-Presunción de inocencia-

Capítulo 6. La promesa


Desde siempre, Alistar había sido un chico muy introvertido. No le gustaba demasiado pasar mucho tiempo entre la multitud ni conversar durante horas con nadie —ni siquiera con su padre— y consideraba la soledad una buena compañía.

A pesar de ello, amaba dedicarse a los demás y decidió a los quince años entrar en la orden de caballería más prestigiosa del Reino del Trébol, llegando a convertirse incluso en vicecapitán de dicha orden poco tiempo después.

Aunque, si se detenía a pensar en profundidad, sí que podía encontrar en su mente a una persona con la que le daría exactamente igual pasar minutos, horas seguidas. Conocía desde siempre a esa persona, pues sus padres tenían una relación de amistad y rivalidad extraña, pero que personalmente admiraba mucho. Tuvieron que pasar varios años hasta que se hicieron amigos, pero desde ese momento eran inseparables. Sin embargo, en los últimos meses, había notado que no podía mirarla con los mismos ojos aniñados del pasado.

Hikari era una persona muy especial. No solo porque era preciosa y porque sus ojos azules, afables y magnéticos podían hipnotizar a cualquiera, sino porque era noble, responsable y entregada. De momento, solo eran amigos y Alistar no veía un horizonte en el que se confesaba porque todos sus sentimientos se planteaban algo caóticos en su interior aún. Además, no percibía ningún signo que le indicara que ella lo veía como algo más, así que estaban así bien las cosas.

Sin embargo, ese hecho no impedía que se preocupara por ella, que quisiera saber cómo se encontraba y, sobre todo, qué había pasado realmente. La información que había llegado a la base del Amanecer Dorado era que el Capitán de los Toros Negros había sido arrestado por cometer un crimen contra un noble de una familia muy importante para el reino, pero se desconocían los motivos.

Y realmente todas sus alarmas se encendieron cuando escuchó a Charlotte preguntando a los demás capitanes que si sabían lo que ese hombre le había hecho a Hikari. Era una versión completamente verosímil; Yami no dudaría ni un segundo en vengarse de alguien que hubiese lastimado a quienes más quería y sabía bien que en la cúspide de ese grupo de personas estaban sus hijos y Charlotte. Si alguien se atrevía a hacerles daño, se las tendría que ver con él y según parecía, en esta ocasión había sido bastante grave.

Alistar llegó a la base de los Toros Negros. Solo quería ver a Hikari y comprobar que estaba medianamente bien, así que decidió ir en cuanto se enteró de que ella estaba implicada también en todo ese asunto.

Llamó a la puerta con cautela, pero nadie contestó. Se oía ruido dentro, así que supo que había al menos alguien. Esperó unos minutos y volvió a repetir los toques en la superficie de madera, esta vez presionando con más fuerza, pero el resultado fue el mismo: nadie le abría. Así que suspiró un par de veces y después abrió la puerta muy despacio. Se asomó un poco, colando uno de sus ojos azules entre la rendija que él mismo había abierto. Había varios grupos dispersados por la sala. A la derecha, justo al lado de la chimenea, se encontraban los hermanos de Hikari. Abrió entonces la puerta completamente.

—¿Se puede? —preguntó tímidamente.

Al comprobar que nadie le contestaba y ni siquiera lo miraba, entró directamente. No le gustaba hacer las cosas de ese modo, pero estaba realmente preocupado así que no le quedaba de otra. Vio a Charlotte mirando unos papeles en la mesa central, así que se dirigió hacia ella para preguntarle.

—Alistar, no es un buen momento —dijo la mujer, sin siquiera mirarlo, pero habiéndose percatado de su presencia desde que llamó a la puerta de la sede.

El chico frenó su paso en seco y abrió los ojos ligeramente, pero prosiguió. No se iría de ahí hasta hablar con Hikari o al menos verla y comprobar que su integridad física estaba intacta.

—Capitana Charlotte, solo venía a ver cómo está Hikari. Prometo que no la molestaré durante demasiado rato. Simplemente… estoy preocupado por ella.

Charlotte se irguió, dejando los papeles a un lado. Lo miró seria. Comenzó a observarlo con detenimiento. Sus ojos realmente destilaban un sentimiento profundo e intenso de preocupación. Sabía bien que Hikari y Alistar eran buenos amigos desde hacía años, pero también veía lo que otros aún no podían: el chico sentía algo más por su hija. Lo sabía porque podía reconocer sus ojos azules enamorados mientras la miraba, porque ella también se los dedicaba a alguien con la misma intensidad en el pasado. Y también sabía que su hija mayor era exactamente igual que Yami en ese sentido, así que si Alistar no se lo gritaba en la cara, ella nunca lo sabría. Pero no intervendría. Era algo que tenían que solucionar entre ellos, y además aún eran muy jóvenes, así que dejaría que las cosas se desarrollaran según su curso.

Suspiró. Sabía que Hikari estaba más irascible y seria que de costumbre, pero también que no le vendría mal hablar con un amigo. Ella había intentado que estuviera mejor, pero todo lo que había hecho para lograrlo había sido en vano, así que decidió que dejaría que Alistar estuviera un rato acompañándola.

—Está en el tejado, ¿verdad? —preguntó él justo antes de que le contestara.

Charlotte alzó las cejas con sorpresa, sonrió muy levemente, asintió y meneó la cabeza, dándole autorización para que subiera a verla.

Alistar le agradeció y se retiró. Mientras iba hacia la salida, vio a Hana y Einar, que jugaban en un rincón de la habitación. La niña cruzó sus ojos marrones con su mirada clara, y el joven por un momento sintió que el mismo Yami lo miraba con desconfianza. Inmediatamente después relajó el gesto y se centró en su hermano pequeño, que no se había dado cuenta de que él estaba por allí.

Lo ignoró y salió del edificio. Subió hasta el tejado y la vio allí, afilando su katana con la mirada perdida en el horizonte. Se sentó a su lado sin mediar palabra, porque sabía perfectamente que lo había sentido, visto o ambos desde hacía un buen rato.

—Hikari, yo… —comenzó diciendo, medio titubeando, ante su sepulcral silencio— siento mucho por lo que estás pasando.

—No me apetece hablar de esto, Alistar. Te agradecería que, si te quedaras, sea para estar en silencio.

El chico asintió tímidamente. Quería saber con urgencia lo que había pasado realmente, la historia completa, pero no quería presionarla porque notaba que no estaba pasando por un buen momento. Se calló totalmente y durante muchos minutos —tal vez, una media hora— ambos estuvieron en completo silencio. Pero, con el paso de los segundos, la situación se volvió insostenible para Hikari, que sabía bien que se sentiría infinitamente mejor después de desahogarse con su mejor amigo.

—Cuando era pequeña y miraba el pelo de mi madre, me daba mucha envidia. Quería tenerlo igual de dorado que ella, porque lo veía precioso. Creo que por eso tengo el hábito de tocárselo tanto —comenzó a contar mientras se acariciaba un mechón de su cabello y sonreía con nostalgia, mirando el cielo—. Hace unos años empecé a apreciar mi color de cabello, porque es el de mi padre y eso hace que todo el mundo sepa que yo soy su hija. Él no es perfecto, pero te puedo asegurar que es mi mayor referente. Y pensar que está en esta situación por mi culpa…

—No es tu culpa —interrumpió Alistar mientras posaba su mano en la pierna de su amiga con afecto. Después, se arrepintió del contacto tan directo y la quitó rápidamente, pero no dejó de mirarla ni un solo instante—. No sé lo que ha pasado ni por qué tu padre mató a ese hombre, pero algo que sí te puedo garantizar es que no es tu culpa.

Hikari entonces le contó todo lo que pasó. La misión, su ilusión por realizarla y cómo el odio con el que ese sujeto la había tratado lo había desmoronado todo. Le detalló cada uno de los golpes con una claridad espeluznante, porque con el paso de los días había ido recordando todos y cada uno de los detalles del ataque, los cuales no pudo narrar con esa perfección y meticulosidad a su padre.

El joven vicecapitán del Amanecer Dorado la escuchó atentamente. Su expresión no cambió ni por un segundo, porque no quería mostrar la rabia tan intensa que le estaba naciendo en la garganta y desplazándosele por todo el cuerpo. Cuando la chica dejó de hablar después de relatarle cómo había ido arrastrándose hasta su casa y las condiciones en las que Yami la había encontrado, llegó a la conclusión de que él habría actuado exactamente del mismo modo, así que tomó una decisión.

—Si… si tan solo hubiera ido a otro sitio… Si yo hubiera sido consciente de la situación y del lugar en el que eso dejaba a mi familia…

—Actuaste con lógica —dijo Alistar de forma pausada—. ¿Dónde ibas a ir si no? Estabas malherida y querías que tus padres te protegieran; es lo normal. Y sinceramente, comprendo lo que tu padre hizo. Estoy seguro de que si fuese otra persona, las consecuencias serían distintas.

—Pero podríamos haberlo denunciado.

—¿Y eso te garantiza que te creerían? Hikari, era tu superior y un noble muy importante. Lo más probable es que se te hubiera acusado por difamación.

Hikari, que aún sostenía la katana entre sus manos, apretó la empuñadura con insistencia. ¿Por qué todo tenía que ser tan sumamente injusto? ¿Por qué solo nacer en unas condiciones determinadas, provenir de un sitio concreto o vivir de un modo que la mayoría no acepta te limita, te lastra, te hace menos en una sociedad corrupta?

—No es justo…

—No lo es —apoyó Alistar mientras la miraba fijamente, haciendo que sus ojos azules brillaran aún más.

—Tengo que sacar a mi padre de ahí. Me da igual cómo hacerlo, pero tengo que pensar en una forma. Cualquiera. No voy a permitir que esté encarcelado durante años o que lo condenen a muerte.

—Claro que no lo permitiremos.

—¿Cómo? —preguntó con desconcierto.

—Te voy a ayudar. En lo que sea. Te prometo que no te voy a dejar sola con esto.

Hikari quería reprocharle. Quería decirle que no hacía falta que pusiera en juego su nombre, su posición, su prestigio, porque Yami no era parte de su familia y no tenía ninguna obligación con él ni tenía que sacarlo de prisión.

Sin embargo, no fue capaz. Y no lo fue porque necesitaba un apoyo emocional externo que no fuera de su familia. Necesitaba con una magnitud absurda que alguien la comprendiera y la apoyara; que le dijera que todo iba a estar bien y que no era su culpa que el mundo fuera un lugar tan complejo, asfixiante e injusto.

Así que simplemente soltó la katana en el tejado, apoyándola bien para que no se cayera, y se abrazó a Alistar, que se tensó en un principio al sentir el contacto. Pronto, se fue relajando y colocó uno de sus brazos en su espalda y su mano izquierda en su cabeza mientras le acariciaba el cabello.

No le importaba en absoluto lo que tuviera que arriesgar, porque lo único que pasaba por su mente en ese momento era que quería y necesitaba que Hikari volviera a ser tan alegre, bromista y risueña como siempre, y que su mirada azul volviera a recuperar su deslumbrante brillo.


Noelle caminaba a paso apresurado por los interminables pasillos del Palacio Real, que cada día se le hacían más largos y laberínticos. Andaba de forma rápida, pero parecía no avanzar, aunque sabía que no se trataba de la distancia, sino de su agobio, que le provocaba un malestar constante desde hacía varios días.

Estaba buscando a Asta, así que se dirigía a su despacho, donde era más que probable que se encontrara. En los últimos días, había estado muy distante, como concentrado en algo de lo que no quería que nadie se enterase. Y no lo entendía. No lo hacía, porque desde siempre —incluso desde antes de que estuvieran juntos— habían confiado plenamente el uno en el otro; se habían contado todo lo que les pasaba y también lo que les atormentaba, pero parecía que ese tiempo había acabado.

Estaba preocupada. Sabía que Asta era un hombre con mucho trabajo a diario y a eso debía sumarle el asunto de Yami. Sin embargo, verlo tan diferente la tenía trastocada, porque no quería que su esencia cambiara jamás o que ya no pudiera ver al joven que irradiaba esperanza y anhelos en sus ojos verdes, al hombre que había cumplido sus sueños y era feliz o al padre de sus hijos.

Por fin, llegó. La puerta del despacho de Asta se le hizo enorme, pero tragó saliva y entró sin siquiera tocar. Cerró la puerta y se dio la vuelta. Su esposo estaba sentado alrededor del escritorio, mirando informes constantemente. Solo dejó de hacerlo durante un breve segundo para mirarla.

Noelle se acercó. Se sentó en el escritorio, casi enfrente de donde estaba Asta sentado, haciendo que él dejara al fin de prestarle atención a los documentos y la mirara. Se le veía cansado en extremo. Pasaba menos tiempo con Ayla y Aren e incluso con ella, y eso que Asta siempre había tenido la meta de saber conciliar perfectamente su vida profesional y personal, y además siempre lo había conseguido. Se notaba que estaba completamente sobrepasado.

—¿Por qué no descansas un rato? —le preguntó Noelle suavemente mientras le acariciaba el hombro.

—No puedo. Tengo que acabar de rellenar estos informes y después ir al archivo.

—¿Al archivo? Si eso está solo lleno de polvo y papeles viejos. ¿Qué buscas allí?

—No te preocupes, son solo cosas mías.

Asta se levantó de la silla y se acercó a su esposa para abrazarla. Noelle le acarició la espalda y después lo separó de su cuerpo unos centímetros para mirarlo.

—Necesitamos hablar de algo.

—Dime —dijo él mientras fruncía levemente el ceño.

—Es sobre el Capitán Yami. Sigue encarcelado y me dijiste que lo sacarías de ahí lo más pronto posible.

—No todo es tan fácil, Noelle.

La cara de hartazgo que compuso Asta le extrañó mucho. Lo vio yendo hacia la ventana para mirar uno de los jardines. Conocía bien a su esposo y realmente no solía comportarse así nunca.

—Ni tampoco tan complicado como te estás imaginando.

Noelle se acercó a Asta y le acarició de nuevo el hombro, pero esta vez él se apartó sin demasiada delicadeza y sin mirarla. Sus ojos verdes estaban huecos, idos, vacíos, mientras se posaban en la ventana.

—Sí lo es. Ya no somos dos adolescentes que solo piensan que superando sus límites se puede hacer todo. La realidad es mucho más dura y ya deberías saberlo.

El tono que usó para proferir aquellas palabras molestó mucho a Noelle. Le hablaba como si estuviera en otro mundo, como si no entendiera las responsabilidades de su cargo y no era el caso. Solo que pensaba que podría hacer algo más, que podría hablar con las cúpulas del reino, con los nobles, con los responsables de juzgarlo… y simplemente se la pasaba encerrado en su despacho y ella no sabía por qué.

—Desde luego que no lo somos. En esa época no te habría importado nada, simplemente habrías ido a sacar al capitán de allí sin pensarlo ni un segundo.

Asta, por fin, la miró. Su gesto era serio e incluso entreabrió la boca para reprocharle, pero pronto se arrepintió y apretó los labios para luego suspirar y continuar la conversación, que estaba siendo extremadamente compleja, pero también necesaria.

—Noelle, soy el Rey Mago. Si hago lo que me da la gana, los ciudadanos podrían pensar que no hay orden en el reino. No puedo comportarme de la forma en la que esperas y necesito que lo entiendas.

Noelle concentró su mirada en el rostro de su esposo. No sabía bien qué estaba pasando por su mente, pero sí que lo que estaba planteando no era lo correcto. Porque el encierro de Yami no solo le afectaba a él y a la privación de su libertad, sino a Charlotte y a sus tres hijos, que aún eran muy jóvenes como para afrontar algo tan delicado, a todos los Toros Negros y a ellos dos, por supuesto.

—Pues al menos haz algo. Estando todo el día encerrado en el despacho no vas a lograr nada.

El hombre suspiró y Noelle frunció el ceño.

—Esto es todo lo que puedo hacer.

Ante aquellas palabras tan derrotistas y que no tenían nada que ver con lo que Asta siempre había sido, el labio inferior de la menor de los Silva tembló, anticipando su desilusión.

Dio algunos pasos hacia atrás y después se dio la vuelta para dirigirse hacia la puerta y marcharse, no sin antes dejar en claro lo que opinaba sobre su actitud.

—No te puedes hacer una idea de lo que me estás decepcionando —reprochó mientras sujetaba la puerta.

Su marido solo la miró de reojo. No hizo ningún gesto ni ninguna palabra salió de su boca, así que ella simplemente se fue de la habitación, cerrando de un sonoro portazo.

Mientras recorría el pasillo de vuelta con prisa nuevamente, se autoconvenció de que, si Asta no iba a actuar y a sacar de esa celda al hombre responsable de que ambos tuvieran una oportunidad en los albores de su camino como caballeros mágicos, tendría que ser ella misma quien lo hiciera.


Mientras Charlotte observaba la nada, deslizó uno de sus dedos por el borde del paquete de tabaco medio vacío al que llevaba un buen rato dándole vueltas de forma rutinaria. Estaba sentada en la sala, con una taza de té presumiblemente a medias y fría al lado y sola. Llevaba muchas horas sola, de hecho, porque no quería estar con nadie, hablar con nadie o que sus hijos la vieran en esas condiciones, especialmente los pequeños, pues había decidido que no era conveniente contarles dónde estaba realmente su padre.

Se le estaba haciendo muy cuesta arriba. Charlotte siempre había sido una mujer extremadamente independiente y había alardeado de que no necesitaba a nadie para sobrevivir. Sin embargo, aquello había cambiado hacía tantos años que ya no sabía cómo se aparentaba ese tipo de fortaleza, así que simplemente no quería interactuar con la gente que quería porque no podía permitir que se dieran cuenta de que no era la mujer decidida e inquebrantable que solía ser, que aparentaba ser.

No consideraba que se hubiese vuelto débil ni mucho menos, pero sí más abierta con sus emociones a un nivel que jamás pensó que alcanzaría y no quería preocupar a nadie.

Pensaba constantemente en alguna estrategia en la que pudiera actuar de forma autónoma para sacar a Yami de la cárcel, pero no se le ocurría ninguna. En todas necesitaba a terceros y no estaba dispuesta a inmiscuir a nadie más en sus planes. Lo que pretendía hacer iba contra todas las leyes del Reino del Trébol y además necesitaría a personas de su total confianza para llevar a cabo sus planes, pero no estaba dispuesta a que nadie tuviera que pagar ni asumir castigos o consecuencias que solo ella podría soportar para sí misma.

Se levantó de la silla, echándola ligeramente hacia atrás con el movimiento. Cogió el paquete de tabaco de la mesa y se lo guardó en el grimorio, tratando de no doblar los cigarros.

El tiempo seguía transcurriendo y ella parecía verlo pasar en vano, porque, completamente frustrada, no veía salida alguna a aquella situación. Al menos, se había establecido que Yami podía recibir visitas una vez a la semana. Esa era la primera y por supuesto sería Charlotte quien fuera a verlo. Habían incluso reforzado la seguridad por su irrupción cuando capturaron al Capitán de los Toros Negros, pero no le importaba, porque sabía que si necesitaba visitarlo más de una vez a la semana, iría. De momento, no quería despertar mucho revuelo, así que acataría el horario de visitas.

Le dijo a Hikari que se iba y partió hacia la capital en su escoba. Llegó en poco rato, fue hacia la prisión y se identificó en la entrada, aunque pensaba que era algo absurdo, porque todos en el reino la conocían bien y sabían a quién iba a ver.

Bajó la escaleras acompañada de un guarda que alumbraba el camino, bastante oscuro, con una antorcha. Lo sentía mirándola de reojo con preocupación, miedo o ambos sentimientos, porque sabía de su poder y que podría noquearlo en cualquier momento. Pero no lo haría. Primero, debía pensar con cuidado y tampoco quería formar un escándalo y no poder ver a Yami.

—Es la tercera celda. Solo puede estar diez minutos.

Charlotte miró al hombre por el rabillo del ojo, clavándole la mirada azul con fijeza, y asintió mínimamente mientras lo veía tragar saliva con congoja.

Se acercó a la celda despacio y lo vio. Estaba al lado de las rejas, asomando la cara y sujetándolas, porque probablemente había sentido su ki en la distancia. Sonreía levemente, pero su rostro se veía tremendamente cansado.

—Hola preciosa. Qué gusto verte por aquí. ¿Te han dejado entrar o te has colado otra vez?

La mujer se acercó sin mediar palabra y lo besó a través de los barrotes con algo de impaciencia. No había palabras en el mundo que pudieran describir cuánto lo echaba de menos ni lo preocupada que estaba por su posición. Sin embargo, él ahí estaba, completamente despreocupado, hablándole como si nada. Siendo, en definitiva, él en esencia pura.

—Ya me dejan entrar —susurró cuando se separaron—. ¿Estás bien?

—Estoy bien. ¿Y tú? ¿Y los mocosos?

—Están bien. No les he contado nada a Hana y Einar porque no quiero asustarlos.

Yami la miró más atentamente. Sabía que estaba agotada y que aquel panorama la tenía bastante sobrepasada, pero no se rendía. Por eso la admiraba tanto. Durante toda su vida había tenido que lidiar con situaciones complicadas, casi imposibles, pero nunca había dado su brazo a torcer, porque su inquebrantable carácter no se lo había permitido.

—¿Qué les has dicho?

—Que estás en una misión y tardarás bastante en volver.

—Puede que el mocoso se trague ese cuento, pero Hana es lista. Ella no caerá en esa mentira tan fácilmente —apuntó mientras sonreía con orgullo.

Charlotte torció un poco la boca. Había notado que Hana estaba muy seria, muy pendiente de todos y cada uno de sus movimientos, muy desconfiada de cada palabra que le decía. Pero era una niña a fin de cuentas y no quería que tuviera preocupaciones propias de una persona adulta.

—No soy capaz de decírselo.

—Creo que deberías, Charlotte.

—Te prometo que lo voy a intentar.

Yami asintió y después alzó la mano para acariciarle el rostro tenuemente. Sintió su vello erizándose, una sonrisa esbozándose en sus labios y su mejilla presionándose contra su mano, justo como siempre hacía cuando recibía esa caricia desde que empezaron a estar juntos.

—¿Cómo está Hikari?

La Capitana de las Rosas Azules se alejó un poco y su gesto se volvió serio. Ese sí que era un gran problema. Hikari casi no hablaba con nadie y sabía que no estaba ni durmiendo ni comiendo bien.

—Ella… no está demasiado bien, no te voy a mentir.

—Imagino —farfulló Yami y frunció el ceño durante algunos segundos—. Deja que venga la próxima vez, ¿vale? Me gustaría hablar con ella.

Charlotte solo asintió. Era cierto que quería aprovechar cada visita para verlo, pero también era consciente de que no debía acapararlas todas para ella porque había más gente a quien Yami le importaba.

—Quedan dos minutos —informó el guarda con tono monótono.

Las palabras les llegaron claramente a ambos, haciendo que una angustia extraña se instalara en sus corazones. Yami sacó las manos de la celda y Charlotte las apretó con las suyas con cariño, transmitiéndole sin palabras que todo iría bien, que lo lograría una vez más y que volverían a ser la familia caótica y maravillosa que siempre habían sido.

—Te he traído un regalo —dijo la mujer y después soltó una de sus manos para llevársela al grimorio y sacar el paquete de cigarrillos.

Se lo dio y él solo pudo sonreír. Porque qué paradójica podía ser la vida a veces; Charlotte se había pasado años intentando convencer a Yami para que dejara de fumar pero ahora le obsequiaba precisamente con tabaco.

—Justo cuando más falta me hace. Gracias.

—Tengo que irme —dijo ella, observando cómo él aceptaba el paquete y después lo echaba en la cama. Después, volvió a apretarle con delicadeza las manos e hizo que sus frentes se juntaran como pudo—. Me colaré para verte pronto.

Yami se rio bajo, justo en el mismo tono en el que su mujer le había pronunciado la última frase, y luego le soltó las manos y se alejó para que se fuera. Le sonrió para que no se preocupara más, pero sabía que eso sí que no lo lograría.

Finalmente, se marchó sin mirar demasiado la celda, porque sabía que la destrozaría si seguía mucho más rato allí. Pero no podía. Era mejor trazar un buen plan, ser sigilosa y precavida.

Decidió caminar un rato para que la brisa fresca le aclarara las ideas —o al menos, lo intentaría— y para aprovechar que estaba en la capital.

No quería recurrir a esa opción, pero realmente era una idea buena. No sabía si saldría bien, pero al menos debía tragarse su orgullo e intentarlo, aunque tuviera que pasar un rato amargo.

Porque sí, Charlotte iba a volver a la casa que la había visto nacer y crecer. Y eso solo significaba que debía enfrentarse al hombre que más detestaba en el mundo: su padre.


Yami se fumó el último cigarro que tenía. Al acabarlo, lo aplastó contra el suelo y lo dejó allí tirado con las demás colillas. Charlotte no le había llevado demasiados cigarrillos, pero también era cierto que había fumado a una velocidad inusual debido a que llevaba muchos días sin hacerlo.

No podía decir que estaba nervioso ni angustiado. Sabía que había actuado de una manera que no lo llevaba a un estado de arrepentimiento, así que se sentía satisfecho con eso. Sí, era más que probable que podría haber hecho las cosas de formas distintas, más éticas y que trajeran menos consecuencias para todos, pero estaba hecho y no podía cambiarlo.

Lo que más le costaba del encierro no eran las condiciones en las que estaba ni el ingente tiempo que tenía para pensar sobre su destino y que podría abrumar a cualquiera, sino las ganas que tenía de estar con su familia. Con todos. Quería pasar tiempo con sus idiotas, verlos pelearse o regañarles porque seguían gritando mucho, a pesar de haber crecido. Quería entrenar en el jardín con Hikari, contarle algo de su pasado a Hana antes de que se durmiera o jugar con Einar. Quería despertar de madrugada y, en mitad de la penumbra de la noche más cerrada, darse la vuelta en la cama y ver la espalda de Charlotte o su rostro dormido y tranquilo.

Pero ya no podía. Y sabía además que ya no podría hacerlo en un tiempo demasiado largo o incluso existía la posibilidad de que no lo hiciera nunca más.

A pesar de que Charlotte le había dicho que estaba dispuesta a sacarlo de allí, no podía permitírselo. Y no porque quisiera perder ese tiempo para siempre o no verlos nunca más, sino porque no quería ser un lastre. Salir de allí sería convertirse inmediatamente en un fugitivo, hacer que ella también lo fuera e incluso su familia si decidía que tenían que huir del reino para escapar de las más que posibles represalias que ese hecho conllevaría. Y no iba a pasar por algo como aquello.

Se levantó del suelo, en el que llevaba un buen rato sentado, para estirar un poco los músculos. Dio un par de vueltas por la celda y pensó que era buena idea tumbarse un rato en la cama, aunque el colchón era demasiado duro y apenas le permitía descansar.

Sin embargo, no llegó a hacerlo, porque escuchó repentinamente a los guardas luchando y gritando al ser abatidos. Justo después, una gran cantidad de agua cubrió el suelo de la celda, haciendo que sus botas se mojaran por completo.


Continuará...


Nota de la autora:

Uy, ¿quién será...?

¡Hola! Decidí adelantar la publicación de este capítulo por temas personales, así que os lo dejo por aquí. Me hace mucha ilusión (aunque me pone un poquito nerviosa) llegar a este cap porque sale Alistar, que es el OC de Lyra y me daba terror no retratarlo bien, pero creo que no ha ido mal del todo. Gracias Lyra de nuevo por dejarme que aparezca en la historia, va a tener un papel importante y me hacía mucha falta.

En fin, me despido aquí.

Nos leeremos pronto.