18. MAGULLADURAS

La forma sabia mostrada para la paciencia y el pensamiento.

Cuidado con su innata ambición.

Aunque el estudio y la diligencia traen su recompensa,

la pérdida de la inocencia puede ser tu destino.

De La canción de las clasificaciones de los oyentes, estrofa 69

—Viene gente nueva, gancho —dijo Nyko, dándole un mordisco a algo que comía, envuelto en papel—. Con uniformes, hablando como hombres de verdad. Qué curioso. Solo han tardado unos pocos días. A nosotros nos llevó semanas.

—Al resto les llevó semanas, pero a ti no —contestó Raven, protegiéndose los ojos del sol y apoyándose en la lanza. Todavía se hallaba en los terrenos de prácticas de los ojos claros, vigilando a Clarke y Aden, que recibía sus primeras instrucciones de Zahel, el maestro espadachín—. Tuviste una buena actitud desde el primer día que te encontramos, Nyko.

—Bueno, la vida era bastante buena, ¿sabes?

—¿Bastante buena? Te acababan de destinar a cargar puentes de asedio hasta que murieras en las mesetas.

—Eh —dijo Nyko, dándole un mordisco a su comida. Parecía un grueso trozo de pan plano que envolvía algo viscoso. Se lamió los labios, luego se lo tendió a Raven para poder tener libre su única mano y rebuscar un momento en su bolsillo—. Hay días malos y días buenos. Todo acaba por equilibrarse.

—Eres un hombre extraño, Nyko —dijo Raven, inspeccionando lo que el otro estaba comiendo—. ¿Qué es esto?

—Chouta.

—¿Chota?

—Cho-u-ta. Comida herdaziana, gon. Está buena. Puedes darle un mordisco, si quieres.

Parecían trozos de carne indefinible rociados de líquido oscuro, todo ello envuelto en pan.

—Repulsivo —dijo Raven, devolviéndoselo cuando Nyko le dio lo que había sacado del bolsillo: una concha con glifos escritos por ambos lados.

—Tú te lo pierdes —repuso Nyko, dando otro mordisco.

—No deberías ir por ahí comiendo así —advirtió Raven—. Es desagradable.

—No, es conveniente. ¿Ves? Está bien envuelto. Puedes caminar, hacer cosas, comer al mismo tiempo…

—Es sucio —replicó Raven, inspeccionando la concha.

Mostraba la lista de Wallace de cuántos soldados tenían, cuánta comida pensaba Roca que iban a necesitar, y las valoraciones de Marcus de cuántos de los antiguos hombres de los puentes eran susceptibles de ser entrenados. La última cifra era bastante alta. Si los hombres de los puentes sobrevivían, cargar con los puentes los hacía más fuertes. Como había demostrado Raven, eso se traducía en formar buenos soldados, suponiendo que se les pudiera motivar. En el otro lado de la concha Wallace había esbozado una ruta para que Raven patrullara la zona exterior de los campamentos. Pronto tendría a suficientes novatos preparados para que patrullaran la región, como le había dicho a Bellamy que harían. Marcus consideraba que sería bueno que Raven fuera en persona, ya que eso permitiría que los nuevos hombres pasaran tiempo con ella.

—Alta tormenta esta noche —advirtió Nyko—. Wallace dice que será dos horas después de la puesta de sol. Pensó que querrías hacer los preparativos.

Raven asintió. Otra oportunidad para que aparecieran los misteriosos números: las dos veces anteriores se habían producido durante las tormentas. Esta vez se aseguraría de que Bellamy y su familia estuvieran vigilados.

—Gracias por la información —dijo, guardándose la concha en el bolsillo—. Vuelve y dile a Wallace que la ruta que propone me aleja demasiado de los campamentos. Que trace otra. También dile a Marcus que vengan unos cuantos hombres más y releven a Miller y Drehy. Los dos han estado trabajando demasiadas horas últimamente. Yo misma protegeré a Bellamy esta noche… Sugiérele al alto príncipe que sería conveniente que toda su familia permanezca junta durante la tormenta.

—Si lo quieren los vientos, gon —dijo Nyko, terminando su último bocado de chouta. Silbó entonces, echando un vistazo a los terrenos de prácticas—. Eso tiene lo suyo, ¿eh?

Raven siguió su mirada. Clarke, tras dejar a su hermano con Zahel, ejecutaba una secuencia de entrenamiento con su hoja esquirlada. Grácilmente, giraba y se retorcía en las arenas, blandiendo su espada en patrones amplios y fluidos. En una portadora experta, la armadura esquirlada nunca parecía torpe. Impresionante, resplandeciente, encajaba con la forma de quien la llevaba puesta. La de Clarke reflejaba la luz del sol como un espejo mientras blandía la espada, cambiando de una postura a la siguiente. Raven sabía que era solo una secuencia de calentamiento, más impresionante que funcional. En el campo de batalla nunca se hacía algo así, aunque muchos de los movimientos de ataque y posturas individuales representaban movimientos prácticos. Incluso sabiendo eso, Raven tuvo que reconocer su asombro. Los portadores de esquirlada con sus armaduras parecían inhumanos cuando combatían, más parecidos a Heraldos que a hombres. Divisó a Syl sentada en el filo del tejado que colgaba cerca de Clarke, observando a la joven. Estaba demasiado lejos para que pudiera ver su expresión. Clarke terminó su calentamiento con un movimiento en el que cayó sobre una rodilla y hundió su hoja esquirlada en el suelo. El arma se hundió hasta la mitad de la hoja y se desvaneció en cuanto la soltó.

—La he visto invocar esa arma antes —dijo Raven.

—Sí, gancho, en el campo de batalla, cuando salvamos su pobre culo de Sadeas.

—No, antes de eso —dijo Raven, recordando un incidente con una puta en el campamento de Sadeas—. Salvó a una persona a la que estaban acorralando.

—Vaya —repuso Nyko—. Entonces no puede ser tan mala, ¿no?

—Supongo. De todas formas, ponte en marcha. Asegúrate de enviar ese equipo de reemplazo.

Nyko saludó y recogió a Shen, que había estado husmeando las espadas de práctica que había a un lado del patio. Juntos, marcharon corriendo a cumplir su encargo. Raven hizo sus rondas, comprobó a Miller y los demás y regresó al lugar donde Aden estaba sentado en el suelo, todavía con la armadura puesta, ante su nuevo maestro. Zahel, el fervoroso de ojos ancianos, estaba sentado en una postura solemne que su barba desaliñada contradecía.

—Al llevar esa armadura, tendrás que volver a aprender a luchar. Cambia la forma en que un hombre pisa, empuña, se mueve.

—Yo… —Aden agachó la cabeza. Era muy extraño ver a un hombre con gafas llevando aquella magnífica armadura—. No necesitaré volver a aprender a combatir, maestro. Nunca he aprendido.

Zahel gruñó.

—Eso está bien. Significa que no tendré que romper ningún hábito antiguo y malo.

—Sí, maestro.

—Entonces el principio será fácil —dijo Zahel—. Hay unas escaleras en aquella esquina. Sube al tejado. Luego salta.

Aden alzó bruscamente la cabeza.

—¿Que salte?

—Soy viejo, hijo —dijo Zahel—. Al repetirme no hago más que comer la flor equivocada.

Raven frunció el ceño y Aden ladeó la cabeza, luego lo miró, indeciso. Raven se encogió de hombros.

—¿Comer… qué? —preguntó Aden.

—Significa que me pongo furioso —replicó Zahel—. No tenéis expresiones adecuadas para nada. ¡Ve!

Aden se puso en pie de un salto, levantando arena, y se puso en marcha.

—¡Tu yelmo, hijo! —llamó Zahel.

Aden se detuvo, luego volvió y recogió el yelmo del suelo. Estuvo a punto de caer de bruces mientras lo hacía. Se dio media vuelta, perdió el equilibrio, y corrió torpemente hacia las escaleras. Casi chocó con una columna por el camino.

Raven bufó suavemente.

—Oh —dijo Zahel—. ¿Crees que lo harías mejor la primera vez que llevaras puesta una armadura esquirlada, guardaespaldas?

—Dudo de que se me olvidara el yelmo —respondió Raven, echándose la lanza al hombro y estirándose—. Si Bellamy Griffin pretende hacer entrar en cintura a los otros altos príncipes, creo que va a necesitar mejores portadores de esquirlada que este. Tendría que haber elegido a otro para esa armadura.

—¿Como tú?

—Tormentas, no —dijo Raven, quizá con demasiada vehemencia—. Soy soldado, Zahel. No quiero saber nada de esquirladas. El muchacho es bastante agradable, pero no confiaría a nadie a sus órdenes, mucho menos una armadura que podría mantener vivo en el campo de batalla a un soldado mucho mejor.

—Te sorprenderá —replicó Zahel—. Le di la charla completa de «soy tu maestro y harás lo que yo diga» y me escuchó.

—Todos los soldados oyen esa charla el primer día. A veces escuchan. Que lo hiciera el muchacho no es especialmente llamativo.

—Si supieras cuántos mocosos malcriados de diez años han pasado por aquí —dijo Zahel—, pensarías que merece la pena. Creí que un muchacho de diecinueve años como él sería insoportable. Y no le llames muchacho, muchacha. Probablemente tiene tu misma edad, y es hijo del humano más poderoso de este…

Se interrumpió cuando un sonido de roce en lo alto del edificio anunció que Aden Griffin cargaba y se lanzaba al aire, tras lo cual las botas chirriaron contra la piedra que remataba el tejado. Navegó sus buenos tres o cuatro metros por encima del patio (los portadores expertos lograban resultados mucho mejores) antes de precipitarse como una anguila aérea y chocar contra el suelo.

Zahel miró a Raven, alzando una ceja.

—¿Qué? —preguntó Raven.

—Entusiasmo, obediencia, ningún temor a quedar como un tonto —dijo Zahel—. Puedo enseñarle a luchar, pero esas cualidades son innatas. Este muchacho lo hará bien.

—Siempre que no caiga encima de nadie.

Aden se incorporó y se miró, como sorprendido de no haberse roto nada.

—¡Sube y vuelve a hacerlo! —le ordenó Zahel—. ¡Y esta vez, cae de cabeza!

Aden asintió, dio media vuelta y echó a correr hacia la escalera.

—Quieres que confíe en la protección de la armadura —dijo Raven.

—Parte del aprendizaje consiste en conocer los límites de la armadura —respondió Zahel, volviéndose hacia él—. Además, quiero que se mueva con ella. Me hace caso, y eso es bueno. Enseñarle va a ser un verdadero placer. Tu caso es distinto.

Raven alzó una mano.

—Gracias, pero no.

—¿Rechazas una oferta para entrenarte con un maestro de armas experto? —preguntó Zahel—. Podría contar con los dedos de una mano los ojos oscuros a los que les han ofrecido esa oportunidad.

—Sí, bueno, ya he pasado por lo del «nuevo recluta». He sufrido los gritos de los sargentos, he sangrado hasta el hueso, he marchado durante horas interminables. De verdad, ya he tenido bastante.

—Esto no es lo mismo —dijo Zahel, llamando a uno de los fervorosos que pasaban por allí. El hombre llevaba una hoja esquirlada con guardas de metal sobre los agudos filos, una de las armas que el rey proporcionaba para los entrenamientos.

Zahel cogió la espada del fervoroso y la alzó.

Raven asintió.

—¿Qué hay en la hoja?

—Nadie lo sabe con seguridad —dijo Zahel, blandiendo la espada—. Encaja en los bordes, y se adapta a la forma del arma y la vuelve roma y segura. Fuera de las armas, se rompen con sorprendente facilidad. Son inútiles en la lucha. Pero resultan perfectas para los entrenamientos.

Raven gruñó. ¿Algo creado hacía tanto tiempo, para usarlo en los entrenamientos? Zahel inspeccionó la hoja esquirlada un momento y apuntó con ella a Raven.

Incluso roma, y sabiendo que el hombre no iba a atacarla de verdad, Raven sintió un repentino momento de pánico. Una hoja esquirlada. Esta tenía una forma fina y estilizada, con una guarnición grande. Los planos de la espada mostraban grabados de los diez glifos fundamentales. Tenía un palmo de ancho y un metro ochenta de largo, aunque Zahel la sostenía con una sola mano y no parecía perder el equilibrio.

—Niter —dijo Zahel.

—¿Qué? —preguntó Raven, frunciendo el ceño.

—Era el jefe de la Guardia de Cobalto antes que tú —explicó Zahel—. Un buen hombre, y un amigo. Murió protegiendo a los hombres de la casa Griffin. Ahora tú tienes el mismo trabajo, y va a costarte hacerlo la mitad de bien que él.

—No veo qué tiene eso que ver con que me apuntes con una hoja esquirlada.

—Todo el que envíe asesinos a por Bellamy o sus hijos será poderoso —dijo Zahel—. Tendrán acceso a portadores de esquirlada. Contra eso te enfrentas, hija. Vas a necesitar mucho más entrenamiento que el que da el campo de batalla a un lancero. ¿Has luchado alguna vez contra un hombre armado con una de estas espadas?

—Una o dos veces —dijo Raven, relajándose contra la columna cercana.

—No me mientas.

—No te miento —replicó, mirándolo a los ojos—. Pregúntale a Clarke de dónde saqué a su padre hace unas semanas.

Zahel bajó la espada. Tras él, Aden se lanzó de cabeza desde el techo y se estrelló contra el suelo. Gruñó dentro de su yelmo y se dio la vuelta. El yelmo filtraba luz tormentosa, pero por lo demás parecía ileso.

—Bien hecho, príncipe Aden —dijo Zahel, sin mirar—. Ahora haz unos cuantos saltos más, a ver si consigues aterrizar de pie.

El joven se levantó y obedeció.

—Muy bien, pues —prosiguió Zahel, blandiendo la espada en el aire—. Vamos a ver qué puedes hacer, muchacha. Convénceme de que te deje en paz.

La respuesta de Raven fue agarrar su lanza y adoptar una posición defensiva, con un pie adelantado y el otro algo más atrás. Sostuvo el arma con la empuñadura hacia delante, en vez de la punta. Cerca de ellos, Clarke entrenaba con otro de los maestros, que tenía la segunda espada del rey y una armadura.

¿Cómo saldría esto? Si Zahel lograba golpear la lanza de Raven, ¿fingirían que la había cortado?

El fervoroso se acercó velozmente, alzando la espada con ambas manos. La familiar calma y la concentración de la batalla envolvió a Raven. No inspiró luz tormentosa. Necesitaba estar segura de no confiar demasiado en ella.

«Cuidado con esa hoja esquirlada», pensó, dando un paso al frente y tratando de entrar en el perímetro de alcance del arma. Al combatir con un portador de esquirlada, todo se centraba en la hoja.

La hoja que nada podía parar, la hoja que no solo mataba el cuerpo, sino que cercenaba también el alma. La hoja…

Zahel la soltó.

Golpeó el suelo mientras Zahel se colocaba al alcance de Raven, que había estado demasiado concentrada en el arma. Aunque Raven intentó colocar la lanza en posición para golpear, Zahel se retorció y le enterró el puño en el estómago. El siguiente golpe, a la cara, la derribó al suelo. Raven rodó inmediatamente, haciendo caso omiso de los dolorspren que se retorcían en la arena. Logró incorporarse mientras la vista se le nublaba. Sonrió con una mueca.

—Buen movimiento.

Zahel se volvía ya hacia ella, tras recuperar la espada. Raven retrocedió, con la lanza todavía adelantada. Zahel sabía manejar su arma. No luchaba como Clarke: daba menos golpes de lado a lado, más tajos de arriba abajo. Rápido y furioso. Hizo retroceder a Raven por todo el coso.

«Se cansará de esta estrategia —se decía Raven—. Haz que siga moviéndose».

Después de rodear casi por completo el coso, Zahel frenó su ofensiva y empezó a dar vueltas en torno a Raven, buscando una brecha.

—Tendrías problemas si yo llevara una armadura —dijo Zahel—. Sería más rápido, no me cansaría.

—No llevas ninguna armadura.

—¿Y si alguien ataca al rey llevándola?

—Utilizaré una táctica diferente.

Zahel gruñó cuando Aden se estrelló en el suelo. El príncipe casi conservó el equilibrio, pero finalmente se tambaleó y cayó de lado, resbalando en la arena.

—Bueno, si esto fuera un intento de asesinato de verdad —dijo Zahel—, yo también emplearía tácticas distintas.

Se abalanzó hacia Aden.

Raven soltó una maldición y corrió tras Zahel. Inmediatamente, el hombre se volvió, deteniéndose en la arena y girando para lanzar a Raven un poderoso mandoble. El golpe conectó con la lanza, de la que arrancó un sonoro crujido que resonó por todo el terreno de prácticas. Si la espada no hubiera estado embotada, habría roto la lanza en dos y quizás habría arañado el pecho de Raven. Uno de los fervorosos que contemplaba el combate le arrojó a Raven media lanza. Habían estado esperando que su arma quedara «cortada» y querían reproducir con la máxima fidelidad posible un combate real. Miller acababa de llegar y parecía preocupado, pero varios fervorosos lo interceptaron y le explicaron la situación.

Raven miró de nuevo a Zahel.

—En un combate de verdad —dijo el hombre—, ya habría abatido al príncipe.

—En un combate de verdad —replicó Raven—, te habría clavado media lanza cuando hubieras creído que estaba desarmada.

—No habría cometido ese error.

—Entonces no estés tan seguro de que yo habría cometido el error de dejarte llegar hasta Aden.

Zahel sonrió, una expresión que en su semblante parecía peligrosa. Dio un paso adelante y Raven comprendió. Esta vez no habría marcha atrás ni lo mantendría a raya. Raven no tendría esa opción si estuviera protegiendo a uno de los miembros de la familia de Bellamy. En cambio, tendría que intentarlo con todas sus fuerzas y fingir que su intención era matar a este hombre.

Eso significaba atacar.

Un combate prolongado y de cerca favorecería a Zahel, ya que Raven no podía detener a una hoja esquirlada. Lo mejor que podía hacer era golpear con rapidez y esperar alcanzarlo pronto. Cargó hacia delante y luego se arrojó de rodillas, resbalando en el suelo bajo el golpe de Zahel. Eso le permitiría acercarse y…

Zahel le dio una patada en la cara.

Con la visión borrosa, Raven clavó su falsa lanza en la pierna de Zahel. La hoja esquirlada del hombre bajó un segundo después, deteniéndose entre el hombro y el cuello de Raven.

—Estás muerta, hija —dijo Zahel.

—Tienes una herida de lanza en la pierna —dijo Raven, jadeando—. Así no puedes perseguir a Aden. He vencido.

—De todas formas estás muerta —insistió Zahel con un gruñido.

—Mi trabajo consiste en impedir que mates a Aden. Y eso es lo que acabo de hacer. Él sigue con vida. No importa si el guardaespaldas muere.

—¿Y si el asesino tuviera un amigo? —preguntó una voz desde atrás.

Raven se volvió y descubrió a Clarke, ataviada con la armadura y la hoja esquirlada clavada en el suelo ante ella. Se había quitado el yelmo y lo sostenía en una mano, mientras que la otra reposaba en la guarda de la espada.

—¿Y si hubiera dos, muchacha del puente? —insistió Clarke con una sonrisa despectiva—. ¿Podrías luchar contra dos portadores a la vez? Si yo quisiera matar a mi padre o al rey, nunca enviaría a uno solo.

Raven se puso en pie, haciendo girar el hombro. Miró a Clarke fijamente. Qué condescendiente. Qué segura de sí misma. Qué arrogante, la desgraciada.

—Muy bien —intervino Zahel—. Estoy seguro de que entiende el argumento, Clarke. No es necesario…

Raven cargó contra el príncipe y le pareció oír que Clarke se reía mientras se colocaba el yelmo.

Algo hervía en el interior de Raven.

El portador sin nombre que había matado a tantos amigos suyos.

Sadeas, majestuoso con su armadura roja.

Amaram, las manos en una espada manchada de sangre.

Raven gritó mientras la espada sin embotar de Clarke se precipitaba hacia ella con uno de los cuidadosos golpes horizontales de la sesión de prácticas del ojos claros. Raven se detuvo en seco, alzó su media lanza y dejó que la espada pasara ante ella. Entonces golpeó el filo trasero de la hoja esquirlada con su lanza, desviando el golpe de Clarke e impidiendo el revés. Raven se abalanzó hacia delante y golpeó al príncipe con el hombro. Fue como chocar contra una pared. Sintió un estallido de dolor, pero el impulso, junto con la sorpresa del golpe inesperado, desequilibró a Clarke. Las dos cayeron, y la portadora de esquirlada golpeó el suelo con estrépito y un gruñido de sorpresa. Aden produjo un estrépito similar al caer al suelo cerca de allí. Raven alzó su media lanza como si fuera una daga para clavársela a Clarke en la visera. Por desgracia, esta había soltado la espada al caer y alzó una mano enguantada.

Raven golpeó con su arma.

Clarke consiguió detener el embate con el guantelete.

El golpe de Raven no conectó; en cambio, se encontró volando por los aires, lanzada con toda la fuerza de una portadora aumentada por la armadura esquirlada, y se retorció en el aire antes de caer a tres metros de distancia. La arena le rozó el costado y el hombro con el que había golpeado a Clarke le ardió de nuevo de dolor. Raven jadeó.

—¡Idiota! —gritó Zahel.

Raven gruñó, rodando en el suelo. La cabeza le daba vueltas.

—¡Podrías haber matado a la muchacha! —Se dirigía a Clarke, que estaba en algún lugar, muy lejos.

—¡Me atacó! —respondió la voz de Clarke, apagada por el yelmo.

—Tú misma la desafiaste. —La voz de Zahel sonó más cerca.

—Entonces ella se lo buscó —replicó Clarke.

Dolor. Alguien al lado de Clarke. ¿Zahel?

—Llevas una armadura, Clarke. —Sí, era Zahel arrodillado junto a Raven, quien empezaba a recuperar la visión—. No se lanza a una compañera de prácticas sin armadura como si fuera un saco de patatas. ¡Tu padre te enseñó algo mejor que eso!

Raven inhaló profundamente y se obligó a abrir los ojos. La luz tormentosa de la bolsa que llevaba en el cinturón la inundó. «No demasiado. No dejes que lo vean. ¡No dejes que te la quiten!».

El dolor desapareció. Su hombro se recompuso: no sabía si se lo había roto o tan solo se lo había dislocado. Zahel soltó un grito de sorpresa cuando Raven volvió a ponerse en pie y arremetió de nuevo contra Clarke. La princesa retrocedió y llevó la mano al costado, obviamente invocando a su hoja. Raven levantó de una patada su media lanza y la atrapó al vuelo mientras se acercaba. En ese momento la abandonaron las fuerzas. La tempestad de su interior se desvaneció sin aviso y ella tropezó, jadeando al sentir que el dolor se adueñaba de nuevo de su hombro. Clarke la agarró por el brazo con un puño enguantado. La hoja esquirlada del príncipe se formó en su otra mano, pero en ese momento una segunda hoja se detuvo en el cuello de Raven.

—Estás muerta —dijo Zahel desde atrás—. Otra vez.

Raven se desplomó en mitad del terreno de prácticas, soltando su media lanza. Se sentía completamente agotada. ¿Qué había sucedido?

—Ve a ayudar a tu hermano con sus saltos —ordenó Zahel a Clarke. ¿Por qué podía darle órdenes a los príncipes?

Clarke se marchó y Zahel se arrodilló junto a Raven.

—No te inmutas cuando alguien blande una hoja esquirlada ante ti. Es verdad que has luchado antes contra portadores, ¿no?

—Sí.

—Entonces tienes suerte de estar viva —dijo Zahel, examinándole el hombro—. Eres tenaz. Estúpidamente tenaz. Estás en buena forma, y piensas bien en la pelea. Pero apenas sabes lo que haces contra un portador de esquirlada.

—Yo…

¿Qué podía decir? Zahel tenía razón. Sería presuntuoso decir otra cosa. Dos peleas (tres, si contaba la de hoy) no convertían a nadie en un experto. Soltó un gemido cuando Zahel palpó un tendón lastimado. Más dolorspren en el suelo. Los estaba haciendo trabajar hoy.

—Aquí no hay nada roto —señaló Zahel con un gruñido—. ¿Cómo tienes las costillas?

—Bien —respondió Raven, contemplando el cielo mientras permanecía tendida en la arena.

—Bueno, no te obligaré a aprender —dijo Zahel, levantándose—. De todas formas, no creo que pudiera hacerlo.

Raven cerró los ojos. Se sentía humillada, pero ¿por qué?

Había perdido combates de entrenamiento antes. Sucedía continuamente.

—Me recuerdas mucho a ella —añadió Zahel—. Clarke tampoco accedió a que le enseñara. No al principio.

Raven abrió los ojos.

—No me parezco a ella.

Zahel soltó una carcajada antes de levantarse para marcharse, riendo, como si acabaran de contarle el mejor chiste del mundo. Raven continuó tendida en la arena, mirando al cielo azul, escuchando los sonidos de los hombres que entrenaban. Al cabo de un rato, Syl llegó revoloteando y se posó sobre su pecho.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Raven—. Me he quedado sin luz tormentosa. Noté como desaparecía.

—¿A quién estabas protegiendo? —quiso saber Syl.

—Yo… estaba entrenándome, como cuando practicaba con Cikatriz y Roca en los abismos.

—¿De verdad era eso? —preguntó Syl.

No lo sabía. Permaneció allí tendida, contemplando el cielo, hasta que por fin recuperó el aliento y se obligó a ponerse en pie con un gruñido. Después de sacudirse el polvo, fue a comprobar cómo estaban Miller y los demás guardias. Mientras tanto, inspiró un poco de luz tormentosa y surtió efecto: sanó lentamente su hombro y alivió sus magulladuras.

Las físicas, al menos.