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Convivencia

Era bastante tarde, la luna ya despuntaba en el firmamento y la humedad empezaba a calarse en los huesos. La joven agradecía que su vestimenta mantuviera el calor corporal como si fuera una de las mantas del futuro, no permitiendo que el ambiente gélido le machacara las articulaciones.

Ya sonaba como una anciana.

Después de dejar a sus compañeras en la aldea, ella decidió dirigirse a casa de sus padres. No porque no quisiera pasar más tiempo con ellas, después de descubrir que eran familia y todas las aventuras que habían vivido, ella se sentía a gusto con las dos hijas de Sesshomaru, pero sabía que no estarían solas. Las jóvenes iban a celebrar su último trabajo con Riku y Hiusi, un trabajo que les había llevado cerca de seis meses.

Aunque la idea le apetecía, sabía que aquella quedada tenía una intención oculta. Su madre siempre le decía que era igual de avispada que ella, gracias a los cielos, y no como el zopenco de su padre que era incapaz de entender la situación, aunque pasara delante de sus narices.

Sea como fuere, no quería observar el patético intento de Towa y Hiusi, cada uno a su estilo único y estrambótico, para los otros dos les prestaran algo de su atención.

Habían sido seis meses aguantando a las dos medio demonios, una ilusionada por encontrarse al pirata y la otra "no sintiendo celos", nótese la ironía, porque el exterminador debía viajar al castillo de la princesa Aya, princesa que quería conquistarlo, como para ser espectador de primera fila mientras flirteaban los unos con los otros.

¡Agh! ¿Cómo podían ser tan así? No sabía que le exasperaba más, si la intensidad de una o la inexpresividad de la otra.

Por suerte ya divisaba el hogar que compartía con sus padres, recorriéndole unas ganas indescriptibles de abrazar a sus progenitores y sentirse parte de ellos. Podría sonar infantil, pero ¿Quién no lo haría si podías tener una segunda oportunidad con unos padres que creía muertos?

Aceleró el paso cuando empezó a distinguir el camino en el que se encontraba la cabaña familiar. El aliento fresco del bosque le congeló las mejillas y le provocó un pequeño escalofrío, sin embargo, no cesó en su avance llegando a la puerta de la cabaña de un salto.

Entró con lentitud, procurando no hacer más ruido del debido. Lo más seguro es que ambos estuvieran descansando. Dejó su arma en el mueble de madera que estaba al lado de la entrada y se sentó delante de las brasas que aun dejaban entre ver las pequeñas llamas de lo que había sido la hoguera de aquella noche. A la derecha, cerca de las habitaciones, se encontraba la olla de hierro con algo de cena bien tapada. Su estómago gruñó, pero primero alzó las manos y suspiró sintiendo el calor en la punta de los dedos.

Con los dedos congelados no podría comer el estofado.

Un sonido, gutural, la sorprendió. Se quedó quieta, aguantando la respiración, utilizado todos sus sentidos para percibir cualquier variación a su alrededor. Por un momento, no escuchó más que el silencio de la estancia y los grillos de alrededor. Se encogió de hombros, pensando que la había imaginado.

Un pequeño grito agudo y un golpe contra la pared la sobresalto. Esta vez sí que había escuchado algo con claridad. Se levantó de un salto y olisqueó el aire. Analizó con más detenimiento todos los olores que le llegaron a sus fosas nasales, descubriendo desde la fragancia de sus padres, la cena que habían comido y un olor entre sudor y agridulce.

Se tapó la nariz con las dos manos cuando el olor le explotó en el cerebro. ¿Qué narices era aquello?

Escuchó un bufido y una queja. ¿Aquella voz era la de su madre? Agarró el arma envalentonada y se dirigió hacia la estancia de sus primogénitos, si alguien había osado atacar a su madre lo despedazaría sin contemplaciones.

—Eres un bruto, Inuyasha. —Moroha paró en seco al escuchar la voz entrecortada de su madre. ¿Su padre estaba ahí?—. ¿No puedes ir con más cuidado?

—Oe, mujer. No me he fijado que estaba ahí —contestó su padre con una voz gutural— deja de moverte o te haré daño.

—¡Tu no apuntas bien! —se exaltó Kagome.

—Mujer, llevamos años haciendo esto. Y sabes que si no empezamos así luego no acabarás bien —reprochó el otro. Moroha volvió a escuchar un gemido por parte de ella— ¿te duele?

—Sabes que molesta, ya no estoy tan acostumbrada como antes. —Inuyasha gruñó— pero luego siempre es placentero —agregó.

Por un momento, ambos quedaron en silencio y solo se escuchaban los leves gemidos de la sacerdotisa acompañados de algún que otro gruñido del hanyō.

No podía ser.

¿Había pillado a sus padres…? ¿haciéndolo?

¡No! ¡Imposible!

¿Por qué maldito mundo cruel? ¡Ella solo quería descansar en casa!

¡Se habían pasado más de catorce años encerrados en la tumba de su abuelo! ¡¿No habían tenido suficiente?!

—¡Ah! ¡Inuyahsa! —exclamó Kagome sorprendiendo a la joven.

Se apartó de la puerta como si quemara y golpeó la olla de la cena provocando que callera de culo al suelo y derramara la poca cena que quedaba. El estruendo causó que los ruidos de la habitación cesaran de golpe y en dos zancadas alguien abrió la cortina de la habitación.

La joven se tapó los ojos antes de ver nada. Había visto cosas horripilantes, monstruos grotescos, espectros y todo tipo de desmembramientos que podían marcar a uno de por vida. Pero nada, absolutamente nada, era más traumático que saber que tus padres seguían intimando.

Claro que lo hacían, sino ella no habría llegado a nacer. ¡Pero no tenía por qué narices saberlo!

—¿Qué haces, cariño? —escuchó la voz dulce de su madre y como esta se agachaba. Olía a esa esencia agridulce que la había atacado antes. ¿A caso era…?—. Moroha ¿estás herida?

—No huele a sangre —notó como la mano de su padre destapaba sus ojos que aún mantenía cerrados—. Deja de jugar, jovencita. ¿Así piensas saludarnos?

Enfadada abrió los ojos para reprocharle, helándose al verlos. Por un momento los observó a ambos, tomándose su tiempo, procesando la información. Ambos estaban vestidos, algo que no se esperaba. Se fijó en su madre y observó una herida en la mejilla impregnada de algo que tenía un color amarillento. Su padre, llevaba una tela en su otra mano, observándola con una ceja levantada.

Mierda.

Se había precipitado.

—¿Qué te ha pasado? —se le ocurrió preguntar intentando borrar esos bochornosos pensamientos.

—Practicando esta mañana, mientras apuntaba acerqué mi mejilla demasiado a la flecha y me corté —respondió con una sonrisa culpable.

—Keh, no la puedo dejar sola —se quejó el otro. Sin ningún esfuerzo la levantó del suelo y la alzó, como observándola con detenimiento— Tú estás bien ¿verdad? No sabemos nada de ti desde hace meses.

Moroha sonrió y asintió lanzándose hacia él y abrazándolo con ansias. Buscó con la mano a su madre y la atrajo a aquel abrazo común, notando la misma emoción creciéndole en el pecho que cuando se reencontraron en la perla negra. La joven fue a dormir a su habitación poco después con una sonrisa en el rostro. Por suerte sus sospechas habían sido infundadas. Se dejó vencer por la inconsciencia pensando en lo duro que habría sido mirarles a los ojos si los hubiera descubierto así.

Para evitar sustos futuros, haría mucho ruido antes de entrar a la cabaña.

Una nunca era suficientemente previsora.

Fin.


Holaaa

Bueno, vuelvo otra vez por aquí con para la actividad de escrito_activo_semanal. En este caso, alguien tenía que pensar que otra persona estaba haciendo algo diferente a lo que hacía. Me ha quedado esto... en fin xD.

¡Muchas gracias por estar ahí y por darle una oportunidad orta vez, espero que lo disfrutéis.

¡Nos vemos en los bares!