N/A La parafasia de Harry descrita aquí no es exactamente la típica manifestación de esa forma de afasia. Estoy tomándome una ligera licencia creativa con ella, sin embargo, para encajar mejor tanto con Harry como con la historia.
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Un Tesauro Roto
Mientras Snape iba abajo para resolver la pizza para cenar, Harry se envolvió su sábana alrededor como una toga y se levantó con cautela, estirándose y comprobando cada uno de sus miembros para ver si había perdido mucho control motor. Todo parecía estar bien, y tras un rápido vistazo bajo la sábana, se alegró de ver que todas sus partes pasaron ilesas por el re-envejecimiento. Harry salió con pies ligeros de su habitación y entró en el baño, abriendo el agua caliente para una buena ducha bien merecida. Flexionó los músculos en el espejo, dejando caer la toalla y chequeando su reflejo. Quizá un afeitado después, o pensándolo mejor, en realidad podría intentar dejarse crecer el vello facial. Quizá. Se metió en la ducha, silbando bastante desafinado Ding Dong la Bruja está Muerta.
Veinte minutos después, Harry entró en la sala de estar, llevando un par de vaqueros muy viejos y desvaídos que estaban remangados en los tobillos. No colgaban del todo bien, el tejido obviamente cortado para alguien con piernas más largas, pero tenían aspecto cómodo y el color azul piedra iba bien con el rojo carmesí de la camiseta de The Cure que acompañaba la imagen. El reloj en su muñeca derecha completaba la mezcla, su correa de cuero gastado con aspecto desgastado y desvaído en los lugares correctos. El tatuaje de la pluma, que Snape no había visto en una temporada debido a los glamours en el colegio, destacaba en el pálido antebrazo interno izquierdo.
"Mejor que te hayas detenido en las prendas exteriores." Advirtió Snape desde su sillón, reconociendo su antigua ropa de juventud.
"Todas mis cosas son de tamaño bebé." Respondió Harry indiferente, pasándose las manos por el pelo mientras se hundía en el canapé. Snape notó que aunque eran del mismo tamaño y estilo, los condenados calcetines todavía no combinaban.
"¿Necesito recordarte que eres mago?" Respondió Snape, marcando un punto en el libro de recetas que estaba mirando.
"Noooo, no lo necesitas. Pero no estoy en el zoo. Warthogs. Hogwarts." Dijo Harry, molesto. "Así que no puedo hacer magia."
Snape levantó la vista con una mirada contemplativa. "Vigila la actitud. Aunque el Zoo es una sustitución bastante adecuada. Y no recuerdo que esa norma en particular te impidiera jamás utilizar magia en verano."
"Quizá me gusta la ropa." Murmuró Harry, pellizcando el borde de la camiseta. De repente volvió a incorporarse, como si hubiera recordado para qué había entrado en la habitación. "¿Pueden venir Hermione y Weasley al castillo para banquetes?"
Snape parpadeó y mantuvo el rostro neutro.
"Vuelve a intentar eso."
Harry respiró hondo y se forzó a pensar primero en lo que quería preguntar. El inglés no había sido tan difícil previamente, y aunque Snape había explicado la parafasia y cómo sería aleatoria, Harry estaba encontrándola excesivamente molesta.
"¿Pueden venir Hermione y Ron al… a… aquí a comer. Almorzar. Mañana?"
"Supongo que eso es aceptable. Puedes decirles que lleguen vía flu de la Profesora McGonagall alrededor de las once."
Harry parpadeó los ojos hacia su reloj instintivamente, y Snape captó el momentáneo tic de decepción que revoloteó por la cara de Harry.
"¿Qué hora es ahora?" Preguntó Snape indiferente, marcando otra página del libro.
"Es la hora del té." Respondió Harry confiado, y Snape alzó la ceja. Confianza Gryffindor.
"¿Lo es? Habitualmente participo en el té de la tarde a las tres y media." Snape no sonaba interesado en la respuesta real, pero Harry había pasado suficiente tiempo con el hombre para saber que estaba siendo puesto a prueba.
"Sí, lo es." Los ojos verdes miraron audazmente a los negros, antes de parpadear hacia la tetera fría sobre el fogón en la cocina.
"No recuerdas cómo decir la hora." Declaró Snape, su voz suave.
"No puedo leer." Retrucó Harry a la defensiva.
"¿Qué dice el reloj?" Preguntó Snape.
"Dice quince. Bueno, la saeta más corta está apuntando al quince. La saeta más grande está apuntando al diez." A Harry le había gustado originalmente el pulcro reloj, a pesar de sus acciones chismosas cuando se metía en un aprieto. Una vez pasado el mediodía, los números en el reloj revertían a la segunda mitad del reloj de veinticuatro horas.
"Muy bien. Entonces son las quince y diez. ¿Y cuánto es quince menos doce?"
Harry miró el reloj inútil, como si de repente fuera a aparecer la respuesta.
"No lo sé." Harry volvió a desplomarse contra el sofá.
"Tres." Respondió Snape, levantándose y yendo al fregadero a llenar la tetera. "¿Descubriste que no podías decir la hora cuando te pusiste el reloj?"
"Sí." Murmuró Harry.
"¿Y por qué no viniste a pedirme ayuda?" Snape golpeó la tetera sobre los soportes de metal del fogón y encendió el elemento.
"Porque acabas de pasar un día limpiándome el culo, no pensé que quisieras saber que ya no sabía contar hasta diez." Disparó Harry de vuelta.
"No consentiré esa actitud, Elliot Snape, derrotado o no el Señor Tenebroso." Snape lo apuntó con una larga cuchara, que luego empleó cuidadosamente para medir hojas de té.
Harry bajó la mirada a sus pies y pasó un dedo con calcetín a lo largo de la juntura del suelo de madera.
"Lo siento, señor."
"¿Cómo vas a funcionar en sociedad jamás si no te das cuenta de que necesitas pedir ayuda cuando la requieres?"
"Simplemente compraré un maldito reloj digital." Se quejó Harry, levantándose y entrando a la cocina para buscar sus tazas.
"No lo harás. Pura pereza, y por insignificante que sea el ejercicio, no te permitiré que olvides cómo leer un reloj apropiado a cambio de un monitor digital muggle."
"No es pereza." Arguyó Harry, chocando accidentalmente contra el brazo de Snape mientras sacaba el cartón de leche del frigorífico. "Simplemente es más rápido, y entonces no tengo que molestarme en restar doce de lo que sea cuando quiera averiguar si es la hora de las tazas. El té."
"La acidia es un pecado, Potter." Contraatacó Snape, apoyándose contra la puerta del jardín trasero.
"No me llames Potter." Harry fulminó con la mirada. La tetera comenzó a hervir y el vapor se enroscó alrededor del hombro de Harry como una especie de demonio loco. "¿Y qué diablos es aci… acida… lo que sea?"
"Acidia. Apatía, languidez. No molestarse particularmente por hacer algo."
"¿Eso no es pereza? ¿No dicen 'la pereza es un pecado'?" Preguntó Harry, apagando el fogón y vertiendo el té en la tetera.
"Dante Alighieri se refiere a ello como acidia en La Divina Comedia, pero esencialmente es lo mismo, y uno de los siete pecados capitales."
"Sería interesante ir por el lote." Reflexionó Harry, tomando una moneda de dos libras del plato del cambio sobre el banco y haciéndola girar mientras esperaban que el té reposara unos segundos más.
"Creo que le llevo ventaja, Sr. Gryffindor." Declaró Snape arrogante desde donde estaba apoyado contra la puerta.
"¿Cuál te falta? No puede ser la ira." Harry sonrió ampliamente, sirviendo una taza a Snape.
Snape se inclinó hacia delante con una sonrisa burlona en el rostro como respuesta, lo que de inmediato puso en guardia a Harry.
"Luxuria. Lujuria." Dijo Snape, tomando un largo trago de té.
"¡Lujuria!" Resopló Harry, dejando su propio té ya que la taza estaba demasiado caliente para sus manos. "¿No tuviste un momento, ninguna ocasión, pasando el rato con los mortífagos y todo eso?" Bromeó Harry, sin ver el destello en los ojos de Snape hasta que fue demasiado tarde.
"Uno nunca debería asumir, Elliot. Tu madre siempre tuvo un aspecto bastante delicioso mientras estaba en Hogwarts."
"¡PAPÁ!" Farfullo Harry, la mirada de horror en su cara reminiscente de El Grito de Munch. "Eso es… sólo… no… impopular. No. ¡Malo! Malo es lo que es."
"Ah, pero una buena cosa que recordar cuando estés sintiéndote un poco abrumado por tu heroísmo. Príncipe o mendigo, todos en algún momento vienen al mundo por las confusas relaciones carnales de sus padres."
Snape sonrió alrededor del borde de su taza mientras tomaba otro sorbo de té. Este sabor era bastante fuerte y fresco; tendría que recordar visitar ese puesto del mercado en particular de nuevo. Harry estaba entre imitar a una platija y luchar por no decir nada que lamentaría. Era una visión muy peculiar, y Snape descubrió que le divertía bastante. Sólo llevó otros diez segundos antes de que Harry saliera a pisotones de la cocina, llevándose su taza de té a su dormitorio.
En serio, pensaba Snape mientras se dirigía de regreso a su sillón y el libro de recetas. Tener un hijo no era ni de cerca tan malo como había temido inicialmente. No si era tan fácil mofarse de su hijo.
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La ventana de Harry estaba abierta una grieta, el aire frío y húmedo de fuera proporcionando suficiente humedad y frío en la habitación para hacer bastante cómodo dormir bajo el edredón caliente. Derivó dentro y fuera del sueño durante la siguiente hora, finalmente cediendo a su vejiga. Saliendo al pasillo, Harry se estremeció por la caída de temperatura y notó que la puerta de la habitación de Snape estaba abierta. Harry entró al baño y resopló para sí mismo mientras se hacía cargo de sus obligaciones matinales. Todo el mundo pensaba que Snape era tan meticuloso en el colegio, exigente y recatado y apropiado por el modo en que conservaba sus anticuadas túnicas abrochadas con tanta modestia. Mientras tanto en casa, el hombre a menudo andaba por ahí con sólo una camisa y pantalones, y no se molestaba en hacer la cama hasta mediodía. Alguna basura sobre airear las sábanas, recordó Harry mientras regresaba a su propia habitación y se ponía unos calcetines. Los suelos, a pesar de que eran de una madera bastante gastada y cálida, no eran lo más agradable por la mañana. Abriendo el armario, Harry decidió ir con uno de los viejos jerseys negros de Snape encima de sus pantalones de pijama de tartán gris y verde. Echó un vistazo a las sábanas e hizo una mueca antes de recogerlas. Sólo ayer había llevado malditos pañales, y ahora estaba haciendo un tipo diferente de desastre en su cama.
Abajo todavía no había señal de Snape, pero la casa tenía una sensación bastante adormilada. El vecindario no había despertado del todo todavía, y aún había el callado zumbido del refrigerador que luchaba por la dominancia con el tictac del reloj de la biblioteca. Harry le echó un vistazo por hábito, negándose a reconocer su molestia por no ser capaz de leerlo adecuadamente. Había un olor a café persistente en el aire, y Harry tocó la cafetera, notando que seguía bastante caliente. Snape debía estar cerca en alguna parte. El tablero de cribbage seguía sobre la mesa de la cocina, de las seis partidas que habían jugado anoche en el esfuerzo de re-enseñar matemáticas básicas a Harry.
Aprovechándose del primer piso vacío, Harry se acercó a la chimenea y rápidamente arrojó un poco de polvo en ella.
"Lavandería Grano en el Culo." Declaró Harry claramente, leyéndolo de un pedazo de pergamino en su mano y dando las gracias a cualquier deidad que le dejara sacarlo sin sustituir palabras.
Treinta segundos después un Twinky de aspecto bastante contrariado apareció en las llamas.
"Saludos, Medio Ingenio Snape. Twinky está lleno de alegría de verle esta mañana de domingo."
"Pensaba que mi papá te habló de eso." Dijo Harry, entrecerrando los ojos.
"Hmmph. Twinky no está tratando de modo diferente a su más famosa familia. Respeto por tratamiento normal."
Fue en ese momento que Harry descubrió que realmente podía contar. Era en holandés, pero todavía fue capaz de contar hasta diez para calmarse. Simplemente no podía sumar ni restar.
"Necesito bañadas las sábanas océano. No. Necesito que las sábanas -azules- océano sean lavadas. Hoy." Dijo Harry, su boca puesta en feroz determinación mientras deseaba que su cerebro liberara las palabras correctas.
Twinky le dirigió una grosera mirada cómplice antes de aceptar la bolsa de compra con las sábanas y algunas prendas de ropa al azar a través del fuego.
"Twinky lo pondrá en la factura del Maestro Snape." Dijo, manejando la bolsa con asco y luego desapareciendo.
Harry dejó caer el pergamino al fuego y deambuló hasta la cocina, maldiciendo al estúpido elfo. Se sirvió una taza de café y se quedó mirándola, sabiendo que estaba pasando algo por alto pero sin ser capaz de resolverlo. Había estado de bastante buen humor esa mañana, extremadamente agradecido de poder despertar adecuadamente y no necesitar ayuda para cambiarse. Había habido una agradable sensación de mareo cuando había despertado sintiéndose como lo había hecho durante los últimos cinco años y luego recordando que Voldemort había desaparecido de verdad. Era como si el peso hubiera sido levantado de su pecho una vez más con el recuerdo.
Ahora, sin embargo, estaba gravemente tentado de sacar su varita y maldecir la taza de café. Algo faltaba, y Harry no podía resolver lo que era. Aunque Snape había dejado su cuchara en el fregadero, y como último recurso Harry la cogió para mirarla. Había el residuo del café allí, pero era más claro que la taza de Harry. Por impulso, Harry fue al frigorífico y lo abrió, sonriendo cuando sus ojos cayeron sobre el cartón de leche. Justo cuando Harry había hecho su despertar matinal adecuado, notó movimiento oscuro fuera de la puerta trasera de la cocina. Parecía haber encontrado a Snape.
"Mamá diría que atraparías tu muerte aquí afuera." Murmuró Harry, parado en la puerta y soplando sobre su taza. Estaba alrededor del punto de congelación de acuerdo con el pequeño termómetro muggle en la ventana de la biblioteca junto a él, y Snape había estado sentado en el escalón de atrás por dios sabía cuánto tiempo, en pantalones de casa, su camisa de dormir, y una simple bata. La taza de café en su mano ya no estaba humeando, y más allá de su mirada había una piedra en el muro lateral del jardín con raspaduras similares a las que Harry había visto en el refugio del árbol.
"¿Lo diría?" Preguntó Snape, su mano de fríos nudillos blancos agarrando la taza con fuerza. "¿La recuerdas en absoluto?"
Era una pregunta honesta, pero golpeó el estómago de Harry como un puñetazo asestado con precisión. No, probablemente nunca recordaría a su madre, o a su padre, en un recuerdo real.
"Sólo cuando hay un dementor cerca. Entonces la oigo gritar. Y la risa fría de él."
Si Harry había esperado una respuesta a eso, se decepcionó. Snape se sentaba más inmóvil que antes, fulminando con la mirada el muro de piedra frente a él y sólo moviéndose después de un momento, su mano izquierda levantándose a su hombro para masajear la parte superior. Parecía estar dolorido, y Harry pensó al principio que era inflamación de la humedad en el aire mezclada con el frío. A medida que Snape masajeaba, sin embargo, su cabello se movió a un lado y Harry tomó un brusco aliento. Corriendo por el costado del cuello de Snape, desde detrás de su oreja hasta el hombro y abajo bajo el cuello de su ropa, había una cicatriz blanca bastante gruesa descolorida del resto de su piel y con el borde dentado, como si se hubiera dejado sanar por su cuenta.
"Señor, su cuello." Murmuró Harry. "Está roto… la piel está marcada. Cicatrizada." Concluyó Harry adecuadamente por fin.
"Sí." Gruñó Snape, echándose el pelo hacia delante para cubrir la cicatriz. Era una que Harry sabía a estas alturas podría haberse sanado con magia, ya que había visto trabajar a Madame Pomfrey… bueno… con magia con algunas de las cicatrices que él y sus amigos obtuvieron haciendo el loco en el colegio. Ésta, sin embargo, parecía haber sido hecha con un cuchillo de sierra o una maldición.
"¿Qué longitud has tenido posesión?" Preguntó Harry, haciendo una mueca por las palabras que escaparon. "¿Cuánto tiempo la has pos… tenido?"
"Quince años, tres meses, y dos días." Respondió Snape, su tono frío y sus ojos todavía sin mirar a Harry.
"Pero, puedes…"
"Elliot." Dijo Snape, levantando la mano y poniéndose en pie por fin. Harry se dio cuenta de que estaba temblando, pero aun así Snape se levantó rígidamente y por fin lo miró con una expresión cauta.
"Toda petición llega con un precio. Incluso las fallidas."
Snape abrió la puerta, vaciando el café frío a un lado del escalón mojado.
"¿Qué -?" Intentó Harry de nuevo, pero Snape sacudió la cabeza y empujó a Harry a la cocina con una firme mano en el hombro de Harry.
"Déjalo."
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Harry se paseaba adelante y atrás en la biblioteca tras el desayuno, echando un vistazo al reloj y sintiéndose mal porque no estaba completamente seguro de si realmente eran cerca de las once am o si todavía había un poco de tiempo hasta que Ron y Hermione llegaran allí. Snape estaba subiendo desde el laboratorio; su delantal de lienzo manchado de pociones cubriendo una camisa blanca lisa y pantalones negros.
"¿Has devuelto los juguetes y las cosas de bebé a la caja?" Preguntó Snape, asintiendo hacia la gran caja de cartón en el suelo.
"Sí. Creo que lo tengo todo." Respondió Harry comprobando su reloj de nuevo. Ni él ni Snape hicieron ninguna mención del ornitorrinco de peluche que había desaparecido de la caja.
"¿Qué hora es?" Preguntó Snape, cerrando la tapa y poniendo un encantamiento de pegado en la caja para mantenerla cerrada.
"Las diez y veinte. Diez veinte." Respondió Harry, sonando un poco inseguro al principio, pero contento de que Snape le hubiera hecho repasar repetidamente los números en el desayuno.
"Muy bien." Snape convocó un rotulador del despacho y cogió la caja, pensando por un momento. Pareció decidir algo, y entonces tachó su propio nombre de la caja. Justo debajo de su nombre, escribió "Elliot" en grandes letras negras.
"Éstas llegaron para ti, hace unos minutos." Dijo Snape con su voz aburrida, y Harry echó un vistazo para ver que estaba sosteniendo un juego de sábanas recién lavadas que parecían idénticas a las que había normalmente en su cama. Las mejillas de Harry se sonrojaron de un rojo brillante mientras extendía la mano para recogerlas. En cambio, Snape las hizo desaparecer, con suerte a la habitación de Harry.
"¿La eliminación del horrocrux no causó ninguna deformidad física?" Preguntó Snape.
"¡No!" Chilló Harry, sonando como si estuviera pasando la pubertad de nuevo. "Quiero decir, no." Concluyó Harry con su voz normal.
"Quizá deberías comprar un segundo juego de sábanas." Terminó Snape, sonriendo burlón un poco.
"Vale." Tosió Harry, desesperado por cambiar de tema.
Snape volvió a abrir la puerta de la bodega y cogió la caja, preparado para devolverla a una de las estanterías de abajo.
Harry caminó hasta la chimenea, combatiendo la lenta sonrisa que estaba apoderándose de su cara. Harry cogió el frasco de polvos flu y se volvió a encarar a Snape, su expresión inocente y desamparada.
"¿Papá? ¿Puedo tomar una comida de sol alto especial? Ya sabes, ¿cómo saludo?"
Snape se detuvo, un pie en el escalón superior de las escaleras de la bodega, y esperó.
"¿Puedo encargar el almuerzo hoy? Como agradecimiento." Corrigió Harry.
"Eso se apreciaría."
"Pero no tengo papel de colores. Libras. Tendré que chispear… no… gritar. Pedir a la cabaña de mármol. La plaza romana, bloque blanco… Gringotts. Tengo que llamar a Gringotts."
Snape agitó la mano hacia la chimenea como invitación, sin reaccionar a las sustituciones de vocabulario.
"Sí. Pero no creo en el lema. El duende ordena decodificar durante las llamas." Harry apretó las manos, odiando cómo la parafasia empeoraba cuando estaba nervioso. O dispuesto a algo.
"No recuerdas tu contraseña." Comentó Snape, cambiando la caja en sus manos.
"No. Sí. Ido."
"Ah. Entonces creo, Sr. Snape, que tiene lo que los muggles llaman: suerte de mierda."
Los ojos de Harry se ensancharon al instante mientras trataba de parecer insultado. Snape se volvió y lo miró directamente, y su expresión hablaba de diversión.
"Porque creo que sí sabes la contraseña. Y habrá un día frío en el infierno antes de que me oigas cantar jamás." Concluyó Snape, bajando al sótano.
"Cojones." Dijo Harry, consiguiendo bien la palabra sin pensarlo.
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Ron y Hermione llegaron puntuales y Harry los condujo arriba a su habitación, sintiéndose estúpidamente orgulloso por su capacidad de hacerlo. Ciertamente los Dursley nunca habían hecho posible que tuviera amigos en Little Whinging, Merlín prohíba que alguna vez hubiera pedido invitar a alguien. Snape se quedó abajo, sin embargo, y se hizo cargo de pedir la comida mientras Harry explicaba a sus amigos cuáles habían descubierto habían sido los efectos de matar el horrocrux.
"Así que sí." Resumió Harry. "A veces sustituyo palabras en las frases, y he olvidado algunas cosas. Quinto año está un poco borroso."
Ron se sentaba al escritorio de Harry, jugando con una de las herramientas de talla de Harry. Hermione estaba junto a la librería, los brazos cruzados y con una expresión inquieta en el rostro. Harry miró entre ellos unas cuantas veces, esperando que todo calara.
"No es extraño que hayas estado malhumorado a veces." Dijo Ron por fin mirando fijamente la frente de Harry donde solía estar la cicatriz.
"¡Ron!" Siseó Hermione. "Harry acaba de decirnos que se ha eliminado parte de un alma de su cerebro, ¿y estás quejándote de que haya estado malhumorado?"
"Bueno, pero lo estaba, Hermione. ¿Sabes que al parecer hice volar a mi Tía Marge?" Preguntó Harry, inseguro de por qué estaba molesta por el comentario de Ron. Hermione parecía querer abofetearlos a ambos.
Pasaron los siguientes veinte minutos discutiendo Hogwarts, y Harry fue informado de la reacción de sus compañeros de clase a los acontecimientos del viernes. Una de las estudiantes, una Hufflepuff, tenía una hermana muggle con alergia a los cacahuetes, que había contado a la clase cuando reconoció el epi-pen. Harry encontró eso bastante afortunado, ya que en lugar de que la clase pensara que Snape había secuestrado a Harry por algún tipo de medio nefasto, todos habían asumido que lo había llevado a la enfermería tras tener una mala reacción alérgica. No demasiado lejos de la verdad, lo que le parecía bien a Harry. Las clases fueron suspendidas temporalmente, el funeral de Dumbledore todavía estaba programado para el lunes, a pesar de que su cuerpo no sería recuperado, y Ron advirtió a Harry de que había un banquete de celebración para él y Snape más tarde esa noche, con reporteros.
"Sí, lo sabemos. Snape está tallando sus letras en el descenso." Respondió Harry sombríamente. "Ugh. Está tallando las palabras abajo. Su discurso."
"Bueno, eso es… tranquilizador." Ofreció Hermione. Ni Ron ni Hermione intentaban ayudar a Harry con las palabras a las que estaba apuntando, por lo que estaba inexplicablemente agradecido. Harry se inclinó hacia su almohada y sacó el ornitorrinco de la manta tejida plegada allí.
"¿Vas a decirle a la gente que eres un Snape? Ahora que la guerra ha terminado y todo eso." Preguntó Ron, subiendo los pies al borde de la cama de Harry.
"¿Es seguro hacerlo?" Preguntó Hermione desde la librería, donde estaba hojeando la vieja copia de Snape de Los Cuentos de Beedle el Bardo.
"No lo sé. Todavía hay bastantes mortífagos ahí afuera, además de algunos aurores a quienes Snape no les gusta mucho." Harry se apoyó contra la pared y cerró los ojos, tirando ausentemente de las aletas del ornitorrinco.
"Aunque ése no era el Moody real, Harry." Señaló Hermione.
"Y en serio, es Snape. No le gusta a mucha gente." Añadió Ron para ayudar.
"¡Ron! Aun así es mi papá." Rio Harry.
"Créeme. Todavía es raro oírte decir eso. No puedo creer que no te matara por hacerte ese tatuaje." Ron asintió hacia el brazo de Harry.
Harry sonrió y pescó su varita del bolsillo. Abajo oyó golpes mientras Snape subía algo de la bodega. "Accio pluma." Ordenó Harry, observando cómo la vieja pluma de Hedwig aparecía fuera del cajón del escritorio y flotaba hacia él.
"¡Harry! ¡Se supone que no debes hacer magia fuera de Hogwarts!" Amonestó Hermione.
"Técnicamente, es el año escolar." Señaló Ron, pero también parecía inseguro.
"Relajaos." Harry sonrió ampliamente, levantando la pluma a su brazo para compararlas. "Snape es un adulto, y ésta está registrada como la casa de un mago. No pueden decir si es él o yo haciendo la magia."
"¿Estás seguro, colega? Quiero decir, hay cinco adultos en la Madriguera a veces, y aun así no puedo hacer magia en casa." Dijo Ron, mirando a la ventana como si temiera que apareciera una lechuza en los cielos afuera.
"Estoy seguro. Hice magia aquí durante el verano algunas veces, delante de Snape. Ni una sola carta."
"De haberlo sabido durante las vacaciones." Murmuró Ron, sin duda pensando en la venganza que podría haber forjado sobre sus hermanos gemelos.
"Harry, ¿quién es Eileen Prince?" Preguntó Hermione, volviendo a inspeccionar sus libros.
"La mamá de Snape." Respondió Harry, enganchándose la pluma al azar en su desordenado cabello. "En los que pone Tobías pertenecían a su papá."
"¿En serio? Me pregunto cómo eran sus padres." Ponderó Hermione con un destello en los ojos. "Nunca te imaginas realmente a tus maestros como personas normales, con padres y hermanos y hermanas."
"Sí, especialmente no a los que son como vampiros." Ron sonrió burlón.
Harry pateó con la pierna y alcanzó el pie de Ron. "Puedo verificar que no hay un ataúd en su habitación."
"¿Están vivos? ¿Alguna vez ha dicho algo sobre su familia? ¿Tiene algún hermano?" Continuó Hermione, su curiosidad picada.
"Hmm. Sin hermanos, y creo que sus dos padres están muertos. Nunca dice mucho sobre ellos."
"Yo tampoco lo haría, si eran como él." Señaló Ron.
Harry rememoró el recuerdo que había escapado durante la lección de oclumancia el año anterior en el colegio. "No parecían ser agradables." Concordó. "Lo único que dice de ellos es 'a quien los dioses destruyeran, primero lo vuelven loco.'"
"Eurípides." Dijo Hermione pensativa. "Los dioses griegos tenían una vena malvada."
Harry se encogió de hombros y jugó con el ornitorrinco un poco más mientras Ron tocaba los dibujos animados de Snape en el corcho.
"¿De verdad eres alérgico a las abejas?" Preguntó Ron al azar.
"Sí. Lo destapé el último día caliente de jardín." Dijo Harry, antes de hacer una mueca. "El verano pasado."
"Pero, ¿por qué había una abeja en la caja en cualquier caso?" Preguntó Hermione despacio, estudiando a Harry.
"Mi mapa de la hora calabaza." Hermione estaba observándolo con gran interés, mientras que Ron simplemente estaba en blanco. "Idea mía. Antes de Navidad."
"Nos preocupamos mucho." Dijo Ron, muy quedamente.
Harry levantó la mano y cerró los ojos, contando despacio para sí mismo por lo bajo.
"Één, twee, drie, vier, vijf…"
Mantuvo los ojos cerrados y pensó las palabras en su mente.
"El peligro era completo. Snape era un punto gris… estaba en cubierta. Clandestino. Voldemort lo habría abra cadabra."
"Simplemente habla como puedas, colega." Dijo Ron, sin compasión en la voz. Sólo comprensión.
"Aunque era un alto riesgo para ambos mantener eso en secreto." Señaló Hermione, los dedos retorciendo nerviosos una bolsa de gobstones que Harry tenía en la librería.
"No." Harry sacudió la cabeza, esperando que el próximo fragmento saliera de algún modo como lo pretendía. "No memorizo a James Potter. Con los Dudleys, no, los Dursley, me crié sin padre. Ahora…" Harry agitó la mano alrededor de su habitación, a las postales en su tablón, los libros en su librería, su ropa en el armario abierto, y finalmente la puerta abierta.
"Ahora sabría lo que es realmente no tener papá."
El labio de Hermione tembló y Ron pareció bastante inquieto.
"Oh, Harry. Pero, ¿cómo pudisteis hacerlo solos? ¿Los dos? Ni siquiera la Profesora McGonagall sabía dónde estabais, y ella es parte de la Orden." Respondió Hermione, sentándose al borde de la cama de Harry.
Harry sólo se encogió de hombros, pareciendo incómodo. Chasqueó su varita hacia la ventana, dejando entrar más aire fresco en la habitación.
"La lógica dice que debería haber muerto hace dos años."
"¿Qué?" Ron levantó la cabeza de lado y Harry supo que estaba contando. "¿En el torneo?"
"En el cementerio." Harry trasteó con el reloj en su muñeca, bastante seguro de que estaba aproximándose el mediodía, pero estaba demasiado distraído para estar seguro. "Voldemort proyectó el foco verde. La maldición asesina hacia mí."
Desde la puerta llegó un pequeño crujido del suelo, un pedazo de madera que Harry sabía estaba justo más allá del umbral al pasillo en el lado de las bisagras.
"Parece," llegó una voz profunda, "que necesitaré tener una charla más con el director esta noche."
Snape estaba apoyado contra el marco de la puerta, la expresión tensa pero la postura de su cuerpo bastante relajada.
"El almuerzo ha llegado."
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La última vez que Harry se había sentido tan cansado había sido el pasado junio, después de que Sirius hubiera sido asesinado. No era sólo extenuación física; era agotamiento mental por tratar de engañar a todos para que creyeran que estaba bien y llevando bien las cosas. Oyó un leve sonido de zumbido mientras una fuerte mano en su hombro le hacía descender por el estrecho corredor de piedra, llevándolo lejos de los fuertes vítores y risas en el Gran Comedor. La fiesta de bienvenida continuaba, pero Harry había tenido suficiente. Estaba medio dentro de la habitación antes de darse cuenta de que Snape lo había traído a la sala de profesores, y que no estaba vacía.
"Buenas noches, Barón." Saludó Snape, dejando a Harry sobre una de las sillas de felpa alrededor de la mesa de reuniones en el centro de la sala.
"Profesor."
Harry parpadeó, no habiendo oído nunca antes hablar realmente al Barón Sanguinario. Snape retiró un pensadero del gabinete en el extremo más lejano de la sala, dejándolo sobre la mesa. Harry lo miró desdichado, la cabeza descansando en las manos sobre la mesa y los ojos parpadeando con lo que fuera estaba revoloteando cerca del candelabro por encima de su cabeza.
"Esto no es necesario." Advirtió Snape, dejando el pensadero ante Harry.
"Sí lo es." Gruñó Harry. "¿De qué otra forma se supone que debo ver cuál es el daño?"
"Estoy seguro que sea lo que sea, capearás la tormenta como de costumbre." Observó Snape.
"Sí, vale. No esta vez." Respondió Harry, sin levantar la mirada.
Snape se llevó la varita a la cabeza y extrajo su recuerdo de la fiesta. Lo puso en el cuenco e hizo un gesto de invitación hacia Harry.
"No deseo… quiero… la compasión de la gente." Murmuró Harry, metiendo el dedo en el líquido reluciente y dando un grito cuando fue succionado.
Snape aterrizó a su lado menos de un momento después y caminaron a través del Gran Comedor lleno, alucinados por los rostros emocionados y tan jóvenes allí. Al frente del salón oyeron la presentación de McGonagall, y luego llegó el rugido de los aplausos. Incluso ahora Harry se sonrojó al oírlos. Todavía sentía que sólo había hecho lo que se requería, y nada más. Era aparente que Snape tenía sentimientos similares, ya que su ceño fruncido igualaba el que había llevado más temprano esa velada. Observaron cómo el Ministro de Magia cruzaba el escenario y mentía a todos en el salón, felicitando a Harry y Snape por trabajar tan cerca por imbuir un antiguo y olvidado hechizo en una poción y librar al mundo de Voldemort para siempre.
"Apenas sustituiste palabras." Señaló Snape, observando a Harry dar las gracias al ministro y la directora.
"Trasteé con la copa de champaña." Gruñó Harry.
"Pensarán que son los nervios." Respondió Snape. "Bastante gente parece estar interesada en ese ridículo tatuaje tuyo."
"Tú tienes uno aún más bobo." Murmuró Harry, no lo suficientemente bajo.
"¿Disculpa?" Gruñó Snape, volviéndose a fulminar al parecer a través de él.
"Tic verbal involuntario." Explicó Harry, manteniendo la mirada directamente al frente hacia el podio donde la versión más vieja de sí mismo estaba situada. ¿Versión más joven? Lo que sea.
"No fui capaz de hacer esto solitario. Solo," comenzó la versión de Harry del recuerdo, comenzando su discurso. Después de un momento el Snape real dejó de intentar maldecirlo vía mirada y miró al frente también.
"Sin importar lo que diga cualquier… bola de cristal, es necesario un pueblo fuerte para lograr lo que hemos hecho. A mis amigos, mis maestros, el ED… gracias."
Las cámaras chasquearon locamente al frente del salón entre los vítores de los estudiantes y el profesorado.
"Ése fue un discurso ridículamente corto." Dijo Snape, en pie junto a Harry y observando los procedimientos.
"¿Qué se supone que debía decir? Hoy maté a un hombre, Gryffindor gana la copa de las casas." Respondió Harry sarcástico.
"Tienes un sentido del humor macabro, Harry Potter." Respondió Snape. Arriba sobre el escenario del recuerdo Snape se situaba ante el micrófono.
"No tengo deseo de estar aquí en pie y hablándoos a todos, así que haré esto breve." Comenzó el Snape del recuerdo, ganándose algunos resoplidos de la multitud y uno del Harry del recuerdo.
"Arruinaste el efecto de mi discurso." Declaró Snape, dando un golpe ligero a Harry en la parte trasera de la cabeza.
"¡Yo no hice tal cosa!" Estalló Harry, sonriendo ampliamente. "Mira, algunos de primer año por allí todavía creen que eres un vampiro." Harry señaló un grupo de niños sentados justo junto al podio delantero, los ojos muy abiertos.
"La libertad se define como la cualidad o estado de ser libre. Es la ausencia de necesidad, coerción, o restricción en decisión o acción y la liberación de la esclavitud o contención del poder de otro." Continuó el Snape del recuerdo, fulminando con la mirada a la audiencia en general y haciendo que Harry tuviera un flashback a la primera clase de pociones de su vida.
"Porque soy Slytherin, y no doy mi libertad por garantizada, decidí colaborar con Potter y crear un plan para asegurar la derrota del Señor Tenebroso. Mientras el resto de ustedes se contentaba con permitir que un muchacho enano de dieciséis años se enfrentara a la mayor amenaza al mundo mágico desde la quema de brujas, yo no lo hice."
"Ticely Altum, Mundo Mágico Semanal. ¿Está diciendo que actuó porque pensaba que nadie más lo haría?" La interrupción llegó de un mago bajo y flaco como un palo que tenía un arbusto de pelo rizado casi tan grande como su cintura. Parecía bastante joven y verde detrás de las orejas.
"Eso es exactamente lo que estoy diciendo." Sentenció Snape.
"Iorwen Quinly, Correo de las Highlands. ¿Está llamándonos cobardes?"
"Semántica. Si 'lamentablemente complacientes' le ayuda a dormir por la noche, piénselo de ese modo en cambio." Respondió Snape. Quinly pareció afrentado, claramente no acostumbrado a conversar con Snape.
"¡Sr. Potter! Erika Watson, Diario el Profeta. Su odio mutuo de Severus Snape es bien conocido por todo este colegio. ¿Realmente le ofreció ayuda sin ninguna atadura?"
Su expresión era parcialmente curiosa y parcialmente incrédula, como si estuviera picada por descubrir cómo estaba beneficiándose Snape de su parte en la derrota de Voldemort. El Harry del recuerdo respiró hondo y levantó la mano, que Harry pudo ver ahora estaba temblando levemente. Sí acalló a la multitud, sin embargo.
"El Profesor Snape siempre me ha odiado bastante." Admitió el Harry del recuerdo, dando una pequeña sonrisa. Junto a él el Snape del recuerdo cruzó los brazos despacio sobre el pecho.
"Pero he perdido el color… la cuenta, de cuántas veces me ha tapado… salvado la vida. Así que cuando se ofreció a ay… ayudarme, confié en que volviera a salvarme la vida." El Harry del recuerdo trasteó con su corbata, una negra con cuatro rayas muy finas en los colores de las casas de Hogwarts con el blasón del colegio.
"Se informó de que sólo estaba fingiendo estar enfermo con el fin de atrapar a El Que No Debe Ser Nombrado." Soltó Ticely Altum. "¿Era mentira eso? ¿Por qué necesitaba que volviera a salvarle?"
Un zumbido llenó la sala mientras los murmullos se lanzaban entre los estudiantes y reporteros.
"No." El Harry del recuerdo sacudió la cabeza. "Confianza. Estaba en un cu… cubículo en el hospital con sólo Voldemort y el Profesor Snape. Habitación pequeña." Harry pudo ver que la versión de sí mismo del recuerdo había comenzado a flexionar los dedos contra los muslos inconscientemente para calmarse, para mantener la concentración y no dejar salir las palabras incorrectas.
"Lo bastante cerca para no necesitar varitas." Concluyó el Harry del recuerdo con una sonrisa sombría.
Observando desde el fondo de la sala e imperceptible para nadie en el recuerdo, Snape no se guardó sus comentarios para sí mismo.
"Pomposo tonto del culo que se mojaría los pantalones si estuviera situado a cincuenta pies del Señor Tenebroso."
El salón se volvió borroso mientras el Snape y Harry reales eran aspirados fuera del recuerdo y aterrizaban en la sala de profesores, Snape aterrizando con gracia en su silla y Harry desplomándose en la suya, un poco mareado por el viaje por el recuerdo. Cuando levantó la mirada y se aclaró los ojos, vio a Minerva McGonagall sentada al otro extremo de la mesa, una bandeja de chocolate caliente en tazas junto a ella.
"Fue bien, creo." Dijo ella, mirándolos atentamente. "Sólo hay que pasar por mañana."
Harry se sentó y sorbió su chocolate caliente, preguntándose si podría asistir al funeral de Dumbledore sin tener que dar un discurso. Apenas registró el pequeño golpe sordo cuando un enérgico escarabajo intentó volar fuera de la sala y calculó mal el cristal abierto de la ventana.
