Las Crónicas del Campamento Mestizo, fue escrito por Rick Riordan.

La Última Hija del Mar

—El siguiente capítulo se llama: Escapando del Balneario de CC —leyó Anfitrite, decidió que ella leería.

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Ahora que estábamos en el Mar de los Monstruos, el agua relucía con un verde todavía más brillante, como el ácido de la hidra. El aire era fresco y salado, pero tenía además un raro aroma metálico, como si se aproximara una tormenta eléctrica, o algo aún más peligroso. Yo sabía en qué dirección debíamos seguir. Y sabía que nos hallábamos exactamente a ciento trece millas náuticas de nuestro destino, en dirección oeste noroeste.

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—Fue una suerte, el que tuviéramos a Penny y a Cecyl con nosotros —dijo Zoë sonriente. Las cazadoras y Clarisse, asintieron, haciendo sonrojar a las hijas de Poseidón; el rey de los mares infló pecho, sintiéndose orgulloso.

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Sin importar en qué dirección virásemos, el sol siempre me daba en la cara. Compartimos unos sorbos de SevenUp y utilizamos la vela por turnos para guarecernos un poco con su sombra. También hablamos de mi último sueño con Grover. Según Clarisse, teníamos menos de veinticuatro horas para encontrarlo, y eso dando por supuesto que mi sueño fuese fiable y que Polifemo no cambiara de idea e intentara casarse antes. —Sí —dije amargamente—. Nunca puedes fiarte de un cíclope.

Miré hacía mi derecha, solo esperando ver mar, pero me senté. Decidí tallarme los ojos, algo incrédula. — ¡Tierra! —Clarisse lanzó un grito de júbilo, y ordenó a los confederados, que se acercaran a la playa. Así lo hicieron las embarcaciones.

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—Oh, por fin llegan —dijo una agradecida Anfitrite.

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¡Bienvenidas! —dijo una mujer que sostenía un sujetapapeles. Parecía una azafata: traje azul marino, maquillaje impecable y cabello recogido en una cola de caballo. Nos estrechó la mano a Clarisse, Zoë y a mí, en cuanto pisamos el muelle. Decidimos solo descender nosotras. — ¿Es la primera vez que nos visitan? —preguntó la joven del sujetapapeles, que me sacaba dos o tres años.

Lo es, señorita —dije yo, estando segura de que esta chica, era una de las que debíamos salvar, por órdenes de mi padre.

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— ¿Cómo supiste, que ella era una mestiza? —no pudo evitar preguntar Hera.

—Los mestizos tenemos este raro... sexto sentido, que nos permite reconocernos unos a otros, de inmediato. —Expresó Penny. Todos asintieron. Hera se sonrojó.

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Primera… visita… al balneario —dijo la joven, mientras lo anotaba—. Veamos…

Estamos aquí, por órdenes de Lady Juno y Lord Neptuno —dije rápidamente. Ella me miró, con cierta incredulidad. Su mirada viajó, hacía su antebrazo derecho, donde había un tatuaje, con el símbolo de Belona. Miró mi antebrazo, con la misma velocidad, mientras que Clarisse, enseñaba su tatuaje.

— "¿Una hija de Neptuno?" —preguntó ella, con la voz ahogada.

Fuimos enviadas, para ayudarlas a tu hermana y a ti, a escapar de aquí —dijo Clarisse. —Soy Clarisse Larue, hija de Marte.

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—Que contundente, Clarisse —dijo Annabeth sonriendo burlonamente.

Clarisse se quedó en silencio, por un momento. —No sabía, de qué otra forma, sacarlas de allí.

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Penélope "Penny" Jackson/Cecyl Jones, hija de Neptuno —nos presentamos nosotras.

Soy... soy Hylla. —por fin, se presentó ella. —Hylla Ramírez-Arellano, es un placer conocerlas.

Por favor, busca a tu hermana —dijo Zoë, apoyando su mano, en el hombro de la mujer joven. —Debemos salir de aquí, cuanto antes. —Hylla asintió, y se fue corriendo, a saber, dónde.

Mirándonos, entre las tres, nos dirigimos por el sendero. El lugar era alucinante. Allí donde mirases había mármol blanco y agua azul. La ladera de la montaña se iba escalonando en amplias terrazas, con piscinas en cada nivel conectadas entre sí mediante toboganes, cascadas y pasadizos sumergidos que podías cruzar buceando. Había fuentes con surtidores que rociaban el aire de agua y adoptaban formas imposibles, como águilas volando o caballos al galope.

Al subir por una escalera hacia lo que parecía el edificio principal, oí a una mujer cantando. Su voz flotaba perezosamente como si estuviese entonando una nana. Cantaba en un idioma que no era griego clásico, pero sí igual de antiguo: lengua minoica tal vez, o algo parecido.

Todos miraron sorprendidos, a la hija de Poseidón, por lograr reconocer eso.

Atenea miró con interés a la chica, para luego sacudir su cabeza. —Claramente, es algo que aprendiste de tu madre, o en el Campamento. —Se esforzó en justificar ella. —De ninguna forma, podría ser algo, que conocieras por el Cabeza de Algas de tu padre. —Los hijos del dios del mar, lanzaron una carcajada, junto a todos los demás.

Penélope sonrió. —Me gusta pensar, que: o bien, lo heredé de mi madre, o que mamá Anfitrite, me auxilió con eso, de forma extraña. —Poseidón se quedó con la mirada en blanco, mientras que todos los demás se reían de la broma. Tritón, Anfitrite y los espíritus de los semidioses de Poseidón, reían a carcajada suelta, y rodaban por el suelo, burlándose del dios del mar.

Entendía más o menos de qué iba la canción: hablaba de la luz de la luna entre los olivos, de los colores del amanecer, y también de magia. De algo relacionado con la magia.

Llegamos a una gran estancia cuya pared frontal era toda de cristal. La pared del fondo estaba cubierta de espejos, de modo que el lugar parecía extenderse hasta el infinito. Había una serie de muebles blancos de aspecto muy caro, y sobre una mesa situada en un rincón, una enorme jaula para mascotas. Parecía fuera de lugar allí, pero no me detuve a pensar en ello, porque justo en ese momento vi a la dama que había estado cantando… ¡Guau!

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Ya Artemisa sabía de quién se trataba, y estaba preparando a Zoë, para que fuera a cazar a la zorra de Circe.

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Bienvenidas, señoritas, ¿en qué podemos servirles? —preguntó la dama de negros cabellos.

Fue Zoë, quien contestó. —Lady Juno y lord Neptuno, ordenan la liberación inmediata de las hermanas Ramírez–Arellano. —Enseñé mi brazo, y ella saltó hacía atrás.

¡Una hija de Neptuno! —chilló ella.

Dos, en realidad —dijo Cecyl, enseñando su brazo, en el cual se veía un arco y un tridente. —Puedo formar parte de las Cazadoras, pero lo que es del mar, siempre regresa al mar. —Cuando Zoë enseñó el símbolo de Atlas, la mujer estaba a punto de desmayarse.

Los Olímpicos, miraron a Zoë de reojo. —Es fiel a las Cazadoras, padre, madre —dijo Artemisa rápidamente, frunciendo el ceño. El rey del Olimpo, tragó saliva e intentó hacerse pequeño, en su trono. —En consecuencia: es fiel al Olimpo.

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Lord Neptuno y lady Juno, ordenan la liberación de las hermanas Ramírez-Arellano, de inmediato. —Repetí. En eso, ambas llegaron, cargando sus maletas. —Por favor, si tienen algo a lo cual estén apegadas, o incluso mascotas, pueden traerlas. Hay mucho espacio en los barcos.

Ellas asintieron, y nosotras nos alejamos lentamente, sin siquiera mirar atrás. Ellas eligieron los barcos a los cuales abordar, y pudimos sentarnos en paz y calma, mientras que el leopardo de Hylla, iba en uno de los barcos, sin Pegasos.

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Deméter vio esto, como algo adecuado. Apenas y podría imaginarse, el miedo de los Pegasos, ante el hecho de estar cerca del leopardo.

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Ambas chicas, sostenían en sus manos, unas plumas que el Pegaso Blackjack, (quien no dejaba de llamarme "Jefa") les había entregado. Se acercó a Clarisse, y le entregó la tercera pluma.

Nuestras ordenes, eran sacarlas de allí, —dijo Zoë Nightshade, mientras que yo me acercaba a Hylla y Reyna, extendiéndoles un par de espadas, que ambas agarraron por las fundas, y luego las desenfundaron, mientras se maravillaban, de que fueran perfectas, en peso y tamaño, para ambas. —y ofrecerles algo de entrenamiento.

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—Lo pensamos muy bien —se alegró Hera. Todos los dioses asintieron.

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Y así, comenzó el entrenamiento. Pero ambas dominaron rápidamente las espadas romanas, llamadas Gladius.

En ningún momento, desenfundé mi tridente. Sino que todo el tiempo, utilicé mi propia Gladius, enviada por la versión romana mi padre: Neptuno. Aunque estaba más acostumbrado al uso del Tridente, fui entrenada en la esgrima, durante los primeros días en el Campamento Mestizo, antes de ir a buscar el Casco y el Rayo.

Clarisse y yo, enseñamos a Hylla y Reyna, todo lo que sabíamos de esgrima, aunque lo nuestro era el uso de la lanza o el tridente/guadaña.

Los dioses y los semidioses, asintieron ante esto.

—En realidad, me asombra cuan bien te desarrollas con un Tridente, especialmente el tuyo, diosecilla. —Dijo Ares. Su tono de voz, no era el típico que pordebajeaba a las personas. Sino uno... si bien no amable, en el sentido exacto de esa palabra. Si que podría asimilarse a eso. —Cuando empuñas un arma de asta, como una lanza o tu tridente, tienes cuidado y siempre deseas permanecer lo más lejos posible, de tu propia hoja. Tú, nunca pierdes el control, sobre tu espacio. Pues tienes una guadaña, que, si no tienes cuidado, podría apuntarte a la nuca.

—Eso me ha costado bastante tiempo, poder aprenderlo, Ares —dijo Penny, sonriente. —No he tenido el camino fácil, en cuanto al uso de armas. Especialmente, un arma doble, como la mía.

No por nada, eran hijas de Bellona.

Atenea frunció el ceño, al escuchar el nombre de su reemplazo romano.

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Entrenamos con ellas, hasta que estuvimos satisfechos, de que supieran efectivamente, como desarmar al rival. Como realizar la decapitación de la hidra, como lanzar la estocada al minotauro; les recordé a la hija de Ares y a las hijas de Bellona, que a veces lo mejor, era esquivar al rival, y no solo detener su ataque, con el escudo o chocar espadas o desviar la espada, con aquella que empuñábamos.

A como acercarse lo más posible al espacio personal del oponente, para no dejarle muchas posibilidades, de maniobra.

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La selección de movimientos, si bien eran de principiantes, eran también los necesarios, para alguien que aprendía a usar una espada. Esto, fue alabado por Ares y Atenea, al ser ambos, los dioses de la guerra.

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Entonces, escuchamos una voz femenina, en nuestras cabezas. La voz, se refirió a Reyna y a Hylla, como "hijas" y supimos que era Belona, la madre de ambas. Ella las entristeció, cuando supieron que viajarán a destinos distintos.

Pero les juró, que volverían a verse algún día.

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Hylla y Reyna se miraron, y se abrazaron. Por supuesto, que ellas se volvieron a reencontrar.

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Dijo que guiaría el camino de Reyna, hasta el Campamento Júpiter, y el de Hylla, hasta la base de las Amazonas. A Hylla, se le llenaron los ojos de lágrimas, al escuchar las palabras amables de su madre, de que confiaba en que sería la próxima reina de las Amazonas. La más amada y respetada, desde Hipólita.

Con lágrimas en los ojos, nos agradecieron todo, lo que habíamos hecho por ellas, en el corto tiempo. Se subieron a sus respectivos Pegasos.

A Reyna, la acompañarían otros cinco Pegasos. Y a Hylla, también cinco.

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— ¡Me encanta, cuando un plan de escape, resulta bien! —Hermes mató el momento emotivo, y todos lo miraron con enfado. Anfitrite, le lanzó el libro. —El capítulo se llama: 31: Nos Encontramos con las Ovejas Asesinas. —Todos palidecieron.