Harry Potter, pertenece a J.K. Rowling.
Cazadores de Sombras, pertenece a Cassandra Clare.
42: Segunda Prueba.
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Aunque sabía lo que tendría que hacer, gracias a su hermana, Alex seguía pensando, en cómo hacerlo, y en qué se iban a llevar, de acuerdo con el mensaje del huevo. Estaba justo al final del aula de Encantamientos, junto a Hermione, hablando un poco del tema.
Aquel día tenían que practicar lo contrario del encantamiento convocador: el encantamiento Repulsor. Debido a la posibilidad de que ocurrieran desagradables percances cuando los objetos cruzaban el aula por los aires, el profesor Flitwick había entregado a cada estudiante una pila de cojines con los que practicar, suponiendo que éstos no le harían daño a nadie, aunque erraran su diana. No era una idea desacertada, pero no acababa de funcionar. La puntería de Neville, sin ir más lejos, era tan mala que no paraba de lanzar por el aula cosas mucho más pesadas: como, por ejemplo, al propio profesor Flitwick.
Un almohadón salía por el aire rotando, rebotaba en la lámpara del techo y caía pesadamente sobre la mesa de Flitwick.
Una sonriente Hermione, repelió un cojín, el cual voló por el aula y aterrizó en la caja a la que se suponía que estaban apuntando todos.
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Alex estaba empezando a sentir accesos de pánico, que ya le resultaban conocidos, y volvió a tener dificultad para concentrarse en las clases. El lago, que para Alex había sido siempre un elemento más de los terrenos del colegio, actuaba como un imán cada vez que en un aula se sentaba próximo a alguna ventana, y le atrapaba la mirada con su gran extensión de agua casi congelada de color gris hierro, cuyas profundidades oscuras y heladas empezaban a parecerle tan distantes como la luna.
Ante esto, se prometió que aprendería a meditar, como lo estaba haciendo Janeth, casi todo el tiempo.
—De acuerdo: es suficiente por ahora —dijo Janeth. Alex suspiró. Sentía, que no lo estaba logrando. Sentir la mano de su hermana en el hombro, le hizo sonreírle. —Venga hombre, vamos a clase de Cuidado de Criaturas Mágicas.
Ya fuera porque Hagrid intentara compensarlos por los escregutos de cola explosiva, o porque sólo quedaran ya dos, o porque intentara demostrar que era capaz de hacer lo mismo que la profesora Grubbly-Plank, el caso es que desde su vuelta había proseguido las clases de ésta sobre los unicornios.
Resultó que Hagrid sabía de unicornios tanto como de monstruos, aunque era evidente que encontraba decepcionante la carencia de colmillos venenosos. Aquel día había logrado capturar dos potrillos de unicornio, que, a diferencia de los unicornios adultos, eran de color dorado. Parvati y Lavender se quedaron extasiadas al verlos, e incluso Pansy Parkinson tuvo que hacer un gran esfuerzo para disimular lo mucho que le gustaban. —Son más fáciles de ver que los adultos —explicaba Hagrid a la clase—. Cuando tienen unos dos años de edad se vuelven de color plateado, y a los cuatro les sale el cuerno. No se vuelven completamente blancos hasta que son plenamente adultos, más o menos a los siete años. De recién nacidos son más confiados... admiten incluso a los chicos. Vamos, acercaos un poco. Si quieren pueden acariciarlos. Aunque deben de saber: que los Unicornios, suelen preferir la caricia de una dama... Denles unos terrones de azúcar de ésos. —Todos agarraron terrones de azúcar, de un costal que Hagrid había llevado.
— "¿Estás bien, Alex?" —murmuró Hagrid, haciéndose a un lado, mientras la mayoría se arracimaba en torno a los potros.
—Sí.
—Pero un poco nervioso, ¿verdad?
—Un poco —admitió el joven pelirrojo, pasándose una mano por el cabello.
—Alex —dijo Hagrid apoyándole en el hombro su enorme mano, lo que hizo que las rodillas de Alex se doblaran bajo el peso—, me preocuparía por ti si no te hubiera visto enfrentarte a ese dragón. Pero ahora sé que eres capaz de cualquier cosa, así que no estoy nada preocupado. Lo harás muy bien. Ya has descifrado el enigma, ¿no? —Afirmó con la cabeza. Alzó la vista para mirar a Hagrid. Tal vez fuera de vez en cuando al lago para atender a las criaturas que vivían en él. Porque cuidaba de todos los animales de los terrenos del colegio... —Vas a ganar —masculló Hagrid, volviendo a darle palmadas en el hombro, de forma que Alex sintió que se hundía cinco centímetros en el suelo embarrado—. Lo sé. Lo presiento. ¡Vas a ganar, Alex, estoy seguro!
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Janeth Y Daphne, se reunieron en la Sala de Menesteres. Primero, pidieron una biblioteca, y tomaron tantos libros de encantamientos, maldiciones, pociones y pociones alquímicas, como pudieron.
Luego, pidieron una piscina, y comenzaron a revisar los libros, en busca de alguno que tuviera algo que ver, con el agua.
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Él, Ron y Hermione estaban en la biblioteca a la puesta del sol, pasando febrilmente página tras página de encantamientos, ocultos unos de otros por enormes pilas de libros amontonados en la mesa. El corazón le daba un vuelco a Alex cada vez que encontraba en una página la palabra «Agua», pero casi siempre era algo así como: «Prepare un litro de agua, doscientos gramos de hojas de mandrágora cortadas en juliana y una salamandra...» —Creo que es imposible —declaró la voz de Ron desde el otro lado de la mesa—. No hay nada. Nada. Lo que más se aproxima a lo que necesitamos es este encantamiento desecador para drenar charcos y estanques, pero no es ni mucho menos lo bastante potente para desecar el lago.
—Tiene que haber alguna manera —murmuró Hermione, acercándose una vela. Tenía los ojos tan fatigados que escudriñaba la diminuta letra de Encantamientos y embrujos antiguos caldos en el olvido con la nariz a tres dedos de distancia de la página—. Nunca habrían puesto una prueba que no se pudiera realizar. ¡Tiene que haberla! —Parecía tomarse como una afrenta personal la falta de información útil que había sobre el tema en la biblioteca. Nunca le había fallado. — ¡Ah, esto no sirve de nada! —se quejó Hermione cerrando de un golpe los Problemas mágicos extraordinarios—. Pero ¡¿quién demonios va a querer hacerse tirabuzones en los pelos de la nariz?!
Hacia las ocho, la señora Pince había apagado todas las luces y le metía prisa para que saliera de la biblioteca. Tambaleándose por el peso de todos los libros que pudo coger, volvió a la sala común de Gryffindor, se llevó una mesa a un rincón y siguió buscando. No encontró nada en «Magia disparatada para brujos disparatados», ni tampoco en «Guía de la brujería medieval», ni una mención en «Proezas submarinas en la Antología de los encantamientos del siglo XVIII», ni en «Los espantosos moradores de las profundidades», ni en «Poderes que no sabías que tenías y lo que puedes hacer con ellos ahora que te has enterado».
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Janeth y Daphne suspiraron, y nuevamente, por tercer día consecutivo, Daphne disuadió a Janeth, de intentar secar el lago. Ambas, sin mirar, arrojaron hacía atrás, los libros que tenían en sus manos. Suspiraron, se miraron la una a la otra, y agarraron otro libro, comenzando a hojearlo.
Sus cerebros, comenzaban a fallarles. Y el sueño, les ganaba.
La rubia heredera Greengrass, se pasó los dedos índice y pulgar, por sus ojos cansados. —Ojalá... y existiera una poción submarina. Claro: existen el Cascoburbuja y las Branquialgas, pero... —pensó Daphne, con su cerebro cansado. —Pero el Cascoburbuja, no te permite moverte libremente, bajo el agua. Y las banquialgas, causan que las manos se vuelvan palmados, lo cual impediría el uso correcto de la varita... —la idea apareció en su mente. — ¡Lo tengo, Janeth! —Janeth, quien se estaba quedando dormida, se sobresaltó.
—Está bien, te escucho —dijo la chica, muriéndose del sueño. —Desearía una taza de café —A su lado, apareció una taza de café, solo porque lo había pensado. La llevó a sus labios, y una sonrisa se confundió con una mueca. Dejó de lado, los recuerdos de la infancia de Sebastian, y bebió.
Tu y yo, crearemos una poción —dijo Daphne sonriente. Inconscientemente, se levantó de su asiento, y apoyó sus manos, en las piernas de la pelinegra. Una poción, que te permita respirar bajo el agua, como la Branquialga, pero que no palme los dedos de tus manos, permitiéndote maniobrar con la varita.
—Branquias en el cuello, mi cuerpo rodeado de escamas para la facilidad al nadar, pero... que también me dé unos dedos más largos —extendió su otra mano, mirándola. —Dedos más largos, para manipular la varita, y.… membranas en las manos, para nadar.
—Suena como un plan —dijo Daphne sonriente. Emocionada ante la idea, de crear una poción de la nada.
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Fue prueba, ensayo, error (usar algunos hechizos curativos y de retroceder el tiempo, que conocía Janeth) e ir a parar a la enfermería.
Esto fue incluso más cansado, que la búsqueda de los hechizos.
Y pasaron más tiempo, corrigiendo sus errores y mutaciones, en la enfermería, que el tiempo que tenían, para crear la poción.
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Janeth comenzó a perder el control sobre su Metamorfomagia, por culpa del estrés. Pues el día de la segunda prueba, estaba cada vez, más cerca. Lo cual causaba que su cabello pasara a ser rubio blanquecino, rubio, negro, castaño, rojo, escarlata, azul o violeta.
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Pero justo cuando le iba a decir a Daphne, que usarían el Casco Burbuja, y hechizos de transformación, para modificar sus manos y pies; una de las pociones experimentales resultó a la perfección.
La poción le dio una hora entera, bajo el agua. Podía agarrar la varita con libertad.
Salió del agua, solo cuando se agotó el efecto y besó a su novia, en los labios, sin importarle estar mojada.
—Poción #10, vamos a reparar sus ingredientes y forma de preparación —Daphne ahora estaba más calmada. Muchísimo más.
A la mañana siguiente, sería la prueba.
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—Me haces daño... quita... ¡ay!
— ¡Alex Potter debe despertar, señor! —dijo Dooby.
— ¡Deja de golpearme!
— ¡Dobby debe golpear a Alex Potter para que despierte, señor! —Abrió los ojos. Seguía en la biblioteca. La capa invisible se le había caído al dormirse, y la mejilla que tenía apoyada en el libro Donde hay una varita, hay una manera se le había pegado a la página. Se incorporó y se colocó bien las gafas, parpadeando ante la brillante luz del día. — ¡Alex Potter tiene que darse prisa! —chilló Dobby—. La segunda prueba comienza dentro de diez minutos, y Alex Potter...
— ¿Diez minutos? —repitió Alex con voz ronca—. ¿Diez... diez minutos? —Miró su reloj. Dobby tenía razón: eran las nueve y veinte. Un enorme peso muerto le cayó del pecho al estómago.
Dobby, comenzó a tirarle de la manga—. ¡Se supone que tiene que bajar al lago con los otros campeones, señor!
—Es demasiado tarde, Dobby —dijo Alex desesperanzado—. No puedo afrontar la prueba, porque no sé cómo...
— ¡Alex Potter afrontará la prueba! —exclamó el elfo con su aguda vocecita—. Dobby sabía que Alex no había encontrado el libro adecuado, así que Dobby lo ha hecho por él. Alex Potter tiene que entrar en el lago, buscar su prenda...
— ¿Buscar mi qué?
—... y liberarla de las sirenas y los tritones.
— ¿Qué quiere decir «prenda»?
—Su prenda, señor, su prenda. ¡Su persona importante! —dijo Dobby.
— ¿Qué? —dijo Alex con un hilo de voz, cuando entendió lo que intentaba decir el Elfo Domestico—. ¿Tienen... tienen a Nayla?
— ¡Lo que Alex Potter más puede valorar, señor! —chilló Dobby—. Y pasada una hora...
— ¡ALEXANDER FLEAMONT POTTER EVANS! —Rugió una voz conocida. Janeth se apersonó en la biblioteca, y con un chasquido de dedos y chispas rosadas y negras, Alex estaba limpio, pulcro, más despierto y vistiendo el uniforme del colegio. Se aproximó a su hermano, con un par de tostadas en la mano. —Desayuna, y date prisa. La segunda prueba, comienza en unos minutos, y yo aquí, buscándote. —Claramente, su hermana trataba de mantener la calma. Él comió, bajo la atenta mirada de esos ojos verdes, tan aterradores.
— ¿Así hubiera sido Jonathan, si no fuera infectado por la sangre de Lilith, y viviera con Jocelyn y Clary? —Preguntó Alex burlescamente, mientras caminaban, hacía la salida de la biblioteca.
Janeth lo pensó un momento. —Seguramente, sí. Sobreprotector. Tienes suerte, de que Nayla me caiga bien. Pero... —frunció el ceño —no creo que el Niño Ángel, sea para Clary.
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Al bajar a la carrera por la explanada, vieron que las mismas tribunas que habían rodeado en noviembre el cercado de los dragones estaban ahora dispuestas a lo largo de una de las orillas del lago. Las gradas, llenas a rebosar, se reflejaban en el agua. El eco de la algarabía de la emocionada multitud se propagaba de forma extraña por la superficie del agua y llegaba hasta la orilla por la que Janeth y Alex, corrían a toda velocidad hacia el tribunal, que estaba sentado en el borde del lago a una mesa cubierta con tela dorada. Fleur y Krum se hallaban junto a la mesa, y los observaban acercarse.
— ¿Dónde estaban? —inquirió una voz severa y autoritaria—. ¡La prueba está a punto de dar comienzo!
—Y aquí estamos, Weasley —el tono de voz de Janeth, hizo atemorizar a Percy Weasley, causando que diera un paso atrás. —Ahora, ¿Cuáles son las reglas?
— "¿Todo bien, Janeth, Alex?" —susurró Bagman, distanciándolo un poco más de Krum— "¿Tienen algún plan?"
—Sí. Tenemos un plan —dijeron los hermanos.
—Bien, todos los campeones están listos para la segunda prueba, que comenzará cuando suene el silbato. —Dijo Bagman. —Disponen exactamente de una hora para recuperar lo que se les ha quitado. Así que, cuando cuente tres: uno... dos... ¡tres! —El silbato sonó en el aire frío y calmado. Las tribunas se convirtieron en un hervidero de gritos y aplausos. Sin pararse a mirar lo que hacían los otros campeones, Alex se quitó zapatos y calcetines, sacó del bolsillo el puñado de branquialgas, se lo metió en la boca y entró en el lago.
Janeth también se descalzó, luego se quitó las medias, la falda y la camisa, enseñando un bello traje de baño, Muggle. Se inclinó calmada, sacó de su bolsillo algo, y arrojó hacía los jueces ese objeto, para luego llevarse algo más a la boca, y beberlo, y lanzarse al agua, como si estuviera en una piscina.
Entonces, de repente, sintió como si le hubieran tapado la boca y la nariz con una almohada invisible. Intentó respirar, pero eso hizo que la cabeza le diera vueltas. Tenía los pulmones vacíos, y notaba un dolor agudo a ambos lados del cuello. Se llevó las manos a la garganta, y notó dos grandes rajas justo debajo de las orejas, agitándose en el aire frío: ¡eran agallas! Sin pararse a pensarlo, hizo lo único que tenía sentido en aquel momento: se echó al agua. El primer trago de agua helada fue como respirar vida. La cabeza dejó de darle vueltas. Tomó otro trago de agua, y notó cómo pasaba suavemente por entre las branquias y le enviaba oxígeno al cerebro. Extendió las manos y se las miró: parecían verdes y fantasmales bajo el agua, y le habían nacido membranas entre los dedos. Se retorció para verse los pies desnudos: se habían alargado y también les habían salido membranas: era como si tuviera aletas. El agua ya no parecía helada. Al contrario, resultaba agradablemente fresca y muy fácil de atravesar... Alex nadó, asombrándose de lo lejos y rápido que lo propulsaban por el agua sus pies con aspecto de aletas, y también de lo claramente que veía, y de que no necesitara parpadear. Se había alejado tanto de la orilla que ya no veía el fondo. Se hundió en las profundidades. Al deslizarse por aquel paisaje extraño, oscuro y neblinoso, el silencio le presionaba los oídos. No veía más allá de tres metros a la redonda, de forma que, mientras nadaba velozmente, las cosas surgían de repente de la oscuridad: bosques de algas ondulantes y enmarañadas, extensas planicies de barro con piedras iluminadas por un levísimo resplandor. Bajó más y más hondo hacia las profundidades del lago, con los ojos abiertos, escudriñando, entre la misteriosa luz gris que lo rodeaba, las sombras que había más allá, donde el agua se volvía opaca. Pequeños peces pasaban en todas direcciones como dardos de plata. Una o dos veces creyó ver algo más grande ante él, pero al acercarse descubría que no era otra cosa que algún tronco grande y ennegrecido o un denso macizo de algas. No había ni rastro de los otros campeones, de sirenas ni tritones, de Ron ni, afortunadamente, tampoco del calamar gigante. Unas algas de color esmeralda de sesenta centímetros de altura se extendían ante él hasta donde le alcanzaba la vista, como un prado de hierba muy crecida. Miraba hacia delante sin parpadear, intentando distinguir alguna forma en la oscuridad... y entonces, sin previo aviso, algo lo agarró por el tobillo. Se retorció para mirar y vio que un grindylow, un pequeño demonio marino con cuernos, le había aferrado la pierna con sus largos dedos y le enseñaba los afilados colmillos. Se apresuró a meterse en el bolsillo la mano membranosa, y buscó a tientas la varita mágica. Pero, para cuando logró hacerse con ella, otros dos grindylows habían salido de las algas y, cogiéndolo de la túnica, intentaban arrastrarlo hacia abajo. — ¡Relaxo! —gritó Alex. Pero no salió ningún sonido de la boca, sino una burbuja grande, y la varita, en vez de lanzar chispas contra los grindylows, les arrojó lo que parecía un chorro de agua hirviendo, porque donde les daba les producía en la piel verde unas ronchas rojas de aspecto infeccioso. Alex se soltó el tobillo del grindylow y escapó tan rápido como pudo, echando a discreción de vez en cuando más chorros de agua hirviendo por encima del hombro. Cada vez que notaba que alguno de los grindylows le volvía a agarrar el tobillo, le lanzaba una patada muy fuerte. Por fin, sintió que su pie había golpeado una cabeza con cuernos; volviéndose a mirar, vio al aturdido grindylow alejarse en el agua, bizqueando, mientras sus compañeros amenazaban a Alex con el puño y se hundían otra vez entre las algas. Aminoró un tanto, guardó la varita en la túnica, y miró en torno, escuchando, mientras describía en el agua un círculo completo. La presión del silencio contra los tímpanos se había incrementado. Debía de hallarse a mayor profundidad, pero nada se movía salvo las ondulantes algas. Siguió nadando durante unos veinte minutos, hasta que llegó a unas vastas extensiones de barro negro, que enturbiaba el agua en pequeños remolinos cuando él pasaba aleteando. Luego, por fin, percibió un retazo del canto de las criaturas marinas: «Nos hemos llevado lo que más valoras, y para encontrarlo tienes una hora...» Alex nadó más aprisa, y no tardó en ver aparecer frente a él una roca grande que se alzaba del lodo. Había en ella pinturas de sirenas y tritones que portaban lanzas y parecían estar tratando de dar caza al calamar gigante. Alex pasó la roca, guiado por la canción: «...ya ha pasado media hora, así que no nos des largas si no quieres que lo que buscas se quede criando algas...» De repente, de la oscuridad que lo envolvía todo surgió un grupo de casas de piedra sin labrar y cubiertas de algas. Alex distinguió rostros en las ventanas, rostros que no guardaban ninguna semejanza con el del cuadro de la sirena que había en el baño de los prefectos... Las sirenas y los tritones tenían la piel cetrina y el pelo verde oscuro, largo y revuelto. Los ojos eran amarillos, del mismo color que sus dientes partidos, y llevaban alrededor del cuello unas gruesas cuerdas con guijarros ensartados. Le dirigieron a Alex sonrisas malévolas. Dos de aquellas criaturas, que enarbolaban una lanza, salieron de sus moradas para observarlo, mientras batían el agua con sus fuertes colas de pez plateadas. Siguió su camino, hasta encontrarse con cuatro personas, y reconoció a dos de ellas, instantáneamente. — ¡DAPHNE, NAYLA! —gritó horrorizado, aproximándose a ambas, y apuntó a los grilletes que las retenían. — ¡Cistem Aperio! —los grilletes de ambas chicas, saltaron, y trato de cargarlas a ambas. Los tritones se acercaron, y le apuntaron con las lanzas.
— ¡Llévate al tuyo, deja a los otros! —ordenó uno de ellos, antes de que una espada, le atravesara el pecho, y la misma espada, decapitara a otros dos.
—No lo creo —dijo Janeth, llegando al lado de su hermano, y cargando a Daphne, estilo princesa, antes de lanzar un hechizo, que generó dos burbujas. Una para ella, y una para Alex, ascendiendo. A medida que ascendían, dejó caer unas cuantas chispas, que comenzaron a brillar, en luces doradas, blancas y rojas. Alex la miró confundido. —Para que Fleur y Victor, puedan encontrarlos.
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Y entonces Alex notó que rompía con la cabeza la superficie del agua. Un aire limpio, fresco y maravilloso le produjo escozor en la cara empapada. Tomó una bocanada de aquel aire, con la sensación de que nunca había respirado de verdad y, jadeando, tiró de Nayla, mientras que su hermana, llevaba a Daphne cargándola, estilo princesa. Alrededor de ellos, por todas partes, emergían unas primitivas cabezas de pelo verde, pero ahora le sonreían. Desde las tribunas, la multitud armaba muchísimo jaleo: todos estaban de pie, gritando y chillando. Tuvo la impresión de que creían que Nayla y Daphne habían muerto, pero se equivocaban: tanto uno como otro habían abierto los ojos. Ambas chicas rescatadas, simplemente echaron un chorro de agua por la boca, parpadeó a la brillante luz del día y se volvieron, para mirar a sus novios (novia, en el caso de Daphne).
—Damas y caballeros, hemos tomado una decisión. —Dijo Dumbledore —Murcus, la jefa sirena, nos ha explicado qué ha ocurrido exactamente en el fondo del lago, y hemos puntuado en consecuencia. El total de nuestras puntuaciones, que se dan sobre un máximo de cincuenta puntos a cada uno de los campeones, es el siguiente: La señorita Delacour, aunque ha demostrado un uso excelente del encantamiento casco-burbuja, fue atacada por los grindylows cuando se acercaba a su meta, y no consiguió recuperar a su hermana. Le concedemos veinticinco puntos.
—Los señores Alex Potter y Janeth Fairblue han utilizado con mucho éxito las branquialgas y una poción creada por la señorita Fairblue y Daphne Greengrass —prosiguió Bagman—. Alex fue el primero en llegar hasta los rehenes, y su retraso en su regreso, se debió a su firme decisión de salvarlos a todos, no sólo al suyo.
—La mayoría de los miembros del tribunal —y aquí Bagman le dirigió a Karkarov una mirada muy desagradable— están de acuerdo en que esto demuestra una gran altura moral y que merece ser recompensado con la máxima puntuación. La puntuación del señor Potter son cuarenta y cinco puntos. Y la misma puntuación, a su hermana, la señorita Fairblue. —Diez puntos para el señor Victor Krum, por su demora. La tercera y última prueba tendrá lugar al anochecer del día veinticuatro de junio —continuó Bagman—. A los campeones se les notificará en qué consiste dicha prueba justo un mes antes. Gracias a todos por el apoyo que les brindáis.
