantenernos fuera de su pequeño mundo idílico, entonces no debió enviar a su pequeño bastardo a inmiscuirse en el juego de otras personas.
—¿Qué quieres? —Había algo en él que me causaba toda clase de emociones: miedo, desconcierto, pero, sobre todo, irá. No se comparaba a la que sentí alguna vez por Haou. A él una vez quise darle un puñetazo en toda la cara, a este hombre quería hacerlo sufrir.
—¿Uno no puede visitar a un viejo amigo?
Lo miré con una mezcla de ira asesina e irritación. Él prosiguió como si no se diera cuenta de nada:
—Escuché por allí que El Cazador consiguió otro mientras estás ocupado jugando a las cartitas. Eso es… desafortunado.
—No para ti.
—¿Piensas que quiero que el juego acabe tan pronto? Oh, por favor, deberías conocerme mejor. Una vez casi armé el original, ¿lo recuerdas? Claro que sí, ¡tú estabas allí, en primera fila!
No, no podía recordarlo. Pero el personaje que estaba interpretando (¿o era al revés? ¿Y si yo era falso y mi reflejo en aquel sueño era mi verdadero yo?) sí que lo sabía.
—Pero no te gusta recordar eso, ¿verdad? Hace que recuerdes a tu madre. Aunque, estoy seguro de que en estos días prefieres a una de sus sustitutas, en especial la actual. ¿Ella sí te arropaba en las noches y limpiaba tus lágrimas cuando tenías pesadillas?
De verdad, ahora quería tomar un cuchillo y enterrarlo hasta el fondo de su garganta.
—¿Sabes, niño? Esa es toda la diferencia entre ser deseado y no. Ella no prefería pasar de ti como de la mierda, ¿verdad? Claro que no, seguro hacía todas esas cosas que hacen las mamás: comprar una cuna, peluches suaves y ropita linda. Las cosas que tu verdadera madre habría hecho por ti, si no fueras el producto de una violación, si no fueras el recordatorio eterno del hombre que la agredió. Se habría deshecho de ti de haber podido, lo sabes. Pero, claro, siendo parte de una familia ultra católica, ¿cómo iba a dejar que se cometiera tal pecado? Mejor que tenga al pequeño bastardo y así poder castigarlos a ambos por ser una afrenta al dios de todas las cosas buenas.
Mi yo en el sueño no hizo nada. Se quedó allí, golpeando la mesa con sus dedos. Por dentro, la ira ardía e imaginaba todas las formas en que podría reajustar la anatomía del rostro de ese sujeto, usando solo un cuchillo y un tenedor.
—Supongo que simplemente has llegado a la resignación —dijo el tipo, suspirando como si todo se hubiera tornado aburrido de repente.
—Todos lo hacen, ¿no? Eventualmente sigues adelante.
—¿Lo hiciste? ¿O solo quieres convencerte a ti y a otros de que lo hiciste? O, tal vez, ya te diste cuenta de que el olvido es una bendición, más que una maldición.
—¿Qué quieres? Nunca apareces si no es por algo.
—Escuché que el viejo Yog vino a verte. ¿No puedo hacer lo mismo? ¡Oh, pero mira! Hablando del rey de Roma.
La escenografía a nuestro alrededor se deshizo. Las otras mesas, las paredes del falso restaurante, incluso las sombras que hacían de comensales… todo desapareció, mientras cientos de ojos surgían a nuestro alrededor.
—Oh, Yog, eres tan egoísta. ¡Nunca quieres compartir tus juguetes! Bueno, aunque lo hiciste con Horakhty. Será acaso que esa vieja chispa entre ustedes todavía tiene algo de brillo.
Esa sonrisa tan despreciable volvió a su rostro.
—Debe ser eso —murmuró, casi para sí mismo—, porque este siempre fue tu favorito, ¿no? Bueno, si no cuento a nuestro apreciado soñador. Dejaste morir a Wilbur con la manada de perros de Miskatonic, pero a nuestro preciado… niño, aquí presente, lo salvaste de mí. ¿Cuántas van ya? ¿Tres veces? Qué interesante.
Se levantó, dejando ver que en realidad era más alto de lo que parecía, o quizá era que podía cambiar su estatura a su antojo. Ahora medía tres metros de altura. Pero su cuerpo era muy delgado, desafiando la física.
—Sobre los libros, hay altas posibilidades que uno esté aquí, en el pequeño paraíso de cartas de Horakhty. Eso haría que fueran dos. —Estiró su mano, y aunque quise hacerme a un lado, mi yo en el sueño se quedó inmóvil. El dedo índice derecho del hombre golpeó mi frente—. El otro, del que eres portador, siempre viaja aquí. Solo es una sugerencia, pero yo creo que sería divertido. ¿Por qué no tomas papel y tinta y tratas de escribirlo?
Dio media vuelta y comenzó a alejarse.
—Nos veremos después, niño. Siempre es divertido charlar con viejos amigos, ¿no te parece? Aunque, según recuerdo, tú no puedes tener amigos. Siempre los traicionas o ellos a ti. ¡Y todo por un maldito libro! Tal vez debas pensar en tener un perro. Solo una sugerencia. La soledad puede ser tan mala… para tu especie.
Desapareció. Yog-Sothoth mismo lo hizo al poco tiempo.
Me quedé allí, en el sueño, sentado en una mesa que parecía flotar en medio de la oscuridad de un vacío absoluto.
Las últimas palabras del hombre resonaban con fuerza en mi cabeza. Sabía que no debía escucharlas, pero era tan difícil… porque eran verdad. Buscar esos libros enloquecía a las personas, por eso no podía crear lazos. No eran tanto las traiciones, que las hubo un par de veces, era más el miedo a verlos perderse en esa locura. Ya había visto a tantos.
Por eso estaba solo, y siempre lo estaría mientras el Necronomicón siguiera quemando en mi alma.
- GX -
Cuando desperté, me quedé un largo rato con la vista fija en ningún punto en particular. Estaba seguro de algo, ese hombre –quienquiera que hubiera sido– había sido tan efectivo como Banshee lo había sido antes. Tenía razón en una cosa: no podía tener más amigos, no mientras tuviera esa misión delante de mí.
Hice mi mejor esfuerzo por aparentar que las cosas estaban bien. Que el día anterior no había discutido con Kaiser, que no me había involucrado en una sesión de Ouija que pudo ser potencialmente mortal, que no había terminado siendo arrojado a un Duelo Oscuro… Que ningún dios de locura me había visitado en sueños para recordarme porque no podía crear lazos con nadie.
Así que traté de comportarme como si solo fuera uno de esos personajes de relleno que, a lo mucho, sufren un poco de daño colateral… Como si sufrir lavado de cerebro por parte de una entidad de destrucción absoluta; ser arrojados a otra dimensión en donde debían luchar por sus vidas y, posteriormente, ser convertidos en zombis; o acabar siendo absorbidos por la propia oscuridad fueran cosas triviales.
Pero, eh, la tienen fácil: al menos no habían sido convertidos en chocolate por un demonio hecho de masilla de color rosa.
Le hice caso al consejo del profesor Daitokuji: revisé mi correo escolar mientras estaba sentado en la mesa del comedor esperando a que todos llegaran (había entrado allí cerca de hora y media antes de la hora del almuerzo). La mayoría eran anuncios sobre clubes escolares, cuyas inscripciones para entonces ya habían cerrado. Los resultados de mis exámenes, por supuesto, algo que ya había comprobado antes. Y allí estaba: el anuncio del director sobre la asamblea de esa tarde; seguido de un correo del profesor Chronos pidiéndome que lo viera en su oficina en cuanto eso terminara.
Cerré el correo, apagué la pantalla del PDA y recargué mi frente contra la mesa. Bueno, ya me estaba mezclando en asuntos de magia y le había pedido a Fujiwara libros al respecto; pasar de castigo en castigo solo era un paso más cerca a ser como Harry Potter, pensé con ironía.
—Kenichi… —La voz de Judai me hizo alzar la cabeza.
Estaba sentado enfrente de mí. Ni cuenta me había dado de cuando entró.
En cuanto ese pensamiento se esfumó, me di cuenta de una cosa: en sus ojos vi algo que no había visto en años. Ese deje de melancolía y temor que había tenido había regresado. Por un momento no entendí por qué. Todo lo que le había dicho se cumplió como en el canon: estaba rodeado de amigos.
—Buenos días —lo saludé, haciendo mi mejor esfuerzo por aparentar normalidad, como si nada hubiera pasado, como si no hubiera notado que algo lo molestaba… como si nada me molestara a mí.
Abrió la boca claramente para decir algo, pero al final volvió a cerrarla tras murmurar un vago saludo. Se levantó de la mesa y fue a buscar su desayuno.
—¡Kenichi! —Esta vez era Johan, quien entró a la cafetería casi corriendo—. ¡No me despertaste!
—Se supone que para eso programaste tu alarma.
—La perdí de nuevo —respondió, mientras se rascaba la nuca, avergonzado.
Suspiré. De verdad, Johan debía comprar un nuevo teléfono. El que tenía ya era muy viejo y algunas aplicaciones comenzaban a fallar. Podía entender que lo apreciaba por haber sido el primer regalo que la tía Megumi le había dado, no obstante, luego de cinco años, el aparato estaba en su límite.
Poco a poco, el resto del grupo fue llegando a la mesa. Las conversaciones iban y venían a través de los asuntos mundanos de la escuela y el duelo. Había una especie de acuerdo tácito de no hablar de las cosas sobrenaturales en un lugar en donde los oídos indiscretos podían estar escuchando.
Me enteré de que Johan ya tenía sus maletas listas, al igual que Sho, Edo, Asuka y Daichi para moverse a los dormitorios de Ra. Imaginé que lo mismo era con Haou y Manjoume. Habían hecho eso luego de celebrar en la tienda de la señora Tome, mientras yo estaba discutiendo con Kaiser y participando en aquella sesión desastrosa del club de esoterismo. Judai podría haberlo hecho también, cambiar de dormitorio, pero él no iba a dejar Osiris jamás (o eso fue lo que les dijo) y Rei decidió que, si él no se iba, ella tampoco.
Por mi parte, comenzaba a preguntarme seriamente si debía de haber ido directamente al dormitorio tras terminar mi reunión del día anterior. Aun así, me sorprendí al descubrir que no me arrepentía de nada…
Eres libre de tomar la decisión que quieras, sea buena o mala. Lo más importante es que aprendas a aceptar las consecuencias de tus actos; y jamás te arrepientas de ellas. Cada decisión que tomas es un reflejo de quien eres y de en quién te convertirás. Por eso es vital que no te arrepientas de las decisiones que tomes. Lo mejor que puedes hacer ante una mala decisión es aprender de ella y luego seguir adelante…
Esos flashbacks comenzaban a ser muy molestos. Comenzaba a pensar que sufría alguna clase de estrés postraumático.
Miré la hora en mi teléfono y recogí mis cosas.
—¿No es un poco pronto para ir a clases? —me cuestionó Junko. Eran diez minutos antes de lo normal.
—Quiero tomarme mi tiempo y no ir apresurado.
—Está bien… supongo —dijo.
Fue un poco extraño no recibir algún comentario burlesco de su parte.
Johan le dio un pequeño codazo a Judai.
—Creo que es buena idea ir un poco temprano.
—Adelante, todavía quedan camarones fritos en mi plato.
Y era cierto. No era normal que los camarones fritos durarán más de dos minutos en el plato de Judai. La mayoría pareció coincidir en lo mismo, puesto que lo miraron con diversos grados de preocupación.
Me encogí de hombros y salí. Johan no me siguió como había sugerido antes, claramente más preocupado por Judai.
La noche anterior había estado dispuesto a hacer caso a Banshee y dejar de guardar las cosas para mí mismo, pero ahora ya no estaba tan seguro. Es decir, ellos tenían sus propios problemas en este mundo. Los ayudaría cuanto pudiera, sobre todo porque la Luz todavía me debía una muy grande, sin embargo, arrastrarlos al mundo de horror cósmico que estaba ante mí era impensable. Por eso me había detenido antes cuando traté de decirle a Johan lo que había pasado con Leon: recordé el asunto de los libros, de Yog-Sothoth, y no pude seguir.
Esa mañana, luego de la visita que tuve en mis sueños, me di cuenta de que esa había sido la decisión…, no «correcta», más bien la «adecuada».
Estaba a la mitad del camino cuando sentí una presencia detrás de mí. Unas manos frías, aunque suaves, se apoyaron contra mi espalda.
—¿Banshee?
—No cortes tus lazos con ellos —susurró—. Si cortas los lazos, él ganará. Es lo que quiere: que te hundas en la desesperación, la soledad y la locura.
—Banshee… ¿Quién eres?
Hubo un silencio largo, tensó. Luego, con voz baja, ella por fin habló:
—No puedo, estoy atada. Aunque, quizá haya una forma de burlar su sello. Si pudieras conectarte con los registros akáshicos, tal vez… —Desapareció.
Me quedé allí, de pie, en medio del sendero. ¿Los registros akáshicos? Era un concepto de la teosofía según el cual era posible acceder a un registro que contenía los pensamientos, recuerdos y conocimientos pertenecientes a la humanidad y, en general, a todos los seres vivos que habían existido en el universo. Vamos, en términos simples, se trataba de una especie de internet metafísica y espiritual con todo el conocimiento existente del pasado, presente y futuro. Si eso era cierto, entonces en algún lugar de los registros debía estar contenido mi nombre: la clave para, según dijo Erzsébet, deshacer «las cadenas que tenían mi alma prisionera».
- GX -
No pude concentrarme mucho en mis clases de ese día. Mi mente estaba ocupada repasando todo lo que sabía sobre el registro akáshico. No era mucho, solo lo que podríamos describir como «la definición del libro de texto». La teosofía no era precisamente algo que yo considere muy… confiable. Era una religión, parte del espiritismo. Su origen estaba en la obra de Madame Blavatsky, a quien –como ya he dicho antes– consideraba un completo fraude.
Cuando llegó la hora del almuerzo, me planteé seriamente saltármelo para ir a la biblioteca y usar una de las computadoras para buscar al respecto. Si bien podría leer de eso en mi PDA, me era más cómodo realizar una investigación más exhaustiva en un PC como tal.
Ese era el plan, hasta que Johan pasó su brazo por mis hombros y me forzó a levantarme.
—Es hora del almuerzo —dijo.
—En realidad, pensaba hacer algo…
—Nada de eso. Te saltaste la cena anoche, y casi no comiste nada en el desayuno. No te estás perdiendo más comidas.
Asentí, resignado. Johan me soltó, pero, incluso cuando iba conversando con Sho mientras caminábamos hacia la tienda de la señora Tome, trataba de no perderme de vista.
Recordé lo que Banshee me había dicho esa mañana. Había sido extraño para mí que actuara así y no enojada como de costumbre. Era como si estuviera desesperada por evitar que «me perdiera».
Una vez más, recordé aquellas palabras que alguien cuyo rostro y nombre no recordaba me había dicho: «Lo más importante es que aprendas a aceptar las consecuencias de tus actos; y jamás te arrepientas de las decisiones que tomes».
Quizá la decisión no era sobre cortar o no los lazos, sobre si eso arrastraría o no a otros a mi camino. La decisión era sobre si confiaba más en Banshee… en Judai, Johan y los otros; o en ese ente, gánster, o lo que fuera, cuyo único propósito en su visita parecía ser el romper esos lazos. Arrojarme a la soledad, a la desesperación y la locura, como dijo Banshee.
La conversación de Sho y Johan parecía tan distante. Y de pronto ya no lo fue. Entonces, me di cuenta de que Momoe también venía con nosotros. Parecía un poco perdida la mayoría del tiempo respecto a lo que los otros dos decían, pero al menos parecía esforzarse en escuchar.
—¿Hoy es día de sándwich sorpresa? —pregunté.
Los otros tres me miraron como si acabara de salir un tercer ojo.
—Es martes —respondió Sho.
Eso era un «sí». Los días de sándwich sorpresa eran los martes, jueves y sábados.
—Normalmente, no compras esos —dijo Johan. No lo hacía, porque temía sacar algo desagradable y arruinar mi apetito.
—Bueno, hoy me siento con suerte.
Obtuve uno sencillo. Es decir: solo dos trozos de pan empaquetados. Comenzaba a pensar que era una especie de broma de la señora Tome… o tal vez era solo que no habíamos visto su verdadero propósito.
—Vaya, ese debe ser el sándwich sorpresa más aburrido de la historia —dijo Junko—. Va perfecto contigo.
Ah, así que volvía a eso. Yo podía jugar a lo mismo.
—¿Dices que solo los aburridos toman este sándwich? —Ella asintió—. Entonces Kaiser debe ser el tipo más aburrido de toda la escuela. Después de todo, es su favorito.
Junko me miró con molestia y parecía lista para replicar, antes de que Sho se le adelantara:
—Es cierto. A mi hermano le gustan las cosas simples.
Eso la destrozó, y acabó fulminándome con la mirada, como si yo tuviera la culpa de que ella hubiera insultado a Kaiser indirectamente (lo cual en sí era un concepto ridículo).
—Ahora, hay una forma de arreglarlo —dije, refiriéndome a mi almuerzo.
Fui al mostrador y pedí una bolsa de papas fritas. Regresé a la mesa, abrí la bolsa de frituras y eché la mitad entre las dos rebanadas de pan. Era algo que haría un niño, pero, ¡al diablo!, tenía quince años de nuevo y estaba almorzando con mis amigos.
—¿En serio? ¿Sándwich de papas fritas? —me cuestionó Junko.
—No parece ser muy sano —dijo Daichi.
Judai, por otro lado, parpadeó, luego sonrió con sinceridad.
—¡Esa es una idea muy buena!
—¿Qué sándwich sacaste?
—Uno simple de ensalada —respondió encogiéndose de hombros.
Judai podía comer cualquier sándwich, pero claramente era más entusiasta respecto a unos que a otros.
—Adelante, llénalo de papas —dije, mientras le pasaba la bolsa con las frituras restantes.
—Son unos mocosos —murmuró Junko.
—¿Sabe bien? —preguntó Johan a Judai, quien solo asintió.
Johan y Sho se miraron, luego ambos fueron a comprar una bolsa de frituras cada uno.
—Entonces, como puedes ver, Johan también es un mocoso —le dije a Junko.
Ella solo me fulminó con la mirada en respuesta.
Se sentía muy bien regresar a la normalidad.
Respuestas a Reviews Anónimos hasta el 21/10/22
Roxas Strife
Por algo en el «Disclaimer» aclaro que es una historia llena de clichés XD. Y Kenichi (bueno, Jasper) ya tuvo su búsqueda chiche de fantasmas. Los dioses tienen sus manos, o tentáculos, metidas en todas partes. A veces en lugares que se acercan demasiado al hentai (el tal Wilbor era hijo de Yog-Sothoth y una mujer humana).
No he visto nada del Nasuverso, pero, por lo que sé, toma mucho de las mitologías relacionadas con Inglaterra. Entonces tiene sentido, considerando que el movimiento teosófico apareció precisamente en Inglaterra durante el punto álgido de la moda espiritista. Sobre los registros Akáshicos, en sí escuché de ellos en un pódcast (Herejes), en donde tratan temas varios de religión y movimientos similares, siempre desde un punto de vista crítico y tratando de separar el pensamiento mágico de la realidad.
Malon 630
Habrá que esperar y ver. Falta un buen rato para ese arco, y todavía hay que ver como afecta a Camula la situación de los vampiros de ese mundo. Tengo un plan interesante para ella.
Sobre Chronos, veremos que pasa. Hay otro detalle que me gustaría poner allí, pero va de la mano con lo que Kenichi ha estado haciendo los últimos capítulos.
Y claro que esos dos serías de los primeros en tratar de evitar que se vaya. Por cierto, hay una charla pendiente con esos dos. Kenichi tiene muchas explicaciones que dar a muchas personas.
