Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 123.
Era mi hermana

Un rato después de que Eleven y Sarah se fueran, la familia Stone/Torrance decidió hacer lo mismo. En vista de que tendrían que quedarse en Los Ángeles al menos por cinco días, buscarían un hotel en cuál hospedarse y que Abra pudiera descansar su herida. La Srta. Honey les ofreció ver la posibilidad de acomodarlos en su casa; después de todo, ya habían previsto hospedar a Abra por un tiempo. Sin embargo, rechazaron su invitación de forma educada y ella no les insistió.

Pidieron un taxi que pudiera llevarlos a la zona hotelera, y mientras lo esperaban se fueron despidiendo. Abra en especial les agradeció profundamente a Matilda y Cole por ser tan atentos con ella. La joven prometió además intentar ir en Acción de Gracias para saludarlos, aunque tuviera que venir ella sola. Igualmente se despidió de la Srta. Honey, agradeciéndole también el haber estado dispuesta a abrirle las puertas de su casa.

La última persona de la que se despidió, o al menos intentó hacerlo, fue Samara, aunque más bien entre ellas se formó un extraño e incómodo silencio, que Abra rompió apenas con un escueto:

—Nos veremos después.

A lo que Samara respondió apenas con un leve asentimiento de su cabeza.

En retrospectiva esas eran quizás las únicas palabras que habían intercambiado entre ellas desde que sus caminos se cruzaron hace algunas noches. Abra no podía explicarlo, pero había algo en la sola presencia de esa niña que la ponía tensa. Quizás era debido a ese espíritu que había visto la noche de la fiesta y casi la ahogaba, o quizás era por otro motivo. No lo tenía claro, pero tenía el presentimiento de que ella sentía algo muy parecido hacia ella. Quizás si se conocieran un poco mejor eso podría cambiar.

Una vez que Abra, Dan y Lucy se subieron a su taxi, Matilda, Cole, Jennifer y Samara los despidieron desde el pórtico y observaron atentos mientras se alejaban. Tan rápido y repentino como la casa se había llenado de gente, así mismo se fue vaciando.

—Bueno, la buena noticia es que la habitación que habíamos preparado para Abra puede ser para ti, Samara —comentó Jennifer, agachándose a lado de la niña—. ¿Qué te parece?

La niña se sobresaltó un poco, e instintivamente su mano buscó la de Matilda, estrechándola con algo de fuerza.

—¿Podría seguir durmiendo contigo un poco más? —preguntó tímida, alzando su mirada para ver a Matilda a los ojos.

—Seguro, pero… ¿no te gustaría tener un poco más de privacidad? —le respondió la psiquiatra con media sonrisa. Samara no le respondió, y solamente volvió a agachar su mirada, ocultando su rostro detrás de sus largos cabellos—. Está bien, de momento hagámoslo así y luego lo hablamos con más calma, ¿de acuerdo? —propuso colocando una mano sobre el hombro de la pequeña—. Ahora, ¿por qué no acompañas a la Srta. Honey adentro y la ayudas a servir los panqués? Yo voy en un segundo, sólo necesito hablar un poco a solas con Cole.

—Los panqués se van a enfriar —respondió Samara con ligera alarma.

—Los podemos volver a calentar —indicó Jennifer con calma, colocando una mano atrás de su espalda para guiarla hacia adentro—. Ven, apuesto a que te estás muriendo de hambre. Te daré doble ración ya que te has portado muy bien, ¿te parece?

Samara acompañó a la Srta. Honey al interior de la casa, volteando un momento sobre su hombro a mirar a Matilda, y luego despareció de su rango de visión.

Una vez estuvieron en el pórtico sólo Cole y ella, Matilda se permitió exhalar un pesado suspiro de cansancio; más mental que físico. Se aproximó al barandal que rodeaba el pórtico y apoyó ambas manos en éste, estirando un poco sus brazos y su espalda. La herida de su hombro le provocó un pequeño respingo de dolor, pero ya no era tanto como antes. A pesar del ajetreo de hace dos días, creía muy posible que pudieran quitarle los puntos pronto como había previsto Dr. Shawn. Esperaba que pudiera ser antes de que tuviera que viajar de regreso al norte con Samara.

—Vaya mañana, ¿no? —comentó Cole con tono relajado a sus espaldas.

—Vaya mes, diría yo —contestó Matilda con voz risueña. Se giró entonces para ahora apoyar su parte trasera contra el barandal y poder ver a Cole de frente—. ¿Tú qué opinas de todo esto?

—¿A qué de "todo esto" te refieres con exactitud?

—Pues… a "todo" en general, supongo —respondió Matilda cruzándose de brazos—. El asunto con el DIC, lo de hacer parecer como que encontramos a Samara en circunstancias totalmente distintas, lo de ser la "sucesora" de Eleven… —Hizo una pausa, inclinando un poco el cuerpo para echar un vistazo al interior de la casa y cerciorarse de que no hubiera ningún otro par de pequeños oídos oyendo su conversación—. Mi deseo de hacerme cargo de Samara de forma más permanente…

Cole sonrió; no de manera condescendiente ni burlona, o al menos a Matilda no le pareció como tal. Avanzó entonces también al barandal, parándose a un lado de ella y apoyándose también contra éste con sus brazos cruzados.

—No creo que el asunto de la sucesora te haya realmente tomado por sorpresa, ¿o sí? —musitó despacio, casi como si estuviera diciéndole un importante secreto—. Si tuviéramos todos en la Fundación que haber hecho una apuesta de quién sería la elegida, la mayoría habríamos apostado por ti sin dudarlo.

—Sí, sí, ya sé —masculló Matilda con ligero fastidio—. Ya sé que ahora ninguno suelta ni un poco lo de la "favorita de Eleven" —pronunció marcando las comillas con sus dedos—. Incluso ese tal Sr. Sinclair del DIC, al que ni siquiera conozco, me dijo algo muy parecido cuando hablé con él, de que Eleven le había hecho entender que si algo le pasara le gustaría que yo me hiciera cargo. Pero aunque ninguno me crea, para mí todo esto resultó ser algo nuevo. Nunca pensé que ella me considerara de esa forma, y creo que habría agradecido que me lo dijera de frente. Hasta hace poco ni siquiera tenía conocimiento directo de resplandecientes que tuvieran que lidiar con fantasmas, demonios o lo que sean. Y en cuanto ella sospechó que Samara pudiera ser uno de esos casos, me pidió que me hiciera a un lado sin siquiera explicarme el porqué. Y por supuesto que tampoco sabía de los tratos que la Fundación tiene con esta organización del gobierno, y todas las cosas que ésta hace. ¿Eso suena a alguien que quiere preparar a su "sucesora"? ¿Manteniéndola ignorante de cosas tan importantes?

Hacía un gran esfuerzo para mantenerse serena y que sus emociones no la dominaran mientras exponía todos esos puntos. Sin embargo, un claro atisbo de rabia se colaba entre sus palabras, y en la forma en que sus dedos se apretaban contra sus brazos cruzados. Pero Cole comprendió que exteriorizar todo eso era justo lo que necesitaba, y agradecía que lo hubiera elegido a él para hacerlo, esperanzado de que no hubiera sido sólo por ser la única opción a la mano.

—No me siento capacitado para decir por qué Eleven tomó la decisión de ocultar tantas cosas, en especial a ti —comentó el detective—. Pero si he de adivinar, creo que fue sincera al decir que quería mantenernos alejados lo más posible de este tipo de asuntos. Siempre ha sido muy protectora con su familia, sus amigos, y con nosotros; y estoy muy seguro de que siempre lo fue mucho más contigo. Como si quisiera ser un escudo protector para repeler los peores peligros de aquellos a los que aprecia y encargarse de todo ella misma. Y, siendo sincero, es un sentimiento con el que me puedo identificar.

Hizo una pequeña pausa, en la que intentó darle mayor orden a sus ideas, y entonces prosiguió:

—Pero es probable que esta experiencia por la que acaba de pasar le haya hecho ver que no es invulnerable, y tarde o temprano aquellos a los que tanto ha protegido a lo largo de su vida tendrán que valerse por sí solos… cuando ella realmente no esté. Pero, bueno, es sólo lo que pienso. ¿Qué opina usted, doctora? ¿Mi análisis podría estar en lo correcto? —inquirió con tono burlón, intentando aligerar un poco las cosas.

—Quizás —susurró Matilda con sequedad—. Aún no sé qué pensar de todo esto. Ella habla de dejar que la Fundación siga sin ella, pero sólo mira qué pasó cuando no estuvo. Prácticamente fuimos… gallinas sin cabeza corriendo de un lado a otro sin saber qué hacer, y creamos todo este desastre.

Cole no pudo evitar reír un poco por la comparación.

—Sí, no fue nuestro mejor momento —exclamó, extrañamente divertido—. Pero creo que con algo de práctica podríamos mejorar.

De alguna forma el optimismo de Cole logró arrancarle una escueta sonrisa a la psiquiatra.

—Espero que no tengamos que practicar de nuevo pronto. Me vendrían bien unas vacaciones una vez que todo esto termine.

—Dímelo a mí. Se supone que éstas son mis vacaciones. De todas formas, no tienes que preocuparte de momento por tomar el mando. Eleven está de vuelta, y nos ayudará a solucionar todo esto. Sólo hay que darle nuestro voto de confianza, como siempre lo hemos hecho.

"Confianza", esa era la palabra clave. Antes de que todo esto pasara, Matilda sentía que tenía confianza absoluta en su mentora, y que el sentimiento era mutuo. Ahora tras esa última conversación y todo lo que había revelado, no estaba ya tan segura de ello.

—En eso tienes razón —suspiró Matilda, aparentemente un poco más animada—. Ahora sólo debo preocuparme por Samara. Lo demás ya lo veremos en otro momento.

—Esa es la actitud; deja para mañana lo que no puedes hacer hoy.

—Ese es un pésimo consejo.

Cole sólo sonrió y se encogió de hombros.

—Tú debes saberlo mejor que yo; estás a un paso de convertirte en madre —indicó con un sospechoso tono de complicidad—. Que apropósito, está de más decir que eso último no me tomó por sorpresa en lo absoluto como a Eleven o a tu madre, ¿verdad? ¿Si recuerdas que fui yo el que te lo sugirió por primera vez?

Matilda soltó una risilla en voz baja. Por supuesto que lo recordaba, aunque no estaba muy segura de que él lo hiciera igual hasta ese momento.

—Pero en aquel entonces parecías bastante indecisa con la idea —señaló Cole, ahora más serio que antes—. ¿Eso cambió? Recuerdo que mencionaste que estabas muy ocupada, y que no estabas lista para ser madre. Y si ahora además de todo serás nuestra nueva jefa, puede que estés incluso un poco más ocupada de lo que ya estás. Y no olvidemos que no puedes ser su madre y su terapeuta al mismo tiempo… ¿o sí puedes?

—No sería lo ideal —respondió Matilda con tono reflexivo.

—Como sea, ambos sabemos que ocupará de ambas. Y no puedes tampoco ignorar lo que viste en ese pent-house. Ahora sabes que hay algo detrás de ella muy diferente a Damien Thorn. Algo más arraigado a su propia naturaleza, y con la que podría tener que lidiar por el resto de su vida.

—Lo sé —contestó la psiquiatra con tono tajante, apartándose del barandal y caminando unos pasos hacia adelante—. Admito que aunque no entiendo aún qué fue lo que vi y sentí, sé que de alguna forma fue real…

Matilda se rodeó a sí misma con sus brazos, contemplando pensativa hacia la distancia, y quizás un poco nerviosa al recordar todo lo sucedido en aquel sitio. Cole no podía culparla; incluso él mismo, aún con toda su experiencia, se sentía bastante afectado.

—No quiero que pienses que intento persuadirte de tu decisión —declaró Cole con voz cauta—. Yo igualmente pienso que sería lo mejor para ambas. Sólo quiero que tengas en mente todo lo que involucraría convertirte en la madre de esa niña. La Srta. Honey lo dijo hace un rato: se vuelve muy retador cuando el niño o niña es alguien único. Y Samara es una de las niñas más únicas que hemos visto.

—Sí, lo es —murmuró Matilda despacio, girándose hacia él y ofreciéndole una sonrisa de gratitud—. Entiendo lo que dices, y créeme que he dedicado bastante tiempo de estos días en pensar en todo eso y más. Sé que no será fácil, pero quiero al menos intentarlo.

—Yo sé que lo harás bien —señaló Cole con firmeza, separándose del barandal y aproximándose un paso hacia ella—. Sin importar qué, sé que lograrás todo lo que te propongas; ya sea como psiquiatra, madre, la jefa de la Fundación, o como la maldita presidenta del país si quisieras. —Soltó una pequeña risilla burlona al pronunciar aquello, y Matilda rio también—. Pero lo digo en serio —añadió—. Eres la persona más excepcional que he conocido. Cada cosa que te oigo decir o te veo hacer, sólo me deja aún más impresionado… Tú sí eres… en verdad única.

Los ojos de Matilda se abrieron grandes al escucharlo decir aquello, en especial por la forma tan directa en que lo había hecho, y mientras la observaba tan fijamente con sus brillantes ojos. Sus mejillas se pintaron rápidamente de un no tan discreto rubor, que ella percibió como un cosquilleo cálido que subía por su piel. Instintivamente desvió su mirada hacia otro lado, mientras pasaba sus dedos por su cabello, acomodándolo detrás de su oreja.

—Me estás adulando —masculló despacio con tono defensivo, continuando con su mirada fija en otro lado.

—Te aseguro que no es esa mi intención —aclaró Cole—. Lo digo con total sinceridad. De hecho, yo… —calló de golpe, notándose por un instante algo indeciso—. Quizás no sea el mejor momento para hablar de esto. Lo que menos quiero es causarte más estrés o preocupación, con todo lo de Samara, Eleven, la Fundación… Bueno, no importa. Olvídalo.

Casi por mero reflejo, Cole comenzó a avanzar en dirección a la puerta de la casa, como si intentara huir de alguna forma. Sin embargo, antes de poder avanzar lo suficiente, sintió una de las manos de Matilda colocándose contra su brazo, deteniéndolo en su sitio.

—No —masculló la psiquiatra despacio, mirándolo fijamente con algo de intensidad—. No te preocupes por nada de eso. Dímelo… por favor.

Cole se giró a mirarla apenas por el rabillo de su ojo. No tenía caso fingir; sabía muy bien que no podía negarse a cualquier petición que ella le hiciera, en especial si lo hacía mirándolo con esos ojos casi suplicantes que le cortaban la respiración.

—Está bien —pronunció con un poco de fuerza. Respiró hondo por su nariz, exhaló por su boca, y se giró hacia ella por completo de nuevo—. La verdad es que… creo que últimamente no he sido nada sutil con esto —rio de forma socarrona y nerviosa—. Alguien como tú de seguro se dio cuenta de inmediato que he comenzado desde hace un tiempo a sentir un interés por ti, más que de compañeros… o incluso de amigos. ¿A quién engaño? Creo que ya me sentía interesado y curioso por la famosa Matilda Honey desde el primer momento en que los otros me hablaron de ti. Y en verdad resultaste ser mucho más de lo que podría haber imaginado. Acabo de decirte que eres la persona más excepcional que he conocido, y no es exageración. Eres inteligente, fuerte, valiente, hermosa, noble… Y eres capaz de mandar a volar a todo un pelotón entero tú sola para salvarme a mí, o cualquiera que te importe. No sé si sea una cualidad que todos consideren atractiva, pero definitivamente yo sí…

Matilda no pudo evitar reír con algo de fuerza; en parte por los comentarios tan ocurrentes, y en parte por las mariposas que se agitaban en su vientre y empujaban para salir de alguna forma.

—Bueno, tienes razón —masculló despacio la psiquiatra—. No has sido… nada sutil, en realidad.

—Sí, bueno… —masculló Cole nervioso, agachando un poco la mirada—. Una psiquiatra amiga mía me dijo que suelo usar máscaras para ocultar mis verdaderos sentimientos, pero que éstas en realidad no son del todo buenas para cumplir ese propósito.

—Esa psiquiatra es una persona inteligente —asintió Matilda con tono de broma.

—Y, bueno… —Cole alzó su mirada lentamente de regreso hacia ella—. ¿Qué piensas tú de todo esto? Sé sincera.

Los labios de Matilda se apretaron un poco entre sí, y sus ojos bailaron intentando mirar cualquier otra cosa que no fuera el apuesto rostro del hombre delante de ella. Sentía su corazón palpitándole en la garganta, de los nervios y la emoción; una sensación con la que no estaba acostumbrada, y no estaba segura de que le gustara.

—Yo… lo que pienso… —balbuceó con cierta indecisión—. Lo que pienso es que hemos pasado por muchas cosas estos días. Situaciones extremas que han puesto a prueba nuestro temple, y hasta nuestra propia cordura y creencias que pensábamos tener claras; esto último mucho más en mi caso. Y es normal que bajo estas circunstancias, en cualquier individuo comiencen a surgir emociones muy fuertes, y sentimientos de apego que le brinden un poco de seguridad. Creo que lo que trato de decir es que, las situaciones por las que hemos pasado últimamente no resultan las más óptimas para explorar los posibles… sentimientos que pudiéramos tener el uno por el otro. ¿Me comprendes?

Matilda alzó tímidamente su rostro hacia Cole, temerosa de que sus palabras de alguna forma lo hicieran sentir triste, decepcionado, o incluso molesto. Pero, para su sorpresa, se veía bastante calmado. Su boca estaba torcida en una mueca, pero más reflexiva de molesta, y sus ojos miraban hacia un lado como si algo en la esquina del pórtico le hubiera llamado particularmente la atención.

Sin decir nada aún, retrocedió un poco hasta apoyarse de nuevo en el barandal, cruzándose de brazo. Observó atento el suelo bajo sus pies, y entonces pronunció al fin:

—¿Cómo en la película Speed?

—¿Qué? —exclamó Matilda totalmente confundida, parpadeando un par de veces.

—Esa película del autobús, en donde la chica le dice al protagonista que las relaciones que se forman en base a situaciones extremas no suelen durar mucho… o algo así creo que decía.

—No… sé de qué película hablas —murmuró Matilda, un tanto indecisa en si hablaba en serio o le estaba jugando alguna broma—. Pero sí, algo así. Para bien o para mal, lo cierto es que nunca hemos tenido la oportunidad de conocernos el uno al otro en un contexto en el que no estuviéramos trabajando, o salvándonos la vida… Bueno, quizás un poco en esa conversación que tuvimos en el hotel de Salem, pero… Entiendes a lo que me refiero, ¿verdad?

—Me parece que sí. Pero hay una forma muy sencilla de solucionar eso, ¿no lo crees?

Matilda lo miró un tanto confundida.

—¿Cuál forma?

Cole sonrió complacido. Se volvió a separar del barandal y se aproximó sólo lo necesario hacia ella.

—Vernos más en un contexto diferente; más casual, más… normal. Tener un par de momentos calmados como esa noche en el hotel. Sólo charlar y conocernos un poco mejor.

—¿Estás hablando de… tener una cita? —inquirió Matilda, un tanto insegura de que estuviera captando bien lo que decía. El silencio y la sonrisa de Cole, sin embargo, fueron suficiente para decirle que en efecto había entendido bien—. Oh… Bueno, eso será un poco complicado. Tenemos pronto que hacer todo el montaje de Samara, y luego de eso tendré que viajar a Washington con ella, y tú de seguro tendrás que volver a Filadelfia a dar bastantes explicaciones.

—Sí, pero nada de eso lo tenemos que hacer hoy —señaló Cole con confianza—. No esta noche, para ser precisos.

La respiración de Matilda se cortó un poco, y sus ojos volvieron a abrirse grandes ante la propuesta tan repentina. Incluso luego de todo lo ocurrido esa mañana, no hubiera podido imaginar que las cosas se encaminarían en esa dirección.

—¿Esta noche? —masculló con dejo nervioso.

—¿Qué me dices? —preguntó Cole, un tanto expectante—. No quiero que lo veas como presión, ni nada parecido. Sólo es una propuesta, y para demostrarte que estoy interesado en conocerte en otras circunstancias, justo como lo dijiste. ¿Y tú?

—Yo… —masculló Matilda, indecisa, dejando de nuevo que su vista recorriera todo el pórtico en busca de alguna respuesta.

Su cerebro iba a mil por hora, una parte de ella intentando pensar en cualquier excusa posible. Pero, una parte aún más grande y aún más fuerte, le decía que no encontraba ninguna excusa porque, en realidad, no quería encontrar alguna. Ella sabía muy bien lo que quería hacer, y el intentar ocultarlo a sí misma resultaba incluso absurdo.

Una sonrisita alegre se hizo presente en sus labios sin que ella se lo propusiera, y de nuevo se acomodó tímidamente el cabello con sus dedos.

—Yo digo… que conozco en dónde venden los mejores perros calientes de Los Ángeles —respondió de pronto con un tono de emoción contenida—. Aunque hace mucho que no voy.

Cole sonrió ampliamente, quizás lo más ampliamente que le era posible. Su pecho se llenó de tanto júbilo y emoción que pensó que podría estallarle, pero hizo uso de todas sus fuerzas para no dejarlo tan en evidencia.

—Suena en definitiva a un sitio que me gustaría conocer —indicó entre risas, comenzando a retroceder en dirección a los escalones del pórtico con evidente intención de irse—. Entonces, ¿te parece bien a las ocho?

—Ah, sí, claro, pero… —balbuceó Matilda, apuntando con su pulgar hacia la puerta de la casa—. ¿No quieres quedarte y desayunar panqués?

—Me encantaría, pero rompería totalmente mi estilo si me quedo por aquí justo después de invitarte a salir —respondió con tono bromista, mientras bajaba apresurado los escalones—. Nos vemos a las ocho, ¿está bien? —pronunció como despedida, alzando una mano en el aire.

—A las ocho —repitió Matilda, despidiéndose también con un ademán de su mano.

Cole se alejó de la casa sin mirar atrás, mientras Matilda lo observaba de pie desde el pórtico, aún un poco incrédula de lo que acababa de pasar. Y aun así, fue consciente por la sensación en los músculos de su mejilla de que había estado sonriendo demasiado, y le resultaba difícil dejar de hacerlo.

Ya había tenido citas antes, en especial mientras estudiaba en Connecticut. Pero en casi todas ellas siempre se había sentido hasta cierto punto "forzada" a asistir; algo que se esperaba que hiciera, como un protocolo social más que se tenía que cumplir, igual que dar los buenos días o preguntarle a alguien cómo se sentía si lo veías decaído. Pero lo que le palpitaba en el pecho en esos momentos no era para nada parecido a eso. Estaba en verdad… emocionada y contenta; tanto que le resultaba casi abrumador, pero sabía que el explorar emociones nuevas siempre lo era.

No podía prever aún hacia dónde iría todo eso, pero de momento intentaría no pensarlo demasiado. Sólo intentaría disfrutar el momento, tras tantas cosas horribles y extenuantes que habían ocurrido últimamente.

Con toda esa determinación cimentándose en su mente, Matilda se giró hacia la puerta de la casa e ingresó por ésta hasta el vestíbulo. Dio apenas un par de pasos antes de vislumbrar a Jennifer, de pie en el pasillo que llevaba al comedor. Aquello la sorprendió un poco, pero lo hizo aún más el notar como la mujer se sobresaltaba un poco, y en su rostro se dibujaba vívidamente la culpabilidad.

—Mamá —susurró Matilda despacio—. No… no nos estabas espiando, ¿o sí? —le cuestionó con voz severa.

—No, no, para nada —se apresuró Jennifer a responder, agitando su cabeza—. Sólo venía a decirles que ya estaban los panqués servidos, pero escuché que estaban hablando, y bueno me quedé aquí esperando que terminaran, y sin querer escuché… algunas cosas…

Hablaba con tono de arrepentimiento, pero fue incapaz de esconder la sonrisita pícara que le decoró los labios, mientras la observaba atentamente.

—Oh, querida —musitó con ligera emoción—. No creo haberte visto antes tan sonrojada…

—¿Qué? —exclamó Matilda casi alarmada, tocándose sus mejillas—. No lo estoy… —respondió con apuro, y comenzó a caminar con paso rápido hacia el comedor, intentando ocultar su rostro con una mano.

—No es nada malo —indicó Jennifer, yendo detrás de ella.

—Yo sé que no es nada malo. Sólo no hablemos de eso ahora, ¿sí?

—Está bien, está bien. Pero… ¿Ya sabes qué te pondrás?

—¡Basta…!


El Jefe de Policía Jack Thomson del DPLA había estado toda la mañana en varias reuniones consecutivas en sus oficinas de los Cuarteles Generales. Cerca del mediodía, sin embargo, tuvo que dar por terminada la última reunión en la que se encontraba en ese momento, pues tenía en su agenda que debía ver al alcalde a las 12:30, y era un compromiso al que no deseaba llegar tarde. Luego de despedirse de todos, salió casi disparado de la sala de juntas hacia su oficina, únicamente para recoger su abrigo, gorra y celular.

—Tiff, voy a la alcaldía —le informó rápidamente a su secretaria al salir de su oficina y pasar frente a su escritorio—. Cualquier cosa mándame mensaje a mi celular. Pero sólo si es algo urgente, ¿de acuerdo?

—Señor, hay dos mujeres en la sala de espera que lo buscan —le informó su secretaria, parándose rápidamente de su asiento y hablando alto para que la escuchara—. Llevan cerca de una hora esperando.

—¿Tenían cita? —cuestionó Thomson sin detenerse.

—No, pero…

—Entonces que vengan después. Hoy no tengo tiempo.

Siguió derecho hacia los ascensores con paso apresurado, y sin intención aparente de detenerse. Sin embargo, al parecer no calculó que en su trayecto tendría justamente que pasar frente a la sala de espera de ese nivel.

—Jefe Thomson —pronunció la voz de alguien a sus espaldas, por lo que el oficial instintivamente se detuvo y giró. Sentada en uno de los sillones de la sala, se encontraba una mujer de cabello castaño y anteojos que sujetaba un bastón delante de ella, y a su lado otra mujer más joven y delgada, de cabello también muy rizado. Quien le había hablado, al parecer, fue la mujer del bastón—. Qué bueno encontrarlo al fin —indicó la misma mujer, apoyándose en su bastón para pararse, y su acompañante se apresuró a ayudarla—. Soy Jane Wheeler, y ella es mi hija Sarah. Requerimos unos minutos de su preciado tiempo para tratar un asunto delicado.

—Lo siento, en estos momentos no puedo atenderlas —se disculpó Thomson de la forma más educada que le fue posible, reanudando su marcha—. Hablen con mi secretaria y hagan una cita. O si tienen alguna situación que requiera apoyo policial, alguno de los oficiales de la planta baja podrá tomar su reporte. Debo irme, tengo una…

Su teléfono, que sujetaba en esos momentos en su mano derecha, comenzó a sonar y vibrar intensamente, cortando lo que estaba diciendo.

—Creo que debería responder, jefe —indicó la mujer del bastón, apuntando su dedo hacia el teléfono.

Thomson torció su boca en una mueca y de inmediato respondió. No era que necesitara la indicación de una extraña para hacerlo. Además, tenía identificado ese número en particular, que era ni más ni menos que el teléfono personal del gobernador.

—¿Diga? —pronunció con seriedad con el teléfono en su oído—. Hey, Jerry, ¿cómo estás, amigo? —exclamó con tono animado, al mismo tiempo que mandaba a llamar al ascensor—. ¿Todo bien por allá en Sacramento…? Ah, ¿estás en Washington? ¿Buscando un nuevo puesto, viejo lobo?

Hubo un intercambio de comentarios entre ambos hombres, aunque del lado del jefe Thomson se escucharon más risas y afirmaciones que otra cosa.

—Sí, ahora voy a reunirme con el alcalde —comentó, justo al momento que las puertas del elevador se abrieron. Dio un paso al frente para entrar, pero se detuvo abruptamente, al parecer tras escuchar algo que la persona al teléfono le había dicho—. ¿Cómo dices? —pronunció con más seriedad que antes, retrocediendo y alejándose un paso del elevador.

El jefe Thomson permaneció en silencio un largo rato, sólo escuchando atento lo que el gobernador le estaba explicando. Se le veía de hecho cada vez más desorientado mientras dicha explicación proseguía.

—¿Cómo dices que se llama? —cuestionó dudoso—. ¿Jane Weasley?

—Es Wheeler —pronunció una voz justo a su diestra, haciendo que el jefe se sobresaltara un poco y se girara, encontrándose casi de frente con la mujer del bastón y su acompañante, paradas a un par de metros de él, y la primera sonriéndole confiada—. Pero puede sólo llamarme Jane, si le parece bien.

Thomson la observó en silencio, como si su apariencia le resultara de alguna forma extraña; algo difícil de identificar.

—Sí, sigo aquí —pronunció al teléfono, girándose de nuevo hacia otra dirección y dándoles la espalda—. Sí, creo que ella está aquí. Pero como te dije, en estos momentos me reuniré con el alcalde… Sí, claro; lo puedo re agendar… Sí, por supuesto; yo la atiendo, no te preocupes… No hay de qué, Jerry. Nos vemos pronto, amigo. Adiós.

A pesar de que su despedida era animada, la verdad era que en el fondo no le parecía para nada aceptable que le pidiera de la nada cambiar toda su agenda de ese día para atender a… quien quiera que fuera esa mujer. Pero, ¿quién podía negarse a hacerle un favor al gobernador en persona?

—Entonces, jefe Thomson —pronunció la mujer del bastón detrás de él—. ¿Aún ocupamos hacer una cita?

Thomson suspiró con fuerza, y esbozando la mejor sonrisa que le fue posible se giró de nuevo hacia sus dos visitantes.

—Sra. Wheeler, pasen por favor a mi oficina —les indicó con gentileza, extendiendo su brazo en dirección a su despacho.

—Es muy amable. Lo seguimos. Sólo téngame un poco de paciencia; no puedo ir muy rápido en estos momentos.

Con paso claramente tenso, Thomson se dirigió de regreso a su despacho. Al pasar frente al escritorio de su secretaria, ésta lo miró un tanto confundida, pero no le dio oportunidad de preguntarle nada pues de inmediato entró a la oficina, y quizás la hubiera cerrado de un portazo si no fuera porque tenía que esperar primero a que a las dos mujeres que lo acompañaban entraran.

Jane y Sarah tomaron asiento en las sillas delante del escritorio, mientras Thomson, ya para ese punto bastante resignado, colocaba su abrigo y gorra en el perchero de la esquina.

—Bien, ¿en qué puedo servirles? —musitó Thomson con brusquedad, y apenas la adecuada dosis de amabilidad requerida para no ser catalogado como un grosero.

—No queremos quitarle demasiado tiempo —indicó Eleven con voz cauta, mientras seguía con la mirada al jefe de policía tomando asiento en la silla al otro lado del escritorio—. Sólo necesitamos resolver un asunto delicado, y las personas con las que hablé me dijeron que usted era la persona adecuada para ello.

—¿De qué se trata? —cuestionó Thomson con impaciencia, recargado por completo contra el respaldo de su silla.

—Supongo que está bien enterado sobre el caso de Samara Morgan. —Thomson la miró inseguro, entrecerrando un poco sus ojos—. La niña que fue secuestrada en Oregón por Leena Klammer. —La incertidumbre siguió presente en la mirada del jefe—. La mujer de Estonia con apariencia de niña de diez años…

—Ah, sí, claro —respondió rápidamente el jefe Thomson, asintiendo—. Disculpe, son tantos casos activos en estos momentos que es fácil confundirse. ¿Qué ocurre? ¿Tiene información del caso que desea compartir?

—Se podría decir —asintió Jane—. Vengo a informarle que Samara Morgan ya fue encontrada, y se encuentra a salvo.

—¿Qué? —exclamó Jack atónito, logrando que su atención se fijara al fin entera en la mujer sentada delante de él—. ¿Habla en serio? ¿Dónde está?

—En un lugar seguro, y de momento es todo lo que le puedo decir. Tengo entendido que hace unos días conoció al Det. Cole Sear de la policía de Filadelfia, ¿no es así?

—Sí, claro… el rubio entrometido que no sabe cómo usar sus vacaciones de manera correcta, ¿no?

Eleven rio, algo divertida por esa descripción.

—Ese mismo. Y aunque lo considere un entrometido, lo cierto es que su investigación independiente rindió frutos. Él encontró a la niña, y ahora está cuidando de ella.

—Si eso es cierto, ¿por qué no está él aquí? ¿Por qué no ha entregado la niña a las autoridades competentes?

—Lo hará, en su momento. Pero justo para eso vinimos a verlo, jefe. —Hizo una leve pausa, antes de concluir su comentario—. Hay ciertas… circunstancias en la forma en que la niña fue rescatada, que preferimos no sean de conocimiento del público, de los medios… y tampoco de las autoridades competentes.

Jack la observó con cierto recelo. Evidentemente no le agradaba el rumbo que esa plática estaba tomando.

—¿Es usted su abogada o algo así? —cuestionó con desconfianza.

—Oh, no —rio Eleven—. Sólo soy una amiga qué quiere ayudar.

—Claro —masculló Thomson, claramente escéptico—. Dejémonos de rodeos, ¿le parece? ¿Qué exactamente es lo que quieren de mí?

—En resumen, queremos solicitarle que el día de mañana, o lo más pronto que se pueda, llame a una conferencia de prensa. El Det. Sear se presentará en ese momento acompañando a la niña, y explicará cómo, dónde y cuándo ésta fue rescatada. Responderá sólo un par de preguntas, y luego se retirará. Requeriríamos que usted, y la policía de Los Ángeles en general, respalden enteramente la versión de los hechos que el detective dará a los medios, y que se encargue también de que no existan más investigaciones adicionales. Después, tras los papeleos que sean necesarios, quisiéramos también que nos ayudara a que la niña sea puesta a custodia de la Dra. Matilda Honey, su psiquiatra contratada por sus padres y que estuvo con ella en Oregón. Ella la cuidará bien, y la llevará en cuanto sea posible de regreso a Washington para reunirse con su familia. Y… básicamente eso sería todo.

—¿Eso sería todo? —repitió Thomson, totalmente escandalizado y confundido por lo que acababa de escuchar—. ¿Qué rayos me está diciendo usted? Déjese de juegos. Si el tal Sear tiene a la niña, tiene que presentarse hoy mismo aquí con ella, dar su maldita declaración real de lo que sucedió, y luego de escuchar lo que tenga que decir podemos hablar de conferencias de prensa y versiones que dar a los medios. Si no lo hace, lo meteré tras las rejas por obstrucción de la justicia, y quizás también por secuestro; y a usted de paso, sea quien sea. Y sobre a cargo de quién quedaría la niña, eso lo decide Servicios Sociales, y no apelaré en lo absoluto para que la pongan en custodia de esta psiquiatra que ni siquiera conozco. Así que salga de mi oficina en este momento.

Culminó su declaración señalando fulminantemente hacia la puerta. Sarah pareció un poco espantada por aquellas amenazas tan tajantes, pero su madre se apresuró a tomarla de la mano; un sencillo acto para decir sin palabras que "todo estaba bien".

—Creo que no me he dado a entender de forma adecuada…

—Oh no, de hecho lo hizo muy bien —sentenció Thomson con sequedad—. No soy ningún tonto, señora. Es obvio que lo que sea que el tal Sear haya hecho para encontrar esa niña no fue nada legal, y ahora esperan que yo, por algún motivo, les ayude a ocultarlo. ¿Qué hizo? ¿Amenazó, agredió o mató a alguien? ¿Entró ilegalmente a algún sitio? ¿Descubrió que la niña estaba siendo retenida por alguien poderoso al que tuvo que chantajear y no quieren que eso salga a la luz? Nada de eso sería nuevo para mí. Pero me niego a pararme frente a las cámaras y permitir bajo mis narices que se recite una versión suavizada y falsa de lo sucedido, en especial si no me dicen qué fue lo que pasó realmente. Y el hecho de que insinúen que yo pudiera ser partícipe de algo así, es insultante.

—No según las personas con las que hablé —indicó Eleven con seriedad—. Me aseguraron que ya se había encargado de hacer un par de cosas parecidas antes para algunos amigos en común.

—¿Qué personas le dijeron tal cosa?

—¿Eso importa?

Se hizo el silencio; un tenso y pesado silencio. El rostro de Thomson se mantenía duro en una mueca de enojo, sus ojos casi enrojecidos del coraje. Pero Eleven se mantenía calmada; lo más calmada que la situación se lo permitía.

—Escuche, empecemos de nuevo con más calma, ¿le parece? —murmuró con voz cauta, pero Thomson no estaba en lo absoluto de acuerdo con la propuesta.

—No empezaremos nada; de hecho, ya terminamos —declaró con firmeza, parándose de su asiento—. Ahora, les pido amablemente que salgan…

—Ally Thomson —exclamó Jane de pronto con fuerza, haciendo que su voz retumbara por encima de la del jefe de policía. Al escuchar ese nombre, las palabras del oficial se cortaron abruptamente, y su rostro cambió de una expresión de coraje a una de completa perplejidad—. Su hija mayor, Ally —prosiguió Eleven, ya con voz más tranquila—. Le ha dicho a todos sus familiares y conocidos que se fue a vivir una temporada a Francia con sus tíos. Pero lo cierto es que hace tres meses les dijo a su esposa y usted que estaba embarazada de su novio. Ustedes reaccionaron mal a la noticia, en especial usted. Le ordenaron no volver a ver al chico, y estaban dispuestos a obligarla a abortar. Pero antes de que eso pasara, ella escapó de casa y se fue de la ciudad con su novio. Desde entonces ha estado intentando encontrarla con la mayor discreción posible para prevenir el escándalo, pero no ha podido dar con ella.

—¿Cómo sabe de eso? —masculló Thomson en voz baja con un dejo de nerviosismo.

—Eso tampoco importa —declaró Eleven con firmeza, alzando su mirada para verlo fijamente—. Lo importante es que lo sé, así como también sé en dónde se encuentra su hija en estos momentos.

Los ojos de Thomson se abrieron grandes, llenos de asombro.

—¿En dónde? ¿Dónde está? —cuestionó con fuerza, apoyando sus manos en el escritorio como si estuviera interrogando a algún sospechoso.

—Le ruego que se tranquilice, jefe —le indicó Eleven con calma, señalando su silla con una mano—. ¿Por qué no toma asiento y así podremos seguir conversando?

Un poco a regañadientes, Jack volvió a sentarse lentamente en su silla. Sus hombros se notaban tensos, y sus quijada apretada.

—Ella está bien —se apresuró Eleven a recalcar—. Su embarazo progresa de forma correcta, y su novio la cuida y la trata bien. Tiene buenas personas a su alrededor que la cuidan. Así que no debe preocuparse por eso. Pero sé muy bien que no tiene motivo alguno para creer en la palabra de una completa desconocida que se metió casi a la fuerza a su oficina. Así que estoy dispuesta a compartir con usted su ubicación, para que se cerciore de esto usted mismo.

—A cambio de que le haga este favor que me está pidiendo, ¿no es cierto? —masculló Thomson con desagrado—. ¿Es acaso esto un chantaje?

—No lo vea de esa forma, por favor. Sólo soy una persona que le gusta estar bien con sus amigos; ellos me ayudan, y yo les ayudo a ellos. Pero no tiene que hacer nada con lo que no se sienta cómodo. Puede quedarse con lo que he dicho, asegurándole que su hija está bien, y nos retiraremos en este momento para ya no seguirlo molestando.

Hace un momento era evidente que les hubiera exigido tajantemente que en efecto salieran de su oficina en ese mismo instante, azotándoles la puerta a sus espaldas. Sin embargo, en esa ocasión vaciló. Sus dedos tamborileaban nerviosos contra la superficie de su escritorio, y su mirada se había desviado hacia un lado, perdida en la profundidad de sus propios pensamientos.

Mónica ya le había pasado a Eleven el detalle de todos los esfuerzos que el jefe de policía había aplicado para buscar a su hija, sin obtener resultados. Le hubiera gustado no tener que optar por usar una carta así, y menos de esa forma. Pero tenían que darle una solución certera a ese asunto lo antes posible. Así que no estaba segura de qué haría si el jefe Thomson se rehusaba aún así a ayudarlas.

—Si le sirve de algo —añadió El tras un rato—, no estamos queriendo que se involucre en nada grave, o algo que pudiera perjudicarlo. No estaría protegiendo a ningún pederasta o asesino, si es que alguna de esas posibilidades le está cruzando la cabeza.

—Si es así, ¿por qué no me dice entonces claramente qué es lo que realmente está sucediendo? —cuestionó Thomson como una mordaz acusación.

—Créame, en realidad no quiere saberlo. No le traería ningún beneficio ni a usted, ni a nosotros, ni tampoco a la niña Morgan. Lo mejor para todos es actuar justo y como se lo he solicitado.

—¿Y debo creerle?

—Sí —respondió Jane con firme seguridad—. Por qué de aquí en adelante, usted y yo seremos amigos, jefe. Y yo no les miento a mis amigos.

Thomson suspiró con pesadez, se dejó recargar por completo contra su silla, y centró sus ojos en el techo.

—Aunque lo hiciera, no todo en este asunto está en mis manos. Los federales…

—De los federales ya nos encargaremos nosotros —le interrumpió Eleven—. No tiene que estresarse por eso.

—Si es así… Entonces creo que tendré que pensarlo.

—Por supuesto —musitó El, sonriendo—. Pero espero no sea demasiado tiempo. Nos gustaría poder acabar con este asunto lo antes posible, y creo que usted también.

—Por supuesto —sentenció Thomson de forma tajante, parándose al instante de su silla—. Bien, si no ocupan nada más…

—De hecho, jefe —murmuró Jane rápidamente, alzando una mano—. Sí hay otra cosilla con la que me gustaría que me ayudara. Pero me temo que ésta pudiera ser un poco más… incómoda.

—¿Más? —exclamó Thomson, soltando casi por reflejo una risa irónica para luego dejarse caer de sentón de regreso en su silla. Y ya al parecer bastante resignado para ese punto, preguntó sin más rodeos—: ¿De qué se trata esta otra cosilla?


El jefe Thomson salió de su oficina acompañado de sus dos visitantes. No le dio mayor explicación a su secretaria, más allá de que saldría y volvería en una hora, y que reprogramara su cita con el alcalde. El jefe de policía guió a Eleven y a Sarah hacia su camioneta en el estacionamiento, y los tres salieron en dirección al sitio en el que la Sra. Wheeler le había indicado que podría hacerle ese otro favor: el Departamento de Medicina Forense de la ciudad; en específico, la morgue de éste.

Thomson sabía que Liam, un viejo amigo suyo de mucho tiempo, estaba de guardia esa tarde. Eso era una suerte, pues era quizás el único que aceptaría echarle una mano sin hacer demasiadas preguntas. Ayudaba también que el jefe de policía estaba enterado lo suficiente del caso en cuestión, así que eso agilizó las explicaciones hacia su colega forense.

Liam los guió hacia uno de los cuartos fríos, un sitio tan blanco y limpio que resultaba casi irreal. El forense revisaba el expediente que traía en sus manos para identificar el comportamiento que buscaban. Una vez que lo halló, retiró los seguros de la pequeña puerta cuadrada, la abrió y jaló rápidamente la plancha del comportamiento frío hacia el exterior. Todo lo hacía con una forma bastante mecanizada, propia de alguien ya más que habituado a esa situación.

Eleven se decía a sí misma que ella también ya estaba habituada a ese tipo de cosas, y quizás en parte sí lo estaba. Pero en cuanto sus ojos se posaron en aquel cuerpo recostado plácidamente sobre aquella plancha, y su rostro carente de toda vida se volvió algo totalmente real para ella… debía aceptar que una parte honda de su ser refulgió, recordándole de forma amarga que no; que nunca podría estar tan acostumbrada a esto como ella quisiera.

El cuerpo de la mujer de piel oscura estaba cubierto del pecho hacia abajo con una delgada sábana azul. La piel de su rostro había adoptado una textura y tonalidad casi irreal; como si se tratara de algún tipo de escultura. Sus cabellos negros y morados se desparramaban por la plancha, y sus ojos estaban completamente cerrados. Eleven agradeció especialmente esto último. Por algún motivo, los ojos eran lo que más le afectaba mirar en un muerto.

Sarah se encontraba mucho más impresionada que su madre por la escena ante ella, por lo que tuvo que desviar instintivamente su rostro hacia otro lado. Aun así, continuó firme junto a su madre, sujetándola y ayudándola a mantenerse de pie. Thomson, por su lado, estaba unos pasos más atrás, sólo observando y escuchando en silencio.

Mientras Eleven contemplaba en absoluto silencio a la mujer en la plancha, Liam sujetó el expediente entre sus manos y comenzó a dar un resumen rápido de éste.

—Mujer de color, identidad desconocida, edad estimada entre los 48 y los 55 años. Fue encontrada en una bodega de una zona industrial en donde al parecer se suscitó un tiroteo. La muerte fue provocada por una herida de bala en el pecho disparada por un arma larga, quizás un rifle de asalto. Durante la autopsia se encontró otra bala alojada entre la primera y segunda vértebra lumbar, pero al parecer es de una lesión muy anterior. También se encontró un tumor canceroso en su pulmón izquierdo en etapa avanzada; no parece haber signos de que hubiera estado bajo tratamiento alguno. Sin identificación ni nada que nos pueda dar alguna pista de su nombre, identidad o qué hacía en ese sitio exactamente…

—Su nombre era Kali —pronunció Jane de pronto en voz alta, tomando por sorpresa a todos los demás—. Y era mi hermana…

Soltó un profundo y largo suspiro, y sin querer terminó recargando su cuerpo más contra su hija al sentirse más débil de pronto.

—Mamá —musitó Sarah con preocupación, rodeándola con sus brazos con más firmeza.

—Estoy bien —respondió Jane rápidamente. Acercó una mano a sus ojos, tallándolos un poco con sus dedos. Luego respiró hondo por su nariz, y se esforzó por pararse con mayor temple, y en especial proyectar más calma de la que realmente tenía por dentro—. Quisiera que me entregaran su cuerpo lo antes posible. En cuanto terminen con él, claro.

Liam los observó fijamente, con bastante desconfianza.

—¿Tiene algún documento que pruebe la identidad de la occisa, y su parentesco con usted? —cuestionó un tanto cortante.

Eleven no tuvo interés en responderle nada. Sólo se viró sobre su hombro hacia el jefe de policía a sus espaldas. Después de todo, él ya sabía por qué estaba ahí.

—No será necesario en este caso, Liam —masculló Thomson con tono confiado—. Sólo encárgate del papeleo, ¿de acuerdo?

No dio mayor explicación, ni tampoco pensaba darla. Y Liam, sólo con eso, no tuvo tampoco que pedirla.

—Claro, Jack —musitó despacio, y se dispuso rápidamente a volver a guardar el cuerpo en su cabina.

Eso dejaba bastante en evidencia que, pese a su reticencia a ayudarlas en su oficina, lo cierto era que el Jefe Thomson sí tenía cierta experiencia lidiando con situaciones como esa que ocupaban "ocultarse"; justo como le habían indicado. Eleven no quería saber más al respecto, y no lo necesitaba. Le bastaba con usar aquello a su favor esa vez, y esperaba que fuera la única.

Los tres salieron juntos del cuarto frío, y se dirigieron al paso de Eleven hacia la salida principal del edificio.

—Gracias por todo, jefe —musitó El con sincero agradecimiento.

—Descuide —musitó Thomson en voz baja—. Esa mujer… tiene algo que ver con el asunto de Samara Morgan, ¿cierto?

Eleven siguió caminando, sin intención aparente de responder. Thomson, sin embargo, insistió.

—En la bodega en la que se encontró había otro cuerpo más que parecía que le hubieran reventado la cabeza de alguna forma, y signos de disparos y sangre que indican la presencia de más personas. Además de algunos equipos de cómputo que cuando los técnicos quisieron ingresar a ellos, sus discos se borraron por completo, quedando inservibles. La teoría más aceptada es que se estaba realizando la compra de algún tipo de contrabando y ésta salió mal. ¿Fue ahí donde encontraron a la niña? ¿Acaso la tenían ahí retenida en esa bodega?

—Tiene buenos instintos, jefe Thomson —señaló Eleven con ligero humor en su voz—. Pero en verdad no quiere saber más sobre este asunto. Haga estos favores por nosotros, y le aseguro que se quitará de encima un peso que en verdad no necesita. Y podrá además reunirse con su hija y hacer las paces.

Se detuvo un momento, introduciendo una mano en un bolsillo de su blazer, y sacando de éste una pequeña tarjeta rectangular.

—En cuanto se decida, llámeme —le indicó al jefe de policía, extendiéndole la tarjeta. Thomson la contempló con algo de duda al inicio, pero al final la tomó igual—. Ahora, si nos disculpa, tenemos que irnos, y estoy segura que usted también tiene que estar en otro sitio. No se preocupe por nosotras, sabemos bien cómo salir de aquí.

Eleven comenzó a avanzar con más apuro hacia la puerta, y Sarah intentó mantenerle el ritmo para seguirle ayudando. Thomson no hizo intento alguno de seguirlas. Sólo se quedó de pie ahí a mitad del pasillo, observando cómo se iban y sujetando la tarjeta entre sus dedos.

FIN DEL CAPÍTULO 123