¡Hemos llegado al final! Gracias a todos los que han leído esta historia y la primera parte, y nos vemos en mi siguiente dramione :)
Capítulo Veintinueve
Epílogo
Tres meses después
—No pensaba que Draco Malfoy fuera capaz de volver a pisar el Ministerio de Magia.
Draco resopló, poniendo los ojos en blanco.
—Nadie va a detenerme —contestó, mirando de reojo al ministro. —¿Verdad?
El Señor Weasley sacudió la cabeza con una pequeña sonrisa en su rostro.
—Tuviste suerte de pasar solo una noche en los calabozos —comentó, cruzándose de brazos. —Cualquier otra persona hubiera terminado en Azkaban.
Draco miró a su alrededor. Hermione, Weasley, Marissa, Ginny y Potter estaban repartidos por el despacho del ministro, sentados o con la espalda apoyada en la pared.
No pudo evitar sonreír al ver sus rostros.
—Supongo que tengo que agradecer tener amistades tan influyentes.
Weasley y Potter resoplaron a la vez.
—Tu forma de hacerlo no fue la correcta, pero tu terapia funciona —admitió el Señor Weasley con rostro serio. —Ni siquiera el Wizengamot pudo negar eso.
—Y San Mungo no tardó en ofrecerte un puesto como Sanador —añadió Hermione con orgullo.
Draco se apoyó a su lado, sonriendo cuando ella sujetó su mano.
—¿Cómo va todo por el hospital? —preguntó el ministro.
Hermione apretó su mano y él se aclaró la garganta, volviendo a mirar al Señor Weasley.
—Últimamente he estado trabajando con los padres de Neville Longbottom.
Un jadeo de sorpresa resonó por el despacho.
—¿Y has conseguido algo? —preguntó Potter, inclinándose hacia él con interés.
Draco sacudió la cabeza.
—Sus mentes están demasiado dañadas —confesó entre dientes. —Mi método no funciona con ellos.
El Señor Weasley suspiró, encogiéndose de hombros.
—Has hecho lo que has podido —dijo, acercándose y palmeando su hombro.
Draco se lo agradeció con un asentimiento de la cabeza.
Todos se giraron hacia la puerta cuando se abrió y dos aurores atravesaron el umbral. Uno de ellos miró directamente al ministro.
—Todo esta listo.
Arthur se levantó, apoyando la cadera en el borde de su mesa. El otro auror se colocó en el centro del despacho, carraspeando.
—Muy bien. Recordad el plan —dijo Roberts con voz grave. —El factor sorpresa es muy importante. Ellos piensan que nos han despistado, pero les estaremos esperando.
—¿Y si algo sale mal? —preguntó Hermione en voz baja.
—Eso no ocurrirá —aseguró el auror con firmeza. —Los atraparemos antes de que consigan entrar. Lo importante es que todos —hizo énfasis en esa palabra, posando su mirada en Draco. —Sigamos el plan.
Él arqueó una ceja y no dijo nada. Roberts susurró algo en el oído del ministro y los dos aurores salieron del despacho.
—Nos vemos en el estadio en media hora —dijo Harry antes de seguir sus pasos.
Hermione y Draco se despidieron del Señor Weasley y caminaron juntos hasta los ascensores, subiéndose al primero que abrió sus verjas doradas.
Los dos estaban tan tensos que prefirieron no hablar. Se bajaron en el Atrio y entraron en una de las chimeneas más grandes.
—Mansión Zabini.
Unos segundos después atravesaron las llamas verdes, saliendo al recibidor donde les esperaban cuatro personas.
Draco frunció el ceño al ver a su mejor amiga al lado de Blaise.
—¿Tú también vas a venir?
—Hay que aparentar normalidad —Pansy chasqueó la lengua con molestia. —Y sé defenderme.
Draco le dedicó una mirada de odio. Todavía no había olvidado lo que pasó en la tienda de su madre, y no le gustaba la idea de que ella se pusiera en peligro otra vez voluntariamente.
—No te preocupes, Draco —canturreó Luna con alegría, sonriendo. —Nos protegeremos los unos a los otros.
Theo sonrió y rodeó sus hombros, apartando sus rizos rubios y dejando un beso en su frente.
—Exacto, cielo.
Hermione, que seguía al lado de Draco, entrelazó sus dedos con los suyos y se puso de puntillas.
—Todo irá bien —murmuró en su oído, apretando su mano.
El rostro de Draco se suavizó al mirarla y suspiró. Miró de nuevo a sus amigos y asintió.
Los seis desaparecieron a la vez.
Estaban en sus puestos cuando las puertas del estadio se abrieron una hora antes de que comenzara el partido. Hermione, Draco, Blaise y cuatro aurores se encontraban en la puerta suroeste, observando a todas las personas que la atravesaban.
Todos estaban bajo un hechizo desilusionador y pegados a las paredes para evitar que los asistentes pudieran chocar con ellos. Había algo de niebla alrededor del estadio, aunque los encantamientos protectores impedían que entrara en el interior y afectara a la visibilidad.
El corazón de Draco se aceleró al ver que Hermione se tensaba.
Estaba entrando más gente. El momento perfecto para colarse sin llamar la atención.
El rostro de tres de las personas que pasaron por la puerta empezó a cambiar al salir de la niebla, y los siete alzaron sus varitas.
—¡Petrificus totalus!
No tuvieron tiempo de reaccionar. Los tres hombres cayeron al suelo y el resto de personas se apartó entre gritos.
Los aurores levantaron el hechizo desilusionador y mostraron sus placas a los asistentes.
—Calma, no se asusten. Todo está controlado.
Hermione se agachó junto a uno de los hombres que estaba en el suelo.
—Wilson —su voz tembló al decir su nombre. —¿Cómo has podido?
Él la miró fijamente hasta que Draco gruñó y la apartó de su lado.
—Pagarás por esto —le aseguró, apretando los labios.
Un ciervo plateado apareció ante ellos.
—Los tenemos, Hermione —la voz de Harry surgió del patronus. —Todos habían tomado poción multijugos.
Los aurores, que estaban registrando a los tres detenidos, hicieron desaparecer todas las pequeñas bombas que encontraron escondidas entre su ropa.
Hermione agitó su varita, conjurando su propio patronus.
—Hemos atrapado a Wilson. Nos vemos en la sala VIP.
La nutria plateada asintió y se alejó a toda velocidad en busca de Harry para entregarle el mensaje. Draco le dio un pequeño codazo a Hermione, llamando su atención.
—Tienes que enseñarme a hacer ese hechizo.
Ella levantó una ceja.
—¿Y no lo utilizarías para mandarme mensajes inapropiados al trabajo?
Su sonrisa torcida le confirmó sus sospechas. Blaise sacudió la cabeza, poniendo los ojos en blanco, y Hermione se ruborizó al darse cuenta de que los había escuchado.
Los aurores levitaron a los tres hombres, apuntándolos con su varita mientras caminaban por los pasillos del estadio.
Nadie podía aparecerse o desaparecerse dentro del recinto. Se habían asegurado de ello.
Al llegar a la sala VIP decenas de aurores los esperaban, entre ellos Harry.
Ron, Marissa, Luna, Theo, Ginny y Pansy estaban en una esquina de la habitación, con sus varitas todavía en la mano. Hermione suspiró aliviada al ver que todos se encontraban bien.
Harry conjuró cuerdas que sujetaron a Wilson, atándolo contra una pared, y levantó el hechizo que paralizaba su cuerpo.
Él recorrió la estancia con su mirada, entrecerrando sus ojos llenos de odio.
Robert sacó un pequeño frasco de su bolsillo y le obligó a abrir la boca, echando tres gotas del líquido transparente en su lengua.
—¿Cuántos habéis venido?
Wilson apretó los dientes, intentando resistirse al Veritaserum.
—Cuarenta.
—¿Hay algún miembro de los Liberadores que no esté aquí?
—No —Wilson gruñó, sacudiendo la cabeza con rabia.—Hemos venido todos los que quedábamos.
Harry se acercó hasta él, cruzándose de brazos.
—Te esperan unos cuantos años en Azkaban, Wilson.
—Ellos merecen morir —respondió el hombre, posando su mirada en Draco y sus amigos.
—Así era como pensaba Voldemort —siseó Harry con rabia. —Hablas igual que él.
El rostro de Wilson palideció. Robert lo silenció antes de que pudiera contestar y se giró hacia el resto de aurores.
—Lleváoslos.
Uno a uno fueron recogiendo a los sospechosos y saliendo de la sala con ellos en dirección a las celdas del ministerio.
—¿Cuánto falta para que empiece el partido? —preguntó Harry.
Draco miró su reloj de pulsera.
—Media hora.
Hermione lo abrazó, escondiendo el rostro en su pecho y dejando salir un largo suspiro.
—Estamos a salvo.
Draco sonrió al ver que los demás también estaban celebrando el éxito del plan con besos y abrazos.
—Eso parece —murmuró, apretándola entre sus brazos. —Todo gracias a tu gran cerebro.
Ella se alejó unos centímetros para mirarlo a los ojos.
—La idea de poner micrófonos mágicos en su cubículo fue tuya.
—Es que he visto demasiadas películas muggles —protestó él, riendo entre dientes cuando ella lo pellizcó en el costado. —Pero lo de cubrir todas las entradas con esa niebla encantada ha sido idea tuya.
—Todavía recuerdo la Perdición del Ladrón, el encantamiento de Gringotts que elimina cualquier magia utilizada para ocultarse —comentó Hermione con una gran sonrisa. —Y ha sido fácil replicarlo.
Robert fue el último en salir de la sala. Asintió en dirección a Harry y le dedicó una sonrisa a los demás.
—La operación ha sido todo un éxito, chicos —palmeó el hombro de Ron y dio un paso atrás. —Disfrutad del partido.
Unos minutos más tarde llegaron hasta el palco dieciocho, donde los estaban esperando los padres de Draco.
Narcissa los observó con preocupación mientras se acercaban.
—¿Todo bien?
Hermione asintió.
—Los han detenido.
Narcissa y Lucius suspiraron. Ambos guardaron sus varitas y ella sonrió.
—Me alegro —dijo, señalando el asiento libre que había a su derecha. —Siéntate a mi lado.
Hermione se sentó, sintiendo un pequeño rubor en sus mejillas. Draco ocupó el asiento de al lado, sacó unos binoculares y se los ofreció.
—He traido unos para ti.
Ella los aceptó, observándolo mientras sacaba otros del tamaño de una gragea de su bolsillo y los agrandaba golpeándolos con la punta de su varita.
Las gradas rugieron cuando los dos equipos salieron al campo. Los jugadores de Bulgaria rodearon el estadio a gran velocidad y Hermione sonrió al ver a las Veelas animando desde el suelo.
Ni Lucius ni Draco se quedaron embobados mirándolas, como les pasó a Harry y Ron tantos años atrás. Su magia no afectaba a los hombres que tuvieran ocupado su corazón.
Draco arrugó la nariz mientras el comentador anunciaba los nombres de los jugadores. El equipo de Francia no tardó en salir, con decenas de gárgolas volando a su alrededor y echando bocanadas de fuego por sus fauces.
Hermione lo miró de reojo.
—No pareces muy contento.
—Ver jugar a tu ex-novio no es algo que me apasione —contestó él entre dientes, apretando sus binoculares con demasiada fuerza.
Ella soltó una carcajada.
—Viktor no es mi ex-novio —aclaró, poniendo los ojos en blanco. —No seas celoso.
Narcissa y Lucius compartieron una sonrisa complice y Draco resopló con fuerza, ignorándolos a todos.
—¡Han ganado!
Hermione estaba de pie, aplaudiendo mientras decenas de cohetes explotaban en lo alto del estadio.
—Oh, vamos, Draco —apoyó los brazos en la barandilla y miró hacia atrás. —No seas cabezota.
Él seguía sentado en su silla con los brazos cruzados y mala cara.
Hermione volvió a mirar al centro del estadio, donde Viktor estaba agitando la snitch dorada con una sonrisa triunfal en su rostro.
210 - 230. Esta vez su equipo había conseguido ganar la final.
Ella y los tres Malfoy esperaron hasta que la mayoría del público se marchó y subieron hasta la sala VIP, donde Ginny y Harry los estarían esperando.
Lo primero que vieron al entrar fue a los siete jugadores de Bulgaria, que aún llevaban su equipación escarlata puesta.
Uno de ellos giró la cabeza y la miró.
—¡«Herrmwion»!
Victor se alejó de sus compañeros y avanzó hacia Hermione, que le esperaba con una gran sonrisa.
Draco se interpuso en su camino y el búlgaro arrugó el ceño.
—Antes de nada quiero enseñarte algo, Krum —dijo, sujetando la mano izquierda de Hermione y levantándola. —¿Ves este anillo? Eso significa que ella va a casarse conmigo.
Hermione jadeó.
—¡Draco! —gritó, apartando la mano y golpeando su hombro. —Hola, Viktor —sonrió y abrazó a su amigo. —Y felicidades por vuestra victoria.
Hermione dio un paso atrás, todavía sonriendo. Los dos bateadores estaban alzando la copa mientras los demás cantaban a pleno pulmón.
Viktor paseó la mirada entre ella y Draco, quién señaló el anillo con su barbilla y movió las cejas. Sus ojos oscuros se fijaron en sus padres, tan rubios como él, y volvió a mirar a Hermione.
—¿Vas a «casarrte» con «Malorry»?
La carcajada de Harry se escuchó por toda la sala. Draco apretó los puños y le lanzó una mirada de odio a su antiguo enemigo.
—Malfoy —corrigió Hermione, conteniendo la risa. —Sí, es una larga historia que te contaré más tarde. Sus padres quieren conocerte, Viktor.
Les presentó a Narcissa y Lucius, que lo saludaron estrechando su mano y le hicieron varias preguntas sobre su país y Durmstrang.
Hermione miró de reojo a Draco, que todavía tenía una sonrisa de satisfacción en el rostro. Puso los ojos en blanco y la sonrisa de él se ensanchó.
Draco dio un paso hacia ella y enroscó un brazo alrededor de su cintura, agachándose para hablar en su oído.
—Eres mía, futura Señora Malfoy. Y pienso decírselo a todo el mundo.
Hermione arrugó la nariz.
—Granger-Malfoy —corrigió, cruzándose de brazos. —No pienso perder mi apellido.
—Mmm —Draco mordió su oreja, sonriendo cuando ella se estremeció entre sus brazos. —Me gusta cómo suena.
Hermione no pudo evitar ruborizarse. Harry y Ginny los observaban desde lejos, riendo entre dientes.
Narcissa los miró y se acercó, colocando una mano sobre el hombro de Hermione.
—Hemos invitado a Viktor a comer con nosotros —anunció con una sonrisa. —¿Os venis?
Ella asintió.
—Tenemos que pasar por nuestro piso primero, pero iremos enseguida.
—No tardéis —pidió la mujer antes de volver al lado de Lucius.
Crookshanks maulló cuando ambos salieron de la chimenea. Hermione caminó hasta el sillón donde estaba tumbado y acarició sus orejas.
El apartamento donde ahora vivía con Draco era pequeño y acogedor. Tenía dos dormitorios, aunque uno de ellos lo utilizaban como despacho, y las paredes estaban decoradas con cuadros de artistas muggles.
Los brazos de Draco se enroscaron a su alrededor y sintió su aliento en la nuca.
—Tus padres nos están esperando.
Él apartó sus rizos a un lado y mordisqueó suavemente su hombro.
—Entonces seremos rápidos.
La hizo girar y estrelló sus labios contra los suyos, robándole el aliento. Draco caminó hacia delante, obligándola a retroceder, y ambos jadearon cuando chocaron contra un mueble.
Sobre él había una foto donde salían Teddy, Draco y Narcissa, los tres con el pelo rubio platino. Draco la miró y suspiró por la nariz.
—Podríamos visitar a Teddy esta tarde.
Hermione asintió, acariciando su mejilla y apartando los mechones rubios de su flequillo.
—Siempre que quieras.
Draco sonrió y reclamó de nuevo sus labios, besándola profundamente y empujándola hasta que su espalda chocó contra la pared.
Uno de los cuadros cayó al suelo y ambos se rieron.
Hermione rompió el beso, jadeando suavemente sobre sus labios. Miró hacia arriba, observando sus ojos grises, y se mordió el labio inferior.
—¿Crees que ya estamos a salvo?
Draco la miró fijamente y se encogió de hombros.
—No lo sé —reconoció en voz baja, rozando sus labios al hablar. —Pero siempre te protegeré, Hermione.
Ella sonrió.
—Y yo a ti, Draco —contestó, hundiendo las manos en su pelo y volviendo a besarlo.
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