Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
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Capítulo 4:
Escudos y espadas
La imagen era tan fidedigna que no cupo duda, buscar excusas era ser ingenua.
Volví a detenerme en el gesto de Edward, en cómo tomaba su rostro, la manera en que Charlotte lo miraba y la sonrisa que escapaba de ambos.
Dios mío, dolía tanto.
Fue inevitable dejar ir un suspiro, en él boté la incredulidad, la sorpresa y el escozor que reducía mi cuerpo en cenizas. Tenía la garganta contraída, no pude encontrar alguna palabra concreta que pudiera quitarme la desazón y la inmensa aflicción que sentía aquí, dentro del mismo sitio en el que lo amaba. No dejaba de generarme preguntas, pero se acumulaban con tanta rapidez que no encontraba forma alguna de, al menos, pensar en una de todas ellas.
De pronto, mi mirada volvió a él, a sus ojos verdes y al ceño fruncido que tenía en la cara. Me resultó inevitable pensar en cómo esos ojos me veían hacía unas semanas y ahora… ella…
Pude tragar, pero la tortuosa congoja quería obligarme a llorar, lo que no iba a permitir.
¿Desde cuándo ellos…?
Respiré hondo y mantuve mi semblante quieto, misma reacción que ocupé cuando me volví esta viuda y el inicio de una odisea de la que aún no lograba sostener. Me sentía demasiado débil e incapaz de llevar esta batalla adelante porque… ¡carajo! ¡Me había enamorado de él! ¡Puta mierda!
—Señor Cullen —exclamó mi mejor amigo—. Buenos días.
Jasper estaba serio, quizá por mi expresión, pero en el momento solo pude prestar atención ante cómo Edward continuaba mirándome. Frente a ello, la angustia cambió por una fuerte sensación de ira y rencor.
—Buenos días —respondió de forma neutra.
Luego de esa escueta oración, volvió a contemplarme, sin detenerse en Jasper. Sus ojos seguían mis expresiones y luego tragó, caminando hasta su oficina. Lo último que se escuchó fue el cerrar de su puerta.
—Bella, ¿qué pasa? Estás extraña —dijo Jasper, bloqueando el ingreso a mi oficina.
Caminé hacia mi escritorio y me senté unos segundos, siempre respirando hondo.
—Nada, solo…
—¿Ocurre algo? La fotografía que viste y…
—No es nada, Jasper, ya sabes que las cosas de ese hombre me desagradan —interrumpí.
Apretó la mandíbula y suspiró.
—Bella, eres mi mejor amiga, ¡una hermana para mí! Me diste un trabajo que ha permitido que mi hija se prepare para su cirugía cardíaca. ¡Sin ti no podría! ¿Por qué no eres sincera conmigo? Te conozco, a pesar del tiempo que estuvimos separados, sigues siendo la misma Calabacita de siempre. Nunca te había visto así, con ningún hombre.
Apreté los labios.
Sí, era mi mejor amigo y había sido incapaz de confiar en él, porque esto que me pasaba me hacía sentir tan expuesta, tan… vulnerable. No había sentido necesidad de acercarme a un hombre más que para disfrutar un poco, cuando ya tenía diecisiete, y el tiempo, las circunstancias y el dolor habían mermado cualquier intención de tener una relación, pero ahora…
—Jasper —lo llamé—. Él y yo estuvimos juntos.
Pestañeó y tragó. Sus ojos habían cambiado, parecía incrédulo y luego lo vi pávido.
—Amantes —añadí.
Tomó la silla que había frente a mí, la acercó a la mía, se sentó y tomó una de mis manos.
—Ahora lo entiendo todo —murmuró.
—No tenía planeado…
—Esas cosas no se planean, Bella.
—Sí, tienes razón.
Hubo un profundo e incómodo silencio.
—No voy a juzgarte, sé que puedes pensar que por ser el hijo de…
—Nunca tuve una relación amorosa con Carlisle —lo interrumpí.
Volvió a palidecer y luego frunció el ceño.
—¿Qué? —fue lo único que dijo.
—Lo quería como a un padre, jamás pensé que al haber aceptado el trabajo de limpiar su despacho sería el comienzo de todo esto. Pero me cuidó tanto, Jass, solo quería lo mejor para mí. Me acaba como a una hija, en mis momentos más dolorosos él estuvo conmigo…
—¿Por qué…?
—¿Recuerdas la última fiesta? —inquirí.
—Sí… Creo que recuerdo…
—Estuve borracha, un tipo y yo… —Volví a suspirar—. Luego supe que estaba embarazada.
Se llevó una mano a la altura de los labios y ahí se quedó, mirando al vacío mientras parecía pasar por cientos de emociones a la vez. Y entonces, por la obviedad al verme con los brazos vacíos, el dolor de mi expresión y mi silencio, sus ojos se tornaron brillantes y tristes.
Se lo conté todo, detallando mi dolor, la pérdida de mis mellizas, aquel sentimiento desesperado, la historia que había marcado mi vida y me había hecho mucho más fuerte.
—Esme Cullen me visitó mientras me recuperaba en el hospital privado al que Carlisle me había llevado, parecía disfrutar, sabía perfectamente todo lo que había sucedido, una de mis hijas había muerto y la otra parecía que nunca hubiera existido. Sus ojos relucían de placer, Jasper, como si disfrutara de una venganza perfecta.
Una lágrima cayó por su mejilla mientras me escuchaba con atención.
—Carlisle estaba destrozado, tanto que se llenó de amargura y se propuso darme todo para encontrar a mi hija perdida y el cuerpo de mi niña fallecida. Él sabía que tenía una malformación arteriovenosa en su cerebro, decía que no quería volver a hacerse una cirugía, pues ya había pasado por ello, siempre me daba a entender que, si moría, no quería dejarme a la deriva, menos ante la impotencia de no hallar a mi hija viva, por lo que tomó mi mano y me ofreció esta locura, casarme con él para darme todos sus bienes. Acepté porque estaba desesperada y ese poder iba a darme la posibilidad de encontrarla. Finalmente, ya sabes, murió por un aneurisma, generándome una inmensa soledad y sensación de vacío. Me sentía tan asustada, todo lo que ocurriría…
—No puedo creer lo valiente has sido —susurró con la voz quebrada—. Él sabía de lo que eras capaz, por eso lo hizo; realmente te quería mucho.
Sonreí, melancólica.
—Solo quería permitirme llegar a mis hijas con todas sus influencias, pero murió antes de que pudiera ver avances. Me convertí en la viuda de uno de los hombres más poderosos que existieron, tengo todo lo que quiero si me lo propongo, menos a mis hijas. Pero tengo que encontrar a mi pequeña viva y a el cuerpo de mi niña fallecida, eso me mantiene en pie, es mi impulso, solo eso necesito y me marcharé, pero no sin antes tener pruebas suficientes de que esa mujer, Esme Cullen, fue la culpable.
Su mano apretaba la mía con fuerza.
—Pero conocí al senador Cullen —agregué, mirando al horizonte—, y simplemente fue una piedra en mi camino. Todo ese odio mutuo se transformó y nos convertimos en amantes a escondidas, en… —Boté el aire de un golpe—. Viví tantas cosas con él, Jasper.
—Te enamoraste de él, ¿no?
Apreté los labios.
—Bella…
—Sé que estaba jugando con fuego, pero me era inevitable acercarme a él. Ha sido uno de los peores errores que he cometido, me hice daño porque, a pesar de todo, algo dentro de mí sabía que Edward era de esa familia, el hijo cercano de Esme.
Me abrazó y yo puse mi cabeza en su pecho, sosteniendo el aliento para sosegar el urente dolor que me comía el pecho desde que vi esas fotografías.
Finalmente terminé de contarle cómo se había terminado todo y los ojos de mi mejor amigo ardieron de odio. Jamás lo había visto así.
—Ese hijo de… —Gruñó—. ¿Cómo ha podido…?
—Jasper, no quiero que tomes esto como algo personal, me compete a mí y no es mi intención involucrarte.
—Eres mi mejor amiga y ese pelmazo ha hecho esto, ¿cómo quieres que me lo tome?
Asentí.
—Quiero a mi amigo —susurré.
Él suspiró y me abrazó, conteniéndome debido a todo lo acontecido.
—Lo sé, discúlpame, sé que lo que sientes es más importante ahora. Has estado viviendo esto y yo sin saberlo. Me siento impotente.
El que me contuviera significaba un atisbo de aliento, consolaba mis raíces, el mundo en el que acostumbraba a estar inmersa, sentía que alguien realmente me entendía, aun cuando confiaba en Serafín y en Elizabeth.
—Gracias por volver a mi vida —agregué.
—Y tú a la mía. —Me besó la cabeza y siguió conteniéndome, como un hermano lo hacía con su hermana.
A pesar de la tormenta de sentimientos que estaba viviendo, no podía llorar, sentía que apretaban mis párpados y mejillas, que nada lograba generar el impulso exacto para dejar ir las lágrimas, pero ahí estaba, ese dolor que se mantenía y me torturaba desde dentro.
—Si te dañan como lo ha hecho su familia y él, no esperes la mejor reacción de mi parte.
—Jas…
—Lo sabes bien —me interrumpió.
Asentí. Claro que tenía razón.
Finalmente debió volver a su trabajo y yo al mío. A ratos, sentía que concentrarme en él lograba distraerme. Era un trabajo tan frío que me compenetraba con esa sensación tan robótica.
Sufrí un impacto a mi estado automático en cuanto mi teléfono comenzó a vibrar.
Era Elizabeth.
—Hola, Bella —susurró con dulzura.
Sonreí.
—Hola, Elizabeth —respondí.
—¿En el trabajo de la compañía?
Suspiré.
—Sí. Siento que esto se me da fatal. —Reí, para luego morderme el labio inferior, dubitativa de todo lo que esto significaba.
—Tranquila, sabes lo que eso significa, ya sabes que te recomendé que vendieras tu parte a esa familia, no tienes que hacer tanto…
—Lo sé —la interrumpí—, pero quiero dejar todo asegurado, es fruto de Carlisle y no quiero que eso sea en vano.
—Gracias por hacer esto. El dolor de perderlo siempre quedará en mi corazón, a veces pienso en lo que habría sucedido si él y yo hubiéramos sido libres y no contengo las lágrimas. Creo que el silencio con el que debo vivir, como la fiel asistente y mano derecha del hombre al que siempre he amado, me consume y drena mis energías de una forma insoportable. Duele demasiado y eres la única persona a quien puedo recurrir.
Su voz se escuchaba angustiada, podía imaginarme las sensaciones que la embargaban. La próxima semana era su cumpleaños y su ausencia pesaba más de lo que ya lo hacía. No dimensionaba lo que significaba para Elizabeth saber que el amor de su vida ya no estaba entre nosotros.
Sentí un nudo en mi garganta al recordar lo que vivían en la oscuridad. Era una imagen preciosa, su amor se palpaba de una manera tan viva, no lograba dimensionar la complicidad, sus miradas y gestos que me acompañaron en esos momentos repletos de secretos.
—Me gustaría que vinieras a verme, hace tanto que no nos pasamos una tarde juntas y ahora que, bueno, se acerca el cumpleaños de Carlisle, no me gustaría estar tan sola, ya sabes, no tengo a nadie más.
Me conmoví y por algunos segundos me sentí tan identificada que mi corazón se apretó con furia. Era difícil estar en sus zapatos, pero imposible no hacerlo, al menos para mí.
—Claro que sí, dame un rato y estaré ahí.
—Bella.
Suspiró.
—Creo que tengo algo que podría servirte y quiero mostrártelo.
Tragué.
—No me atrevo a adelantarte nada, solo ven, ¿sí?
Alisté rápidamente mis cosas luego de cortar la llamada, dispuesta a ir a su departamento para acompañarla. Pero algo no dejaba de darme vueltas, más allá de lo que habíamos hablado, Elizabeth parecía querer verme con tal urgencia que no lograba convencerme de que fuera solo asunto del próximo cumpleaños de Carlisle y búsqueda de compañía.
Abrí la puerta de la oficina para bajar las escaleras, pero frené en cuanto escuché un llanto suave en la oficina de Edward. Era de una mujer. Caminé con lentitud hasta allá y miré por la rendija. Era Rosalie, completamente sola. Estaba sentada en el sofá de su hermano y se tapaba el rostro mientras lloraba, para luego hacerlo con su boca, impidiendo que sus sollozos se escucharan.
—Rose —llamé, entrando con valentía.
Levantó la mirada y se limpió la cara, levantándose enseguida.
—No, por favor, no actúes así, lo que menos quiero es…
—¿Qué? ¿Disfrutar de lo que los Cullen sufren? —me interrumpió, acomodándose el pulcro traje sastre.
—No, Rosalie, solo quiero saber si estás bien.
Se mordió el labio inferior y sus ojos volvieron a tornarse llorosos.
—¿Por qué siempre tienes que actuar así?
Fruncí el ceño.
—No te entiendo.
Volvió a limpiarse la cara.
—Siempre quieres ayudarme, ¿por qué piensas que seguiré confiando en ti?
Suspiré.
—No quiero dañarte —aseguré.
—Claro que quieres hacerlo.
—¿Por qué? Eso es lo que dijo tu madre, ¿no?
Miró hacia otro lado.
—Tú hiciste eso con mi sobrino…
—No fue así. ¿Quién te lo dijo? ¿Tu hermano?
Sentí un nudo en mi garganta.
—No —respondió—. Él no ha dicho al respecto, pero sabemos de lo que eres capaz…
—Tú no lo sabes. De lo único que estás segura es que si vuelvo a encontrarte en peligro, volvería a ayudarte, no importa cuánto me odies.
Tragó y comenzó a llorar con desesperación.
—Rose —gemí, acercándome con timidez—. ¿Qué ocurre?
—No puedo continuar —gimió—, es demasiado para mí, por más que haga lo que pida, por más que intente ser la mejor hija para ella, todo lo hago mal, ¿por qué?, solo quiero dejar de ser invisible para madre.
Dios santo, su mirada transmitía tanto vacío.
—No tengo nada a lo que aferrarme, Isabella, perdí a mi padre, quien me mantenía siempre acompañada y me hacía sentir querida, ahora me siento tan sola, ni siquiera puedo recurrir a mi hermano porque… —Se pasó la mano por la frente—. Algo le sucede, siempre ha sido un hombre triste, pero ahora pareciera que le hubieran quitado el corazón, ¿sabes? —Sacudió la cabeza—. Ni siquiera quiero estar con mi novio, porque sus deseos son… ¡No quiero ser parte de una vida si es lo que él piensa! Quiero dirigir la mía, pero estoy encarcelada.
Bajé los hombros, paralizada ante lo que me estaba diciendo.
—Te envidio bastante —añadió.
No supe qué decirle.
—A pesar de todo eres capaz de brindar una luz que yo no… Y aunque quiero odiarte, eres alguien a quien no puedo darle ese terrible sentimiento.
—No vengo aquí a hacerte daño, Rosalie, aunque no me conozcas o pienses cosas que probablemente no son ciertas, puedo asegurarte que no estoy aquí para sacar provecho de tus sentimientos, no sería capaz.
Su rostro se descompuso y yo solo pude abrazarla y contenerla como nadie lo había hecho con ella.
—¿Por qué haces esto?
—Porque no me gusta la idea de que las personas suframos en silencio, sé lo que significa y no te imaginas lo fácil que me es ponerme en tu lugar.
Se separó con las lágrimas corriéndole por la cara.
—No quiero causarle problemas a mi hermano y si mi madre se llega a enterar de que tú…
—Comienza a hacer cosas por ti.
—No quiero estar aquí —musitó—. Es tan ajeno a mí, ni siquiera sé por qué estudié economía, pero mi madre me habría enviado a cualquier lugar, lejos de mis hermanos y de papá.
—Puedes cambiar de ambiente si necesitas hacerlo, sé que es difícil, pero busca ayuda, yo puedo cooperarte, y si necesitas hablar, no dudes en venir conmigo.
Miró hacia el suelo por unos segundos y luego me contempló.
—Gracias, Bella. Veo que ya te vas. ¿Puedo salir contigo? No quiero hacerlo sola. Odio esta compañía. Mi coche está esperando abajo.
Asentí.
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Emmett me esperaba adelante del coche con las manos entrelazadas y manteniendo su imponencia. Rosalie tocó mi brazo, me sonrió y miró a mi guardaespaldas por unos cuantos segundos, tragó y se metió al coche.
—Señorita —dijo Emmett mientras abría la puerta trasera.
—Gracias.
Una vez que se sentó para manejar, miró por el espejo retrovisor y se acomodó las gafas.
—Señorita —exclamó.
Alcé mi mirada a aquel espejo, contemplándolo. No había expresión en su rostro.
—¿Ha podido ver a la señorita Cullen? —inquirió.
Fruncí el ceño.
—Rosalie Cullen.
Apreté los labios.
—Sí.
—Esa familia esconde más de lo que pensé.
—¿Ella está bien?
—Espero que comience a estarlo.
Endureció la mandíbula y asintió.
—¿Sabes algo de ella?
—¿Por qué lo pregunta?
—No lo sé, es solo que… por alguna razón has preguntado por ella.
Desvió la mirada hacia el camino y avanzó con rapidez.
—Es solo… curiosidad.
No ahondé más allá, pero no me convencía lo que me decía. Sin embargo, confiaba en él y comprendía que Emmett no haría nada para dañarme.
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Elizabeth me abrazó en cuanto abrió la puerta.
—Qué alegría verte, Bella.
Su hogar siempre olía a vainilla. Era pulcra, iluminada y tenía muchas plantas que decoraban el lugar. Era la tercera vez que pisaba el lugar.
—¿Va todo bien? —pregunté, quitándome el abrigo.
—Sí, sí. Ven aquí. ¿Quieres un té?
Asentí.
—Gracias.
Nos sentamos en el sofá, la charola estaba lista en la mesa de café con una tetera y dos tazas muy elegantes.
—¿Quieres hablar de Carlisle? —pregunté con suavidad, dándole una sonrisa—. Ya se acerca su cumpleaños, sabes que te he cedido la organización, eras el amor de su vida.
La celebración para Carlisle iba a ser un evento para las personas cercanas a él en el ámbito familiar y profesional, sobre todo como el gran político que era. Nunca estuvo en mis ideas porque eso le correspondía a Elizabeth. Pero claro, quien debía actuar como la gestora de la festividad y conmemoración era yo. Lo único que teníamos claro era que Esme no iba a entrar de ninguna manera.
—Sí, he podido planificar todo, será sencillo, como le gustaba a él. Solo faltan las invitaciones.
—Me parece perfecto. Quiero que tú estés conmigo todo el tiempo, ¿de acuerdo? Lo mereces, lo sabes bien.
Asintió, pero su mirada parecía ocultar algo más.
—Bella —susurró.
—¿Qué ocurre, Elizabeth?
—Creo que tengo algo que podría ayudarnos a encontrar a tu hija.
Fruncí el ceño y luego abrí la boca, pero nada salió de ella.
—Es el gran paso que podemos dar para entender mejor e hilar las cosas como corresponden.
Se levantó y sacó un legajo de un mueble esquinero que llevaba llave.
—Son antecedentes de las situaciones vividas por mujeres en tu misma condición, que perdieron hijos y que sus cuerpos desaparecieron como si se los hubiera tragado la tierra, muchos sin definir qué ocurrió porque nunca tuvieron antecedentes de alguna enfermedad o complicación crucial en el parto. Lo que más llama mi atención es que todas las chicas que sufrieron la desaparición de sus hijos vivos son mujeres de escasos recursos y baja escolaridad, muchas afroamericanas, inmigrantes ilegales o algunas egresadas de orfanatos. Quienes sufrieron la muerte de sus hijos son mujeres con conexión directa con personas de dinero, no ricas, pero estables económicamente, capaces de…
—Ordenar deshacerse de ellos —musité.
Cerré los ojos con fuerza.
—Sí, Bella. Y eso no es todo, muchas de las chicas que han acudido a nuestra fundación sufrieron todos esos vejámenes en el mismo hospital en el que estuviste.
Me levanté del sofá, incapaz de mantenerme quieta.
—Mi parto estaba programado para que ocurriera acá, en Manhattan, Carlisle quería que todo estuviera oculto y con las mejores comodidades, lo sabes bien, pero por el accidente eso no ocurrió. —La miré—. Alguien provocó eso, querían que acudiera a ese lugar.
Me sacudí el cabello y caminé como león enjaulado.
—Ese chofer —dijo Elizabeth—. Renunció poco después, siempre dijo que tras eso no quería seguir involucrándose con el mundo político.
—Recuerdo cuánto quise buscar una respuesta y al verlo con una pierna rota, amenazado con el sangrado en su cabeza, nunca pude acusarlo ni menos preguntarle sobre ello, Carlisle lo intentó, pero todas las respuestas fueron negativas, tú fuiste fiel testigo junto a Serafín.
Sentí unas fuertes palpitaciones.
—Tiene algo que ver, eso está claro.
—No puedo creer que todo pudo haber sido más fácil si no hubiéramos sido tan ingenuos —masculló Elizabeth.
—Ni siquiera Carlisle, que vio lo peor de este mundo corrupto, pensó en las cosas que podrían suceder. Sin ti tampoco habría sido fácil. —Me senté a su lado y recibí un abrazo, uno maternal y muy dulce—. Gracias por esto, pero…
Contuve nuevamente el llanto, pero mis ojos escocían. Sentía una desesperación enclaustrada en mis costillas y mi propio deseo por controlarme para no perder la cabeza ante todo lo que me quedaba por saber.
—Debemos dar con él —gemí.
—Lo haremos, pero tienes que saber que debemos ser discretos en investigarlo, lo que sucedió con Edward sé que ha mermado en ti por culpa de esa mujer, esa maldita de Esme, que solo se ha empeñado en hacerle daño a mi… a mi tan respetado y querido niño.
Nuevamente esa mirada, esa que relucía cuando hablaba de él.
—Sé que te debió culpar por el temor que siente hacia su hijo.
—¿Por qué lo hace? No iba a usarlo en contra del pequeño, sabes que la tenía entre mis manos por ese investigador, pero no puedo hacerle daño a un niño.
—En su interior lo sabe. —Sonrió con tristeza—. Esme alimentó su miedo a que algo fuera a sucederle, lo hizo desde que Carlisle fue una figura pública en el país.
—Pero él aún no nacía.
—Exactamente —respondió—. Fue desde su existencia.
Otra vez el dolor en sus ojos. Nunca me sentía capaz de preguntarle más porque sabía que no iba a responder con la verdad al respecto.
—No quiero justificarlo, de ninguna manera, hay cosas que odio que haga, como dar una imagen robótica, oscura y vil. Si tan solo lo hubieras conocido cuando era un niño. —Suspiró entristecida—. Pero sé que se dio cuenta de que no serías capaz.
Enarqué una ceja y me miré las manos para ocultar la tristeza, nostalgia y ese estúpido sentimiento que me seguía día y noche y quería esconder hasta que se hundiera para no verlo más: lo extrañaba. Pero luego recordé esos besos, esos malditos besos.
Apreté los dientes.
—Debe estar distraído con lo de esa mujer.
Al mirarla vi un mohín incómodo en su rostro.
—No lo sé, supongo que volver con ella lo usa para persuadir a la prensa y quitar a esos periodistas inescrupulosos. En realidad, lo veía muy contento antes de que todo esto de Demian estallara, tanto que pensé mucho en sus ojos verdes, ese disfrute que por primera vez veía que no fuera por su hijo, estaba extraño, como… inspirado. —Se encogió de hombros—. Luego de lo que sucedió con la noticia de Demian, Edward cambió como el que era antes, serio, duro y robótico, generando temor. Con Charlotte no ha cambiado, por eso sé lo que está haciendo, en realidad, ambos saben lo que hacen, solo me pregunto por qué con ella —murmuró.
—¿Qué pasa con ella? —pregunté con el corazón en la boca.
—No es bueno que hable de esto —dijo con algo de incomodidad.
—Sí, tienes razón.
Toqué los legajos mientras tragaba el nudo en mi garganta. Las imágenes de Edward besando a esa mujer seguían dando vueltas en mis pensamientos.
—Vamos a dar con ese hombre y ayudaremos a todas las mujeres que tuvieron que pasar por esto, es mi deber, tengo el poder, y voy a encontrar las pruebas para destruir a Esme Cullen —afirmé con convicción.
—Debes ser precavida, cariño, pero estamos contigo, Serafín y yo.
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Puse todos los antecedentes de las chicas y la recepción de otras más. Una organización sin fines de lucro se había contactado también con nosotros, la cual se manejaba en distintas partes del mundo, concretamente en Latinoamérica por el secuestro y tráfico de bebés e infantes en periodos de dictadura. Tras informarme de cada caso y la conversación que pude tener con algunas de sus representantes, la gran mayoría abuelas de estos pequeños, debido a que los padres de estos habían sido asesinados por la fuerza militar, sentía un apremio en el pecho que me impidió seguir leyendo.
Podía imaginarme el dolor porque lo vivía cada día de mi vida.
Bebí un sorbo de mi café y luego me acerqué a la ventana de mi oficina de la fundación. Miré el reloj en mi muñeca y comprobé lo tarde que era, lo que también se traducía en la noche que cubría la ciudad. Encendí un cigarrillo y me acomodé para mirar las estrellas y sentir el aire exterior. Hacía mucho que no fumaba, pero lo necesitaba.
—¿Dónde estás? —pregunté, imaginándome a mi hija.
Quedaba tan poco para su cumpleaños.
Suspiré y le di una mirada lejana a los legajos con toda la documentación y el trabajo que realizaríamos como fundación para las familias que nos necesitaban y habían vivido el horror que podía compartir con ellas. Sin embargo, el ataque de ansiedad que me produjo saber que muchos de esos niños perdidos ya debían tener cuarenta años me hizo llorar. No quería que eso me ocurriera, la sola idea me mataba en vida. ¿Cómo dimensionar todo ese dolor? ¿Cómo superar ese tiempo de incertidumbre?
Me fumé el cigarrillo con los ojos cerrados, mientras el viento me secaba las lágrimas.
¿Por qué seguía sintiéndome en un bloque de hielo? ¿Por qué necesitaba reconfortarme si ya tenía personas que me querían y sabían lo que estaba sucediendo e iban a ayudarme a lograr mi propósito en este momento?
Recordé a Edward.
Le di una nueva calada al cigarrillo, mientras buscaba la manera de erradicarlo de mis deseos más profundos por verlo y sentir sus brazos a mi alrededor. Solo lo imaginé un par de segundos y mi columna vibró en su totalidad. Pero no, era una tontería, yo había manejado mal mis sentimientos, había sentido una miserable ilusión que no correspondía de ninguna forma. La suerte estaba echada en el instante en que lo conocí y a la primera oportunidad había desconfiado de mí. ¿No era algo que daba el mensaje correcto? Teníamos diferentes maneras de ver la vida, la realidad y nuestras acciones. También desconfiaba de él, Charlotte volvía a su vida como si nada hubiera ocurrido, como si semanas atrás no me hubiera mostrado sus tesoros en el lugar más oculto de su departamento, como si… nunca me hubiera pintado con sus propias manos.
Apreté los labios, calmando el dolor y los celos.
Creí que podía introducirme a esa oscuridad de la que hablaba, que era el amo de las tinieblas enigmáticas que podían lograr entenderme, que veía en mí a la reina de la abundancia entre los asfódelos y las semillas de granada, permitiéndome seguir el camino desde mi mundo al suyo, porque… algo nos conectaba y…
El cigarrillo se había consumido, por lo que cerré la ventana y boté la colilla en el basurero.
Había silencio, lo que me permitía oír mi propio corazón, aquí, en mi garganta.
Toda esa mierda era mentira, ese maldito parafraseo de una conexión inexistente, como si perteneciera a su infierno y él fuera a entregarme su mundo para compartirlo conmigo, haciéndome parte de su vida, de su corazón, ese que estaba carbonizado. No, no tenía el alma de Perséfone, no era aquella mujer en sus deseos descritos, porque simplemente no era para él.
Dolía tanto, pero ¿qué mujer moría de amor?
Sonreí unos segundos y pude soltar un par de lágrimas, las únicas que mi cuerpo permitió. Aún me era imposible dejar ir la sombra de la angustia y desesperación adherida en mi pecho y garganta.
Pero, entonces ¿por qué no podía quebrar esa granada que ocultaba debajo de mi almohada? Era de cristal, solo bastaba lanzarlo con todas mis fuerzas y verlo roto en mil pedazos, pero imaginarlo me desesperaba.
Di un brinco de susto cuando sentí un portazo proveniente desde unas de las oficinas que estaban cercanas a la mía. Tomé mi teléfono para llamar a Emmett si era necesario, pero me adelanté, enviándole un mensaje para que me confirmara si había visto a alguien entrar.
Suponía que estaba a solas.
Unos fuertes pasos regresaron al lugar de inicio, pero no volvieron a cerrar la puerta. Sin embargo, un estruendo nuevamente me hizo brincar, por lo que abrí con cuidado, intentando no hacer ruido, y me asomé para ver de dónde venía. Una puerta estaba abierta y mostraba una tenue luz al final del pasillo y mis pasos fueron dándose con lentitud, como si ellos tuvieran la soberanía de mi cuerpo. Solo bastó un poco para ver que estaban algunos legajos y libros desparramados en el suelo y que la puerta del baño estaba abierta de par en par mientras alguien se sujetaba del lavado con fuerza.
—Edward —susurré.
Solo usaba camisa, pero estaba desordenada y tenía abiertos los primeros botones. Se sujetaba del borde del lavamanos con alevosía, cabeza gacha, intentando controlar la respiración mientras el agua corría frente a él. Nunca imaginé verlo así. Me llevé una mano al vientre, aguantando el grito desesperado y estúpido por ir hasta su lado y saber qué le ocurría, pero claramente no iba a hacerlo.
Edward llevó las manos al agua y se mojó la cara. Cuando se miró al espejo noté, con dificultad tras la lejanía, que su rostro relucía de desesperación, inconformismo e infelicidad. Metió la mano al bolsillo y sacó la granada de cristal, la misma que me había regalado. La contempló y sonrió unos cuantos segundos, para luego pegarla a su frente y bajarla a sus labios.
Sentí una fuerte sacudida en mis entrañas.
De pronto miró al espejo con más detenimiento y se dio la vuelta, descubriéndome en medio del umbral la puerta de la oficina. No supe qué hacer por algunos segundos, pero entonces caminé hacia atrás y me devolví a mi oficina. Sus pasos se escucharon hasta que abrió mi puerta y nos encontramos, frente a frente, a solo metros de distancia.
Ambos suspiramos.
Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, al fin, nuevamente pido perdón por la demora, pero espero recompensarlas cuanto antes, en especial con el bucle de emociones e intensidad que se aproxima. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
Agradezco sus comentarios, durante esta tarde estarán sus nombres como agradecimiento por cada uno de sus comentarios, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, sus comentarios, su entusiasmo y su cariño me instan a seguir, de verdad gracias
Ahora más que nunca es importante su apoyo y su entusiasmo en la historia, ¡se acerca la explosión!
Recuerda que si dejas tu review recibirás un adelanto exclusivo del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienen cuenta, solo deben poner su correo, palabra por palabra separada, de lo contrario no se verá
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Cariños para todas
Baisers!
