Personajes: Albus, Lily, Lisander y Lorcan
Albus leía en su habitación, tranquilamente sentado en la butaca que tenía en una esquina junto a la chimenea. O más bien parecía que leía, en realidad sobre el libro tenía la carta que le había escrito Scorpius desde París. Su amigo se había ido a pasar las fiestas con su padre y sus abuelos a Francia, un viaje que era parte del plan del señor Malfoy para que su hijo superara el tremendo disgusto que había sido descubrir que estaba enamorado de Teddy el mismo día que descubrió también que Teddy lo estaba de James.
Él había querido enfadarse con su hermano, de verdad, porque se trataba de su mejor amigo y realmente Scorpius le despertaba muchísima más empatía que James, pero la que se había liado cuando había anunciado a la vez que salían juntos y que se iba a vivir con él... aún podía oír los gritos de su madre.
En todo caso lo que había temido era que el señor Malfoy le vetara la entrada en su casa o que Scorpius no quisiera verle; pero al cabo de unos días, cuando todo estuvo más calmado, resultó no ser así y su vida siguió tranquila, consolando a su amigo y tratando de hacer planes con él para el resto del verano que no implicaran juntarse con los primos Weasley o ir a la casa Potter.
Le distrajo de los pensamientos sobre su amigo un golpe en la puerta y la inmediata entrada de su hermana, dando saltitos de alegría, con sus correspondientes grititos.
— Miraaaaaa —gritó la adolescente, enseñándole la mano.
En la pequeña y pálida mano de Lily brillaba un anillo con una piedrita roja.
— Muy bonito. ¿Pero a qué viene tanta alegría? —preguntó un poco desabrido.
— Me lo ha enviado Lys, desde la India.
Entendió perfectamente la alegría de su hermana. Había llorado un montón en setiembre al despedirse de Lysander Scamander, que se marchaba para volver a viajar como en su infancia con sus padres por el mundo. Su madre se había limitado a taparse los ojos con la mano y suspirar al darse cuenta de que otro de sus hijos andaba colgado por alguien que era prácticamente familia y le sacaba tres años (una minucia al lado de los seis que le llevaba Teddy a James, por otra parte). Aún así, no había protestado cuando, in extremis, cuando ya el chico iba a salir por la puerta, se dio la vuelta, corrió hacia Lily y le plantó un beso de película que dejó a su hermana muda de la impresión dos días.
— Es genial, Lily —le contestó, sonriendo con sinceridad.
— También hay algo para ti, está abajo en el salón.
— Vale, ahora bajaré —respondió Albus, volviendo la mirada a su libro para dar a entender a su hermana que le dejara tranquilo un rato, el regalo seguiría ahí cuando acabara el capítulo.
Por lo que fuera, a Lily aquello no le pareció bien, así que se quedó allí plantada, con los brazos cruzados y dando golpecitos en el pie con el suelo.
— ¿Quieres algo más? —inquirió con forzada cortesía.
— Por Merlín, Albus, no tienes sangre en las venas.
— Bueno, será porque soy una serpiente.
— Ja. Venga, tira para abajo —insistió, cogiéndolo del brazo.
Con pocas ganas de discutir con su hermana, que tenía el mismo genio inflamable que su madre, se puso de pie, dejó el libro sobre la silla, y la siguió escaleras abajo. Al llegar al salón, donde estaba el árbol de Navidad, Lily le empujó dentro y cerró la puerta tras él. Desconcertado, miró la puerta y ya iba a sacudir la manija para que le dejara salir cuando una voz musical le saludó desde el fondo de la habitación.
— Hola, Albus. Feliz Navidad.
Se giró, sorprendido, y se encontró a unos ojos increíblemente azules mirándole desde al lado del árbol.
— Lorcan —susurró para sí mismo—. ¿Qué haces aquí?
— Mi hermano no confiaba en el correo para mandar su regalo a Lily. Y me ofrecí —le contestó el rubio, encogiéndose de hombros como si fuera perfectamente normal recorrer medio mundo para llevar el anillo que tu hermano quiere regalarle a su novia.
— Mmm, vaya.
A pesar de su habitual frialdad, a Albus se le transparentó la desilusión por la respuesta en todo el cuerpo. Inseguro y sin saber qué decir, se metió las manos en los bolsillos del vaquero y se quedó allí plantado, mirando al otro chico, que seguía sonriendo de esa manera tan suya.
— Quería traerte un regalo, pero no encontré nada que me gustara —comentó Lorcan mientras se acercaba un poco hacia él.
— No pasa nada.
— Luego he pensado que igual te gustaría saber que he convencido a mis padres para estudiar en Europa el año que viene.
Lorcan hizo una pausa y le miró con ojos brillantes, pero Albus no parecía pillar lo que quería decir.
— Dragones, en Rumanía. Contigo, Albus —le confesó, acercándose más.
— ¿Cómo? —farfulló con los ojos muy abiertos.
— Que voy a estudiar el año que viene...
— Ya, ya —le interrumpió, sin paciencia—, me dijiste que no porque tus padres no querían que te separaras de Lysander.
La historia de Albus con los dragones venía de lejos. No era su tío Charlie el que le había contagiado la afición a esos enormes bichos, había sido Lorcan. Durante los viajes con sus padres, el mayor de los gemelos Scamander se había enamorado de esas criaturas míticas y después, ya en la escuela, había contagiado su entusiasmo al callado Potter mediano. Ese entusiasmo , junto a su voz musical y sus increíbles ojos habían conquistado a Albus, dispuesto a irse a Rumanía o al fin del mundo por él.
Había sido una enorme decepción cuando en sexto curso, al plantearse las asignaturas para sus éxtasis, Lorcan le había dicho que sus padres no aprobaban sus planes de carrera. Igualmente, Albus había seguido adelante, porque a esas alturas ser dragonolista era lo único que le apetecía, aunque fuera a irse solo a Rumanía y eso le llenara de amargura.
— Bueno, —Lorcan encogió los hombros con gracia— rectificar es de sabios, dicen los muggles.
— Yo... no sé qué decir. ¿Estás seguro? es tu hermano, no me gustaría que...
No llegó a explicarle que no deseaba separarle de su hermano, porque Lorcan dio un paso más al frente, tomó sus dos manos y le sonrió justo antes de darle un beso, uno suave pero que le supo a gloria.
— Tienes unos ojos increíbles, Albus, no sé porque no te lo he dicho nunca — susurró Lorcan sobre sus labios, uniendo sus frentes.
— Creo que hay muchas cosas que no nos hemos dicho nunca, Lor —contestó Albus, frotando sus narices—, pero igual ahora esto es mejor.
Lorcan respondió con una risita cuando Albus volvió a unir sus labios, esta vez un poco más largo y un poco menos suave. Igual sí que le había gustado su regalo.
En este Fictober se han cruzado dos líneas de tercera generación. No es casual, a mi editora le encanta la tercera, qué le hago. Aún falta un tercero en esta línea, no vamos a dejar al pobre Scorpius colgado.
